lunes, 31 de octubre de 2016

SHARING ECONOMY


«La economía de las plataformas está causando una precarización del empleo», según un artículo firmado por Piergiorgio M. Sandri en lavanguardia. Supongo que se refiere a un incremento del porcentaje del empleo precario en los datos macroeconómicos globales, porque considerada en sí misma la sharing economy, es decir la economía de las plataformas “colaborativas” al estilo de Uber y Airbnb, es pura precariedad al ciento por ciento.
De lo que se trata en principio es de “compartir servicios” entre usuarios no profesionales; una variante del antiguo trueque, que con el internet de los servicios ha adquirido unas dimensiones y un volumen de negocio inusitados. Según un estudio realizado en Estados Unidos, se dice literalmente en el artículo de Sandri, «de los nueve millones de puestos de trabajo que se crearon desde 2005 hasta hoy, la práctica totalidad procede de la rama de la economía colaborativa, que ya involucra al 15% de la fuerza laboral de Norteamérica.» Posiblemente hay algún error en el redactado y la realidad no da para tanto; pero en cualquier caso, es indudable que da para mucho.
El problema principal de ese tipo de trabajo desregulado y pretendidamente “autónomo”, es que no da suficiente para vivir y en cambio exige del trabajador una disponibilidad de 7 días x 24 horas. Los tiempos muertos se hacen eternos, la solicitud del servicio por parte de un cliente puede no llegar nunca, pero existe un compromiso de atender esa solicitud de forma instantánea en el momento del día o de la noche en que se produzca. No hay horarios, no hay vacaciones, no hay salario base (la justicia británica sí ha otorgado derecho a vacaciones y salario mínimo a los trabajadores de Uber), sino exclusivamente una tarifa estándar por servicio.
El trabajador “autónomo” ni siquiera es su propio empresario: depende en todo de la plataforma que le facilita los contactos con los clientes. Algunos trabajadores del sector han formado cooperativas de facturación: se trata de una forma precaria de intentar superar la precariedad original del trabajo que desarrollan.
Los asesores de esta subespecie de fuerza de trabajo piden una legislación española adecuada a las circunstancias del caso. No valen las disposiciones del Estatuto de los Trabajadores, ni el estatuto vigente de los autónomos; no hay un marco jurídico que regule una realidad novísima y que se va extendiendo precisamente debido a la ausencia de normativas de obligado cumplimiento y, por consiguiente, a la ausencia de barreras contra el abuso. Como advierte Jesús Mercader, profesor de Derecho Laboral en la Universidad Carlos III de Madrid, «una inspección laboral puede en ciertos casos acabar con una empresa emergente» (ha ocurrido en España con la plataforma Eslife de limpieza a domicilio).
En general se reconoce que la actividad laboral esporádica de las personas implicadas en la economía colaborativa solo da para cubrir los costes de mantenimiento, no para configurar un salario decente. Y solo podrían inscribirse como autónomos en las listas de la seguridad social en caso de que se les aplicaran cuotas superreducidas.
Pero el remedio contra esa situación escandalosa no consiste en escandalizarse, ni en prohibir y perseguir este tipo de trabajo; sino en reconstruir tanto el derecho laboral (lo ha propuesto el profesor Umberto Romagnoli recientemente) como la acción sindical (en la línea de lo previsto por Ignacio Fernández Toxo para el próximo Congreso confederal de CC.OO.) con una atención primordial a las realidades constatables, no a las nostalgias ni a los sueños de prosperidad futura.
Y en este sentido, esforzarse en procurar nuevos derechos y nuevos instrumentos de defensa útiles, a quienes hoy por hoy carecen de ellos.
 

domingo, 30 de octubre de 2016

APOSTILLA PARA UN AMIGO


Me desayuno con la lectura de una entrada fechada ayer sábado y colgada de un blog amigo: «El taylorismo digital» (1). El tema es de sustancia. Aprovecho la ocasión para encargar a José Luis López Bulla un fuerte abrazo a nuestro común conocido Gualter Maldè – un caro nombre para mi corazón –, y, como el tema que ambos abordan entra en el ámbito íntimo de mis caborias personales, me atrevo a meter cuchara, en la seguridad de no ser visto como un mero entrometido ni por José Luis ni por Gualter.
Primero
Bruno Trentin ya advirtió de forma pionera acerca de la “continuación del taylorismo por otros medios” en la estela de la tercera revolución industrial. Más aún, expresó el temor de que la nueva “organización científico-técnica” en la que los mánagers intentan ahormar las características peculiares del “nuevo trabajo” con los ordenadores, conllevara una nueva “revolución pasiva” para la fuerza de trabajo organizada, semejante a la que supuso el taylorismo en la etapa anterior. Trentin, como es sabido, gustaba de utilizar categorías gramscianas en su explicación de los fenómenos novísimos que han desembocado en una mutación profunda, tanto de las formas en las que se desarrolla el trabajo, como de la esencia última del trabajo mismo, de su razón de “ser en el mundo”. Expreso el sentido del término “revolución pasiva” en pocas palabras: dado que el taylorismo digital es una construcción mental surgida de la trinchera o casamata enemiga, la del capital, el principal peligro que plantea para la fuerza de trabajo es su aceptación y asunción acrítica, porque de ese modo se ahonda más aún la situación de subordinación de todo tipo en la que se encuentra dicha fuerza d trabajo.
Segundo
La etiqueta con la que se conoce este nuevo taylorismo en los círculos empresariales es la de «dirección por objetivos». Ningún parecido con el taylorismo en lo que se refiere a la fragmentación de las tareas, el cronometraje, la supresión de gestos superfluos, el credo de la superación personal (estajanovismo en el mundo del socialismo real), etc. Ningún parecido tampoco en la estructura de las recompensas: ni incentivos o pluses de producción, ni remuneración especial de las horas extra. De hecho, en la nueva organización de la producción, tienden a desvanecerse las categorías de “jornada normal” y de “horario” (también la de “lugar de trabajo”, que tiende a hacerse ubicuo). Todas las horas trabajadas, sea en el escritorio de la empresa, en casa o en la sala de espera de un aeropuerto, pasan a ser de alguna manera “horas extra”, y pueden multiplicarse hasta el infinito, invadiendo todo el ámbito de la vida privada del trabajador e invirtiendo el sentido recto del concepto de conciliación. En virtud de los nuevos códigos de empresa, es la vida privada y familiar la que debe acomodarse a las exigencias crecientes del trabajo, y no a la inversa. Crecen las responsabilidades, y no crecen en paralelo los derechos de quienes las asumen (2).
Tercero
Alain Supiot, en un libro reciente y aún no traducido que yo sepa en España, La gouvernance par les nombres (Fayard 2015), llama “gobernanza por los números” a este nuevo taylorismo digital que sustituye las decisiones humanas por algoritmos. En el capítulo de conclusión del libro, Supiot plantea la siguiente crítica de fondo (traducción mía): «Se ha establecido un consenso para considerar que el trabajo, en sus diferentes escalones (el del individuo, el de la empresa, el de la nación y el del comercio internacional), dependía de una organización científica y técnica: ayer la del taylorismo, hoy la de la dirección por objetivos y la gobernanza por los números. Se ha ignorado así la dimensión antropológica del trabajo, entendido en el sentido amplio y concreto de inscripción, en el medio vital de los humanos, de las imágenes mentales que presiden su acción y su colaboración. Esta ignorancia tiene efectos devastadores tanto en términos de asentamiento de la razón como de creatividad y de respeto hacia nuestra ecúmene. La restauración de unos cuadros vitales institucionales sostenibles supone, pues, reencontrar por una parte el sentido de los límites – límites territoriales, pero también límites a la hybris de la acumulación y del dominio omnipotente del hombre sobre la naturaleza – y, por otra parte, el sentido de la solidaridad: de la solidaridad en y entre las diferentes comunidades humanas, pero además de la solidaridad ecológica entre la especie humana y su medio vital.» (p. 415).
Me excuso por la longitud de la cita. Si en algo ayuda la aportación al libro que está preparando un amigo, me doy por satisfecho.
 


