jueves, 30 de abril de 2020

CABALLO DE PARADA



En Lipica, Eslovenia, septiembre de 2018


Caballo le dan sabana porque está viejo y cansao
Pero no se dan de cuenta que un corazón amarrao
Cuando le sueltan la rienda es caballo desbocao

Roberto Torres, Caballo viejo


Creo recordar que fue Federico Engels el que calificó en alguno de sus escritos el Primero de Mayo como un “caballo de parada”. La expresión denota cierta impaciencia: pensaba “el General” que las celebraciones y las manifestaciones están bien, pero no despejan las urgencias que se acumulan en la praxis colectiva de una clase trabajadora que pretende pesar más (o, más simplemente, “pesar” algo) en la marcha del mundo.

En vísperas de un Primero de Mayo sin presencia en la calle, la reflexión ofrece un contrapunto inédito. Porque mañana no desfilaremos, ni ondearemos banderas, ni corearemos eslóganes, ni volveremos a nuestras casas "viejos y cansaos" con el regusto satisfecho de un deber cumplido. No están los tiempos para tales líricas.

Nissan habría estado presente en muchas de esas pancartas que no se desplegarán; pero a falta de pancartas, no puede estar ausente también de nuestros propósitos.

Autónomos y pequeñas empresas se están quejando de la tarea minuciosa de obstrucción que despliegan ciertos bancos para escatimarles los créditos ICO y encauzar los dineros aportados para la reconstrucción en direcciones que les garanticen el mejor retorno posible de unas inversiones que sin embargo no son suyas, porque su función en este caso es únicamente la de mediación en la distribución racional de unos dineros públicos.

Ya verán como la banca privada volverá a cifras récord de beneficios cuando concluya la crisis. El sector se colocó a base de codazos en primera fila para el rescate de la economía después del catacrac de 2008, desde la presunción de que era demasiado grande para caer. Y ahí sigue la banca en primera fila, encantada de haberse conocido y ejerciendo de guardián autoconvocado del tráfico financiero, para dirigir la circulación de las ayudas públicas con criterios de negocio, e imponer en la práctica una selección previa de los ganadores y los perdedores que saldrán de esta nueva prolongación de la misma crisis de fondo.

He aquí un tema estrella para una movilización de Primero de Mayo que habrá de desarrollarse desde la dificultad añadida del confinamiento. Los sindicatos están reclamando nacionalizaciones de empresas estratégicas, dado que los objetivos de negocio privado con los que se dirigen estas, son incompatibles con el progreso y el bienestar colectivos. En el mismo sentido, es urgente la consolidación de una banca pública en la que el servicio prime sobre el negocio. Igual que en la pandemia las personas se han encaminado hacia la sanidad pública desertando de las mutuas, en la crisis deben poder recurrir a una banca pública, no a los santanderes, los bilbaos, las caixas y otros sacamantecas.

Ayer se celebró una asamblea de CCOO por youtube, y algo se planteó sobre todo ello. No es solo un dato; es un vector que indica una dirección, en busca de soluciones participativas, eficientes, prácticas. Soluciones públicas.

Se necesitan, y se han de encontrar. El gobierno progresista sigue comprometido en un programa por cumplir; y nuestra gente sigue confiando en que los sacrificios que ha asumido ya y los que se anuncian en la perspectiva llevarán finalmente a un cambio de tendencia y de horizonte.

El caballo de parada centenario se desbocará de nuevo, si acertamos a soltarle la rienda.
  

miércoles, 29 de abril de 2020

LA MALA BABA



Viñeta de Peridis hoy, en El País.

… comulgaba con mucho aparato,
quitando incluso, a veces,
el pan bendito de la boca de los demás.

Georges Brassens, Lèche-cocu


Pablo Casado está en desacuerdo con el plan de desescalada del gobierno de coalición. Con cualquier plan de desescalada. También estuvo en desacuerdo con el plan de escalada. Con cualquier plan de escalada. Dice que todo se ha hecho demasiado tarde. O demasiado pronto. O las dos cosas. Se queja de no ser consultado lo suficiente. En cada ocasión en que ha sido consultado, su respuesta ha sido “No”. Ahora los medios nos informan de que medita la posibilidad de boicotear la convocatoria a pactos lanzada por el gobierno. Lo que medita, en realidad, es de qué forma le será más fácil y efectivo reventar los pactos, si por presencia o por ausencia.

Casado juega al rebote. Quiere que Sánchez se estrelle sí o sí, y entonces pillar su puesto de rebote. Si hay por medio veinte mil muertos más, y una caída del PIB del 13 o el 15%, y una deuda pública disparada, mejor que mejor. Casado es un patriota, y dada su vocación indiscutible de patriota, tiene muy claro el guion de su eventual mandato: recortar, privatizar, liberalizar lo que haga falta, reforzar la ley mordaza, Santiago Abascal de ministro del Interior y Cayetana en Exteriores. Y muchos brindis al sol.

