sábado, 31 de enero de 2015

JUZGADLOS POR SUS PROPUESTAS, NO POR SUS CURRÍCULOS


Corren malos tiempos para los pringaíllos, Don Bártolo ha resuelto ajustarse la toga. Antes incluso de que entre en vigor la nueva ley española de antiyihadismo universal, la guardia urbana de Barcelona, reconocida en el mundo por su celo en el cumplimiento del deber, ha dado unos curros a un joven dominicano por si acaso no era suyo el iPad que llevaba.
Cuando ingresé en la mili los veteranos, después de señalarme el clavo en la puerta del cuartel en el que debía dejar colgadas mis joyas de la familia, me aleccionaron acerca de cuál era el “verdadero” primer artículo de las Ordenanzas militares. Rezaba así: «El quinto, por el mero hecho de serlo, será severamente castigado.» El artículo sigue en vigor; ahora que ya no hay ni mili ordinaria ni por consiguiente quintas, póngase cualquier otro sinónimo en lugar de “quinto”.
Manifestaciones recientes de ese principio inamovible son los expedientes abiertos a dos dirigentes conspicuos de un determinado partido político; al uno, por posibles irregularidades en la declaración tributaria de unos trabajos de asesoramiento en Venezuela; al otro, por incumplimiento de las condiciones sobreentendidas de realización de un trabajo universitario por el que recibía una beca. Sorprende tanta severidad en nuestro Ministerio de Hacienda, después de un largo período consuetudinario de barra libre a los caudales públicos para parientes, amigos y amiguetes, con un larguísimo listado de implicados sub júdice en tropecientas mil trapazas y enjuagues dentro y fuera de sus oficinas. Sorprende asimismo el manto de moralidad estricta con el que de pronto cubre nuestra Alma Máter un largo historial de endogamia, por no llamarlo cama redonda, en relación con sus integrantes. ¿A qué vienen esos repentinos ataques de cuernos en instituciones tan bonachonamente consentidoras con quienes ocupan los peldaños más altos del escalafón?
No estoy excusando irregularidades de currículos ni pequeñas defraudaciones al fisco, lo subrayo para que se me entienda. Sería inadecuado e improcedente extender el manto de impunidad a la gente de Podemos, también «por el mero hecho de serlo». Pero intuyo que tanta severidad viene del síndrome de que hay que cerrar el paso como sea a la avalancha que amenaza venírsenos encima. Y no es así como se hacen las cosas en democracia. Tan mala es la acepción de personas cuando se practica a favor, como cuando se practica en contra.
Pero además, es inútil. Podemos no es el resultado de una turbulencia pasajera; procede de una marea de fondo. Es una expresión, no la única aunque por el momento sí la más afortunada, de un amplio movimiento sociopolítico en trance de autoorganizarse a partir de los principios de la participación y el empoderamiento colectivos de una porción creciente de la población, que se siente humillada, ofendida y abusada. Llamadlo precariado, si queréis. Existe. Es imprescindible contar con él, dialogar con él, tender puentes, ayudarlo a emerger y a adquirir los derechos de ciudadanía que se le niegan.
Señalar los defectos y errores evidentes de quienes en este momento lo encabezan no ayuda a nadie: quien en realidad dirige ese movimiento es el general No Importa. Castigar con una severidad ridícula a quienes despuntan en esa masa anónima es como intentar parar un tsunami recortando la espuma que corona la ola.
 

