Cuarenta y cinco
minutos de cola para votar. No me había pasado nunca, supongo que es una buena
señal.
Mi distrito (Eixample)
es poco de Jéssica. Recuerdo que hace años nos hicieron una encuesta a pie de
urna a Carmen y a mí. Habíamos votado ICV. En los primeros resultados de la
noche electoral anunciaron un crecimiento de voto significativo a ICV, que
luego se desinfló como un soufflé a medida que llegaban los votos reales.
Siempre sospechamos que la culpa la había tenido quien nos preguntó al salir
del colegio precisamente a nosotros, que somos vistosamente atípicos en nuestro
barrio.
Habría querido
disponer de dos votos, hoy. Vittorio Gassman defendía en una entrevista que el
Dios Supremo había sido cicatero con nosotros: debió darnos dos vidas, no solo
una. Una es demasiado poco, tres son seguramente multitud.
De tener dos vidas,
cosa que debería haber estado prevista de ser el Cielo la democracia perfecta
que tampoco es, yo habría votado hoy con dos papeletas distintas. La expresión
de lo que deseo no me cabe en una sola. ¿Qué pasa cuando lo que quiere uno es
un gobierno de coalición de progreso, un gobierno con ingredientes diferentes,
con dos almas perfectamente legítimas, con tensiones y conflictos como la vida
misma?
No deseo vivir en una
balsa de aceite, no en un oasis con palmeras en medio del desierto, no en el
silencio del acatamiento temeroso de la alta superioridad infalible que distingue
para nosotros el bien del mal.
Estoy, como
escribió Mario Benedetti en un poema de referencia, contra los puentes
levadizos.