viernes, 31 de mayo de 2019

TOMAR EL TÉ CON EL SOMBRERERO LOCO



El Sombrerero Loco, ilustración de John Tenniel.

En el País de las Maravillas al que ha llegado debido a una caída interminable por el hueco del tronco de un árbol, la niña Alicia cierra uno de los capítulos de su aventura despidiéndose del Sombrerero Loco y la Liebre de Marzo con la conclusión de que el té que ha compartido con ellos ha sido “el más insufrible de su vida”.

El País de las Maravillas existe en la realidad, aunque está generando ficción sin parar. Meritxell Budó ha ejercido con aplomo de Reina de Corazones al declarar (más o menos) que la matemática electoral no es una ciencia exacta sino que está en función de quién manda aquí. Su designio respecto de Alicia Colau es claro: “Off with her head”, que le corten la cabeza. Torra, el Conejo Blanco, sigue corriendo ajetreado de un lado a otro con la certidumbre de estar llegando tarde a todas partes, y el Gato de Cheshire aparece y desaparece alternativamente en Waterloo o en Estrasburgo, dejándonos solo su sonrisa en el aire.

No quiero apurar las correspondencias entre el libro profético de Lewis Carroll y el nonsense en el que se han convertido Cataluña en general y en particular la batalla por la alcaldía de Barcelona, que la Reina de Corazones pretende tomar por asalto de la misma forma que lo hizo con la Cambra de Comerç armada con el 4% de los votos.

Digo solo que si Alicia Colau se sienta a tomar el té con el Sombrerero Maragall y la Liebre Artadi, llegará rápidamente a la conclusión de que ese ha sido de lejos el té más insufrible de su vida.

Por su bien, y desde luego también por el nuestro, sería preferible que fuera a merendar a otra parte, y en muy distinta compañía.

Y que empezáramos todos a despertar de esta pesadilla.


jueves, 30 de mayo de 2019

HIPERLIDERAZGOS


Hubo una época en este país en la que se teorizó como funesta la “partitocracia”, considerada como una deformación patológica de la “verdadera” democracia, la orgánica, basada en la jerarquía de unas autoridades “naturales”, a saber la iglesia, la milicia, la célula familiar y el sindicato vertical. No es necesario aclarar que hablo de la época franquista. Los partidos políticos eran vistos como formaciones artificiosas que conducían al enfrentamiento de una sociedad pacífica de por sí y proclive a la mansa obediencia a los pastores acreditados.

Aquello pasó y los partidos tuvieron su momento de gloria. Ahora parece, sin embargo, que languidecen. Los líderes fuertes prevalecen sobre los aparatos. Pedro Sánchez y Pablo Casado siguen debiéndose en buena medida a sus “barones” ─no es lo mismo que deberse a sus bases─, pero los dos han sido elevados a la dirigencia suprema mediante el procedimiento novedoso y mixto de las primarias. De hecho, los aparatos no habrían cooptado a ninguno de los dos a la secretaría general o a la presidencia respectivamente; ha sido el voto plebiscitario ─de la plebe, entendida al modo moderno─ el que les ha aupado.

Eso sucede en dos partidos al viejo estilo, con sus estatutos, y sus reglamentos internos, y su funcionamiento se supone que colectivo y guiado por una vocación de representación de unas bases estables y organizadas. Todo transcurre de otra manera en formaciones recientes que he bautizado en alguna ocasión como “de diseño” o “de autor”, en el sentido en el que se dice que un determinado tipo de cocina experimental es de autor.

Rivera, Iglesias y Abascal no se ven constreñidos por el tipo de vínculos establecidos en el funcionamiento organizativo de las formaciones tradicionales de la antigua partitocracia. Funcionan en buena medida a través de las redes sociales, de modo que crean ellos mismos su clientela a partir de las ocurrencias que difunden por la globosfera virtual, y de los like que cosechan de una audiencia instantánea, embarullada y transversal.

Simplifico las cosas, ya lo sé. Lo hago porque, si no fuerzo la simplificación, no se me entenderá. De forma tendencial, el ascenso de Macron, de Trump, de Salvini, de Bolsonaro, de Macri, se ha apoyado en sentimientos sociales primarios, y no en fuerzas sociales organizadas (en todo caso, se ha apoyado en fuerzas sociales desorganizadas). Han contado además con fuentes de financiación generosas y anónimas. Quien no cuenta con capitales inodoros de color negruzco para proyectarse hacia las masas, no llega muy lejos. Se ha hecho viral el vídeo de un candidato a la presidencia de la India que lloraba al ser entrevistado porque tuvo tan solo 5 votos, y eran 9 en la familia.

El tipo de financiación aludido no respalda, sin embargo, la peripecia política de personas como Alexis Tsipras, o Ada Colau, o Pablo Iglesias. Pero ellas sí tienen que considerar cuál es el mecanismo real que está en la raíz del hiperliderazgo que ejercen en las formaciones que encabezan: si son los representantes calificados ante las instituciones de un bloque social definido, con sus aspiraciones, sus problemas y sus reivindicaciones; o si por el contrario, ellos mismos segregan con su actuación mediática su propia representación, a modo de audiencia.

Tsipras, Colau e Iglesias aparecen en este momento solos en la escena, y con serias dificultades para mantenerse en ella. Tienen, claro está, un equipo que les respalda, pero la característica principal de ese equipo reducido de ayudantes es su incondicionalidad. La incondicionalidad y el seguidismo estuvieron presentes también en el funcionamiento de las direcciones de los viejos partidos, pero estos nunca fueron monolíticos. Solía haber en su interior, como en los parlamentos al viejo estilo, un abanico de posiciones alineadas de derecha a izquierda, y enfrentadas con frecuencia entre sí con una dureza considerable, puedo dar personalmente fe de ello.

Un viejo comunista, no recuerdo quién, expresó con una frase feliz el anhelo ordenancista de una situación diferente, más homogénea. «El Partido no es una gallina ─dijo─, no tiene ninguna necesidad de un ala derecha y un ala izquierda.»

