Al parecer de los medios,
las elecciones autonómicas de Cataluña tendrán otra vez un carácter plebiscitario.
Mala suerte para quienes deseamos un campo de visión más amplio, y estamos más
interesados en la implementación (excusen el palabro) de los remedios necesarios,
que en las señas personales de quienes los implementen.
El último “plebiscito”
iba de Independencia Sí o No. Por lo menos eso se dijo durante la campaña, que
fue fea y mentirosa, muy de usar y tirar al estilo de lo que hoy se fabrica. Salió
que No, me permito recordarlo. El plebiscito requiere mayoría cualificada de
votos, y la elección solo dio de sí para una coalición de gobierno mayoritaria
en escaños. Quienes se llenan la boca de democracia a la catalana deberían
saber distinguir entre las dos cosas.
En esta ocasión, y
siempre según los medios, vuelve el plebiscito, pero el diapasón se sitúa en un
nivel cualitativamente más bajo. La campaña ha superado a la anterior en
fealdad, suciedad y pobreza de argumentos, y la gran cuestión a resolver ahora
ha sido: Illa Sí o No. Todas las demás opciones con representación
parlamentaria, incluida alguna que aún no la tiene, cargaron en el debate de anoche
en TV3 contra Illa. Por lo menos así se comenta en la prensa, yo no vi el
debate, a TV3 ni agua.
Se convirtió, según
las reseñas, en una cuestión de Estado algo tan nimio como que Illa no quisiera
hacerse un PCR, cuestión a la que ninguno de los allí presentes estaba obligado
por ley, ni por reglamento, ni por costumbre inveterada. En lo demás, todos
apostaron contra Illa, e Illa cubrió sin gesticulaciones las apuestas en su
contra, y pidió ver las cartas. Las cartas de cada cual se verán el domingo.
El 15F se me antoja
problemático. Vetos cruzados, actas notariales por medio, una túnica sagrada
por jugarse a los dados. Un éxito (razonable, no necesariamente plebiscitario) de
Illa disparará una nueva fase, y veremos un secesionismo más montaraz y
peligroso. Recuerden lo que ocurrió en el Capitolio; pues bien, la secta de
Waterloo es la actual representante de Trump sobre la redondez de la Tierra.
Pero estos comicios
no son un plebiscito, por mucho que lo aireen así los medios, siempre interesados
en vendernos un “combate del siglo” cada seis meses. Es una ocasión ─grave, solemne─
para la ciudadanía de expresarse por medio del voto.
Voten. Voten en
conciencia, voten según su propio cálculo de pérdidas y ganancias, voten a sabiendas
de que su papeleta no es una moneda que se introduce en la ranura de un juke-box y pone en marcha un carrusel de
música y luces de colores.
Y no pretendan que,
por el hecho votar, el país vaya a estar en deuda con ustedes. Esto va de lo
que nosotros, entre todos, podemos hacer por el país; no a la inversa. El país
nos devolverá a cambio lo que buenamente pueda.
El país no es nada,
sin nosotros.