John Wayne y Maureen O’Hara en
un fotograma de ‘El hombre tranquilo’, de John Ford. Un clásico.
Un calificativo
dudoso, «sindacato di strada», sindicato
de calle, utilizado con cierto abuso del concepto por Maurizio Landini,
secretario general de la CGIL, hizo salirse ayer de sus casillas al Maestro
José Luis López Bulla (1). «O sea»,
dice en conclusión en su post, «el sindicato son centenares de miles de
personas dando voces por la calle, al margen del centro de trabajo.»
José Luis me recuerda a John Wayne en “El hombre
tranquilo”, esa obra maestra de John Ford, que hizo unas cuantas más del mismo
calibre. Wayne encarna en la película a un hombre pacífico y dialogante, pero que
en lo que toca a su Maureen no vacila en liarse a mamporros con el lucero del
alba. La Maureen O’Hara metafórica de José Luis es, en este paralelismo algo forzado,
el sindicato. El sindicato y sus circunstancias. No este o aquel, o “no tanto”
este o aquel en concreto, sino la esencia misma del sindicato a través de sus
necesariamente diferentes avatares. Hay en José Luis una fidelidad a ultranza
(utilizo a conciencia la expresión) a la sustancia sindical tal y como ha sido teorizada,
explayada y desarrollada por los clásicos, y lo sigue siendo por los modernos sostenedores
de la antorcha, en las condiciones del nuevo paradigma.
Yo soy bullista de siempre, no me escondo. Pero mi rol en
esta película se parece más al de Victor McLaglen, que va forjando su amistad con
el protagonista a trompazos, y en general le toca más bien recibir (sin rencor).
Quiero solo apuntar, después de un prólogo tan largo, que
a lo que entiendo Landini no está pensando en despegar el sindicalismo del
centro de trabajo, y por tanto no está posibilitando ninguna forma de “político-socio-sindicato”.
Landini está eufórico en la celebración de la reciente sentencia “bolognina”
que reconoce la relación laboral de los riders
empleados en la delivery (me
excuso, de paso, por la utilización de tales barbarismos, pero es el lenguaje
que se habla normalmente en la calle, y de la calle estamos hablando).
La sentencia, en efecto, y en mi opinión a eso se refiere
Landini, viene a indicar una situación nueva en la cual el “trabajo” ha perdido
el “centro de trabajo”, y se desempeña sin más en el escenario polivalente de
la calle. El centro de trabajo de los riders
son las vías urbanas, sin la menor duda; lo mismo cabe decir de Uber y sus numerosas
secuelas. La distribución de las mercancías y su transporte (en
portacontenedores gigantes, en trailers, en ferrocarril) ocupan uno de los
puntos álgidos de la actual actividad económica, relegando en ese aspecto a la
fábrica. El sector de los servicios ocupa a la gran mayoría de la fuerza de trabajo,
y sus prestaciones de todo tipo se han estilizado y personalizado hasta el infinito;
la gente, es solo un ejemplo, va cada vez menos a la librería a comprar el
libro que quiere, sino que lo compra por internet y un mensajero se lo entrega
a mano en su domicilio.
Añadan a este panorama el teletrabajo, que desmiente
tanto la separación entre el lugar de trabajo y la vivienda particular, como la
existencia de tiempos específicos, separados, de trabajo y de vida.
Estamos en el umbral de las condiciones 7 x 24 denunciadas
por Luciano Gallino. Atiendan por lo demás a la externalización creciente de
los procesos productivos, que fragmenta la antigua “fábrica” en un laberinto
enmarañado de lugares distintos, relacionados entre ellos únicamente por su
posición respectiva en una cadena de valor. Adviertan como en las nuevas
condiciones tecnológicas ya no es la persona humana la que hace funcionar la
máquina, sino la máquina “inteligente”, mediante el algoritmo, quien marca el
ritmo de trabajo y controla de forma implacable a la persona, que ocupa en esa
interrelación la posición del “servidor”, el siervo.
Observen por lo demás cómo ni siquiera las asambleas sindicales
decisorias o los congresos son presenciales, en las condiciones de la pandemia.
Tampoco la asamblea, esa institución imprescindible de la democracia directa,
ocupa ya un “lugar” concreto.
Todo ha cambiado, todo empuja al sindicato a abrir las
puertas de los centros de trabajo y jugarse su futuro fuera, porque ahora el tema
no es el control obrero de lo que ocurre en un ámbito de trabajo bien
delimitado, sino el valor intrínseco y la dignidad de las personas no
demediadas en un entorno difuso en el que todo está en juego: el ocio y el
trabajo, la vida personal, la salud, la formación, el aire mismo que se respira
y el para qué y para quién se está trabajando.
Por eso es importante la reflexión que hacen a dúo
Castellina y Landini en il manifesto.
Por eso insisto en el tema, y le busco brega a “John Wayne” a sabiendas que me
voy a llevar otro trompazo.
(1) http://lopezbulla.blogspot.com/2021/04/el-capitalismo-cambia-su-cabeza-el.html.
Traigo a cuento asimismo mi anterior intervención, muy entusiasta, sobre el
tema: http://vamosapollas.blogspot.com/2021/04/tiempos-nuevos-para-el-sindicalismo.html