El monolitismo en torno al líder y la dependencia absoluta de las preferencias (cambiantes) de éste, son fenómenos recientes. Hagan ustedes la cuenta de los líderes podemitas que han desaparecido por el foro desde que la formación despuntó en el horizonte político español, hace solo unos pocos años. Y consulten lo que dice Iglesias en Nudo España (Arpa, 2018), p. 287. Empieza así: «En estos momentos hay un debate dentro de Podemos.» Y a continuación cierra ese debate abierto con una doble descalificación, sin turno de alegaciones en contra y sin recurso posible, de Rafa Mayoral e Íñigo Errejón.

En ese párrafo se expresa el germen último de la actual situación de Podemos como partido de diseño, después de la reciente debacle de Madrid, desde luego, pero también de muchos otros lugares.


martes, 28 de mayo de 2019

CHEQUEO Y BALANCE PROVISIONAL



El autor de este blog se homenajea a sí mismo con este retrato de Walafridus Strabo (Walafrido el Bisojo), abad que fue del monasterio de Reichenau, junto al lago de Constanza. Walafridus fue autor, como consta en la inscripción, del Glosario Ordinario, utilizado como libro de texto en muchas escuelas monásticas durante la Edad Media; y murió el 18 de agosto del 849. El ambiente de trabajo imaginado por el artista es rabiosamente anacrónico. En vida del abad faltaban siglos aún para la introducción de la sofisticada tecnología del papel de escritura y la pluma de ganso. La butaca capitoné es un detalle delicioso.


La trayectoria regular de Punto y Contrapunto empezó el mes de abril de 2014; hace un poco más de cinco años. Hay entradas de fechas anteriores, pero por lo general vieron la luz en el blog Metiendo Bulla, y han sido reclasificadas con posterioridad.

Cinco años, entonces; 1522 entradas, contando esta. Si calculamos una media ponderada de 750 palabras por entrada (es raro que baje de las 500, y más raro aún que sobrepase las 1000, porque uno de mis primeros propósitos cuando decidí llevar un “diario” de trabajo y “del” trabajo, fue no cansar a mis lectores potenciales), saldrían 1.141.500 palabras en total.

Las palabras son una riqueza que utilizamos muchas veces sin sentir. “Pesar las palabras” es una frase preñada de significado, pero lo habitual es que no las pesemos, que las dejemos escurrirse como los pececillos de una red de arrastre virtual que solo retiene los vocablos de mayor entidad, prosopopeya y sustancia.

¿De qué he tratado en ese millón largo de palabras ─mías, en su mayor parte; prestadas también de otros, a quienes he procurado citar siempre con fidelidad, dándoles lo que en rigor les corresponde─ alineadas en la pantalla desde hace cinco años? He hecho un chequeo del archivo temático en el que tengo reunidas las entradas para saber encontrarlas cuando, por la razón que sea, vuelvo a necesitarlas.  Este ha sido el resultado.

El apartado más voluminoso es el de la política (política catalana, nacional, internacional y teoría política), con mucha diferencia sobre todos los demás: 728 entradas, el 47,86%. No era mi intención, en principio, dedicar a la “torre del homenaje” de nuestra construcción social tanto espacio, pero los vaivenes de la actualidad tienen una gran fuerza de arrastre. Bertolt Brecht expresó la idea en un poema archiconocido, “Malos tiempos para la lírica”. Seguro que ahora no lo son tanto como entonces, pero aun y así siguen siendo malos.

El trabajo, la economía, el sindicalismo y la sociedad han dado contenido a un total de 260 entradas, el 17,09%. Forman un fondo de reflexión eminentemente personal. He coincidido a menudo en mis valoraciones con otras personas, pero he procurado no hacerme portavoz de nadie, no airear consignas, no asumir como míos análisis debidos a otros.

Las entradas relacionadas con el arte y la literatura han sido 188, el 12,36%. Tienen un carácter misceláneo, sin intención de sentar doctrina ni de abordar temas de forma sistemática. Debo decir que han despertado una atención muy especial. Algunas de las entradas que acumulan más visitas están en este apartado, y tienen la particularidad de que sus lectores proceden de otros países, en primerísimo lugar de Estados Unidos. Algunos comentarios puntuales hechos sobre Tito Lucrecio Caro (un hit en mi blog), Dante, Lorca, Homero, Proust, Leonardo, el Bosco, Vermeer, Leonard Cohen, Georges Brassens y otros, siguen siendo visitados de forma regular años después de haber sido colgados. Sospecho que en algún colegio o taller de escritura han incluido algunos de ellos en un listado de referencias para ejercicios prácticos del alumnado, o algo similar.

Los siguientes apartados temáticos tienen un volumen cuantitativo muy inferior: Historia (3,55%), Mujer e igualdad de género (2,30%), Religión (2,17%), Derecho y justicia (1,38%). Siguen otros apartados temáticos con aportaciones más puntuales (Ecología, Comunicación, Viajes, o las historietas veraniegas estrafalarias protagonizadas por un Chivo Expiatorio de mi mismo nombre, a quien Angela Merkel, casi siempre la primera parte contratante, llama con exquisito acento pomerano Herr Gottráiguetz).

Las visitas directas al blog en este tiempo han sido del orden de las 138.000; un número muy modesto en comparación con blogs de referencia como el de José Luis López Bulla, un fenómeno de masas, o el de Antonio Baylos. No he utilizado redes sociales para la difusión. No he contabilizado (porque desconozco las cifras) las visitas a mis apariciones en Nueva Tribuna, que me han dado a conocer en un mundillo determinado y que agradezco siempre infinito; ni las ocasiones señaladas en las que mis textos han sido reproducidos en otras bitácoras, como Metiendo Bulla, citada antes, o En Campo Abierto, esta última de la mano de Javier Aristu.

La audiencia directa presenta algunas incógnitas. Los primeros años, hasta enero de 2017, fueron de pertinaz sequía. Desde entonces el crecimiento ha sido consistente, pero no del todo coherente. Estos son los países en los que tengo mayor audiencia global: España, 47886 visitas; Estados Unidos, 47088; Francia, 7528; Rusia, 6881, y Grecia, 4986.

