martes, 31 de mayo de 2022

OMBLIGUISMO

 


El río Guadalquivir, la Mezquita y el puente de Córdoba, un singular espacio de encuentro y de relación. Pasamos los días de las Jornadas de Perspectiva entre el hotel, en una orilla de ese puente, y el palacio de congresos en la otra. A veces cruzábamos el río amenizados por la banda sonora de una “Bella ciao” asesinada a golpe de acordeón.

 

Dos titulares de El País de hoy resultan reveladores de una situación largamente incubada. Los cito. Este es el primero: «El Estado central solo ejecutó el 36% de las inversiones presupuestadas en Cataluña y las duplicó en Madrid.» Es un dato incontestable, pero que no afecta solo a Cataluña; es ampliable en porcentajes variables al resto de las autonomías. No se trata de un hecho nuevo: Madrid aspira de forma recurrente recursos estatales presupuestados para otros lugares y nunca ejecutados.

Hay una sobrefinanciación endémica de Madrid-ciudad, derivada de su situación peculiar como capital. Madrid ejerce un monopolio estricto de la capitalidad de España, en una proporción mayor seguramente que en ningún otro Estado soberano del mundo. Una consecuencia de esa “dislocación” – permítanme llamarla así – es la asimilación o mimetismo que se establece entre la nación y el lugar geográfico en el que se concentran todos sus poderes constitucionales: Madrid “es” España, y España “es” Madrid, al modo de ver de muchos. El resto de la piel de toro somos “provincias”, y solo se nos visita en los bolos que la compañía teatral hace en verano con motivo de las fiestas mayores de los pueblos.

El dato ofrecido por El País podría hacer extensiva a muchas autonomías (descontadas las que tienen concierto económico) la pequeña obsesión de muchos catalanes de que “Madrid nos roba”. Hay otros elementos a considerar, sin embargo, y en particular la querencia de todas las autonomías a desentenderse de toda pretensión de dirigir la economía propia e incentivar las inversiones productivas, cosa que correspondería a su papel como parte del Estado. La partida principal de los presupuestos de las administraciones autónomas es siempre la relativa a los gastos corrientes: los salarios de gobernantes, funcionarios, parlamentarios y otros, entre ellos un buen número de asesores ampliamente prescindibles.

La pandemia expuso de forma descarnada esta querencia: las autonomías no querían, literalmente, enterarse de que tenían traspasadas las competencias en Sanidad. Descargaron sus responsabilidades sobre el Estado central, y se sintonizaron a sí mismas en modo víctima. Madrid consiguió de todas formas un montón de recursos más que el resto, y los utilizó como es sabido: la inversión faraónica en el Zendal, trufada de comisiones en “b”, e inservible desde el principio mismo; más pequeñas estafas “pa’l saco”, como el tocomocho de las mascarillas chinas del hermano de Ayuso.

Quizás ese mal ejemplo de Madrid, que absorbe recursos ajenos y los malgasta alegremente, sea la causa de lo que señala el segundo titular que espigo de la portada de El País: «El PP deja a Ayuso en un segundo plano en la campaña andaluza para mirar al centro.»  

No fotem, el PP no mira al centro si no es en el sentido de mirar a Madrid, que es de alguna manera mirarse su propio ombligo. Pero hay autonomías, como ocurre con la castellano-leonesa, la castellano-manchega y la murciana, que se consideran a sí mismas como hinterland madrileño, y actúan como tales. Son territorios vasallos de alguna manera de la capital, de la que han aprendido a depender para todo. Vox, la opción mas convencida de la equivalencia espiritual entre Madrid y España, galopa en libertad por los campos de las Castillas. La presencia de Ayuso en las campañas de estos territorios, que sus propios mandatarios conciben como el reposadero propicio para recoger las migajas caídas del mantel del banquete madrileño, puede evitar al PP un sorpasso por la derecha. En cambio en Andalucía, con mucho más territorio, población y recursos, el seguidismo de Madrid resultaría peligrosamente contraproducente, en el sentido de que el ombliguismo de la derecha madrileña podría chocar con el narcisismo de la derecha andaluza. Y el choque entre las dos idiosincrasias tendría tal vez consecuencias potenciales negativas para una opción política que se asienta en el suelo de una mano de obra famélica, desprotegida, fragmentada y sometida a la más absoluta subordinación.

 

lunes, 30 de mayo de 2022

EPÍLOGO DE JAVIER ARISTU

 


Pedro Jiménez Manzorro exhibe un cartel electoral de los años ochenta, con la candidatura electoral de Javier Aristu por el PCE sevillano. (Fuente, Facebook)

 

La presentación en Sevilla del libro póstumo de Javier Aristu (“Señoritos, viajeros y periodistas. Miradas sobre la Andalucía del siglo XX”, Comares 2022), que me llegó en vídeo a través de su hijo Carlos Aristu Ollero, me ha parecido apasionante. Mercedes de Paz, Manuel Pérez Yruela y Carlos Arenas Posadas cuentan muchas cosas llenas de interés, tanto sobre el libro como sobre el autor. Comparece al final la familia, y es un momento emocionante porque se siente la presencia del autor del libro, en un plano retirado si se quiere, pero determinante.

La charla es tanto más instructiva porque los andaluces se disponen en estos momentos a votar. A votar seguramente mal, según los pronósticos aireados.

Hay una cierta fatalidad en el hecho de que la izquierda solo sea capaz de superar sus querellas internas cuando el fascismo enseña los dientes; no, de ninguna manera, cuando solo enseña las orejas. La única consigna con la que los comunistas han conseguido aglutinar un frente amplio democrático, ha sido el antifascismo. A Hitler solo se le pudo parar históricamente con una política rigurosa y una economía de guerra respaldadas de forma disciplinada por unas poblaciones que asumieron sus objetivos colectivos vitales durante un instante, para después, pasado el peligro, optar por soluciones mucho más dispersas y templadas.

Ahora será un éxito, al parecer, que Vox no tenga los votos suficientes para imponer sus soluciones desde el gobierno andaluz. El resto, nada. En la alternativa que propone Aristu en el crucial capítulo V de su libro (“¿Tradicionales o modernos?”), los adivinos que leen el futuro en el vuelo de las aves nos avisan de que de nuevo se va a optar por la tradición. Como en tantas ocasiones anteriores, señaladas con el dedo o simplemente aludidas por Aristu a lo largo de su libro.

Manuel Pérez Yruela comenta, en su turno de presentación del libro, que el Epílogo, y en concreto el parágrafo dedicado a una conferencia de Pedro Cruz Villalón, con el que concluye toda la argumentación, se despega del conjunto del texto. No estoy del todo de acuerdo: yo no diría que se despega, sino que proyecta el texto en su conjunto a un nivel diferente.

El Epílogo está hecho muy a conciencia, muy pensado. Estimo posible que estuviera ya escrito antes que el libro mismo, y el discurso de este se encaminara hacia aquel como su conclusión natural. Cierto que entre ambos hay un hiato perceptible, pero podría haber ocurrido así debido a las prisas.

