El beso, escultura de Auguste
Rodin, Museo Rodin.
Et je suis tombé tout chaud, tout rôti
Contre sa bouche…
Georges BRASSENS, ‘Je me suis fait tout petit’
Hoy es el día
internacional del beso. Semejante tontería. He leído en alguna publicación
olvidable que en esta fecha se conmemora el récord absoluto de beso, que
detenta una pareja de tailandeses desde 2013. Estuvieron besándose durante 58
horas, 35 minutos y 58 segundos. ¿Alguien les preguntó si la experiencia había
valido la pena?
Escuchen, buscar un
récord cuando se da un beso es pura vanidad de vanidades. La cantidad de beso
es lo último que importa; en su performance
más acabada, se trata de una hazaña que roza lo inverosímil, pero toda ella
instantánea, espontánea, irrepetible.
Desengáñense, no
hay besos a fecha fija. Cualquier día, en particular el más inesperado, es
bueno para un beso. A cualquier hora, con sol, con lluvia, con truenos, desnudos
o vestidos los ejecutantes, a la orilla de un mar azul en calma o en mitad de
un bombardeo. Yo me apuntaría con gusto a un bombardeo si el premio fuera un
buen beso, uno que valiera la pena.
Ahí está la clave:
que valiera la pena. El beso es todo inspiración, comunicación, magnetismo, intensidad.
Importa quién te lo da, a quién se lo das. Sería deplorable despachar un beso
como si fuera un expediente administrativo.
Vendría a ser lo
mismo que le pasó a Snoopy con las decisiones. Cuando fue Jefe de los Perros,
se veía obligado a tomar muchas decisiones y eso le costaba, hubo de recurrir a
un psiquiatra, y el psiquiatra le curó la indecisión. De vuelta al techo de su
caseta, se lo explicaba a Woodstock con una gran sonrisa: «¡Es fantástico! Solo
en esta mañana, he tomado cuarenta decisiones.» Entonces, se ponía triste y añadía:
«Todas mal.»
No sirve de nada dar
muchos besos si los das mal, con desgana, por rutina; si al dar el beso número
veintinueve estás pensando ya en el treinta. Si das tu cuota proporcional de besos
un martes 13 de abril, solo porque la publicidad internacional ha establecido que
ese, y no otro, es el día adecuado para besarse las personas de forma ordenada
y políticamente correcta.
El beso que sí de
verdad vale la pena es aquel que escribió Antonio Machado (aunque él no lo
escribió exactamente así, nadie es perfecto): «¡Gracias, Petenera mía! / Por tus besos me he perdido. / Era lo que yo
quería.»