Encuentro una explicación fácil a Grecia: allí está mi hija, y allí estoy yo también varios meses al año. Una amiga griega muy querida que desconoce por completo la lengua en la que escribo me ha contado a través de mi hija que intentó seguirme utilizando la herramienta de traducción automática de Google, y que desistió porque no entendía nada. Entonces, es difícil justificar las cifras de Rusia y otras de volumen menor (Ucrania, Corea del Sur, Irlanda) si no es como actividades relacionadas con estudios sociológicos o, más verosímilmente, con los servicios de inteligencia. Hipótesis que se vería reforzada por la manera como ocurren esas visitas: por rachas que duran uno o varios días, con un centenar diario de visitas, y que cesan de repente para repetirse al cabo de unos cuantos meses. No me pregunten en qué puede  interesar lo que escribo a los servicios secretos de esos países, porque no tengo respuesta. Podría ser una especie de supervisión general a los contenidos registrados en la nube, con vistas a alertas tempranas en casos de preparación de atentados u otros actos terroristas. El dato está ahí, incontestable.

Y este es el balance provisional que puedo establecer de un trabajo diario que encuentro gratificante, y que es seguido con una benevolencia sorprendente por una audiencia sin duda muy restringida en relación con la de las/los grandes influencers, pero inestimable para mí. Gracias desde aquí a todos los que me leen.


SUBPRECARIEDAD


En el llamado reino animal el león está situado en lo más alto de la cadena trófica: come toda clase de animales y no es comido por nadie. Probablemente (no la he probado nunca) su carne no es lo bastante exquisita para tentar a los consejos de administración de las grandes cadenas de comida rápida, porque en esa eventualidad a estas alturas habría criaderos de leones domésticos en condiciones similares a las de las granjas avícolas, extendidos por toda la faz del ecumene.

En la base de la pirámide trófica está, por ejemplo, la hormiga, que se alimenta trabajosamente de semillas y es objeto del deseo del oso hormiguero, el cual a su vez etcétera.

Ocurre más o menos lo mismo en la pirámide del empleo. En lo alto están los empleadores. Luego hay empleados fijos, sobre los cuales solo pende la espada de Damocles de los EREs, los cuales con todo son una especie depredadora cada vez más abundante y de comportamiento más imprevisible. Debajo están los precarios, con miles de subespecies difíciles de clasificar incluso para los expertos. Y luego, por debajo incluso de los precarios, el inframundo de la subprecariedad, inclasificable, que habita los fondos abisales del océano laboral y solo puede ser observado con gafas especiales de buceo y tomando lecciones de abismo, como hacían los intrépidos exploradores de Verne que querían viajar hasta el centro de la Tierra.

El equivalente de la hormiga en el escalón más bajo de la cadena laboral, tal como está establecida en el actual sistema, podría ser un muchacho nepalí de 22 años, sin papeles, que había alquilado el perfil de un repartidor registrado de Glovo con la intención de procurarse alguna calderilla con la que comer. Pagó para conseguir una remuneración con la que conseguir alguna pitanza, pero el tiempo era limitado y la probabilidad de amortizar el gasto inicial le exigía un sobreesfuerzo añadido al que de por sí suponen los objetivos marcados por la empresa para distribuir la carga de trabajo entre los “autónomos” que “colaboran” con ella.

El muchacho ilegal, anónimo e invisible pasó en rojo ─llevado por la urgencia, por el hambre, por un fallo de los frenos, vayan a saber─ el cruce de Balmes con la Gran Vía de Barcelona, y debido posiblemente a su invisibilidad y anonimato fue atropellado mortalmente por un camión de la limpieza.

Las noticias no dicen nada especial del conductor del camión, solo que se le hizo la preceptiva prueba de la alcoholemia, que dio resultado negativo. Podría ser el arranque de otra historia paralela a la de la persona humana con la que entró en trayectoria de colisión.

Estaban los dos trabajando pasadas las once de la noche. Uno en horario nocturno, el otro en el único horario en el que resulta posible arañar un pedido cuando se carece de papeles y de derechos, y se cobra en negro contra todas las leyes y los reglamentos y las disposiciones reformadas habidas y por haber.

La empresa niega que se trate de un accidente laboral, pero ha declarado que colaborará con las autoridades y que pagará los gastos del accidente conforme a las condiciones del seguro privado que suscribe con todos sus repartidores legales.

Si ascendemos un escalón en la fosa abisal de la subprecariedad y examinamos las condiciones en las que trabajan esos repartidores “legales” de Glovo, encontramos lo siguiente. Quien habla es un portavoz de la Asociación Autónoma de Riders: «Para llegar a los objetivos que te marca la empresa tienes que hacer malabares, trabajar muchas horas e ir rápido. Si no, el algoritmo que utiliza la aplicación de móvil con la que trabajamos te penaliza y te da menos horas para trabajar. Eso significa menos dinero. Esta técnica también fomenta el hecho de alquilar la cuenta para que esté el máximo de tiempo trabajando y así, aunque sea entre dos repartidores, poder ganar más dinero.»

Algoritmos, aplicaciones de móvil… ¿Les suena? Son las tan mentadas nuevas tecnologías, aplicadas no a la información y las comunicaciones sino al control férreo de una fuerza de trabajo clasificada como mercancía anónima manipulable.

Peor aún: como submercancía.


lunes, 27 de mayo de 2019

FRACASO DE LAS POLÍTICAS DE DISEÑO


En último término, el acontecimiento más relevante de las dos jornadas electorales sucesivas de abril y mayo ha sido la oficialización del recambio entre las dos formaciones protagonistas de la historia de España desde la desaparición de UCD al final de la Transición: el PSOE recupera la condición de partido alfa, perdida desde los tiempos de Zapatero, y el PP “posmarianista” cede a regañadientes el campo a su rival después de una derrota “dulce”, porque recupera Madrid-ciudad, conserva Madrid-comunidad y mantiene significativos feudos (nunca mejor utilizada la expresión). Por el momento, parece una bravuconada vacua la declaración de Casado, “Ha empezado la remontada”. Pero más vale que nos tentemos la ropa.