Javier Aristu nos dejó, en un libro que sabía que iba a ser el último suyo necesariamente, un mensaje completo. Con algunas elipsis, sin embargo. No alcanzó a escribir todos los “barbara celarent” de sus silogismos, y se limitó a insinuarlos de forma que su tesis general pudiera ser comprendida. El Epílogo es de algún modo la atalaya desde la que analizar el viaje de los andaluces hacia su Tierra Prometida; el punto fijo desde el que hace oscilar su peculiar péndulo de Foucault para tantear todos los ángulos posibles de su territorio.

Hay pruebas que abonan esta interpretación.

Por ejemplo, el Epílogo arranca con una cita de Paul Ricoeur, absolutamente transparente: «Lo que somos no es un bloque inmóvil, es producto de una historia de vida, enredada en la de los otros.»

Más aún. Se da un cierto espejismo debido al orden de los capítulos, porque el VI, dedicado a Manuel Halcón y su Manuela, está colocado como una especie de broche para cerrar con él el círculo de los “señoritos”. Pero el capítulo anterior, el crucial capítulo V, concluye con este aviso explícito: «La llamada cuestión andaluza debe empezar a analizarse y plantearse desde unos paradigmas nuevos que, a lo mejor y paradójicamente, se buscaron y rozaron en aquellos años sesenta entre otros por aquellos visitantes foráneos de los que hemos hablado en los primeros capítulos. Salvando la distancia, obviamente, de medio siglo. De esas nuevas realidades y deseos de nuevos paradigmas hablamos en el Epílogo con el que cerramos este ensayo.»

El primer parágrafo del Epílogo continúa el argumento anunciado: “Cuarenta años no son nada”. Después se abre un interrogante: “¿Andalucía subdesarrollada, Andalucía pobre?”. El último parágrafo, dedicado a Pedro Cruz Villalón y su lúcido análisis de la Constitución explicado en una conferencia de 1981, señala una falla estructural de la Constitución española (redactada, como es sabido, con tanta buena voluntad como apresuramiento para conjurar posibles rebotes totalitarios – que los hubo, justamente en el mismo año de la conferencia), que condena a España a adoptar la forma de un Estado fallido, con unas autonomías autocomplacientes, unos poderes ejecutivo, legislativo y judicial mal ensamblados, y la figura unificante y tutelar de una monarquía que nunca ha significado gran cosa y ahora además ha perdido de forma definitiva su pretendida imagen ejemplar.

Javier Aristu ve en el federalismo, como multiplicación de sinergias y reparto equitativo de tareas y de retribuciones, el posible remedio para una Andalucía vista, no como un bloque inmóvil, sino como una “historia de vida, enredada con la de otros”. Por ahí iban los Diálogos Cataluña-Andalucía, dedicados a cambiar el anatema recíproco entre los dos territorios por una colaboración capaz de convertirse en un impulso energético hacia un nuevo paradigma inclusivo de todos los españoles; por ahí iba, también, el “Nuevo Diagnóstico de Andalucía” en el que se empeñó junto a otros compañeros militantes en el amplio territorio de una izquierda plural.

A Javier nunca le gustó viajar solo.

 

jueves, 26 de mayo de 2022

MODERNIDAD Y CONTRADICCIÓN

 


Marshall Berman: filósofo, neoyorquino, marxista y judío, tal vez por este orden preciso de prelación.

 

Me he tropezado con la presencia de Marshall Berman, al releer el capítulo V de “Señoritos, viajeros y periodistas” (Comares, 2022), el libro que Javier Aristu consiguió concluir antes de marcharse “rompiendo el puro aire” y dejarnos a sus familiares y amigos desconsolados, perdidos en nuestras soledades.

No es casual que Javier colocara a Berman ahí. El capítulo se titula “¿Tradicionales o modernos?”, y a esa exacta disyuntiva es a la que se refiere el filósofo judío del Bronx en su obra más conocida, “Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la modernidad”.

El modernismo, sostiene Berman, es el intento de hombres y mujeres modernos de ser tanto sujetos como objeto de la modernización. Y contiene un ingrediente de contradicción o paradoja: está de un lado el deseo y la posibilidad real de superar las viejas esclavitudes sometidas a concepciones falsas del mundo, y de otro lado la desorientación (se ha perdido la certeza que proporcionaban los viejos y sólidos puntos cardinales de toda la vida) y el miedo de que los nuevos retos desemboquen en nuevas esclavitudes, de modo que todo lo que era sólido se desvanezca en el aire que ahora sopla con una fuerza imperiosa.

Quizá sea clarificador mencionar otra cita de la misma obra de Berman, que he encontrado en la Wikipedia: «Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos propone aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo, y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos y todo lo que somos…»

El rito de paso de lo antiguo conocido a lo moderno por conocer, incluye siempre una promesa y una amenaza. Gautama Buda – en un poema de Brecht – contó la experiencia del Nirvana como algo a lo que no querían arriesgarse los habitantes de una choza cuyo techo de paja había empezado a arder. Para renunciar a su comodidad efímera e insostenible, exigían, a quienes les avisaban del peligro, pruebas de que se encontrarían mejor a la intemperie. Gramsci, por su parte, explicó la dificultad de la lucha contra un fascismo al que los italianos se habían ido acomodando, con una parábola del mismo orden que la de Buda: lo viejo se resiste a morir, lo nuevo pugna por nacer, y en la penumbra de ese tránsito surgen monstruos.

Javier Aristu cita a Berman para referirse a la situación andaluza en los años setenta, cuando nuevas realidades, y de forma destacada el masivo éxodo rural, impusieron cambios drásticos en el viejo orden de una economía eminentemente agraria. La cuestión del control de esos cambios urgentes se convirtió en lo más importante, y como corolario se impuso el mantenimiento intacto de la anterior jerarquía en la nueva situación..., y no se resolvió nada.

Pero la reflexión de Berman y la cita de Aristu son también aplicables en un contexto distinto, en el que ahora nos encontramos no solo los andaluces, sino en general todos los que ocupamos un lugar en la aldea global.

Entre el ocaso del viejo orden bipolar, armamentista, hostil y amurallado, y el nacimiento de un mundo nuevo, pacífico, solidario, interconectado, libre y autónomo, han surgido monstruos, de forma nada casual. La financiarización, un retorcimiento meramente extractivo e improductivo de la economía, produjo el gran crac de la fortaleza económica global a partir de la suspensión de pagos de Lehmann Brothers. El abandono de la sanidad pública, unido al descuido en el tratamiento de posibles focos de contaminación situados en la periferia marginal de un mundo desigual, desencadenó el asalto imparable de gérmenes poco estudiados (sida, coronavirus) a la ciudadela teóricamente aséptica del centro del imperio. La implosión del imperio soviético, que tuvo causas propias y específicas, provocó una reacción eufórica y errónea en las potencias occidentales, que creyeron haber ganado la guerra fría. Fukuyama decretó el fin de la historia, y Blair el fin de la clase obrera. Pero no hubo un fin de la carrera de armamentos ni de la política de disuasión: la historia “finalizada” trajo nuevos episodios conflictivos como las Torres gemelas, la guerra de Irak, la de Siria, y ahora mismo, en el corazón de Europa, la de Ucrania. La sustitución de la Libertad por el Vasallaje, de la Igualdad por la Dominación, y de la Fraternidad por el Egoísmo, ha desembocado en el cierre en falso de todos los problemas – los monstruos – que han ido apareciendo en nuestra época de transición.

