lunes, 27 de febrero de 2023

LA FUERZA DE MARUJA TORRES

 


Maruja Torres cargó con toda la responsabilidad de la entrevista de anoche, y “tiró del equipo” en una jornada de periodismo cuerpo a cuerpo en la que ella puso toda la carne en el asador y Évole, por el contrario, no solo no expuso nada (según norma de la casa), sino que además nos dejó servidos algunos trucos infumables. Citaré solo dos: la pregunta sobre si ella follaría con él, después de un paripé para que el “barman” se apartara unos instantes porque a él le daba vergüenza, santo cielo, preguntar una cosa así. Como si nosotros hubiéramos de creer que estaban en la barra del bar en un tú a tú íntimo, sin cámaras filmando.

Ya fue malo ese trago, pero peor aún la especulación sobre cómo serán vistas esas imágenes cuando Maruja haya muerto. ¿Cómo puede simular vergüenza un sinvergüenza de ese calibre?

Maruja se aferró a su verdad, a su ansia de vivir a contramano, a su profesión tan difícil y tan comprometida, a su vejez digna o indigna según se mire, pero de una indignidad vivida dignamente en cualquier caso. Maruja nos dejó su fuerza íntegra, un regalo. Suyos fueron los mejores momentos, los mejores parlamentos, la sustancia más auténtica de un programa trucado.

De Maruja puede decirse lo que Montaigne dejó escrito sobre César (“Ensayos I”, cap. 50, traduzco sobre la marcha): «La misma alma de César, que se ilustra a un nivel tan alto en la preparación y el despliegue de la batalla de Farsalia, también puede ser examinada a través de su organización de intrigas lúdicas y amorosas. No solo se juzga a un caballo viéndole manejarse en una carrera, sino también cuando camina al paso, e incluso cuando descansa en el establo. Entre las distintas funciones del alma, las hay de bajo nivel: quien no la observe también bajo esas condiciones, no acabará de conocerla.»

Por pudor de Maruja y por pereza de Jordi, se habló poco anoche de los momentos estelares de una carrera profesional, literaria y personal deslumbrante, que tuvo sus momentos más altos en unos años marcados a fuego en el recuerdo de mi generación. Los años de El País (¡aquel!) y del Por Favor, los años de Manolo Vázquez Montalbán, Juanito Marsé, Terenci Moix, Forges, Andrés Rábago y con ellos tantos y tantos que no cedieron un palmo en la tarea indispensable de crear para todo el pueblo un nuevo sentido del humor y –más allá– un nuevo sentido común plenamente democrático, enraizado en la verdad y en el combate diario por difundirla. Una generación de profesionales que bregaron y porfiaron, con la lucidez como bandera, contra aquella Ley de Prensa sesgada, enarbolada con la contundencia de un garrote por el ministro Fraga y por toda la “gente de bien” de la época.

 

lunes, 20 de febrero de 2023

COSIFICACIÓN

 


El arte es trabajo también, según dejé más o menos establecido yo mismo, citando a William Deresiewicz, en este blog y hace ya algún tiempo (*).

Es un trabajo singular, dado que en él la mano y la idea general expresada por el artista son insustituibles. El hermosísimo cuadro que encabeza esta entrada, Desnudo azul III, de Henri Matisse, solo podría haberlo pintado Matisse, o bien, con más o menos fortuna, un copista hábil trabajando sobre el modelo. No podría haberlo logrado sobre una tela en blanco un sustituto, adiestrado mediante un aprendizaje a la antigua o un alambicado manejo posmoderno de algoritmos idóneos.

Solo conozco un caso de una obra moderna pintada por un colega del firmante. Debo la anécdota al arquitecto Antoni de Moragas, con cuya amistad de Facebook me honro. Cuenta Antoni que cuando Pablo Picasso creó el panel con figuras incisas en cemento, de todos conocido, para la fachada del Colegio de Arquitectos de Cataluña que da a la plaça Nova de Barcelona, el comité artístico o quien fuera le dijo: “También queremos poner en la Biblioteca un Miró”. Y Picasso respondió: “Por eso no se preocupen, el Miró ya se lo hago yo”. Y lo hizo.

Quiero dejar claro el concepto: Picasso no hizo una copia de Miró, hizo un Miró original. Pero era Picasso. Y conocía en profundidad la sustancia última que utilizaba Miró en su trabajo artístico. Con Matisse no le habría salido el truco.

Viene todo este preámbulo a concluir que en el deporte de élite viene a ocurrir algo parecido: no es fácil sustituir, sin más, a un deportista por otro. Las cuentas no salen. A Pedri, joven jugador del Barça, le han preguntado hace pocos días si se considera el nuevo Iniesta. “Hombre, no, ha contestado Pedri que es un chico sensato. Yo solo soy el nuevo Pedri.”

