domingo, 30 de septiembre de 2018

A CONTRA CORRIENTE


(Viaje a Eslovenia)

Figura de dragón en el puente del Liublianica, en Liubliana. Al fondo a la izquierda, la silueta del castillo. (Foto: Carmen Martorell)
De la información a la propaganda
El cielo apareció nublado el último día en Eslovenia y, cuando cruzamos después de comer la frontera de Croacia, tomó un color plomizo. Bárbara, nuestra guía, nos hizo un pronóstico del tiempo para el día siguiente: «Puede que llueve, puede que no. Esto pasa. También en Eslovenia hay mal tiempo ahora mismo.»
Debimos haber hecho sonar la banda de música y ponerle una medalla en ese momento. Era la primera vez que había algo malo de lo que no tenían la culpa los croatas y/o sus amigos inseparables, los rumanos y los albaneses “con pasaporte croata”.
Bárbara nos fue dando a lo largo de los días una información políticamente dirigida, y caía con frecuencia en una propaganda sin matices en favor de la eslovenidad sin tacha y sin reproche. Lo toleramos sin problema, y si exageraba demasiado la abucheábamos cariñosamente. Ella insistía: «No, es verdad, es como digo, nosotros nos llevaríamos bien con los croatas, pero ellos no nos quieren.»
Tuvimos el reverso de la medalla con la guía croata que nos enseñó la ciudad alta de Zagreb. Algunas informaciones suyas nos dejaron estupefactos. Luego me referiré a esa cuestión.
Los lagos de Plitvice
En Karlovac y más al sur vimos las huellas de la guerra pasada: campos sin cultivar, bosques abandonados, casas con los postigos cerrados o con impactos de bala, y otras literalmente despanzurradas. Ruina y vacío demográfico en toda la región interior que separa a las dos locomotoras de la economía croata: Zagreb, la capital, y la costa dálmata.
Plitvice era la excepción, en este sentido. Es un lugar del patrimonio mundial, justamente famoso. En el ingreso al parque había largas colas en las taquillas, en la cafetería, en los aseos. Muchas, muchísimas caras asiáticas. Unas muchachas nos preguntaron de dónde éramos. Dijimos “Catalunya”, y no entendieron. “Barcelona”, y tampoco. “Spain”, y algo así como una reminiscencia asomó a sus caras redondas. “¿Y vosotras?” “Shanghai” fue la respuesta acompañada con una sonrisa radiante.
Cayó un fuerte aguacero cuando estábamos justo delante de la gran cascada. El grupo se deshizo. “¡Mucho cuidado!”, reclamaba la guía, porque los infames croatas no han puesto barandillas en las pasarelas de madera que salvan las formaciones de travertino, los saltos de agua y la vegetación frondosa que brota entre los lagos de color turquesa situados a distintos niveles.
Seguimos nuestro camino imperturbables y con los ojos bien abiertos: aunque se moje, Comisiones no se encoge. En el embarcadero, la cola era kilométrica. En fila, contemplamos con paciencia el ir y venir de las barcas lanzadera, hasta que nos llegó el turno y cruzamos el lago hasta unas instalaciones próximas a otra entrada al recinto. Allí estaba previsto tomar un trenecito para volver al punto de partida, pero era ya muy tarde y las guías optaron por telefonear a los autobuses para que se acercaran a recogernos. Para entonces ya no llovía, pero muchos no teníamos un centímetro seco de ropa a pesar de nuestros impermeables y chubasqueros.
Reconstrucciones
Zagreb tiene empaque de gran ciudad: más de un millón de habitantes en el área metropolitana, algo más de la cuarta parte de la población del país. La guía croata nos condujo por las dos colinas vecinas de Kaptol y Gradec, el asentamiento histórico primitivo. Al pie de ambas se sitúa el gran espacio urbano de la plaza del Ban Josip Jelacic, y a partir de ahí se despliega la ciudad moderna, con amplias plazas y grandes edificios públicos: la Ópera, la Bolsa, la Universidad, el Teatro Nacional, etc.
Lo más sustancial del núcleo antiguo hubo de ser reconstruido después del gran terremoto de 1880. La catedral, por ejemplo, levantada de nuevo en estilo neogótico. O la iglesia de San Marcos, que ocupa el centro de la plaza del mismo nombre, que agrupa a su alrededor el Parlamento, la sede del gobierno, el Ayuntamiento antiguo y el Museo Histórico.
No solo los edificios; también ha sido preciso “reconstruir” la historia, después de las feroces guerras identitarias de los años noventa. Frente al altar mayor de la catedral está de cuerpo presente en una urna de cristal, recubierta de oro y con la mitra y el báculo de su ministerio, la momia del obispo Aloysius Stepinac, uno de los primeros apóstoles de la “limpieza étnica” que llegaría a su apogeo decenios después de su muerte en 1960. Los partisanos de Tito juzgaron y condenaron a prisión al obispo por su colaboración y apoyo al régimen pro nazi de Ante Pavelic, que había dirigido el país en las últimas fases de la guerra. Pío XII reaccionó nombrándolo cardenal. Juan Pablo II lo beatificó en 1998, después de las guerras balcánicas, y le dio tratamiento de “mártir”. El Vaticano fue el primer Estado en reconocer la independencia de Croacia, proclamada mientras las Naciones Unidas hacían esfuerzos por preservar el carácter multiétnico y plurirreligioso de una Yugoslavia en trance de derrumbe. En la inscripción que figura en el exterior de la catedral, Stepinac es descrito como un “defensor de los derechos humanos”. No derechos humanos universales, sin embargo, sino restringidos a una facción y negados al resto de grupos étnicos y religiosos. La Iglesia, cuando políticamente le interesa, desconoce los pilares fundamentales de la religión que predica, el precepto «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» por ejemplo, y se comporta con la fachenda del fariseo que agradecía en el templo no ser como el publicano arrodillado a poca distancia.
En la iglesia de San Marcos la “reconstrucción” viró de la tragedia a la farsa. Como el trabajo del arquitecto encargado de la misma, el alemán Hermann Bollé, no pareció suficientemente “nacional”, se dibujaron en el tejado, en los colores blanco, rojo y azul de la bandera croata, los escudos del reino de Croacia, Dalmacia y Eslavonia, y de la ciudad de Zagreb. Una toma de posesión arbitraria de un patrimonio religioso que solo tiene sentido si es universal, no exclusivista ni supremacista.
A contra corriente
Domènec Martínez, compañero de viaje que no necesita presentación ni en el sindicato ni en la izquierda catalana, me pasó fotocopia de un artículo suyo sobre Yugoslavia publicado en Treball en mayo de 1999. Habla de otra “reconstrucción” o reescritura de la historia, la relacionada con el campo de exterminio nazi de Jasenovac, donde los ustachas de Pavelic llevaron a cabo atrocidades bendecidas por monseñor Stepinac. El campo, todas sus instalaciones y el mismo nombre de la población han desaparecido del mapa de la nueva Croacia, urgida a recomponer su autoestima nacional borrando la memoria histórica y los testimonios materiales de actuaciones pasadas impropias de un mundo civilizado.
El artículo se titula A contracorrent, y contiene íntegro el ADN del PSUC que fue: su apertura al exterior, su carácter inclusivo y no excluyente, su firmeza ética. Reclama la articulación inmediata de una solidaridad activa con Bosnia y Kosovo, con Montenegro y Macedonia, a través del hermanamiento de poblaciones catalanas con otras balcánicas para aportar la ayuda necesaria y contribuir a crear una red multicultural de ciudades por la paz y la democracia, que intercambie personas, conocimientos, información y cultura. No quedan excluidas de la propuesta Serbia, Croacia ni Eslovenia, porque Domènec no encuentra naciones culpables ni inocentes en aquel fracaso colectivo, aunque sí reclama el derrocamiento de Milosevic y de Tudjman, los dos presidentes que azuzaron el exterminio. Y llama la atención sobre iniciativas como la del grupo Mujeres de Negro, de Belgrado, y la posibilidad de extender, a través de manifestaciones parecidas, círculos amplios de personas comprometidas en favor de la paz y los derechos de todos.
Comentamos su artículo una tarde soleada, en una terraza junto al río de Liubliana, cerca de una chocolatería y de una tienda de antigüedades. «Fuimos ingenuos», dijo él. «Lo seguimos siendo», repliqué yo.
Porque la ingenuidad es un valor positivo. No valen de nada los resabios, solo empujar a contra corriente, sin doblez ni reserva, con el objetivo de mitigar en lo posible el dolor, la injusticia y la desigualdad presentes en el mundo de hoy.
Y este es el mensaje final de un viaje memorable por tantas cosas.
 