Urge reconsiderar las opciones, aprontar los remedios, abrir de par en par las puertas de un futuro que se ofrece, a pesar de todo, prometedor. Hay incertidumbres más allá, pero están coloreadas por la esperanza. Es hora de que todo lo que ha sido sólido, y además dañino, se desvanezca ya en el aire.

 

martes, 24 de mayo de 2022

SEGUNDA FLORACIÓN DEL COGOLLITO

 


Il y a péril à la demeure…

G. BRASSENS, “Concurrence déloyale”

 

La reciente ola de nostalgia por los bellos tiempos, que ha provocado en algunos el fugaz paso del Emérito entre la regata y la Zarzuela, ha traído de regreso a mi blog el término “cogollito” (“… teniendo como único paño de lágrimas el cogollito de toda la vida…”, en Crepúsculo de los dioses, ayer mismo).

Desconozco dónde nació el término, pero sí estoy seguro de que yo personalmente lo adquirí en la lectura de una novela de Manuel Longares, “Romanticismo” (Alfaguara, 2001), estructurada en torno a las fechas inmediatamente anteriores y posteriores a la muerte del Caudillo.

He recurrido al libro para documentar mejor mi recuerdo. Si no se me ha pasado nada por alto, el término “cogollito” aparece por primera vez en la página 75, cuando dos amigas charlan en la cafetería Balmoral «… de las barrabasadas de esos rijosos con queridas de campeonato que eran el garbanzo negro de las familias del cogollito, en expresión de Caty Labaig.»

En esa frase se contiene ya todo lo que es necesario saber del cogollito, pero no me resisto a añadir otra cita un poco anterior, que se refiere a la reacción de ese mundillo, muy chico y herméticamente encerrado en sus privilegios, cuando a finales de octubre del 75 corre de pronto por el barrio de Salamanca el rumor de que Franco, sin dar muestras del menor escrúpulo, ha decidido morirse definitivamente, dejándolos a todos ellos en la estacada.

«–Si viviera el padre Altuna –insistió Pía …– sabríamos a qué atenernos.

–Te diré lo que nos diría el padre Altuna, Piorra: al rendir su alma a Dios y cuando nada le costaba quedar bien, el Caudillo nos vende a cuatro desagradecidos.

Y resbalando la vista por los cuadros de caza de la cafetería, Fela sentenció con otro suspiro de coloso:

–España será un cataclismo, una hecatombe y una sarracina. Pero mi dinero no lo tocan.

Impresionada por el ardor de su amiga, Pía vació su trastorno en una perplejidad sin respuesta:

–¿Qué van a hacer con nosotros estos hijos de su madre?»

 

Las conclusiones que cabe extraer de esta primera aproximación al concepto, son dos: la primera, el cogollito procede directamente de una estructura de clases inveterada, ya bien asentada entre nosotros en el tiempo del franquismo sociológico. La segunda, es que por lo general el cogollito vive y deja vivir sin interesarse demasiado por las cuestiones que no atañen directamente a la clase social y a la religión del dinero. Pero aflora a la superficie de la vida política en momentos de gran tribulación, con el objetivo de devolver las aguas desbordadas a su cauce natural.

Ayer escuché lo que podríamos llamar síntesis del cogollitismo en una intervención radiofónica de Tamara Falcó. Tamara prefería claramente el Borbón anterior al presente; curiosamente, en su anterior floración en torno al hecho biológico de Franco, la generación precedente también antepuso a otro Borbón (Dampierre) al oficialmente designado como sucesor del franquismo a título de rey; y antes aún, los Borbón-Parma fueron preferidos por el cogollo bien pensante al caos provocado por la legítima reina Isabel de Borbón, siempre necesitada de espadones protectores para salvaguardar los derechos del Trono.

El cogollito llama libertad a sus privilegios y patria a su dinero, por lo común mayormente evadido. Una tercera nota característica, no del todo accidental, es la presencia constante a su lado de un confesor o director espiritual, un "padre Altuna" que orienta a su grey sobre cómo debe pensar.

Desde este esquema interpretativo, la situación actual proviene de una gran alarma para las élites neoconservadoras. Estas se han conjurado contra un gobierno (“esos hijos de su madre”) que gestiona nuevos derechos para las clases inferiores, y amenaza con cobrar impuestos a la gente de bien que jamás en la vida los había pagado, salvo ese tantico imprescindible para mantener el decoro y la pedagogía ante los humildes.

Los arcángeles de Vox son los nuevos espadones en los que el cogollito, no sin remilgos dado que son gente sobrevenida y no de toda la vida, fía para contener la furia de la plebe y volver las aguas a su cauce.

Desentiéndanse de las llamadas, desde la derecha, a la democracia y a la libertad. Son cortinas de humo. Después de Franco, suspiran por volver a la corte de los milagros de la España decimonónica.  

 

lunes, 23 de mayo de 2022

CREPÚSCULO DE LOS DIOSES

 


Brunilda se despide de Sigfrido. Imagen de “El crepúsculo de los dioses”, por Arthur Rackham. Fuente, Wikipedia.

 

Tuvo razón, y al mismo tiempo se equivocó grave e irreversiblemente, el Emérito al repreguntar «¿Explicaciones de qué?», literalmente, a una periodista que le había preguntado si tenía intención de dar explicaciones a los españoles.

Tuvo razón porque todo está claro y meridiano, las explicaciones sobran. Decir, por ejemplo, “No es lo que parece”, habría tenido un recorrido cortísimo; y repetir el compungido “No lo volveré a hacer” no añadiría nada a una situación en la cual, en efecto, el ciudadano Borbón no puede volver a hacer lo que hizo porque ya no ocupa la misma posición en el círculo de los privilegiados de este mundo. Su mediación comercial no vale un pimiento, el palco del Bernabéu ya no le acoge, su único paño de lágrimas es el cogollito de toda la vida, ampliado eventualmente por unos cientos de descerebrados y estómagos agradecidos dispuestos a hacer unas horas extra mal pagadas en Sanxenxo dando los gritos de rigor.

El problema del Emérito está en que, si bien su persona ya no se representa más que a sí misma, su circunstancia sigue íntimamente ligada a la institución que encabezó en su momento. Esa es la razón última de su querencia hacia determinados vectores de negocios situados aún a su alcance, ya sean regatas o bien recepciones en la Zarzuela.

Juan Carlos está reclamando un espacio de mayor libertad para sí mismo, le ocurra lo que le ocurra a la institución a la que está ligado. Lo mismo le sucede a Ayuso en una situación muy escasamente comparable, sin embargo. El punto de coincidencia es que los dos reclaman para sus personas individuales una capacidad de actuar ilimitada e irresponsable en un ámbito que no es privado, sino público, y que por consiguiente va en deterioro de la función social representativa que teóricamente habrían de desempeñar.

