Energúmenos armados, en el
Capitolio de Washington (de los periódicos).
Esto ya lo habíamos
vivido, un 23 de febrero. Curiosamente, los estamentos más afines al golpe
neofranquista olvidan esa fecha y señalan otras elegidas un poco al azar, como
la toma de posesión del gobierno de Moreno Bonilla en Andalucía. Alberto Rivera
lo ha hecho. Desde Vox también se han significado en el mismo sentido. Después
de jalear de forma consistente a Trump y al trumpismo durante años, nuestras
derechas más genuinas lo abandonan con armas y bagajes en mitad de su intento
de paso del Rubicón. Son paradojas de una política en la que no hay avance ni
perspectiva, sino solo un eterno retorno.
Renuncio a ir más
allá en la búsqueda de semejanzas entre lo sucedido en Washington y situaciones
de presión extrema que hemos vivido reiteradamente en nuestras cámaras
representativas en los últimos tiempos. Solo dejo una constatación: cuando el
teniente coronel de la Guardia civil Antonio Tejero irrumpió en el Congreso con
el arma reglamentaria desenfundada y gritó lo de “Todo el mundo al suelo”, dábamos
por seguro que aquella intentona de interrumpir por la fuerza nuestra
transición a la Democracia con mayúscula, era nada más un espantajo del pasado.
Y sin embargo, nos
pasó inadvertida una segunda faceta del evento: aquello era también una
premonición del futuro. Solo ahora que vemos al shamán de los cuernos de búfalo
y la cara pintada con los colores de una bandera, caemos en la cuenta de que no
hay nada nuevo bajo el sol. El Ouroboros, fin y principio que se muerde la cola,
existe en la realidad, y ya los antiguos nos habían avisado con urgencia de que
el deterioro de la democracia conduce al imperio de la demagogia, y que el
imperio de la demagogia se resuelve en la aparición de demiurgos provistos o no
de certificado de autenticidad.
La democracia no
depende exclusivamente de los números. Si fuera así, tendría sentido la orden
de Trump a su muñidor en Georgia: «Encuéntrame donde sea esos putos siete mil
votos.» La democracia es un marco de convivencia, aceptable y aceptado por
todos. Las conductas antidemocráticas lo son aunque cuenten con la aritmética
de los votos a su favor.
Raül Romeva ha
manifestado que la independencia de Cataluña solo será posible con un 80% de votos
favorables. Puede parecer una constatación constructiva: es simplemente una
constatación tonta. O se aborda todo el problema de Cataluña desde una óptica
distinta, inclusiva y cooperativa, o lo mismo dan ocho que ochenta.
Y Alberto Rivera ha
conseguido el récord Guinness al comentario más tonto sobre el asalto al
Capitolio. Sabíamos de las altas cualidades de Alberto en esa dirección, pero
su declaración ha sobrepasado de largo nuestras expectativas.
Mientras, siguen
las vacunaciones a marchas más o menos forzadas según los lugares; y mi
admirada Najat el-Hachmi ha ganado el Premio Nadal con una nueva novela sobre
la marginación de las minorías étnicas, religiosas y sexuales. Y en todo el
país, los juguetes apresuradamente distribuidos por tres Magos han llegado
felizmente a su destino…, menos cuando no han llegado. Son temas dignos de
comentario, pero este se ha visto eclipsado en las prioridades informativas por
la llamativa presencia de una cornamenta de búfalo en las pantallas de las
cadenas de TV y en las portadas de los medios de todo el mundo sin excepción.