sábado, 29 de septiembre de 2018

SALIDA AL ADRIÁTICO


(Viaje a Eslovenia)

Plaza Mayor de Piran. En el "skyline"´, de izquierda a derecha, el ábside, el campanil y el baptisterio poligonal de San Giorgio. En primer plano, a la izquierda, el Ayuntamiento. Al fondo, en la esquina, la casa veneciana. A la derecha, desde lo alto del pedestal Tartini esboza una reverencia. (Foto: Carmen Martorell)
Llegamos a Piran a la hora de comer, después de la visita a Lipica. El restaurante era uno más en una hilera de terrazas alineadas en el lungomare separado del mar Adriático por una simple escollera. La gente se desvestía en las terrazas mismas después de almorzar, para chapuzarse de inmediato en el agua: un plan tentador si hubiéramos ido provistos de bañadores, porque el día era caluroso y el sol apretaba de firme.
Fuego y sal
El nombre de la ciudad viene al parecer del griego “pir”, fuego, y alude al faro que en la Edad Antigua dirigía la navegación entre la costa de Istria y el seno marino de Trieste. El faro, ahora eléctrico, no ha dejado de cumplir su misión al paso de los siglos. Está en el extremo del promontorio, detrás de la iglesia, hoy desacralizada, de la Salute.
“Pirano” perteneció a Venecia durante cinco siglos, del XIII al XVIII, y toda su fisonomía urbana es aún característicamente veneciana. Su importancia económica se basó en el suministro en exclusiva de sal marina para la República de los Dogos. También las salinas siguen activas en la actualidad.
En su nueva etapa histórica como ciudad eslovena ocupa un lugar singular en la estrecha salida al mar del país, entre los tinglados portuarios de Koper (Capo d’Istria) e Izola (Isola d’Istria), por el oeste, y el “resort” turístico para ricos de Portoroz (Porto Rose) hacia el este. Apartada del tráfico comercial por un lado, y de la privacidad exclusivista de los potentados por el otro, Piran es la localidad más abierta de este tramo de costa, y también la más monumental y la más hermosa: una Venecia en miniatura.
Desde la altura en la que se alzan las tres estructuras alineadas de San Giorgio Maggiore (la iglesia en sí, el campanile exento copia del de Venecia, y el baptisterio también exento), se divisan hacia el oeste el arco amplio del golfo de Trieste, hasta Monfalcone y Grado, y del otro lado del promontorio, la línea baja de la costa de la península de Istria. Dicho de otro modo, la vista abarca sin solución de continuidad un solo mar y las tierras indistinguibles de tres naciones distintas: Italia, Eslovenia y Croacia. A la unidad geográfica natural se contrapone en esta esquina de Europa la fragmentación artificial de la política; a la interdependencia cada vez mayor en un mundo global, la pretensión comprensible, pero absurda a partir de cierto punto, de seguir cada cual un camino separado.
Desde la plaza del Primo Maggio subimos a San Giorgio por callejuelas de sabor veneciano, y descendimos después a la plaza Mayor, abierta al puerto de recreo. Le da nombre Giuseppe Tartini, violinista y compositor barroco, hijo de veneciano y eslovena y nacido ahí mismo, en uno de los edificios nobles del fondo de la plaza. Una estatua en el centro del amplio espacio público celebra adecuadamente a esta gloria local.
Lassa pur dir
En la esquina más interior de la plaza de Tartini, allí donde desemboca la calle que desciende desde San Giorgio, está la “casa veneciana” (en realidad muchas podrían llevar el nombre con los mismos merecimientos), llamada así por la decoración suntuosa de sus ventanales y del balcón de esquina. Según consta en las guías, la casa fue adquirida por un mercader veneciano para instalar en ella a su querida, una muchacha piranesa. Cuando las murmuraciones del vecindario se hicieron ensordecedoras, el fatuo mercader hizo inscribir en la fachada de la casa la leyenda «Lassa pur dir», “deja que digan” en dialecto veneciano. No queda rastro de tales palabras pintadas o grabadas, de modo que me es imposible certificar la veracidad de la historia.
Los edificios nobles del Ayuntamiento y de los Tribunales, colocados en ángulo recto, cierran la plaza por el lado oeste y el sur respectivamente. Desde ambos lados del consistorio parten calles que se adentran en el corazón de la ciudad, y que ofrecen en su recorrido diversos arcos y pasos cubiertos, placitas y otros rincones muy agradables. Por el otro lado de la plaza, en la altura corre un tramo de las antiguas murallas, muy bien conservado y accesible, según las guías, a los paseantes. Pero nadie que yo sepa, en la expedición, se animó a subir hasta allí.

viernes, 28 de septiembre de 2018

LO QUE HE APRENDIDO SOBRE LOS CABALLOS


(Viaje a Eslovenia)

