La nueva “movida” pandémica madrileña,
después del toque de queda.
Leo en la
Vanguardia la alarma que nos transmite Enric Juliana sobre las elecciones autonómicas
madrileñas, y acto seguido me llega, en el mismo sentido, la entrega diaria del
blog Metiendo Bulla, una de las fuentes preciosas de opinión que riegan el
territorio más bien áspero de nuestra izquierda. Coincido en líneas generales con
la opinión de Juliana y de Bulla, pero se me ocurre un añadido importante a lo
que ellos dicen, sin embargo: esa embestida (“embestidura”, que escribía un
amigo hará un par de días a propósito de Cataluña) perceptible de las derechas
no obedece a un plan estratégico global (reconstituir un “centro-derecha” vincente, según el sueño húmedo de
Casado), ni tiene visos inmediatos de hegemonizar el panorama político: la
moción de censura en la autonomía murciana, por ejemplo, se sofocó en los
minutos del descuento tirando de talonario; pero en Murcia capital, la censura
salió adelante.
Entonces, el
mordiente de la actual ofensiva casadista no obedece a una maniobra de amplio
respiro tendente a una recomposición de fuerzas, sino al aprieto creciente en
que se encuentra la burbuja madrileña, faraónica, disfuncional y no sostenible,
debido a la pérdida de la anterior complacencia de un gobierno central cómplice
y colaborador necesario de sus desmanes.
Madrid ha vivido de
la extracción de rentas generadas en el resto del país, desde su condición de
centro financiero y administrativo privilegiado. La rebaja de impuestos, en
particular a las sociedades mercantiles, la ha situado como un remedo de paraíso
fiscal, condición magnificada por la insistencia en una arquitectura radial (disfuncional)
de la red de comunicaciones ferroviarias y por carretera, que obliga a pasar
por el centro de la meseta incluso al corredor mediterráneo. Ambas
circunstancias, nada casuales, han generado unas plusvalías continuadas a una
autonomía/capital que ha vivido un crecimiento elefantiásico en lo humano y en
lo económico, a partir de una visión administrativista del Estado de las autonomías.
Ha habido una confusión continuada entre Madrid y España, entre “marca España”
y “marca Madrid modelo de éxito”.
El modelo “marca
Madrid” no es generalizable, porque exige el respaldo de la capitalidad y del
banco central, y ningún otro territorio español continental, insular o
africano, lo tiene. No es sostenible, porque implica la puesta en marcha de una
aspiradora de recursos periféricos que empobrece el entorno en la misma medida
en que enriquece el cogollo, el gratin de
la crema cocida al horno financiero. Una reconsideración del modelo de
crecimiento en España deberá tener en cuenta estos parámetros y diseñar las
correcciones oportunas para que Madrid no sea tan rico, ni la España periférica
tan dependiente.
Y ahí están las
claves de la nueva “movida” madrileña, de su insumisión a un gobierno central visto
como “socialcomunista” y abiertamente confiscatorio. La reclamación genérica de
“libertad” se concreta en el ánimo belicoso, por parte de una sociedad muy
funcionarizada, de mantener íntegros y bien consolidados los privilegios
arrancados y los intereses creados.
Esa “libertad” reclamada
podría ganar las próximas elecciones en Madrid, y en cambio perderlas la idea
de la solidaridad. Sería un revés para las políticas de progreso y de
participación que se están poniendo en marcha desde el gobierno central, pero
no sería en ningún caso un órdago de las derechas, una toma del poder por
asalto. La situación diferencial de Madrid es peculiar y no exportable. A lo
que entiendo, la oposición de las derechas va a tener ahí su fortaleza
principal durante bastante tiempo aún.
Sería importante
que candidatos como Gabilondo y Errejón tuvieran conciencia de la contradicción
principal, no tanto para pescar en caladeros de votos que ahora se desdeñan,
sino para plantear una alternativa más consistente al “modelo”. Sin embargo,
hasta donde puedo verlo, los dos están situados más dentro de la burbuja que
fuera de ella, con más énfasis en los problemas de la corrupción, la polución, la
pobreza energética o la necesidad de una sanidad pública (problemas todos ellos
gravísimos, en efecto) que en la defensa de una alternativa global, que implique
un cambio económico y social de sustancia, en el que Madrid deje de ser esa
locomotora financiera del país que reclama continuamente “más madera” desnudando
de ella los vagones, como en aquella película de los Hermanos Marx.