Bonaparte abucheado por el
Consejo de los Quinientos en Saint-Cloud, el 19 de Brumario. Detalle de la
pintura de François Bouchot.
Traduzco al
castellano una frase de un tuit de Joan Coscubiela: «No hay nada peor para una fuerza
política que romper el vínculo emocional con su gente.»
Se trata de una
asignatura que no se enseña en las universidades. Hay errores perdonables,
otros lo son menos; hay gente que trabaja a piñón fijo y perdona incluso los
errores menos perdonables, pero no es ese el dato, sino el impacto negativo en
el electorado potencial. No importa tanto lo que se ha dicho, sino cómo ha sido
entendido por la gente más afín a la fuerza política de que se trate.
En 1804, el primer
cónsul Bonaparte se convenció por alguna habladuría indiscreta de que el joven
Luis Antonio Enrique de Borbón-Condé, duque de Enghien, estaba implicado en la
conjura urdida por Cadoudal y Pichegru para asesinarle. Hizo detener al duque,
que fue juzgado sin mayores garantías por un consejo de guerra, y fusilado. En
todo momento había negado cualquier clase de participación en los hechos que se
le atribuían.
El gélido jefe de
la policía, Joseph Fouché, que consiguió pasar sin tropiezos del Antiguo
Régimen a la Revolución, al Imperio y a la Restauración, calificó de este modo
el suceso: «Ha sido peor que un crimen, ha sido un error.»
De crímenes, había
para parar un tren en aquellos años; errores, nadie podía permitirse el más mínimo.
Iba la cabeza, literalmente, en el envite
Napoleón, sin
embargo, consiguió superar el tropiezo y sus adversas consecuencias diplomáticas.
Luego siguió lo que siguió: una larguísima serie de guerras contra distintas
coaliciones europeas. Éxitos asombrosos y crudas derrotas. Un hombre que se
consideraba a sí mismo superior a los que le rodeaban y estaba convencido de
poder imponer su voluntad a una gran nación; más aún, al mundo.
Seguramente todo
podía haber sido más fácil de otro modo. Fouché no tenía escrúpulos, pero detestaba
las inoportunidades. Puestos a elegir entre los dos grandes hombres, todos nos
inclinaríamos por Napoleón, sin dudarlo.
No obstante…