Georges Brassens, el cantautor de Sète, eternizó la actitud de Casado en una canción en la que califica a determinado individuo de Lèche-cocu, lo que puede traducirse, bien como “baboseador de cornudos”, o bien como “cornudo baboseador”. A ejemplo del antihéroe de Brassens, Casado se ha colocado con jactancia en la fila para comulgar, y allí intenta por todos los medios quitar a Sánchez de la boca la hostia consagrada.

Le deseo de todo corazón que tenga la suerte que merece: es decir, que no alcance el pan y se trague la propia baba.

La mala baba.


martes, 28 de abril de 2020

LIBERTAD DE CULTO



Un denario antiguo, con la efigie del César de turno.


Se ha insinuado en Italia una grieta peligrosa para la salida escalonada de la crisis, al sentirse ofendida la Conferencia Episcopal italiana por un discurso del primer ministro Giuseppe Conte, en el que situaba a un nivel parecido la esencialidad de los servicios de misas, por un lado, y de las peluquerías, por el otro.

Puede parecer cosa de chiste, pero no lo es. Si hemos de salir todos juntos del apuro, habrá de ser sin dejarse a nadie atrás; y en consecuencia, con el debido respeto a todas las sensibilidades respetables. (También los peluqueros están dolidos con el gobierno italiano, dicho sea de paso).

Las creencias religiosas son sin duda intrínsecamente respetables, piense uno sobre ellas lo que piense. A casi nadie se le ocurre hoy que los templos sean inmunes a la difusión del virus (la excepción serían algunos eclesiásticos adeptos a la teoría de la pandemia como castigo divino), pero la objeción pertinente la ha formulado así Andrea Riccardi, fundador de la muy respetada Comunidad de San Egidio: «Este país necesitará de todos los recursos espirituales y motivacionales posibles para volver a arrancar.»

La religión es, además de otras virtudes en las que no entro, un aglutinante social y una fuente de esperanza colectiva. Cierto que la teología transita con frecuencia por un carril, y el mundo de las creencias, las tradiciones y las pequeñas supersticiones compartidas, por otro. Es un dato, pero no una objeción dirimente.

En la Baja Edad Media, por ejemplo, era creencia muy asumida que durante la misa no pasaba el tiempo, literalmente, de modo que mientras el/la fiel asistía al culto, no envejecía. De ahí, en parte, la afición de tantos devotos y devotas a oír misa todos los días, y a trinarlas los domingos y fiestas de guardar.

En nuestra visita turística a Martina Franca, Puglia, vimos en una capilla lateral de la iglesia una estatua de Santa Comasia, objeto particular de devoción por parte de la feligresía local. La imagen, antigua, apareció al tirar abajo un tabique de una casa, en unas obras de restauración, y fue enviada al obispo. Este se fijó en la palma del martirio que portaba la santa, pero no pudo precisar más: “Es una mártir, la que sea (come sia)”, dictaminó. Los martinenses lo entendieron mal, y honraron desde entonces a Santa Comasia. Muchas mujeres llevan su nombre.

Un caso parecido es el de la tieta de Gramsci, que rezaba a donna Bisodia, un ejemplo de virtud femenina tan excelso que incluso aparece en el padrenuestro. En realidad no se trata de una donna, sino de la fórmula latina “dona nobis hodie”, dánosle hoy.

Sin duda todo esa amalgama de creencias acendradas y de pequeños malentendidos es perfectamente respetable, y el gobierno Conte hará bien en tratar de colocar a su favor a esos sectores amplios de creyentes, que se están comportando con disciplina y empatía en una crisis tan dura; en lugar de tratarlos a la baqueta.

Lo mismo cabe decir del gobierno Sánchez y de España. Siempre y cuando los obispos pidan respetuosamente el respeto debido a su grey, y no pretendan en cambio mangonear al gobierno en relación con las medidas económicas y sociales a tomar, exigiendo normas discriminatorias pro domo sua.

Al césar lo que es del césar y a dios lo que es de dios, sigue siendo después de tantos siglos una fórmula aceptable de coexistencia.


domingo, 26 de abril de 2020

NUEVAS SERVIDUMBRES



Bolsa de valores de Madrid.


Una muestra de la lógica implacable de nuestros neoliberistas la acaba de dar Isabel Díaz Ayuso, que no renovará el contrato temporal de tantas/os trabajadoras/es de la sanidad como han estado en primera línea de dedicación y de infección luchando contra el coronavirus en instalaciones precarias, sin horarios reglamentados y sin protección adecuada. Si la atolondrada Isabel supiera expresarlo de una manera lógica (la lógica en general queda más allá del límite de sus aptitudes), diría seguramente lo que dijo don Rodrigo Rato en ocasión célebre de una pandemia financiera anterior: «No es nada personal, es el mercado.»