Puede que, a él y a ella, esa cuestión no les importe. De Ayuso sabemos ya que es una ácrata al frente de una institución política seria; de Borbón y Borbón cabría sospechar que es criptorrepublicano. La explicación más sencilla, sin embargo, en ambos casos es su adhesión a la “doctrina Pompadour”. Madame, según se cuenta en los mentideros, vio a su amante Luis XV muy afectado por la desastrosa derrota de las tropas francesas en Rossbach (1757), y le recomendó: «No vale la pena que os preocupéis, podríais enfermar. Después de nosotros, el Diluvio.»

No vino el diluvio, pero sí la República. Y esa es la razón última de que el desplante pandillero, del ex monarca ante la periodista, preocupe en el Walhalla, quiero decir en la Zarzuela. Allí saben que el crepúsculo (Dämmerung) empezó con la muerte de Sigfrido, y acabó con la desaparición de todos los dioses sin faltar uno. Al argumento le puso Richard Wagner una música sublime que yo aborrezco. Qué quieren, prefiero con mucho las notas simplonas de “La Marsellesa”.

 

sábado, 21 de mayo de 2022

DESDE EL ARREBATO


 

Podría ser Alberto Núñez Feijoo, pero no; es otro jugador de póquer de farol. (Kylian Mbappé. Fuente, COPE).

 

Feijoo ha bendecido públicamente el arrebato de Ayuso: «Desde hoy, Isabel, tú y tu equipo sois más libres.»

Mejor no preguntar qué significa en el contexto actual ser más libres. Mejor no indagar en lo que pensaba Don Alberto al pronunciar (¿a regañadientes, quizás?) esas palabras. El tono es bíblico: “Tú no eres Pedro, pero sobre esta no piedra tengo la intención de edificar mi iglesia”. El sentido de lo que se otorga a Isabel, resulta muy dudoso. ¿Por qué es hoy Isabel más libre que ayer? Feijoo finge que Vox no existe, o no cuenta, o se mueve en la insignificancia. Finge sobre todo que no existe en este país un gobierno constituido con plenos poderes de gobierno.

Le gusta a Feijoo adoptar poses de Dios en el Sinaí. Ha tomado la forma metafórica de una zarza ardiendo, de un arrebato de fuego, y pronuncia palabras enigmáticas: Yo Soy el que Soy, ahí queda eso. Tú, Isabel, eres Más Libre. Eres libre de adorar el becerro de oro, como está haciendo el Puebli Elegido allá abajo, en la terraza de un bareto de copas. Todo se andará con el tiempo, yo mediante, y gracias a mucho voto de aluvión.

Casado fue defenestrado porque en su divina impaciencia estaba decidido a imponer un cierto orden (relativo) a los acontecimientos. Feijoo ha elegido la inacción premeditada, subir las apuestas y dar largas. Más o menos la misma táctica que le ha dado tan buen resultado a Mbappé. A veces les sale bien a jugadores de póquer con la sangre muy fría. Se llama farol.

Feijoo calla demasiadas cosas, y pasa de puntillas sobre demasiadas más. Ayuso tiene muchos esqueletos encerrados en sus armarios, y algunos han empezado ya a aparecer a la vista del respetable público. No importa, mirando a otro lado, todo vuelve por sí mismo a la lógica escueta del arrebato. El tiempo no pasa, las denuncias no avanzan, el poder judicial no se renueva, el líder transfigurado puede estar subiendo la escalera, pero también podría estar bajándola.

En el otro lado de la trinchera, urge SUMAR. Parece de cajón añadir que se ha de sumar con el PSOE, y no contra el PSOE. Pero no parece que todos lo tengan así de claro. El arrebato que viene soplando fuerte desde el cuadrante de la derecha, está afectando también, por lo que se ve, a las filas diezmadas de ciertas izquierdas. Aquí también se recrea la suerte del lance afarolado.

Sería preferible SUMAR a todas/os los que estén dispuestos a embarcarse en una política razonable de las cosas, aislar a los corruptos y dejar los arrebatos de fuego para momentos menos críticos.

 

jueves, 19 de mayo de 2022

EL HARCA DE AB-DEL-KRIM


Javier Aristu Mondragón. Fotografía colgada en Facebook por su hijo Carlos Aristu Ollero.

 

Ayer me trajo el cartero un paquete con un ejemplar del libro “Señoritos, viajeros y periodistas. Miradas sobre la Andalucía del siglo XX” (Comares, 2022), el estudio sobre Andalucía y los andaluces que a duras penas consiguió acabar Javier Aristu antes de rendir el tributo común de los mortales a la naturaleza. Debo el envío a la impagable amistad de Cuca Ollero, compañera de Javier a lo largo de cincuenta años de multitud de peripecias en común. Me siento gratificado por su amistad. Creo de justicia añadir que sin la ayuda y colaboración eficaz de Ana Aristu Ollero, hija de ambos, la carrera “contra el reloj” de la finalización del libro de Javier tal vez no habría llegado a culminar.

Pues bien, me he puesto a releer en el papel las páginas que solo conocía en soporte electrónico. El prólogo de Antonio Muñoz Molina, inédito para mí, me ha parecido excelente. Y entre los “señoritos”, los viajeros y los periodistas que a lo largo del libro especulan o desentrañan la realidad andaluza, me ha conmovido en particular el capítulo 2, “La harca de Ab-del-Krim”, calificativo ominoso y burlón con el que fueron señalados los catedráticos “institucionistas”, término que significa que estaban próximos en mayor o menor medida a la Institución Libre de Enseñanza; o dicho de otro modo, que fueron masones y ateos, según los “cenizos bien pensantes”, como los calificó Ramón Carande al evocar la época de la guerra de Marruecos.

No fue cosa de broma. Seis profesores de la pequeña Universidad de Granada (cinco catedráticos y un profesor auxiliar) fueron fusilados en el verano del 36, hecho terrible que extiende y agrava el crimen de que fue víctima Federico García Lorca, achacado todavía por algunos a venganzas privadas. No. Lo que hubo fue una represión institucionalizada de la disidencia cultural, que no se ajustaba a los parámetros oficiales establecidos para una España eterna y una Andalucía inmemorial. En Sevilla no hubo ejecuciones, pero sí persecuciones, expulsiones, incautaciones, que amargaron la vida y el trabajo de investigación de muchos intelectuales relacionados con la Universidad.

Aristu resigue en este capítulo la trayectoria de un rezagado de la harca, Francisco Márquez Villanueva, que se doctoró por la Universidad de Sevilla en 1958 y fue vetado para ocupar plaza de titular en la misma en 1959, por intervención directa del rector a petición de un “arzobispo ruin”, según explicó el propio Márquez años después a la periodista Charo Ramos. Márquez hubo de optar finalmente por el exilio, y encontró cobijo en Harvard, donde desarrolló una carrera brillante y se hizo inseparable de Américo Castro, otro andaluz (de Huétor-Tájar, aunque nacido en Brasil) corrido a hisopazos por la curia eclesiástica.

