El mundo se está
volviendo loco, sugiere Pere Aragonés al criticar al todavía no candidato
Salvador Illa: «Un ministro de España pretende ser president de la Generalitat.»
Como si dijéramos, un 155 permanente.
¿Inaudito?
¿Intolerable? ¿El Diluvio? Con letra del inolvidable Ovidi Montllor, le
cantaría a don Pere con sorna mediterránea: “No
es preocupi, senyor, això ja sol pasar.”
Y es que hay un
cortocircuito mental en la afirmación de don Pere Aragonés, una falla tectónica
más profunda que el Rift Valley.
Conviene explicarlo
despacio, para que se entienda bien: el senyor
Illa no es ministro como quien es de Móstoles o de Dinamarca, como quien es
cojo o poeta simbolista. El ministerio no es una marca indeleble que acompaña a
una persona toda la vida y conforma su personalidad entera. De ser así las
cosas, yo podría decir de doña Laura Borrás: “Diputada al Parlamento español nada
menos, y pretende la tía ser presidenta de Cataluña, vaya cara.”
Es peor aún, de
veras. Mírese con atención don Pere Aragonés a sí mismo, y descubrirá tarde o
temprano que carece de los preceptivos ocho apellidos catalanes para ser un
auténtico pura sangre. En este peligroso tipo de inquisiciones, todos vamos al
retortero.
Añade Aragonés en
su declaración de precampaña que la fecha del 14F también es un impedimento, y
pide sensatez para que se aplacen los comicios y eliminar así “cualquier sombra
de ilegitimidad”. El escrúpulo le honra, cómo no, pero le honraría aún más si
no considerara el resultado de las urnas puestas el 1-O como un mandato
democrático impoluto, a pesar de la falta de garantías de todo tipo, de igualdad
de acceso a los medios, de control del recuento, y tantas otras deficiencias no
enmendables que no impiden a don Pere considerar aquello como un mandato
inapelable del pueblo catalán.
Tan primmirat para unas cosas, y tanta manga
ancha para otras. Esto no es serio, señor vicepresidente en funciones. ¿Un
Aragonés, y pretende encaramarse de bóbilis a la presidencia de la Generalitat?
¡Vamos!