jueves, 29 de enero de 2015

TTIP, UNA DEJACIÓN DE SOBERANÍA


Un puñado de personas, demasiado pocas, escuchamos anoche en el Speaker’s Corner del Museu d’Història de Catalunya las explicaciones que nos dieron Dolors Comas y Mónica Vargas sobre la marcha muy reservada de las negociaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea en relación con lo que se anuncia como un Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones, el TTIP.
El Tratado se dirige a encauzar y facilitar las inversiones de las corporations americanas en el ámbito europeo. Su intención es remover las barreras «no arancelarias» que dificultan esas inversiones. Alguien puede preguntarse por qué precisamente las «no» arancelarias. Fácil: porque las barreras arancelarias ya están removidas. Para los capitales multinacionales todo el globo terráqueo es un gran paraíso fiscal, gracias a diversas ingenierías legales o extralegales.
Quedan entonces los obstáculos «no» arancelarios. Son de dos tipos, medioambientales y sociales; es decir, son de tal naturaleza que hace falta un compromiso solemne de los gobiernos europeos para despejar el camino, porque las “barreras” que se trata de remover son derechos constitucionales de las personas, de muchas personas.
Una vez más, los negocios chocan con la democracia. Y la solución que proponen los negociantes es dejar la democracia a un lado. O bien recortarla, hoy un poquito, mañana otro poquito. Manejan las corporations un argumento de peso: si no hay facilidades, no hay inversiones. Si no es rentable acumular capitales en lo que llaman el eje atlántico, pueden perfectamente trasladarlos al eje pacífico. O bien a otro en el que encuentren una mayor comprensión. De América latina se ha dicho muchos años que era el patio trasero de los Estados Unidos. Ahora el imperio americano dispone de varios y cómodos patios traseros hacia los que dirigir sus apetencias, y se comporta en todos ellos con la misma falta de escrúpulos y de ética; con la misma franqueza brutal del business is business.
Entre los derechos sociales que quedarían vulnerados por el tratado figuran en un lugar de honor las garantías laborales. Se reaviva el viejo conflicto entre el capital y el trabajo: las corporations no quieren ver a los sindicatos ni en pintura. Quien sostenga que los sindicatos son hoy un instrumento obsoleto en el ámbito de las flamantes relaciones de trabajo, debe saber por lo menos por boca de quién está hablando. Quien se desentienda del tema, debe ser consciente de hacia qué tipo de sociedad nos conduce la amputación en vivo de las organizaciones creadas por los trabajadores para la defensa de sus derechos.
Y sin embargo, hay en todo este tema una dejación de soberanía inexplicable por parte de los parlamentos soberanos. El TTIP se está negociando en secreto, sin luz ni taquígrafos: solo se conocen algunos detalles por filtraciones, y esos detalles resultan suficientemente alarmantes como para exigir más información, toda la información disponible sobre algo que nos afecta directamente.
Pues bien, ni el parlamento europeo, ni el español, ni el autonómico catalán (no hablo de otros porque ignoro los detalles), han dado luz verde a peticiones de ese tenor. Conservadores y socialdemócratas, PP, PSOE, CiU, todas las mayorías imaginables, han vetado las iniciativas dirigidas a ese propósito. El abortado negocio de Eurovegas en la Comunidad de Madrid puede ser el indicio de por dónde irán los tiros en un futuro próximo. Allí se retiraron las barreras laborales, sociales y medioambientales; y si no se concluyó el negocio, no fue por ninguna resistencia de las autoridades representativas de la soberanía popular.
Las preguntas entonces son: ¿Dónde reside la soberanía popular? ¿Es concebible que las autoridades democráticamente elegidas la secuestren? ¿Hasta dónde va a llegar el vaciamiento de la democracia al que estamos asistiendo más o menos atónitos?
Tendremos que buscar nosotros mismos respuesta a esas preguntas.
 

miércoles, 28 de enero de 2015

COM EL PROCÉS NO HI HA RES


Cataluña es un país pequeño. Lo dijo un día Pep Guardiola y nadie le creyó porque hablaba desde la conquista de seis grandes copas en un año. Pero la realidad es esa. Para hacerse una idea de los parámetros en los que nos movemos, es útil consultar las medidas aproximativas calculadas a ojímetro por Pere Quart (1): tres colinas forman una cordillera, cuatro pinos un bosque espeso, cinco cuarteras un latifundio. El poeta se refería en concreto a una comarca, el Vallès, pero créanme, el resto de la geografía catalana no contradice de forma sustancial ese paradigma.
Quizá como consecuencia de esa escala reducida, el llamado Procés hacia la independencia se ha concebido al modo de la miniatura grabada en un camafeo, más que como una epopeya grandiosa. El viaje a Ítaca se ha reducido a las dimensiones de una jira campestre. Ni Circes, ni Escilas y Caribdis, ni cíclopes, ni lestrigones: el único obstáculo es Madrid.
Madrid es también de lo único que deseamos liberarnos. Aceptamos la OTAN y la defensa occidental, las nucleares, los fondos monetarios de todo tipo, la Unión Europea con su Banco Central, la regla del equilibrio presupuestario. Todo menos Madrid. Y esperamos convencer a las autoridades internacionales acreditadas (a las que reconocemos y respetamos) y a los mercados financieros (cuyas leyes caprichosas adoramos tanto como los que más) de que somos distintos de los vecinos de la otra orilla del Ebro: no solo somos más solventes, sino además gente encantadora con la que da gusto convivir.
La aceptación de nuestro Procés por parte del entorno europeo no ha avanzado mucho hasta ahora. Vamos, que está aún en pañales, es preciso reconocerlo. Hay serios obstáculos en ese sentido, pero cabe destacar uno por su carácter novedoso: las cosas han empezado a moverse de pronto del lugar donde estaban.
Es decir, había en Europa un pelotón de los torpes, los PIGS (Portugal, Ireland, Greece, Spain), con el que por nada del mundo deseábamos ser confundidos. Nosotros estábamos más cerca de Estrasburgo y de Bruselas, nosotros nos identificábamos más con el pensamiento de Merkel y Lagarde, nosotros llegado el caso seríamos alumnos aplicados de las recetas propuestas por la troika, bendita troika si nos salvaba de Madrid.
En esas estábamos, timoneados por los dos Mas (Artur y Colell) y los otros numerosos Mas-ters que arrastran. Escuela de Chicago, oiga, poca broma. Y de pronto, en las profundidades de la anatema surge un hecho nuevo que todo lo desbarata: Syriza gana las elecciones griegas, sin necesidad de plebiscitarias ni nada, y nos sitúa frente a otra realidad, frente a un horizonte distinto. Cambian de un día para otro los puntos cardinales, la brújula se vuelve loca, ya no se puede estar seguro de que el Norte sea el Norte y de que el Sur no exista. Justo en el momento en que teníamos desplegadas ya las cartas sobre la mesa, cuando empezábamos a planear la creación de estructuras de Estado, sean ellas las que fueren.
Y todas estas turbulencias distraen al personal. Ya nadie está seguro de que el 27S vaya a ser un acontecimiento mundial, de que el Procés acaricie su meta última, de que la independencia aparezca inscrita en la agenda del año que viene. El personal se ha puesto a mirar en otra dirección.
 