Tiene razón. Uno de los quebraderos de cabeza más complejos de un entrenador de fútbol es sustituir para el próximo partido al ídolo de la afición lesionado o tarjeteado. Tiene que buscar en el fondo de armario de la plantilla, mirar qué es lo que tiene a su disposición, elegir cuidadosamente al sustituto teniendo en cuanta el mayor número posible de variables, y finalmente recomponer todas las líneas del equipo para encontrarle un hueco adecuado.

El deporte de competición, y me voy acercando ya al tema de mi cotorreo ocioso de hoy, es el ápice, el punto más alto del neocapitalismo financiarizado que nos aflige. Ya ven, ¿pensaban que ese ápice se encontraba en el complejo militar-industrial o en un sitio parecido? Pues no. Por las verdes praderas del deporte de élite son muchos los que han visto a D10S. Quiero detenerme un momento en él porque yo también lo he visto en imagen en color, semejante al Cordero Místico de nuestra tierna infancia, es decir: colocado sobre un altar, revestido de un efod, con el globo del mundo, símbolo de su poder y de su gloria, acariciado con ambas manos, y rodeado, no por Moisés y Elías como nos lo pintaban los antiguos, sino por el emir de Qatar y el señor Infantino, que es como decir “mejor imposible".

También se pasea por esos lugares un Ser Superior que, como Saulo en el camino de Damasco, cayó un día de su montura y se dio cuenta de pronto de que el verdadero negocio no estaba en la compraventa de jugadores en las almonedas globales para hacer florecer su negocio de la construcción, sino al revés, en conseguir contratos de obra pública pagada al triple de su precio de mercado y con ellos conseguir perlas oscuras como Sid Vinicious y otras.

Las normas que rigen en el Olimpo de los deportistas son curiosas y de algún modo contrarias al mainstream de la vida ordinaria. Vean el caso de Manuel Neuer, portero del Bayern, que estas navidades se fue a esquiar y se rompió una pierna. Ahora, estando de baja prolongada, ha criticado alguna norma interna de su club, y la dirección ha reaccionado como lo hubiera hecho la de la empresa de usted o la de la mía: “Desobedece las normas de precaución diseñadas por el club, se accidenta, y encima viene criticando”, han dicho más o menos.

Lo mismo les ocurre a un grupo de chicas ex seleccionadas de España para los partidos internacionales, pero en un contexto más cutre. Luego me refiero a ellas, que son el verdadero motivo de esta larga epístola moral, pero antes permítanme siquiera una mención al comportamiento de Dani Alves y Gerard Piqué, dos muchachos que no son D10S pero se creen la hostia. Ningún directivo de sus clubes ni de sus selecciones se ha quejado de la forma en que se han puesto la gaita por montera en un alarde exhibicionista e indecoroso. ¿Neuer no debió esquiar, pero ellos sí follar en corro y violar muchachas en flor?

Quedaría mucho que contar en ambos casos, pero seguro que los conocen y pueden añadir los jeribeques que más risa les den. Las chicas de las que hablaba antes enviaron a su seleccionador un escrito en el que pedían respeto a su intimidad y a su opción sexual elegida. El escrito era recíprocamente respetuoso con Jorge Vilda, el seleccionador, al que pedían tan solo diálogo. No obtuvieron de él ni respeto ni diálogo; han sido sencillamente apartadas de la selección española de fútbol femenino hasta que pidan perdón de rodillas, llorosas y en tono suplicante.

Tal cosa aún no ha ocurrido. Mientras, Vilda, con su nueva selección, consiguió un triunfo de prestigio en un partido amistoso contra Estados Unidos, y se creció. Le ampara su buen amigo el señor Rubiales, de la Federación, y ambos se disponen a ganar todos los campeonatos del calendario. Ayer mismo jugaron contra Australia y recibieron tres goles en veinte minutos.

Volvemos de nuevo al principio, porque en esto hay una lección sindical que aprender. Los/las trabajadores/ras no somos cifras abstractas, y en consecuencia no nos pueden sustituir a la babalá y sin tino. Deslocalizar o externalizar la selección nacional ha sido la peor idea posible en un trance en el que el señor Vilda ha tenido un comportamiento más propio de la señorita Rottenmeier (en “Heidi”) o de la carabina de Ambrosio, que de un deportista consciente de sus opciones… y de sus límites.

 Ha sido otra forma de cosificación de personas que tienen características propias y derechos iguales a los de cualquiera, pero que han sido ignoradas por las jerarquías, y ninguneadas. Por cierto, la mayoría de las 15 de la fama sigue una trayectoria impoluta en la Liga femenina: han ganado todos los partidos disputados, la mayoría de ellos con goleadas ruidosas. Quizás alguien debería rectificar.

 

(*) Ver https://vamosapuntoycontrapunto.blogspot.com/2021/09/arte-trabajo-tecnologia-mercado.html

El mismo texto aparece también en Paco RODRÍGUEZ DE LECEA, “Un mundo dislocado”, Ed. Bomarzo 2023, p. 80.