La peripecia de Márquez sirve a Aristu para hurgar en esa uniformización cultural que fue sintetizada con dos adjetivos (mentirosos los dos) por el “señorito” poeta José María Pemán: «Andalucía, cristiana y senequista». La imagen tópica no es exclusiva de los andaluces, sin embargo. El español era, según la misma leyenda áurea, “mitad monje, mitad soldado”, contrarreformista “a machamartillo”, participante en una esencia y una "raza" decantadas a lo largo de los siglos e invariables para la eternidad. Julio Caro Baroja intuyó la extensión potencial de ciertas disquisiciones mitológicas sobre la raza, al hablar de una “historia mágica”. Cito a don Julio desde el propio libro de Aristu (pág. 32): «Los “vascos profesionales” y “confesionales” siguen creyendo que Amaya o cosas por el estilo encierran el secreto de su ser. Al vasco de cartón piedra le interesan las novelas de cartón piedra y los espectáculos del mismo material. Pero acaso le pasa lo mismo al castellano, al catalán o al andaluz.»

Historia mágica e inquisición religiosa, tales son los dos elementos que infectaban en los años azules del franquismo la vida cultural en una Universidad andaluza integrista, hegemonizada por el Opus Dei, en la que el sentido profundo de ser andaluz (o español) era ser católico, ortodoxo, rigurosamente dogmático.

No fue el “enemigo” tanto el comunismo, entonces, como la heterodoxia. Acusar al discrepante de comunista era una muletilla, pero lo que se buscó, y se consiguió mediante cientos de miles de muertes y millones de exilios, fue esa Unidad con mayúscula de España en torno a la Religión, la Milicia, la Monarquía y la Jerarquía.

Ha pasado el agua bajo los puentes, pero las ideas siguen imperturbables, “impasible el ademán”, en España y muy en concreto, ahora mismo, en Andalucía. El mensaje último de este estudio admirablemente trazado por Javier Aristu es oportuno: los mismos perros están reapareciendo con distintos collares, y a la imposición despótica de una horma asfixiante le llaman libertad.

   

miércoles, 18 de mayo de 2022

LA FORMA DEL MUNDO

 


Vía Internet me llega la noticia de la celebración del Día Mundial de Internet, ayer 17 de mayo.

Nada que objetar. Más difícil – mucho más – sería elegir un Día Mundial Sin Internet. La world wide web (www) se nos ha hecho absolutamente indispensable. Conectarme es casi lo primero que hago por la mañana; desconectarme, casi la última operación antes de dormir. Y al cumplir con ambos protocolos, soy consciente de estar comportándome igual que prácticamente la totalidad de la parte privilegiada de la humanidad, es decir, de la que agrupa a quienes tenemos acceso directo y fácil a la red de redes.

Internet trae, desde luego, montones de inconvenientes añadidos, y da voz a un montón de gaznápiros a los que no deseamos escuchar. Genera un ruido estruendoso, en la peor acepción de la palabra “ruido”. Pero nos ha permitido proyectarnos en un ciberespacio que antes no estaba a nuestro alcance, porque ni siquiera existía.

Internet ha cambiado la forma del mundo. Posiblemente hemos atravesado con ella un umbral histórico, y ya no nos encontramos en la Edad Contemporánea sino, digamos, en la Poscontemporánea, o algo así. Lo decidirán los historiadores futuros, en su momento.

Internet ha descolocado los puntos cardinales del mundo como era, ha revolucionado sus prioridades, ha aproximado lo que antes estaba lejano y alejado lo que estaba próximo. Ha cambiado la forma de emprender y de trabajar, ha creado nuevas formas de diversión y nuevos espacios de ocio y de creación.

Ha cambiado la vida.

¿Para mejor o para peor? Para mejor en el largo plazo, y para mejor y peor también en lo inmediato, diría yo. El mundo digital es tan tremendamente adictivo que crea ilusiones desmesuradas, espejismos de gigantes donde solo hay molinos. Vivir “con” Internet es, diría yo, práctico, cómodo y en cierto modo inevitable; vivir “en” Internet, perderse en sus recovecos, sus fakes y sus posverdades, resulta en cambio absolutamente desaconsejable.

San Jerónimo, según la leyenda, iba siempre acompañado por un león manso y agradecido, que lo seguía a todas partes y escuchaba con atención y respeto sus predicaciones y sus reflexiones filosóficas. Aquello fue una “simbiosis” admirable y muy útil para ambas partes, desde la premisa siguiente: el santo seguía siendo santo, y el león, león. Nunca intentaron intercambiar sus papeles.

Con Internet viene a ocurrir otro tanto. Bienvenida sea la red de redes a nuestra vida, siempre y cuando nuestra vida siga siendo nuestra.


lunes, 16 de mayo de 2022

UN PROYECTO DE LARGO ALIENTO

 


Carolina Ortiz, secretaria de Organización de la FSC de CCOO-Andalucía, entre los dos ponentes del Diálogo inaugural de las Jornadas de Córdoba: Daniel Bernabé y Unai Sordo (este, en el uso de la palabra).

 

Un diálogo de alto voltaje dio comienzo a los trabajos de las Jornadas de Perspectiva en Córdoba. Daniel Bernabé habló desde el afuera de la organización; Unai Sordo, desde el adentro. El primero nos contó cómo nos han visto y cómo nos ven, desde la sociedad; el segundo reflexionó sobre cómo nos vemos nosotros a nosotros mismos. El título de la sesión era «Pasado, presente y futuro: sindicalismo y avance democrático». Lo que se dijo respondió plenamente a la expectación. Esta es mi tercera entrega sobre las Jornadas. Las dos anteriores las encontrará el lector curioso en:

http://vamosapuntoycontrapunto.blogspot.com/2022/05/la-revolucion-de-los-cuidados.html, y

http://vamosapuntoycontrapunto.blogspot.com/2022/05/la-cofradia-de-la-regla-dolorosa.html

 

Daniel y Unai hablaron de reconstrucción. El sindicato ha sobrevivido felizmente a un cataclismo, en el curso del cual distintos poderes fácticos y mediáticos han profetizado su desaparición inminente. Los muertos que ellos mataban gozan de buena salud, sin embargo. No es el sindicato lo que es preciso reconstruir, entonces, sino una realidad mucho más amplia y también más ardua: el trabajo, el valor del trabajo, su lugar central en un mundo y en una política globalizados.

Trabajo “decente”, o digno, enriquecido con valores de ciudadanía en una sociedad democrática e inclusiva.

De eso se trata, y es un proyecto de largo aliento. Su plasmación se prevé difícil, y el sindicato – los sindicatos democráticos, todos juntos en la medida de lo posible – no están en condiciones de hacerlo avanzar con sus solas fuerzas. Los obstáculos son muy grandes, y algunos de ellos están situados en el interior del propio activo sindical.

Habló Unai de la reforma laboral (RL), un proceso complejo que se está abordando a partir de una convergencia singular de vectores políticos y sociales confrontados por regla general. La RL es un logro inédito, señaló Unai. En ninguna de las reformas anteriores se había dado uno siquiera de los avances actuales en la condición concreta de las/los trabajadoras/es. Se iba marcha atrás y ahora se está en la dirección contraria, adelante de forma inequívoca.

Es sabido, sin embargo, cómo ha sido votada la ley a su paso por el Congreso.