(1) Para quienes no conozcan el pequeño poema de Joan Oliver/Pere Quart, incluido en Corrandes de l’exili: En ma terra del Vallès / tres turons fan una serra, / quatre pins un bosc espès, / cinc quarteres massa terra. / Com el Vallès no hi ha res.

 

martes, 27 de enero de 2015

SINDICATO, SOLIDARIDAD, VISIBILIDAD


Debo a Javier Aristu el conocimiento de una entrevista muy reciente a Stefano Rodotà, en MicroMega. El entrevistador, Giacomo Russo Spena, interroga al maestro sobre la posibilidad de un trasplante “a la italiana” de la experiencia exitosa de Syriza. Rodotà responde que el nuevo sujeto de cambio no puede ser un partido político. Syriza no ha sido en estos años pasados “solo” un partido. Ha sabido tejer redes de solidaridad eficaces, ha desarrollado formas de mutualismo, de microfinanciación, de defensa directa de los derechos…; en síntesis, repito sus palabras, ha llevado a cabo una «democracia de proximidad» y ocupado un espacio que en Italia (o en España) no está vacío.
El Estado social, argumenta Rodotà en la entrevista, fue un escaparate montado por occidente frente a los países socialistas. Una vez desaparecido de escena el llamado «socialismo real», el escaparate “buenista” también ha quedado arrumbado en el cuarto trastero. Las desigualdades se han disparado de forma automática al eliminarse ese elemento amortiguador, que había creado una falsa conciencia de seguridad en la ciudadanía. El individuo se sentía arropado por el Estado benefactor, no hacían falta intermediarios entre ellos, un bienestar siquiera mínimo se alcanzaba sin (demasiado) esfuerzo, la solidaridad estaba institucionalizada y el fardo de preocupaciones vitales, laborales y sociales podía dejarse a un lado porque todo estaba bajo control, en buenas manos.
Entonces los partidos políticos de masas vehiculaban las demandas surgidas de la sociedad, y el Estado subvenía a ellas. No a todas, ni de una forma irreprochable sin duda, pero el juego de mayorías y minorías, de derechas e izquierdas, se centraba en esas cuestiones, y en ellas se cifraban los contrastes.
Un escenario diferente requiere protagonistas diferentes. Ojo, no en el sentido de la frase-latiguillo de Susana Díaz. Ella ha dicho: «No es la hora de los partidos, sino la de la gente.» Yo retrucaría: es la hora de los partidos y de la gente.
La gente. No el mogollón, no la plebe. Tampoco el “ciudadano”, que es solo una abstracción vacía e inerme frente a los engranajes de la política de viejo cuño. La gente activa, unida entre sí, cohesionada por lazos reales de solidaridad y de compromiso. La gente empoderada. (Recuerdo a este respecto algunos artículos valiosos y sugerentes de Carlos Arenas Posadas.)
Y además de la gente, los partidos. Ya no como los de antes sino dotados de una horizontalidad y de una sensibilidad nuevas. Partidos ni de masas ni de personalidades, sino capaces de aportar ideas, esfuerzos y experiencias a una «coalición social», a una «democracia de proximidad» y desde la proximidad.
En ese contexto conviene reflexionar de nuevo sobre el papel del sindicato. «Ni se le ve ni se le oye», ha dejado dicho Sol Gallego, y ha levantado una polvareda. Pero quizá se refiere solo a que el sindicato no aparece en un escenario en el que la “gente” empoderada, o por empoderar aún, sí lo espera, lo añora y lo reclama. Es quizá el momento de que el sindicato “regrese” a la política. Lo pongo entre comillas, porque siempre ha estado en ella, forma parte legítima de esa «democracia de proximidad» a la que alude Rodotà. Me refiero a que deje a un lado la discreción y ocupe el centro de la escena (la «centralidad del tablero», diría Pablo Iglesias). Que exija, que opine, que discuta, que promueva políticas solidarias en primera persona. No solo no es malo que los sindicalistas se reúnan con las direcciones de los partidos; hay gente esperando que lo hagan. Y digo más. Entre el sindicalismo y el iuslaboralismo existe desde siempre una línea de entendimiento y de diálogo. ¿Por qué no explicitarla, transmitir una posición común al pluriverso del trabajo, que está expectante si no está indignado? El manifiesto de los catedráticos y profesores laboralistas de la UAM debería ir seguido por otro que lleve también la firma de los sindicatos. Hay un work in progress que interesa sobremanera a ambas partes: un nuevo Estatuto de los Trabajadores, adecuado a la realidad actual. Y ese Estatuto soñado no surgirá de la nada.
 

