jueves, 31 de diciembre de 2015

LOS TRABAJADORES NO SON MÁQUINAS


Suscribo en el fondo y en la forma el artículo publicado ayer por Quim González Muntadas bajo el título “Los trabajadores mayores no son máquinas oxidadas” (1). Quim sabe de lo que habla, y lo expone muy bien. El título que ha elegido, sin embargo, abre un resquicio a la ambigüedad. Podría entenderse que los trabajadores mayores “sí” son máquinas capaces de funcionar a pleno rendimiento, o que ese es el caso para los trabajadores que no son mayores, por más que su condición de “seniors” permita a los veteranos conocer y utilizar atajos para incrementar su productividad. Por eso retitulo como puede verse al frente de esta nota de urgencia. No lo hago por Quim, que lo entiende muy bien, sino porque detrás de la formulación hay un cliché centenario muy extendido.
El equívoco parte de la “organización científica del trabajo”, un artilugio teorizado por un ingeniero empeñado en elevar a la purria humana que poblaba las fábricas de su época a la condición de máquinas relucientes, bien engrasadas y eficaces por encima de toda ponderación. Un salto cualitativo, se entiende, en una época en la que toda la producción de bienes y servicios se colocaba bajo el lema del maquinismo. La máquina era lo más de lo más, los humanos habían de aproximarse todo lo posible – igualarse era impensable – a su perfección. Hoy ese mismo paradigma inalcanzable subsiste, pero se ha desplazado desde las máquinas a los ordenadores.
El sueño de dicha del hombre-máquina hizo fortuna. Fue una de las claves del gran despegue industrial estadounidense, acompañó muy de cerca a los delirios de razas superiores de los nazismos y fascismos emergentes, y fue sancionado y bendecido también por el socialismo real (Iósif Stalin: El capital más precioso es el hombre. Versión española en Ediciones Europa-América, Barcelona 1935). La tradición prosiguió en las nuevas condiciones de la posguerra mundial y durante los treinta años gloriosos de desarrollo sostenido (Gary S. Becker, Human Capital. A Theoretical and Empirical Analysis, With Special Reference to Education, University of Chicago Press, 1964).
Pocas voces se alzaron en contra de esa cosificación universal según la cual la economía no es un instrumento dedicado a servir objetivos humanos, sino al revés, el hombre es instrumento de objetivos económicos. Entre ellas, Simone Weil: «Las cosas desempeñan el papel de los hombres, y los hombres el papel de las cosas» (en La condition ouvrière).
El equívoco hoy ha empeorado, si cabe. La situación de los trabajadores mayores de 55 años, que analiza con acierto Quim González en el artículo citado arriba, se repite en relación con otros grupos cuya adaptabilidad a las exigencias empíreas de los “mercados” es difícil: las mujeres, los jóvenes sin experiencia y las personas sin arraigo. Bruselas acaba de amonestar de nuevo a nuestro gobierno por no suprimir las “rigideces” que aún afectan a nuestro mercado de trabajo. Las llamadas rigideces son residuos del viejo sistema de protección, un sistema derivado del pacto fordista, en virtud del cual, a cambio de trabajar como una máquina sometida a presiones considerables, se garantizaba al obrero la seguridad de su puesto en la fábrica, un salario suficiente y una cierta conciliación entre su tiempo de trabajo y una vida personal y familiar capaz de garantizar en el largo plazo la reproducción unitaria de la “fuerza de trabajo” abstractamente considerada.
Hoy el pacto se fue al carajo, el largo plazo no se contempla, hay fuerza de trabajo de sobra en un mundo superpoblado, y el criterio predominante para la selección de los trabajadores es su “empleabilidad”. La empleabilidad significa lo mismo que denunciaba Weil en los años treinta del siglo pasado: colocar a las cosas en el lugar de las personas, y viceversa. El aspirante a empleado debe ser despojado de todo mecanismo de protección colectivo, inoculado contra la influencia perversa de los sindicatos de clase, y provisto desde las instancias estatales de la enseñanza de una formación, no genérica y omnicomprensiva (las humanidades son paparruchas), sino específica en las técnicas y los saberes necesarios para el bienestar a corto plazo de los mercados. La realización y el bienestar personal del trabajador/ra, así como su vida familiar, quedan en segundo plano, son solo variables dependientes del gran imperativo categórico que representa el mercado. Y el mercado es un dios mudable, arbitrario y feroz, que exige sacrificios mayores cada día de sus adoradores.
Bruselas nos reprende una vez más, pero con una cantinela gastada y sin sentido. Su sueño de gobernanza se hundió con estrépito en 2008. La operación de rescate a gran escala de la banca pagada con recortes drásticos de los servicios sociales ha sido un crimen contra la humanidad por el que muchos gobernantes deberían sentarse en el banquillo. Desde aquel crac sonado cuyos ecos se esfuerzan en amortiguar los turiferarios del TINA (sigla de There is no alternative, no hay alternativa), se sigue predicando la supresión de todas las trabas para la instalación de los capitales transnacionales en todos los escenarios económicos posibles, y al mismo tiempo se multiplican los muros que se creyeron abolidos, se erigen nuevas barreras y aduanas, se afilan las concertinas contra los indigentes del cuarto mundo, y se instalan en el espacio de libertad común controles policiales contra quienes llegan en busca de refugio desde países arrasados por guerras imperiales iniciadas para controlar las materias primas exigidas por el crecimiento económico “mundial”.
Mientras no lo enderecemos entre todos, este es un mundo al revés.
 


 

miércoles, 30 de diciembre de 2015

CRÍTICOS VISCERALES


Según el enseñante y escritor francés Daniel Pennac, una de las características fundamentales de la lectura es que se trata de un placer, y en consecuencia a nadie se le ha de obligar a terminar un libro que no le gusta. No importan el libro ni las circunstancias, no debe haber excepciones a esa regla.
Gog, el personaje creado por Giovanni Papini, decidió un día culturizarse y pidió a un asesor competente que le preparara un listado de las obras literarias indispensables de todos los tiempos. Cuando las leyó, no daba crédito. ¡Aquello era basura! No recuerdo la mayoría de sus juicios sumarísimos (al lector adolescente que fui yo, “Gog” no le gustó nada; no puedo compulsar la cita, el libro debe de andar perdido en algún cajón de algún trastero), pero sí uno de ellos, referido a Don Quijote de la Mancha: «Un loco hético y un loco gordo que van por el mundo en busca de palizas.» Casi inmejorable, como tuit.
Leo en elpais.com opiniones parecidas de jóvenes, en la mayoría de los casos obligados por sus maestros a leer cimas literarias y valorarlas. No se cortan un pelo. Algunos ejemplos:
Gagandeep Kaur  (sobre la Odisea): No me gustó el libro porque es confuso. No está en orden cronológico. Hay flashbacks por todas partes. Está escrito con forma de poema épico. Además, las palabras del libro son de hace mucho y difíciles de entender.
Hay un esfuerzo en este caso por ser objetivo y tocar aspectos técnicos. Otros críticos se preocupan por la salud mental del autor.
Vahagn Tumayan (sobre la Divina Comedia):  No puedo ni imaginar qué pasaba por la cabeza de Dante cuando escribió todas esas torturas. Mi teoría personal es que tenía un desorden mental grave.
Algunos se dedican a una reclasificación urgente.
Dawn (sobre Don Quijote): Nuestro hombre de la Mancha está simplemente sobrevalorado. Leedlo otra vez y sed sinceros. ¡Sabéis que está sobrevalorado!
Otros tiran de sarcasmo.
Bonnie Hansley (sobre Hamlet): Todo el mundo muere por motivos estúpidos.
Wendy (sobre Guerra y paz): ¿Cuántos árboles han tenido que morir para que se imprimiera este libro?
Collin (sobre Cien años de soledad): Estoy seguro de que el autor se inventa estas chorradas a medida que escribe.
Y finalmente, a algunos la lectura acaba por provocarles un ataque de nervios.
Amanda (sobre Ulysses): No puedo insistir lo suficiente en lo mucho que odio a James Joyce por existir.
Del ramillete de opiniones perfectamente respetables aquí expuesto, solo puede extraerse una certeza, siquiera sea aproximativa: es más fácil y descansado ejercer de crítico, que de autor.
 

