miércoles, 31 de enero de 2018

FUTURO DEL TRABAJO, FUTURO A SECAS


Ha salido a la “nube” virtual el número 11 de la revista digital Pasos a la Izquierda. El lector puede elegir en ella mucha sustancia en la que hincar el diente. Voy a limitarme a señalar en concreto un trabajo que conozco bien: yo he sido quien lo ha traducido. Se trata de Tres escenarios para el futuro del trabajo, de Dominique Méda (ver en http://pasosalaizquierda.com/?p=3497). No es una lectura fácil, pero sí es indispensable. En particular porque, al hablar de las alternativas posibles para la evolución del trabajo en el actual escalón tecnológico y en el ordenamiento geopolítico existente, Méda no nos está advirtiendo solo acerca del futuro del trabajo en abstracto, sino de nuestro futuro concreto en tanto que raza humana, humanidad, planeta habitable.
La mutación en curso del concepto del trabajo, tal como este había sido entendido en la época del maquinismo y la automatización de los procesos productivos, es un elemento central del futuro que nos espera.
Entendámonos. Se suele hablar de la “centralidad” del trabajo, como referencia a unas políticas dirigidas a promover y extender el empleo asalariado (se añade comúnmente el adjetivo “decente” o “digno”, en alusión a su retribución equitativa y a las condiciones razonables de duración, ritmos, seguridad, higiene, etc.) a la mayor porción posible del censo de personas en edad laboral; tendencialmente, al pleno empleo.
Es mucho, pero no es suficiente.
¿Qué más importa tener en cuenta? Fundamentalmente, el para qué se trabaja. Esta es una cuestión que no ha sido abordada en medida suficiente por los defensores del empleo para todos. Sobre todo, dado que las tesis neoliberales han impuesto en la práctica el credo de que el fin último de una empresa productiva es proporcionar un beneficio lo más alto posible a los accionistas. Y este extremo tiende a ser silenciado, así por los tirios como por los troyanos.
Sobre todo, dado que la carrera de las distintas potencias y superpotencias por el esquilmo de las materias primas, y los abusos continuados con el aire, el agua y la atmósfera que nos envuelve, están poniendo en peligro la supervivencia misma, no tanto del planeta azul, como de quienes lo habitamos: humanos, animales y plantas.
Sobre todo, dado que el crecimiento económico se concibe en términos meramente cuantitativos, medidos por instrumentos sesgados, como el PIB, que resaltan unas características económicas y omiten otras, no inocentemente sino por una toma de posición ideológica.
Es la cualidad y no la cantidad del crecimiento lo que es necesario promover desde las políticas económicas; es la sostenibilidad del modelo propugnado lo que define la posibilidad misma de un futuro para las generaciones venideras.
El trabajo en el actual escalón tecnológico adquiere asimismo una nueva dimensión. No es ya trabajo-masa, abstracto, anónimo, heterodirigido, sino, en buena medida, trabajo inteligente, con una gran dosis de autonomía en su realización. Y no debe estar al servicio del designio de enriquecimiento de los detentadores de los medios productivos, sino sobre todo al de un esfuerzo colectivo libre y consciente por poner la técnica al servicio de las personas, y no a la inversa.
Las capacidades de uso de la tecnología permiten hoy la fijación democrática, en el planteamiento de las actividades productivas y comerciales, de objetivos que trasciendan el beneficio individual y resulten provechosos para el común; que tengan una utilidad social y desechen en este sentido tanto lo dañino como lo superfluo. Y ya en último término, actividades dirigidas a preservar y transmitir el patrimonio común existente a las generaciones futuras, tal y como nos ha sido entregado a nosotros por las generaciones pasadas.
También es posible hoy multiplicar e imprimir una eficacia infinitamente mayor a las actividades relacionadas con la sanidad, la educación permanente, la alimentación sana, la calidad de vida, en particular de las personas más vulnerables y desprotegidas. Y considerar todo el campo de los cuidados asistenciales como una actividad económica que debe ser adecuadamente provista y remunerada, en lugar de dejarse al ejercicio privado de la caridad o al cargo de las mujeres de la familia según un sambenito de adjudicación irreversible, tal y como tradicionalmente ha sido entendido.
De este modo todo el volumen de trabajo humano tendría un sentido trascendente a él mismo, y una utilidad y durabilidad mensurables socialmente; lo cual comportaría cambios profundos y permanentes en la vida económica, social e incluso individual.
Frente a Trump y frente a Putin, enfrascados en la carrera por una hegemonía expoliadora globalizada suicida e idiota; y frente a Rajoy, que sin ver en ninguna parte más beneficio que el de su propio bolsillo, sigue empeñado en prolongar la miseria de la rutina administrativa, de la corrupción como única vía hacia la prosperidad, de la normalización de la precariedad en el empleo, del crecimiento basado en un modelo energético anticuado dependiente del carbón, de la subordinación aceptada en la cadena del valor y en la jerarquía económica internacional.
Frente a estas perspectivas desoladoras, el futuro alternativo posible significa, por ejemplo, la creación de infraestructuras para la implantación y el desarrollo de energías limpias, y un crecimiento sostenible y cualitativamente diverso, desde un control social normado, democrático y razonable. Una fuerza de trabajo que piensa con su propia cabeza, y no la de la dirección de la empresa. Una democracia más amplia y comprensiva, que ha de aprobar la gran asignatura que le falta, y cruzar decididamente las puertas de los centros de trabajo.
Hoy se trata de apostar en serio por un futuro así, o dejarse ir adonde buenamente nos lleven los mandatarios de turno.
Expresado con palabras mejor dichas, y con datos fiables, razonamientos de expertos y ejemplos apropiados, es lo que nos cuenta Dominique Méda.
 

