En la sección de
Opinión de El País de hoy aparece un artículo de Mariana Mazzucato sobre la
BBC, esa enorme entidad cultural pública del Reino Unido. Puede parecerles que
el tema nos cae muy lejos, pero les recomiendo la lectura; Mazzucato siempre
vale la pena.
En el primer
párrafo de su artículo, critica la afirmación de Mark Carney, ex gobernador del
Banco de Inglaterra, de que desde la
crisis de 2008 las normas y las instituciones se definen ante todo por su valor
monetario. Es la eterna confusión entre valor y precio, señala Mazzucato.
En efecto, tampoco el
valor de una empresa privada se puede definir estrictamente por su precio de
mercado, puesto que hay muchas otras variables sociales a considerar: el empleo
que genera, el tipo de energía que utiliza y sus repercusiones en el medio
ambiente, o su contribución al común en impuestos y en otras posibles provisiones
sociales (comedores, escuela, cultura, actividades lúdicas).
Si eso es así en un
centro de trabajo privado, que expande una influencia determinada en el
territorio en el que está radicado, la repercusión de una institución pública como
la BBC es inmensamente mayor. La BBC llega a una audiencia de 460 millones de
personas cada semana; ¿cómo se mide esa influencia en valor monetario?
Imposible
calcularlo, imposible definir al detalle la suma de beneficios que arrastra con
sus emisiones y sus iniciativas y proyectos. Sí se ha llegado, sin embargo, a
la conclusión ─nos dice Mazzucato─ de que por cada dólar US (llámenlo euro, no cambia
el principio) del erario público invertido en producción cultural, la economía
crece 5 dólares en promedio. El efecto multiplicador en la industria del
automóvil es solo de la mitad.
Todo ello debería
llevarnos a una reconsideración del valor de lo público. Una leyenda urbana extendida
dice que lo público es lo que nos arrebata Hacienda de los bolsillos, y lo privado
el progreso que conseguimos con el sudor de nuestra frente. Los puntos débiles
de esta forma de ver las cosas son dos: de un lado, es una ley invariable (con
todas las honrosas excepciones que sin duda existen) que quien más tiene, más
defrauda, de modo que el peso de las finanzas públicas que alimentan la calidad
de vida de las personas no lo sostienen las grandes fortunas, sino la masa de
los contribuyentes medios. El otro punto débil es que, también por ley no
escrita, quienes más provecho extraen de la economía no lo hacen invirtiendo el
sudor de su propia frente privada, sino el de la frente de otros.
Las dos fallas en
el razonamiento vienen a coincidir y a servir de ejemplo práctico en la campaña
que está llevando a cabo el multimillonario Rupert Murdoch para conseguir que
el Estado deje de financiar a la BBC ─a la que considera un cuasimonopolio de
la información─ y financie en cambio su intento de consolidar en Gran Bretaña
una cadena de televisión de ultraderecha similar a la Fox News estadounidense
que él mismo puso al servicio de Donald Trump y de su intento de impugnar los
resultados electorales alegando un pucherazo que nunca existió.
De esta forma tan
cruda se diferencian en la vida real el valor monetario y el valor social.