(2) En palabras de Trentin, en una entrevista realizada por Pino Ferraris en 1997 y recogida en Llibres del Ctesc 6, Canvis i transformacions, Barcelona 2005, p. 121 (transcribo la versión catalana, de Albertina Rodríguez Martorell: «La crisi del sistema, des del punt de vista dels subjectes, ha fet que el treball, subordinat o parasubordinat, es carregui de noves responsabilitats sense reconèixer a les persones que traballen els drets generats a partir d’aquestes responsabilitats. Abans no hi havia drets i no hi havia responsabilitats: l’empresa pensaba a tot. Avui, fins i tot el treballador de la cadena de muntatge té una càrrega de responsabilitats completament noves. És la producció ágil…)

 

sábado, 29 de octubre de 2016

NOTICIAS DESDE EL FRENTE DE BATALLA


Pedro Sánchez ha renunciado a su acta de diputado entre lágrimas, dispuesto a no facilitar la investidura de Mariano Rajoy. No han sido las lágrimas de Boabdil el Chico, sin embargo; entre pucheros, se ha situado bonitamente en la pista de despegue para una nueva disputa del liderazgo en el partido socialista. Aportará en su momento al envite su apuesta ya histórica por el “no es no”, hoy devaluada, pero no es descartable que ese capital le aporte buenos réditos a medida que avance la legislatura. El tiempo corre, por el contrario, en contra de las perspectivas de éxito de quienes han puesto sobre el tapete verde la ficha de la abstención. No es muy probable que Roma, o para la ocasión Mariano, pague traidores en la coyuntura que se avecina. Desde la ventana del piso alto de Génova, el Augusto contemplará impertérrito el cortejo de cadáveres exquisitos que seguirán pasando camino del camposanto. Es obligado recortar sí o sí cinco mil millones para las troicas, y en todo lo referente al diálogo social Mariano ya ha dado un anticipo de lo que va a ser su programa, asombrosamente idéntico al eslogan de Sánchez: “no es no”.
En Barcelona, el ex alcalde Xavier Trías lleva a cabo sondeos, ahora ya oficiales, para plantear una moción de censura a Ada Colau. Considera que la alcaldesa de En Comú está despilfarrando la brillante herencia que él le dejó de una ciudad puntera en el mundo. Los datos tozudos dicen exactamente lo contrario, que los buenos resultados de la actual gestión municipal están enjugando las deudas debidas al alegre despilfarro del tronera Trías en su delirante mandato municipal presidido por el proyecto estrella de una Barcelona meca del juego, versión europea de Las Vegas.
La presión sobre la alcaldesa abarca también otro punto, la necesidad urgente de que el cap i casal de Catalunya encabece la movida de los municipios por la independencia. Colau ha preguntado a Trías con ironía si cuenta con los votos de PP y C’s para esa moción. Podría ser, sin embargo; no lo descarten, la telaraña política del Ibex (disculpen el topicazo) ya ha propiciado compañeros de cama más extraños.
Pero el proyecto alimentado por la codicia de las élites extractivas tropieza por el momento con otro obstáculo inesperado, la resistencia indómita de Miquel Iceta, el Braveheart de nuestra pequeña aldea gala del Pesecé, frente a las imposiciones prepotentes de los viejos galápagos de OK Ferraz. Sin nada que perder por el flanco nacional-popular, Iceta insiste en la estrategia de una reforma constitucional para alumbrar una España federal con un esquema nuevo de financiación para las autonomías federadas, y medita la opción de acudir a las próximas elecciones autonómicas catalanas en lista conjunta con En Comú.
De momento es solo una candela al viento; pero también una buena, buenísima noticia. Desde el frente mismo de batalla, observaremos atentamente los pormenores de la operación en perspectiva, reteniendo el aliento, no sea que la menor exhalación inoportuna dé al traste con un horizonte tan prometedor.
 

viernes, 28 de octubre de 2016

POR UNA CULTURA POLÍTICA DE LA DIFERENCIA


De estar todavía entre nosotros el viejo galápago Giulio Andreotti, sin duda habría repetido el escueto diagnóstico sobre la calidad de la política española que emitió allá por los años ochenta del siglo pasado: «Manca finezza.» Falta sutileza. Lo podemos advertir una vez más en el soporífero nuevo debate de investidura. Estamos en una política de unanimidades a escoplo; se echa de menos una cultura de la diferencia y, para precisar más, una cultura del respeto a la diferencia. Nuestras verdades son las del barquero, nunca van más allá de la obviedad; y nuestro adagio favorito sigue siendo «Al pan pan y al vino vino», donde el pan es pan de tahona, de miga compacta y corteza espesa y difícil de roer; y el vino, de taberna y a granel. El debate político ignora con deliberación las diferenciaciones y esfumaturas (empleo una palabra italiana que me parece más sugerente y conceptualmente rica que “matices”; hay pocos matices en la voz “matiz”) que otorgan cotas de calidad más satisfactorias a otros panes y vinos que sin embargo estaban a nuestra disposición. Padecemos una España integrista del pan duro y el vino agrio de siempre, a machamartillo. Y así nos va.
La batalla del Congreso de los diputados se está librando en orden cerrado, con masas compactas de tropas que evolucionan a la voz de mando y chocan frontalmente. La disciplina cuartelera es imprescindible y la aritmética del voto decide en último término, porque el vencedor en el envite se lleva la puesta completa. Pero el resultado final de la contienda no se va a decidir en esta sede, sino en un territorio disperso en el que las formaciones enfrentadas, o no van de uniforme, o lucen uniformes de colores variopintos; donde las alianzas son flexibles y mudables, y las superioridades numéricas se hacen y se rehacen sin cesar en el momento de jugarse cada nueva baza. Las diferencias cuentan, y sería simplemente sensato tenerlas en cuenta en el momento de formular propuestas y programas, incluso en el momento de afrontar votaciones decisivas. Salvar a España de golpe y porrazo con un voto compacto de abstención en el Congreso es entelequia, como también lo es erigirse en representante legítimo de un supuesto voto del 90% de los de “abajo”, contrario radicalmente al dominio de la “casta” del 10% restante. El objeto de la política son en último término las personas, y no las masas; las realidades, y no las ideologías.
 