                    Un caso de amor a primera vista. (Foto: Cecília Guillamon)
Recibí mucho más de lo que esperaba de la visita al antiguo establecimiento imperial dedicado, en Lipica, a la cría de caballos para la Escuela española de equitación de Viena. No siento un interés especial por los caballos; me sedujeron los saberes pormenorizados y la pasión por su trabajo del hombre que nos habló de ellos.
El hombre que amaba a los caballos
Se llama Boris. El apellido constaba en su tarjeta de identificación, pero no lo registré. Tenía asignados cincuenta minutos como guía de nuestro grupo; los consumió hablando muy deprisa y casi sin parar en un castellano dubitativo, con mucha mezcla de italiano, y llevándonos de un lado a otro de las instalaciones, para que lo viéramos todo, a un ritmo muy superior al que estábamos acostumbrados. No estoy en condiciones de reproducir con exactitud sus palabras; en lo que sigue habrá inevitablemente fallos de interpretación.
La raza y la selección genética
Los lipizzanos o lipizaners no son en la actualidad una raza equina particular, sino el resultado muy sofisticado de una evolución compleja guiada por procesos de selección genética. El mismo misterio de la capa del pelaje, oscura al nacer y que se aclara progresivamente pasados unos años, es una cuestión que depende del laboratorio, y no de la naturaleza. Si los caballos son blancos es porque así los quería el emperador Francisco José, influido seguramente por los gustos de Napoleón. Los potrillos lipizzanos exhibían originalmente pelajes de colores distintos, hasta que el apareamiento y la inseminación dirigidos fueron imponiendo de forma mayoritaria muy amplia ese “blanco de fondo oscuro”. Nacen aún caballos de otros colores, pero son pocos y se destinan a clientes distintos de la Escuela vienesa de Doma.
Hubo un momento en la historia de los lipizzanos en los que una epidemia dejó al criadero sin sementales. Fue hacia 1880, creo recordar, aunque solo puedo fiarme en esto de mi memoria. Se compró entonces en Andalucía un semental de raza árabe, de nombre Vikir, y él solo relanzó la producción. Un buen semental puede atender a unas treinta yeguas de forma habitual. Otra cosa distinta es que los potrillos nazcan con la docilidad, la agilidad, la inteligencia y la empatía necesarias para afrontar el proceso larguísimo y exigente de la doma.
Los lipizzanos son dóciles y longevos; eso tienen a su favor, pero solo animales de condiciones excepcionales resultan aptos para un aprendizaje acabado. Esa exigencia es la razón de que Lipica sea un laboratorio, y no una fábrica de caballos al por mayor. Empieza el adiestramiento a los tres años cumplidos, y concluye cerca de los treinta. Se necesita mucha empatía entre el animal y su adiestrador; en caso contrario, se hace imposible un aprendizaje que consiste en interminables repeticiones de las mismas órdenes y los mismos movimientos hasta conseguir la perfección sin falla de un automatismo.
Un tribunal de expertos valora año tras año los resultados de la crianza. El destino de las yeguas es, en este sentido, privilegiado respecto de la indignidad a la que son sometidos los machos que quedan por debajo de las altas exigencias de la procreación. Ellas socializan felices, en grandes manadas que corren libres por los pastos; ellos son castrados antes de destinarlos a otros usos, porque, siguiendo la tendencia perversa común a muchas otras especies zoológicas, de no hacérseles imposible el acceso a las hembras, se enzarzarían en peleas continuas de machos en celo.
Los pocos ejemplares de padres que llegan intactos al final de su capacidad reproductiva, hacia los veintiocho años, se convierten en monumentos reconocidos en los establos de la institución. Disfrutan de todas las atenciones y mimos de sus cuidadores y contemplan, desde el pináculo de su vejez dorada, el paso de las sucesivas generaciones que ellos han contribuido activamente a poblar.
Historia social del caballo
El caballo de la prehistoria era un animal tímido y desconfiado. Presa favorita de los carnívoros depredadores, los grandes felinos y los cánidos, solo contaba con la rapidez de su galope y la protección relativa de la manada para esquivar asaltos sangrientos. La especie pudo evitar la extinción gracias a su larga asociación con el hombre, que la protegió de lobos y de leones. Animal agradecido si los hay, el caballo procuró por todos los medios hacerse útil al benefactor providencial que garantizaba su supervivencia.
La paradoja de esa gran amistad, que aún persiste, es que el hombre convirtió a aquel animal asustadizo y permanentemente fugitivo en una máquina bélica sofisticada.
La evolución genética del caballo de raza ha seguido paso a paso la de las tácticas de la guerra terrestre. La caballería pesada de la Edad Media precisaba de animales poderosos y resistentes, capaces de sostener sobre su grupa el peso de hombres revestidos de acero, y de galopar agrupados en una línea de carga que arrollaba todo lo que se oponía a su paso.
La artillería acabó con la leyenda del corcel de batalla. En las guerras napoleónicas la caballería ligera estaba destinada a otro tipo de misiones ─ reconocimiento, hostigamiento, persecución de los fugitivos ─ que requerían una montura mucho más ágil, capaz de saltar obstáculos de cierta altura, moverse en terrenos quebrados y cambiar rápidamente de dirección según las necesidades. En la guía, la presión con las rodillas y el estímulo de la espuela perdieron importancia; el caballo se hizo más esbelto y longilíneo, y aprendió con tesón nuevos trucos a partir de las señales de la rienda larga y de la fusta.
Paralelamente los ricos empezaron a comprar caballos de capricho, para el paseo en carricoche, para la caza, para el hipódromo. El mercado equino se diversificó y se sofisticó. La doma, como disciplina rigurosa para una élite de animales superdotados, recibió una nueva atención de los expertos. La doma representa el ápice de la evolución histórica del caballo. Hoy los concursos de doma han entrado en el programa oficial de los juegos olímpicos. Es el no va más, también en el sentido de que seguramente no hay nada más allá.
 

jueves, 27 de septiembre de 2018

CUMBRES Y SIMAS

(Viaje a Eslovenia)