martes, 30 de enero de 2018

NO MORDERÁN LA MANO QUE LES DA DE COMER


Inés Arrimadas es una de las voces más puras y cristalinas que resuenan hoy día en el patio de vecindonas en el que se ha convertido nuestra clase política. El predicamento actual de Ciudadanos en todo el país ha sido propulsado, de acuerdo, con cash fresco del Ibex y con el apoyo resuelto, más allá del cumplimiento estricto del deber, por parte de un medio de comunicación (entre otros) tan significado como elpais. Pero sin la presencia de esta mujer y sin su fuerza de convicción para expresar determinadas verdades de orden primario que obviaban sin remordimientos los astutos influencers del independentismo catalán (la firma publicitaria Puigdemont, Forcadell & Romeva), todo el complejo tinglado financiero montado para situar a Rivera en el escaparate se habría venido abajo en cuatro minutos.
Sin las castañas esforzadamente sacadas del fuego por Arrimadas, Rivera no habría sido más que fake news, un nuevo cometa al estilo de Rosa Díez. Arrimadas me inspira respeto y admiración, lo cual no significa que la vote, claro está; de hecho, defiende y representa casi todas las cosas que aborrezco.
Y sin embargo, me parece una suerte para todos nosotros que esté en la política. Tiene una forma directa y convincente de llamar al pan pan, y al vino vino. Sin tapujos. Y la razón para tal cosa no es que ella desprecie los tapujos y se niegue a servirse de ellos, sino que su inocencia política es tanta que aún no tiene claro el modo de empleo. Ya aprenderá, por desgracia para nosotros, porque es espabilada y tiene delante algunos maestros en recrearse en la suerte del tapujo, ese arte de birlibirloque como lo habría llamado Bergamín.
Todo este preámbulo viene a cuento de que Arrimadas ha manifestado que su formación no va a respaldar la huelga del próximo 8 de marzo, día de la Mujer Trabajadora. No está ella del todo en contra de eliminar la brecha salarial entre varones y mujeres, y tampoco le parecería decididamente mal combatir la violencia de género. Pero hay una cuestión en la que no transige: algunas de las reivindicaciones de la convocatoria van contra el capitalismo. Tal cual.
Y eso, no.
En tiempos, era la doctrina de la Iglesia lo que frenaba a las devotas en sus reivindicaciones laborales y/o familiares. Desde los púlpitos se daba por descontado que cinco avemarías y una salve rezadas a tiempo abrirían la billetera del patrón y detendrían en el aire el bofetón rabioso del cortejo/novio/marido, con más eficacia que una actitud respondona y descarada que no podía en forma alguna agradar al Señor que está en lo alto.
Los tiempos cambian. Los señores que están en lo alto son hoy en día los consejeros de administración, asesores financieros, lobistas y esa fauna promiscua perteneciente a la multinacional Dinero SL, que transita en el día a día por las puertas giratorias. A ellos no les gustan cosas tales como una huelga por cuestiones de una desigualdad más o menos. La idea de fondo en la que se basan la expresó el otro día Mariano Rajoy, valiéndose de un tapujo de manual: «No nos metamos en estas cosas.»
Cuarenta y ocho horas después, Inés Arrimadas acierta a dibujar la misma realidad de forma mucho más nítida: «Es que eso va contra el capitalismo.»
Tomen ustedes nota.

 

domingo, 28 de enero de 2018

QUE VIENE EL LOBO


El Tribunal constitucional ha hecho lo que en medios taurófilos se conoce como una faena de aliño. No estaba el morlaco para contrapuntos “que se suelen quebrar de sotiles”, como advertía, en presencia de don Quijote, el titerero maese Pedro al trujamán que cantaba las mudanzas de su retablillo. Ha estimado por unanimidad la alta institución que no ha lugar al recurso del gobierno (no he visto que tal circunstancia se mencione en la entusiasta crónica de elpais, sin duda por olvido involuntario que hallará explicación adecuada si escribimos a la defensora del lector comunicándole tal anomalía), y ha movido el caballo negro (Llarena) a una casilla desde la que arrincona al alfil contrario (Puigdemont), que queda en jaque y sin defensa adecuada.
Se han despejado de ese modo las cuestiones jurídicas relativas a la investidura, pero no los problemas políticos inherentes.
Hay hasta tres problemas políticos sin resolver: uno urgente, el segundo grave y el tercero de fondo. El urgente es presentar a la investidura un candidato a president capaz de contar con un consenso suficiente para armar un gobierno estable. La pelota parece estar en el tejado del sector más o menos ex independentista. A Arrimadas no le salen los números, y Esquerra tiene en cambio posibilidades de atar acuerdos que incluyan a su socio JxCat y a fuerzas con las que ya ha formado antes gobiernos plurales con cara y ojos: PSC y En Comú Podem.
La CUP no entra en este esquema. La CUP ha declarado a los cuatro vientos su vocación de marginalidad. Su propuesta es reafirmarse en la República ya declarada y hacer caso omiso del Tribunal constitucional. Es tan solo otra forma de decir: o es que somos de verdad tontos, o es que en casa no teníamos regadera.
Explorar un consenso viable entre las cuatro fuerzas capaces (o no) de desatascar el carro precisará desmontar muchos apriorismos desde todos los acimuts. Ahí es donde aparece el segundo problema político antes aludido, el grave: si existe o no voluntad colectiva de reforzar el autogobierno que teníamos, y que se desdeñó, haciéndolo de menos, desde el procesismo. Porque es el caso que en la trifulca montada la autonomía no crece sino que mengua, o por mejor decir se va quedando como aquel emblemático gallo de Morón: sin plumas y cacareando.
Y por ahí seguirá su triste destino mientras se mantenga vigente la vía del 155, y no concurramos entre todos a abrir una perspectiva nueva.
Puigdemont no es ya el problema: es solo pasado. No hace falta pedirle que renuncie a lo que no ha tenido nunca. Solo ha sido un figurón para salir del paso, un estafermo en la connotación que tenía este vocablo en otras épocas. Nunca se ha arremangado para gobernar de verdad, siempre se ha decantado por las declaraciones peregrinas a la luz de los focos mediáticos. Le quedará el problema de abonar la factura de esa suite presidencial en un hotel belga de cuatro estrellas, pero es algo que se ha buscado él solo, y él solo habría de solucionar. Basta ya de influencers que medran a costa de gorronear a los paganos de siempre.
Si el nada fácil trayecto para dar solución a los dos problemas señalados pudiera ser felizmente recorrido en su totalidad, sería el momento de abordar en condiciones mejores el tercer problema, el de fondo: el nudo gordiano del encaje o desencaje adecuado de Catalunya en España, donde desde hace ya demasiado tiempo, y a cuenta de la sacrosanta unidimensionalidad de la nación, venimos siendo el asno de los golpes en el que descargan sus azotes tribunos/as y tribunillos/as de diferentes pelajes, al grito de “¡que viene el lobo catalán!”
 

sábado, 27 de enero de 2018

MARXISTAS INGENUOS


Carlos Marx enunció de una forma bastante cautelosa la idea compleja, que ya había aparecido antes en la obra de otros pensadores, de que la economía es la sustancia de fondo de la historia. Al hacerlo, evitó tanto el reduccionismo (no “toda” la historia es economía), como el determinismo (la historia como vehículo de dirección única, y con un final previsible de antemano). No dijo Marx que la historia avanza al compás del progreso de la producción; dijo que su motor último es la lucha de clases, lo que deja bastante espacio al protagonismo colectivo de las personas en la sociedad.
Sin embargo, una determinada “Vulgata” del pensamiento marxiano sí cayó en las dos deformaciones citadas: fue reduccionista y fue determinista.
En el campo de la izquierda, ya apenas se practica ese tipo de catecismo marxista. Ha habido buenas razones para aparcar el optimismo inasequible al desaliento y trazar líneas prospectivas en direcciones diferentes. Paradójicamente, donde la Vulgata marxista se instala hoy con mayor desahogo es entre quienes más denigran a Marx. El “final de la historia” se celebró con champaña y lanzamiento de cohetes desde Harvard, y la teoría peregrina de que hoy somos todos clases medias, se han acabado los conflictos, y no quedan más proletarios que quienes no sirven para otra cosa, fue repetida en todos los foros hasta la náusea (así lo recuerda, por ejemplo, Owen Jones en Chavs), hasta que llegó la gran crisis global de 2008 para demostrar que la historia continuaba y las amplias “clases medias” estaban atrapadas en un proceso profundo de proletarización.  El capitalismo “de rostro humano” (conviene hacer memoria de cuando en cuando de una expresión que ahora se oculta hasta desaparecer por completo debajo de la alfombra, en la literatura política y económica corriente) había basado su estrategia global en un paradigma histórico-económico abiertamente determinista y reduccionista. Dicho de otro modo, en un marxismo ingenuo, en la Vulgata ya puesta en solfa siglos atrás con el cuento de la lechera que iba al mercado.
Para expresarlo con el crítico inglés Terry Eagleton: «Uno de los motivos por los que los mercados financieros se inflaron desproporcionadamente hace unos años es que se fundamentaron en modelos que asumían que el futuro sería muy parecido al presente.» (1)
El futuro, sin embargo, llevó abiertamente la contraria a quienes preconizaban las virtudes del mercado para regular la miríada de egoísmos individuales codiciosos que, según esta interpretación, habían sustituido a lo que antes era conocido como “sociedad”, como “clases sociales”, como “derechos colectivos”, como “patrimonio común”.
Sin embargo, un banquero-político tan señalado como Rodrigo Rato, en el juicio por la tremenda escabechina económica y social que perpetró a conciencia desde la dirección de Bankia, todavía se defendía así hace pocos días: «¡No fue una estafa, fue el mercado!»
Y Mariano Rajoy, político que se distingue entre todos por su fe inquebrantable en la economía como solución única a todos los problemas, incluido el de la misma corrupción rampante en su partido, respondía a una pregunta sobre la brecha salarial entre mujeres y varones: «No nos metamos en eso.»
Lo que implica, si no me equivoco, la convicción de que, abandonados a sus propias fuerzas los sujetos sociales con la consigna de incrementar a toda costa la producción por la producción, sin más reglas ni condiciones, el mercado les hará a las mujeres el favor de paliar poco a poco hasta eliminarla por completo la desigualdad salarial de género existente, sin necesidad de que la política intervenga para buscar una solución justa al problema.
Mucho determinismo es ese; y mucho reduccionismo. Rajoy viene a ser un marxista ingenuo que nunca ha leído a Marx; solo a Marca.     
 

