Sylvia Pankhurst, ‘Cambiando la
bobina en una fábrica de hilaturas de algodón de Glasgow’. Acuarela, Tate
Collection.
El trabajo se debe diseñar para
las personas y no las personas para el trabajo.
Pedro LÓPEZ PROVENCIO, “El
trabajo de calidad”, en El Triangle
Libertad en el
trabajo no es un oxímoron. Muchos economistas tienden a considerar la fuerza de
trabajo como un fondo abstracto y fungible de energía “bruta” (en los dos
sentidos de la palabra) a disposición de la “inteligencia” de los emprendedores,
los únicos que crearían “valor”.
Hay varios
equívocos en esa consideración. El más aberrante lo expresó el ingeniero F.W. Taylor
cuando sostuvo que el mejor trabajador es el que obedece las indicaciones sin
pensar, y que un gorila amaestrado sería el obrero ideal en una fábrica
moderna.
En la historia del
mundo, la mutación fundamental se produjo cuando una especie zoológica
determinada empezó, no a valerse de herramientas para mejorar su alimentación y
su hábitat (esa inteligencia está al alcance de muchos animales), sino,
atención, a fabricar herramientas con las que fabricar y perfeccionar infinitamente
las herramientas que el medio natural no suministra.
Herramientas para
fabricar herramientas. Ese es el quid, el principio motor de la tecnología. La
historia del trabajo es la historia de la inteligencia, y también la historia
de la ardua ascensión del género humano desde el reino de la necesidad al de la
libertad.
Porque el trabajo
nos hace libres. El trabajo, no el emprendimiento, está relacionado íntimamente
con la inteligencia y con la capacidad para ser más libres. La tecnología es la
historia del trabajo dirigido a ahorrar trabajo. El emprendimiento solo está
relacionado con el aprovechamiento (privado, la mayor parte de las veces) de
los frutos del trabajo social. Creer que los dueños de las patentes son los
inteligentes, y en cambio las personas que trabajan en los laboratorios para
poner a punto las vacunas son meramente fuerza de trabajo sustituible a
voluntad del empleador, es tener una idea del mundo y del progreso bastante equivocada.
Lo anterior viene a
cuento de un artículo de Pedro López Provencio ─un experto en la calidad del trabajo
y en las formas de potenciarla─ en El
Triangle, donde el autor señala con claridad cegadora los datos del problema,
y aboga por unas condiciones de trabajo que promuevan la mayor eficacia del
resultado y la satisfacción mayor de los implicados. Dos conceptos que parecen
antagónicos, pero que de hecho son inseparables.
Es puro Marx, como
ha señalado un comentario, pero es Marx aggiornado.
El Barbudo no llegó a conocer el fordismo, el toyotismo y la “organización científica”
del trabajo. Y no vivió la situación en la que los algoritmos sustituyeron al
capataz en el control de las tareas, y en que las exigencias a los trabajadores
asalariados se multiplicaron desde la toma de posición previa de que el trabajo
humano no es más que mercancía indiferenciada, de usar y tirar.
Este es el link del artículo aludido: https://www.eltriangle.eu/es/2021/02/17/el-trabajo-de-calidad/?fbclid=IwAR1dmBUdByr5n86kyK8-c9b3a73a49XMJzDp6BrFPfzA24FHegM7GDaPvWI