Panorámica de la plaza Presenkov, en Liubliana. El edificio del centro presenta un ejemplo perfecto de lo que llamo "tribuna esquinera". No hace falta ir tan lejos para admirar ese tipo de estructura, sin embargo; en el "quadrat d'or" del Eixample de Barcelona hay cosas muy similares. Si no resultan exactamente igual, es porque aquí todas las esquinas son achaflanadas. (Foto: Carmen Martorell)
Desde la base estratégica del hotel Radisson Blu de Liubliana hicimos en los días siguientes tres excursiones a los ases de triunfo con los que cuenta Eslovenia para atraer a una clientela turística selecta: las cumbres de los Alpes Julianos, los abismos cársicos, y la sucinta orilla mediterránea. Esta última excursión la contaré en próximos capítulos.
La “segunda Suiza”
En el momento del referéndum para la independencia de Eslovenia, en diciembre de 1990, pesó mucho la ambición popular de convertir el país en una “segunda Suiza”: un país pequeño, céntrico, rico y bien relacionado.
Suiza, sin embargo, es como la madre: no hay más que una. Quizá por suerte en este caso, dado que su situación privilegiada en el mundo se basa en la eficacia y la discreción de su banca, que atrae capitales de todos los lugares y de todos los colores, en particular el negro.
Eslovenia se ha quedado más o menos a la mitad del recorrido que ambicionaba, pero eso no quiere decir que su performance como Estado independiente sea despreciable. Consideremos dos indicadores estadísticos aceptados universalmente para evaluar la riqueza y el bienestar (no son enteramente objetivos, sin embargo, ni enteramente fiables; pero esa es una discusión que no corresponde a estas notas de viaje).
En renta por habitante, estimación de 2018, fuente FMI, Eslovenia figura con 36.566 dólares en el lugar 39 del ranking de las naciones del mundo. Su renta representa poco más de la mitad de la de Suiza (9ª, con 63.379 $). Como orientación complementaria, España (29ª) cuenta con 40.289 $, y Croacia (56ª) con 25.806 $.
En la escala del índice de desarrollo humano, estimación oficial de 2017, Eslovenia ocupa el lugar 25 con un 0,896, justo por delante de España, 26ª con 0,891. Croacia queda bastante más atrás (46ª, 0,831), y Suiza muy por delante (2ª con 0,944).
La inversión de posiciones entre España y Eslovenia en los dos indicadores viene a mostrar, dicho sea de pasada, que la renta eslovena está mejor repartida entre la población que la española, y el bienestar alcanza a un estrato más amplio de habitantes.

Bled, el escenario romántico
La visión del lago glaciar de Bled, con el castillo colgado del acantilado y abajo, en la isla, el campanario de la iglesia de la Asunción reflejado en las aguas de color turquesa, resulta irresistible. Demasiado bella para ser real, y sin embargo “es” real. Las parejas acuden a casarse a la iglesia del lago y, siguiendo una tradición arraigada, el novio sube en brazos a la novia por los 99 escalones de piedra que llevan del embarcadero a la puerta del templo. A la novia se le impone una obligación paralela: la de no decir palabra mientras dura el ascenso. Después de la ceremonia ambos pueden dar tres toques de campana, que se supone que atraen la buena suerte.
Una clientela internacional selecta y fiel acude a Bled todos los años debido a lo idílico del marco y al reclamo de sus aguas termales  El pueblo y las numerosas instalaciones hoteleras y balnearias quedan disimuladas detrás del promontorio del castillo, en un segundo plano discreto. No visitamos, porque el recorrido solo puede hacerse a pie por senderos de montaña, los parajes naturales situados al oeste de Bled: el lago de Bohinj y el parque nacional del macizo de Triglav, en el que se sitúa el punto más alto del país. Toda la zona está poblada de bosques espesos de coníferas. El trayecto de ida y vuelta desde la orilla hasta la isla del lago, lo hicimos en barcas ligeras de dos remos verticales, manejados por un solo remero.
Comimos en Radovljica, un pueblo al sudeste de Bled preservado milagrosamente de las maldiciones del progreso porque la estación de ferrocarril prevista inicialmente acabó por construirse unos kilómetros más allá, en Lesce. Entramos en el restaurante por el taller de pastelería anexo. Apenas cabíamos los noventa en aquel semisótano, pero apreciamos el ritual de bienvenida que nos fue dedicado con buen humor y cierta solemnidad. Luego el almuerzo fue abundante y sabroso, amenizado por valses y polkas cantadas con acompañamiento de armónica, acordeón y violón.
El paseo por el pueblo, después del café, nos dejó una impresión de serenidad. La iglesia, de una fachada original y armoniosa, estaba cerrada. Muchos templos en todo el territorio han sido desafectados del culto, y no hay tal cosa como una confesión religiosa de carácter nacional en el país. Este espíritu cívico laico es otro rasgo diferencial con Croacia, y una de las razones por las que prefiero con mucho la calidad de vida eslovena a la de sus vecinos.

En el subsuelo
Como aperitivo a la inmersión en las cuevas de Postojna visitamos el castillo-cueva de Predjama, donde un bandolero de nombre Erasmus tuvo en jaque durante años a las mesnadas de los gobernantes locales. Escuchamos varias versiones de la leyenda, ninguna de ellas demasiado creíble. Después, al llegar a Postojna nos vimos abducidos sin remedio por el tiovivo estridente de los circuitos de turismo masivo.
Es duro, pero no hay otra forma de visitar las cuevas. Dentro la temperatura es fría y la humedad prácticamente del cien por cien; hay que abrigarse. Montamos en un trenecito que recorrió como una exhalación espacios y más espacios subterráneos de todas las formas y tamaños, adornados con estalactitas de una variedad admirable de diseños y de colores. El tren paró después de adentrarse cinco kilómetros en la roca horadada, y nos dejó delante de una oquedad de dimensiones inmensas. Caminamos en largas filas, primero por un caminillo en cuesta hasta el punto más alto del recorrido señalado, y desde allí en un descenso sinuoso que nos descubría en cada recodo perspectivas nuevas; cruzamos pasarelas, recorrimos túneles estrechos, nos asomamos a abismos, y cruzamos salas tan amplias, y decoradas con tal derroche de recursos ornamentales basados solo en la acción del agua sobre la piedra caliza, que se dirían dignas de un Versalles hundido por algún conjuro bajo tierra. Los móviles echaban humo de tanto fotografiar. Los flashes estaban prohibidos, y dejo constancia de que ninguna de las fotos tiradas por Carmen ha merecido la pena de conservarla.

De vuelta en Liubliana, recuperamos el tempo lento de los paseos y las terrazas junto al río, hasta que los autocares nos recogieron para llevarnos al hotel.
 

miércoles, 26 de septiembre de 2018

NO PODRÁS NAVEGAR DOS VECES POR EL MISMO RÍO


(Viaje a Eslovenia)

Talla del s. XV en la catedral de Ptuj. San Jorge muestra cómo alancear eficazmente a un dragón sin perder la compostura y la elegancia intrínseca. (Foto: Carmen Martorell)