(1) T. Eagleton, Por qué Marx tenía razón. Ed. Península 2015, traducción de Albino Santos Mosquera. El libro es absolutamente recomendable como una reflexión sugerente y provocativa sobre muchos tópicos y clichés al uso en la práctica política y económica actual.

 

viernes, 26 de enero de 2018

PERDER EL TIEMPO EN TONTERÍAS


Alberto Garzón, portavoz adjunto de Unidos Podemos y coordinador federal de IU, solicitó por carta amparo a la presidenta del Congreso, en relación con el hecho de que en esta legislatura prácticamente "no se tramitan leyes", debido a que PP y C’s, con mayoría en la Mesa del Congreso, practican una variante del filibusterismo parlamentario consistente en solicitar continuas prórrogas con la intención de anular diferentes iniciativas de la oposición (no solo proyectos de ley, apostillo; también comisiones parlamentarias de control).
La respuesta de Ana Pastor ha sido antológica: recomienda al diputado «no perder el tiempo en tonterías», y ocuparse más de «las cosas de comer».
Se consuma así un bucle curioso: en opinión de Pastor, está perdiendo el tiempo quien protesta porque los grupos mayoritarios en la cámara pierden maliciosamente el tiempo.
“Tontería” es, en la mente de Pastor, cualquier iniciativa parlamentaria que no salga de las filas de la formación en la que milita. Ahora bien, dada la escasísima tendencia a ejercer la iniciativa legislativa del partido alfa, que prefiere con mucho emplearse en recursos a los tribunales antes que en leyes que se ocupen de «las cosas de comer», se desprende por extensión que la presidenta considera también una tontería el parlamento en sí, el poder legislativo propiamente dicho.
Incluso, aunque sobre este último asunto reconozco que caben interpretaciones, podría Pastor haber considerado una tontería la soberanía popular misma, plasmada en las instituciones representativas del Estado-nación.
Vamos a hilar fino. Hay dos maneras de considerar la soberanía del parlamento: una se refiere a la cámara en su conjunto, incluidos todos sus componentes elegidos por voto popular, así los que exhiben una mayoría numérica y tienen sus asientos localizados en un bloque compacto en el interior del hemiciclo, como los que representan a la leal oposición desde el bloque opuesto, no tan nutrido; pero ambas partes con derechos y deberes reconocidos y especificados, y sin privilegio reglamentario ninguno para una y otra parte. La segunda manera, y hay indicios de que esta es la versión preferida por Pastor, sostiene que la soberanía popular reside únicamente en la mayoría, y todo lo que haga quien no pertenece a dicha mayoría numéricamente acotada, es pura bobada y pérdida de tiempo.
Así se trate de iniciativas legislativas que a su parecer «no se ocupan de las cosas de comer», incluso a pesar de que entre ellas se cuenta una propuesta de renta básica universal garantizada, como de peticiones de amparo a la presidencia de la cámara por la actitud filibustera de quienes entienden la política de las cosas de comer desde el mismo punto de vista que el perro del hortelano: ni hacen nada al respecto, ni dejan hacer.
 

miércoles, 24 de enero de 2018

DESPUÉS DE LA ASAMBLEA





De izquierda a derecha, Tovar, Paco Rodríguez (de pie, aplaudiendo), Luis Moscoso, Robert Alcaraz, un compañero cuyo nombre lamento no recordar, Antonio Quijada y Luis Perdiguero. (Foto: Montse Brugué)


Una forma adecuada de recordar a Marcelino Camacho, de cuyo nacimiento acaban de cumplirse los cien años, es hacer memoria de lo que él trajo de la mano: la transición del movimiento sindical ilegal de las comisiones de fábrica a un sindicato de trabajadores amplio, abierto, legal y rabiosamente reivindicativo.
Cierto que Marcelino no estuvo solo en esa tarea. En Cataluña contábamos con los ya veteranos, aunque en absoluto ancianos, Cipriano García, Ángel Rozas o Tito Márquez, además de jovenzuelos como Domingo Linde y José Luis López Bulla, un chaval de Mataró que “bullía” efectivamente de ideas y de iniciativas; tanto, que algunos creían que Bulla era mote, y no apellido.
Y cuando buscábamos alimento teórico para la práctica que estábamos emprendiendo, recurríamos a las ediciones baratas que entonces aparecían de textos de Nico Sartorius o de Julián Ariza.
Pero Marcelino daba el punto último de autoridad, de respeto a la limpieza de una trayectoria inequívoca. Él fue el “obrero tipo”; y su cabello entrecano, su gesto resuelto y el legendario jersey de cuello alto tejido a mano por Josefina, devinieron en iconos del nuevo movimiento obrero. Marcelino asumió en su persona la representación de toda una clase social tan explotada, como combativa y esperanzada.
Un símbolo que no ha tenido sucesión, por razones complejas y no siempre explicables. Marcelino fue síntesis y resumen de una realidad muy amplia, pero no ha habido ninguna otra síntesis que sucediera de forma natural a aquella primera y poderosa.
La fotografía que encabeza este post se remonta a 1976 o 1977, los primeros tanteos en la legalidad del sindicato de Gráficas de Comisiones Obreras. Aún no se había creado la Federación catalana, cuya dirección recaería en Luis Moscoso, el hombre que representaba el enlace entre los dirigentes de la clandestinidad y las nuevas generaciones. Yo mismo pasé a ocupar la secretaría del sindicato de Barcelona, porque Luis Perdiguero, nuestro líder indiscutible, hubo de marchar a cumplir con la mili; tan joven era.
Con los tres citados aparecen además otros dirigentes. No hay ninguna mujer, se advierte a primera vista, aunque fue una mujer, Montse Brugué, quien hizo la foto, posiblemente después de haber estado en la mesa de aquella asamblea por la libertad sindical y la unidad de los trabajadores. Pero entonces las cosas eran como eran, tanto fuera como dentro de las estructuras sindicales, y las mujeres no abundaban en la primera línea del frente. Los prejuicios de género, pesados como losas, les cerraban el paso hacia las posiciones de liderazgo que sin duda merecían.
Entre los que no están ahí, porque llegaron algo más tarde, pero contribuyeron de forma decisiva a la consolidación de la Federación catalana del Papel y las Artes Gráficas, destacan en mi memoria de forma especial Juan López Lafuente y Enrique Domínguez, dos sabios de larguísima trayectoria, y los tres jóvenes que ingresaron juntos desde las filas de la CNT, Antonio Duño, Camilo Ramos y Fernando Lezcano, el primero un organizador eficacísimo, y los otros dos, cuadros importantes por su capacidad política y de planteamiento estratégico.
Luego ya, vinieron otros muchos; tantos, que resulta imposible nombrarlos a todos. Ellos y nosotros conjuntamente fuimos la herencia que dejó a las clases trabajadoras nuestro dirigente-símbolo, Marcelino Camacho.
 