martes, 29 de diciembre de 2015

OFF THE RECORD


Félix de Azúa ha irrumpido por la escondida senda abierta pocas fechas atrás por Mario Vargas Llosa, en beneficio de una “gran coalición” ampliada. Hay entre los dos literatos una connivencia que se remonta a las fechas pretéritas del “boom”; Carlos Barral los unió. Ninguna sorpresa, pues, por ese lado.
Tal vez sí resulte sorprendente para algunos admiradores de Azúa, entre los que me cuento sin reservas, el tono soez utilizado en el ataque a Podemos. Diríamos que es impropio, de no tener en cuenta que Félix es un profesional, un condottiero literario, y que aquello que expresa no lo expresa en su nombre, sino en nombre de la comandita que le retribuye.
¿Cuál sería esa comandita fantasmal, o “sindicato de intereses” como yo mismo lo califiqué en una ocasión anterior? (1) Algunos nombres propios van saliendo al retortero, y si me hago eco de ellos en este ejercicio ocioso de redacción, lo hago sin asumir ninguna responsabilidad personal en ello. Filtro el material off the record, como se dice en los medios de cotilleos satinados.
He aquí, pues, algunos “pesos pesados” de la vieja política que ya se habrían significado en la exigencia de la formación rápida de un gobierno de “gran coalición + 1” que calme las inquietudes de Bruselas, Berlín y las más variadas Bolsas de valores, por el bien supremo de España y en particular de su marca más acreditada en tales foros, a saber Ibex35.
Son ellos: Carlos Solchaga, Luis Carlos Croissier, Javier Gómez-Navarro, Eduardo Serra, José Luis Corcuera, Valeriano Gómez, Rafael Arias Salgado, Juan Miguel Villar Mir y Jaime Mayor Oreja. Lo mejor de cada casa, con amplia experiencia en el uso y disfrute de puertas giratorias entre la alta administración y la alta finanza.
Estos prohombres, y se supone que el censo completo no acaba ni mucho menos con ellos, habrían llegado a la conclusión de que los españoles nos hemos excedido en la delicada maniobra de poner la democracia en el disparadero, y que los daños para el sistema pueden llegar a ser irreparables. Se ha rebasado el margen prudencial para que los Indignados se desfoguen, y ahora es urgente reconducir las opciones hacia terrenos más seguros. Nada de Podemos, nada de Mareas ni Ahoras, ni de nacionalismos periféricos aunque no sean soberanistas sensu strictu. El vehículo para desatascar la coyuntura ha de tener tres ruedas, las dos del viejo bipartidismo que tantos buenos oficios ha prestado en el pasado ciclo político, más la incorporación de Ciudadanos como toque convincente de renovación.
De hecho, debió de pensarse que Albert Rivera tendría mejores cifras que ofrecer, como mínimo un sorpasso al odioso Podemos. No siendo así, es difícil postularlo como presidenciable: le falta peso, manifiestamente, y es probable que también le falte un hervor, dado que sus chances se despeñaron demasiado deprisa a lo largo de la campaña. No está descartado de forma definitiva, sin embargo, sino guardado en el congelador a la espera de ser rápidamente reciclado en el horno microondas si en algún momento su presencia se hiciera indispensable en la cocina. Dependerá ello del juego que ofrezcan las opciones mejor posicionadas: Susana Díaz por el ppsoe, y algún nuevo mosquetero del pp genuino, siempre que emerja de forma oportuna, respaldado por un congreso express, y que la orla de su manto no haya sido mancillada por los lodos pestilenciales tan sobreabundantes en la etapa anterior.
Este es el sudoku que hace falta cuadrar. A ello están dedicados los mejores muñidores, conseguidores y cazatalentos que pueden ofrecer hoy día, al alimón, nuestra resistente vieja clase política y nuestras acreditadas finanzas.
 


 

lunes, 28 de diciembre de 2015

EL EFECTO MATEO


Fue el economista estadounidense Robert C. Merton quien llamó la atención del mundillo financiero sobre un mecanismo descrito en un pasaje de los Evangelios y popularizado como «efecto Mateo».
Merton fue galardonado en 1997 con el premio Nobel de Economía por proporcionar una base de cálculo científica sobre el valor de los derivados financieros, los hedge funds. Es, en consecuencia, un pájaro de cuenta sin la menor duda. En cuanto al apóstol y evangelista Mateo, él mismo nos cuenta que era recaudador de impuestos, y que Jesús lo reclamó a su lado. En una capilla lateral de la iglesia romana de San Luis de los Franceses hay un hermosísimo cuadro de Caravaggio titulado “La vocación de San Mateo”. El recaudador está sentado a la mesa, absorto en la tarea de contar monedas o de arrambar con ellas, y desde el costado derecho de la escena Jesús lo señala con el índice extendido. Uno de los contribuyentes reunidos con el recaudador refuerza el llamamiento divino señalando también a Mateo con el índice. La escena está bañada en una luz cruda que penetra desde detrás de la figura de Jesús y “horada” casi literalmente las tinieblas aposentadas en el rincón ocupado por el futuro apóstol. Pueden verlo en Wikipedia, vale la pena.
Pudo ser deformación profesional, el caso es que en el pasaje de la parábola de los talentos el Mateo evangelista lanzó por boca de su Maestro una maldición terrible contra quienes, trabajando para el medro de un capitalista, se desempeñan sin iniciativa, sin ambición y con falta de productividad manifiesta. En los versículos en cuestión (Mateo 25,26-30), un siervo a sueldo entrega al señor el talento que recibió de él y le explica que, por miedo a perderlo, lo enterró, y así está ahora en condiciones de devolverlo íntegro. Esta es la respuesta del señor: «Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí. Debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros. Y así, al volver yo, hubiese recobrado lo mío con los intereses. Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos. Porque a todo el que tenga, se le dará y le sobrará; pero al que no tenga, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.»
En cursiva, la frase concreta que define el “efecto Mateo”. Ha sido utilizada con frecuencia para señalar el efecto perverso que tienen los beneficios sociales dispensados por el Estado providencia. Los derechos son en principio los mismos para todos los ciudadanos, pero los beneficios tienden a concentrarse en quienes menos los necesitan, y en cambio pasan de largo ante los más necesitados. Otro tanto ocurre con los créditos bancarios: no se conceden a quien de verdad los necesita sino a quien especula con ellos a fin de multiplicar indefinidamente los talentos de su patrimonio.
Se exime de las comisiones bancarias a las cuentas corrientes más infladas, pero se cobran de forma implacable a los clientes dudosos; se reducen los tipos impositivos a las sociedades más boyantes, y se acrecientan para emprendedores de medio pelo; los fondos de pensiones millonarios recaen a través de contratos blindados en los altos ejecutivos, mientras el precariado a duras penas conseguirá en el momento de su jubilación la cuantía mínima de la pensión. Los plutócratas han encontrado una coartada excelente para sus prácticas en el texto evangélico; y en efecto, cosechan donde no han sembrado y recogen donde no esparcieron.
Para ellos el Estado del Bienestar no se ha desvanecido, sino muy al contrario, sigue a su servicio para darles a manos llenas cuanto desean. Viven en Jauja. Tal y como constata Alain Supiot (en El espíritu de Filadelfia, Península 2011, p. 52), las reformas ultraliberales no han hecho desaparecer las instituciones basadas en la solidaridad, sino que han facilitado su depredación.
 