jueves, 27 de octubre de 2016

OTRA VUELTA DE TUERCA


Un Rajoy con las uñas recortadas disimuló en su discurso de investidura el desprecio íntimo que siente hacia los grupos parlamentarios que le han ofrecido gratis et amore un apoyo más o menos condicional, más o menos estable. Ofreció diálogo, sí, pero en dosis homeopáticas. Ofreció pactos de gobernanza, pero dejando intocables los capítulos de la economía y de las reformas laborales. Sospechosamente, coincidió su discurso con el anuncio de que por primera vez en seis años el desempleo baja de los cinco millones de personas censadas en España. El dato sería un indicio de mejora de las perspectivas económicas de no saber ya todos hasta el tedio los enjuagues que se utilizan para destilar esas cifras.
Tampoco es negociable, al parecer, la ley mordaza. No habrá cambios constitucionales, por lo menos consensuados (siempre será posible otra reforma constitucional de tapadillo y con nocturnidad si así lo indican con su acostumbrada amabilidad las troikas competentes). El problema catalán seguirá siendo el problema catalán durante una legislatura más. También en este contexto catalán se implementará un nuevo diálogo… de sordos.
Si el PSOE, como asegura, va a abstenerse “de segundas” por el bien de España, convendrá que su comité federal (no hay vida política más allá de los vértices) se pregunte qué “bien” va a ser ese, a partir de lo que es posible deducir del discurso programático del nuevo/viejo presidente. La iniciativa acordada el otro fin de semana se presentaba en sociedad como un movimiento conciliador dirigido a acabar con el bloqueo de la situación política. Disipado el humo de la batalla, lo que se aprecia no es ningún síntoma de desbloqueo sino, por el contrario, otra vuelta de tuerca. Lo que ahora se ha bloqueado es el avance de las fuerzas de progreso que habían de quebrar las defensas de la fortaleza bipartidista, incluidas entre dichas fuerzas las posiciones críticas en el interior del PSOE.
El panorama ha cambiado abruptamente, y el contraataque de las élites extractivas no se ha hecho esperar. Hace unos días alertaba en estas páginas de la intención por parte del establishment de proceder en breve a una limpieza a fondo de las comunas rebeldes que las anteriores mareas han dejado varadas en la geografía española (1). A los síntomas reseñados entonces se ha venido a añadir el furibundo ataque de Esperanza Aguirre contra Manuela Carmena, en el pleno del Ayuntamiento madrileño, por "favorecer" los ataques de bandas enmascaradas contra la libertad de expresión de ¡Felipe González!
Así hemos pasado, con el telón de fondo del juicio de la Gürtel, de aquel emblemático “váyase señor González” de los tiempos en que José María Aznar acariciaba ya el calorcillo peculiar del poder, al actual y no menos descarado “venga acá, señor González”, en una legislatura en la que, en buena paz y compaña socialistas y populares, podría plantearse una colada general de toda la ropa sucia, más una operación de limpieza a fondo de los escondrijos en los que se guarecen las alimañas antisistema.
Ojalá me equivoque.
 

 

miércoles, 26 de octubre de 2016

MÁS PAPISTAS QUE EL PAPA


Hay que celebrar con calor la oportunidad del documento Ad resurgendum cum Christo, emanado recientemente de los despachos de la vaticana Congregación para la Doctrina de la Fe. En efecto, reconforta que en tiempos de doctrinas tan gaseosas como las que aquejan a algunas socialdemocrcias, haya una institución por lo menos, la iglesia católica, que exhiba músculo y se decante por una solidez de principios pétrea (de Petrus, la roca sobre la que se asentó la edificación del secular edificio).
La Congregación prohíbe esparcir al viento las cenizas de nuestros muertos, y pone serias objeciones a guardarlas en otra parte que no sea un lugar sagrado, un campo santo. La norma no obedece, claro, a una mayor dificultad en el día del juicio final para reunir los cuerpos disueltos de esa forma, ya que la tarea recaerá en el proverbial buen hacer de la omnipotencia divina, la cual, como se desprende de los propios términos, todo lo puede. De lo que se trata, entonces, es de evitar cualquier «malentendido panteísta, naturalista o nihilista.»
Porque, igual que el burgués de Molière hablaba en prosa sin saberlo, nosotros podemos caer inadvertidamente en el panteísmo, el naturalismo o el nihilismo (líbrenos el cielo de caer en los tres errores de forma simultánea), y en consecuencia la Congregación de la Fe se apresura a advertirnos para evitarnos una incidencia tan enojosa. El muerto que no haga caso de tan amorosa solicitud será castigado con la negación del funeral correspondiente. Me parece justo.
Pero hay autoridades más papistas que el mismo papa. Un ejemplo que viene de inmediato a la mente por asociación natural de ideas es el de Javier Tebas, presidente de la Liga de Fútbol española, que se ha declarado dispuesto a sancionar de oficio a varios jugadores del FC Barcelona por haber recibido un botellazo durante la celebración de un gol en el estadio de Mestalla. Opina Tebas que exageraron la fuerza del impacto, y se dejaron caer al suelo como en un juego de bolos. Un pésimo ejemplo, tanto más cuanto que nos estaban viendo en directo por la televisión china, y los chinos son un porrón de millones de personas. ¿Qué habrán pensado de nosotros al ver a varios jugadores de primer nivel desparramarse blandamente por el césped en lugar de encajar con reciedumbre viril el botellazo?
Por lo que se refiere al botellazo en sí, es un gesto feo, opina Tebas, pero excusable dada la provocación de los jugadores blaugrana, que de forma insólita en los campos deportivos de España, estaban celebrando la consecución del gol de la victoria con abrazos y gestos de alegría. Caramba. Podrían haber aprendido de la sobriedad y elevación de miras de Cristiano Ronaldo, que cuando un compañero del Real Madrid marcó el gol de la victoria contra el Athletic de Bilbao, levantó el brazo para indicar al linier que había fuera de juego previo.
 

martes, 25 de octubre de 2016

DEMONIZACIONES


«Cuánto tiempo gastado en demonizar a unos y a otros.» Son palabras de Patxi López en el comité federal del PSOE, según las transcribe elpais. Podía haber dicho “tiempo perdido” en lugar de “tiempo gastado”, pero los dos conceptos no son idénticos. Quizás Patxi no se ha dado cuenta de que el tiempo gastado en demonizar a un rival político, ya esté en la derecha (Mariano Rajoy), en la izquierda (Pablo Iglesias) o en el cogollito mismo de la institución demonizadora (Pedro Sánchez), es tiempo bien empleado. Puesto que “todo es según el color del cristal con que se mira”, conviene extremar la coloración de los tintes que se aplican al cristal a través del cual se pretende que todos miren.
Para poner otro ejemplo de lo mismo, José Álvarez Junco, catedrático emérito de Historia contemporánea, utiliza la tribuna del mismo ejemplar de elpais para dar una lección magistral sobre la libertad. Una lección ciertamente anacrónica porque se basa en las ideas de John Stuart Mill, y eso, en las circunstancias actuales, es como analizar la eficacia táctica en combate de los elefantes de Aníbal. El quid de la cuestión consiste en que el ilustre historiador afea la conducta de Pablo Iglesias por no aceptar, desde la discrepancia pero con fair play, la libertad de expresión de González y Cebrián en la Autónoma madrileña.
Ya se ha comentado suficientemente en estas páginas el incidente en cuestión, pero no deja de sorprender que un sedicente liberal siga arrojando piedras en la misma dirección consuetudinaria, y omita, o silencie deliberadamente, la feroz asimetría que padece la información en una sociedad política como la española actual, debido a la rígida unilateralidad con la que se encauza la opinión en una dirección determinada. Álvarez Junco se expresa desde la tribuna de un medio de prensa en el que se ha despedido a periodistas por el pecado de opinar de forma distinta del señorito. ¿A qué señorito me refiero? A Juan Luis Cebrián, por supuesto, personalmente en persona.
Convertir en víctima de la libertad a quien la entiende con esas restricciones en su propia casa, o es cinismo o es hipocresía; no hay tercera opción, tertium non datur, porque mal puede alegar ignorancia un profesional de la historia contemporánea de nuestro país.
El comentario sobre el asunto daría para bastante más de sí; concretando, para una reflexión general sobre el papel que deben jugar los medios de información y de opinión en una democracia digna de ese nombre. Es decir, sobre la contradicción entre la propiedad privada y la función pública de los medios de información; y sobre la dejación de sus responsabilidades en esta cuestión (¡como en tantas otras!) por parte del Estado. Un Estado que debería ser garante último de la pluralidad y controlador imparcial de la calidad de la información y la opinión suministradas por los medios, y que en lugar de eso hace dejación total de sus responsabilidades en relación con el bien común, e imita al coñac de las botellas del lorquiano romance de la guardia civil, en lo de disfrazarse de noviembre.
Pero el profesor Álvarez Junco, que predica la libertad de expresión desde la alta tribuna del primer medio en audiencia del país, no se inmuta por tan poco. Lo que le da grima es el respaldo de Iglesias a los boicoteadores de la Autónoma. ¿Qué habría dicho Stuart Mill sobre semejante barbaridad?
 