martes, 23 de enero de 2018

ESTRELLAS FUGACES


El vistoso show mediático del candidato Puigdemont ha continuado con una sesión de simultáneas en Copenhague (sala de actos de la Universidad) y Barcelona (sede del Parlament, donde el nuevo president Roger Torrent le ha ungido papable a pesar de las imposibilidades).
Todo un alarde de ubicuidad, pero con truco. De un lado la unción de Torrent es probablemente solo un protocolo: se respeta exteriormente la legitimidad identitaria esgrimida por el sector trabucaire del independentismo (la expresión es de Andreu Claret; lean el artículo de opinión de Enric Juliana en lavanguardia de hoy), sin que tal cosa impida por otra parte maniobras florentinas de mayor envergadura, que aflorarán en el momento en que quede claro que lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible.
Pero ahí queda eso, en el mientras tanto. Puchi se apunta una nueva muesca en la culata de su revólver. Ya que no el sillón de la presidencia de la Generalitat, ocupa las portadas de los telediarios, y exacerba de paso las furias de los fiscales con una ágil voltereta sin red entre Bruselas y Copenhague. Es algo que ya habíamos visto en el cine mudo: las carreras de un Chaplin en apuros perseguido por los Keystone Cops, una jauría de policías torpes que tropiezan entre ellos y descarrilan en el afán de darle alcance.
El público siempre agradece un remake de los clásicos.
Lo de la Universidad de Copenhague obedece a la misma pirotecnia visual. Marlene Wind, profesora de la institución y directora del Centro de Política Europea, afirma que nadie lo invitó, que la Universidad se limitó a darle una hospitalidad solicitada desde su entorno. Comenta Wind que Puigdemont les «tomó como rehenes de su circo». De no haberle hecho ella algunas preguntas difíciles de contestar sobre el proceso independentista y la democracia, aquello habría sido «un acto de pura propaganda».
Quiere decir la profesora Wind que quienes ocuparon la platea de la sala universitaria no fueron – como se intenta hacernos creer – ciudadanos daneses dispuestos a reparar injusticias presentes o históricas de una pequeña nación amiga victimada, sino una claca incondicional convocada al efecto por el legítimo No President.
 Puchi alegó ante las cámaras, en defensa de su postura, el hecho de que en España quedan aún muchos residuos del franquismo. Es cierto con toda evidencia; pero no es una respuesta a lo que se le preguntaba. Los residuos del franquismo nos sobran a todos, en Cataluña y en cualquier otro lugar; pero las reglas democráticas existen, y quien se las salta rompe la convivencia (la convivencia democrática, no la convivencia franquista, que es hoy por hoy un fantasma inexistente). Alegar que de lo que yo hago por mi cuenta y riesgo tienen la culpa “los otros”, en el presente caso una parte muy mínima del muy voluminoso grupo de  todos los otros, no es de recibo.
Así transcurrió la jornada del último saltimbanqui del mundo occidental entre el Parlament de Barcelona y la Universidad de Copenhague, escenarios simultáneos de su nueva pirueta. Se hubiera rizado el rizo de haber accedido el juez Llarena a la petición de los fiscales de la Keystone para renovar la euroorden de detención.
Llarena no cayó en la provocación. Es un hombre sobrio. Ha preferido dejar que la estrella fugaz Puigdemont siga sin estorbo su espléndida trayectoria luminosa hacia ninguna parte.
 

domingo, 21 de enero de 2018

JERÓNIMO Y EL LEÓN

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Tengo debilidad por las pinturas que cuentan historias. Según una teoría, pintura es el arte de colorear superficies de forma sugerente, con independencia de cualquier significado. Bien, pero yo prefiero esa otra teoría que dice que una imagen vale más que mil palabras.


De hecho, me dispongo aquí a describir con mil palabras una imagen. La imagen me la ha enviado desde Dublín una amiga de siempre, que sabe cuánto me gustan las imágenes de personas en el acto de escribir.


En la circunstancia, se trata de san Jerónimo dictando ex cathedra, desde su escritorio, una lección magistral a sus frailes, que toman notas. Entre ellos, con aire de aclarar a uno de los discípulos un punto de filosofía particularmente difícil, se pasea un león. La pintura es de Nicolás Francés, fue realizada hacia 1450 y se guarda en la National Gallery de Dublín.


La historia sagrada dice que, durante una peregrinación piadosa a Tierra santa, Jerónimo libró a un león de la espina que se le había clavado en una garra y se le había infectado. La fiera tomó apego al santo, cosa explicable en una época en la que no existían dispensarios de urgencias ni sanidad pública, y lo siguió a todas partes como animal de compañía. En la iconografía religiosa de Jerónimo, el león suele aparecer de forma inevitable, con un aire entre aburrido y desenfadado.


En la pintura de Nicolás Francés los frailes del convento están ya más o menos acostumbrados a la presencia permanente del león. Vittore Carpaccio, en uno de los frescos sobre la vida de Jerónimo de la Scuola degli Schiavoni de Venecia, pintado en 1502, imagina en cambio el momento de la aparición del santo con el león a remolque. La escena tiene el aire de un torbellino, con hábitos volando hacia la derecha en primer plano y hacia la izquierda por el fondo, subiendo a la carrera las escaleras para ponerse a salvo. Pueden verla a placer en: http://es.wahooart.com/@@/8Y3VGF-Vittore-Carpaccio-San-Jer%C3%B3nimo-as%C3%ADcomo-ExtremoOriente-Le%C3%B3n


