Me imagino que los
móviles deben de estar echando humo, en este interregno accidentado entre las
elecciones y la formación oficial del Parlament que decidirá el nuevo gobierno
de Cataluña.
Si los móviles
permanecieran en silencio, sería una mala señal: la de que todo el pescado
estaba ya vendido. Quiero creer que no es así, que sigue habiendo margen para
la negociación y para la imaginación al poder. Tomemos las propuestas de Jésica
Albiach por lo que valen, un globo sonda, y esperemos la reacción de las demás
partes contratantes. No son momentos para vetos cruzados ni líneas rojas: el
fascismo está sentado en la antesala del poder, como un pretendiente más; y
cuando hablo de fascismo, no me refiero solo a Vox.
Tengo una magnífica
receta que ofrecer gratis et amore a
las opciones para un gobierno de progreso concernidas. Viene en el libro que
acabo de leer, “Madres e hijos” de Theodor Kallifatides (Galaxia Gutenberg
2020, traducción de Selma Ancira), producto de mi desesperada incursión en una librería
recién abierta, después de un prolongado mono de lectura.
El libro cuenta la
historia de la familia Kallifatides, a partir de un viaje desde Suecia de
Theodor (68 años) para visitar a su madre Antonía (92 años) en el barrio
ateniense de Ghizi. Theodor charla sobre todo y toma de vez en cuando notas con
vistas al libro que quiere escribir. Su madre se da cuenta.
─Si estás pensando escribir un libro sobre mí, no
quiero sexo ni palabrotas.
─Cálmate, mamá.
─Solo te lo digo para que lo sepas. A mí no me engañas,
comadrejita de mi vida.
“Comadrejita”, o
también “orgullo de mi vida”, son los piropos un poco anticuados para nuestra
mentalidad, pero muy expresivos, que ella le dedica. Y cocina para él platos
sabrosos e imaginativos cuyos ingredientes baja ella misma a comprar en un
barrio donde «todos la conocen. Ha vivido
ahí más que cualquiera de las otras personas.»
Un día Theodor,
bloc de notas en mano, le pregunta por su receta para cocinar las verduras.
Ella le contesta, y añade algo que es la sustancia de mi recomendación a los
políticos de cuyas decisiones estamos pendientes:
─Lo más importante es que ames a quienes van a comer
tu comida. Y que no te olvides de bailar delante de la cacerola.
─¿Me estás tomando el pelo?
─Para nada. Cocineros y cocineras desdichados son la
causa más frecuente de la mala comida.
También de la mala
política, pienso yo.