Los dos intentos simétricos de asalto a los cielos por la derecha y la izquierda desde la idea nueva de la transversalidad política, que han tenido como protagonistas a Rivera e Iglesias, cada cual provisto de una plataforma “de autor” volcada en la visibilidad mediática, el culto a la personalidad y el diseño de campaña basado en la priorización de objetivos de voto cuidadosamente seleccionados, se han saldado con sendos fracasos: discreto el de Rivera, estrepitoso el de Iglesias.

La otra novedad en liza, el nacionalismo tosco “de misa y olla” de Abascal, ha quedado lejos de sus expectativas, y más lejos aún de sus propósitos. La financiación exterior y la sombra alargada de Bannon han caído en saco roto: no hacían falta tanto dinero y tanta estrategia de cuarto de banderas para obtener una presencia meramente testimonial.

Lo más lamentable de la pirueta fallida de Iglesias ha sido el fuego amigo dirigido contra Carmena y Errejón. Los dos han demostrado que podían haber ganado en circunstancias más amables, pero Unidas Podemos les ha arrastrado en su tremendo patinazo. Pepu Hernández no era tampoco el aliado ideal para la alcaldesa, mientras que Ángel Gabilondo ha tenido un resultado muy digno y se ha quedado una vez más a las puertas de la mayoría.

En Cataluña los resultados han sido los que marcaba previamente la tendencia. Tal vez una muestra tardía de un seny que hacía tiempo estaba desaparecido de la política haya sido el buen resultado de la lista de Puigdemont para Europa. Estrasburgo podría ser en definitiva la mejor ubicación posible para el estafermo; una lejanía sin dramas, martirios ni cultos órficos en la cueva de la Sibila de Waterloo. Junqueras le acompañará en el europarlamento, pero en su caso el regreso a casa es posible, antes o después. El sorpasso discreto de Esquerra dentro del estamento independentista lo avala. Es la primera fuerza municipal y puede alcanzar, aunque los pactos son difíciles, la alcaldía de Barcelona. Mientras, la CUP desaparece y las fuerzas posconvergentes se alejan del escenario principal: Quim Torra, Roger Torrent, la ANC y los CDR no pueden reclamar por más tiempo un “mandato” de la ciudadanía que con toda evidencia les da la espalda y reclama soluciones plurilaterales.

Los resultados de Barcelona-ciudad son la mejor prueba de la nueva situación. Nadie dice que vaya a ser fácil, pero la situación exigirá pactos nefandos en los que se derribarán tabúes y se cruzarán líneas rojas en busca de nuevas transversalidades.

La otra alternativa sería seguir en el charco, como el baturro del cuento. Cuatro años más.


domingo, 26 de mayo de 2019

LOS TIEMPOS (DE TRABAJO) CAMBIAN


No hace falta tener a mano estadísticas fiables para evaluar la evolución en cantidad y calidad del trabajo asalariado en nuestro país. Basta atender a algunos indicadores significativos. En este ejercicio de redacción me voy a fijar especialmente en tres; hay más, sin embargo.

Primer indicador: el reloj para fichar la entrada y la salida del trabajo. En tiempos, fue un artilugio imprescindible; luego, desapareció (los tiempos cambian), y ahora vuelve a aparecer (los tiempos vuelven a cambiar). El primer reloj lo impusieron los empresarios, que no querían verse obligados a pagar la nómina entera si había un tiempo de trabajo ─minutos, segundos a veces─ que los trabajadores les escamoteaban. En aquellos tiempos se daban primas de puntualidad y también sanciones por impuntualidad.

El reloj fue sustituido por el ordenador; el modelo público de control se privatizó, como tantas cosas; el patrón podía saber ahora, a la décima de segundo y sin necesidad de consultar las fichas, cuánto trabajaba cada elemento no solo de su plantilla fija, sino los que trabajaban en su negocio por cuenta de una ETT, los autónomos verdaderos o falsos, los eventuales y los temporeros.

El reloj desapareció en el nuevo paradigma. Si ahora vuelve, no es porque lo reclamen los empresarios, sino los representantes de los trabajadores. El instrumento es el mismo, la lógica que lo justifica ha variado: antes se trataba de evitar pagar un tiempo de trabajo no verificado, y ahora de que se pague el tiempo de trabajo realmente invertido pero no contabilizado salvo en el disco duro y en la cara dura del patrón.

Segundo indicador (global): han cambiado los estándares internacionales de normalización de la contabilidad de las empresas. Brevemente expuesta, la historia es la siguiente: en 1973 se reunieron en Londres organizaciones profesionales de diez países para crear el International Accounting Standards Committee (Comité internacional de estándares de contabilidad, IASC), que puso manos a la obra. Su propuesta de normalización, concluida en los años noventa y sometida a diferentes consultas, fue finalmente adoptada en 2002 por la Unión Europea, por reglamento de 19 de julio que fijaba las normas de elaboración de las cuentas consolidadas.

El nuevo modelo contable se dirige a la transparencia máxima de las cuentas, y a la posibilidad de conocer en todo momento el fair value (valor justo) de mercado de la empresa.

Ocurre que las “expectativas productivas” de la empresa, que antes impregnaban todo el modo de entender y de presentar oficialmente la contabilidad, se han difuminado con el cambio, y ahora se atiende sobre todo al “valor financiero”, es decir, a lo que un comprador eventual debería pagar por la empresa, día a día, en las bolsas de valores reconocidas.

Esta nueva forma de contemplar el valor monetario de la empresa, prescindiendo de su actividad, ha trasladado del activo al pasivo del balance los elementos físicos (local, maquinaria, etc.), y con ellos la plantilla de trabajadores. Desde 2002, así pues, los despidos más o menos justificados por diversas causas “objetivas” han pasado a incrementar el valor de mercado de la empresa; por lo que los ERE son utilizados con deplorable frecuencia con finalidades especulativas: el valor de mercado de la empresa es mayor después de los despidos, aunque sus expectativas de producción en la economía real hayan quedado seriamente dañadas.

Eso no importa demasiado, en una economía financiarizada en la que la extracción de rentas importa más que la creación de valor. Adónde lleva esa concepción en el largo plazo ha podido verse en la crisis descomunal de 2008, y volverá a verse de nuevo sin la menor duda, porque los financieros “creativos” que provocaron la crisis han sabido, después, seguir lucrándose de ella.