Aún más serio, quizás, es el hecho de que el calado, la profundidad social de las reformas, no esté siendo bien comprendido en el seno del activo sindical. Unai confesó haber tropezado con una incomprensión de buena fe pero grave, en algunas reuniones internas en las que explicaba la RL. Transcribo los apuntes que tomé de sus palabras, excusándome de antemano por cualquier imprecisión o incomprensión mía: «Se aplauden las ventajas concretas alcanzadas. Pero no se entiende que no se trata de “venderlas” como se vende un producto a la clientela, sino de hacer que funcionen desde abajo, de modo que los nuevos derechos generen un empoderamiento de los trabajadores.»

Subrayo la utilización del término “empoderamiento”, que vivió entre nosotros una moda efímera hace algunos años, y que ha desaparecido casi del todo de la literatura usual. El empoderamiento real es, en este caso, la clave de bóveda del proyecto.

Dicho de otra forma, las reformas no valdrán si no alcanzan a cambiar también, por dentro y desde abajo, a sus beneficiarios los trabajadores.

Permítanme una digresión para terminar. El sindicato, en tanto que instituto de mediación sociopolítica, ha tropezado históricamente con dos trabas importantes: la primera es el corporativismo disfrazado de ultrademocracia, en el ámbito reducido de una asamblea de fábrica. Dar “todo el poder” a la asamblea es una forma rápida de equivocarse, porque la conciencia de clase es algo infinitamente más grande, más complejo y delicado que la conciencia de fábrica.

En empresas pequeñas, en cambio, es más frecuente una dificultad simétricamente distinta, el utilitarismo. Puede ser descrita así: “El sindicato nos resulta útil porque llega adonde no podemos llegar nosotros; pero de todo lo que nos plantea y nos ofrece, vamos a tomar solo aquello que nos conviene, y dejaremos pudorosamente en la bandeja el resto: es decir, las concesiones, las contrapartidas, los sacrificios.

Sin embargo, todo eso es necesario también para avanzar. Todo forma parte de la democracia real que deseamos.

 

domingo, 15 de mayo de 2022

LA COFRADÍA DE LA REGLA DOLOROSA

 


Icono antiguo con la Virgen María traspasada por los Siete Dolores.

 

Continúo con mis reflexiones (meramente personales, nadie se llame a engaño y tome estos garabatos por un boletín oficial) en torno a las “Jornadas de Perspectiva” celebradas en Córdoba del 10 al 12 de mayo. Encuentran la primera entrega en http://vamosapuntoycontrapunto.blogspot.com/2022/05/la-revolucion-de-los-cuidados.html.

 

“Libertad” es un término con un significado distinto para la izquierda y para la derecha. Con “igualdad”, ocurre lo mismo. Macarena Olona estima que la normativa de descansos preceptivos en las menstruaciones dolorosas es insultante para las mujeres trabajadoras, porque establece una diferencia con los varones. Las mujeres, dice Olona, tienen la capacidad de absorber y asumir su dolor, y mantener a pesar de todo un alto ritmo de trabajo. Las mujeres, debe de pensar Olona, son muy capaces de ser tan hombres como el que más.

La pregunta entonces es si tal cosa tiene algún sentido, y si conduce a alguna parte. La Santa Madre Iglesia ya se ha jinchado a través de los siglos de recordar a diestro y siniestro que la esencia de la feminidad es el sacrificio y la abnegación. Hay imágenes en las que María aparece como una tragasables profesional. A muchas/os el mensaje se nos ha atragantado, y estamos hasta los ovarios de tales sublimaciones subliminales.

Lo que hay de cierto en ese tema vidrioso – y aquí entro ya en la reflexión sindical –, es que en el actual sistema de producción y de servicios, la fuerza de trabajo es un elemento abstracto y fungible, un objeto de usar y tirar, sin atributos definidos. Un fondo de armario al que se recurre cuando surge una necesidad y que se tira cuando ha cumplido su papel, sin remordimientos, desde la conciencia de que el armario seguirá bien provisto de material adecuado para las futuras necesidades potenciales del empleador.

Dicho más claro y por derecho, para el capital la fuerza de trabajo no tiene género. Y si se empeña en tenerlo, está obligada a asumir los inconvenientes inherentes: “cornuda y pagar el gasto”, por decirlo de alguna manera. Me estoy refiriendo a un salario reducido, menores posibilidades de promoción laboral, perspectivas más grises en el staff de la compañía, etc.

Invisibilidad, también. Tal como declaró en una ocasión Julio César, la mujer no solo debe ser invisible (él dijo “honesta”), sino además parecerlo. La regla dolorosa, entonces, debe quedar rigurosamente oculta a la vista, de modo que no afecte a los estándares de eficiencia de la empresa ni al desarrollo plácido de las reuniones de los consejos de dirección. Una regla dolorosa demasiado visible podría tener efectos negativos deplorables en la imagen de una compañía ante sus accionistas.

Etcétera.

Desde una visión de izquierda, entonces, existe una correlación rigurosa entre feminismo, igualdad, libertad y socialismo. El sindicato debe ser feminista, la izquierda debe ser feminista, la revolución socialista debe ser feminista. O no ser.

(Begoña Marugán, socióloga adjunta a la Secretaría confederal de la Mujer, lo expresó así desde la ponencia, en Córdoba: «Soy feminista, soy socialista y soy revolucionaria. Pero la revolución por la que apuesto es la socialista, no la feminista.» Más claro, agua. Una revolución solo feminista, que dejara intactas las restantes estructuras de dominación, no cumpliría sus objetivos reales.)

Sería un error, y así se nos explicó en las Jornadas, confundir la igualdad de género con la paridad en los órganos de dirección; esta última, que es buena, debe ir más bien en función de las capacidades.

Tampoco se alcanza la igualdad “solo” mediante la conciliación en el trabajo, todo y ser este un objetivo importantísimo porque el sistema productivo, tal como está implantado según las férreas leyes del mercado, produce ciudadanos/as demediados y esquizofrénicos.

La igualdad de género contiene necesariamente otro ingrediente, que es la libertad de cada cual para realizarse como persona en todas sus dimensiones.

En esa batalla está el sindicato, porque este es ya el sindicato de los derechos, no el de las categorías profesionales y las retribuciones salariales. “Feminizar” el sindicato, una consigna chocante a primera vista, significa asumir las reivindicaciones específicamente femeninas para crear en las relaciones laborales un espacio de libertad necesario para generar una igualdad efectiva de oportunidades entre quienes son diferentes por naturaleza.

Y olvídense para siempre de las antañonas Cofradías de Sufridoras de la Regla Dolorosa.

 

sábado, 14 de mayo de 2022

LA REVOLUCIÓN DE LOS CUIDADOS

 


Lampadedromía. Encendido en Olimpia de la antorcha que miles de participantes, varones y mujeres, jóvenes y ancianos, válidos y minusválidos, famosos y anónimos, llevarán en una larga carrera de relevos hasta el pebetero que presidirá los siguientes Juegos.

 

Pienso dedicar algunas entradas de este blog a lo escuchado y asimilado en las III Jornadas de Perspectiva, celebradas en Córdoba. Ayer me puse a emborronar cuartillas (metafóricas, trabajo con la pantalla), pero quise poner tantas cosas juntas que acabé por hacerme un lío. Seguiré entonces mi técnica habitual basada en el contrapunto, el puntillismo y el ningún afán de agotar la materia, porque para eso siempre quedan entradas futuras en reserva.