La escenografía es al mismo tiempo ficticia y rigurosamente auténtica, una combinación muy peculiar en el arte de Carpaccio. Se supone que la pareja de hecho Jerónimo / León entra en el patio de un convento de la orden situado en algún lugar de Oriente. El edificio de ladrillo con pórtico, al fondo a la izquierda en la escena, es, sin embargo, la propia Scuola di San Giorgio que alberga el fresco. Solo se ha omitido el canal veneciano que pasa delante de su puerta. A la derecha, aparece el vecino hospicio de Santa Catalina, y en un plano intermedio el porche de madera y la puerta de la iglesia de San Juan del Temple, próxima a la Scuola y en la que esta tenía reservado un altar para su culto. Algunos personajes enturbantados, más un pavo real, papagayos, un ciervo, un antílope y otros animales, cuidan de dar el tono misterioso y exótico de un Oriente de bambalinas. Carpaccio era un magnífico narrador de historias pintadas, es decir, imaginadas.   

viernes, 19 de enero de 2018

LOS AMOS DEL CORTIJO


El ministro Juan Ignacio Zoido ha vuelto a traernos los ecos semiolvidados de la vieja retórica del salvapatrias. Ha justificado el gasto de ochenta y siete millones de euros y un pico (la cifra exacta es de 87.103.355,05 €) en la llamada Operación Copérnico para abortar el referéndum del 1-O en Catalunya, en que «es un alto coste que hemos de pagar todos los españoles por culpa del govern independentista de Catalunya.»
Los resultados prácticos de la Operación Copérnico fueron cuando menos dudosos. Se exhibió más brutalidad de la aconsejable con las personas humanas, se destrozó mobiliario urbano (la cuenta no la pagarán todos los españoles, sin embargo; solo los catalanes) y el menú navideño en Piolín quedó muy por debajo de las expectativas de los agentes destacados en territorio enemigo. Está por ver, entonces, si debe calcularse la relación calidad/precio de la Operación en función de dichos resultados, o bien si ha de contarse un factor más, impalpable pero rigurosamente actuante, que llamaríamos (metafóricamente) el “espíritu de Cruzada”. Ojo, Cruzada con mayúscula.
Me dirán que estoy exagerando, pero puedo aportar en abono de mi hipótesis otro indicador. Veamos. En Spotify, según noticia aparecida en elpais, un remix de “Cara al sol”, instrumental pero con alguna letra esporádica en la que se incluye el grito de “Arriba España”, ocupa el puesto número 4 entre los 50 temas virales de fin de año. Se atiende, según explica la firma, no al total de la audiencia numérica de la canción, sino a «un pico inusual de escuchas en los últimos días». No exageremos las cosas, entonces, pero tampoco les quitemos la importancia que tienen. Con el “Cara al sol” no hay engaño posible: todos sabemos lo que significa.
Del costo en sí de la Copérnico, únicamente me intrigan esos cinco céntimos añadidos al redondeo. ¿En qué se gastarían?
Lo demás está claro: 43,3 millones se fueron en dietas para los 6000 agentes destacados. Eso supone un montante de 7216,66 € por agente. Las dietas son complementos de sueldo, o sea un a más a más. Es bastante dinero. Las cifras del ministro no establecen ningún desglose entre la cantidad que recibieron los números y la que correspondió a los mandos. Quizá por ahí empezaríamos a desentrañar el fondo del intríngulis. Entre los mandos tal vez se haya incluido a los miembros del gobierno destacados en la comunidad catalana como consecuencia de la aplicación del artículo 155. Se sabe que Soraya Sáenz de Santamaría estuvo activísima en esos días, aunque por desgracia no consta en qué. El ministro de Cultura Méndez de Vigo se afanó en devolver las piezas artísticas reclamadas por Aragón al monasterio de Sijena, pero no puede decirse que haya dejado enteramente satisfechos ni a los catalanes (lo cual se daba por descontado) ni a los aragoneses, a los que ha encrespado su intervención.
Habida cuenta de la larga trayectoria de los políticos del PP en recibir complementos salariales de la caja B, el 155 parece haber sido un brillante invento de Mariano Rajoy para trasvasar los tales complementos a la caja A, es decir la de los presupuestos, incluyéndolos en el renglón novedoso de “gastos por espíritu de Cruzada”. Las jactancias del ministro Zoido, del ministro Montoro y del propio Marianico en relación con las muchas bondades del 155 podrían tener este trasfondo brumoso.
En cualquier caso, se constata que nuestros dirigentes políticos se están comportando más como los amos del cortijo que como incluidos en la categoría democrática de servidores de la ciudadanía, la que reglamentariamente les correspondería.
Es todo un síntoma.
 

miércoles, 17 de enero de 2018

COARTADAS DE LA MORAL CONVENCIONAL


León Tolstoi se hartó en algún momento de escribir la historia de Ana Karenina, y pretendió pasar a otra cosa. Le convencieron de lo contrario su esposa, la condesa, y el coro de alabanzas de sus lectores, que seguían con entusiasmo los folletines de la revista Ruskii Viesnik (“El Mensajero ruso”) en los que se venía publicando la novela desde enero de 1875. A Tolstoi le produjo, cómo no, un gran placer aquel éxito de público. En la nota preliminar a la novela de la edición que manejo (“Obras completas” tomo II, Aguilar, Madrid 1959), las traductoras, Irene y Laura Andresco, señalan que los ejemplares de la revista se agotaban en un santiamén, y se hablaba de Ana Karenina “como se habla de los grandes acontecimientos políticos”. En una carta a su amigo Strajov, Tolstoi comenta que no se esperaba esa aceptación: «Estoy verdaderamente asombrado de que algo tan vulgar y tan mezquino guste así…»
Posiblemente la razón de que “algo tan vulgar” gustara tanto fue que no se trataba de una obra de tesis, ni de un debate en el que un bando llevaba la razón y el otro cargaba con el error. La maestría del narrador elevaba infinitamente el tono de la crónica de sucesos, de acuerdo. Pero además estaba, como siempre en Tolstoi, la cuestión moral esencial. El adulterio público de Ana no es magnificado en su pluma como una conducta valerosa y consecuente; más bien es descrito como un extravío. Pero la reacción de la sociedad peterburguesa en defensa de la moral convencional y la religión, tampoco es objeto en la novela de la menor alabanza. Se describe en el mismo tono severo con el que se habla de las flaquezas de los amantes.
El paradigma del rechazo social puramente defensivo y adornado con hermosas coartadas lo es sin duda el consejero Karenin, el marido burlado que tiene la grandeza de “perdonar” pero se niega a aceptar el divorcio, con lo que sitúa a su esposa legal al margen de la ley. En cierto momento de la trama, Karenin toma la decisión cruel de impedir a Ana ver a su hijo Serioja el día del cumpleaños de este; e intenta convencerse de que no se trata de una decisión tomada en contra de Ana, sino en favor del niño, al que antes ha comunicado (pero él no lo ha creído) que su madre “ha muerto”.
Y entonces, al reflexionar sobre la actitud inflexible que ha adoptado, surgen en su interior algunos escrúpulos acerca de su ineptitud previa para responder a las necesidades de amor concreto y de afecto que Ana, y por extensión también Serioja, sin duda habían tenido. Algo, en definitiva, muy humano en el sentido de “terrenal”, sin vuelo ni elevación particular.
Tolstoi lo comenta en este párrafo antológico (Parte V, cap. XXV): «Apartaba de sí tales pensamientos, tratando de persuadirse que no vivía para esta vida pasajera, sino para la eterna, y de que en su alma reinaban la paz y el amor. Pero el hecho de haber cometido en su vida pasajera e insignificante algunos errores nimios, según le parecía, le atormentaba tanto como si no existiese la salvación eterna, en la que creía. Ese momento duró poco, no obstante, y pronto se restablecieron en el alma de Karenin la tranquilidad y la elevación, gracias a las cuales olvidaba lo que no quería recordar.»
 