 


martes, 14 de febrero de 2023

DANTE Y GIOTTO

 


“Credete Cimabue nella pintura

Tener lo campo, e ora ha Giotto il grido

Sí che la fama di colui è scura.”

DANTE, “Commedia”, Purgatorio XI, 94-96.

 

El mayor poeta y el mayor pintor de la República de Florencia en el Trecento fueron rigurosamente contemporáneos (Dante 1265-1331; Giotto 1267-1337), aunque probablemente nunca llegaron a conocerse en persona. He leído en algunos comentaristas que Dante “colocó” a Giotto en el Purgatorio, cosa bastante ridícula porque al morir el primero seguía vivo el segundo, y además en el ápice de su fama. A quien sitúa Dante en el círculo del Purgatorio destinado a los orgullosos es a Oderisi da Gubbio, un miniaturista que se tuvo en vida por el mejor en su arte, pero se arrepintió a tiempo de su soberbia y desde el ultramundo reconoce que esa fama la merecía mejor que él Franco el Boloñés. Lo cual lleva al poeta a algunas consideraciones añadidas en torno al carácter volátil de la fama, que decae al aparecer nuevos artistas más grandes que los que en su época tuvieron la reputación de insuperables. Así ocurrió, escribe Dante, con Cimabue y su discípulo Giotto en la pintura, y con “los dos Guidos” sucesivos (Guinizelli y Cavalcanti) en la poesía. Por cierto, ahí Dante se sitúa a solo un paso de caer en el mismo pecado que señala, cuando añade refiriéndose a los Guidos (Canto XI, 98-99): “… forse è natto / chi l’uno e l’altro caccerà del nido.”  Es decir, el poeta que los derribará de su pedestal tal vez ha nacido ya. No es muy oscuro el enigma de a quién pudo referirse.

Además de mi afición a Dante, me reconozco una debilidad personal por Giotto. En ese sentido puedo afirmar que soy florentino (no Pérez) de corazón. También ateniense, cierto, pero esa es otra historia que no viene a cuento aquí.

La pintura que encabeza estas líneas corresponde al ciclo sobre la vida y la leyenda de San Francisco empezado por Cimabue y pintado en su mayor parte por Giotto en la basílica superior de Asís, que resultaría parcialmente dañada en 1997 por un terremoto. La escena cuenta de una forma concisa y expresiva la ocasión en la que, afligida la ciudad de Arezzo por una guerra intestina, el santo vio revolotear demonios sobre las torres y, postrándose de rodillas para rezar, ordenó al hermano Silvestre que expulsara de allí a los malignos.

La posición del santo y el brazo extendido del monje dibujan en la composición una diagonal imperativa cuya fuerza fulmínea parece alborotar y llenar de confusión a los espíritus inmundos. La figura de Francisco queda recogida visualmente dentro de la serena arquitectura del templo; en el lado opuesto, la ciudad ocupada está separada del mundo exterior por una gran grieta irregular, y los aretinos se asoman a las puertas sin saber por dónde huir.

 

lunes, 13 de febrero de 2023

"BURNOUT" AL ALZA



Una imagen de la manifestación multitudinaria por la sanidad pública en Madrid, 12 febrero 2023.

 

No es un fenómeno novedoso, pero sí masivo. Y crece de año en año. «El 61% de los trabajadores españoles afirma sentirse desmotivado con su trabajo, y el 45% muestra síndrome del trabajador quemado, comúnmente llamado burnout». Es lo que dice un informe de la consultora Hays de selección de personal, recogido en “Cinco Días” *. El 78% de los empresarios no perciben, sin embargo, esa actitud, y consideran "motivados" a sus trabajadores, lo cual puede significar dos cosas: o bien que viven en el mundo virtual de las cifras macroeconómicas y no se dan cuenta de lo que ocurre por debajo; o bien, si lo anterior no es el caso, que de todas formas no están dispuestos en absoluto a ofrecer ni más salario, ni más incentivos ni más motivación de otra clase a sus trabajadores.

Richard Sennett escribió, hace ya más de veinte años, sobre la “corrosión del carácter”, un mal debido al recomienzo diario desde cero y la falta de perspectivas reales de progreso en el terreno profesional, una faceta de la persona que sigue teniendo un papel central en la conformación del carácter, porque da la medida del esfuerzo por alcanzar metas internalizadas de superación y de socialización. En cambio la tendencia a consumir, tan mimada por los expertos en marketing, no consigue sustituir a la anterior. Ahí no faltan en ningún momento incentivos ni motivaciones inyectadas a presión desde lo alto, pero el choque (brutal) entre la abundancia de propuestas de éxito personal a través de la compra de bienes de consumo, y el desierto árido de expectativas de progreso en el ejercicio de un oficio cualquiera, desemboca con mucha frecuencia en esa quemazón profunda, adecuadamente designada con un barbarismo (burnout) que afecta a casi la mitad de los trabajadores españoles y, entre ellos, a buen seguro a la mayoría de los jóvenes.

