El estrecho camino de la legalidad (metáfora).
. Ano Syros, 2020.
El GOP (Great Old
Party), es decir el partido republicano de los Estados Unidos, ha rectificado
parcialmente su desvarío trumpista, lo cual ha facilitado la aplicación oportuna
de la regla del impeachment, que en
un primer intento no había funcionado.
Es una buena
noticia, aunque haya sucedido en los minutos de la basura del mandato de Donald
Trump, un paranoico decidido a utilizar todas sus prerrogativas para hacer daño
a la democracia americana; la más antigua de las democracias modernas, un dato
para no olvidar.
Cabe suponer que la
medida permitirá abortar una potencial “traca final” del Carioco de la Casa
Blanca, sobre la que alertan investigaciones del FBI. La defensa de la
democracia se ejerce siempre en modo activo, y no por pasiva. Nada puede dejarse
al laissez-faire ni darse por
supuesto en este terreno, porque el concepto de “democracia” remite directamente
a los derechos esenciales de las personas: a sus derechos políticos en primer
lugar, pero a partir de ahí, y en cascada, a todos sus derechos sociales e individuales,
que, privados del marco institucional adecuado, dejan de existir.
Al parar los pies a
la antipolítica y a la infracción consciente del marco de garantías y
equilibrios de poder que implica una democracia, se está ahondando en la raíz misma
de las cosas de cada día, las cosas de comer. Toda infección, todo escamoteo de
las leyes que la comunidad se ha dado a sí misma, generan desamparo y ponen en
peligro de varias maneras las vidas de las personas.
En nuestra joven
democracia, en nuestra Constitución que aún no llega al medio siglo de
existencia, no hay apenas providencias contra la antipolítica ni contra el abuso
de poder. Se trata de una Constitución buenista, para expresarlo de alguna
forma. Aún perdura el eco de Cádiz, donde se escribió que los españoles somos
justos y benéficos. Y una mierda.
Está, sí, el artículo
155 respecto de las autonomías. Solo ha sido utilizado en una ocasión (bien
utilizado, nada que reprochar), pero bien podría resucitarse ahora mismo para
corregir la situación extrema por la que atraviesa la CAM. Por escrúpulo
garantista, se concibe en un sentido muy restringido la incapacidad de las
autonomías para cumplir su función en relación al conjunto del país; y en
consecuencia, las medidas abiertamente sediciosas e insolidarias del actual “Madridexit”
tienden a pasar inadvertidas para los expertos, cubiertas como están bajo kilómetros
de banderas constitucionales. Algo falla, Madrid incumple sus obligaciones con
la España que tiene siempre en boca, y no pasa nada.
Algo falla también cuando
se extiende, sin cobertura jurídica contrastada, la inviolabilidad jurídica prevista
para las máximas personalidades del Estado, hasta una impunidad de facto y sin límite para cualquier
enjuague privado en el que se impliquen. No puede entenderse el respeto a la monarquía
como un absoluto; el respeto, o se merece, o no es nada. Los monárquicos deberían
ser los primeros en darse cuenta de que no fortalecen su sentimiento sincero en
favor de la institución, si siguen haciendo la ola a un hooligan que nos ha meado a todos en la boca abierta.
No lo digo por esa
comisión parlamentaria que no se va a concretar por escrúpulos de los gobernantes
del PSOE. Es ya historia que nuestras comisiones parlamentarias son por regla
general telegénicas, pero no eficaces.
Lo digo porque
necesitamos con urgencia vacunas contrastadas, también para este virus que
desmejora de día en día nuestra democracia febril, taquicárdica y con ahogos intermitentes.
Lo primero es antes, sin duda; pero en punto a prevención, no habrá de dejarse
para muy luego un aumento de la vigilancia, una dinamización de las alertas tempranas,
y un avance rápido en la creación de cortafuegos para que no se nos queme el
bosque, cualquier día.