Tercer indicador: las pensiones, es decir el trabajo monetarizado cuyo devengo puntual en paridad con el coste del la vida respaldaba con todo su poder financiero el Estado social, pero que, como tantas cosas, depende ahora de la gestión bancaria privada de unos fondos confiados por los pensionistas a su labor de expertos.

Pero resulta que los bancos viven de las comisiones que cobran de los depositarios de los fondos que ellos manejan, y los rendimientos que obtienen los pensionistas del fondo monetario acumulado de su vida de trabajo son mediocres. Son entonces los gestores mismos y los accionistas quienes se lucran, en realidad, de esas suculentas rentas gestionadas en régimen de oligopolio por unas pocas grandes entidades bancarias.

Y todo son ganancias no acompañadas por riesgo alguno, porque el Estado deudor que ha sustituido al Estado social bendice su dejación de responsabilidad de las pensiones en manos de la banca privada, y acude en cambio solícito al rescate de unas corporaciones “demasiado grandes para dejarlas caer”, cuando la banca demuestra en los hechos que no ha asumido la responsabilidad, sino por el contrario la irresponsabilidad, en la gestión de los activos ajenos.

Tres indicadores: la medición del tiempo de trabajo, el valor asignado a la fuerza de trabajo en la economía, y la gestión del fondo monetarizado de la vida de trabajo esforzado de tantas generaciones de personas.

Y un denominador común: la erosión del valor del trabajo por la codicia, la irresponsabilidad y la falta de escrúpulos del moderno capitalismo desregulado.


sábado, 25 de mayo de 2019

EL PRONOMBRE PELIGROSO



Richard Sennett, en una fotografía de archivo de la agencia EFE.

El título que encabeza estas líneas reproduce el del último capítulo del libro de Richard Sennett “La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo”, publicado originalmente en 1998. La versión española fue publicada por Anagrama, con traducción de Daniel Najmías, el año 2000, y ese fue el año en el que lo leí.

Saqué el libro del estante hace unos días en busca de una cita concreta. La encontré, y además me apeteció releer el volumen desde el principio. La relectura de una obra importante conlleva siempre sorpresas.

El presupuesto del que partió Sennett ─sociólogo, psicólogo social, filósofo, casi poeta en ocasiones─ en su libro era profundamente lógico pero al mismo tiempo iba contra la corriente del pensamiento dominante en el momento de su publicación, cuando algunos politólogos predecían enfáticamente el “fin de la historia”.

Se acostumbra a considerar que la persona por un lado, y el trabajo por otro, son dos entidades que presentan una gran estabilidad; casi eternas, casi inmutables. Sin embargo, dado que el trabajo moldea no solo la naturaleza exterior sino también a la persona que lo lleva a cabo, era de esperar que una mutación acelerada en la naturaleza del trabajo acarreara, además, mutaciones en el carácter de las personas convocadas a realizarlo.

Por carácter se entiende aquí la sustancia, la personalidad de la persona (no es redundancia), lo que le da coherencia interna y la hace reconocible ante los demás y ante sí misma.

Bajo el paradigma de la fábrica fordista, los/las trabajadores/as desarrollaron un carácter fuerte, sólido, en el que primaban el propósito, la mirada puesta en el largo plazo y el aplazamiento consciente y voluntario de la gratificación merecida mediante el esfuerzo. Más o menos, ese era el mismo esquema que había trazado Max Weber en su estudio clásico La ética protestante y el espíritu del capitalismo. También ese tipo de carácter firme, estable y proyectado hacia un futuro mejor, fue el que posibilitó el auge histórico de los grandes partidos obreros de masas, a través de la asunción de una ética que combinaba el sacrificio presente con una recompensa aplazada pero segura.

La sustitución del cronómetro por el ordenador y de la máquina por el robot, más la insistencia en la flexibilidad por encima de la solidez y en la competitividad del trabajo “hacia fuera” (no la superación personal, no el “mejorar la prestación”, no el incremento del autocontrol; sino la heterodirección, la urgencia de superar a la competencia en un contrato o en un pedido determinado, la filosofía del corto plazo y del empezar cada nuevo día desde cero), han fragmentado la solidez anterior y moldeado caracteres de personas trabajadoras distintas, con otras expectativas y otras preocupaciones vitales.

En esta línea de argumentación, el último capítulo de Sennett explica la tentación de que la corrosión del carácter se traslade también del trabajo a la política, y acabe por conformar un “nosotros” (el pronombre peligroso) en el que concentrar la nostalgia de la duración y el ansia de la permanencia, trasladadas ahora al contexto de las cosas “propias”, comunes, conocidas y valoradas desde siempre.

Lo expreso con las palabras del propio Sennett (pp. 144 ss.): «El lugar es geografía, una localización de la política; la comunidad evoca las dimensiones sociales y personales del lugar … Una de las consecuencias no deliberadas del capitalismo moderno es que ha reforzado el valor del lugar y ha despertado un deseo de comunidad … El deseo de comunidad es defensivo, y a menudo se expresa como rechazo de los inmigrantes y otras personas de fuera: la arquitectura comunal más importante son los muros contra un orden económico hostil … “Nosotros” es a menudo una falsa locución cuando se utiliza como punto de referencia contra el mundo exterior … Ahora, este “nosotros” ficticio vuelve a la luz para defenderse contra una nueva y vigorosa forma de capitalismo.»

Carlos Marx había dejado escrito que más importantes que las cosas mismas, son las relaciones entre las cosas; y señalado cómo, de una forma que nunca es mecánica, los cambios en la infraestructura material acaban por determinar cambios en la superestructura ideológica y cultural.

Sennett desarrolló una intuición, casi una profecía, del mismo orden en el año 1998, cuando el nuevo paradigma de la producción estaba ya profundamente enraizado en los países evolucionados, pero contenía todavía muchas incógnitas por desvelar y mucho recorrido por desarrollar. Veinte años largos después, su advertencia mantiene toda su vigencia. Y su urgencia.


viernes, 24 de mayo de 2019

LA EQUIDISTANCIA Y EL ASNO DE BURIDAN


El hermano menos listo de Sherlock Holmes ha insistido de nuevo en la vieja cantinela: en relación con el procés independentista, Ada Colau representa la equidistancia; él mismo, el compromiso. Según dicho razonamiento, él sería más merecedor que Colau de obtener la alcaldía de Barcelona.