Menciona el informe Hays motivos económicos – salarios bajos, horas no pagadas, saberes no reconocidos –, pero también “emocionales”. No me gusta esa etiqueta; en todo caso, con ella se quiere significar algo muy concreto y comprensible: la falta de algún propósito racional en la tareas desarrolladas por muchos trabajadores en su día a día. De haber más posibilidades de encontrar un trabajo satisfactorio en una empresa diferente, la gente se marcharía. Si se queda en su puesto, y ahí se limita a trampear para cubrir el expediente, es por la dificultad de encontrar puestos más apetecibles.

No es exactamente, entonces, una historia de pereza, sino de percepción de la inutilidad de un mayor esfuerzo: una especie de opción B asumida pasivamente porque no aparecen alternativas en el horizonte interior o exterior al lugar de trabajo y a la tarea demandada.

¿No se dan cuenta los empresarios de lo que ocurre? Van ciegos, quizás, debido a su gusto por las plantillas baratas, las faenas hechas para salir del paso, las obsolescencias programadas, la chapuza nacional. El señor Garamendi está que se sale con su nueva condición de fijo de plantilla en la CEOE, y su nuevo sueldo. ¿No percibe ninguna falla en el terreno que pisa?

Esas actitudes ante el trabajo, tanto por parte de los empleadores como de los asalariados, no garantizan un futuro sostenible. Tampoco puede esperarse nada del trend hacia una sanidad y una educación privadas, basadas en el beneficio bobo del accionista y no en la eficiencia y la universalidad del servicio. Sobre las espaldas del Estado se quiere cargar en exclusiva la solución al final de la vida activa de las personas, mediante unas pensiones contributivas (ah, eso sí) que se desearían minúsculas y retrasadas hasta el límite de lo imposible, de modo que los viejos se nos mueran después de pagar su cuota y antes de cobrar el subsidio.

Todo ese conglomerado de inepcias y malevolencias superpuestas apunta a la profundidad real del problema. Y es que los trabajadores, contrariamente a lo que piensan algunos miembros de las clases pudientes, tenemos vida propia. No somos guarismos susceptibles de ser trasladados de una columna a otra de los asientos de un libro de balances, en el que las pérdidas concretas para la ciudadanía se transfiguran en forma de réditos suculentos para las élites políticas y financieras.

Espabilad, queridos dadores de trabajo y políticos neoliberales envueltos en banderas rutilantes. La Tierra de Jauja ya no está delante de vuestros ojos, sino a vuestras espaldas. Y los síntomas de un mar de fondo creciente resultan cada día más visibles y embravecidos.

 

https://cincodias.elpais.com/cincodias/2023/02/10/economia/1676052915_054408.html

 

jueves, 9 de febrero de 2023

EL ARTISTA QUE PINTABA MAL LOS ÁNGELES (II)

 


Lucrezia Tornabuoni de joven, retrato de Piero Benci llamado “Pollaiolo” (en efecto, su padre vendía pollos).

 

Al viejo Cosimo di Medici y a su esposa Contessina no les atraía la vida de ciudad y preferían con mucho la espaciosa casa de campo de Careggi, donde se labraba la tierra y vivían rodeados de animales de granja, desde las vacas y los caballos de los establos hasta las gallinas y los patos que picoteaban por todas partes en busca de comida. Pero la Banca Medici era la más destacada de Florencia, y los dos convinieron en que el honor de la firma exigía de la familia la construcción de un palacio en la Via Larga.

Un palacio “no demasiado caro ni ostentoso”, imploró Contessina. De su misma opinión era Cosimo, que torció el gesto al ver los planos que le presentó Michelozzo, el “arquitecto de cabecera” que ya trabajaba en la reforma del convento dominico de San Marcos, costeada por los Medici: «Mucho palacio para tan poca familia.»

Cosimo tenía dos hijos varones, descontado uno más, bastardo: eran Piero “el Gotoso”, de mala salud crónica, que ahora administraba el negocio familiar, y Giovanni, aficionado a las artes y a los objetos bellos, pero distraído y torpe en los negocios. Quien más cerca estaba del corazón de Cosimo era Lucrezia Tornabuoni, esposa de Piero y madre de cinco chiquillos: Lorenzo, Giuliano, Maria, Bianca y la pequeña Nannina. De Lucrezia, una mujer culta, poeta a ratos y también piadosa, práctica y discreta, decía el abuelo Cosimo: «Es el único hombre de la familia.»