domingo, 27 de diciembre de 2015

TAMBIÉN MATAN A LOS CABALLOS


Las páginas de la prensa de sustancia vienen pobladas hoy de artículos de opinión firmados por las mejores plumas de la panoplia actual, con un tema en común: la definición del próximo gobierno.
Enric Juliana, en La Vanguardia, intuye un nexo íntimo entre el acto al que se está dedicando, en los momentos en que escribo, la CUP en Sabadell, y el devenir político general en España. La vía libre o no a la investidura de Mas, es su argumento, sería el resorte que pondría en marcha la concreción de una u otra serie de futuribles hipotéticos en una escala más amplia de realidades. La pelota ha topado con el borde superior de la red, está en el aire y puede caer en uno u otro lado de la pista. Matchpoint.
Me atrevo a decir que el maestro no atina en esta ocasión. El resto de analistas de primera fila que comparecen hoy en las páginas de El País apenas se refieren a Cataluña, y lo que decida hacer en definitiva la CUP con sus diez votos en sede parlamentaria no les empacha la digestión del desayuno. Sol Gallego centra su análisis en Mariano Rajoy, ¿por qué insiste en presentar su candidatura al gobierno de la nación si sabe perfectamente que no va a encontrar apoyos en otros grupos? Ernesto Ekaizer, por su parte, coloca en el punto de mira a Pedro Sánchez. Tiene como candidato el problema opuesto al de Rajoy: podría encontrar apoyos externos para su candidatura, pero le falla el necesario respaldo de su grupo. Voces de muerte están sonando cerca del Guadalquivir.
Así pues, Mas sería una variable despreciable en la ecuación, gane o no gane la investidura. El procès con Mas, después del 20D, tendría un recorrido muy corto; y para el procès sin Mas, no habría recorrido en absoluto. La mera idea de Cataluña gobernada por una tetrarquía semeja de ópera bufa. No se ha visto cosa igual desde las postrimerías del imperio romano. Y entonces, si a alguien le interesa recordarlo, no acabó bien.
La bronca está instalada en las dos grandes casas del bipartidismo residual. En ambas se pide a voces congreso. En el PP no se discute (aún) la figura de Rajoy, pero sí todo lo demás. Y el propio Rajoy es enarbolado como un recurso provisional, con el que ganar el tiempo necesario para una sucesión ordenada. En el PSOE ya llevan tiempo paseando por el filo de la navaja: la idea predominante es que, puesto que Pedro no ha dado la talla, se le cambia, y cuanto antes mejor. También matan a los caballos, como dejó dicho para la eternidad Horace McCoy.
He dejado para el final la perla de los análisis de hoy domingo. La firma en El País Mario Vargas Llosa, y lleva por título «La gran coalición». Muchos de ustedes se asombrarán de que califique de “perla” un texto semejante. De hecho, es pura huachafería, para expresarlo con un término propio del autor. Pero Mario no escribe estas cosas motu proprio, ni siquiera las piensa probablemente. Su firma es una pantalla interpuesta para la expresión coral de un sindicato de intereses (en la peor acepción del término “sindicato”), y en ese sentido vale la pena leer el artículo, y más aún leer entre líneas.
Esta es la propuesta, en sus propios términos: «… la única fórmula que puede funcionar si las tres fuerzas inequívocamente democráticas, proeuropeas y modernas —el Partido Popular, el Partido Socialista y Ciudadanos—, deponiendo sus diferencias y enemistades en aras del futuro de España, elaboran seriamente un programa común de mínimos que garantice la operatividad del próximo Gobierno y, en vez de debilitarlas, fortalezca las instituciones, dé una base popular sólida a las reformas necesarias y de este modo consiga los apoyos financieros, económicos y políticos internacionales que permitan a España salir cuanto antes de la crisis que todavía frena la creación de empleo y demora el crecimiento de la economía.»
Anoten ustedes la cascada de beneficios que representaría la suma de las tres fuerzas “inequívocamente democráticas, proeuropeas y modernas” (los tres adjetivos y el adverbio utilizados dan ya materia en sí mismos para un sugerente análisis semántico): a) en aras del futuro de España; b) fortalecimiento de las instituciones; c) base sólida a las reformas necesarias; d) apoyos financieros, económicos y políticos (por este orden preciso) internacionales; e) salida “cuanto antes” de la crisis que todavía etcétera.
Esta retahíla representa la continuación por otros medios de la política emprendida en los seis últimos años por los dos gobiernos que han tenido que afrontar la crisis en España. La enunciación sigue siendo la misma que se hizo en 2008. No hay ninguna evaluación de los resultados obtenidos en este tiempo, ni de las novedades en el marco internacional, ni el menor signo de rectificación. Todo lo cual nos lleva, más allá de la literatura del egregio premionóbel que firma el panfleto, a adivinar quiénes forman parte del sindicato de intereses antes aludido. Gente seria, gente de negocios.
Lo interesante, el único dato nuevo, es que se reclama de las tres fuerzas generosidad y “sacrificios” (sic) para abordar la nueva etapa con el mandato que una mayoría de electores ha expresado a través de las “ánforas” (sic de nuevo). ¿Sacrificios? ¿Qué sacrificios pueden reclamar las ánforas en la presente tesitura, si todas las bondades que se ofrecen son las mismas que estaban ya en el escaparate hace seis años, y sobre las cuales han jurado en vano nuestros líderes con tanto entusiasmo como contumacia?
Si leemos entre líneas, quizá lleguemos a la conclusión de que lo que se reclama por nóbel interpuesto en este panfleto sibilino son las cabezas de Arturo, de Pedro y de Mariano, en aras de un futuro radiante. ¿Por qué no? ¿Acaso no matan a los caballos?
 

