De izquierda a derecha, Federico Martelloni, Joaquin Aparicio, Andrea Lassandari, Guido Balandi, Gigi Mariucci, Antonio Baylos y Umberto Romagnoli. Al fondo a la derecha, Joaquín Pérez Rey y Pedro Guglielmetti. Toledo, septiembre 2019. (Foto tomada en préstamo del blog ‘Según Baylos’)
Se extiende la
sensación de desamparo y provisionalidad. La pandemia nos mantiene apartados de
los ámbitos en donde acostumbrábamos a socializar, el asociacionismo ha
recibido un golpe mortal porque los clubs de lectura, los ciclos de
conferencias y las sociedades corales se ven obligados a subsistir a base de
webinares, y Amazon ha sustituido al librero de confianza que nos señalaba la
novedad editorial más adecuada a nuestras preferencias lectoras.
También las patrias
se desentienden de algún modo de nosotros. Algunas nos abruman con símbolos y
con banderas, pero las banderas y los símbolos se han banalizado y son
referentes vacíos. (También la bandera y el escudo del Barça, el último mito mohicano
de un catalanismo autosatisfecho en disolución acelerada.)
Ocurre también con
los partidos políticos. No es que fueran gran cosa últimamente, pero el hecho
de que incluso el todopoderoso PP se precarice, ponga en almoneda su sede
social y se busque la vida en la selva urbana que contribuyó a crear, es cuando
menos sintomático.
Antonio Baylos ha
publicado en su blog un hermoso “desahogo” sobre el tema: habla de lo que
representó en la agonía de la dictadura el partido clandestino como tejido
social en el que nos encontrábamos y que nos ofrecía refugio, protección, y certezas
desde las que afrontar la dureza de una realidad llena de aristas cortantes (1).
Era otra época, hoy
toda nostalgia nos está prohibida. La aldea global ha avanzado a golpe de
revoluciones tecnológicas mientras las otras, las revoluciones sociales, han ido
cayendo en el descrédito. Hay quien se moviliza con el fondo de las letras
raperas indecentes de Pablo Hasél, pero la cosa no va más allá de la consabida quema
de contenedores y el atraco ritual a los comercios.
Tenemos por delante
un gran desafío: el de construir, en lugar de seguir destruyendo
indefinidamente. Inventar alternativas donde nos dicen que no las hay. Tender
puentes (nunca levadizos) y cruzarlos para ir en busca de los otros, en lugar
de dar vueltas y vueltas en soledad, en las rotondas oscuras saturadas de
flechas indicadoras que no llevan a ninguna parte.
El hombre NO es un
lobo para el hombre. No por naturaleza.
(1) https://baylos.blogspot.com/2021/02/desahogo-electoral-la-cuestion-nacional.html.
Se recomienda leer despacio, línea a línea; no en diagonal.