Haku en el terrado de casa, 11.2.2021
Mi jornada de
reflexión empezó anoche, a una hora avanzada. Archivé fotografías y releí notas
de lectura antiguas. Algo cuadró de pronto.
Había leído en
Grecia un e-libro de Milena Busquets, “También esto pasará”, en torno a la
muerte de su madre (Ester Tusquets) y a las vivencias relacionadas con los procesos
ineludibles de acabamiento de las personas. Un libro bien escrito, sincero, demasiado cerrado
en sí mismo sin embargo: los amores de paso, los hijos, los afectos y los
recuerdos.
Casi al desgaire, había anotado en mi cuaderno una cita. Es la siguiente: «Cualquiera que haya tenido un perro
sabe que son los perros los que nos eligen, no nosotros a ellos. Es un
reconocimiento parecido al que se da, a veces, pocas, entre dos personas, mudo,
veloz, indiscutible. Pero en los perros dura toda la vida.» Con el siguiente
añadido, unas líneas más abajo: «Si te gustan las personas, es imposible que no
te gusten los perros.»
Cuando escribí esa
cita, tenía muy presente la historia de Sieso, el perro atravesado y desconfiado,
pero lleno de afecto a su modo, de “Un amor”, la novela de Sara Mesa. Y mi cuñada
Lourdes nos había contado por teléfono que, después de cuatro meses de ausencia,
Haku seguía esperándonos todas las tardes a la misma hora, con la misma
expectación. Haku es un border collie, una raza de perros pastores escoceses incansables
y de una gran inteligencia. La hora en que Haku nos buscaba era aquella en la que,
en confinamiento, subíamos al terrado a tomar un poco de sol y de aire, y
jugábamos con él a tirarle una y otra vez una pelota de tenis más o menos
lejos, para que nos la devolviera.
De vuelta en Barcelona,
Haku y también Rita, la petanera de otro hermano de Carmen que reside en la
misma escalera, se han esforzado en demostrarnos de todas las formas posibles
que se acuerdan siempre de nosotros y que nos quieren, que formamos parte de su
mundo, que somos, no diré indispensables (los perros son animales estoicos, nada
caprichosos), pero sí decididamente compatibles con el conjunto de vivencias y
experiencias que ellos sitúan y ordenan a su alrededor.
No es que sea yo, pirsonalmente di pirsona, el favorito de
Haku y de Rita, dejémoslo claro. Yo soy el Suertudo que acompaña por lo común a
la Maravilla. La Maravilla es Carmen. Haku quiere a Carmen casi con delirio,
las fiestas que le hace son delicadas y exclusivas. Rita se pone a tirar de
la correa desde que la ve de lejos en la calle, y no para hasta lametearle la cara si puede, y tumbarse luego patas arriba delante de ella, en posición de entrega absoluta.
Yo en cambio soy solo
un sucedáneo para el cariño inabarcable de Rita, y para Haku un compañero
estimable de juego. Tengo el tino de lanzarle la pelota ni lejos ni cerca, variando
los ángulos, sorprendiéndole de pronto con una pelota rasa al rincón del
terrado que da a la fachada en lugar de buscar con una vaselina el fondo, hacia
el interior de la manzana. Cuando adivina por dónde va a ir la bola y la
intercepta en el aire, vuelve siempre a paso de parada, con un contoneo
satisfecho de sí mismo, y coloca la pelota cubierta de babas junto al sillón
que ocupo, ni demasiado cerca ni muy lejos, de modo que le dé tiempo a
observarme y adivinar por dónde irá el lanzamiento siguiente.
Pocas cosas hay más
sinceras, más incondicionales, que el cariño de un perro. Pocas más indignantes
que el abuso de ese cariño oceánico o el abandono desaprensivo, por parte de
individuos que no tienen ni la mitad de humanidad que un perro.
Carmen jugando con Haku y Rita
en el terrado (31.5.2020)