Pero en ninguna parte está escrito que el compromiso con la independencia o con las glorias catalanas sea un mérito computable para ejercer de alcalde de Barcelona.

Tampoco es ningún mérito la equidistancia, lo reconozco. Sobre la equidistancia y la beligerancia ha dado argumentos más que suficientes José Luis López Bulla en un post reciente para enmarcar (1). No haría falta en rigor decir nada más. En todo caso, señalar que la liza cerrada y virtual en la que contienden empeñadamente tantos políticos catalanes, es rigurosamente lineal. En un extremo de la línea están los hunos, que son los leales. En el otro extremo los hotros, que constituyen la vileza y la degeneración en su máximo grado posible: gentuza sin principios ni temor de Dios. Los dos polos o extremos de la línea son perfectamente reversibles según el punto de vista del observador, de modo que no es posible aseverar de cierto cuáles están a la derecha y cuáles a la izquierda, cuáles a oriente y cuáles a occidente. Los valores absolutos no entienden de puntos cardinales.

Todo el recorrido de la línea que va de uno a otro extremo de esa liza virtual está ocupado por la equidistancia. La equidistancia tiene un valor igual a cero en la ecuación, alegan los matemáticos orgánicos de las dos facciones enfrentadas; es res nullius, no pertenece a nadie, confirman los juristas. No importa cuáles sean el número y la calidad de sus defensores, estos son siempre una minoría insignificante, un factor ética y matemáticamente despreciable. Quien no está conmigo está contra mí, señaló el Nazareno como fundamento de su doctrina. La equidistancia son los tibios, los indiferentes, remachó el clavo monseñor Escrivá.

La paradoja de Jean Buridan expone de forma adecuadamente filosófica el problema. El “asno lógico” del pensador francés del siglo XIV, puesto delante de dos montones de heno equidistantes y exactamente iguales, no tiene razones para preferir el uno o el otro, de modo que se muere de hambre por no elegir.

La realidad, por fortuna, nos dice otra cosa. Ningún “asno real” se ha muerto de hambre en presencia de un montón de heno; Aquiles ha rebasado sin esfuerzo mayor cientos de miles de veces a la tortuga que se adelantó en el inicio de la carrera; la competición por el ayuntamiento de una ciudad como Barcelona (por extensión, de cualquier otra ciudad, villa o aldea) nunca se reduce una sola cuestión en litigio; finalmente, la realidad no es lineal sino tridimensional y poliédrica, y tiene una dureza característica: Carlos Marx la llamó “tozuda”.



jueves, 23 de mayo de 2019

HOY NO SE FÍA

Pedro Sánchez ha declarado en Sevilla que en esta legislatura se derogará la reforma laboral del PP y se hará un nuevo Estatuto de los Trabajadores.

Es un buen anuncio, de entrada; no una buena noticia, aún. La política da muchas vueltas, y los lobbys de los poderosos disponen de muchos recursos para conseguir que los legisladores sigan escribiendo torcido incluso después de haber enderezado los renglones.

Todo está por ver aún, entonces. Los sindicatos mantendrán su insistencia para que la reforma de las reformas no se quede en una mano de pintura. Tienen, como algunos establecimientos del ramo de la hostelería, colocado un cartel escrito con letras mayúsculas en un lugar visible: “HOY NO SE FÍA”.

En los tiempos de la explosión democrática que los historiadores han etiquetado como Transición, sindicatos y partidos obreros eran casi una y la misma cosa. Se multiplicaron las huelgas laborales, desde la óptica de una doble contabilidad: mejoras en la condición de fábrica por un lado, y número de jornadas de trabajo perdidas como presión al gobierno, por el otro. Carmen Molinero y Pere Ysás han historiado aquella etapa definiéndola como de “hegemonía” del PCE (exageran). En ella dio mucho juego la correa de transmisión entre partidos y sindicatos, que giraba ─unas veces en una dirección; en alguna ocasión, en la contraria, como se desprende de la expresión “comisionobrerismo” utilizada por un Santiago Carrillo exasperado─ engranando las reivindicaciones más sustanciales del mundo del trabajo con las perspectivas de un cambio político.

Las correas de transmisión se rompieron luego, sin remedio. En el caso del PCE, como parte de un proceso patológico degenerativo que lo llevó a la irrelevancia; en el caso del PSOE, por el transformismo irresistible que conllevó la conquista de varias mayorías absolutas electorales sucesivas.

La independencia de los dos sindicatos mayoritarios respecto de los partidos políticos estaba escrita desde años atrás en sus estatutos, pero solo la nueva situación de orfandad política impulsó una reflexión de mayor calado y un cambio de praxis. Apenas a tiempo. Las nuevas contradicciones, no solo en la política, sino en la invasión de nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, y en el nuevo paradigma organizativo para la producción de bienes y servicios, estuvieron a punto de acabar con el sindicato como organización amplia de la clase en su conjunto, y de fragmentarlo en mil pedazos, como había sucedido con la cultura unitaria de fábrica que caracterizó toda la etapa anterior.

El sindicato retrocedió, pero subsistió y ganó en independencia y en coherencia de discurso. Más allá de la política en general, de la política económica en particular, y de una legislación laboral segregada por esa política económica precisa para recortar el estado del bienestar e incrementar el bienestar capitalista extrayendo rentas de un trabajo deconstruido y desreglamentado, concebido como cazadero privilegiado para financieros “creativos”.

Bien está que Pedro Sánchez anuncie cambios en una situación de abuso legal institucionalizado. El voto del domingo debe confirmar el poder que le ha concedido una ciudadanía torturada por todas las precariedades que se le han ido imponiendo.

