Fischia il vento infuria la
bufera.
(Fausto AMODEI, Per i morti di
Reggio Emilia)
No es conveniente,
y seguramente tampoco posible, seguir viviendo de ilusiones. Este no es un país
democrático hasta el tuétano. Los militantes de Vox no son alienígenas. Los
militares jubilados que sueñan con el fusilamiento de millones de españoles “”díscolos”,
se consideran a sí mismos representativos de un sector importante de la
opinión. Hay fascismo explícito en el comportamiento de Josep Sort, presidente
de un partido político legal, Reagrupament, al hacer públicos, no de forma
episódica sino con reiteración, unos tuits truculentos que señalan su desvarío
y que no reproduzco en esta bitácora por no ensuciarla gratuitamente. En la
plaza Mayor de Vic (Osona, Cataluña), los CDR han desplegado una bandera negra
adornada con los símbolos consabidos del independentismo.
Son los modos y los
desahogos de una ultraderecha viva y operante. No estoy diciendo que los
nacional-populismos sean en sí mismos fascismo, digo solo que no hay líneas
rojas de demarcación entre una ideología y la otra, y que existe entre
ambas una amplia zona de sombra, zona por la que se aventuran resueltamente
personajes que reclaman a los cuatro vientos su “libertad de expresión” frente
al aherrojamiento de la “corrección política”.
Somos una sociedad
débil, fragmentada, indefensa, precaria, puteada. Una sociedad que dejó en
algún momento de creer en el Estado, en las instituciones democráticas, en la Administración
de Justicia, en los partidos políticos, en los sindicatos, en todo el cemento
que (bien o mal) cohesiona a las personas, y desde entonces vive encerrada en
su individualidad desnuda en lugar de abrirse a lo otro, a lo distinto, a lo
que nos interpela.
El confinamiento pandémico
viene de antes, el coronavirus no tiene arte ni parte en este declive de la
sociabilidad y la juridicidad. En algún momento alguien determinó que no
existen más que dos realidades: el egoísmo individual y el mercado global.
Urge reaccionar
para que los dictadores en embrión no nos impongan SU libertad. Abrir puertas y
ventanas, encontrarnos con “los otros” e interactuar con ellos en las calles o
en las redes, construir alternativas, ya sean presenciales o bien on line, que
nos impliquen más allá de nuestra zona de confort (de desconfort, más bien).
No hemos de dejar pasar
bajo ningún pretexto al fascismo que, de vuelta cuarenta años después, reclama
carta de legitimidad.
No es asunto para
bromear: ese fascismo tiene en la recámara de su arma de fuego una bala
destinada a ti.