lunes, 15 de enero de 2018

RESCATES ASIMÉTRICOS


El independentismo está en un embrollo. La estrategia estaba cantada: se declaraba la independencia unilateral para verlas venir, a ver lo que pasaba. Cabía en lo posible que el estado opresor reaccionara con cierta virulencia. De hecho, reaccionó tantísimo que Marta Rovira quedó desagradablemente sorprendida, hombre, tampoco era para ponerse así. En todo caso, la cohorte de los justos había de recibir como recompensa adecuada la palma del martirio, y convertirse en sujeto protagonista de un procès bis, adornado con el lema épico del “salvad al soldado Ryan”, para entendernos. Toda la Catalunya ferma entraría en una espiral de movilización permanente para conseguir la liberación de los presos y su retorno triunfal a la plaza de Sant Jaume, probablemente en autobús descubierto, como hace el Barça cuando gana la Liga.
De modo que, siguiendo al pie de la letra el guión establecido, el grueso de los consellers comprometidos más los Jordis declararon ante el juez que todo había sido una aventi sin base en la realidad, ingresaron en Estremera y sufrieron con mayor o menor resignación las vejaciones reglamentariamente establecidas. Los dos Tururull han declarado a su salida que en la cárcel se come muy mal. Fatal, vamos. Tenían flatulencias. Personas que han visitado a Junqueras, que aún sigue dentro, dicen que está más delgado. No se sabe si eso es bueno o malo, quizá estaba un poco pasado de kilos.
Pero otra parte de los conjurados alteraron inesperadamente el guión y picaron soleta. Encabezados por Puchi y Toni Comín, se han instalado tan ricamente en Bruselas, donde de todos modos tampoco se come tan bien como en el Celler de Can Roca, y es sabido que las coles son flatulentas.
Este cambio repentino de programa tampoco es ni bueno ni malo en sí, le pasa como a la delgadez de Oriol; pero es innegable que introduce una disociación incómoda respecto del orden de los acontecimientos tal como había sido previsto originalmente. Afincado en un punto cardinal radicalmente diferente del Sur de Estremera, también el bruselés Puigdemont sueña con un retorno triunfal al Palau, en el autobús del Barça y pasando previamente por la basílica de la Merced para la ofrenda votiva del cáliz de la amargura. También él espera un gran movimiento de masas que contribuya a aproximarlo a la meta final. Mientras tanto, está dispuesto a gobernar por skype.
La Catalunya ferma, puesta en la tesitura, no sabe muy bien qué hacer. Para unos, lo prioritario sería la redención de los presos; para otros, el retorno digno de la legitimidad secular. Pero ¿cómo combinar las dos reivindicaciones en una sola manifestación que dé la medida de una voluntad unánime? No se atina a ver cómo, y Carme Forcadell, tal vez la única con recursos imaginativos y organizativos suficientes para conseguir la cuadratura de ese círculo vicioso, ha tirado la toalla y ha dicho que se va para su casa. Malos tiempos para la lírica.
 

sábado, 13 de enero de 2018

LA IMPORTANCIA DE LA ALTERNATIVA


Tiene razón José Luis López Bulla en la corrección amistosa que hace de unas recientes palabras mías (1). La resistencia era necesaria en los tiempos oscuros, pero no habría sido nada sin el ingrediente de la alternativa. La vocación pedagógica de José Luis, ahora como en los tiempos en que ejerció de forma simultánea de abad del convento y de escudo protector contra los rayos gamma contaminantes cruzados del maximalismo roqueño y del buenismo pactista; la vocación pedagógica de José Luis, digo, le llevaba a repetir de forma exhaustiva dos tarabitas que siguen siendo hoy en día absolutamente básicas y vigentes.
Primera tarabita, de raíz claramente ingraiana: «Resistir no basta.» Segunda, de corte netamente bulliano original: «Somos un sindicato sociopolítico, no un político sociosindicato.»
En la primera formulación queda implícita la importancia básica de la alternativa. Estábamos en una guerra de posiciones, pero cada posición no debía ser mantenida a ultranza, porque eso suponía un desgaste excesivo y a la larga perdedor. Un estudio atento del campo de batalla (metafórico) debía indicarnos en cada momento nuestros puntos fuertes y débiles, las ventajas estratégicas de cambios circunstanciales o permanentes a otras posiciones alternativas, la posibilidad o no de atender con mayor solvencia a flancos dejados al descubierto.
La guerra de posiciones sindical no se concreta casi nunca en una carga de la caballería pesada, a la antigua; hay avances y repliegues, hay un frente principal y otros complementarios, hay casamatas peligrosas por en medio, que conviene evitar o rodear.
Hoy la importancia de la pedagogía de José Luis es mayor aún, porque la resistencia es un término aparcado junto a las herrumbrosas lanzas (ya no disponemos de fortalezas amuralladas, casi ni siquiera de simples parapetos que protejan nuestra trinchera), y desde el campo enemigo nos aturden de continuo con la cantinela insistente de que «No Hay Alternativa».
Pues bien, donde no la hay, es necesario crearla. Como bien dice José Luis, la resistencia es cuestión de redaños; la alternativa, cuestión de inteligencia. Inteligencia práctica..
Estoy pensando en el sindicalismo sociopolítico, no en la política sociosindical. La política etc. gira en torno al centro de gravedad del poder; el sindicalismo etc. gira, en cambio, alrededor del trabajo. El poder político es desde esta última perspectiva únicamente un medio, el fin propuesto es la mejora de las condiciones de trabajo, ergo de vida, de la ciudadanía. Se entiende mal, en general, la frase “maquiavélica” de que el fin justifica los medios, desde la suposición – moderna, y errónea – de que Maquiavelo consideraba el poder como un fin en sí mismo, y argumentaba que todo vale para alcanzarlo. La intención del tratadista florentino era muy distinta; la del sindicalismo, al recurrir a las palancas y los aparatos estatales con el fin de aportar beneficios y garantías a los trabajadores dependientes, también lo es.
Solo de esta manera tienen un sentido coherente la pedagogía de fondo bulliana y sus berrinches recurrentes. Lo cierto es, lo miremos por donde lo miremos, que la “nueva política” lo está entendiendo todo al revés.
Así nos va a todos.
 