Pero Sánchez no deberá relajarse. Hoy no se fía.

miércoles, 22 de mayo de 2019

RIVERA EN MODO JEREMÍAS




El profeta Jeremías, pintura de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina

El siempre agudo Enric Juliana comenta que Alberto Carlos Rivera desbordó a Vox por la derecha, ayer en el Congreso. A toda costa se empeñó en armar un zape que Santiago Abascal no entendió ─tal vez agarrotado por el miedo escénico─, Pablo Casado no secundó y la presidenta Batet bloqueó con serenidad y eficacia, cualidades que le han valido improperios desatados por parte de ABC, La Razón, El Mundo y los demás tutti quanti de la caverna mediática. (Un honor para Batet. Los cielos asaltables de la política están hoy empedrados con las iras de los tribunos de la antipolítica.)

Rivera se había equivocado ya antes, al empeñarse en ganar por KO un debate electoral en el que no se jugaban votos, sino imagen. A pesar de la insistencia de sus mecenas en que pacte con Sánchez para aminorar los riesgos de una legislatura reivindicativa de derechos pisoteados e ignorados de las clases subalternas, se excluyó a sí mismo del pacto y sigue terne en la idea de ganarlo todo para la derecha en el “partido de vuelta”, solo o en compañía de otros.

Ayer Rivera pretendió en el Congreso emular al profeta Jeremías en su llanto sobre la Jerusalén devastada por el rey Nabucodonosor. Saltó de su escaño dispuesto a interrumpir la votación para dar testimonio de que los presos catalanes estaban “humillando a todos los españoles”.  

Todos somos “del” pueblo, pero ninguno es “el” pueblo, le recordó oportuna Batet. Rivera estaba tan henchido de su propia importancia por un lado, y de impaciencia histórica por otro, que pretendía desbordar ya desde el inicio de la legislatura, al frente de una oposición “triunfal”, al gobierno aún no constituido; a toda velocidad, y no ya por el carril derecho, sino por el arcén. El intento no acabó bien para él. Suele pasar.

Su personal sentimiento trágico de la vida se concretó a lo largo de la sesión constitutiva en un repertorio de miradas furibundas a los cuatro diputados (Junqueras, Sánchez, Rull, Turull) que presumiblemente dejarán de serlo “por imperativo legal” ─y no por iniciativa de Rivera─, dentro de cuatro días. Añadió a las miradas sombrías una advertencia amenazadora: “No os vais a salir con la vuestra”. 

Mientras, Inés Arrimadas, que siempre ha demostrado un “saber estar” más adecuado que su jefe de filas, repartía besos desinhibidos a los mismos ex colegas del Parlament. Fue justo el pequeño gesto que bastaba para convertir el trágico rasgarse las vestiduras de don Jeremías Rivera en un sainete costumbrista con cuernos incluidos.


martes, 21 de mayo de 2019

INVITACIÓN AL BAILE



La operación Dos Tazas, concebida por Pedro Sánchez como Plan B después del veto del soberanismo catalán a la designación (no “elección”, que es cosa muy distinta) de Miquel Iceta como representante territorial en el Senado, ha situado esta mañana a Meritxell Batet en la presidencia del Congreso y a Manuel Cruz en la del Senado. Dos catalanes por falta de uno.

No era esa, sin embargo, la clave de la propuesta socialista, sino precisamente el hecho de que Iceta llegara a la presidencia del Senado avalado por el Parlament como “su” representante en una institución que expresa la soberanía plural del Estado, y reconoce (a medias, porque la labor constituyente del 78 dejó sin concretar ese fleco) la condición de Estado que tienen las Autonomías en un conjunto reconocido precisamente con el título de Estado de las Autonomías.

Lo que no puede ser no puede ser, y el viraje del soberanismo, desde la anterior “trayectoria de colisión” hacia una posición de “conflicto normalizado” con apertura de vías hacia consensos futuros, quedó momentáneamente abortado. Esquerra Republicana hizo una vez más costado a Puigdemont en la votación del Parlament, ya sea por la fuerza de la costumbre o por la misma compulsión irresistible que llevó a Adán, según la Biblia, a morder la manzana que le tendía Eva: esa solidaridad con la familia próxima en la desgracia común.

En la votación a la presidencia del Congreso, esta mañana, los representantes de Esquerra han optado por escribir en sus papeletas la palabra “Llibertat” junto a un lazo amarillo. Ni a favor, ni en contra, ni abstención: voto nulo. Testimonialismo, en una palabra. Congruente, por lo demás, con esa república testimonial que se sigue enarbolando en Cataluña como si fuera real en algún sentido. Política de los sentimientos, y no de la razón.

Miquel Roca i Junyent, político emérito catalán también del sector nacionalista, pero comprometido en su día con la arquitectura constitucional y hoy situado en el sector templado del catalanismo postconvergente, analiza en un artículo de opinión en lavanguardia la ocasión que ofrecía el plan Iceta de revitalizar la función constitucional del Senado mediante el añadido de una nueva dimensión, necesaria y urgente, al dibujo que la práctica, más que la letra, de la Constitución ha establecido en el curso de los años. Una práctica viciosa, debida sobre todo a la pereza inmovilista de la clase política para emprender cambios, remozar rutinas y taponar vías de agua cada vez más críticas de la ley suprema.

Titula Roca su aportación “¿Oportunidad perdida?”, y esto es lo que dice de la propuesta Iceta: «De hecho, era una iniciativa enriquecedora. Era una apuesta para incorporar al diálogo ideológico, absolutamente ne­cesario, un debate territorial imprescindible. Era reconocer que la realidad plural necesita escenarios institucionales específicos para un diálogo entre las partes de un proyecto colectivo. Era una oportunidad que se debería no dar definitivamente por perdida.»

Arriba las citadas “Dos Tazas”, Batet y Cruz, transfiguradas en Cardinale y Lancaster, lideran el baile en el Parlamento con la cristalina intención de no dar de ningún modo por perdida la oportunidad que se nos ofrece, tanto a catalanes como a españoles.


lunes, 20 de mayo de 2019

DE LA DIGNIDAD DE IGLESIAS AL CINISMO DE DIÓGENES



Diógenes y su farol. Detalle de un cuadro atribuido a J.H.W. Tischbein (hacia 1780)

Pablo Iglesias ha dicho que él se negaría a aceptar una donación de Amancio Ortega a la sanidad pública valenciana para la investigación del cáncer con tecnología punta. Dice Iglesias que la sanidad debe financiarse con impuestos, y que una democracia digna no debe admitir limosnas de los muy ricos.

