Querido José Luis:
en la autobiografía oral de Pietro
Ingrao (Le
cose impossibili, Editori Riuniti, 1990) que me proporcionaste como
provechosa lectura para este verano, encuentro un párrafo que me parece un
broche de oro a la larga conversación que hemos venido manteniendo sobre ”LA CIUDAD DEL TRABAJO “ de Bruno Trentin.
El entrevistador, Nicola Tranfaglia, pregunta a Ingrao cuáles
fueron las razones de que se opusiera a la propuesta del nuevo secretario del
Pci, Occhetto, de una “svolta” que había de conducir al cambio de nombre del
partido, al ingreso en la Internacional socialista y a la formulación de un
nuevo programa fundamental. Al fin y al cabo, comenta Tranfaglia, tú llevabas
ya años criticando el modelo soviético y llamando a la necesidad de una reforma
del partido.
La respuesta de Ingrao es larga y jugosa; selecciono el párrafo
que incide con más claridad en las preocupaciones que hemos ido expresando.
Para la versión castellana he recurrido a la competente Escuela de Traductores
de Parapanda, digna sucesora de la que creó en Toledo en épocas antañonas el
rey castellano don Alfonso llamado el Sabio, que fue un gran zascandil en
muchos aspectos, pero en este la clavó.
Tiene la palabra Pietro Ingrao:
¿Por qué crees que la «crítica al modelo soviético» ha de
implicar el abandono de lo que yo mismo he llamado el horizonte del comunismo?
Sigo convencido de que la sociedad soviética no era ni comunismo, ni
socialismo. Mi discrepancia al respecto se ha basado –entre otros– en ese
motivo esencial. Y otros han emitido ese juicio
antes que yo: desde la Luxemburg hasta Korsch, y el mismo Gramsci. Es
posible, por tanto, extraer conclusiones distintas de una misma crítica áspera
del modelo soviético. Y ya es hora de reconocer laicamente ese hecho. Y aun más: mi crítica
del modelo soviético y del estalinismo se basa (como puede leerse en las cosas
que he escrito) en el hecho de que en esos regímenes no sólo se quebrantaban
libertades políticas esenciales, sino que se reforzaba una condición alienada
de los trabajadores que yo, por mi parte, sigo considerando decisivo combatir y
superar. ¿Es un deseo abstracto por mi parte? En esta entrevista hemos hablado
de luchas por el control obrero llevadas a cabo por millones de trabajadores,
del poder de incidir en las decisiones de las grandes empresas, e incluso –¿lo
recuerdas?– de la calidad general del desarrollo, y en un plano distinto de la
gran cuestión planteada por el movimiento estudiantil acerca del porvenir que
aguarda al mayor recurso de nuestra época: los saberes. Yo no creo que estas
reivindicaciones agoten el horizonte del comunismo. Pero sé que basan su fuerza
en una crítica a la alienación del trabajo y en el trabajo, y en una lucha
contra la penetración de las grandes concentraciones capitalistas más allá de
la esfera misma del trabajo, hasta mercantilizar esferas delicadísimas de la
vida de las personas. Sé también que esta es una visión que parte de un
horizonte teórico, que desarrolla una crítica de una forma específica de la
sociedad mercantil: el modo de producción capitalista. Sé que desde ese punto
de vista puedo comprender mejor la gran cuestión de la diferencia sexual, y las
culturas y los movimientos que han surgido a partir de dicha cuestión.
¿Son ideas, puntos de vista, objetivos de lucha, erróneos?
Confrontémonos. Confrontaos. Pero no a partir del prejuicio de que se trata de
temas que en la actualidad no pueden tener ya vigencia.
Hasta aquí, Ingrao. Recibe un fuerte abrazo, Paco Rodríguez