Fue ella quien reclamó una capilla en el centro del nuevo palacio de la Via Larga. Michelozzo improvisó una solución, un espacio cuadrado no muy grande ni muy bien iluminado, de techos altos. Aquel oratorio debía estar dedicado a la Adoración de los Magos, la fiesta religiosa preferida tanto por Lucrezia como por sus hijos. A Cosimo le agradó seguramente, en abstracto, la idea de unos reyes venidos de lejos para doblar la rodilla ante la familia reunida en un pesebre.

En 1459 el palacio estaba casi terminado. Para la decoración de la capilla se había encargado al maestro Filippo Lippi una tabla de altar con Jesús, María y José en el portal de Belén. Era lo principal, el foco desde el que había de irradiar la luz de las velas a todo el espacio piadoso y festivo. Para decorar las paredes, Piero buscaba un artista menos notorio, que trabajara deprisa y barato.

Justo entonces le llegó noticia del antiguo ayudante de Fra Angélico, Benozzo di Lese, que regresaba a Florencia con la intención de casarse y establecerse, ahora que se había hecho con el título de maestro pintor. Era un conocido de la familia, desde la reforma de San Marcos. Piero lo llamó, le enseñó la capilla y le explicó su idea. Quería sobre todo dos cosas: mucha pintura de oro que iluminara a la luz de las velas la estancia más bien oscura, y retratos de los miembros varones de la familia Medici mezclados con el cortejo de los Reyes. También quería, de modo muy particular, coros de ángeles cantores, en consonancia con la letra de un villancico compuesto por su esposa Lucrezia: «Venite, angioli santi, / e venite sonando: / venite tutti quanti, / Gesù Cristo lodando / e la gloria cantando / con dolce melodia.»

Benozzo entendió el asunto a la perfección. Se conformó con un salario modesto y solo pidió un anticipo para comprar colores finos, oro y azul, que dieran un tono brillante a su trabajo sobre las tres paredes que rodeaban el altar. Plantó el andamio, y empezó a pintar ángeles en la parte superior de la pared colocada a la derecha del altar.

La familia seguía aún en Careggi. Piero, de regreso a Florencia después de un viaje corto de negocios, quiso inspeccionar las pinturas de la capilla antes de marchar al campo. El pintor se había retirado ya, y la mansión estaba vacía. Piero abrió el portón con su propia llave, entró en la capilla alumbrándose con una vela, trepó trabajosamente al andamio, y a la sola luz de esa vela examinó desde muy corta distancia los ángeles de Benozzo.

No le gustaron. Las bocas abiertas aparecían forzadas, los cuerpos demasiado rígidos, los rizos de oro de los cabellos eran demasiado llamativos y desordenados. Malhumorado, bajó del andamio, y a la mañana siguiente envió al pintor un billete escueto en el que le exigía reconsiderar el contrato al más breve plazo.

Benozzo entendió demasiado bien el fondo del problema. En su época de ayudante de Fra Angélico, la división del trabajo era nítida: para él la tierra, para su maestro el cielo. Lo espiritual le caía lejos, lo suyo eran los goces terrenales. En su respuesta a Piero utilizó un argumento sensato: los ángeles debían ser vistos desde el nivel del suelo, donde se situaban los fieles, y no desde un andamio. Las bocas eran demasiado grandes, en efecto, pero si se reducía su tamaño, desde abajo los querubines parecerían mudos. Lo mismo respecto al brillo de los cabellos. Pero si Piero no estaba contento, él lo borraría todo y lo reharía a su costa, hasta darle entera satisfacción. La conclusión era de una humildad desarmante: «Lo haré tan bien como sepa; y lo que no haga, será porque no lo sé hacer.»

También explicó a Piero que, mientras esperaba la decisión definitiva, seguiría pintando, para no retrasar los plazos. Y tuvo suerte: Piero hubo de salir de nuevo de viaje, y Lucrezia se instaló en el palacio con sus hijos antes de que él volviera. Benozzo había dispuesto otro coro inferior de ángeles en un jardín, con árboles, flores y multitud de pájaros de todas clases. Cuando Piero entró por fin en la capilla, vio allí a su mujer y sus hijos observando animadamente las rápidas pinceladas de Benozzo. Lucrezia le dijo enseguida que lo del coro superior de ángeles no le parecía tan grave; Lorenzo, Giuliano, Maria y Bianca le saludaron entusiasmados, y Nannina le tendió los brazos, “¡Papá!”, para enseñarle un majestuoso pavo real.

No hubo rescisión de contrato. Y cuando un par de meses más tarde aparecieron los abuelos, Cosimo tuvo un sobresalto de felicidad retrospectiva. En el cortejo de los Magos que serpenteaba por las paredes, estaban retratados él mismo y los principales personajes de la República de Florencia; pero, sobre todo, los tres reyes que cabalgaban majestuosos, uno en el centro de cada pared de la capilla, eran el último emperador de la recién caída Constantinopla, el patriarca de la Iglesia oriental, y su propio nieto, el joven Lorenzo, el muchacho que concentraba sus mayores esperanzas de continuidad de la estirpe, y que años después sería llamado el Magnífico.