lunes, 24 de octubre de 2016

VICTIMISMO


Hoy mi intención al acercarme al blog es ceder la palabra a dos buenos amigos, y a la vez (o sin embargo, como prefiera el lector) dos excelentes guías en la confusión política en la que estamos inmersos. José Luis López Bulla comenta la extraña pirueta del comité federal de OK Ferraz, en el post «“Socialista a fuer de liberal” en Ferraz», en “Metiendo bulla”, accesible clicando abajo a la derecha de esta misma página; Javier Aristu, en la entrada «Un boicot» publicada en el blog “En campo abierto”, entra en consideraciones muy críticas acerca de quienes reventaron una conferencia de Felipe González y Juan Luis Cebrián en la Universidad Autónoma de Madrid, a cara tapada y exhibiendo pancartas que no tenían nada que ver con el acto en sí ni con quienes lo patrocinaban.
La militancia socialista se ha visto cogida en el fuego cruzado del tiroteo desencadenado por unas baronías mucho más atentas, dijeran lo que dijeran en su momento, a su yo y sus circunstancias particulares que al bien de España. No ha sido un espectáculo ejemplarizante, ni por las formas ni por el repentino cambio de discurso que se ha producido en mitad del cruce del vado. Trescientos días desde el 20D proponiéndose como alternativa intransigente, para pasar en dos días a fijar su papel como oposición templada.
La resistencia de buena parte de las bases a este viraje brusco ha sido ruidosa. Los portavoces la han obviado manejando el siempre agradecido tópico de los virus extraños nocivos infiltrados en un organismo sano: las bases se han “podemizado”. Victimismo. Nosotros no hemos hecho nada mal, son otros los que nos malmeten. El asunto viene a ser parecido a lo que ocurre en el fútbol, donde los errores de apreciación reales o ficticios del árbitro no solo tapan el mal juego de los nuestros, sino que dan pie a elucubrar que el trencilla está en realidad a sueldo de quienes nos metieron más goles de los que estamos dispuestos a admitir.
Lo que comenta Aristu se refiere a otro aspecto de la contienda política, el de la “calle”, las movilizaciones reivindicativas. Ninguna duda sobre la legitimidad de la protesta universitaria y popular contra una conferencia que venía respaldada por todo el peso de las autoridades competentes, y además de los poderes fácticos. No se puede alegar atentado contra la libertad de expresión de quienes tienen en su mano todos los medios para expresarse de todas las formas posibles durante todos los días del año. Las acusaciones desde El País a los “antidemócratas” son de un cinismo descarnado.
Pero no es de recibo convocar desde el anonimato de las redes el acto de protesta, huérfano de toda paternidad responsable, ni acudir a la protesta sin dar la cara. Es sabido desde siempre que movilizarse contra el poder comporta un riesgo personal importante. Nada se da de gratis en la política que intenta cambiar las cosas. Eliminar ese riesgo escudándose en la “gente”, en la masa, primero no es eficaz, y segundo va en contra del movimiento generalizado de quienes proponemos un mayor protagonismo y empoderamiento de los ciudadanos. Poner como pretexto la ley mordaza y las posibles represalias académicas contra las personas asistentes, viene a suponer una confusión lamentable entre oposición democrática y "movida" a secas. De otro lado, la justificación que se esgrime cae en un victimismo de características algo diferentes al esgrimido por la dirección del PSOE, pero de tipología parecida. En ambos casos la culpa de las deficiencias que exhibimos la tienen otros; hemos perdido no porque hayamos jugado rematadamente mal, sino porque el árbitro estaba vendido.
  

domingo, 23 de octubre de 2016

UNANIMIDAD


Después de una muy encomiable labor paciente dirigida a recoser los desgarrones, echar bálsamo en las heridas y prodigar empatía, la gestora del PSOE presidida por Javier Fernández ha propiciado un consenso prácticamente unánime de las baronías de cara al comité federal que se celebra hoy domingo. No ha sido fácil, pero ahí está. Las consultas a la militancia no están entre las tradiciones del partido, según el barón extremeño Fernández Vara, pero en cambio las unanimidades espontáneas sí constan en el acervo común. Se pasará sin grandes traumas de la unanimidad en el “no es no” del comité federal de Pedro Sánchez, a la unanimidad paralela de la “abstención no es apoyo” forjada por el equipo de Javier Fernández. Es posible que el PSC desoiga la llamada del rebaño, en cuyo caso se le aplicará disciplina inglesa por un tubo, a tenor de los estatutos. En lo que respecta a aquellos/as diputados/as no específicamente catalanes que no respeten la notabilísima unanimidad alcanzada, se les exigirá la entrega del acta y el abandono del grupo parlamentario. Una cosa queda clara en todo este asunto: si la consulta a las bases no está en las bellas tradiciones del PSOE, en cambio el “quien se mueva no sale en la foto” sigue plenamente vigente.
La clave de toda la operación radica en el interés superior de España y en el desiderátum de la gobernabilidad. Se facilitará la investidura de Mariano Rajoy (“¡Cómo! ¿El mismo Mariano de antes?” Sí, el mismísimo) pero se le someterá a un asedio riguroso y continuado en sede parlamentaria. Tal como lo ha expresado Ramón Jáuregui, portavoz del PSOE en el parlamento europeo, «hay que aprovechar un gobierno débil para impulsar una agenda reformista». Eso mismo. Y si el PP no traga, siempre quedará el recurso de bloquear su acción de gobierno y forzar nuevas elecciones. Lo que en el juego de la oca se llama volver a la casilla inicial.
Dada la unanimidad y la determinación presentes en las prietas filas del primer partido de la oposición, nadie puede dudar de que, puestos en la ocasión, harán tal cosa sin pestañear. Aquí no se amenaza en vano, tiéntense las ropas los populares, que la marea viene crecida.
Su Majestad el rey Felipe VI ha puesto también su granito de arena en la travesía del desierto que afrontamos. En el discurso de entrega de los premios Princesa de Asturias, ha convocado una España «alejada del pesimismo, el desencanto y el desaliento.» A su lado, en la mesa presidencial, se sentaba Javier Fernández.
 