La vieja parra
En Maribor, pegada a la fachada de un museíllo del vino llamado Old Vine House, frente al río Drava, está la parra “más antigua del mundo”, plantada hacia 1580 según documentación descubierta por el archiduque Johann de Habsburgo-Lorena, el hombre que impulsó los cultivos vitícolas en la región en la primera mitad del siglo XIX. La parra no tenía un gran aspecto; tampoco el vino esloveno va muy allá en excelencia. “Le falta sol”, según Bárbara, nuestra guía. La primavera es tardía en Eslovenia, y el verano corto, aunque caluroso. Luego vienen las nieblas, una larga temporada de lluvias y un frío sobrecogedor en invierno (- 15 ºC).
Perlas de la propaganda
Sin embargo, leo en un folleto de propaganda turística que las viñas eslovenas «se encuentran entre el 5% de las mejores del mundo.» Este tipo de precisión jerárquica tiene que ser muy grato a los eslovenos, porque lo utilizan a menudo. Ya he mencionado el récord de la vieja parra; las cuevas de Postojna son «las segundas más grandes del mundo»; el castillo-cueva de Predjama está inscrito en el libro Guinness como el mayor en su categoría, etc. Y en cuanto a eslovenos ilustres (cito del folleto mencionado antes), «Slavko Avsenic es conocido como el rey mundial de la polka», y los deportistas eslovenos «son simplemente excepcionales, tanto en los deportes individuales como en los de equipo.»
Ptuj
Es el nombre esloveno impronunciable de la antigua ciudad de Petuvium, en su origen un campamento militar romano, mencionada por Tácito ya en el año 69. La catedral guarda una talla primorosa de San Jorge pisando al dragón y alanceándolo al estilo barrendero. En el punto más alto de la ciudad se asienta un castillo parecido a los que luego veríamos en Liubliana o Bled: una residencia nobiliaria sin nobles que residan en ella, que ha pasado a ser patrimonio del Estado y ofrece al visitante, descontadas las magníficas vistas, poca cosa más que una terraza donde tomar café, algún puestecito de souvenirs y los aseos.
La casa, el automóvil y el tractor
La llegada a Liubliana fue un anticlímax. El hotel, muy cómodo y bien provisto, era un gran cubo acristalado de quince pisos, pero estaba lejos del centro, junto a un área comercial de dimensiones casi gigantescas, y lo que había más allá eran instalaciones de almacenaje, un McDonald y largas hileras de bloques de viviendas-colmena desparramados a uno y otro lado de las avenidas sin la menor gracia ni pretensión estética.
Puede que sea la consecuencia de una etapa de “socialismo real” practicado con rigor implacable. En todo caso, el paisaje rural visto desde las ventanillas del autocar era, aunque modesto, mucho más atractivo. Cultivos bien delimitados, bosques limpios, casas de labor aisladas o agrupadas en pueblos pequeños. Casi todas estaban pintadas del mismo color amarillento y tenían unas dimensiones parecidas: planta cuadrada, dos pisos ─ muy raramente tres ─, y altillo limitado por un tejado a dos aguas en pico muy pronunciado.
La guía nos contó que el campesino esloveno no tiene grandes pretensiones en cuanto a lujos en la vivienda, pero sí quiere un automóvil más grande y moderno que el del vecino, y sobre todo el mejor tractor que exista en el mercado. El garaje se reserva para el tractor, que es objeto de todos los mimos; el coche se aparca fuera.
Esa teoría de “el tractor, lo primero de todo”, me pareció bastante convincente.
La tribuna esquinera
El centro de Liubliana es deslumbrante, más aún porque resulta inesperado para quien llega como nosotros de un extrarradio monótono y adocenado. Varios puentes cruzan el río Liublianica; son muy bellos el Puente Triple y el del Dragón. En una orilla quedan el castillo, al que se sube en funicular, y una calle peatonal ancha, bien adoquinada y flanqueada por edificios señoriales. Al otro lado, cruzado el Puente Triple, está la monumental plaza Presenkov, dominada por la fachada de la iglesia franciscana de la Anunciación.
Yo había visto ya lo que llamo tribunas esquineras en el sur de Alemania; en Tubinga, por ejemplo, y en poblaciones de Baden-Wurttemberg. Las reencontré en Maribor y en Liubliana (Laibach en alemán), lo que vendría a confirmar el carácter mitteleuropeo de sus centros históricos. Entiendo por tribunas unas estructuras suntuarias encastradas en las esquinas de edificios que fueron en tiempos palacetes o similares. En su forma más difundida se trata de torrecillas cilíndricas, parecidas a las de los baluartes defensivos de las fortalezas barrocas, que arrancan a alguna distancia del suelo, ofrecen buenas vistas en ángulo a las dos calles correspondientes a través de ventanales amplios, y rematan en un chirimbolo o caperuza de lo más estético.
En el río
Las orillas del Liublianica están repletas de terrazas entoldadas, tentadoras para el paseante, en particular en días de fuerte calor. Por allí pulula la juventud autóctona, y allí recalan los turistas de cualquier edad, incluida la nuestra. Nada más agradable que un rato de descanso merecido y de charla, con una bebida al alcance de la mano, mientras se ve fluir el río.
El último día de estancia en Liubliana ocupamos dos barcazas que nos dieron vuelta y vuelta por las aguas oscuras del río, entre la neblina matinal, desde la represa por un lado hasta las instalaciones de las regatas por el otro. Teníamos ya las maletas hechas y cargadas en los autocares. Dejábamos Eslovenia y nos íbamos a Zagreb. “No podrás navegar dos veces por el mismo río”, me dije a mí mismo, plagiando a Heráclito. Carpe diem, “disfruta el momento”, me contestó en un susurro el agua que fluía, siempre igual, siempre diferente, bajo la quilla.
 

