Querido José Luis,
Si prescindimos de las temperaturas (34 grados de máxima)
no hay grandes diferencias entre la Atenas del invierno pasado y la de este
verano. Han cerrado comercios que en diciembre aún funcionaban, y se ven vacíos
algunos edificios más: hablo de edificios de empresas grandes, de muchos pisos,
situados en el centro. Las puertas están clausuradas con tablones clavados, las
ventanas sin luz y a veces sin cristales, por las fachadas asoman los cables seccionados
de la luz y el aire acondicionado. En las calles, los baches de la calzada han
crecido y la basura de las aceras también; pero no mucho. Los jardines están
sólo un poco más abandonados. Y la gente. En un pasaje cubierto junto a la
estación de metro de Monastiraki hemos contado esta noche siete indigentes
acostados sobre sus mantas extendidas en el suelo junto a la pared, bien
alineados para no entorpecer el paso de los transeúntes. Digo indigentes y
preciso: no eran mendigos, dormían de espaldas a los paseantes, no pedían. Los
siete eran varones y los siete relativamente jóvenes, menos de cuarenta años.
Lo cual es comprensible: las mujeres y los viejos sin techo buscarán refugios
igual de precarios, pero más resguardados de la intemperie y de la vista ajena.
Las estadísticas oficiales dicen que el índice de suicidios ha subido un 7%
desde el mes de enero; podríamos tomar ese dato como un baremo aproximadamente
fiable para medir la degradación general, y concluir que todo está más o menos
un 7% peor, este año.
Mientras una sociedad civil muy despierta, escéptica e
ingeniosa exprime todos sus recursos y busca con afán nuevas alternativas de
negocio o al menos de subsistencia, legales o no --“por lo civil o por lo
criminal”--, se diría que el Estado ha dimitido: la loca carrera de los
recortes está llegando a la meta. Las cajas fuertes de los bancos están vacías,
no hay capitales ni créditos ni subvenciones, el paro sigue creciendo, los
salarios se han recortado, las pensiones se han reducido. Da lo mismo, porque la Troika exige
más sacrificios y amenaza de nuevo (ocurre cada dos o tres meses) con suprimir
el próximo tramo de ayudas financieras, pactado para el mes de julio. En
ciertos periódicos alemanes vuelve a discutirse la posibilidad de expulsar a
Grecia de la zona euro; nada nuevo, también es un dato que se repite
cíclicamente y que ya no provoca alarma aquí, porque la alarma ha llegado a
límites de saturación. Ahora no hay ni siquiera televisión pública en Grecia,
pero da lo mismo, porque en la práctica no hay gobierno, así que tampoco hay
noticias que dar. Una comisión de empresarios de la restauración y de la
cultura fue a pedir una rebaja del altísimo IVA para abaratar los precios en
los restaurantes, los teatros y los conciertos y tratar de aprovechar el tirón
que en los meses de verano supone la avalancha turística. El primer ministro
Andonis Samarás se encogió de hombros: “No podemos hacer eso. No tenemos
permiso.”
En una situación tan asfixiante o tan
asfixiada, el pequeño grupo de Izquierda Democrática de Fotis Koubelis ha
optado por renunciar a formar parte de la coalición de gobierno y se ha
aproximado de ese modo (muy a regañadientes) a las posiciones de la opción más
votada de la izquierda, Syriza, que critica la política de austeridad y propone
exigir a Europa y al FMI una renegociación general de la deuda y de los plazos
y las condiciones impuestos para merecer el rescate. La coalición gobernante,
represiva en política interior y sumisa a la Troika en la exterior, ha quedado reducida a
las dos grandes formaciones de siempre: Nueva Democracia y el PASOK. Sólo que
si hace unos años entre las dos acaparaban más del 90% del voto, ahora apenas
arañan un 40%.
Mi consuegro, el kir Mihalis, no lamenta tanto el tajo de cerca del cuarenta por ciento que
ha sufrido su pensión, como la falta de pulso político en el país. Entiendo mal
su retórica algo cargada de efectismo, pero esta es la sustancia del discurso
vehemente que me ha dirigido, según versión proporcionada por mi hija: “En esta
tierra nació la democracia, y ahora no tenemos democracia aquí. No gobiernan en
Grecia los representantes del pueblo, gobiernan los banqueros alemanes. Los
griegos ganamos la guerra de Troya hace muchos siglos, pero la actual guerra de
Troika la estamos perdiendo.” Tópico, pero claro.