‘The singing butler’, El
mayordomo cantante, de Jack Vettriano (1992). Colección particular.
Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la
espada,
miró al soslayo, fuese, y no
hubo nada.
(Miguel de CERVANTES)
Un vicepresidente
que tenemos por aquí ha señalado a Salvador Illa como el candidato de los
poderes mediáticos a la Generalitat, si bien es preciso hacer constar que a él mismo
le encanta lo mismo que critica, y de hecho su propia presencia en los medios, computada
tanto en portadas como en entrevistas prime
time, supera en mucho a la del criticado.
Voces anónimas de
la ribera del Genil han bautizado a nuestro hombre como el porculero. Como no
se trata de un vocablo admitido por la Academia de la Lengua, no sé darles una
definición solvente: ustedes mismos tendrán que hacerse una composición de
lugar a partir de los datos conocidos.
Añado uno. En una
de las profusas entrevistas con las que ameniza la mediocridad de nuestras
vidas, ha dicho el vicepresidente que, si él pudiera, no le temblaría el pulso
para nacionalizar a las farmacéuticas cuando de ello se derivara un bien para
la salud del pueblo. A continuación ha confesado que es algo que no puede hacer,
porque tan solo cuenta con 35 diputados en el Congreso.
Vamos por partes.
Primero, no deja de ser un sueño de la razón nacionalizar a empresas como
Pfizer o AstraZeneca, mayormente porque no se trata de empresas de capital nacional,
sino multinacionales. Entonces, si la posibilidad de nacionalizarlas es más
menos igual a cero, ¿qué sentido tiene cantar el “ah, si yo pudiera, bisubidú
bidú bidúa?” Ninguno.
Segundo, quien se expresa
de ese modo no es un pirata de la Malasia que tiene izada la bandera negra en
el mástil de mesana, y 35 tigres de Mompracem dispuestos a todo por la causa de
arrancar presas a despecho del inglés. Obvia el infrascrito el detalle de que es
vicepresidente (segundo, de un total de cuatro) de un gobierno normalmente
constituido, que está gobernando el país todos los días, sin faltar uno. No es
que no pueda él con sus 35 leales; es que no pueden ni el gobierno en peso ni
la mayoría parlamentaria que lo apoya, y por esa razón ni se plantea. La
pertenencia a un gobierno serio impone cierta seriedad y contención a sus
componentes. Por lo común, todos se comportan, y uno no se explica por qué no
lo hace el sujeto en cuestión.
Por qué razón, su
actitud viene a ser la del tertuliano de barra de bar después de la quinta ronda
de consumiciones alcohólicas para adobar el despotrique habitual sobre la política y los
políticos: “Fijaos lo que os digo, esto lo arreglaba yo en diez minutos.
Nacionalizaba las farmacéuticas y me quedaba tan ancho. No me temblaría el
pulso…”