‘La vendedora de alcatraces’,
de Diego Rivera 1941).
No ha sido ninguna
rareza lo ocurrido en Vic. El acto electoral de Vox no iba de proselitismo,
sino de reafirmación del odio; no se dirigía a la predicación a los infieles, sino a su abominación. La respuesta de los infieles fue el apedreo: odio visceral
contra odio visceral; tanto monta, monta tanto. La batalla campal fue
fructífera para ambas partes: los dos odios enfrentados se retroalimentaron. Ninguno
de los dos ganó alguna porción de espacio, pero cada cual delimitó eficazmente
su propio terreno; nadie pescó votos en caladero ajeno, pero ambas partes blindaron
de forma eficaz el caladero propio.
Cada cual en su
casa, y el odio en la de todos. En el oasis catalán que en tiempos fue un
vergel, crece la cizaña, y las flores, los espléndidos alcatraces de los que
presumíamos en tiempos, se marchitan.
Hay pocas
esperanzas de una reconsideración global del tema catalán después del 14F. Las
posturas están “sobredelimitadas”, y no se advierte ningún corrimiento de
posiciones, aunque sí hay matices en uno y otro campo de fuerzas, que se benefician
del estiramiento de la polarización. El tema Independencia / Unión sigue siendo
el parteaguas, y dentro de cada ámbito cerrado se da una recomposición de opciones,
aguijoneada por un elemento nuevo: el odio.
Waterloo capitaliza
el odio del independentismo hacia todo lo que le es extraño, y su virulencia devora
progresivamente el terreno de Esquerra, que hasta hace un mes parecía contar
con una sólida ventaja. Los convergentes clásicos, es decir la pacífica burguesía
de los negocios turbios, ya no puntúa.
Por el otro lado
del tablero, se constata el desplazamiento muy previsible del voto que acumuló la
hoy ausente Arrimadas, en la dirección del recién aparecido Illa, un candidato que a todas luces resulta mucho más creíble; pero la gran novedad es que el discurso del odio de
Vox está ahogando al PP, a la burguesía “paralela” de los mismos negocios
turbios.
En este panorama los
Comuns intentan romper la polarización mediante la insistencia en las políticas
sociales. Es un discurso sensato, pero tiene más futuro que presente. Mientras
no se resuelva de forma clara la contradicción secundaria, “España” o “No
España”, no habrá forma de embocar la autopista de los cambios estructurales. “Lo
primero es antes”, significa también ese desafío. En el tema de las esencias no
es prudente sacar de la galera del mago una floritura llamémosle “confederal”, nueva
en esta plaza; y el discurso hamletiano de Pablo, equidistante entre el ser y
el no ser de las patrias y de los sistemas, sí es conocido, pero no vende. Detrás
de las bambalinas queda, en segundo plano y oscurecido, el discurso bien
construido de los espléndidos alcatraces: la inversión pública, las energías
limpias, las infraestructuras necesarias, la igualdad, el impulso a la cultura.
Lástima.