 

jueves, 11 de enero de 2018

CUANDO RESISTIR FUE UN OFICIO


El libro más reciente de Javier Aristu, «El oficio de resistir» (Editorial Comares, Granada 2017) se asienta sólidamente en dos premisas de método y una conclusión. La primera premisa es la utilización de “miradas de la izquierda” para examinar lo ocurrido a los andaluces durante los años sesenta del siglo pasado, tanto en Andalucía misma como en otras latitudes (Cataluña, en particular). La segunda premisa es la melancolía, como punto de vista u observatorio privilegiado de lo que se investiga. Respecto de la conclusión, diré algo al final, después de detenerme en estas dos cuestiones previas de método.
Las miradas ajenas, para empezar. Los años sesenta fueron una época preñada de novedades y de cataclismos. Podía elegirse para estudiarlos el camino de los tratados históricos concienzudos, más o menos completos, más o menos abstractos. O bien seguir el hilo tenue de las intrahistorias, los análisis particulares, los puntos de vista argumentados por personas que fueron testigos directos de los acontecimientos.
Uno y otro método dan como resultante, como destilado de la operación llevada a cabo, historia, ciencia histórica, con toda su carga de verdad objetiva y de realidad colectiva. Pero el primer edificio histórico se habrá levantado de una pieza, desde presupuestos teóricos bien asentados y mediante una poderosa síntesis globalizadora, mientras que el segundo se compondrá un poco azarosamente y sobre la marcha, a partir de la selección y el ensamblaje de retales significativos, cada uno de una pequeña porción de realidad concebida a escala humana. La finalidad perseguida será, por supuesto, componer con ellos un constructo que se tenga sobre sus pies, “con cara y ojos” como suele decirse. O sea, en definitiva, algo más valioso y más duradero que una suma de miradas individuales y subjetivas.
Este segundo es el método elegido por Aristu, pero no es menos importante el punto de vista, el ángulo de visión particular desde el que aborda el conocimiento de la realidad examinada. El punto de vista de la melancolía. Melancolía desde la derrota, por la parábola política trazada a partir de los grandes cambios sociales y antropológicos de la España de los años sesenta, que llevó a una generación al apogeo de sus posibilidades, y hundió a las siguientes en la amargura de lo inconcluso, de las expectativas rotas.  
 Cita Aristu al respecto a Enzo Traverso: «La memoria de la izquierda es un vasto continente hecho de victorias y derrotas: las primeras jubilosas pero en la mayoría de los casos efímeras, las segundas casi siempre duraderas. La melancolía es un sentimiento, un estado de ánimo y una disposición del espíritu. Para comprender la cultura de la izquierda hay obligatoriamente que ir más allá de las ideas y los conceptos.»
Y añade Aristu respecto de su propia brújula para la navegación por el pasado: «Frente al simple acto de escribir un epitafio o de levantar un monumento se trata de explorar un paisaje memorial multiforme  y complejo. Frente a la simple reivindicación sacralizada de las “víctimas”, el objetivo de este revolucionario ejercicio melancólico es trasladar la mirada hacia los “vencidos”. Así, habrá que ver las tragedias y las batallas perdidas del pasado como una carga y una deuda que a su vez contiene la promesa de la redención.»
Y así llego a la tercera pata del libro, su conclusión, mejor dicho una de las conclusiones a que nos aboca la lectura; pero que me importa resaltar por su hondura y su urgencia. Es la constatación de que los grandes cambios ocurridos en la geografía social española en los sesenta tuvieron que ver con el trabajo como elemento central, y que el trabajo fue el lugar en el mundo al que se aferró una generación para resistir frente a una política obsoleta y hostil, frente a unas jerarquías sociales y religiosas inmovilistas, frente al peso de las rutinas y los prejuicios y los vicios de pensamiento, palabra y obra de las elites dominantes.
Digo el trabajo, no el empleo. Poner en el centro de la política el trabajo se entiende demasiadas veces como facilitar al máximo la “empleabilidad” (vocablo decididamente sospechoso) de las personas. Hablo del trabajo como el componente principal de la identidad individual. Uno es pescador, o tornero, o crítico de arte antes que andaluz, o catalán, o español. Estamos viendo como, con la desvalorización del trabajo, se refuerzan artificialmente otras “identidades” nebulosas y más o menos imaginarias, que traen como resultado la división social, en lugar de la solidaridad.
El papel del trabajo como ingrediente de la personalidad, y el del sindicalismo como factor de resistencia, de coherencia y de fraternidad, quedan plasmados de mil modos en las páginas del libro de Aristu. Cuando nos preguntemos, como Mario Vargas Llosa en una de sus novelas más justamente famosas, «¿Cuándo se jodió el Perú, Zavalita?», forzosamente habremos de respondernos que fue cuando se perdió el valor intrínseco del trabajo y se banalizó el del empleo, haciendo desaparecer así un factor esencial de cohesión social y depositando en su lugar los gérmenes de futuras inquinas, discordias y rencillas.
Y en esta constatación melancólica quedará contenida una promesa, incierta pero luminosa, de redención futura.
 

martes, 9 de enero de 2018

SIN PROGRAMA DE GOBIERNO, UN AÑO MÁS


El Partido Popular prescinde temporalmente de los maitines y toca a rebato. Mariano Rajoy ha convocado a la Junta Directiva el próximo lunes con ánimo de analizar los problemas y buscar soluciones.
Los problemas ya no están localizados en Cataluña. No es probable que Junqueras y los Jordis salgan de la trena en el corto plazo, y Puchi tampoco va a venirse de Bruselas en el ídem. Ahora bien, Rajoy nunca ha contemplado las cosas desde otra óptica que la del corto, cortísimo plazo. Todo lo que no entra en el rubro de las urgencias apremiantes se deposita en el inmenso cajón de sastre del “ya se verá”. Cataluña ha vuelto a recaer provisionalmente en este último apartado.
La preocupación ahora, lo urgente, y dado que la izquierda se neutraliza a sí misma y sigue estancada, es el reto planteado por Ciudadanos. Ciudadanos ha emergido de las elecciones catalanas con el marchamo de gran esperanza blanca de la “nueva derecha”, la de los menores de cuarenta y cinco años. La derechona mayor de cincuenta y cinco sigue por lo general fiel al PP y, a lo que parece, también al “Cara al sol”, una sintonía más añeja incluso que el liderazgo de Marianico. Con el cara al sol como consigna se ha hecho frente, con éxitos lisonjeros según las reseñas de la prensa cómplice, a la pavorosa batalla de las reinas magas transexuales – o “maricones de mierda” según otra interpretación autorizada –, y ahora se trata de batir el cobre en caliente, aunque en otra dirección.
La propuesta diseñada por Fernando Martínez Maíllo es un clásico del manual: consiste en sacar el partido “a la calle”. No hay que tomarse eso de la calle al pie de la letra; lo de la autopista AP-6 no ha tenido nada que ver, y además la culpa no ha sido del gobierno ni de la concesionaria, sino de la ciudadanía, como ya ha quedado establecido en las ruedas de prensa convocadas al efecto.
La “calle” mencionada por Maíllo es, de hecho, la de las ruedas de prensa convocadas al efecto, la de los actos de gente guapa en salas enmoquetadas y con derecho de admisión reservado, la de las cenas de gala con tribunilla y micrófono para que los líderes se feliciten a sí mismos, y otras iniciativas de estilo parecido.
Se trata de “rearmar” al partido, dice Maíllo, y de disputar una batalla nunca antes disputada, porque el territorio de la derecha era desde hacía muchos años un coto cerrado. Para ello se convoca a capítulo a ministros, presidentes autonómicos, diputados, senadores, alcaldes y concejales. Una pléyade brillante. Algo se les ocurrirá.
Maíllo llama a establecer un calendario “potente e intenso”, y a que los pesos pesados desciendan al cuerpo a cuerpo con Ciudadanos en los territorios, en particular en Andalucía y Madrid. Lo más llamativo es probablemente la agenda, en un año en que el calendario judicial va a poner las cosas más difíciles todavía. El PP asegura que intentará «sacar adelante los Presupuestos, la financiación autonómica, el pacto educativo y la reforma del sistema de pensiones.»
No voy a enumerar los rubros de importancia (el trabajo en primer lugar) que brillan por su ausencia en la agenda del gobierno; pero sí quiero hacer hincapié en ese «sacar adelante», que resume mejor que ninguna otra fórmula la forma marianista de gobernar. No hay programa, no hay objetivos concretos y no hay soluciones en cartera: todo se reduce a despachar como se pueda una faena de aliño, y si sale con barba será sanjosé; si sin ella, la purísima. Con un poco de labia en las ruedas de prensa y la ayuda inestimable de jueces y periodistas amigos, se podrá seguir transitando por las roderas ya consolidadas, y tirar millas como mínimo durante un año más.
 