SEXO Y RELIGIÓN, O ABOMINAR DE LOS EFECTOS SIN CUESTIONAR LAS CAUSAS


El papa Francisco es una persona cercana y sencilla. Todos reconocemos su humanidad y le queremos, salvo por una característica no intrascendente que lo adorna: o sea, es papa.
En su última aparición ante los medios, de vuelta de una visita a los países bálticos, se ha pronunciado sobre la depredación sexual extendida contra los/las menores, que la jerarquía ha ocultado celosamente durante decenios (por lo menos). Francisco encuentra terrible el hecho en sí, pero añade, literalmente: «Los hechos históricos deben ser interpretados con la hermenéutica de la época en la que sucedieron.» La corrupción, sostiene, ha disminuido porque la Iglesia se ha dado cuenta de que tenía que luchar contra ella de otra manera; es decir, no ocultándola.
Y añade el pontífice que el porcentaje de casos de abuso achacables a sacerdotes es el mismo que el que afecta a la sociedad laica en su conjunto; por más que resulta particularmente monstruoso en personas «que han sido elegidas por Dios para llevar a los niños al cielo.» ¿Elegidas por Dios? ¿Llevar a los niños al cielo? Paso sin comentario la frase, por no alargarme.
Pero es rigurosamente falso que los hechos históricos deban ser interpretados desde los criterios dominantes en la época en la que sucedieron. La Historia en tanto que ciencia nunca ha hecho tal cosa. La forma correcta de evaluar barbaridades que en su momento parecieron a los gobernantes una buena idea, es examinar sus consecuencias a largo plazo y sus repercusiones sobre las generaciones que han venido detrás. Es la forma de que la historia sirva para algo, y de consolidar los progresos éticos que se esperan de la experiencia del comportamiento de las sociedades humanas. ¿A alguien se le ocurre juzgar la Inquisición o las matanzas indiscriminadas de poblaciones en la cruzada contra los cátaros al grito de “Dios reconocerá a los suyos”, utilizando como hermenéutica la forma de pensar de unos tiempos marcados por la barbarie y el fanatismo? ¿No se esquivaría de esa forma el problema moral de fondo?
Pero es que la Iglesia católica, que impone la firmeza del Dogma frente a las veleidades de una moral laica acomodada al paso de los tiempos, es la última institución que puede acogerse al relativismo moral contra el que ha disparado su artillería pesada en tantas ocasiones. Porque si ese es su punto de vista en relación con la pederastia de los curas (y únicamente de los curas), ¿cuál habría de ser su posición en relación con el aborto o con el matrimonio homosexual, por citar solo dos viejos caballos de batalla del clero pastoreado por Francisco?
Y en último término, si la Iglesia es en efecto una institución de origen divino y que recibe de forma ininterrumpida inspiración y auxilio espiritual de aquella entidad incognoscible que está radicada en los cielos, lo lógico sería que la tasa de la pederastia fuera, en el ámbito reducido de sus ministros del culto, muy inferior, si no inexistente, a la de la grey confusa y atribulada a la que es necesario guiar y sostener con oraciones y sabios consejos para que no se desmande, como es su inclinación natural atizada constantemente por el Maligno.
En cuanto a las causas reales de la depredación sexual de los eclesiásticos, que Francisco ignora u omite por completo, escribí hace poco un post (1) de tono bastante iracundo. Me remito a lo que dije allí.


 

martes, 25 de septiembre de 2018

UN MOSAICO Y UN RINCÓN


(Viaje a Eslovenia)

Desde el aeropuerto de Zagreb nuestros autobuses tomaron la dirección norte y entraron en el ángulo nordeste de Eslovenia, en dirección a Maribor.
Maribor
Es la capital de la región de Estiria, en los Prealpes, una tierra productora de vino y de manzanas. La riega el río Drava, cruzado por varios puentes. Nudo de comunicaciones, tanto por carretera como ferroviarias. Una capital regional austríaca, Graz, queda a poco más de 50 km, al norte. De hecho, a finales del siglo XIX también Maribor fue una ciudad austríaca; se llamaba Marburg an der Drau, y tenía un 80% de población germánica y un 20% de eslavos del sur (eslovenos). La proporción se invirtió al final de la primera Gran guerra. Con el Anschluss de Hitler la ciudad fue devorada de nuevo por la Gran Alemania, y después de 1945 la población germánica que aún quedaba en ella optó por emigrar.
La ciudad cambió en su composición humana, pero la piel siguió siendo la misma. Desde la orilla izquierda del río, que bordea la antigua muralla, el terreno asciende por una colina en la que se asientan, en escalones sucesivos, la plaza, la catedral y el castillo, hoy museo. Más arriba quedan el parque y el lugar encantador de los Tres Lagos, donde comimos.
Los edificios, los monumentos y las calles del centro histórico se conservan bien y muestran, si no opulencia, un aire de prosperidad. La guía nos contó que aquí la última crisis global ha repercutido de forma muy grave. Varias industrias cerraron las puertas; el desempleo es alto. “Pero la gente de Maribor conserva intacto su orgullo”, añadió. Signifique ello lo que signifique.
Un mosaico
Maribor ejemplifica la situación particular de Eslovenia. Participa del mundo alpino; se sitúa en el extremo occidental de Panonia, la gran llanura que se extiende por la Vojvodina y la puzsta húngara, avenada por el Danubio y sus afluentes; y tiene comunicación fácil tanto con Liubliana como con Zagreb. En apenas veinte mil kilómetros cuadrados (Cataluña tiene 32.000) y con solo dos millones de habitantes (7 mill. en Cat), Eslovenia “toca” los Alpes por el norte, el Mediterráneo por el sur, y se abre al conglomerado de los Balcanes por el sudeste. Es un mosaico singular y muy atractivo de paisajes y de culturas.
Un rincón
La posición geoestratégica en relación con Europa también es peculiar, encajada como está entre el Norte y el Sur, en el eje vertical, y entre el Este y el Occidente en el horizontal. Tiene fronteras con Italia, Austria, Hungría y Croacia. Una situación ambivalente. Se puede argumentar que forma parte de todo, pero también que no forma parte de nada, que es un mero y simple rincón de Europa, a trasmano de las grandes líneas de comunicación europeas y de los ejes fluviales de la zona: el Rin y el Danubio. Budapest queda a 462 km de Liubliana; Viena a 375; Milán a 495; Munich a 408; Praga a 649. Son distancias asequibles, pero nada de todo ello queda “de paso”, las barreras naturales son considerables. El aeropuerto de Liubliana cubre solo algunos vuelos internacionales, y se estudia reservarlo en exclusiva al tráfico de mercancías. A todos los efectos, la “puerta grande” de entrada al rincón esloveno es la autopista de 134 km entre Zagreb y Liubliana.
En Radovljica vi colgado de una pared un mapa sucinto del paso del Camino de Santiago por territorio esloveno, en época medieval. El esquema era el mismo de hoy: la ruta jacobea llegaba a Liubliana desde Zagreb, y allí se bifurcaba en dos ramales: el principal bajaba a Trieste (Trst en esloveno) para continuar por el norte de Italia, y el secundario iba a Bled y cruzaba luego los pasos de los Alpes, por Tarvisio hacia Venecia y Verona, o por el Wurzenpass en dirección a Villach.
Los caminos de salida son problemáticos; no así el eje Zagreb-Liubliana, que transcurre por un terreno no exactamente llano, pero sí rápido y cómodo.
Ahí, sin embargo, se presenta un inconveniente de otro tipo: el aborrecimiento de los eslovenos hacia sus vecinos croatas solo es comparable con el recíproco de los croatas hacia los eslovenos.
Uno estaría tentado de decir que se trata de dos naciones “condenadas a entenderse”, a la larga. La historia nos cuenta una historia diferente: Eslovenia y Croacia solo se han sentido enteramente satisfechas cuando han establecido una frontera entre ambas.
 

lunes, 24 de septiembre de 2018

TEORÍA Y PRÁCTICA DEL VIAJE CIRCULAR


(Viaje a Eslovenia)

