Poldemarx visto desde el puente
de la C32. Foto, Carles Rodríguez Martorell.
Tuvimos que acostumbrarnos al
hecho de que no siempre era verdad lo que decía el partido, de que no siempre
decía lo que pensaba, y de que no pensaban del mismo modo este o aquel
dirigente.
Rossana ROSSANDA, ‘La ragazza del secolo scorso’, p.
188.
Tendremos que
acostumbrarnos todos a que no existe una verdad única e infalible, científica como
puede serlo una vacuna contra el virus, en el momento de proponer soluciones sanitarias,
económicas y políticas para la situación en la que nos encontramos. Una campaña
electoral es el momento idóneo para exhibir certezas rotundas y señalar lo que
debe hacerse indefectiblemente, pero eso solo es un artificio. El artificio se
llama “liderazgo”. El liderazgo no se define; se tiene o no se tiene, y basta.
El liderazgo rectamente entendido implica una alta cuota de credibilidad ante
la opinión. En una versión degradada como la que podemos observar día a día en
esta campaña en concreto, lo que reclaman los liderazgos impostados de sus
audiencias no es credibilidad, sino credulidad.
Aragonés dice estar
seguro de que Illa pedirá el voto a Vox para gobernar; Borrás circula por el
mismo carril, y añade que Oriol Junqueras está en la cárcel por corrupto, lo
cual es tan incierto como cierto es, en cambio, que muy posiblemente ese trance
le está reservado a ella misma en un futuro próximo.
Hay un exceso de
sal gruesa, de falta de respeto, de prepotencia, en las manifestaciones de los personajes
públicos, dentro y fuera de campaña; además de una utilización espuria del “sentido común”,
el cual, como sabemos desde que nos lo contó Gramsci, es “común” solo para una
capa social y una época concreta. El argumento que le vale a la gerente del
hospital Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares, para requisar los móviles de sus pacientes de
modo que no puedan negarse a ser trasladados al Zendal, es de un sentido común
acrisolado si ustedes quieren, pero no del mío. Es más del estilo de la
ecuación que propone fusilar a 26 millones de españoles para salvar a España.
En el terreno de la
izquierda, también pasa. Por mucho que sean “los míos”, no acepto algunos de
sus mensajes, y me doy cuenta de que no son mensajes sinceros sino alambicados,
y veo también que no todos coinciden en decir lo mismo, sino que cada cual lo
explica de una forma que no casa con la consigna común.
La vida es como es,
nada propicia a las certezas. Más bien hemos de defendernos de ellas como mejor
podamos, y no comulgar precipitadamente con ciertos mensajes averiados.
Se trata de una
actitud posiblemente criticable, alguien dirá tal vez que me empeño “en no
crecer”. Quizás sí; también me empeño en no menguar.