domingo, 21 de marzo de 2021

OTRO SOROLLA

 


Joaquín Sorolla i Bastida, ‘Clotilde con traje de noche’, 1910. Casa-Museo Sorolla, Madrid.

 

Madrid puede ser una ciudad muy inhóspita. En mis años sindicales, cuando la negociación de un convenio me llevaba allá, tenía dos refugios de preferencia. Frente al piso de la calle Alcalá donde negociábamos el convenio del Papel se abría el parque del Retiro, y a mí me gustaba en ratos libres llegarme hasta el pequeño estanque que se extiende debajo de la Casa (o Palacio) de Velázquez, y a orillas del Palacio de Cristal. Un rincón idílico, incontaminado en más de un sentido.

Mi otro lugar de reposo era la Casa-Museo Sorolla, en la avenida Martínez Campos, a diez minutos de paseo desde el domicilio de mis padres. Es un rincón encantador: una casa de dos pisos con jardín, espacios amplios y mucha luz. En ella se guarda una colección de obras del pintor, señaladamente algunas que no fueron creadas de encargo sino pintadas para sí mismo.

Sorolla fue uno de esos artistas que siguen el gusto de su época, no necesariamente buen gusto, y producen sobre todo para vender. Se dio a conocer en 1884 al ser distinguido con la medalla de segunda clase en la Exposición Nacional, por una composición titulada “Defensa del parque de artillería de Monteleón”. El tema y el estilo iban dirigidos de forma consciente a la consecución del premio. Eran un exponente bien cocinado del género que no muchos años después los representantes de las vanguardias definirían como “putrefacto”.

No estaba muy lejos de esa valoración el criterio personal del autor. A un conocido que le felicitó por su éxito, le comentó de forma destemplada: «Aquí, para darse a conocer y ganar medallas, hay que hacer muertos.»

Su etapa de realismo social, sus pinturas casi impresionistas al aire libre y la serie sobre España del gran encargo de la Hispanic Society, contienen mucha calidad técnica unida a una atención invariable al gusto del cliente, más que al suyo propio. Siempre se advierte en Sorolla una “transacción de conveniencia” entre ambos extremos.

Pero sus preferencias íntimas revelan también un cierto eclecticismo. Estudió a fondo a Velázquez, un pintor de corte que trascendió de largo la cortesanía, y en dos visitas a París entró en contacto con el impresionismo pero prestó más atención a la obra más “clásica” de Édouard Manet, y a algunos retratistas notables del momento, como John Singer Sargent. Ese “otro” aprendizaje se plasmó en algunas obras hechas por simple placer, para sí mismo, sin ánimo comercial. En un lugar destacado de la sala-estudio de su casa-museo está el gran retrato de su esposa, Clotilde García del Castillo, en traje de noche, que es Sorolla y es al mismo tiempo Velázquez y Manet y Sargent.

Pongo abajo como término de comparación el retrato de lady Agnew of Locknaw (1892) de Sargent, que se conserva en el Museo Nacional de Escocia, en Edimburgo. Paleta de colores absolutamente distinta, visión estética similar en los dos artistas.