viernes, 21 de octubre de 2016

CRISIS DE PARTIDOS Y PERVERSIÓN DEL VOTO


«El mundo de la democracia representativa está acabando. Los partidos políticos están en crisis. El camino va por el empoderamiento personal, por el poder del individuo. El futuro de la izquierda tiene que tener una consideración muy fuerte de las personalidades individuales de los colectivos. Una especie de masa que una.»
Son palabras de Manuela Carmena, ayer mismo, en el ciclo de conferencias sobre “sociedad civil y cambio global” organizado por la Universidad Autónoma de Madrid y el diario El País. No puedo asegurar que lo anterior sea una transcripción fiel del pensamiento que quería transmitir la alcaldesa de Madrid puesto que el periodista que informa del acto, Juan José Mateo, ha espigado frases y las ha presentado juntas, de carrerilla, de un modo que supone un plus muy marcado de contundencia. Imagino que Manuela estuvo más dubitativa y exploratoria en su speech, y que sus afirmaciones no pretendían tener el carácter profético y apocalíptico con el que han sido resumidas en los titulares de la prensa.
En todo caso voy a discutir “de urgencia” las frases mismas, independientemente de si su fuente originaria ha sido en efecto Agamenón, o bien su porquero.
Creo que el mundo de la democracia representativa no se está acabando; lo que está totalmente desacreditado (aunque nadie puede predecir su final efectivo) es la apropiación indebida de la representación democrática por parte de las élites punteras de los partidos políticos: el hecho de que, en lugar de mostrar un respeto básico por el sentido del voto de sus representados, los líderes “interpreten” ese voto en función de sus propias necesidades tácticas en el escenario cambiante de la coyuntura, o peor aún, de su permanencia personal al frente del cotarro.
Esta realidad ha conducido a un deterioro muy grande de los partidos como institución democrática. La llamada al orden está ahí desde mayo de 2011: «No nos representan.» De hecho, no son solo determinados colectivos los que no se ven representados en el sistema de partidos: ningún partido, y menos que ningún otro el partido alfa, que reúne la más numerosa minoría mayoritaria del voto, representa a nadie más que al propio aparato.
Yo creo que se da, en este sentido, una perversión del instrumento del voto. Nadie confía, ni espera ya a estas alturas, sentirse representado – menos aún tutelado – por sus representantes, de modo que la papeleta que deposita en la urna expresa otros valores y otras expectativas, más relacionables con la predicción o con la pura apuesta por un resultado, que con un mecanismo de control democrático de la gestión política de las cosas.
Y es que ocurre que la composición misma de la sociedad se ha emborronado. Las clases no se han difuminado, pero el sentimiento personal de pertenencia a una clase concreta, sí. Se habla mucho de la transversalidad del voto. Pero la transversalidad no implica que los de abajo vayan a votar juntos contra los de arriba (el noventa por ciento contra el diez, según la formulación tópica), sino que los obreros pueden votar por el capital, los capitalistas por el reformismo, los parados por el statu quo, etc., en función de alquimias mentales personales absolutamente intransferibles. Es cierto que cada cual espera ganar algo con su voto, pero el qué espera ganar en definitiva, es cuestión que cada cual guarda para su capote. La política se convierte de ese modo en un juego de equívocos, de malentendidos, de “trampas” en el sentido que da a la palabra la propia Carmena en otro momento de su discurso.
El camino de salida de una situación así implica, como ella dice, un «empoderamiento» de las personas. A lo que apunta esta expresión, demasiado utilizada y con poco criterio en tiempos recientes, es al incremento de las capacidades de decisión de la ciudadanía, plasmadas legalmente y “actuadas” a través de instrumentos de democracia directa a los que se otorgue un valor de reconocimiento obligatorio para las autoridades. No existe tal empoderamiento, por ahora; no hay un valor de ciudadanía capaz de expresarse de forma inequívoca ante el poder hasta torcerle el brazo, si cuenta detrás con una fuerza suficiente. El ciudadano está inerme ante el poder.
Lo paradójico es que un incremento de los instrumentos de democracia directa serviría además para recuperar el sentido originario de la democracia representativa; solo hay una contradicción aparente entre las dos, en la práctica se refuerzan mutuamente y se debilitan las dos juntas.
Aproximar los partidos a las aspiraciones y los problemas cotidianos de la ciudadanía tendría otras virtudes, por ejemplo en los procesos de formación y selección de los núcleos dirigentes. La experiencia acumulada en los aparatos no mejora la percepción política ni ayuda a resolver conflictos que no sean los internos del propio aparato.
Coincido, por ello, plenamente con Carmena en resaltar la importancia de las personalidades individuales situadas al frente de los colectivos sociales. No es seguramente la cuestión crucial, pero en la actual crisis de los partidos – no solo en España – se detecta un déficit grande de liderazgo. En esta cuestión la cultura de las mujeres (de las mujeres inmersas en el tejido social) puede ofrecer soluciones excelentes como elemento de desatasco en el choque de los grandes conceptos abstractos. Así lo señala Carmena al hablar del estrechamiento de sus relaciones de trabajo con las alcaldesas de París, Anne Hidalgo, y de Barcelona, Ada Colau, a partir de una idea compartida de la gestión como cuidado inmediato, como tutela vigilante.
 

jueves, 20 de octubre de 2016

JUVENTUD CON FUTURO


Lean ustedes con atención, en el reciente número de la revista digital “Pasos a la izquierda”, el análisis demosociológico realizado por Jordi Guiu, Pere Jódar y Ramon Alós sobre nuestros jóvenes, los etiquetados como “millenials” por una de tantas veleidades de la moda mediática (1). Es dudoso que presenten características netamente distintas como generación, en relación con las anteriores; es indudable que llaman impacientes a las puertas del mercado de trabajo, que empiezan a tomar posiciones estratégicas en la sociedad civil, que aportan cambios significativos de mentalidad, de saberes técnicos, de valores. Están ya en primera línea de los movimientos sociales, y en unos años – pocos – formarán el estrato dominante en la opinión y en la intención de voto, y se habrán incrustado en los núcleos dirigentes de los partidos, de los sindicatos, de las asociaciones e incluso de las tertulias televisivas. Expresada la idea en una sola palabra, ellos son el futuro. “Nuestro” futuro. Parecería insensato no tomarlos en cuenta, no darles cancha en la tesitura en la que nos encontramos. Es lo que se está haciendo.
Se trata de una generación que ha crecido contemporáneamente a la disolución “en el aire” de todas las viejas pautas de cohesión vigentes en la sociedad “fordista”: «… instituciones, identidades, lazos sociales y los pocos vínculos comunitarios existentes.» Una generación individualista educada, tanto si lo acepta como si no, en el credo neoliberal hegemónico: “cada cual por sí, nadie va a venir de fuera a solucionar tus problemas.”
Lo cual tiene unos aspectos positivos y otros negativos. Una característica casi universal de estos jóvenes es la desconfianza respecto de las instituciones – también, por supuesto, de los sindicatos, pero esta es una vertiente del tema a la que me referiré en otro momento – y un rechazo visceral que podríamos llamar instintivo (aunque no deja de ser una metáfora más que una definición) al orden establecido, al establishment. Un epifenómeno llamativo de esta actitud es la inclinación consistente a la ruptura, a la expresión radical y a la solución drástica. Si se llevara a cabo el tan manoseado referéndum sobre la independencia en Catalunya, el Sí contaría con porcentajes abrumadores entre los jóvenes. El deseo de escapar de la jaula asfixiante del Estado como “enemigo principal” ha inducido a un respaldo huraño y provisorio a una clase dirigente soberanista que tampoco satisface las expectativas. La trayectoria de las CUP, alimentadas por un voto jovencísimo, es bastante indicativa de esa actitud. Vayan a predicarles a esa muchachada las batallitas de Macià y Companys, de Villarroel o de Artur Mas. No es a la tradición ni a la identidad a lo que se aferran: es a la ruptura.
(De forma similar, vayan a predicar a la muchachada que malvive y maltrabaja en la otra orilla del Ebro, las bondades admirables de nuestra transición ejemplar a la democracia y la validez intemporal del pacto político atado y bien atado que entonces se firmó. Les acusamos de adanismo, de populismo, de inmadurez. Son como les hemos hecho mediante la ingestión forzada de dosis masivas de mentiras y de medias verdades envueltas en píldoras amargas inconvenientemente doradas con purpurina de garrafón.)
El punto positivo de nuestros/as jóvenes es una voluntad mucho mayor de participación en la cosa pública. Una generación de indignados ha sucedido a una generación de pasotas. Los cantos de sirena adormecedores acerca del final de la historia y del progreso como motor de una prosperidad ilimitada para todos, han dado paso a un despertar brusco y desagradable. Quieren pesar en el tablero de la política, y es un sueño de la razón tratar de simular que no se les ve, o que no existen, y predicar que no se les debe hacer ningún caso.
Como lo intentaron dos eximios representantes de la “casta”, un tal González Márquez y otro tal Cebrián Echarri, ayer, en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid.
 


