Por mi parte, sigo
sin ser convocado a la ceremonia de la vacunación, considerada imprescindible
para acceder al cielo prometido de la post-pandemia. “Muchos serán los
llamados, pero pocos los elegidos”, afirma un tópico conocido en relación con
otro cielo. El único sucedáneo de que dispongo para contrarrestar ese ninguneo vergonzoso
que se me hace en las prioridades o las preferencias, es la filosofía. De modo
que me tomo la situación incómoda con grandes dosis de filosofía, ya que no
dispongo por contra ni de la más mínima dosis de ninguna de las vacunas
accesibles en el mercado, ni aun de las peor catalogadas.
No es broma lo del
catálogo. Tamara Falcó ha declarado por la tele que, antes muerta, que vacunada
con Zeneca. “Yo, si no es Pfizer, paso”, vino a decir. No hemos salido aún, ni
se espera, de la sociedad de consumo estricta. Antes el oscuro objeto del deseo
consistía en tener un coche mejor que el del vecino, un Audi era el caché de la
distinción que nos adornaba, y un Opel Astra (Astra, por dios, solo falta el Zeneca),
el signo nefasto de la mediocridad. Con las vacunas hemos pasado, en cambio,
hasta hace poco por un estadio carencial preindustrial: anhelábamos una vacuna,
la que fuera, y maldecíamos del porco governo
porque no nos llegaba a casa ninguna, ni adquirida en internet y repartida a
domicilio por un rider, un fallo escandaloso
en pleno siglo XXI.
El panorama ha
cambiado y ahora se presume de la vacuna más “in”, la más eficaz en sus
porcentajes, la de mejor relación calidad-precio, etc. También se valora, en el
territorio de la izquierda más consabida, la ideología de las vacunas, de modo
que son mejores las cubanas o las rusas que las inglesas o alemanas. El
patrioterismo rancio elegirá sin dudar, cuando esté operativa, una vacuna
españolé, porque aquí somos diferentes y, por más que el virus que nos ataca
sea el mismo para todos, nuestras defensas deben ir en consonancia a nuestra
peculiar idiosincrasia.
Vamos hacia el
mundo nuevo cargados con todos los vicios del pasado, ayudados por todos los
tópicos manidos, pendientes de todas las recomendaciones publicitarias de los
medios más mediáticos.
Seguimos
creyéndonos exclusivos, cuando solo somos excluyentes.
Yo sigo esperando mi
primera dosis.