sábado, 26 de diciembre de 2015

BEGIN THE BEGUINE


La primera impresión que dejaron en los analistas los resultados del pasado día 20 fue que entrábamos en una etapa política nueva, una especie de rigodón de consensos enlazados en donde los líderes habrían de exhibir dotes tales como equilibrio, imaginación, talante y juego de cintura. Ahora predomina, por el contrario, la opinión de que así no hay manera y es preferible volver a las urnas para adecentar en la medida en que se pueda el patio, que hay que ver cómo lo hemos dejado de impresentable los electores.
A Pedro Sánchez, por ejemplo, antes de que empezara a esbozar el primer paso de baile, su “cuñá” Susana no ha tenido remilgos en advertirle: “Mucho ojito, que nos vemos las caras en el congreso.” Al chico le ha dado un pasmo. Se creía un líder electo, y le han amargado la cena de nochebuena. Se le ha congelado el talante.
Mariano Rajoy está en contra de cualquier cosa que huela a pacto. Tanto tiempo votando en el congreso en solitario y contra todos acaba por imprimir carácter. Él no ve necesidad de cambiar; que cambie, en todo caso, la aritmética parlamentaria. El partido más votado es el que ha de gobernar, y los demás que arreen. Le refuerza en su idea el obispo de Córdoba: para monseñor todos los pactos son contra natura, y los pactos con pipeta son además un aquelarre. Cuanto más alfa sea el macho alfa, mejor le va a ir a la grey sumisa.
Pablo Iglesias solo está dispuesto a pactar una reforma constitucional y un referéndum para Cataluña. Se ha quedado tan solo como Rajoy en el intento, y tampoco parece importarle. Albert Rivera, siempre original en la forma y en el fondo, ha llegado por sus propios medios y sin ayudas externas a la conclusión de que España es lo único importante. Lo llaman “nueva política” en los mercados del voto.
De modo que ahora esto es un embrollo de líneas rojas entrecruzadas. Y no cabe el recurso al tamayazo, esta vez. No es cosa de uno o dos votos en el plenario, sino de treinta o cuarenta por lo menos, algo imposible tal y como se ha puesto en el mercado el kilo de voto. Solo podría financiar algo así el emir de Qatar o ese milmillonario ruso que acaba de echar a Mourinho del Chelsea. Se trataría de buscar a una figura independiente y de prestigio para presidir un gobierno de concentración y poner orden en un vestuario (léase parlamento) repleto de primadonas levantiscas de egos desmesurados. Tal vez Pep Guardiola podría hacerlo, pero traerlo aquí sale más caro que sobornar a sesenta diputados. Y Bruselas no para de mirarnos de reojo, escamada, a la espera de un balance presupuestario que por este camino va a terminar hecho unos zorros.
Estamos en un impasse. La culpa es solo nuestra, claro, de los votantes. Hicimos la carta a los Reyes Magos con ilusión, teniendo en mente una España nueva, alegre y faldicorta. Y los Magos nos han castigado trayéndonos exactamente lo que pedíamos.
Es necesario volver a empezar. Beguin the Beguine, como nos enseñó Cole Porter. Yo, en esta ocasión, probaría un recurso heterodoxo, herético me atrevería a decir, algo que roza lo impensable y lo imposible: escribir la carta a las Reinas Magas. Ellas quizá podrán sacarnos del atolladero.
 

jueves, 24 de diciembre de 2015

VIVAN LAS PARIDAS


Ayer me pareció haber dicho todo lo que podía decirse en torno a la cuestión de las reinas magas de Puente de Vallecas y San Blas-Canillejas. Hoy añaden leña al fuego Esperanza Aguirre y el obispo de Córdoba.
Declara Esperanza Aguirre que lo que pretende Ahora Madrid es “acabar con las tradiciones cristianas”. La apreciación de la señora es un pelín exagerada, son muchos los teólogos católicos que colocan entre paréntesis el episodio de los Magos y la estrella, y casi ninguno de ellos es simpatizante de Ahora Madrid. Es más, alguien podría interpretar que la veneración por  los tres magos valida, entre las tradiciones religiosas, la magia y el recurso como guía de la conducta a la astrología y el horóscopo, todo lo cual está debidamente incluido en la lista de pecados establecida en el nuevo catecismo supervisado por el papa Ratzinger. Y de otro lado, la absorción del fondo religioso de la tradición por el delirio consumista de las fiestas no es cuestión ni novedosa, ni específicamente madrileña. Si el asunto de la cabalgata de los Magos forma parte de una conjura antirreligiosa, los tiros habrán de dirigirse antes contra El Corte Inglés que contra la coalición que gobierna las cosas municipales de la capital de España.
También ha dicho Esperanza estar “a favor de la paridad, pero en contra de las paridas”. No nos consta ni una cosa ni la otra. Es seguro que la paridad no es cuestión que le quite el sueño, ni pieza esencial de su ideario. Eso de un lado, y del otro, su biografía política revela un gusto no confesado por las paridas que tiene casi proporciones de adicción. Como ejemplo bien reciente, la misma frase citada arriba, en la que reniega de las paridas.
Volvamos a las tradiciones cristianas. Que hay ataques contra ella de mayor enjundia que las cabalgatas, lo pone de manifiesto el obispo de Córdoba monseñor Demetrio Fernández. Sus palabras, incluidas en su carta semanal a la feligresía y recogidas por Europa Press, constituyen una severa admonición a la señora Aguirre, por cuanto la paridad sería precisamente, en el pensamiento del epíscopo, la forma elegida por la modernidad para socavar una de esas hondas tradiciones religiosas que la munícipe, desde su superficialidad, afirma defender. Veamos. Tal como expresa monseñor su forma de ver las cosas, en la sociedad familiar el hombre “aporta particularmente la cobertura, la protección, la seguridad. Es signo de fortaleza y aporta la autoridad que ayuda a crecer.” La mujer, por su parte, “da calor al hogar, acogida, ternura.” Las diferencias entre ambos son complementarias, de modo que “cuanto más varón sea el varón, mejor para todos en la casa.” En ese sentido, hay solo una manera recta de hacer las cosas, quiero decir los hijos: concebir y parir como Dios manda. La fecundación in vitro, el “método de la pipeta”, es un “aquelarre químico”. Las cosas, claras. Según el diccionario, aquelarre es una reunión de brujas.
Don Demetrio no deja posibilidad alguna de tergiversación de sus palabras. El fondo de su razonamiento, nítido y cristalino, constituye una enmienda a la totalidad de lo afirmado casi simultáneamente por doña Esperanza. En apretada síntesis, podemos resumirlo así: «Abajo la paridad, y vivan las paridas.»
 