Después de ser aplaudidos todas las tardes a las ocho, los héroes sanitarios a los que tanto debemos retornarán a la nada de la que surgieron, para probar suerte en los servicios de empleo. Lo mismo les sucederá a los reponedores de supermercado, a los transportistas, a los empleados de panaderías o de catering y a otras figuras de trabajadores precarios, que nos han sido rigurosamente necesarios durante la crisis y que pasarán a ser de nuevo flexiblemente innecesarios cuando la crisis haya sido superada.

A menos que hagamos entre todos algo por ellos.

Esto no va de teletrabajo, ni de robotización, ni de financiarización. Esto va de lucha de clases, dispensen ustedes la palabrota, colocada hoy en día fuera de las normas de la corrección política.

Ya dijo el poeta latino Horacio, hace un montón de siglos, que de nada les sirve a quienes surcan la mar cambiar de cielo, si no cambian también de alma. Eso nos ocurre ahora: de nada nos va a servir decir que “ya nada va a ser igual”, si vamos a seguir emperrados en mantener las mismas estructuras y las mismas condiciones leoninas de trabajo.

Al parecer, hay quien considera que la lucha de clases fue un momento interesante de una Historia social ya definitivamente muerta y enterrada. Ahora habríamos entrado en el luminoso reino de la flexibilidad.

Según. Flexibilidad máxima en el empleo, para el empleador. Inflexibilidad, máxima también, para el empleado, obligado a aceptar sin discutir el pliego de condiciones que se le presenta, y obligado además a firmar el finiquito cuando las “condiciones objetivas” así lo demandan.

Es el fantasma de una nueva servidumbre lo que recorre hoy el mundo. Siglos atrás existían los siervos de la gleba, sujetos a trabajar el terruño para el señor sin redención posible. Luego vino la fábrica, que fue acogida como una liberación pero acabó por imponer cadenas forzosas igual de pesadas. El sindicalismo batalló contra los nuevos “malos usos” que afligían al obrero industrial de un modo distinto, pero no menos grave, que al labrantín por cuenta ajena. Las victorias y las derrotas se alternaron en aquella pugna entre capital y trabajo, en la que cada cual era muy consciente de la trinchera que defendía.

Hoy se diría, al escuchar a algunos, que la “informalización” y la “flexibilización”, las start-ups y el nuevo emprendimiento, proponen un panorama nuevo y un horizonte más alto para el trabajo. No es así. Se niega la sustancia misma del trabajo, su entidad, su valor de cambio. Se reclama al trabajador que aparezca en escena just in time cuando se le necesita, y se le despide de inmediato cuando el apuro productivo ha pasado. Se le niega tanto en el contrato como en el despido su valor como persona, se desconocen los derechos que le son debidos por su utilidad al común. Todo se enfoca hacia la ganancia, el incremento del PIB, la fluctuación de los valores en las bolsas, la prosperidad privada y la miseria pública.

Se considera un desastre sin precedentes que el producto interior bruto retroceda un 8%. Pero es solo una estadística. Los muy ricos perderán el 8% de sus fondos invertidos en valores seguros; quienes no son ricos ya habían perdido desde antes ese valor abstracto y sin porcentaje cuantificable que tan solo “se les supone”, como se decía de los quintos en la mili.
  

sábado, 25 de abril de 2020

PONIENDO EL GRITO EN EL CIELO



Luis Argüello, portavoz de la Conferencia Episcopal Española.


La Conferencia Episcopal se ha pronunciado en contra de una renta mínima de sostén para los necesitados. Es comprensible. Se trata de una medida gubernamental que invade el terreno de la institución eclesial, así de claro. Es verdad pública desde siempre que uno de los terrenos de predilección de la Madre Iglesia consiste en el sostén de los necesitados; a su vez, y esta es una deriva colateral bastante menos publicitada, los necesitados concurren de forma sustancial al sostén de la Iglesia. La Madre Iglesia ejerce de empresaria sui generis de las obras caritativas, en un régimen de cuasi monopolio. Se trata de un negocio boyante, exento de impuestos de todo tipo, e injerencias tales como una renta mínima garantizada podrían ponerlo en peligro.

De ahí que los obispos hayan puesto el grito en el cielo, nunca mejor dicho. De ahí que estén descargando toda su artillería pesada sobre el Coleta, la persona que más énfasis está poniendo en la medida.

No es casualidad, eso del “Coleta”. El grueso de ls ataques contra él, hechos con una gran cantidad de sal gruesa, de desconsideración y de calumnia, proceden de los órganos de comunicación de la Iglesia. La Iglesia ataca a Iglesias, y como la frase así expresada podría dar lugar a retruécanos y malentendidos, se ha improvisado para la ocasión ese apodo despectivo, “el Coleta”, que deja las cosas claras.

La Iglesia católica es una institución bicéfala. De un lado está presidida por la Fe; del otro, por la Cuenta de Resultados. De un lado está el papa Francisco; del otro, la Curia.

