Un artículo de Anna
Caballé en Babelia recuerda a Carmen
Laforet (el próximo 6 de septiembre habría cumplido cien años) y su extraña, en parte
malograda, carrera literaria, víctima del ruido mediático que causó su primera
novela, Nada.
Caballé recuerda de
pasada el caso Salinger. Yo mismo había asociado en un post a los dos autores.
Dije textualmente, hablando de “JD, el mito” (Punto y Contrapunto, 7.5.2019): «En una escala bastante menor, algo parecido le
ocurrió entre nosotros a Carmen Laforet, después de su revelación literaria con ‘Nada’. Publicó algunas novelas
más, pero acabó por dejarlo, incapaz de responder a las expectativas que
habían despertado sus inicios.»
Los críticos
literarios ejercen en ocasiones de profetas y dictadores, al mismo tiempo, del
gusto. Laforet encajaba en el estereotipo de la “nueva novela” emergente bajo
las cenizas de la guerra civil. Se convirtió su primera novela, su afortunado debut
literario (premio Nadal en 1944; premio nuevo de trinca, mientras en los campos
de Europa seguían tronando los cañones y cayendo en racimo las bombas), en un símbolo
de la época, y a ella misma en la portaestandarte de una generación.
Laforet no concluyó
la carrera universitaria que había empezado; se casó con el periodista y
crítico literario Manuel Cerezales, su mentor literario, que presuntamente la
ayudó en el acabado de su novela; tuvo de él cinco hijos, y trató de seguir una
carrera literaria irregular, demasiado lastrada por la brillantez de sus
inicios.
No fue muy distinto
lo que le ocurrió a Salinger en su país, donde publicó en 1951 “El guardián
entre el centeno” (The catcher in the Rye),
convertida de inmediato en un símbolo tan apabullante de la generación
salida de la guerra, que ahogó la creatividad del novelista. Se encerró en
Cornish, New Hampshire, se negó a conceder entrevistas a nadie, y allí vivió y
murió, solitario y huraño, sin dejar de escribir kilos y kilos de papel que sus
herederos tratan aún de ordenar para decidir lo que es publicable y lo que no.
Es posible
encontrar en el mundillo literario otras situaciones parecidas. Francis Scott
Fitzgerald vio como su novela ‘El gran Gatsby’ era aupada por la crítica como
el símbolo de la generación de los roaring
twenties. Su talento era enorme, pero lo ahogó en alcohol y en las
extravagancias junto a Zelda, su bella mujer loca. Alfredo Bryce Echenique fue
alabado unánimemente por la aguda descripción en su primera novela, ‘Un mundo
para Julius’, de la frivolidad y la inutilidad de las clases altas de un Perú
que muy pronto desaparecería. Su tía materna asistió llena de orgullo a una
conferencia sobre “el libro de Alfredito” con su mejor vestido, sus joyas y su
visón, y al oír lo que decía allí el conferenciante sobre su propia clase
social, sufrió un desvanecimiento.
Najat El Hachmi,
que ha superado con creces el desconcierto del peso mediático de un primer
éxito, hace una referencia a esta situación en su última entrega, ‘El lunes nos
querrán’, nada menos que Premio Nadal 2021 (¡tachán!). Su protagonista, una
mujer que ha tenido un inicio favorable en el mundillo literario, es
aleccionada por un crítico que la anima a bucear en el océano de los
significantes y los significados. «Lecturas y más lecturas; teorías sobre esas
lecturas, teorías sobre las teorías. Interpretaciones a veces tan alejadas de
lo escrito que parecían invenciones en sí mismas … Se comparaban cosas que no
tenían nada que ver, se establecían paralelismos basados en elementos que a mí
me parecían secundarios … Según Javier, lo que me faltaba era tener más bagaje
intelectual para entender la complejidad de lo que estaba aprendiendo.» (Págs.
274-75). Es esa labor encarnizada de interpretación sistémica, de búsqueda del
diapasón de una época, lo que ahoga muchas veces la creación literaria.
Yo he leído toda
Carmen Laforet. De muy joven pedí a mi padre, que guardaba la colección de
premios Nadal en un armario de su despacho, ‘Nada’, a una edad en la que él
juzgó que yo no estaba aún preparado. Le pareció más conveniente para mí, en
cambio, ‘La mujer nueva’, historia de una conversión religiosa, y yo extraje de
allí parámetros comparativos que me fueron útiles. Me interesaron mucho más, por
lo demás (yo era aún adolescente), las pulsiones sexuales de la protagonista
que su búsqueda de certezas religiosas.
Después, he ido
leyendo todo lo de Laforet, incluidos los artículos en Destino. Me ha interesado mucho, personalmente, su trayectoria.
Siempre me ha parecido una mujer y una escritora extraordinaria, sin suerte en
ninguno de los dos campos. Una víctima de los críticos literarios, empezando
por su marido, del que acabó por separarse. Siempre es una opción para un escritor
dubitativo desembarazarse del fardo de la crítica.