miércoles, 23 de diciembre de 2015

MAGIA DE GÉNERO


Las derechas de este país se llenan la boca de palabras gruesas contra sus adversarios: compararon la ley de plazos del aborto con el Holocausto nazi, adjudicando en la duda una leve ventaja ética para los nazis. Y en cambio, las mismas derechas son ridículamente quisquillosas en lo que respecta a sus cosas particulares, y ven agravios donde difícilmente los vería la princesa de la fábula que no podía dormir por culpa del guisante extraviado bajo los diez colchones de plumas.
No exagero. Las comisiones preparatorias de fiestas de los distritos madrileños de Puente de Vallecas y San Blas-Canillejas han decidido por votación que este año la cabalgata de los Reyes se compondrá de dos Magos y una Maga. Podría ser un homenaje poético al Cortázar de Rayuela. En cualquier caso, el asunto parece de una inocencia y una ponderación notables. No tres Magas, sino solo una: ni siquiera se alcanza la paridad de género en la cabalgata.
Pues el PP ha llamado a desafuero, y reprochado al Ayuntamiento de Madrid una iniciativa que, a juicio de su concejala Isabel Rosell, supone “emplear las políticas de género para disfrazar el sectarismo y la falta de sentido común.”
Partamos de la ficción que está en la base de la cabalgata. Se supone que los Magos vienen a traer juguetes a los niños que se han portado bien. Es decir, se utiliza una leyenda piadosa para disfrazar una realidad muy distinta: los niños con padres de posibles reciben regalos, y los que no los tienen, no. Los reyes ful de las cabalgatas de los barrios del extrarradio suelen paliar esa desigualdad hiriente con un reparto de juguetes a niños necesitados, y además distribuyen a voleo caramelos a su paso por las calles. Todo lo cual ha cuajado en una tradición entrañable, pero de ningún modo fijada a rajatabla para siempre. Más sensato parece afirmar que los detalles accesorios de la cabalgata son elementos susceptibles de ser enmendados a su gusto por la fantasía de cualquiera, sin ofensa para nadie.
Así ha ocurrido, de hecho. Todos estos años se ha dado una super proliferación de desfiles, la multiplicación de pajes de fantasía, las arribadas en helicóptero o en satélite en lugar de los tradicionales camellos, y las paradas obligatorias de los magos en todos los grandes almacenes que encontraban a su paso, para recibir allí las peticiones de los niños. Nadie se ha quejado nunca de tanto descarrilamiento. La cabalgata no ha sido conceptuada como un hecho litúrgico, “serio”, sino laica e ingenuamente festivo.
Ahora, de pronto, Isabel Rosell argumenta que los Magos “de verdad” fueron tres varones, y que Carmena tergiversa ese hecho “histórico” por sectarismo.
No hay, sin embargo, constancia escrita en las crónicas de ningún país de Oriente ni en la Palestina romana del paso de una cabalgata guiada por una estrella que fue a detenerse en Belén (o, para el caso, en cualquier otro lugar). No hay rastro de adónde fueron a parar el oro, el incienso y la mirra que ofrendaron los ilustres visitantes a la familia forastera refugiada para pasar la noche en una casa, o un pesebre, de dicha población. Y aunque demos por científicamente probada la letra estricta del Evangelio de Mateo (Lucas habla solo de una adoración de pastores, Marcos y Juan no mencionan el tema), la señora Rosell podrá comprobar con facilidad que el texto no fija el número ni, menos aún, el sexo de los magos adoradores. Tanto sectarismo cabe en principio en dar por sentado que fueron tres los magos, y los tres varones, como en sostener que fueron siete, y las siete mujeres.
Eso es lo que puede decirse en relación con el sectarismo. En relación con el sentido común, las cosas están aún más claras. Lo que sí es un atentado garrafal contra una virtud tan alabada por Mariano Rajoy en cualquier circunstancia, es convertir una cabalgata de Reyes en casus belli contra una alcaldesa “roja” que el PP tiene atragantada sin remedio desde que ocupó graciosa y democráticamente el puesto que el partido tenía reservado para doña Esperanza.
 

martes, 22 de diciembre de 2015

GEOMETRÍA VARIABLE


Algunos comentaristas políticos se sienten a gusto con la calculadora. Esta mañana me he desayunado con un análisis según el cual Pablo Iglesias ha sacado menos votos que Manuela Carmena en Madrid pero más que Kichi en Cádiz, con la pregunta añadida de si la gestión de algunos de los nuevos ayuntamientos no habrá pasado factura a Podemos. A ver. Las facturas son múltiples, y vienen de todos lados, y quienes no quieran ser tachados de insolventes habrán de pagarlas todas. Pero ese es un tema aparte. La insolvencia mayor consiste en querer resolver con la calculadora los problemas de la política: cuántos votos más tiene este y cuántos menos aquel, y con cuántos y con cuáles diputados electos puede componerse una mayoría estable de gobierno, entre otros pasatiempos recreativos parecidos. El algoritmo posee un poder de seducción irresistible para ciertos espíritus más euclidianos que cartesianos, incapaces de darse cuenta de que las personas no son ni serán ecuaciones algebraicas.
La renovación de la política, lo que con un término simplificador y ambiguo solemos llamar “cambio”, arrancó de las municipales. De abajo, como debe ser. Las Ciudades Rebeldes y las Mareas han constituido una experiencia de participación nueva, un laboratorio importante para el despliegue de iniciativas plurales, y una cabeza de puente hacia perspectivas de gobierno en ámbitos más amplios. Es importante constatar que se trata de formaciones de geometría variable. Las peculiaridades de cada lugar y de cada formación han permitido que el experimento cuajara, o lo han abocado a la frustración. Gentes que han estado en algunos lugares y se han sumado a unos programas, han declinado aparecer por otros foros. Otros, pongamos que hablo de la familia relacionada con IU, han sido aceptados en unas latitudes y rechazados en otras, por cuestiones más relacionables con el ser como es de la naturaleza humana, tal como la describía la Miss Marple de Agatha Christie, que con los algoritmos cibernéticos de la sociedad postindustrial.
Algo ha aparecido, en cualquier caso. Algo sin forma y características aún definidas, pero susceptible de ir más allá. Cosa que ofrece, en contraste con lo que ayer se exponía en este mismo lugar, algunos motivos para el optimismo.
Lo llamamos “cambio” pero exige de forma imprescindible un nuevo modo de hacer política. Más colectivo, más consensuado, menos “de autor”.
De momento, el pequeño terremoto va a provocar un congreso abierto del Partido Popular, y tal vez el pase a la reserva de Mariano Rajoy. El inmovilismo no alcanza a servir de tajamar contra las mareas. El partido alfa necesitará en adelante una cintura considerablemente más ágil, y mejor juego de pies para moverse con soltura en el cuadrilátero recién improvisado.
El partido socialista se enfrenta a una incógnita crucial: o suma en la composición novedosa de las mareas, o apuntala el tajamar. En la formación de los gobiernos autonómicos ha hecho un poco de todo, pero el retroceso sufrido en las generales indica que no le va a ser posible seguir nadando mucho tiempo entre dos aguas. Y la idea de cargar en solitario con la tarea de oposición, en contra de unos y a espaldas de los otros, es pura entelequia.
De Ciudadanos no vale la pena hablar. Su posición en esta geometría no es variable. Estaba prefijada de antemano por las fuentes de financiación que han colocado a Albert Rivera en el lugar que ahora ocupa.
 