Lo veo y no lo veo, como solía decir años atrás el compañero Juan Ignacio Valdivieso en algunos debates sindicales muy arduos.

No me convence del todo lo de la “democracia digna”. Sostiene mi amigo Javier Tébar, historiador destacado de las sociedades contemporáneas, que democracia en estado puro nunca la ha habido en el mundo. Si eso es así, y no tengo razones para dudarlo, imagínense que además exigimos, a esas democracias de tres al cuarto que andan por ahí, que sean “dignas”. ¿Cómo se mide la dignidad? ¿Cómo se financian algunos partidos políticos? ¿Qué unto prodigioso engrasa las bisagras de las puertas giratorias?

Mi diagnóstico particular es que a Iglesias le ha dado de pronto un ataque intempestivo de dignidad democrática fuera de lugar. Cuando las corporations más opulentas y con más tentáculos transnacionales ofrendan tantas dádivas bajo mano, todos los días, en los pasillos oscuros de nuestras democracias dudosas, algo cutres y bastante esmirriadas, ponerle peros a treinta millones ofrecidos a la sanidad pública valenciana no me parece una actitud ni rigurosa ni útil. 

La alternativa que sugiero, menos grandilocuente pero más efectiva a mi entender, es: Vengan acá esos treinta millones, y ahora que ya los tengo en el bolsillo público, hablemos en serio de la liquidación del impuesto de sociedades del último año, e incluso de los anteriores.

El problema de fondo viene de lejos. El filósofo Diógenes de Sinope paseaba por las soleadas calles de Atenas con un farol encendido. Esto ocurría más o menos mediado el siglo IV antes de Cristo. Alguien le preguntó por qué cargaba en pleno día con un artefacto tan incongruente, y contestó que buscaba un hombre honrado, pero no conseguía encontrarlo. Imagínense, buscaba dignidad y honradez en la cuna histórica de la democracia en el mundo, y no las encontraba.

Hay un estrambote irónico a la historia del filósofo. Como predicaba un modo de vida frugal y acorde con la naturaleza, se trataba a sí mismo de “perro” (kynos, en griego) en el mejor y más natural sentido; por lo que ha pasado a la historia de las ideas con el sobrenombre de Diógenes el Cínico. El cinismo primitivo es uno de tantos conceptos que han sido desvirtuados históricamente por una valoración sesgada y peyorativa de los estamentos dominantes. Sería de lamentar que algún día ocurriera lo mismo con el concepto de la democracia.


domingo, 19 de mayo de 2019

LA BATALLA DE BARCELONA


Los cuatro jinetes del Apocalipsis, según una miniatura del siglo X, de Beato de Liébana. Códice guardado en la Universidad de Valladolid. 


Las encuestas dan a la Esquerra de Ernest Maragall una ligerísima ventaja sobre los Comuns de Ada Colau para la alcaldía de Barcelona. Las dos fuerzas por separado son insuficientes para un gobierno en solitario. Olvídense de los gobiernos en solitario, en todo caso; se trata de una especie en vías de extinción, por más que los politólogos de mesa camilla la tengan en tanto aprecio como los miniaturistas medievales a los unicornios.

Maragall y Colau están situados, con matices y diferencias entre ellos, en el mismo cuadrante político de la izquierda social. Les separa, sin embargo, de forma nítida la cuestión del relato independentista. Digo “el relato”, no la independencia de Cataluña en sí, porque en esa cuestión existe una unanimidad tácita y nunca confesada en todos los cuarteles generales. El problema se sitúa entonces en la primacía (o no) de la cuestión de una independencia hipotética, como urgencia absoluta, sobre los temas relacionados con el bienestar de las personas y la lucha contra la desigualdad. Maragall estaría en la primera posición, Colau en la segunda.

Los socialistas de Jaume Collboni se ubican en el mismo cuadrante de Colau, si bien con matices que han tenido la suficiente trascendencia para romper una alianza que fue fructífera en su momento y podría volver a serlo, a la vista de las restantes alternativas de gobierno.

El independentismo rancio del tándem Forn/Artadi se aproxima a Esquerra en la cuestión nacional ─con mayor insistencia en el unilateralismo─ y se distancia claramente en la cuestión social. Elsa Artadi ha abroncado a Maragall por una propuesta de Esquerra para abaratar el precio de la vivienda social. Artadi es una economista de la escuela neoliberal; las viviendas baratas y la cuestión social se la sudan. Ella quiere la alcaldía como acumulación de capital con la que hacer palanca para forzar la implementación unilateral de una república catalana del morro fuerte. Más o menos una repetición de la operación llevada a cabo con éxito con la Cambra de Comerç. Maldito lo que les importa a Artadi y a Elisenda Paluzie (ANC) la actividad de hormiguita de la Cambra en relación con los avatares de las pequeñas y medianas empresas. Lo único importante en todo el tema de la independencia es para ellas el escaparate.

Forn/Artadi no van a apoderarse de su oscuro objeto del deseo, la Casa Gran, si nos atenemos a las encuestas. Tampoco Manuel Valls, parachutado por Ciudadanos detrás de las líneas enemigas para salvar a Barcelona de sí misma y resolver el problema horroroso del top manta, vergüenza al parecer del mundo civilizado que nos contempla atónito. Más allá de estas opciones más destacadas, los candidatos del PP y de Vox se conformarían con tener alguna representación en el Pleno para poner a parir al alcalde o a la alcaldesa con profecías tremebundas sobre dragones, pestes, calamidades y demonios, directamente extraídas de los Comentarios al Apocalipsis del monje Beato de Liébana.

Vicenç Navarro ha publicado un artículo sustancioso en Nueva Tribuna bajo el título “Por qué es tan importante que haya alcaldesas como Ada Colau en España” (1). Suscribo sus argumentos, pero preferiría centrar la cuestión en lo que más me importa ahora. El título que les propongo para el mismo artículo es: "Por qué es tan importante que Ada Colau siga siendo alcaldesa de Barcelona."