Grupo de viajeros en un
aeropuerto. El momento es emocionante, como ocurre siempre en tales casos, y
los aplausos, sin duda muy merecidos. Son reconocibles algunas caras de
habituales de este foro. (Foto, Carmen Martorell)
De nuevo en
Barcelona. El viaje fue todo lo bien que puede ir cuando te levantas a las
cinco de la mañana, deambulas somnoliento por los aeropuertos guardando
distancias sociales, te duele la rabadilla de tanto estar sentado en vuelo o en
tránsito, tus puntos de referencia se reducen a los WC
sucesivos que jalonan los pasillos por los que arrastras el maletín sin descuidar el seguimiento ─así en los urinarios como
fuera de ellos─ de todas las normas preventivas en pandemia, y te das cuenta de
que has perdido todo contacto con tus medios habituales de información.
Esto último casi es
lo mejor de todo el paquete. De pronto, te sientes liberado del pesado fardo de
datos poco relevantes con los que los medios y las redes te bombardean a toda
hora. Te asalta una vaga alarma por la desorientación, pero también sientes
alivio: has entrado en un paréntesis del tiempo y no eres responsable de nada
de lo que ocurra en el mundo, salvo de tu equipaje y de tu tarjeta de embarque.
Barcelona sigue más
o menos como la recordábamos, de hace ya cuatro meses. La temperatura es
benigna. Me entero con sorpresa de que el Real Madrid se ha dejado eliminar por
el Alcoyano de la Copa del Rey de fútbol. (La monarquía está decididamente en
crisis; fantaseo con que algún día el equipo blanco pase a llamarse Madrid
Republicano Club de Fútbol, y dispute ¡y gane! la Copa de la República Federal).
Una encuesta del “CIS
de Tezanos”, leo, y el tono en sí mismo del escrito es ya despectivo, da al PSC
como ganador de las inminentes elecciones catalanas. La fecha aún no está
clara, el TSJC la decidirá finalmente el 8 de febrero.
La fecha es lo de
menos, cuanto antes mejor, siempre que se aseguren las medidas preventivas
adecuadas y la gente esté a gusto votando. Yo diría que no van a hacer falta
muchos estímulos para que la ciudadanía haga cola ante las urnas, puestas por
fin con las garantías debidas donde deben estar para cumplir su función. (La
consellera Budó repartió las pasadas navidades urnas sobrantes del 1-O para los
niños pobres a los que los Magos no han traído juguetes. Dejo constancia aquí
del suceso, porque nuestros tataranietos futuros no se lo creerán, si no tienen
pruebas documentales que lo abonen. Tanta estupidez queda fuera de cualquier
hipótesis razonable; tanta estupidez, sin embargo, existe aquí y ahora.)
Puede que a ustedes
les guste Salvador Illa como president, o que no les guste. Si no les gusta, lo
mejor que pueden hacer es votar a otro/otra. Y aceptar los resultados finales.
En eso está el busilis de la cosa, no en ir aplazando la democracia hasta que
los vaticinios sean favorables a su candidato/a. Eso, disculpen que señale con
el dedo, está feo. Yo he ido a votar muchísimas veces con todos los sondeos en
contra. Si mi voto servía nada más que para que mi opción preferida no
desapareciera del horizonte político del país, ya me daba por contento.