domingo, 7 de enero de 2018

LA LECCIÓN DE LOS FINZI-CONTINI


Hay un error de perspectiva en el artículo de elpais (en realidad, de Jot Down, revista cultural subsumida en elpais) en el que Elios Mendieta da noticia de la publicación en Acantilado de una nueva versión de El jardín de los Finzi-Contini, la obra maestra de Giorgio Bassani. El error surge ya en el título (“La memoria para derrotar al fascismo”) y se extiende a la comparación de la obra de Bassani con las de Jorge Semprún y Primo Levi, que sobrevivieron a los campos de exterminio y escribieron estremecidamente sobre su experiencia.
Bassani fue inequívocamente antifascista, combatió por sus ideas y sufrió prisión, pero el Finzi-Contini no es una obra de combate ni de memoria del horror. Es la memoria de lo que había “antes” del horror, de lo que desapareció para siempre aplastado por la oleada de la barbarie. De lo que trata es de la biodiversidad maltratada, de especies cuasi zoológicas extinguidas. Su propósito queda plasmado de forma inequívoca en el prólogo, en el que después de una excursión familiar a Cerveteri el autor reflexiona en el destino común de los etruscos y los judíos de Ferrara, que después de desarrollar una civilización refinada y amable en muchos aspectos, se vieron sometidos al destino común de desaparecer de la faz de la tierra dejando únicamente atrás las huellas materiales de su presencia efímera.
En ese sentido, están mejor traídas a cuento en el artículo de Mendieta las citas de Marcel Proust y de Thomas Mann, cronistas minuciosos de la vida tal como era antes de la primera catástrofe mundial (el “tiempo perdido” de Proust) y antes de la segunda (la “montaña mágica” de Mann). En los tres casos la literatura se ofrece, en cierta forma, como un testamento. Puede añadirse – me limito a mi sola experiencia de lector – algún otro nombre señero a esta gavilla de mantenedores de la memoria del pasado. Natalia Ginzburg (nacida Levi), por ejemplo, para ceñirnos al mundo recoleto de los judíos italianos, en Turín esta vez, en lugar de Ferrara.
Más allá de estos ejemplos, es toda una ancha corriente de la literatura universal la que se propone conservar la memoria de las cosas como fueron y ya no son. Pensemos en Tolstoi, en Faulkner, en el Alain-Fournier de El gran Meaulnes, en Lampedusa (El gatopardo) o el mallorquín Llorenç Villalonga (Bearn), escritores situados en la encrucijada de dos mundos sucesivos rabiosamente opuestos entre ellos, tanto que el mundo nuevo niega en todos sus extremos a su antecesor.
Probablemente es este uno de los temas siempre recurrentes en la historia de la humanidad. El arquetipo trascendente original es el del final de la inocencia y la bienaventuranza, la pérdida del paraíso en la Biblia o en Milton; pero muchos pequeños paraísos artificiales albergaron también en la mundanidad estricta jardines de delicias (como el de los Finzi-Contini) que un artista visionario se apresuró a consignar sin alharacas, con pluma contenida y realista, para dejar en el ánimo del lector el siguiente mensaje escueto: «Así eran las cosas antes. Esto es lo que se perdió.»
 

sábado, 6 de enero de 2018

DEMENCIA SENIL


Mariano Rajoy ha saludado el nuevo año con un canto al “España va bien” en el que ha incrustado un único pero: el problema catalán. Por fortuna, dice nuestro presidente casi vitalicio, dicho problema no es de importancia.
Las declaraciones de Mariano son asombrosas en sí mismas y merecerían el récord Guinness del dontancredismo, que estoy seguro que ahora mismo le están negando por envidia ponzoñosa algunos enemigos agazapados en la sombra, posiblemente los hackers de la mafia rusa, esos hijos de Putin.
En un ejercicio de solipsismo o de desmemoria, que viene a ser lo mismo, Mariano ha obviado la reprimenda europea sobre el trato como mínimo benevolente a la corrupción en España. Europa, dicho quede entre paréntesis, pide demasiado porque un ápice de rigor en este tema obligaría a Mariano a dimitir ipso facto, y eso sería (quizá) pedirle demasiado.
España también tiene cuentas pendientes en la lucha contra el cambio climático puesta en marcha en la Cumbre de París: no solo no ha hecho absolutamente nada en este sentido, sino que ha anulado vía Constitucional iniciativas de algunas autonomías, singularmente la catalana (“los catalanes hacen cosas”), por injerencia en una prerrogativa del Estado que el Estado no ejerce.
En el tema de los refugiados, España no solo ha incumplido todos los cupos previstos, sino que sigue a rajatabla la norma de “antes muertos que pisar mis playas”.
Si estos tres temas – y me fijo solo en tres – no han sido traídos a colación en el discurso de fin de año de Mariano, quiere decirse que no se albergan en su espíritu ni el dolor de corazón ni – más importante – el propósito de enmienda.
Resumiendo: vamos como vamos, con o sin problema catalán.
La actitud tancredista de Mariano me recuerda a la de otro personaje rigurosamente actual, José Mourinho. El credo futbolístico de Mourinho ha sido siempre el mismo que practica Mariano en el terreno, ¡tan parecido!, de la política. A saber, el método antiguo pero de eficacia probada del perro del hortelano: ni hacer, ni dejar hacer. Los equipos entrenados por el portugués se distinguen por lo general en el no-fútbol, un trabajo paciente de hormiguita de destrucción del juego rival. Mariano está también mucho más atento a poner palos en las ruedas de los demás que a desarrollar una idea propia y efectiva de gobierno. Si cree que España va bien, es porque les va bien a sus amigos, salvo alguna cosa (relacionada con los macrojuicios de corrupción, cuestión que, como se ha dicho antes, no tocó en su discurso).
Al parecer, Mourinho ha criticado la pasión demostrada desde el banquillo por otros entrenadores de la Premier League inglesa, y les ha llamado "payasos". La cosa tendría alguna coherencia si Mourinho pudiera ponerse a sí mismo de ejemplo de contención, sensatez y fair play con los rivales a lo largo de su trayectoria. Uno de los aludidos por él, Antonio Conte, mister del Chelsea, ha replicado diciendo que lo de José es demencia senil.
No llegaré yo a tanto en relación con Mariano. Saquen la consecuencia ustedes mismos. Y si es blanco, líquido y en botella, hay muchas probabilidades de que se trate de leche.