La Iglesia católica es una gran multinacional, cuyo funcionamiento está dirigido con criterios tayloristas muy estrictos. Todos los párrocos y los ecónomos de las órdenes religiosas, así en Roma veduta como en San Esteban del Valle, saben muy de cierto que, si el balance anual de sus actividades arroja números rojos, serán sustituidos sin contemplaciones por el obispo, y perderán su modus vivendi. La caridad es una virtud teologal, pero siempre tiene un límite. La caridad bien entendida empieza por uno mismo, según adagio muy inculcado desde el seminario en el ánimo de todos los eclesiásticos.

Eso no quita que dentro de la Iglesia existan ejemplos edificantes de abnegación, de desprendimiento, de heroicidad incluso. Una cosa son las personas, y otra la institución. No solo en la clase de tropa, también en la jerarquía hay personas valiosas, modélicas si se quiere. Personas que siguen el camino marcado en su día por Jesucristo, y que cargan valerosamente con su cruz sin atender a la prosaica cuenta de resultados.

Pero vistas las cosas en su conjunto, la cuenta de resultados es el infierno que ha acabado por prevalecer contra la piedra angular de aquel soberbio edificio proyectado a orillas del mar de Galilea.

La caridad eclesial implica una relación muy fuerte de dependencia. La política eclesiástica es una política caciquil. La administración de los cuidados a la clientela necesitada conlleva el ejercicio de un cuasi monopolio que se extiende a otros terrenos ideológicos sensibles, singularmente a la educación. La caridad justifica el privilegio, y refuerza así tanto el poder del dispensador de caridad como la dependencia a perpetuidad de la grey de los “beneficiados”.

Por esa razón la Conferencia Episcopal ha salido diligentemente a la palestra para manifestarse en contra de un instrumento técnico igualador, que de implantarse podría aportar una porción, aun muy modesta, de independencia económica a su fiel clientela de necesitados de siempre.
  

viernes, 24 de abril de 2020

CONCIENCIA DE LUGAR


San Esteban del Valle, desde San Andrés.


Almudena García Drake, alcaldesa de San Esteban del Valle, una pequeña población del Valle del Tiétar, escribe en eldiario.es para expresar con todo respeto el absurdo de una norma que permite ir al supermercado a proveerse de alimentos, pese al riesgo de infección, y prohíbe en cambio el trabajo en la soledad de un huerto familiar en lugares en los que los supermercados quedan a kilómetros de distancia y en cambio los pequeños huertos proporcionan un complemento alimentario necesario para personas de renta disponible muy escasa.

La globalización ha ido de la mano de la deslocalización. Comprar respiradores en China resulta más barato que fabricarlos aquí. Es un dato, pero cuando un dato se convierte en cuestión de principio, viene a descubrirse a la larga que no es lo mismo depender de China que del tejido local de pequeñas empresas en circunstancias en que el respirador se convierte de pronto en un elemento esencial para la supervivencia.

Se ha dado más importancia al negocio que a la vida, y la vida se venga matando el negocio. Se ha dado más importancia a la economía que a las personas, y ahora las personas se mueren y, ¡oh sorpresa!, la economía se muere con ellas. Es un pequeño detalle que había sido omitido por los teóricos de la economía global. Se encumbró una medicina globalizada, privatizada y financiarizada como el no va más de la eficiencia, y seguramente lo es pero eso no quita se le mueran los pacientes por racimos.

Los portavoces de la cultura neoliberista insisten en que se trata de muertos mayoritariamente ancianos, y por lo tanto gente inservible para el funcionamiento correcto de la economía. La señora Lagarte ha sido muy clara al respecto, al señalar que es un escándalo y un egoísmo inadmisible que la gente mayor viva tanto. Los viejos estaríamos poniendo palos en las ruedas de una economía lanzada a velocidades de vértigo y que no está para distraerse con trapos rojos sino que, como los morlacos que criaron en tiempos don Juan Miura y sus herederos en Lora del Río, va derechamente al bulto.

No solo la economía, también el trabajo, ese componente esencial de la vida que de pronto perdió casi todo su valor de cambio, se ha despegado del territorio. Las empresas se deslocalizan, y si el capital es transnacional, la fuerza de trabajo va, como antes la risa, por barrios, dado que se buscan los lugares con niveles salariales más modestos para contratar el mayor número de personas por el menor tiempo y dinero posible.

Todo tiene un aire de pesadilla. Y en estas un elemento diminuto pero real, el coronavirus, se ha presentado al convite como el convidado de piedra se presentó delante de Don Juan para reclamarle el pago íntegro de la deuda contraída.

Aldo Bonomi, sociólogo italiano, ha señalado que la fuerza de trabajo debe sumar, a la conciencia de clase, la conciencia de lugar. Otra manera de decir lo mismo es insistir en la importancia de la comunidad. Las personas no estamos solas, somos nudos de relaciones múltiples, y vivimos compartiendo de continuo cosas materiales, actividades, ideas, experiencias, con otras personas. No tiene tanta importancia el encuadramiento administrativo del lugar que cada cual ocupa en el mundo, sino el hecho de que se trata de un suelo sólido y mensurable, que estaba ahí cuando vinimos al mundo y que nos acogerá cuando lo abandonemos.

