En mi ingenuidad, estaba convencido de que Salvador Illa
es Clark Kent. El aspecto inofensivo, el traje gris, el habla razonable y
pacífica, las gafas de tímido insuperable. Todo concordaba. En cualquier
callejón oscuro se quitaría el disfraz demasiado evidente (todos concuerdan en
que Illa no es lo que parece), y aparecerían las mallas azules resaltando los
poderosos bíceps y la tableta muy marcada de los abdominales. Illa con
superpoderes, Illa volando entre los rascacielos de Metròpolis (atención a la dirección de la tilde) para evitar las catástrofes inminentes con supervelocidad y entregar en
vuelo rasante a los Mossos a todos los pillos irredentos que urden sus maldades
agazapados en los bajos fondos.
Bueno, pues no. El inicio de la campaña electoral me ha
traído un doloroso desengaño. Illa no es mi superhéroe, sino mi supervillano.
Algo así como un cruce de Nicolás Maduro con Julian Assange, más peligroso aún
porque se disfraza de superhéroe disfrazado de persona normalísima.
Illa es Lex Luthor, y de alguna manera se ha agenciado
kryptonita para maniatar en el ciberespacio a su poderoso rival de tantas
historietas. Atención a “Lex” Illa. Cuidado con él, ha venido a alborotar el
gallinero, es el candidato de Cs, del 155, del Ibex, de Vox… Todo en uno, un “Lex”
multiuso pagadero en cómodos plazos. Es además el candidato de los poderes
mediáticos y de los económicos, se puede decir más alto, pero no más claro.
Oju, este no es el Salvador que anunciaron los Profetas,
no es el Mesías, sino un Mesiílla todo lo más. Es un impostor. Habla de un
reencuentro de Cataluña con España, ¿a quién le interesa eso? El único
reencuentro apetecible es otro dramático choque de trenes, para el cual vamos
ya a colocarnos en trayectoria de colisión y pisar de una vez el acelerador a
fondo.