lunes, 21 de diciembre de 2015

ALGUNOS MOTIVOS PARA EL PESIMISMO


No está en mi ánimo ejercer ahora de Jeremías de servicio. Los resultados de las elecciones generales me parecen muy bien, sobre todo en términos comparativos con lo que tuvimos antes. Estoy muy de acuerdo en que las urnas abren puertas que parecían cerradas y derivan la actividad política hacia derroteros antes poco o nada frecuentados.
Una vez dejada constancia debida de todo lo cual, ante notario si es preciso, podemos empezar con las cautelas.
Primera, el PP ha sido el partido más votado, a pesar de todo. Sí, lo suyo ha sido un batacazo, pero no “tan” batacazo. El mapa de resultados indica que no han calado en el electorado ni el discurso tenaz de Mariano Rajoy acerca de la recuperación económica, ni su alineación junto a los adalides transpirenaicos de la gobernanza global. Su campaña electoral, o ha sido desastrosa, o no ha sido. Si ha logrado los votos que ha logrado, es porque sigue siendo dueño de los campanarios y de las covachuelas. Es decir, de la España rural donde siguen predominando las estructuras caciquiles, y de la clase funcionarial madrileña, atenta únicamente al “qué hay de lo mío”. Los votantes del PP no tienen en cuenta el goteo continuo de casos de corrupción, o lo perdonan con benignidad debido a que se trata de un robo de caudales públicos para un buen fin. La situación me recuerda a la época del destape en el tardofranquismo, cuando los desnudos solo eran permitidos si estaban justificados por el guión. Hubo verdaderas vueltas de tuerca de los guionistas para despojar de sus vestidos delante de las cámaras a las jóvenes actrices en flor, con las excusas más inverosímiles. Ahora el PP hace lo mismo (véanse como ejemplo las explicaciones de Cospedal) para justificar la corrupción que se le sale por las costuras.
Tampoco ha calado el discurso de renovación del PSOE. Si mantiene un bloque de voto fiel, aunque muy disminuido, se debe a la eficacia de sus redes clientelares, en particular en Andalucía. Pedro Sánchez no solo no ha sido el Corbyn español, sino que ha eludido con cuidado exquisito cualquier mención por etérea que fuese a la existencia de un tal Corbyn. Sus torpezas en la fase final de la campaña han sido muy visibles. No importa si esa “pinza” moruna de todos contra el PSOE se la inventó él solo, o si ha seguido al pie de la letra las indicaciones de los asesores de campaña desde Ferraz. Malo si ha sido lo primero; peor, si lo segundo. El resultado penoso es que ya nunca más podrá postularse como adalid del cambio. Ha rendido pleitesía a Felipe y al felipismo. Pecado grave. Felipe González se preocupó en campaña sobre todo de descalificar al chavismo, no tan alejado como podría parecer de su propia concepción de la política, y el mecanismo de las viejas prácticas clientelares ha valido a su partido un colchón nada mullido pero efectivo de votos válidos para colocarlo como la opción mejor colocada entre las opositoras.
Añádase a lo anterior que el PP dispone de un porcentaje de votos suficiente para bloquear cualquier veleidad de cambio constitucional. Una eventual reforma de la ley magna habrá de aplazarse, salvo intervención milagrosa de santa Rita de Casia, hasta la siguiente legislatura, si el clima coadyuva y llega para entonces a nuestros campos el bienaventurado tiempo de las cerezas.
Mientras tanto el PSOE puede optar por tres estrategias. Una, buscar acuerdos con otras fuerzas políticas y sociales para promover, en el hemiciclo y fuera del mismo, iniciativas consensuadas de progreso capaces de superar la incómoda situación de bloqueo en la que han dejado las urnas a las instituciones. Dos, refugiarse en ese bloqueo y dejar transcurrir la legislatura en un ejercicio estéril de monopolio de la oposición parlamentaria ante los grupos restantes, manteniendo con el partido de un gobierno minoritario un duelo de tenores que será espeso y difícil de tragar por la ciudadanía, aunque dará al solista algunas oportunidades de lucimiento y de floritura. Tres, plegarse a la obvia solución numérica del jeroglífico mediante una “gran coalición” al estilo de las que se han practicado, con resultados poco brillantes en general, en otras latitudes. Sí, ya sé que César Luena y el propio Pedro Sánchez han anunciado un rechazo a la candidatura de Rajoy al gobierno y una oposición muy dura, pero solo estamos en el Day After. El discurso de la oposición roqueña siempre es el primero en aparecer en estas situaciones; el sacrificio “en favor de la gobernabilidad” aparece sin falta en una segunda instancia, acompañado por el “ya que no queda otro remedio”.
En todo caso, así se practicaba la triquiñuela en los tiempos de la vieja política. ¿No será un optimismo excesivo pensar que hoy las cosas han cambiado de raíz? Convengamos en que existen algunos motivos para el pesimismo.
 

domingo, 20 de diciembre de 2015

EL CAMBIO INGOBERNABLE


Apuro la jornada de reflexión a la antigua, es decir reflexionando, cuando ya todos hemos convenido en que, en la época de Twitter, la reflexión no significa nada, y la jornada, un elemento puramente descriptivo.
Siempre me han gustado de forma particular las obras literarias y/o cinematográficas que abordan el destino de las personas en un proceso de cambio colectivo profundo. Pongamos que hablo de Don Quijote, de El Gatopardo, de El doctor Jivago, de Bearn o la sala de les nines, de El hombre que mató a Liberty Valance … Pero también de historias que pueden parecer bastante menos trascendentes, como Gabriela, clavo y canela, una novela tan sabia como deliciosa de Jorge Amado, o el musical Cantando bajo la lluvia, jovial certificado de defunción del cine mudo.
Alonso Quijano, Liberty Valance o Lina Lamont  son antihéroes que se resisten al cambio en curso con todas sus fuerzas; su destino inevitable es ser vencidos. El conde Salina, el doctor Jivago, el vaquero Tom Doniphon o el restaurador sirio Nasir, en cambio, adivinan pronto que no es posible, ni sensato, enfrentar las fuerzas que empujan de forma imparable en una dirección nueva, y se suman al mainstream procurando, eso sí, minimizar los daños particulares que representa el proceso tanto para ellos mismos como para las personas de su entorno inmediato.
(Aborrezco en cambio de forma cordial, disculpen el paréntesis, otras obras que se refugian en una nostalgia quejumbrosa del antiguo estado de cosas, frente a la zafiedad de lo nuevo. Pondré solo un ejemplo ilustre, Historia de dos ciudades, de Charles Dickens. La leí de muy joven y la he releído hace dos o tres años, solo para reafirmar mi desagrado invencible.)
Hay una premisa invariable en todas las situaciones que describen esas obras. Para bien o para mal, el cambio social, cuando arranca de las raíces y sacude con su temblor telúrico las superestructuras, es imparable y es ingobernable. «Cambiarlo todo para que nada cambie» es una consigna fútil; pasados cinco, diez, veinte años, todo lo que se quería preservar a costa de ceder en lo accesorio, ha cambiado también.
Es distinto el caso de otros “cambios”, en ocasiones muy publicitados, que son simples oscilaciones del gusto y no cambian nada en realidad. Generan tan solo alternancias, reparaciones menores y retoques de orden estético, sin sustancia mayor que les dé suelo firme.
Estamos ahora en este país en un momento de cambio, pero aún no está claro si se trata de uno del primer tipo, o del segundo. El fin del bipartidismo puede ser, a fin de cuentas, bien poca cosa. O una idea más profunda y esencial atraviesa como una corriente eléctrica las capas de inercia y de rutina que se han ido acumulando y superponiendo a lo largo de cuarenta años de régimen democrático, o el cambio podría reducirse a cosmética. De momento, valga la salvedad. Porque los temblores sísmicos de la mutación gigantesca que está afectando a las sociedades postindustriales avanzadas, acabarán por arramblar también aquí con todo: el santo y la limosna.
De momento, pues, valga la salvedad y quede claro. Mientras seguimos reflexionando, y como aviso a navegantes, oigan la gran voz que ha dado (en el diario Público) mi amiga, y feminista apasionada, Berta Cao: «El cambio desde el patriarcado, no es cambio.»
 

