Claus
Sluter: Ángel lloroso, detalle del grupo escultórico del Calvario, Abadía de
Champmol, Dijon, Francia (imagen compartida de Facebook).
Steven Forti comenta así la eclosión de formaciones de
extrema derecha en Europa, en los años 80 del siglo pasado: «Las causas
fueron múltiples: entre estas, cabe señalar la crisis del modelo neokeynesiano
y la consolidación del modelo neoliberal con todas sus consecuencias en el
ámbito social, así como las transformaciones culturales vividas por
parte de las sociedades occidentales.» (*)
Más que crisis de modelo, hubo un pimpampum con las
realizaciones del Estado social, por parte de las avanzadillas del nuevo credo neoliberal.
La idea de fondo, en una época de execración generalizada del Leviatán estatal,
era el traspaso sistemático al sector privado de toda la gestión relacionada
con la protección y la prevención social. Eso comportaba asimismo el traspaso,
de las potenciales plusvalías obtenidas, a los bolsillos de los capitalistas
privados.
Como señala de forma escueta Forti, aquello tuvo
consecuencias en el ámbito social, ya lo creo que sí, y se produjeron además transformaciones
culturales (la cursiva es de Forti) de una importancia difícil de sobrevalorar.
Tal vez el primero en estudiarlas fuera Richard Sennett, en un libro que se ha
hecho clásico, “La corrosión del carácter” (1998). La tesis del
sociólogo de Chicago es que la degradación del trabajo físico, y por extensión
el administrativo, en una serie de tareas repetitivas, precarizadas, no
dirigidas a ningún fin aparente y desligadas de un contexto humano preciso, al
revés de como lo habían sido en la época del “Homo Faber” inserto en la fábrica
fordista, hicieron perder a buena parte de los trabajadores manuales la
orientación respecto de los puntos cardinales de su propia existencia. A falta
de una correlación entre esfuerzo y premio, sin valores asentados, sin vías de
avance y de mejora en el oficio, condenados a una sucesión interminable de
contratos laborales sucesivos y permutables unos con otros, no es extraño que
el ambiente de trabajo fuera presa del pesimismo y el desánimo. Los sectores
más sindicalizados han tenido mayores puntos de referencia que los sectores “nuevos”
del trabajo en plataformas. Mayores, pero no siempre mejores. La acción
sindical en estas condiciones ha tendido a encerrarse en sí misma y a corporativizarse.
Son premisas que explicarían el impacto electoral del
mensaje subliminal de la extrema derecha, léase Vox en España, a sus votantes
potenciales: «Estamos yendo a peor.»
Los voceros de la desgracia tienen credibilidad al culpar
de este empeoramiento de las expectativas de la ciudadanía a una globalización
que lleva a la desintegración de los lazos comunitarios de las sociedades
tradicionales. La pierden cuando se abrazan al capitalismo financiero y al
atlantismo a ultranza, cuando acusan a las izquierdas gobernantes de ser quienes
destrozan agazapadas en la sombra los equilibrios “naturales”, y cuando atacan a
los inmigrantes y a los “diferentes” como principales beneficiarios del nuevo
estado de cosas. Todo lo cual desemboca en una predicación demencial de la fe
en unos mitos acendrados y cuidadosamente expurgados de toda memoria histórica,
y de la llamada al fortalecimiento de los vínculos de una patria monolítica y excluyente.
La centralidad del trabajo, la insistencia en la protección
y la prevención social desde un sector público comprometido en el bienestar, y
la consecución de nuevos derechos de ciudadanía conectados a una prestación
laboral con cualidades y con sentido, deberían ser los ejes de una elevación
del nivel cultural de la respuesta a la extrema derecha jeremíaca. Esa
actuación colectiva debería estar coordinada desde diferentes focos: las
instituciones, la ciudadanía, y las organizaciones políticas, sindicales,
feministas y otras no gubernamentales progresistas.
(*) VV.AA., “Mitos
y cuentos de la extrema derecha”. Steven Forti, ed. Fundación Primero de
Mayo-Catarata, 2023. Pág. 18