Roser Martínez (sentada) con
Carmen Martorell, en Poldemarx.
De nada sirve
cambiar de cielos cuando se navega, si no se cambia también de alma. Es un
verso célebre del poeta latino Horacio, y un buen consejo a navegantes, de
aplicaciones múltiples. Por ejemplo, cabe aplicarlo a la reciente resolución de
la dirección de En Comú Podem, que propone la formación de un gobierno de
coalición con ERC con apoyo externo del PSC, para salvar los vetos cruzados y
dedicarse por fin a la política de las cosas.
Lluís Rabell, en la
última entrega de su blog, emplea una metáfora más directa e hiriente que la de
Horacio para expresar la misma enmienda a la totalidad: sería ─dice─ dar al
vaticanista Junqueras la eucaristía sin confesión.
Sería, negro sobre
blanco, permitir a la dubitativa ERC, el partido político más confuso de
Europa, mantener tanto su identificación espiritual con el procesismo como el
control absoluto y antidemocrático de los medios públicos de comunicación, a
cambio de rogarle que se esfuerce en arreglar algunos de los desaguisados que
ha patrocinado por activa y por pasiva desde las instituciones catalanas en los
últimos tiempos (en algún caso ultimísimos, de ayer mismo sin ir más lejos).
Sería darle la
manija de las operaciones, y un cheque en blanco en cuanto a la forma de
emprenderlas.
Lo que pretenda
conseguir Jésica Albiach por esa vía es para mí un misterio. Rabell barrunta
que se trata de una toma de posición mediática, sin recorrido ninguno. Dicho de
otro modo, un aria de bravura. Un aria de bravura “más”, hago hincapié en el
adverbio. Aquí no se percibe ninguna clave para desatascar la situación; y sí, únicamente,
una confirmación tardía de la fascinación morbosa que ejerce la idea-fuerza de
la independencia en el ánimo de unas opciones situadas en teoría en la izquierda pero convencidas, como el
Arlequín de Goldoni, de que es perfectamente posible servir simultáneamente a
dos amos y dejar a ambos satisfechos.
* * *
Ayer falleció Roser
Martínez Saborit, una histórica de las CCOO catalanas. Roser perteneció, como
yo mismo, a aquella generación de sindicalistas que asumió el compromiso de
crear una organización sólida donde solo o casi solo había un movimiento con
sus característicos puntos altos ─muy altos─ y bajos ─bajísimos─ a partir de la
realidad de las luchas de las fábricas y de la repercusión ciudadana que estas
tenían. Entre aquella primera fase caracterizada por las coordinadoras y la
extensión solidaria de las luchas, y la constitución de una central confederal edificada
sobre unos cimientos sólidos, hubo por medio mucho trabajo sacrificado y
militante. Tito Márquez, Ángel Rozas, Paco Frutos, Pepe Tablada o Jordi
Santolaria, que ya han muerto, y otros como Tomás Chicharro, Jaime Aznar, José
María Rodríguez Rovira, Bibiana Bigorra, más los dirigentes de las grandes
Uniones y de las primeras, vacilantes, Federaciones, asumieron (asumimos) ese
compromiso, más allá de la actividad de base de los líderes de las fábricas.
El trabajo de Roser
se centró en las finanzas. Fue una compañera alegre y animosa, pero también de
una exigencia absoluta, no solo y por descontado hacia ella misma, sino hacia
los demás. Las cuotas son la sangre del sindicato, y las cuotas tenían que
fluir de forma transparente, sin meandros ni retenciones, con comprobantes y
recibos, con prioridades bien marcadas, para evitar lo que en algunos momentos
se rozó: la bancarrota del proyecto.
Las broncas de
Roser a los responsables de las finanzas fueron legendarias. José Luis López
Bulla, su compañero, la ha llamado “gloria y flagelo” del sindicato. Es exacto,
fue las dos cosas, y fue una gloria del sindicato precisamente porque aplicó la
dura lex del flagelo, y no la norma
acomodaticia del conchabeo.
Descanse en paz.
Pocas personas lo habrán merecido tanto.