El cortejo rememoraba el Concilio ecuménico celebrado en Florencia treinta años atrás, en el que Cosimo ejerció de perfecto anfitrión. En las sesiones se había acordado la reunión definitiva de las dos Iglesias separadas, la de Roma y la de Bizancio; pero la muerte repentina del patriarca oriental, tal vez envenenado por la facción intransigente, malbarató a última hora todos los esfuerzos.

Benozzo había visto aquella procesión de dignidades cuando era un chiquillo, y su retina privilegiada la había conservado a lo largo de los años y había sabido plasmarla de nuevo. Una larga hilera de hombres y caballerías, sin principio ni fin perceptible, sube y baja por las paredes de la capilla, contornea ciudades, cruza bosques donde cazadores y lebreles persiguen ciervos y otras presas, vadea ríos y se entretiene en menudas tareas. En la larga fila de personalidades son muchos los retratos reconocibles, y el autor se incluye también a sí mismo, en un segundo plano, tocado con un bonete en el que se lee, en letras de oro, “Opus Benotii”. Giuliano aparece de pie junto a su hermano Lorenzo.

La capilla tiene una magia particular. La tabla de Lippi, excelente, corre el peligro de pasar inadvertida, hasta tal punto resulta fascinante el carrusel ideado por Gozzoli sin ninguna intención moral, sin didactismo, por puro juego y goce de vivir. Como he explicado en la entrada anterior, el artista se vio obligado a tomar conciencia de sus puntos débiles, pero supo al mismo tiempo jugar con inteligencia sus cartas de triunfo.

Y eso podemos agradecerle al cabo de los siglos.

 


Benozzo Gozzoli, El cortejo de los Magos (detalle). Palacio Medici-Riccardi, Florencia.

 

miércoles, 8 de febrero de 2023

EL ARTISTA QUE NO SABÍA PINTAR ÁNGELES (I)

 


“Salida de San Agustín de Roma, para ocupar su cátedra en la Universidad de Milán”, detalle de una pintura al fresco de Benozzo Gozzoli en la iglesia de San Agustín de San Gimignano, Toscana. En el personaje del bonete rojo, en el centro, Benozzo podría haberse retratado a sí mismo. Roma, al fondo, es una colección abigarrada de monumentos. A la izquierda, se reconoce el Panteón.

   

El 14 de marzo de 1469, se firmó un precontrato entre Benozzo di Lese (Alessio), de Florencia, y el Operaio della Fabbrica del Duomo de Pisa. Benozzo – al escribir su biografía años después, Giorgio Vasari tuvo la ocurrencia de apodarlo Gozzoli, y con ese nombre ha pasado a la Historia del Arte – había ido lisa y llanamente a ver al funcionario municipal para pedirle trabajo. Tenía algún prestigio como pintor, pero también una familia numerosa que mantener, y estaba dispuesto a aceptar cualquier cosa relacionada con su oficio, incluido un interminable muro blanco que infundía un respeto temeroso entre los de su profesión.

El problema con el muro se remontaba a dos siglos y medio atrás, cuando el arzobispo Ubaldo de’ Lanfranchi acudió a la cruzada convocada por el papa Gregorio VIII al frente de una hueste pisana. Durante el asedio de Tolemaida, Ubaldo hizo una visita piadosa a los Santos Lugares y se le ocurrió la idea de cargar en sus naves tierra sagrada del monte Calvario, y llevarla a Pisa.

Allí, en 1204, compró una faja amplia de tierra junto a la hermosa catedral románica levantada en el siglo XI a partir de las trazas de Buscheto. Encargó la construcción del cementerio a Giovanni di Simone Pisano, que también se hizo cargo de la construcción del campanile. La tierra se extendió por la superficie prevista para las tumbas, de modo que los huesos de los pisanos reposaran en suelo sagrado a la espera del día del Juicio Final.

Después de construido el Camposanto, los sucesivos “operai” que gestionaban las obras no supieron muy bien qué hacer con el muro perimetral, reforzado con pilastras en la parte exterior, y de una blancura cándida en la parte interior. Eran en total 350 m de muro por 7 m de alto, una superficie de 2.450 m2 en total. Demasiado muro blanco, considerándolo desde cualquier parámetro; había que buscar una forma no muy cara de decorar aquello.

