Las Montoneras de Nicolás de
Piérola Villena entrando a Lima por la Puerta de Cocharca, 17 marzo 1895
(Fuente, Wikipedia).
Madrid habrá de
elegir entre socialismo y libertad, dijo Isabel Díaz Ayuso en el acto de
disolver la Asamblea autonómica. Pero, obviamente, se estaba refiriendo a la
libertad entendida a su modo, es decir a la montonera.
Lo ha demostrado de
inmediato su amiguete Santiago Abascal, que convocó una rueda de prensa en la
plaza Belluga de Murcia en desagravio por la moción de censura que han puesto
las hordas contra el gobierno apostólico presidido por Fernando López Miras, un
gobierno que refleja las esencias de la libertad montonerizada: corrupción,
prepotencia, nepotismo, triduos y procesiones, caza y toros.
La “rueda de prensa”
de Abascal degeneró en un mitin de Bibaspaña, coreado por un mogollón de
secuaces sin mascarillas ni distancia social ni permiso gubernativo. A la plaza
Belluga (*), centro histórico y político de la ciudad de Murcia, se asoman la
catedral de Santa María, el majestuoso Palacio Episcopal y el llamado Anexo de
la Casa Consistorial, obra novísima de Rafael Moneo. Dios, el obispo y el
alcalde en santísima trinidad. No había mejor escenario para reclamar a
micrófono pelado la montonera dentro de un orden, sin confundir en ningún caso dicha
montonera con el montoneraje practicado por las y los feministas en sus
aquelarres de los ocho eme.
En el blog de aquí
al lado recordaba ayer el maestro Bulla a los títeres de cachiporra, famosos en
tiempos en los que aún no habían aparecido Sálvame ni Netflix. Títeres de
cachiporra es una bella descripción del comportamiento de Ayuso y Abascal, ese
dúo dinámico de nuestra derecha más derecha. Él sale siempre como un resorte,
garrote en mano, en defensa de lo que le manden, y ella no sabe/no puede tomar
decisiones si no es previo recurso a la app inserta en su móvil que le permite
recibir las instrucciones del caso, filtradas a distancia por su asesor MAR (**).
La libertad de la
derecha no es sino un títere de cachiporra, desafiante y obediente a la vez,
dispuesto a apalear sin contemplaciones al vecino siempre que se lo permitan
los hilos invisibles que lo ligan a las manos que manejan el tinglado detrás
del telón.
El único fallo que se
puede achacar a estos líderes de montonera atados y bien atados es el discurso.
Ahí fallan de forma estrepitosa. Andamos echando de menos el aticismo y la fina
elocuencia de Mariano Rajoy y Dolores de Cospedal. ¡Aquellos eran próceres!
(*) El cardenal
Luis Antonio de Belluga y Moncada, para quien lo ignore, fue virrey de Murcia y
Valencia en el siglo XVIII. Un símbolo de poder religioso y civil.
(**) MAR, para
quien lo ignore, es Miguel Ángel Rodríguez, una emanación tóxica del poder fáctico
difuso.