Or,
j’avais hérité d’grand-père
Un' pair' de bott’s pointu’s
S’il y a des coups d’pied que’que part qui s’perdent
C’lui-là toucha son but
Georges
BRASSENS, ‘Grand-Père’
Hoy llego a la cita diaria con el blog algo retrasado. Mi
intención era hablarles de Carmen Laforet, que en septiembre habría cumplido cien
años, y que ha merecido un magnífico artículo de Anna Batallé en Babelia. Quedará
para mañana, si dios quiere y la justicia no nos prende.
A eso de las once he empezado a sentirme mal: mareo,
visión borrosa, un dolor incómodo que me recorría el brazo izquierdo, y una
hinchazón del estómago muy evidente. Si paseaba, sentía la necesidad de
tumbarme; si me tumbaba, la de estar sentado. No hacía especialmente frío, pero
me he envuelto en una manta. También me he tomado la presión, y estaba
disparada. Yo me he visto favorecido por la naturaleza, debido a mis numerosos
pecados de todo tipo, con una gastritis aguda y severa, diagnosticada hace ya
cerca de cuarenta años. Esta mañana, mi gastritis se ha puesto a galopar.
Carmen ha llamado al CAP, y me tienen controlado a
distancia. El médico de Urgencias nos llamará esta tarde para ver cómo siguen
los acontecimientos. Mientras, me he contentado con ingerir paracetamol y almorzar
una compota de manzana preparada por Carmen ─riquísima─, mezclada con un yogur
desnatado. Era esencial tapizar un poco los tejidos irritados.
Tenía en marcha el ordenador, y como he podido, he ido
siguiendo en facebook de forma sincopada las novedades de los amigos. Resulta que
a Daniel Martín le han hecho la prueba y ha dado positivo del bicho. No pasa nada,
Dani, de esas y otras más apuradas hemos salido. Ahora bien, me pregunto y te
pregunto: ¿tendrá alguna relación lo que nos está pasando ahora mismo con las indigestas
pollas en vinagre ─como las llamáis en Izavieja─ con las que nos quieren hacer
comulgar?
Finalizada mi exposición del memorial de dolencias, llego
entonces a la carta de batalla. Esto va en serio, damas y caballeros
enredadores, emborronadores y aprovechados de la política. Tengo en el armario
unas botas acabadas en punta, en bastante buen estado. No son las botas de
siete leguas del marqués de Carabás, pero tampoco pierden mucho en la
comparación. Y como dice Brassens en una de sus canciones de utilidad
polivalente y multifuncional, es posible que en alguna parte haya puntapiés que
se pierdan en el vacío, pero los míos llegarán con total precisión y seguridad al
culo elegido.
Es un aviso a navegantes. Como nos enseñó el Redentor, “no
jodáis y no seréis jodidos.”