Sostiene Ayuso que
en la Comunidad de Madrid se va a librar el próximo día 4 la lucha final entre
el comunismo y la libertad.
Por grandes
palabras, que no quede. Sin embargo, no se trata de ninguna lucha, y menos aún
final. Sin embargo, el comunismo no es alternativa en estas elecciones, y en
prácticamente ninguna otra en la redondez del planeta, en las actuales
circunstancias. Sin embargo, la libertad que predica el ayusismo unbound es, por decirlo de alguna manera, una libertad
rara.
No voy a insistir
en las dos primeras objeciones. Según dicen los amigos de la señora o señorita
Ayuso, y lo tienen por dogma de fe, el comunismo ha sido derrotado a escala
planetaria, ya y para siempre. Aquello ocurrió en tiempos de don Ronaldo Reagan,
¿recuerdan? Antes, el mundo era bipolar y tropecientas mil cabezas nucleares de
misiles intercontinentales en racimo mantenían una estrategia de la tensión
basada en la disuasión mutua, o dicho en latín (en el latín actual), la deterrence.
Dichas cabezas han
sido en la actualidad desmanteladas por ambas partes contratantes, según se
afirma en algunos mentideros, aunque nadie se arriesga a poner la mano en el
fuego de que no se trate de un fake, y
en realidad todas las armas atómicas sigan ocultas en sus silos subterráneos ubicados
en lugares anónimos de una geografía borrosa, preparadas para ejercer la labor para
la que fueron creadas, si alguien debidamente autorizado oprime el botón
correspondiente.
Demos por bueno que
no es así, y hoy en día no hay bipolaridad que valga, sino globalización. ¿A cuento
de qué vendría entonces retroceder a los viejos tiempos para emprender una guerra
de Troya que ya tuvo lugar? Y lo más absurdo de todo, ¿por qué en la Comunidad
de Madrid, cuando los contendientes principales en los comicios son una señora
o señorita bastante locatis, y un filósofo rancio de la línea estoica? Seamos
sensatos.
Eso en cuanto al
comunismo. Lo de la libertad tiene más miga.
La libertad que
concibe Ayuso es la que deriva de la ausencia de reglas limitativas en una
partida de caza. Cada cual es libre de disparar sobre las piezas que se pongan
a tiro, cuantas veces quiera, mientras tenga munición. Libertad absoluta.
Del otro lado, la
liebre tendría asimismo libertad completa para dirigirse en campo abierto hacia
cualquier rincón de su preferencia, sin limitación alguna de la velocidad o los
quiebros en carrera que sea capaz de desarrollar. Si nada más hay un cazador
apostado, y tiene un arma de un alcance y una precisión mediocres, la liebre
tendrá probabilidades sustanciales de ejercer su libertad durante bastante
tiempo. Si por el contrario existe un círculo completo de cazadores bien
equipados y organizados, el campo que se abre delante de la liebre será el
mismo, pero sus probabilidades de recorrerlo sin percance se habrán reducido a,
digamos, una milésima; tal vez una diezmilésima.
Ayuso defiende tanto
la libertad de la liebre, como la del círculo de cazadores. Se opone con todas
sus fuerzas a proteger a la liebre, y se opone también a limitar
reglamentariamente las oportunidades de los cazadores de disparar contra ella.
Defiende un fair play estricto: toda
la libertad para todos, sin restricciones.
Alguien dirá que no
hay paridad entre quien tiene una posibilidad contra diez mil de sobrevivir, y
quien tiene en cambio diez mil posibilidades contra una de abatir a su presa.
Pero es esa circunstancia, precisamente, la que reviste toda la fascinación
del mundo para la glamurosa doctrina del ayusismo como variante del darwinismo
social.