Carmen y yo hemos pasado ocho días de viaje colectivo por Eslovenia y, un poco, también por Croacia. He sido amablemente emplazado a contar ese viaje por personas muy estimadas de la Federación de Pensionistas de CCOO de Catalunya. Es un honor para mí. No voy a tener la pretensión de componer una crónica de las cosas que sucedieron; eso sería picar demasiado alto por una parte, y por otra quedarme más o menos en la mitad de la historia, si hago caso de esa observación tan interesante de Carlos Marx, cuando dice que lo importante no son las cosas en sí, sino las relaciones entre las cosas.
En fin, lo que me propongo hacer (y si sale con barba será un sanantón, y si sin ella una purísima), es tomar el camino de en medio y dejar escritas una serie de notas, o apuntes, o impresiones, de viaje, muy subjetivas. Cada cual verá si le traen el recuerdo remoto de lo vivido, y si le sirven de algo, o no.
Empiezo por la teoría. Un viaje circular se define como aquel que empieza y acaba en el mismo punto. El modelo que ha quedado para siempre de viaje circular ─ en realidad, de todos los viajes posibles ─ es la Odisea. Ulises salió de Ítaca y volvió a Ítaca. Dicho así, no parece cosa de mucha sustancia.
El intríngulis fue que el viaje duró mucho, y ocurrieron muchas cosas ─ antes, la guerra, el truco del caballo de madera, la matanza impía de los troyanos; luego, a lo largo del viaje, mil contratiempos tales como laberintos con sirenas, cuevas con cíclopes, hechiceras, naufragios, descensos a los infiernos para un rato de cháchara con los colegas muertos ─, de modo que el punto de llegada solo fue geométrica y geográficamente igual al de partida. Sentimentalmente, no. Por en medio se había producido una mutación, y ni el mundo era el mismo que había sido antes, ni Ítaca estaba igual (recuerden, solo el perro reconoció a su amo bajo los andrajos del disfraz), ni Ulises, finalmente y esto es de la mayor importancia, era el mismo que había partido de la isla diez años antes.
Tres notas significativas complementan esta descripción general. Recurro para explicarlas a tres autoridades consagradas. Tres poetas, nada menos.
Primera nota: lo importante en un viaje no es el destino final, sino el viaje mismo, según el griego radicado en Alejandría Costas Cavafis. Conclusión: es un error fatal viajar distraído. Dijo John Lennon que todas las cosas importantes suceden mientras estamos absortos en otras ocupaciones. Cuidado, pues; durante un viaje lo importante es el viaje, no lo que teníamos entre manos antes, no las cosas que nos esperan a nuestro regreso. El viaje no es un entreacto ocioso, sino un pedazo significativo de nuestra vida íntima y de nuestra vida social.
Segunda nota: en frase del latino Horacio, no es suficiente cambiar de cielo si no se cambia además de alma. Si uno/una sigue siendo antes, durante y después del viaje, exactamente igual a como era, el viaje es inútil. Hay almas de consistencia rocosa, impermeables a las influencias y a las inclemencias, firmes como el escollo que golpea inútilmente la ola. No tienen por qué molestarse en viajar. Los viajes representan un provecho solo para almas de características distintas: almas porosas, flexibles, ingenuas (volveré sobre este adjetivo en otro momento) como los suelos kársticos que hemos visitado, por cuyas profundidades corren ocultos a la vista ríos subterráneos que generan paisajes paralelos poblados de formas fantásticas.
Tercera nota, dicha con un alejandrino del renacentista francés Joachim Du Bellay: “Heureux qui comme Ulysse a fait un beau voyage”. Feliz quien como Ulises ha hecho un largo viaje y ha vuelto junto a los suyos rico con la experiencia de lo aprendido (plein d’usage et raison). El galardón final de un viaje perfecto es la felicidad, por lo menos temporal y condicionada. La felicidad no es poca cosa: es un artículo raro, no se encuentra en las tiendas de souvenirs ni lleva prendida la etiqueta del precio. Quien va a su encuentro lo hace siempre por cuenta propia, y no pocas veces también a propia costa. Porque la libertad y la felicidad tienen la característica contradictoria de que únicamente se dejan atrapar por quienes están dispuestos/as a sacrificarlas por el ideal de una vida mejor para todos.
Fin de la teoría.
Un último añadido en este “pórtico” a Eslovenia. El éxito de un viaje colectivo depende del buen trabajo de los organizadores, por supuesto, pero también de la buena actitud de los organizados. En el caso concreto, las dos partes hemos rayado ─ lo digo con inmodestia ─ a una altura considerable. Expreso aquí mi gratitud a quienes se ocuparon de los detalles fastidiosos de la organización para que todo transcurriera sin sobresaltos ni incomodidades, y también a todos/as los/las compañeros/as de viaje. A unos/unas les conocía de experiencias buenas y malas compartidas bastantes años antes, y ha sido un placer volverles a encontrar. Otras caras eran nuevas para mí, pero venían de una misma cultura de fondo, de una sensibilidad común y de un punto de vista compartido sobre las cosas que ocurren a nuestro alrededor y sobre cómo afrontarlas.
De modo que todo ha ido sobre ruedas y por sus pasos contados. Ruedas de dos autocares, pasos dados con osadía y determinación por los recovecos más extraños.
Lo iré contando.
 

