Detalle de la mesa servida en un piso de Egáleo, ayer domingo. Carmen no hizo en esta ocasión cocina-fusión, sino la distopía misma: un plato genuinamente ampurdanés en el centro de la Hélade milenaria, mandonguilles amb sípia i pèsols. Mi nieto Mihail hace unos años, cuando aún tenía algunos titubeos con el idioma, las llamaba “mandonguidonguilles”. Ayer se comió unas veinte.
Por una parte me siento identificado con Pablo Casado: yo
soy también muy malo manejando la pala. Un ejemplo: hace muchos años, después
de un nevadón en Cercedilla, andaba yo intentando despejar el acceso a la casa
de mi hermana, y Pascual, el guardés (en Cataluña habríamos dicho “el masover”)
me la quitó de las manos con la siguiente sentencia críptica, refunfuñada entre
dientes: «También para obispo hay que nacer.» Que yo no supe interpretar a mi
gusto, pero que me pareció ominosa en fondo y forma.
Por otra parte, hay entre Casado y yo una discrepancia
importante, y no me refiero ahora a la ideología. De haber yo ─con mi artrosis actual,
poca broma─ intentado limpiar los accesos a donde fuere, así en Madrid como en
cualquier otro lugar de la meseta donde también haya nevado mucho, lo último
que permitiría es que una cámara me grabase.
Tampoco daría después una rueda de prensa. Uno debe conocer
sus limitaciones, y aceptarlas. Lo mío ni es la pala, ni es la rueda. Sería de
un ridículo espantoso soltar por la tele alguna forma de jactancia vacía: «¡A ver
si viene el presidente Sánchez y mejora esto!». Y que viniera Sánchez en
efecto, y lo mejorara. No le habría costado apenas, el listón estaría bajísimo,
así en mi caso como en el de Casado.
He hecho mención más arriba, entre guiones, de mi
artrosis en la cadera derecha. Tenía previsto operarme este verano pasado, lo
había programado con mi médico; pero la pandemia lo echó todo a rodar.
Entonces, ahora que vienen los fríos, mi cadera se está insolentando. Si se
fijan en la fotografía que colgué ayer en el blog, estoy plantado delante del
Teatro del Pireo con una leve inclinación a un lado porque me apoyo en un
bastón. El bastón es delgado y la escasa luz lo disimula bastante bien, pero el
dato es el dato. Paco Frutos, de Can Mías de Calella, tenía para explicar ese
tipo de cosas una frase que repetía de cuando en cuando a propósito de lo que
fuera: «Con estos mimbres se ha de hacer el cesto.»
Lo cual, expresado con una concisión ejemplar, contiene
tres aseveraciones distintas, incontrovertibles y enlazadas entre ellas. Son
las siguientes:
1, Se ha de hacer el cesto (no hay más cojones que hacerlo,
si desean ustedes un énfasis mayor).
2, Los únicos mimbres disponibles son los que aquí se ven,
nadie se llame a engaño.
3, Esto es lo que hay, compañeras y compañeros.
La fórmula de Paco, como la de don Venancio Sacristán tan
publicitada desde un blog vecino, es aplicable a realidades distintas. Vale
para mi escasa habilidad en el manejo de la pala, para la necesidad de bastón,
y también, sin forzar demasiado la perspectiva, para esta situación rara que
vivimos, no tan solo en relación con la pandemia y la borrasca, no únicamente
en el Capitolio de Washington y sus aledaños, no estrictamente en Cataluña en relación
con las elecciones inminentes.