 

miércoles, 19 de octubre de 2016

EL DÓNDE Y EL CÓMO DEL SINDICALISMO HOY


Tienen ustedes ya el número 6 de la revista digital “Pasos a la izquierda” a un clic de sus pantallas. Les animo a clicar y leer detenidamente el artículo de Umberto Romagnoli «El derecho del trabajo después del seísmo global» (1). No solo ese artículo, claro, hay mucho más material provechoso en la revista. Pero les animo a leer al maestro Romagnoli ahora mismo. Si les parece bien, podemos reanudar la conversación después de esa pausa necesaria.
Se ha producido un “seísmo global” en el mundo del trabajo, afirma Romagnoli. La “fábrica” fordista ha saltado hecha pedazos, las ruinas y los cascotes se esparcen por el suelo, no existe ya el “trabajo” como siempre lo habíamos concebido (de una pieza), sino minitrabajos, precariedad disimulada o sin disimulo.
La cosa no tendría tanta importancia si el fordismo hubiese sido tan solo un sistema productivo. Se da por supuesto que estas cosas evolucionan, tienen un ciclo vital perecedero y al cabo de un tiempo entran sin remedio en obsolescencia. Pero la fábrica fordista ha sido en la historia bastante más que un ciclo. Ha sido, dice Romagnoli, «un modo de pensar, un estilo de vida, un modelo de organización de la sociedad en su conjunto». La fábrica fordista fue durante toda una época el elemento sustentador y vertebrador de la sociedad, del estado y de la comunidad de las naciones, tanto en el occidente capitalista como en el oriente socialista. Los kombinat que establecían una cadena ininterrumpida desde la minería, para arrancar del subsuelo las materias primas, hasta los tractores o los camiones surgidos de las cadenas de montaje, “crearon” en los Urales en torno de la industria pesada nuevas ciudades de doscientos o cuatrocientos mil habitantes, de modo parecido a como la fortaleza feudal asentada en un risco había creado varios siglos atrás, a sus pies, aldeas cuyos habitantes vivían literalmente a la sombra del señor, al que proporcionaban víveres, subsistencias y pequeñas artesanías prácticamente como único cliente.
La fábrica, en sus dimensiones físicas y en su comunión de propósitos y de esfuerzos, se ha volatilizado y fragmentado en mil porciones distintas. Para expresarlo con una palabra rara pero que nos resulta cada vez más familiar, se ha “deslocalizado”. No es posible ya reducirla a un espacio físico, a un centro de trabajo, porque no existe un centro identificable como tal. Las máquinas pueden pertenecer a una firma y quienes las hacen funcionar a otra distinta, o a una ETT, o ser formalmente emprendedores autónomos. Los lugares de producción se diversifican; en muchos casos han invadido el propio domicilio privado de los trabajadores. La dirección se diluye entre una gerencia, un consejo de administración, una asesoría financiera, otra asesoría fiscal, un departamento autónomo de recursos humanos, y así sucesivamente; todos ellos dispersos en la geografía física, y conectados en red gracias a los avances de las nuevas tecnologías.
La acumulación de innovaciones tecnológicas está generando una situación que va incluso más allá: con el sistema llamado Big Data, la vieja fábrica cabe completa en el bolsillo de un móvil “inteligente”, y puede acompañar a su propietario allá donde vaya, las veinticuatro horas del día y los 365 días del año. Apple proyecta entrar en la fabricación de automóviles para convertirlos en sistemas inteligentes y conectados permanentemente en la red. Olvídense del GPS, o mejor piensen en un GPS versátil y omnisciente elevado a la enésima potencia.
¿No es una ironía que en un mundo de supermóviles, de viviendas, de automóviles, incluso de sistemas de armas “inteligentes”, la inteligencia abandone progresivamente al trabajo, es decir a la actividad paradigmática de la inteligencia humana a través de los siglos?
Advierte Romagnoli de la imposibilidad de mirar atrás para “reconstruir” (la consigna clave después de un terremoto) una realidad desaparecida. Si el trabajo ha cambiado sus coordenadas y los vectores de su actividad, no tiene sentido intentar reconstruir la cobertura jurídica del trabajo “donde y como” era antes. Tal intento sería “metahistórico” y se vería condenado a la irrelevancia.
Lo que dice Romagnoli del derecho del trabajo es válido también para el otro gran instrumento de cobertura colectiva del trabajo, no jurídico sino factual y social: el sindicalismo. Hacer las mismas cosas que antes en un contexto nuevo sería una solución con muy poco recorrido. El futuro del sindicalismo deberá asentarse en nuevos instrumentos, nuevos conceptos básicos y nuevas formas de relación y de búsqueda de consenso.
El terremoto, señala Romagnoli, ha pillado a todos desprevenidos. Pero nada obliga a los sindicalistas a concebir su propio trabajo desde una perspectiva pretecnológica, cuando la producción ha saltado a un escalón superior; la información de las máquinas puede ser aprovechada en distintos sentidos, desde los dos bandos confrontados. Y si la economía ha roto las costuras del estado-nación para plantearse en términos globales, también el derecho laboral y los sindicatos deberán dar ese paso crucial, y postularse como instrumentos globales para la reconstrucción de un nuevo orden mundial más justo y sostenible.
 


 

martes, 18 de octubre de 2016

DE LA RESISTENCIA A ULTRANZA AL MAL MENOR


Día a día, con precisión mediática calculada, la nueva dirección del PSOE, al tiempo que nos repite una y otra vez que todo está por decidir, se va colocando en la pendiente por la que rodará infaliblemente hacia la colaboración con el segundo gobierno de Mariano Rajoy, a cambio de algunas concesiones de menor cuantía y siempre con un escrupuloso respeto de las apariencias para evitar los qué dirán de las lenguas de doble filo.
No es asunto baladí, sino un auténtico acontecimiento en el panorama político; y las élites extractivas, siempre atentas a los augurios detectables en el vuelo de las aves y en las entrañas de las bestias, han empezado a dar signos de reaccionar en consecuencia. Podría estar cercano el momento de un buen barrido de la oposición-chusma encastillada en algunos grandes municipios, y con él de la recomposición en todo el marco institucional del poder omnímodo de la multinacional Dinero SL y sus diversas franquicias.
Apunto al respecto dos iniciativas aún prematuras, pero vendrán más. La primera es la declaración de Xavier García Albiol, dispuesto a ceder sus cuantiosos votos consistoriales en Badalona a un alcalde in pectore del PSC, con la finalidad de desalojar de la alcaldía a ERC y la CUP. Albiol no es a fin de cuentas más que un sheriff, pero en Barcelona un genuino representante de las tales élites extractivas, Alberto Fernández Díaz, hermano del ministro del Interior, capitoste del grupo municipal del PP y cargado con un pasado personal y una fortuna familiar ligados indisolublemente al régimen franquista, ha hecho la misma propuesta a los socialistas para desalojar a Ada Colau, que no es ni de ERC ni de la CUP. Alberto, un intelectual orgánico donde los haya, ha colocado en el mismo saco a los dos virus que infectan las municipalidades rebeldes: el independentismo (ERC-CUP) es uno, el otro es el “guerracivilismo”.
Curiosa la desmemoria histórica que patrocina Fernández Díaz, heredero de una saga familiar que se lucró tanto con la guerra civil como, muy en particular, con la situación posterior de acogotamiento de la disidencia. No es “guerracivilista” él, que pone siempre su mirada limpia en el futuro, sino los resentidos que se niegan a aceptar el derecho natural de los vencedores de antaño a eternizar su dominio.
Otro aspecto curioso es que el adalid del PP cuenta de forma explícita para la operación de acoso y derribo a Colau con los nominalmente independentistas agrupados en torno al ex alcalde Trías, que por su parte anda chicoleando por el cotarro, con la intención de pillar cacho.
Sopesadas con escrupulosa atención las correlaciones de fuerzas, la izquierda puede conservar aún una cierta esperanza debido a que Miquel Iceta, un superviviente nato de varios episodios cainitas en su formación, no se parece nada a Javier Fernández, ese asturiano honesto y realista que comanda provisionalmente la brigada acorazada San Telmo, más conocida como la del Mal Menor.
 

