Las opciones
independentistas siguen en sus laboriosos trabajos para formar un gobierno que
nadie les ha pedido. Joan Tardà, el prominente botifler de Esquerra, ha comentado que un nuevo Govern de su
formación con Junts sería un fracaso y “un Vietnam diario”. Se trata de una
imagen potente, que puede entenderse de distintas formas. Yo lo entiendo en el
sentido de que el territorio de Esquerra sería bombardeado con napalm todos los
días. Y con defoliante. No es que no crecerían brotes verdes, es que el
resultado sería pura y simplemente “tierra quemada” y punto.
El territorio de
Esquerra es, de alguna forma, también el nuestro. Estamos en la misma Cataluña.
Y en mi opinión, Tardà no exagera ni un pelín.
Nos llegan noticias
de que los Junts estarían dispuestos a dejar a la CUP la presidencia del Parlament
solo en el caso de tener a cambio el control absoluto de TV3 y los restantes
medios públicos de comunicación de la Generalitat. Dicho de forma solo un
poquito más cruda, el aparato de propaganda. Recuerden a Goebbels. El govern
quedaría nominalmente en manos del joven Aragonés, sin el menor margen de
maniobra. Las baterías mediáticas estarían apuntadas en su dirección. A una
señal, harían fuego de barrera. Junts se vería en la posición privilegiada de tener
el control sin el desgaste de gobernar, un momio político al que la CUP ya ha
llegado por sus propios medios desde hace años y que viene siendo premiado
reiteradamente con la fidelidad del voto de sus incondicionales, las nuevas y
prometedoras levas de las familias de casa bien.
Cabe la posibilidad
de que algún ingenuo se pregunte para qué todo ese constructo. ¿Se quiere la
independencia real? No lo parece. ¿Se desea la salida de la cárcel de los
políticos presos? No hay en ninguna parte signos de tal cosa, incluso uno de
los Jordis ha sentenciado que nosotros los catalanes, en la larga travesía del
desierto que nos espera, hemos de estar dispuestos a enviar a nuestros hijos a vivir
en las cárceles españolas. Quizá para los más seniors, como yo, se incluyan en
el cupo también los nietos. Pues qué bien.
La peculiar
democracia catalana contrasta vivamente con la falta de democracia en Europa,
donde solo la ultraderecha y alguna izquierda despistada apoyaron la inmunidad
por la cara del Gran Timonel; y con la patente falta de democracia de España,
que llega a los extremos de exigir que se respeten las leyes y no se asalte, al
abordaje y con el sable entre los dientes, la Constitución vigente.
La conclusión de
tanto desatino es la que Tardà nos ha explicado con una imagen clarividente:
esto va a ser otro Vietnam.
Ya lo está siendo.