viernes, 14 de septiembre de 2018

SECUELAS DE LA DIADA CATALANA


Pasó otro 11-S. Una vez más, la concentración en Barcelona fue un éxito. Una vez más, las autoridades procesistas se dedican a convertir ese éxito de público en un “mandato” popular para la independencia, imposible de desobedecer sin “traición”. Ignoran las cifras electorales, las garantías legales, los quórums fijados para la validez de los procedimientos, y se detienen únicamente en la foto: cientos de miles de personas apiñadas en la Diagonal, distinguibles por el color rosa eléctrico de sus camisetas.
No es nueva la pretensión de sustituir el voto secreto por el plebiscito público, la pluralidad de puntos de vista por la unidad de propósito, y la reflexión racional por la aclamación masiva. Anteriores intentonas en ese sentido tuvieron efectos desastrosos para la sociedad democrática; convendría que lo tuvieran en cuenta quienes hoy basan la legitimidad de sus actuaciones en esa “vídeo democracia”, o “democracia plebiscitaria”, o “democracia de la audiencia” (de las tres maneras etiqueta el fenómeno la politóloga italoamericana Nadia Urbinati).
Releo las páginas dedicadas al tema por la autora citada, en Democracy disfigured (Harvard University Press, 2014; lástima que no haya traducción española de un libro así). La defensa más consistente de tales métodos ha sido la de un jurista no precisamente demócrata, Carl Schmitt. Schmitt opuso al secreto del voto el plebiscito público. El concepto de “público” tenía para él la connotación de “lo que se ve”. Lo que no se ve, el ámbito de lo privado, no debe entrar en consideración para la política, escribió el autor alemán en La crisis de la democracia parlamentaria; y la reflexión, la meditación, la decisión sopesada con cuidado, no se ven: son invisibles a todos los efectos. Por eso, concluye Schmitt, el público solo tiene valor cuando está junto, cuando expresa una opción nítida y visible para todos, cuando utiliza la soberanía que se le supone para configurarse a sí mismo como público.
Es como mínimo curiosa la argumentación de Schmitt al respecto. El libre albedrío y el voto en conciencia, dice, son más bien patrimonio de la religión reformada, es decir cosa de protestantes. Schmitt se apoya, en cambio, en la doctrina católica de la transubstanciación. Así, del mismo modo que Cristo está presente en la Eucaristía, la soberanía del pueblo se hace presente como epifanía en el plebiscito. En los dos casos, la forma crea la sustancia. Al ser consagrada, la Hostia “se convierte” en el cuerpo de Cristo, y del mismo modo la aclamación popular se encarna en cuerpo (¿místico?) del pueblo. La imagen sustituye al discurso, la unidad visual de una multitud se convierte en la revelación de la presencia de una “entidad misteriosa” que escapa a toda comprensión racional.
La soberanía popular cambia así el significado que le atribuían los viejos liberales del siglo de las luces, y pasa a señalar la lucha por “producir e imponer una determinada visión de la palabra”, según comentó en su crítica a Schmitt el sociólogo francés Pierre Bourdieu.
Para el president catalán Quim Torra, como para Carl Schmitt y disculpen la forma de señalar, no existe en la noción de “pueblo” (catalán) ni diversidad, ni pluralidad, ni contradicción. De la imagen de la Diagonal rebosante de pueblo catalán, del mismo modo que de la de los colegios electorales catalanes el pasado uno de octubre, emerge un mandato inequívoco emitido por un pueblo transustanciado. Quienes vemos toda esta cuestión de forma distinta, no contamos. No es posible relativizar la Fe verdadera.  
 

Nota.- A partir de mañana emprendo una excursión colectiva a la que no voy a llevar mi ordenador portátil; estos “contrapuntos” quedarán, pues, interrumpidos durante una semana al menos. Si tal circunstancia representa, no ya un alivio, sino una molestia para algún lector, le ruego sinceramente que me excuse.

 

jueves, 13 de septiembre de 2018

MASTERS DEL UNIVERSO


Es paradigmático de nuestra época que un hombre como Albert Rivera, que jamás ha incurrido en la funesta manía de pensar y se metió en la política con la sana intención de no dar un palo al agua el resto de su vida, vaya acusando a otros de plagiar las tesis académicas que presentaron en su día. A Albert le escriben otros sus discursos y se equivoca él al pronunciarlos, pero de pronto lo escandalizan las cosas que se hacen en el mundo ignoto para él de los masters del universo.
De pronto. No le ocurrió con Cifuentes ni ha tomado ninguna posición respecto de Casado, pero se despertó sobresaltado con Montón y ahora le ha entrado el prurito con Pedro Sánchez, el hombre que le desbancó de la condición de favorito a protagonizar un “cambio sensato”, o dicho sea con plagio descarado de Lampedusa, a cambiarlo todo para que nada cambie.
Rivera se afana en resolver el problema catalán cortando lazos amarillos, y ambiciona acabar con la corrupción en España poniéndole la proa a la tesis doctoral de Sánchez. No puede decirse que brille por la ambición y la calidad de diseño de sus expectativas, ni que sus proyectos incorporen un largo recorrido. Solo atiende a los sondeos para comicios inmediatos, más allá no hay nada; en términos ferroviarios, se trata de un político de rodalies, que para en todas las estaciones y apeaderos y acumula retrasos en el horario. Exigir de otros la originalidad de que se carece hasta extremos tan penosos, es sencillamente risible.
De otra parte, puede que la originalidad en los textos universitarios esté sobrevalorada. En cualquier caso, se trata de una cualidad rara. Lo normal es que cada doctorando se remita en su trabajo a una bibliografía copiosa y espigue en ella para destacar con especial insistencia a las autoridades favoritas de su director de tesis y/o del presidente del tribunal académico que ha de valorarlo. Una cosa es gestionar un “cum laude” siguiendo las pistas marcadas anteriormente por docenas de generaciones de meninges universitarias exprimidas, y otra, muy distinta, sacar premio por la patilla en la lotería a ciegas de la URJC. Para Rivera y ABC todo es uno y lo mismo. Y no.
Tampoco la originalidad y el do it yourself son siempre objeto de alabanzas. Leo un caso significativo en la prensa del día: Nancy Crampton-Brophy escribió un libro titulado Cómo matar a tu marido, y ahora ha sido oficialmente acusada de matar a su marido.
 

miércoles, 12 de septiembre de 2018

FRANÇOISE HARDY Y NUESTRA EDUCACIÓN SENTIMENTAL


(chucherías del espíritu)

Sigue cantando a los setenta y cuatro tacos y después de superar un cáncer linfático. Cuenta ella misma que estuvo convencida de que le había llegado la hora, y que lo sintió solo por su hijo.
En el vídeo de su última canción compruebo que sigue siendo tan bella ─ una belleza íntima, pensativa, introvertida ─ como siempre. La canción se titula Personne d’autre, “nadie más”. Los tiempos han cambiado, y Françoise Hardy no canta ahora al amor, sino a la muerte: «Una señal como una llamada, una tonada intemporal, nadie más que tú para escucharla.» La última frase de la canción expresa sometimiento, resignación: «Bajo los brazos, desolada.»
Fue en los sesenta, los años más felices de la historia de la humanidad si hemos de creer a los historiadores (pero en España los vivimos bajo una dictadura), cuando aprendimos de ella la expresión “copine”, y ella fue nuestra copine de referencia, casi la única posible.
Siempre muy seria bajo su melena lacia y larguísima, y sin embargo acogedora, amigable; ejercía habitualmente de virgen severa, pero también en un momento dado era capaz de entregarse entera, “par amour”. Durante un tiempo limitado, es claro, porque la vida pasa deprisa y “l’amour s’en va”.
No era esa canción precisamente la que me daba escalofríos, por más que la doctrina oficial de la santa madre omnipresente, para nosotros los jóvenes, era que el amor es algo para siempre, como una vajilla de Duralex; y el primer deber que nos imponían las muchachas en flor si pretendíamos su amistad inocente era que querían vernos en misa. En las primeras filas y de rodillas, preferentemente.
La canción de Françoise que me impresionó en especial entonces fue J’suis d’accord, “estoy de acuerdo”. La letra era sencillamente terrible: «Estoy de acuerdo en que juntos somos felices / Estoy de acuerdo en que los dos nos esforzamos tanto como podemos en ser mejores / Esto quizá puede durar aún uno o dos meses más / Siempre que no me pidas que vaya a tu casa.»
Nuestra educación sentimental nos dejaba muy pocas salidas, cuando Françoise Hardy y yo fuimos jóvenes.