Ahondaré un poco en el lema de las Jornadas, “Democracia y transformación social”, y también tengo intención de sacar punta a un tema que señaló Unai en su magnífico discurso de obertura. Quiero decir algo también sobre el feminismo, que nos brindó algunos de los mejores momentos de reflexión de las Jornadas. Otros temas tendrán también, tal vez, su momento de comentario. Como preámbulo, he elegido una cuestión traída un poco por los pelos, pero importantísima: la revolución de los cuidados.

 

Esto es lo que nos dijo María Eugenia Palop, eurodiputada por Unidas Podemos, en una intervención algo trepidante debido a las prisas por tomar un avión que la había de llevar a su escaño en Bruselas: «La revolución de los cuidados supone una transformación en el mundo del trabajo. Los cuidados están en el sector público y en el privado, en la economía formal y la informal. Rompen todos los límites y todos los esquemas.»

La cita no es literal, es lo que anoté de su discurso, que tuvo un antes y un después de esa afirmación. Pero es que, el día antes, yo había estado rumiando alrededor del mismo tema a partir de la lectura de la última página de El País, mientras un tren de alta velocidad nos transportaba de Barcelona a Córdoba. Se trataba de una entrevista de Javier Salas a María Martinón-Torres, paleoantropóloga que dirige en Burgos el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana. María ha publicado un libro, “Homo Imperfectus” (Destino), y a mí me pareció “perfectus” el título, y muy sensata la afirmación que ella deja caer durante la entrevista: «El individualismo tiene un recorrido muy corto en esta especie» (la humana, se entiende).

Así argumenta María su anterior afirmación, y este es el punto de contacto con lo que nos contó María Eugenia sobre la revolución de los cuidados: «Vivimos más años no para tener hijos, sino para cuidar de los demás. La selección natural favorece que seamos una especie longeva para cuidar a individuos que son dependientes, que necesitan de los otros desde muy pronto y hasta muy tarde. Lejos de ser una desventaja o una debilidad, la dependencia es el motor o la razón gracias a la cual vivimos tantos años.»

Y a la pregunta del entrevistador, de si estamos programados para proteger a los vulnerables, responde: «Esta es nuestra seña de identidad como especie hipersocial.»

No es poca revolución, entonces, situar los cuidados – correctamente – como la seña de identidad de nuestra especie. Avanzamos juntos, apoyándonos los unos en los otros y tomando cada generación la antorcha de manos de la anterior, como en las carreras de relevos en la antigua Grecia, que evocó Tito Lucrecio Caro para definir la condición humana.

La especie no recomienza su carrera desde cero en cada generación, y de esa circunstancia se desprende el muy escaso recorrido del individualismo, y el brillo bastante apagado de las lumbreras a las que se nos invita a seguir de forma incondicional. Los líderes no señalan el camino a las masas; esa concepción neodarwinista es aborrecible como teoría social, e infantil por lo menos como consigna política.

La gran fuerza de una especie tan ingeniosa y al mismo tiempo tan resiliente como la nuestra, no reside en la presencia de liderazgos fuertes que indican a las masas el camino correcto; sino, más precisamente, en la capacidad del colectivo para abrigarse a sí mismo de tal modo que le sea posible desplegar las virtudes que atesora en su seno y minimizar las debilidades de muchos de sus componentes.

Es así como el Homo imperfectus ha podido llegar al punto más alto de la evolución. Y la nula importancia que la economía política da a los cuidados (tienen un valor cero en la formación del PIB de las naciones) es significativo de lo artificioso de las convenciones que circulan por la aldea global a la velocidad del relámpago y con su mismo carácter instantáneo, de visto y no visto.

 

lunes, 9 de mayo de 2022

EL TRABAJO HA MUTADO

 


En el cruce de Abbey Road, después del seísmo.

 

En el momento en que nos disponemos a abordar los contornos doctrinales de un Estatuto del Trabajo para el siglo XXI, conviene tomar buena nota de que al hablar del trabajo, ya no nos estamos refiriendo a lo mismo de que hablábamos en los años ochenta.

El trabajo ha mutado.

Mal situaremos al trabajo en el centro de la política, si no empezamos por reconocer esta realidad, y sacar las consecuencias pertinentes.

El mundo del trabajo era fordista, en 1980. Y el fordismo no era tan solo un sistema productivo, algo a tener en cuenta en los cálculos de productividad de los expertos en eficiencia industrial. El fordismo fue, en palabras del maestro iuslaboralista Umberto Romagnoli, «un modo de pensar, un estilo de vida, un modelo de organización de la sociedad en su conjunto».

La irrupción de un avance tecnológico, Internet, arrumbó el modo fordista de producción a partir de mediados de los años noventa. Otro jurista y sociólogo eminente, Alain Supiot, nos dejó la imagen más significativa del cambio de paradigma en la organización del trabajo: antes el símbolo era un cronómetro; a partir de determinado momento, lo es un computer.

El nuevo paradigma supone un cambio estructural profundo. El trabajo ya no exige tanta fatiga física (para eso están, en último término, los robots), y sí en cambio mucha mayor fatiga mental, o estrés. Hay más autonomía de decisión, pero también un control mucho más minucioso. El salario base disminuye en todos los sentidos, y proliferan los incentivos, en muchos casos tramposos. No alcanzar metas consideradas “normales” por un algoritmo (una entrega de comida en 20 minutos en un barrio lejano, la limpieza de 50 habitaciones de hotel en una jornada laboral) puede ser penalizado con una severidad implacable.

Como sabemos desde que nos lo señaló con un guiño de ojos cómplice el Barbudo de Tréveris, los cambios en la infraestructura acaban por modificar también las superestructuras sociales. El proceso podrá durar más o menos, e incluir muchos meandros, pero en último término ocurrirá.

Y junto a esa norma marxiana, hemos de considerar otra – de no sé quién – que establece que entre crisis y crisis del capitalismo los tiempos se acortan y el movimiento se acelera progresivamente. Desde la voladura controlada del welfare hasta la crisis de Lehman Brothers pasaron menos de treinta años; desde la defenestración de la Grecia de Tsipras a manos de las troikas hasta la guerra de Putin contra Zelenski y viceversa, apenas siete.

Al margen de toda clase de epifenómenos, el mundo de hoy es ya impensable sin Internet. Internet ha cambiado la forma del mundo, trastocado los viejos puntos cardinales geoestratégicos (este-oeste, norte-sur), revertido las alianzas internacionales y reescrito los diccionarios en los que se refugiaba el saber arcano. No es solo el trabajo lo que ha mutado; a partir de la mutación del trabajo lo han hecho también la empresa y el emprendimiento, cosa esperable, pero también realidades situadas aparentemente a mucha distancia del epicentro del seísmo: el Estado, el concepto de lo público, las religiones, los géneros, las relaciones internacionales, las organizaciones políticas, los derechos de ciudadanía. Lo dejo aquí porque me entra el vértigo.

Entonces, un Estatuto del Trabajo para el siglo XXI no está obligado a redefinir todas las cuestiones estructurales o superestructurales que acompañan a los nuevos sistemas de creación de riqueza (asunto que ha perdido importancia estratégica) y de control de la producción (tema que, por el contrario, la ha ganado). Pero sí habrá de tenerlo todo en cuenta, como brújula para navegantes y como trasfondo necesario de la acción legislativa.