Se intentaron varios expedientes. Una cooperativa de artesanos locales reprodujo pinturas célebres de artistas famosos, a bajo precio. Luego se subió la apuesta, a la vista de la admiración general que producía el bellísimo conjunto arquitectónico del Campo dei Miracoli, y se llamó a artistas de cierto renombre pero no de primera línea, como Andrea da Firenze y Antonio Veneziano. Un artista de Orvieto, Piero di Puccio, realizó hacia 1390 un conjunto de tres escenas del Antiguo Testamento, dejando inacabada una de ellas, correspondiente a la historia de Noé. La parte del muro aún en blanco seguía siendo casi infinita. El Operaio en funciones en 1469 ajustó el salario de Benozzo, cuya edad se aproximaba ya a la cincuentena, en 84 liras y cuatro sueldos, con el compromiso de que pintara tres escenas al año.

Pero impuso una condición previa: no valían chapuzas, el pueblo de Pisa había de dar su aprobación al trabajo del pintor. Se acordó un examen popular, cuando Benozzo hubiese completado la primera escena.

Benozzo tenía el título de maestro pintor; pero no por el gremio de su Florencia natal, sino por el de Montefalco. Seguramente un título de maestro por Florencia habría bastado para darle credibilidad, por la fama de la ciudad y de sus artistas; pero él se había iniciado en el oficio como aprendiz junto al dominico Fra Giovani da Fiesole, más conocido como Beato Angélico, y había seguido a su maestro a varios lugares de Umbria y Toscana, y a Roma. En la misma Florencia había realizado una obra singularísima, la decoración de la capilla del Palacio Medici en la Vía Larga, pero estaba en un lugar privado, y por consiguiente no era conocida del público.

Por cierto, también en aquella ocasión fue sometida a prueba su pericia, y a punto estuvo de ser despedido. El problema fue que no pintó bien un coro de ángeles cantores, cuando todos esperaban la excelencia en ese terreno por parte de un discípulo del Angélico. Otro día contaré la historia.

Nada de ángeles, entonces. Benozzo optó por continuar la historia de Noé, y narrar el momento culminante de su borrachera. En las tapias de un cementerio, lugar sombrío por naturaleza, pintó los trabajos de una vendimia celebrada junto a una ciudad repleta de torres, logias, ventanales, cúpulas y terrazas abiertas. Los jóvenes se afanan con los pámpanos, las mujeres cargan alegres la uvada en grandes cestos, los niños se bañan desnudos en el río, los perros juguetean, pájaros de todo tipo cruzan el cielo. No es una escena fúnebre inundada de llantos, sino una gran fiesta campestre.

Noé aparece tendido en el suelo, borracho, desnudo y sonriente. Lo rodean sus tres hijos y las nueras, consternados. Una de las mujeres se tapa la cara con la mano al ver la desnudez del patriarca.

Fue un éxito absoluto. Los pisanos celebraron de forma entusiasta la pintura y adoptaron como símbolo propio a la “vergognosa” que se cubría la cara para no ver. El pintor fue contratado de inmediato, y el Operaio buscó una casa de alquiler para la familia en la via Santa Maria. El pintor puso taller para atender a su ingente tarea, y trabajó sin descanso en Pisa hasta 1485. Pintó 180 escenas, se hizo famoso con el nombre de Benozzo del Camposanto, fue comparado con Apeles y Parrasio, y el municipio le costeó una sepultura en “su” cementerio, con una inscripción laudatoria. No la ocupó nunca porque, ya muy viejo, vio comprometida su posición en la ciudad por los conflictos entre Pisa y Florencia en la época de Savonarola. Los componentes de la familia se conocen por el censo del año 1480: Benozzo di Lese, 60 años; Mona Lena, su esposa, de 40; y sus hijos Giovan Battista, 18; Bartolomeo, 15; Girolamo, 13; Francesco, 11; Alessio, 7; Barnaba, 3, y Maria, un año.

Hoy las escenas bíblicas del Camposanto de Pisa han desaparecido casi por completo. Subsistieron durante varios siglos, no sin problemas de grietas y de humedades; pero en 1944 un ataque aéreo con bombas de fósforo causó un incendio que se prolongó durante cuatro días, sin que fuera posible apagarlo, iniciado justo hacia la parte del muro donde estaba la escena de la vendimia. Se han guardado en el Museo delle Sinopie, habilitado en el propio Camposanto, los almagres (sinopie) preparatorios de los frescos que pudieron ser salvados.

 

martes, 7 de febrero de 2023

UN SOAVE ZEFIRETTO

 


Tom Hulce (Mozart) y F. Murray Abraham (Salieri) en un fotograma de “Amadeus”, de Milos Forman.

 

Lluís Rabell acompañará a Jaume Collboni en la candidatura del PSC al Ayuntamiento de Barcelona. Es una buena noticia, para Jaume Collboni. No era, según se rumorea, un recurso de una necesidad tan urgente, porque en el partido afirman poder exhibir encuestas en las que la lista socialista figura destacada en cabeza del pelotón de aspirantes, y el propio Jaume, en su estilo desenfadado, nos saluda de vez en cuando desde anuncios de pago con la cantinela de que “él va a ser alcalde de Barcelona”.