viernes, 18 de diciembre de 2015

HIJOS DE STAR WARS


Voy a plantearles una chuchería del espíritu, a modo de hipótesis. No deben tomársela muy en serio, este blog tiene un carácter entre socarrón y lúdico, y por ahí van a ir los tiros. Tampoco hace falta que la descarten de antemano como deleznable. La cosa podría tener su miga.
Los hechos son los siguientes. Estamos viviendo una mutación gigantesca en nuestra forma de concebir (teoría) y de estar en (praxis) el mundo. Esta mutación arranca de transformaciones cuyo origen se situó en los primeros años setenta del siglo pasado, un verdadero punto de inflexión, y que cristalizaron en estructuras y superestructuras, tales como más o menos perduran hoy, ya al final del siglo, durante los años noventa. Me he referido en otro lugar (1) a esas transformaciones, algunas de las cuales se sitúan en un plano tecnológico (las TIC, tecnologías de la información y las comunicaciones), otras en un plano geopolítico y estratégico (derrumbe del “socialismo real”), y otras aún en un plano propiamente económico (mundialización del libre mercado capitalista).
Se abrieron así de par en par en los años noventa las puertas de una nueva época, y casi de inmediato compareció su profeta: un politólogo oscuro, Francis Fukuyama, que obtuvo en 1992 un éxito inmerecido de ventas y de influencia con un libro de análisis político, El final de la historia (The End of History and the Last Man). En dicho breviario de la modernidad aparecían ideas que rápidamente se convirtieron en tópicos: el “pensamiento único”, que dio pábulo a la creencia de que solo hay una forma de abordar los problemas económicos y sociales; el final de todas las guerras y los conflictos sociales, y el florecimiento futuro de un mundo regido en todas sus facetas por el cálculo privado (de opciones, de probabilidades, de balance coste-beneficio, etc.) en el que se realizaría tendencialmente la utopía marxiana de una sociedad sin clases, los estados como estructuras de poder caminarían hacia su extinción irreversible, y la historia, en tanto que movimiento colectivo hacia un punto omega de progreso y armonía, encontraría finalmente su culminación y su apoteosis.
Tan solo seis años más tarde, en 1998, vieron la luz otros dos libros, considerablemente más sólidos que el de Fukuyama, que exploraban algunos aspectos de lo que podríamos denominar el “lado oscuro” de aquella luminosa utopía, aspectos que empezaban a generar un sospechoso ruido de fondo, una sensación aguda de malestar en la cultura.
Esos dos libros, pioneros también en su género, fueron La ciudad del trabajo, de Bruno Trentin, y La corrosión del carácter, de Richard Sennett. Los dos tomaron como punto de partida las realidades negativas que conlleva el trabajo heterodirigido, algo que el “pensamiento único” considera una minucia desdeñable, un factor lateral y marginal que no influye en el resultado de la ecuación planteada.
He aquí, pues, la mutación en marcha, como una Luna que cruza el cielo nocturno mostrando a todos su cara luminosa y ocultando a la vista de los hombres su cara oscura. Es una nueva civilización la que nace, una civilización ya no bipolar sino global.
Toda nueva civilización requiere una epopeya que mitifique sus orígenes. Y ahí es donde planteo mi hipótesis descabellada. La Odisea o la Biblia de nuestro tiempo sería la saga de La guerra de las galaxias, el Star Wars firmado por George Lucas. Las fechas coinciden: la primera película de la serie, que en la cronología interna de la saga acabaría por colocarse en cuarto lugar, se estrenó en 1977, como un anticipo de ideas latentes acerca del futuro que esperaba a la humanidad; y la segunda trilogía, que reinventa los orígenes y proyecta el relato en un plano histórico más complejo, arrancó en 1999, ya con la mutación cristalizada. La tercera serie, cuyo primer capítulo se estrena por estas fechas, me importa menos, porque después de la venta de la “factoría Lucas”, hay muchas probabilidades de que se trate nada más de una secuela comercial.
Desconozco los detalles de la historia que se cuenta en esas seis películas. Supongo que se trata de algo que arrastra mucha ganga comercial (una película es siempre, a fin de cuentas, show business), estructurado en varios niveles que en alguna medida se contraponen y se contradicen. George Lucas tiene mi misma edad. Yo llevé a mis hijos a ver las dos primeras películas de la serie inicial, y me aburrí mucho. Estábamos en los años de la transición a la democracia, teníamos nuestros propios problemas, y no puse mayor atención a aquel galimatías con estética de marcianitos en el que la fuerza te acompañaba y uno de los personajes se parecía a un Jordi Pujol con orejas enormes.
No he visto los capítulos restantes. No sé, por consiguiente, si es posible establecer un paralelismo entre las vicisitudes de la saga y el gobierno concreto de las sociedades tecnológicas actuales. Pero no es ese el punto importante. Lo que habría prestado el nuevo Evangelio de San (George) Lucas a toda una generación es un imaginario, más que un relato: un mundo lleno de prodigios en el que el lado luminoso y el lado oscuro conviven en el interior de los héroes y se alternan en diferentes fases de fuerza y de debilidad relativas. En ese sentido, y con todas las salvedades que ustedes quieran interponer, todos nosotros (disculpen la generalización) seríamos hijos de Star Wars.
 


 

jueves, 17 de diciembre de 2015

UN PUÑETAZO NO ES UN ARGUMENTO


Habrá que explicar a ese muchacho de Pontevedra que apuñeó a Mariano Rajoy durante su recorrido callejero programado para la campaña electoral, que lo único positivo que tiene su gesto es la demostración “en negativo” de que, mal que bien, vivimos en democracia. En democracia son posibles, ya que no deseables, estas cosas; con Franco, no pasaban. Con Franco, una intentona de este género (porque habría quedado reducida a una intentona; los espesos y multiplicados cordones de seguridad que protegían al dictador habrían detenido al potencial agresor mucho antes de que tuviera a su objetivo al alcance del brazo extendido) le habría valido un consejo de guerra y previsiblemente un fusilamiento al amanecer.
Pero habrá que explicarle también a ese muchacho que su puñetazo nos ha dolido sobre todo a los que creemos en la política y no queremos a Mariano Rajoy. A quienes creemos que los puñetazos no son argumentos y mucho menos soluciones, y nos esforzamos en trabajar para obtener una cosecha de votos de regadío que empuje las cosas en una dirección distinta de la actual, abierta a otras realidades y alejada de la bronca.
A quienes sentimos que ciertamente algunos políticos no nos representan, pero un puñetazo nos representa todavía menos.
 