El lugar es algo que nos pertenece y a lo que pertenecemos. La emigración es otra forma de deslocalización, y siempre, incluso en el mejor de los casos, conlleva desarraigo.

La primera responsabilidad que tenemos en relación con el lugar donde habitamos, es procurar que sea habitable. “Globalizar” en este sentido debe significar habitar y llevar un bienestar igual a todo el mundo, sin discriminaciones. No, como se viene haciendo, dejar crecer sin límite a un mismo tiempo las macro aglomeraciones urbanas y los desiertos de los tártaros.


jueves, 23 de abril de 2020

CRISIS DE LA IZQUIERDA Y PUNTO DE VISTA


Zoom

Vamos primero a la sustancia, y después hablaré un poco del pequeño milagro que ha sido la edición española de este libro de Bruno Trentin (La utopía cotidiana, Diarios 1988-1994. El Viejo Topo 2018).

Un diario personal no destinado a la publicación es un instrumento de trabajo y un registro puntual, que el autor confecciona para sí mismo. El diarista anota al hilo de los días las impresiones que recibe de los acontecimientos que le afectan de una forma u otra en los distintos ámbitos en los que todos vivimos en sociedad. Esas impresiones se registran “en bruto”, sin filtro ni selección, sin adorno estilístico, de forma muchas veces telegráfica y en clave para el uso propio, puesto que el objetivo no es transmitir ni comunicar nada a un “público” lector.

El diario de una persona que ocupa un lugar prominente en su sociedad y en su país, presenta el aliciente de proporcionar acceso directo a las actividades de un protagonista de la Historia en mayúsculas, desde el punto de vista privilegiado de la interpretación y valoración que él hace en persona sobre lo que está ocurriendo. En tiempo real, además; es decir, no en la forma de unas Memorias confeccionadas, rectificadas y aderezadas a posteriori para dar cuenta a la opinión de lo que se ha hecho; sino al hilo mismo de la sucesión vertiginosa de los acontecimientos, en tiempos revueltos.

Es el caso de Bruno Trentin (1929-2007), sindicalista, jurista y sociólogo italiano, en los años en los que ocupó la secretaría general de la CGIL, el mayor y principal sindicato italiano.

Una crisis sin precedentes barrió en esos años críticos todo el territorio de la izquierda en Italia, en Europa y en el mundo, y puso en cuestión de forma tan cruda como repentina todas  las viejas certezas.

Por eso hablo de zoom al calificar el enfoque particular de este libro que nunca fue pensado para ser publicado. Coexisten en el texto ─muy directo, de una forma literaria muy poco elaborada─ niveles  diferentes que se superponen y encajan unos en otros como unas cajas chinas.

El nivel de la identidad personal y familiar, en primer lugar; que contiene, además de los afectos y las aficiones del autor, la historia de una depresión de caballo. En la selección de los textos para la edición española, Javier Aristu y yo optamos por reducir este nivel a un “mínimo significativo”; es decir, dejar tan solo algunas breves notas indicativas de la tormenta íntima que agitó a Trentin en esos años. Rehuimos de esa forma el “morbo” que podía provocar en el lector una cuestión puramente accesoria y anecdótica.

Segundo nivel, la historia del sindicato en unos momentos críticos. En un contexto de pluralidad sindical y de duras batallas por el predominio político (un nuevo avatar de la “correa de transmisión”) en la organización por parte de los partidos de una izquierda que se desmigajaba, Trentin se esforzó en afirmar la autonomía de la CGIL, eliminar de raíz la influencia de las “componentes” (comunista, socialista e independiente) que ocupaban un lugar estatutario en la dirección, y definir un programa propio, surgido y definido a partir de la propia fuerza organizada. Todo ello en unos momentos particularmente tempestuosos por la gran batalla política de la supresión de la escala móvil; por la reconversión del “viejo” PCI en el nuevo y efímero Partito Democratico della Sinistra, sumada a la escisión del grupo de la no menos efímera Rifondazione; y, más en general, por la pérdida de los referentes clásicos que supuso en las izquierdas del Occidente el derrumbe estrepitoso de la Unión Soviética.

Tiananmen, la caída de Gorbachov y el ascenso de Eltsin, los equilibrios difíciles de la Unión Europea, la delicada situación mundial en un momento en que el mundo había dejado de pronto de ser bipolar, conforman un tercer ámbito temático en el que Trentin no es solo un espectador de primera fila, sino un protagonista activo. Él representa a una fuerza poderosa, la de un sindicato democrático de masas, el más significado del mundo occidental, y desde la autoridad que le concede esa posición, interviene, participa, se reúne, debate, presiona y sufre presiones. Lo que queda de todo ello en el Diario no es el relato de sus tomas de posición y de la influencia que tuvieron en la marcha general de los acontecimientos, sino el eco sordo de las batallas, las impresiones recibidas, el retrato instantáneo de los protagonistas que le han apoyado y con los que se ha enfrentado.