De todos modos, Rabell es un refuerzo importante. Demasiado importante tal vez, si se me permite la opinión. Un amigo de Facebook plantea hoy mismo la pregunta de si no sería mejor colocar a Rabell como independiente cabeza de lista, y conservar a Collboni en su insustituible papel de teniente de alcalde para todo. A Collboni, argumenta mi amigo, no lo quiere nadie. Hacia fuera, no atrae voto; hacia dentro, peor.

Se supone que el PSC desea ganar la alcaldía. El propio Rabell escribía hace días, poco antes de dar la campanada en plan crudo, que el poder municipal en Barcelona es una opción estratégica imprescindible para revertir los desastres del procès. Muy bien, eso valida el reclutamiento de Rabell por parte del PSC, pero no explica por qué se dejan las cosas a medias. Si la lista Collboni no consigue una mayoría suficiente, y se hace necesaria una fórmula de cohabitación en la Casa Gran, seguro que Ada Colau estará mucho mejor colocada para la tenencia que el segundo de la lista socialista.

No quiero pensar en la eventualidad de que Collboni no llegue ni siquiera a ser el primus inter pares, y el Tete o la propia Ada corten la cinta de llegada antes que él. ¿Dónde quedarán entonces Rabell y su idea de un nuevo contrato social para Barcelona?

Conviene hacer las cosas con sensatez y orden. Rabell debería ir en la lista por encima de Collboni. La opción que se presenta ahora sería como representar las bodas de Fígaro con música de Salieri. ¿Se imaginan cómo sonaría el soave zefiretto?

 

jueves, 2 de febrero de 2023

NUESTRAS MÁS ACENDRADAS TRADICIONES



Ruinas del templo de los Oráculos, en Anfiareo (Ática, Grecia). Los postulantes hacían su consulta, y los diáconos les suministraban una poción. Entonces se retiraban a dormir acurrucados en la “stoa”, y en sueños se les aparecía la respuesta a su problema. Los testimonios escritos que se conservan aseguran que el procedimiento daba buenos resultados.

 

El senyor Ramon maltracta a les criades

I a l’ Ada Colau també moltes vegades.

Les noies i l’ Ada, quan s’en van al llit,

Tururut, tururut,

Qui gemega ja ha rebut.

(POPULAR, arreglos PRL)

 

Xavier Trias ha irrumpido en la campaña electoral para las municipales de Barcelona con un “Sanseacabó, hasta aquí podíamos llegar”. Su lema y su programa son claros: “Entre todos hemos de sacarla de ahí”.

Se refiere a sacar de la alcaldía a Ada Colau, si no lo habían entendido. Colau es un escándalo viviente, un mentís a tanto seny y tanta rauxa acumulados durante años y años por alcaldes varones beneméritos gastando sin tasa y haciendo el bandarra desde el consistorio, sin más límite que la cruz de sus pantalones impecablemente planchados.

“Entre todos” es más difícil de interpretar, pero podría ser una llamada de auxilio a otros dos senyors de Barcelona que se encuentran en su misma situación de perplejidad al ver que la servidumbre se les amotina en el mismísimo patio trasero de la casa pairal. Se trataría, en el caso de que mi conjetura sea certera, del Tete Maragall y Jaume Collboni, dos “clásicos” que ya estuvieron en la pomada en los últimos comicios, cuando el lugar de Trias lo ocupó Elsa Artadi, que venía con la intención de arrasar y luego ni fu ni fa.

Trias lidera las encuestas, según la prensa adicta. La prensa adicta siempre señala a sus propios favoritos: que luego la operación cuadre o descuadre, es otro asunto, por el que no cabe pedir responsabilidades a los encuestadores sino a los votantes, que van a su bola. “Votan mal”, como dice Vargas Llosa, tal vez por un defecto de fabricación sobre el que poco pueden hacer las élites altamente recomendadas.

Trias resucita oportunamente al senyor Ramon de las rondallas. Ha llegado envuelto en altas turbulencias (se ha dado de baja del PDeCAT pero encabeza la lista de Junts), y lo primero que ha hecho es dar el preaviso legal de despido a la fámula, tras lo cual sin duda purificará la Casa Gran contaminada de plebeyez, con sahumerios.

Se me ocurre que tanto teatro preliminar resulta prematuro. Trias no es alcalde aún, y es por lo menos dudoso que lo sea en el mes de mayo. Es agradable oír sus cantaletas, inmortalizadas en su día por La Trinca, pero la servidumbre está muy escarmentada y su reacción es imprevisible. “De porcs i de senyors se’n ve de mena”, reza un dicho tan popular como el auca del senyor Ramon, y mucho más antiguo.

Veremos qué ocurre en mayo. Tres senyors de Barcelona aspirando a un solo cargo son muchos, y no están bien avenidos entre ellos. No se puede descartar que, al final, el resultado vuelva a ser de ni fu ni fa.