lunes, 17 de octubre de 2016

EL ENEMIGO PÚBLICO NÚMERO UNO


El Sunday Times, según informa la prensa, ha dado publicidad a un artículo inédito de Boris Johnson en defensa de la permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea. Los argumentos eran atinados, y han cobrado mayor fuerza después de lo realmente ocurrido, porque en buena parte lo anticipaban. Pero Johnson solo escribió ese texto para reflexionar sobre el problema y elegir el modo más eficaz de rebatir los argumentos europeístas que se le habían ocurrido. Fue uno de los defensores más furibundos del Brexit, y hoy, con esa carga de responsabilidad a cuestas, es ministro de Asuntos Exteriores de un país obligado a corto plazo a sumergirse hasta el cuello, si no más arriba, en unos asuntos exteriores sulfurosos.
Algo parecido está ocurriendo con el PSOE. Los argumentos comprensibles y posiblemente valiosos que se hicieron valer en un momento determinado para adoptar una posición unánime de “No es No”, ahora son arrinconados en el armario trastero. Una abstención en la investidura de Mariano Rajoy es descrita como un prudencial paso a un lado (ni siquiera un paso atrás) para desplegar después en las Cortes toda una cortina artillera parlamentaria con la que forzar concesiones significativas de progreso al PP gobernante.
Música celestial. Está de un lado el talante personal de Rajoy, que siempre ha preferido evitar los debates parlamentarios y sustanciar por la vía del decreto y sin publicidad todos los asuntos que considera “de gabinete”. Lo ha hecho cuando contaba con un rodillo parlamentario imbatible: figúrense ahora.
Y en lo que no baste, la oposición parlamentaria tampoco podrá controlar la actuación del gobierno porque el senado, con mayoría absoluta popular, va a cerrar la tenaza desde la contraparte. No es por tanto cuestión de invocar el libre juego de mayorías y minorías en una democracia parlamentarista hipotética, cuando tal cosa es inviable en las circunstancias reales y precisas en las que nos movemos.
Sin contar con que Mariano, fiel lector de “Marca”, es un forofo del catenaccio. Apostar porque tendrá una actitud flexible en las tormentas presupuestarias que se avecinan, es desconocer el hecho comprobable de que su actitud y sus posiciones se han mineralizado a lo largo de su etapa de gobierno. Empleo el término “mineralizado” porque algunos me acusarían de exagerado si escribiese “fosilizado”. Pero solo veo piedra caliza allí donde tal vez en tiempos hubo signos de vida.
Mariano Rajoy es el enemigo público número uno de nuestra democracia. No voy a repetir los datos de su currículum, porque son de sobra conocidos. Tan conocidos que produce cierto estupor que voces muy reconocibles del aún primer partido de la oposición defiendan la abstención en su investidura “por el bien de España” y de la “gobernabilidad”. Se entiende, aunque no insistan mucho en este punto, que por el bien del grupo parlamentario también, dado que en unas terceras elecciones consecutivas la mengua de votos socialistas podría ser muy sensible y dolorosa.
Pero de una parte, la situación del partido no se soluciona con un “Virgencita, que me quede como estoy”, y de otra, en este envite están en juego cuestiones mucho más trascendentes que la permanencia en el escaño de unos cuantos diputados. El hecho de que algunos sigan considerando taxativamente preferible dar un cheque en blanco a la derecha pulcramente vestida pero maloliente, antes que tender puentes hacia la izquierda gritona y despeinada, no es más que un síntoma más de la difícil encrucijada en la que se encuentra el PSOE.
 

domingo, 16 de octubre de 2016

FERNÁNDEZ Y LA DEMIMONDAINE

El PSOE está en zugzwang, en feliz expresión extraída por mi amigo Quim González del vocabulario ajedrecístico. El zugzwang es aquella situación en la que el jugador de ajedrez pierde por tener la obligación de jugar. Si pudiera dejar pasar su turno, como en el póquer subastado o en el dominó, su posición se sostendría; pero cualquiera de las jugadas legales que tiene a su disposición le arrastra a la debacle.
Dado que es forzoso tomar una u otra decisión, es indudable que el partido va a sacrificarse por el bien de España. Lo cual nos lleva a una segunda cuestión, no menos comprometida que la primera: ¿De qué España? Tanto podría ser la del cambio como la de la permanencia, y Javier Fernández se esfuerza por convencernos de que ambas posibilidades siguen abiertas, de que él es neutral y de que, sea cual sea la decisión final, esta la va a tomar la militancia. Mientras, en elpais ya ha salido una encuesta que indica cuáles son las preferencias de los votantes del PSOE. No son lo mismo, sin embargo, militantes que votantes, un concepto mucho más gaseoso, por no decir etéreo. Y la reelección de Miquel Iceta al frente del PSC es un serio timbre de alarma sismológica: va en una dirección diametralmente opuesta al supuesto mainstream detectado por los sondeadores de elpais.
Hay rumores, dicho sea incidentalmente, de que se podría intentar resucitar una Federación Catalana del PSOE, confrontada con el PSC. No es imposible, desde luego, pero les remito de nuevo a lo que Quim González comenta sobre la situación de zugzwang. No da la sensación de que el remedio fuese mucho ni poco mejor que la enfermedad.
Así estamos, y Javier Fernández defiende con aspavientos su posición neutral y aglutinadora de voluntades en el conflicto interno. Me recuerda lo que le sucedió a Charles Swann, en la Recherche de Proust, cuando un amigo le comentó que había visto a Odette, su amante, en una maison de passe (lo que en catalán se denomina casa de barrets).
Swann corrió de inmediato a casa de Odette, a preguntarle si tal historia era cierta, y Odette le respondió que jamás había pisado uno de esos lugares. La respuesta fue tan rotunda que Swann sintió un alivio inmediato de la incandescencia de sus celos posesivos. Pero entonces Odette, en su ansia por remachar el clavo y dejar constancia completa de su buena fe, dio un pequeño paso en falso. Lo que añadió, y hubiese sido más prudente callar, fue, más o menos:
– Y si no lo hago es únicamente porque te quiero a ti, tonto; no porque me hayan faltado proposiciones de las madames más renombradas; alguna de ellas muy tentadora, no creas.