Y finalmente, sobrenadando a todo ese magma, se sitúa en un lugar destacado en los Diarios la reflexión teórica, las notas de una lectura incansable y sistemática, y el esbozo de proyecto de una obra ensayística que dé cuenta al revés, desde el presente y hacia sus raíces hundidas a diferentes profundidades en el pasado, de la historia torturada de un pensamiento utópico-real según el cual el trabajo humano podría representar, más allá de un modo de vida subordinado y opresivo, la promesa de una liberación desconocida, la epifanía de una humanidad finalmente redimida.

Esa obra fue escrita, y se llamó La ciudad del trabajo. En 1994, cuando Trentin abandona la secretaría general de la CGIL por coherencia consigo mismo, dolorido y al mismo tiempo aliviado, tiene ya en mente las líneas principales del libro proyectado. Su diario es también una mina en la que desenterrar los materiales en bruto de los que se valió para su magistral elaboración posterior de la historia de la gran utopía cotidiana de la izquierda.

*   *   *

Fue Javier Aristu quien me dio la alerta, y me facilitó la compra de un ejemplar de los Diarios de Trentin en la edición italiana de Ediesse, al cuidado de Iginio Ariemma. Javier y yo nos cuidábamos ya de la edición de la revista electrónica Pasos a la Izquierda, y pensamos al principio en la publicación de algunos fragmentos largos, nada más.

El proyecto creció gracias a un viento favorable en el grupo de colaboradores de la revista, así en Sevilla como en Barcelona y en Pineda de Mar. Javier y yo hicimos una selección de entradas, algo más de la tercera parte del libro original. Las tradujimos a cuatro manos, las revisamos, les pusimos titulillos para marcar el paso de uno a otro nivel de reflexión.

Decidimos que aquello necesitaba un aparato considerable de notas, y una presentación adecuada. Las notas se convirtieron finalmente en un Glosario, en cuya redacción intervinieron Marcial Sánchez Mosquera y Javier Tébar Hurtado. De la presentación se hizo cargo Antonio Baylos Grau, que hizo mucho más de lo que nosotros podíamos imaginar: todo un ensayo autónomo sobre la significación de la obra de Trentin y sobre su difusión en España, a través principalísimamente del esfuerzo de José Luis López Bulla como traductor y como divulgador.

Teníamos ya el artefacto a punto. Bastó enseñarlo en la Fundación Primero de Mayo para sumar el apoyo entusiasta de Ramón Górriz, Bruno Estrada, José Babiano y seguro que me dejo a alguno más en el tintero. Javi Tébar activó las gestiones entre ellos y Miguel Riera,  de El Viejo Topo, para la edición en papel, que se resolvió con toda clase de facilidades por ambas partes.

Quedaba pendiente la cuestión de los derechos. Ahí intervinieron López Bulla y Quim González Muntadas con Gaetano Sateriale, director de Ediesse, que se encargó de hablar con la viuda de Bruno Trentin, Marcelle (Marie) Padovani. Marcelle cedió graciosamente los derechos para esta edición española, y así pudo nacer finalmente el libro, desde la convergencia de muchas generosidades absolutamente desinteresadas. Su trayectoria en las librerías no habrá sido famosa, me temo, pero es una apuesta firme de futuro, un libro cuya condición de indispensable se irá afirmando con el tiempo.


miércoles, 22 de abril de 2020

EN LA RAMPA DE SALIDA DE LA GALAXIA


Gran Angular

Había reservado este libro para proponerlo mañana como colofón de la serie. He cambiado el orden previsto, no sin dudas, debido a que el libro de mañana no encaja de ninguna forma en la idea del Gran Angular. Será otra cosa distinta, un Zoom.

Pero había varias buenas razones para cerrar el ciclo con el ensayo muy reciente de Irene Vallejo. La más inmediata es que El infinito en un junco (Siruela, 2019) ha sido mi última lectura de las cinco seleccionadas en mi short list para un Sant Jordi confinado. La menos importante, es que lo ha escrito una mujer, Irene Vallejo, y mi elenco no incluye a ninguna otra. (Ojo, digo que es lo menos importante en el sentido de que la inclusión de Irene no obedece ni a un homenaje trasnochado ni a un deseo de corrección política. Lo que sí es importante en este asunto es que, en una lista confeccionada a partir de parámetros en los que el género no tenía ninguna cabida a efectos de valoración, lo que ha aparecido al final resulte ser un 4+1 a favor de los varones. Sobre esa cuestión sí conviene meditar, para entender mejor qué es la cultura y cómo y quién determina los valores culturales de uso y de cambio.)

La razón principal del lugar especial que reservaba a este libro es que el foco gran angular elegido por Irene Vallejo para abarcar de un vistazo toda la historia del libro (el Junco) en tanto que soporte y contenedor de las ideas y visiones del mundo (el Infinito), es en sí mismo un resumen magnífico de toda mi reflexión.

