Las casas encaladas y las
cúpulas azules de Oia.
Pasamos tres días en
Thira (Santorini), en septiembre de 2008. Pasión de Argonautas. Ya mi sobrino político
rodio Panayotis, que tiene un negocio de alquiler de coches en Theologos, me
contaba (en inglés, la manera más sencilla de entendernos) que el turismo de
septiembre en Rodas es muy distinto al de agosto. En agosto invaden la isla
bandadas de matrimonios jóvenes con hijos pequeños; les interesan el sol y la
playa, se hacen selfies, asaltan los supermercados, comen hamburguesas y pizzas
y espaguetis a la boloñesa, y beben mucha cocacola. En septiembre llegan las
parejas maduras que se interesan por los museos, las ruinas, la artesanía y la
cocina local.
Lo dicho para Rodas
vale para Santorini; en rigor, para cualquier isla turística griega. Pero
Santorini es especial; es un muñón telúrico, una masa ígnea solidificada
después de más de una tremenda explosión volcánica.
Su nombre es Thera
o Thira, para empezar. Santorini es deformación del nombre de Santa Irene que
le pusieron los venecianos en la Baja Edad Media, cuando andaban plantando factorías
comerciales en toda la ruta navegable hacia las especias de Oriente. Es,
técnicamente, un grupo de islas. Geológicamente es un gran cráter
semisumergido. Los acantilados descarnados de la isla principal y de su
prolongación hacia el oeste, Thirasia, se alzan en semicírculo en torno a un
abrigo natural, el antiguo cráter, que contiene en su interior dos islotes, Kaldera (sic) y
Palea Kameni (la Vieja Quemada).
El geógrafo griego Estrabón
dio noticia de una gran erupción en Thira en el año -198: «A mitad de
camino entre Thira y Thirasia, unas llamaradas brotaron del piélago por espacio
de cuatro días, de suerte que el mar hervía y ardía.» Grandes olas barrieron las islas Cícladas, Eubea,
Fenicia y Siria, y destruyeron dos terceras partes de la ciudad de Sidón. Poco
a poco, como empujada por una palanca, surgió a la superficie del mar una nueva
isla compuesta de materiales incandescentes: esa fue Palea Kameni.
Las casas blancas y cúbicas
festonean la parte superior de los acantilados de las dos aglomeraciones
urbanas principales de la isla, Fira en el centro y Oia (se pronuncia Ía) en el
norte. El efecto exótico atrae turistas de todas las latitudes. Los grandes
cruceros y los catamaranes de las navieras locales echan el ancla en el cráter, frente al
puerto de Fira. Es decir, tal como lo expresó don Luis de Góngora, ocupan «… de este,
pues, formidable de la Tierra / bostezo, el melancólico vacío…»
El acantilado de Fira, desde
Kaldera.
Pero la historia
geológica de Thira es muy anterior a los tiempos de Estrabón. Los geólogos han
determinado que en tiempos la isla tenía una extensión por lo menos tres veces
mayor a la actual y estaba coronada por un pico volcánico de unos 1500 metros
de altitud. Hacia el año 1470 a.C. una gigantesca erupción, cuatro veces más
fuerte que la presenciada por Estrabón, desintegró la isla y la sumergió parcialmente
en el Egeo. La explosión se supone superior incluso a la del volcán Krakatoa, y
de un efecto más destructivo que el de una bomba atómica.
Thira está apenas a cien kilómetros del norte
de Creta. Se supone que el cataclismo provocó la destrucción de Cnossos y de
otros asentamientos minoicos próximos a la costa. En el Egipto faraónico los
efectos fueron tremendos: el cielo se oscureció, las cenizas hacían
irrespirable el aire, las bestias y los peces morían. Fueron las siete plagas
mencionadas en la Biblia, y la descripción de la retirada de las aguas del mar Rojo con el posterior
tsunami que arrasó el ejército de Faraón, pudo ser el simple registro veraz de
un sucedido histórico.
Tómense un par de
días, cuando hayamos pasado la página de la pandemia, para una visita a
Santorini, de preferencia fuera de la temporada alta. De Lanzarote cabe decir
lo mismo, y allí verán los efectos de una erupción mucho más reciente. Y lean la novela de Julio Verne.
Es una triple ocasión de viajar al centro de la Tierra sin abandonar su superficie.
En el puerto de Fira.