Recordatorio
El paso de un ciclón por el territorio de Haití ha dejado más de mil muertos, y el cólera puede multiplicar por varios guarismos las víctimas, dada la falta de medicamentos, el hambre y la miseria que invaden los campos de refugiados. La respuesta de la comunidad internacional ha tenido un perfil bajo, muy bajo. En recuerdo de aquella consigna viral cuando el atentado a las oficinas de Charlie Hebdo, «Je suis Charlie», ha empezado a despegar otra campaña con un eslogan más melancólico: «Nobody is Haití», nadie es Haití.

sábado, 15 de octubre de 2016

GENTE DEL PSUC


La revista Nous Horitzons ha celebrado con un número especial los ochenta años de la fundación del PSUC, el Partit Socialista Unificat de Catalunya. El número lleva por título «PSUC, el millor partit de Catalunya». No es, desde luego, el mejor título posible. Por varias razones, la principal de las cuales es que el PSUC – como tal – ya hace años que dejó de existir. Difícilmente puede aceptarse que “lo mejor” haya carecido de la consistencia necesaria para mantenerse en el tablero político. Un reparo apuntado por Enric Juliana, en su ponderado parlamento en la sala Martí l’Humà del MUHBA: el PSUC fue posiblemente el mejor partido catalán en ciertos momentos puntuales de su trayectoria, pero también fue el peor en otros muy señalados. Convendría, en el cómputo global, no practicar lo que Gramsci llamó “boria di partito”, y ceñirse con mayor rigor a lo que exigía el dirigente sardo: “fatti concreti”.
El índice de la revista, y el contenido de buena parte de sus aportaciones, las que evitan tanto la vanilocuencia como el narcisismo, indican hasta qué punto el PSUC fue capaz de insertarse en el tejido social y cultural de Catalunya, y de activar un buen número de iniciativas, de movimientos y de reivindicaciones en todas las direcciones de la rosa de los vientos. Tuvo las características de un gran animador social y cultural, mejor aún, de un catalizador de potencialidades que de otro modo habrían quedado sin la proyección y la presencia ciudadana que merecían. Fue también un punto de encuentro para muchas inquietudes, y una escuela de política que reunió en algún momento de sus trayectorias a “extraños compañeros de cama”, personas con ideologías y ambiciones muy diferentes e incluso contradictorias.
Como partido político, el PSUC de la etapa democrática fue un fracaso en sordina. Hubo una incapacidad mayúscula para establecer una síntesis capaz de imprimir una dirección precisa y predeterminada a todo (y era mucho) lo que se movía. La Dirección siempre fue un conglomerado de piezas heterogéneas y mal ajustadas, que ludían entre ellas de forma destemplada. Se sucedieron las escisiones y los abandonos. Siempre hubo varias almas dentro de una misma organización, nunca una unidad de propósito ni una aspiración a la hegemonía, palabra consabida que se menciona en no pocas ocasiones en el número de Nous Horitzons, sin ton ni son, nunca en el difícil sentido gramsciano de la palabra. (En esa carrera, en democracia, el pujolismo y el maragallismo llevaron siempre muchos cuerpos de ventaja a la gente del PSUC). Las hechuras del traje de Príncipe moderno le quedaron desmesuradamente grandes. Y en la publicitada dicotomía de “partit de lluita i de govern”, obtuvo éxitos parciales (poco reconocidos en sectores del interior mismo de la organización) en el apartado de la lucha, y pasó desapercibido – ostentosamente desapercibido, disculpen el oxímoron – en la faceta de partido de gobierno. No ha dejado en este último apartado ninguna huella reconocible, ninguna herencia.
En todo caso, tiene sentido el homenaje a lo que mucha gente del PSUC significó realmente en la vida catalana durante varias décadas cruciales. No es una objeción el hecho de que se trate de un homenaje preñado de nostalgia por lo que “pudo haber sido y no fue”, y bastante tardío. Dicen que más vale tarde que nunca.
 

viernes, 14 de octubre de 2016

DEL BUFÓN AL MUSIQUERO


Dario Fo, nobelizado en 1997, falleció el mismo día que la Academia sueca anunciaba la concesión del mismo galardón superfluo a Bob Dylan. Es bueno que la Academia no se dé una importancia excesiva a sí misma, y emprenda de vez en cuando esas excursiones por los márgenes inesperados de la Literatura (con mayúscula) concebida como objeto de estudio académico. A Bob Dylan (Blowin’ in the wind, The times are a-changing) lo escuchábamos con rabia interna y con recogimiento comunal cuando teníamos veintipocos años y buscábamos símbolos que expresaran nuestra disconformidad profunda con lo que estaba ocurriendo a nuestro alrededor. También escuchábamos a Georges Brassens y a Raimon, dos figuras enormes de la poesía musicada (toda poesía lleva música dentro, algunos tienen el don de hacerla aflorar al exterior), uno de las cuales ya seguro no recibirá el Nobel, y el otro es del todo improbable que llegue a recibirlo, a la vista de las circunstancias concomitantes del galardón.
No tiene mucha importancia, en todo caso. El Nobel no da ni quita méritos, solo supone publicidad y seguramente un incremento sustancial de ventas. A Raimon le vendría muy bien, seguro, una caja de resonancia semejante para una obra exquisita pero bastante desconocida en los mentideros culturales internacionales. A Tonton Georges, en cambio, le habría sentado como una patada en los mismísimos la concesión del Nobel, si hemos de juzgar por lo que escribió acerca de un reconocimiento oficial bastante equiparable, en una canción que nunca llegó a cantar en público: La Legion d’Honneur ça pardonne pas.
El problema, y así lo expresa Brassens, es que el entorno mediático se apresura a fagocitar lo que tiene de original y de rebelde la obra de un premiado, de cualquier premiado, y a situarlo en la perspectiva “imperecedera” de un canon secular que solo varía milimétricamente con la inclusión del nuevo nombre. Fo no cambió de actitud después de 1997; pero los demás lo empezaron a ver de otra manera más refinada, menos bufonesca. Había abierto brecha, se podía contar con él en el diseño estratégico de una galería de grandes hombres del futuro.
Con Bob Dylan pasará lo que haya de pasar, pero es obvio que tanto su arte como su trayectoria se sitúan hoy en coordenadas bastante diferentes de lo  que significaron hacia 1965, y que tampoco ha sido “aquel” Dylan el reconocido ahora con el aplauso de los académicos suecos.
En cuanto a Philip Roth y Haruki Murakami, los dos Poulidor de la competición, sin duda volverán a ver inscritos sus nombres en la lista corta de los candidatos a la próxima edición del premio. Aprovechen para leerlos ahora; que no les pille de sorpresa si luego, cualquier año, les toca por fin la lotería que tan esquiva les va resultando.
 

miércoles, 12 de octubre de 2016

EL PAÍS ES UNA PIÑA; LOS DIVIDIDOS SON LOS OTROS


La bronca se ha trasladado con toda naturalidad desde la camiseta de Piqué a la celebración del día de la Hispanidad. Siempre con las banderas por delante. En el partido con Italia, un grupo de españoles agitaba banderas rojigualdas con el logo muy visible de una marca de neumáticos. A nadie le pareció que debieran ser retiradas, ni se ha denunciado el hecho a la FIFA, que yo sepa. Hay una confusión muy grande sobre el alcance y las formas del respeto a los símbolos, paralela a una discriminación muy taxativa entre los símbolos que merecen ser objeto de homenaje, siquiera sea sui generis, y los que en cambio deben ser denunciados sin tardanza por escándalo público en el cuartelillo o la comisaría más próximos.
En el desfile de las Fuerzas Armadas de hoy en Madrid hemos visto a la presidenta de la Comunidad enarbolando un artilugio describible como paraguas patriótico. Lucía los colores de la bandera española. Con el escudo preceptivo que consta en la Constitución. Tal vez Cifuentes llevaba también las bragas a juego. Es una forma idiosincrásica de honrar los símbolos patrios.
En el otro platillo de la balanza: durante la manifestación en favor de la Unidad de la Patria que ha tenido lugar esta mañana en Barcelona se han quemado esteladas. No habrá sanción, seguro, aunque sí se ha encontrado al juez consabido que ha prohibido al consistorio de Badalona trabajar un festivo. No alabo la decisión del ayuntamiento, me limito a señalar que no se persigue la misma conducta con la misma celeridad cuando quien la practica es un empresario de la construcción, pongamos. En este país, la primera ley fundamental es la del embudo.
Cabe preguntarse qué unidad es entonces la que se predica desde las tribunas y los púlpitos; parece que la consigna sigue siendo vencer, no convencer.