La cultura nació como transmisión y comunión oral, de boca a oreja. De la oralidad se pasó a la escritura, para lo cual se aprovechó un invento ideado en su origen para otros menesteres, en concreto para contar y llevar registros de cosas materiales.

Aquello provocó una revolución de fondo en el animal humano, paralela y semejante a la de la agricultura. Los hombres y las mujeres fueron diferentes antes y después de la escritura. Con el tiempo, y muy poco a poco, fue haciéndose presente la conciencia de esa diferencia fundamental: Verba volant, scripta manent, lo hablado se pierde y lo escrito permanece, dijo un romano. Cuando la cultura es oral, cada día es preciso recomenzarla de nuevo. Lo escrito se puede guardar, almacenar, corregir, acumular indefinidamente.

Así fue sustituida una cultura meramente local y efímera por naturaleza, por otra más robusta y universal, que tiende a extenderse y perpetuarse en el infinito como la flecha se dirige al blanco al que ha sido apuntada.

Una idea central de esa nueva cultura, aún en la antigüedad y según nos cuenta Irene Vallejo, fue concentrar todo el saber acumulado a través de los siglos en un solo lugar, un lugar excepcional creado ex profeso con la finalidad de facilitar el estudio y la consulta de todos los saberes, por todos los interesados, en todo momento.

Así nació la Biblioteca, una Summa de conocimientos en perpetuo proceso de incorporación, de corrección y de reciclaje. Las bibliotecas han provocado desde siempre en nosotros una fascinación especial.

El invento de la imprenta no tuvo quizás las repercusiones cósmicas del de la escritura, pero cambió de nuevo la perspectiva y determinó una nueva evolución de la forma de ser de la cultura. Hoy nos encontramos aún en el interior de la Galaxia de Gutenberg, si bien ya en la rampa de salida hacia otra cosa, porque cada día tienen mayor volumen y enjundia soportes tecnológicos muy sofisticados, como apreciará de inmediato cualquier lector de estas páginas, que no han sido escritas en papel, ni impresas, ni compartidas en un soporte propiamente físico.

Lo cual nos lleva a una última consideración sobre la historia que nos cuenta Irene Vallejo. Hoy existen ya contenidos multimedia como vehículo diferenciado para la plasmación de ideas artísticas que encuentran en ese soporte su forma natural, y de algún modo única, de expresarse. 

Se trata todavía de un anexo precipitadamente añadido al corpus orgánico de la historia de la cultura. Pero Marx nos enseñó que en estos temas la infraestructura acaba siempre por determinar la superestructura. Hasta hoy el infinito (las filosofías, las religiones, las ciencias, las artes, las jerarquías, las leyes, las doctrinas económicas, las relaciones sociales, etc.) se ha materializado en un junco. En la nueva galaxia hacia la que viajamos, todo nuestro universo va a cambiar, porque va a depender de soportes materiales muy distintos.

Estamos advertidos. Nos lo ha explicado Irene Vallejo. Gracias, Irene.


martes, 21 de abril de 2020

UNA EXTRAÑA PAREJA: TITO LUCRECIO Y POGGIO


Gran angular
A mi nieta Carmelina,
que hoy cumple quince años
y adora los libros.


El giro, de Stephen Greenblatt (Crítica 2012, traducción de Juan Rabasseda y Teófilo de Lozoya), trata, tal y como se expresa en la portada, «de cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno».

Toda la historia de la cultura puede entenderse como una gran carrera de relevos en la que, según la bella expresión de Montaigne, «los mortales viven prestándose la vida unos a otros, y como corredores se pasan la antorcha de la vida…»

Seguramente una de las postas más inverosímiles en esa carrera multitudinaria fue la que tuvo lugar entre Tito Lucrecio Caro, filósofo y poeta romano del siglo I, y Gianfrancesco Poggio Bracciolini, latinista florentino del XV.

De eso trata el libro que comento. Poggio había acompañado como secretario al concilio de Constanza a Baldassare Cossa, cuyo nom de guerre en el papado era Juan XXIII, y que aspiraba a revalidar su tiara en aquel intento de resolución del Cisma de Occidente.

Pocos meses después de llegado a la sede conciliar, sin embargo, fue destituido, preso y cargado de cadenas bajo múltiples acusaciones, entre ellas las de asesinato por envenenamiento, sacrilegio, sodomía, incesto y robo en sagrado.

Poggio perdió su empleo y su sueldo. Intentó reengancharse al séquito de algún otro cardenal papable, pero todos ellos tenían la nómina completa. Entonces se posicionó como agente libre y empezó a recorrer las abadías más o menos próximas en busca de manuscritos antiguos griegos y latinos, susceptibles de comercio en el mercado cultural.