miércoles, 16 de diciembre de 2015

EL TRONERA Y LA SANTA


Informa el diario Público (no sé por qué los demás no recogen una noticia tan interesante) de que los tres ayuntamientos de mayor peso demográfico en el país han conseguido reducir su deuda 100 millones de euros en 100 días. El desglose es el siguiente: 54 millones (-0,6% sobre el total de la deuda) en el Madrid de Manuela Carmena, muy lastrado por las secuelas en tesorería de los sueños de grandeza de Gallardón; 34 m (-4,7%) en la Barcelona de Ada Colau, y 10 m (-1,3%) en la Valencia que fue de Rita Barberá y ahora gobierna Joan Ribó.
Resulta que otra política municipal sí era posible, a pesar de todo el viento que se nos había vendido en contra de tal idea. Hasta ahora, en la ponderada apreciación del escritor barcelonés Eduardo Mendoza, consustancial a la figura del alcalde era el gastar sin ton ni son y hacer el bandarra. La afirmación aparece en su novela La ciudad de los prodigios y se refiere en particular a los alcaldes de Barcelona. Cuenta el ilustre cronista, y sus palabras han de ser tenidas, por venir de quien vienen, como ciertas y fidedignas, que allá por 1927, estando la ciudad en obras para acoger la segunda Exposición Universal de su historia, la imagen de santa Eulalia, patrona de la ciudad, seriamente preocupada por la situación, decidió abandonar por unos minutos el pedestal que ocupaba en una capilla lateral de la catedral de Barcelona, se encaminó al cercano edificio del Ayuntamiento y entró en el despacho del alcalde don Darius Rumeu i Freixa, barón de Viver: «¡Ay, Darius, ya haréis de bestiezas entre todos!», apostrofó la santa al munícipe, según cuenta Mendoza.
El último de una larga saga de alcaldes barceloneses manirrotos y bon vivants ha sido hasta el momento Xavier Trias i Vidal de Llobatera, que lo fue por la desaparecida coalición Convergència i Unió. En estos días se está rasgando las vestiduras (Toni Farrés le habría recomendado como remedio un buen sastre) por la “infame” gestión de Colau, y aspira a convencer a sus compañeros de consistorio de que lo respalden en un voto de censura que coloque a la actual alcaldesa en la oposición de la que nunca debería, en su opinión, haber salido.
La historia se repite. En la versión actual, Trias encarna al barón de Viver, y Colau a santa Eulalia, dicho sea sin intención de ofender a ninguno de los dos.
 

martes, 15 de diciembre de 2015

REPONSABILIDAD SOCIAL Y RESPONSABILIDAD PENAL DE LAS EMPRESAS


El caso de los 72 talleres de confección clandestinos de Mataró, en los que unas 450 personas trabajaban en condiciones insalubres y penosas, con horarios agotadores, sin contrato, sin protección de ninguna clase y por un salario de 25 euros al día, es paradigmático del nuevo orden de funcionamiento de la economía global. Los talleres, controlados por la llamada “mafia china”, estaban integrados en una larga cadena de intermediarios y subcontrataciones que servía a la producción de un total de 363 marcas de empresas punteras tanto en el contexto español como en el internacional: Corte Inglés, Cortefiel, Inditex, Desigual, Punto Roma, entre ellas. La sentencia de la Audiencia de Barcelona no apreció ninguna responsabilidad ni en las empresas matrices, en ningún punto de la cadena de subcontratas, ni en el entramado mafioso que servía a dicha cadena; procesó tan solo a 6 de las 100 personas imputadas inicialmente, y ha acabado condenando a tres de ellas, y tan solo por delitos contra el derecho del trabajo cometidos en sus propios talleres (1). No será una sentencia que pase a los anales de la jurisprudencia.
En el nuevo orden económico global, la empresa se ha desmaterializado y se ha financiarizado. Era en el viejo orden un nudo de relaciones sólido, sin duda conflictual pero también de algún modo institucional, al que concurrían en posiciones jurídicas desiguales un empleador (el propietario, el patrono), un escalón directivo (la gerencia, el estamento técnico) y una fuerza de trabajo asalariada, subordinada (con frecuencia de forma ciega) al poder de mando de la dirección gerencial y técnica. No era un lugar idílico en ningún sentido, pero cada una de las partes participantes en la aventura común (en la “empresa”, en el sentido etimológico y prístino de la palabra) tenía reconocido un estatuto de derechos y deberes más o menos entrelazados y compensados. A mayor poder, mayor responsabilidad también, por más que fuera siempre una responsabilidad “limitada” para el propietario identificable o los accionistas anónimos de la sociedad.
La desmaterialización de la empresa supone tanto la fragmentación del lugar de trabajo como la externalización de las responsabilidades de todo tipo que antes asumía. Solo se mantiene la unidad de mando; por el contrario, la responsabilidad de los procesos de producción se deriva hacia la cadena de subcontratistas, y son estos los que asumen toda la carga que echan sobre sus hombros quienes les imponen condiciones leoninas en los porcentajes, las calidades, los plazos de entrega, etc. Por externalizar, también se externaliza la responsabilidad fiscal: al presentar imaginativamente sus balances, acogerse a exenciones peregrinas y evadir beneficios a filiales transfronterizas, muchas empresas incumplen sus obligaciones contributivas, de modo que la parte de financiación de los servicios públicos que disfrutan y dejan de pagar, viene a recaer, acrecida, sobre otros usuarios más indefensos.
De este modo, si antes, según una expresión de Norberto Bobbio, la democracia se había detenido a las puertas de la fábrica, ahora es la ley misma la que se ve excluida del ámbito de la empresa. La teoría muy en uso, importada de América, de la corporate governance, postula precisamente una “autorregulación” normativa de las empresas, sin que los aparatos del Estado, singularmente los tribunales, intervengan en sus procesos, conformados en todo a las leyes no escritas de los mercados.
La financiarización completa este nuevo marco teórico relativo a la empresa. A partir de la gran aceptación que han tenido en el pensamiento neoliberal los postulados de Hayek y de Milton Friedman, se considera mediante una ficción jurídica extraña e insostenible que los únicos propietarios de la empresa son los accionistas (en realidad, estos son solo propietarios de sus acciones, y no de todo el conglomerado de activos materiales e inmateriales de la empresa, que trascienden en mucho el valor en bolsa de su acción). El mayor beneficio de los accionistas ha pasado a ser entonces el objetivo máximo al que ha de tender la economía empresarial, y en consecuencia el norte invariable que ha de guiar en sus decisiones a gestores y directivos, considerados hoy “agentes” de los accionistas (agency theory). El factor trabajo en la empresa se ha convertido según la misma teoría en algo enteramente deleznable; se considera a los trabajadores heterodirigidos simples acreedores de la firma, y sus derechos en este sentido pasan a la cola detrás de otras prelaciones y preferencias.
La empresa ha pasado de este modo, de ser un agente económico consolidado en una perspectiva a medio y largo plazo, a comportarse como una mercadería más, cuyo precio se cotiza día a día en el mercado de capitales, es decir en la bolsa.
Todas las consideraciones anteriores, muy apresuradamente expuestas, y la línea de tendencia que vienen a marcar en el contexto del derecho del trabajo, el derecho de sociedades, el derecho penal, el derecho internacional privado y otras ramas jurídicas aún, son las que sustentan de forma tácita la sentencia de la Audiencia de Barcelona sobre los delitos flagrantes de Mataró, para los que no se ha sabido encontrar ni culpables ni responsables subsidiarios.
 
(1) En una nota informativa de CCOO-Industria e IndustriALL, que se personaron como acusación privada en el proceso, Isidor Boix ha denunciado la práctica impunidad que supone para los responsables de los hechos probados la sentencia de la Audiencia de Barcelona.