Ventanales modernistas del Palau
de la Música Catalana.
Se ha alineado una
tormenta perfecta para vandalizar el centro de Barcelona. Los elementos
combinados para ello han sido varios e incluso contradictorios entre sí, pero
su acción conjunta está resultando desastrosa.
Las elecciones del
Día de San Valentín no han traído, que se sepa, un rebrote de la pandemia, como
vaticinaban voces agoreras, muy interesadas en un retraso estratégico (uno más)
de la puesta de urnas. Había que amortiguar el efecto Illa como fuera, y
recuperar para Waterloo el bastón de mando de las operaciones. El joven
Aragonés estaba interesado en el primer objetivo pero no en el segundo; quizás
fuera esa la razón de que firmara un aplazamiento sin los requisitos pertinentes
ni validez legal, y los tribunales le devolvieran la tostada.
En todo caso, el
resultado de las urnas ha sido posiblemente insuficiente para un cambio de
rumbo, por un lado; y por otro ha dejado posiblemente en precario a la corte de
carlins del nuevo Pretendiente Don
Carles Maria Isidre Puigdemont, que ha de afrontar ahora en compañía de Toni Comín
y Clara Ponsatí la revisión con lupa de su inmunidad europea.
Como consecuencia
de todo ello, la vuelta a la calle como ultima
ratio era obligada. Disfrazada, para no infundir sospechas, de protesta por
la “anormalidad democrática” de un país, España, donde se encarcela a la
libertad de expresión. El objetivo, entonces, de la movida concertada era debilitar
las opciones de un gobierno vertebrado en torno a Salvador Illa arropado por
otras fuerzas progresistas, y de paso impresionar a Europa para evitar la
espada de Damocles de las extradiciones con un despliegue “pacífico” y “democrático”
en el que el papel de los malvados recaería en las fuerzas represivas, pocas,
mal equipadas y mal dirigidas desde la Conselleria del Interior.
En ese esquema
importaban muy poco un mindundi, Pablo Hasel, glorificado como mártir, y un
vicepresidente indiscretamente impenitente, Pablo Manuel Iglesias, que se
otorgó a sí mismo el papel de mediador en el conflicto y recibió a cambio las
iras de tirios y de troyanos. Iglesias y Echenique tejen su propia estrategia
en este zurriburdi, atentos sobre todo a las veleidades de la rosa de los
vientos en lo alto de la torre del homenaje. Tienen margen suficiente para
encontrar soluciones a una mengua considerable de sus apoyos antes de las
próximas elecciones generales, pero sus males no se resolverán con muchos
tuits, mucha presencia escénica y más política verticista secundada por un coro
de majorettes; no estamos en tiempos
de despotismo ilustrado, y en eso más o menos ha venido a parar el amplio
movimiento surgido desde abajo el 15-M.
Borrar las posibles
secuelas del efecto Illa, por un lado, y ensalzar a Puigdemont por otro, eran entonces
los grandes objetivos de la tormenta perfecta que ha descargado sobre Barcelona.
Pero, como suele suceder, se han sumado a la cita otros vectores no previstos:
de un lado, la rabia de muchos/as jóvenes crecidos en la precariedad y el
desamparo más absoluto, sin un porvenir claro, sin un empleo decente, sin nada
en el mundo que perder. No son indepes, no sienten veneración por la Cataluña
protohistórica, y pisan las avenidas del centro de Barcelona como los furtivos
se adentran en los bosques privados donde la gran burguesía tiene establecidas
sus reservas de caza.
Las imágenes
recurrentes de los atracos con fractura en comercios de lujo va a perjudicar
posiblemente las alegaciones de Waterloo en el Parlamento europeo; el derecho
de propiedad es sagrado en la Unión, y no hay horror vacui mayor que el del propietario que ve volar sus valiosas
mercancías, saqueadas por las turbas.
Para acabar de descuadrar
las cuentas del Gran Capitán de la ANC y los CDR, entre el mogollón de fieles
que acudieron a su llamada se infiltraron comandos experimentados de la
ultraderecha, los mismos caretos ya vistos en otras ocasiones sembrando el caos
a su alrededor. Posiblemente (1) fueran ellos los que apedrearon el Palau de la
Música. Hay símbolos de la fe que son tabú para los creyentes. Me remito al
tuit de un cuarentón que participaba en la manifa y se enteró por el móvil de
lo que estaba ocurriendo en un lugar bastante alejado del cuerpo principal de
la protesta: «Que no us enredin, collons,
cap indepe tiraría ni una sola pedra al Palau de la Música. Cap ni un.»
(1) El lector
avisado se habrá dado cuenta de que es la cuarta vez que empleo el adverbio “posiblemente”
en este breve texto. Posiblemente lo haya hecho adrede, a cosica hecha.