Sabemos que visitó las abadías de Reichenau y Sankt Gallen, porque él mismo lo proclamó; y que encontró tesoros bibliográficos, entre ellos un largo fragmento de la Historia del Imperio Romano de Amiano Marcelino. Luego, en algún momento y lugar que nunca quiso revelar, tropezó con un manuscrito prácticamente completo del tratado De Rerum Natura, de Tito Lucrecio Caro; lo copió de forma más o menos clandestina y se lo llevó en su equipaje hasta Florencia, donde lo pasó a su socio comercial Niccolò Niccoli, que hizo a su vez varias copias manuscritas del documento.

La abadía desconocida que guardaba el pergamino pudo ser la de Fulda, según Greenblatt. Las razones del secreto deben relacionarse, no con la hipótesis de que Poggio quisiera protegerse a sí mismo de pleitos o acusaciones, sino más bien porque deseaba proteger a la persona que le facilitó el libro prohibido, o bien proteger de la quema el manuscrito mismo, si el abad reaccionaba de forma airada. (Las hogueras estaban de moda entonces, y no solo para quemar libros: Jan Hus fue quemado en la misma Constanza en 1415, y Jerónimo de Praga el año siguiente.)

Porque Lucrecio era un subversivo indeseable. Su obra estuvo mal vista desde el momento mismo en que la escribió. Es cierto que circuló por el imperio profusamente, pero lo hizo de forma clandestina. Lucrecio negaba a los dioses, en un momento en que el emperador Augusto trabajaba intensamente para su propia divinización. Murió joven, perdida la razón, según referencias, por un filtro de amor que le suministró una amante sin él darse cuenta. Fue llorado por pocos, y en privado. El poeta Virgilio, que formaba parte de la camarilla imperial, se atrevió a elogiarlo en las Geórgicas, pero sin nombrarlo. Esto es lo que escribió: «¡Feliz aquel a quien fue dado conocer las causas de las cosas, y hollar bajo su planta los vanos temores y el inexorable hado y el estrépito del avaro Aqueronte!»

Poggio no disponía, así pues, de referencias sobre el manuscrito que había encontrado, salvo una mención de Cicerón, en carta a un amigo, en la que el prestigioso abogado y senador nadaba y guardaba la ropa: elogiaba el estilo poético de Lucrecio, pero lamentaba sus ideas perniciosas.

Con el cristianismo, creció de forma exponencial la mala fama de Lucrecio. Era materialista y proponía la liberación de los temores que afligen a los hombres por culpa de una divinidad inexistente; mientras que, muy al contrario, los Padres de la Iglesia se afanaban en inculcar en su grey el temor de Dios con métodos preferentemente coercitivos (la letra con sangre entra). Tertuliano llegó a sugerir que Lucrecio no solo había muerto loco, sino que estaba loco desde mucho tiempo antes, y desde luego cuando escribió aquel libro.

Contra viento y marea, sin embargo, algunos ejemplares de la obra de Lucrecio sobrevivieron al gran hiato que representaron los siglos oscuros. Quizá puede explicarse la anomalía por el hecho de que en los monasterios se trabajaba diariamente en la copia de documentos de todo tipo, siguiendo la regla de San Benito, pero se leía muy poco. Los pergaminos se amontonaban en los anaqueles y allí eran pasto del polvo y las polillas.

Ese era el terreno de caza de un experto en la antigüedad como Poggio Bracciolini. El abad del lugar que fuese nunca llegó a enterarse de que el visitante copiaba un libro distinto del que pedía al bibliotecario.

Y así se produjo un giro, o un vuelco inesperado, en la historia de la cultura: un manuscrito funesto, condenado al olvido y a la desaparición desde muchos siglos atrás, resucitó y causó sensación al ser conocido en la Florencia prerrenacentista.

Un enfoque en gran angular acompañó al libro de Lucrecio en su aventura narrada por Greenblatt: la semilla plantada en la Roma clásica fue a fructificar quince siglos después, con un vigor inesperado. Nicolás Maquiavelo pasó muchas horas en la Biblioteca Laurenciana, en la tarea de copiar el Codex para su uso personal. Luego vino la imprenta, que aseguró la difusión del libro por toda la ecúmene o mundo conocido.   

Greenblatt señala algunos ilustres autores inspirados por Lucrecio, después de Maquiavelo. La nómina es nutrida y selecta: Copérnico, Vesalio, Galileo Galilei, Giordano Bruno, Montaigne, William Harvey, Hobbes, Spinoza, Newton, Darwin, Thomas Jefferson.

Omite sin embargo ─probablemente a conciencia─ una celebridad más, que estudió y apreció el De rerum natura: Karl Marx. En su tesis doctoral sobre la diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y la de Epicuro, escrita en 1841 y publicada póstuma en 1902, Marx señala que Lucrecio “fue el único que entendió la física de Epicuro en un sentido profundo”. Para Lucrecio, la desviación de los átomos o clinamen quiebra los pactos del destino; Marx identifica ese posicionamiento con la lucha, la resistencia y la libertad.