Una última cuestión, que no es estrictamente de aggiornamento. Nos hemos acostumbrado a considerar las realidades económicas como políticamente “neutrales”, y no es así. Un buen Estatuto del Trabajo debería como mínimo dejar un espacio propio, “a room of one’s own” para expresarlo de forma nada casual con Virginia Woolf, a las distintas alternativas de organización del trabajo y del mundo.




Teletrabajo mas allá de todos los horarios laborales. Gail Albert Halaban, “Desde mi ventana” (serie fotográfica).

 

sábado, 7 de mayo de 2022

AL GOBIERNO SE HA DE LLEGAR LLORADOS

 

El Gran Visir Iznogud, en la portada de un comic.

 

Elsa Artadi se va de la política. Bueno. Dice irse “harta de la política”. No me extraña, considerada la política que hacía.

Se cumple una vez más la paradoja de Andreotti. En la presentación de una de las múltiples formaciones de gobierno “pentapartito” que Don Giulio presidió a lo largo de dos décadas, un periodista le preguntó si no sentía el desgaste del poder. Y él, bienhumorado como siempre, contestó (no cito de forma literal, sino por aproximación): «El poder desgasta, cierto; pero desgasta mucho más la oposición.»

La oposición que más desgasta, permítanme este añadido personal, es la que se ejerce en el seno mismo del poder, al modo del gran visir Iznogud, que soñaba con derrocar al califa y ponerse él en su lugar. Hay ejemplos recientes. A Alberto Rivera le arruinó un intento de sorpasso. A Pablo Casado, la ambición de llegar al gobierno por cualquier medio. Mi impresión personal es que Casado tenía la sensación insoportable de que, cada día que pasaba en la oposición, estaba perdiendo dinero.

Volviendo a Artadi y a Cataluña, y pensemos lo que pensemos del governet de Esquerra, por el lado de los Junts el problema no parece ser de dinero; con todo, en lo que se refiere al poder, la formación sigue produciendo un ruido ensordecedor, pero mejor no contar las nueces porque la historia es muy distinta.

A la espera de acontecimientos más asombrosos, en Andalucía se ha llegado ahora mismo a una candidatura común de las fuerzas a la izquierda del PSOE, que será encabezada por Inmaculada Nieto, de IU. Podemos, según la Junta Electoral, ha presentado su firma fuera de plazo. Es posible que el tropiezo pueda remediarse, sin embargo. Sería chuli. Los buenos principios, dicen algunos, son el peor presagio posible, de modo que, en este sentido, vamos bien.

Conviene de todos modos insistir en que una coalición de gobierno se hace para gobernar. Durante la inminente campaña, el PSOE habrá de proponerse mimar mucho a la neonata coalición, y esta, a la inversa, tratar con mucho miramiento a los socialistas, para mantenerse ambos lejos del terreno embarrado por tantos desencuentros previos. Lo mejor es enemigo de lo bueno, dice la sabiduría popular, siempre escéptica. Al futuro gobierno de Andalucía los candidatos de progreso habrán de llegar llorados de antes. La toma de posesión debería ser una fiesta, en ningún caso la expresión cruda de la previa insuficiencia de un manojo de ambiciones divergentes y frustradas.

No olviden la paradoja de Don Giulio: lo que desgasta no es el poder, sino el no poder.

 

jueves, 5 de mayo de 2022

LA MELANCOLÍA DE LA IZQUIERDA

 


Camille Pissarro: “Cosecha del heno en Eragny” (1901). National Gallery de Canadá, Ottawa.

 

Puede que sea por escrúpulo ético, o quizás por un exceso de ambición: en el territorio de la izquierda nos cuesta valorar la bonanza presente de los datos macroscópicos.

A valorar de forma adecuada esa bondad de los datos se han dedicado hoy mismo dos grandes amigos de andanzas sociolaborales, y colegas aventajados en el universo bloquero: son ellos Antonio Baylos (vean https://baylos.blogspot.com/2022/05/mas-y-mejor-empleo-los-datos-de-abril.html) y José Luis López Bulla (http://lopezbulla.blogspot.com/2022/05/sindicalismo-palabras-y-hechos.html).

No repito las estadísticas y los porcentajes que a ellos y a mí nos hacen felices. Tenemos un gobierno de progreso que se está comportando de un modo magnífico, unos sindicatos en un momento alto de experiencia y de influencia, una jurisprudencia y una doctrina innovadoras en el ámbito del derecho laboral, que están mejorando de forma sustancial las cuotas de protección y la igualdad de oportunidades entre los/las asalariados/as.

Siguen existiendo en el mercado de trabajo abusos impunes, injusticias descarnadas, insuficiencias graves. El dato que importa, sin embargo, es que van a menos, y que las conductas antisociales son penalizadas. Caso de que levantara la cabeza de su mausoleo en mármoles, Don Jorge Manrique se frotaría los ojos incrédulo, y se apresuraría a corregir el tono pesimista de sus Coplas a la muerte del maestre don Rodrigo: «Cualquiera tiempo pasado / fue peor», escribiría.

La ciudadanía todavía no ha entrado en la nueva expectativa optimista, si seguimos el tenor de las encuestas de opinión. La derecha, esa que reclama bajadas de impuestos y libertad de despido como piedra de toque de la política económica, podría gobernar de celebrarse elecciones generales mañana, según proyecciones de voto oficiales. No se adivina qué méritos han hecho para ello, a menos que computemos como tal el de despotricar. Una mayoría de españoles, según una encuesta no sé si fiable, pondría sus ahorros en manos de Feijoo antes que de Sánchez; aunque, eso sí, dejaría a sus hijos al cuidado de Yolanda Díaz antes que de Macarena Olona. Los ahorros se van y se vienen, pero por los hijos siempre nos sentimos con la obligación de hacer algo más.

Hay dos interpretaciones posibles de la tendencia señalada en las encuestas. La primera sería que tenemos una clase obrera de derechas. Me resisto – como gato panza arriba, advierto – a esa conclusión.

La segunda es que tenemos una izquierda melancólica, desconfiada y catastrofista, que razona como Groucho Marx en aquella ocasión: «Me niego a pertenecer a un club con un nivel de admisión tan bajo que admita como socio a un mindundi como yo».

Es una dificultad importante, porque necesitamos ese club. Necesitamos la confluencia de una izquierda muy combativa y muy plural en una gran plataforma electoral unitaria que multiplique su influencia y reúna el voto de progreso; necesitamos un tsunami de afiliación a los sindicatos democráticos como condición necesaria para dar vigencia plena, y no tan solo presencia vicaria, a una legislación positiva ya formalizada, que ha empezado a surtir efectos benéficos. Necesitamos un Estatuto de los Trabajadores adaptado al siglo XXI y a un escalón tecnológico (digitalización, autonomía, conciliación, entre otros temas) en el que tenemos que embarcarnos con más firmeza y decisión.

Con más alegría también, porque si los augurios de las encuestas son brumosos, el cielo de las estadísticas está despejando y anuncia una larga bonanza.