lunes, 26 de enero de 2015

¡OH SUSANA!


Antes incluso de que se abrieran las urnas para los votantes griegos y se consumara el terremoto anunciado, Susana Díaz informó a los dirigentes de Izquierda Unida de la ruptura del pacto de gobierno y anunció la convocatoria de elecciones anticipadas para el 22 de marzo en Andalucía.
En principio no se trata de una operación de hondo calado, sino de una estrategia a corto plazo para salvar los muebles. Sin embargo, como en ciertas películas dirigidas al gran público, podrían fabricarse secuelas si el guión tiene éxito de audiencia. Y es que todo el meollo del asunto lleva el marchamo de los think tanks de Ferraz. Incluso han sido sorprendidos en las inmediaciones el infatigable Pepe Bono y el entrañable Zeta Pe, con muecas de risa contenida asomándoles por las comisuras del rictus de compunción.
Examinemos con más atención las características del terreno elegido para la batalla: en relación con el Partido Popular, el embolado de los ERE se compensa con el frenético final de la instrucción del Gürtel por parte del juez becario Ruz y con la resurrección de Bárcenas entre los vivos, después de pasar una temporada en el infierno. Por ambos lados se esperan revelaciones formidables antes de los idus de marzo. Empate técnico por consiguiente en el peor de los casos, y en el mejor, ventaja potencial para los socialistas en ese escenario.
Mirando en la dirección opuesta, el adelanto electoral pilla con el pie cambiado tanto a Izquierda Unida como a Podemos. En el primer caso por dudas existenciales, en el segundo por la necesidad de improvisar una candidatura bisoña contra el reloj, y en ambos por el prurito que empuja a una y otra formación a evitar coyundas que podrían desvirtuar sus respectivos y preciados adeenes: cada cual está orgulloso de sus ocho apellidos de izquierdas. En cualquier caso, IU resulta para el PSOE andaluz un socio “a la baja”, del que conviene desembarazarse a tiempo para tener las manos libres con vistas a nuevos horizontes; y los noveles de Podemos, envalentonados por el éxito rotundo de Alexis Tsipras en Grecia, sin embargo no habrán llegado aún en marzo al punto más alto de su trayectoria parabólica previsible. Todas ellas son ventajas comparativas que confluyen en el momento elegido para la convocatoria.
La jugada se completa con la presentación de una candidata en estado avanzado de buena esperanza. ¡Qué mejor augurio para una legislatura idílica, con biberones y cambio de pañales cada cuatro horas!
Y finalmente, queda en cartera la apuntada posibilidad de secuelas. Si la jugada pensada para las autonómicas sale bien o muy bien, y en cambio en otras autonomías y en el conjunto de los municipios del país se produce un retroceso perceptible de las expectativas, siempre se estaría a tiempo de cambiar de montura en mitad del vado y forzar un cambio de liderazgo, apartando a un lado a ese muchacho voluntarioso pero poco hecho políticamente que no acaba de convencer a los estrategas empedernidos de Ferraz.
Cierto que el movimiento sería arriesgado. El/la jinete/a audaz que se atreve a montar Clavileños suele acabar el viaje molido/a a palos y escocido/a. Pero nadie podrá quitarle la gloria del intento. O por lo menos así lo sentenció Don Quijote en casa de los duques.
 

sábado, 24 de enero de 2015

TRANSFIGURACIÓN


El otro día el Augusto se llevó de merienda a sus discípulos predilectos al monte Tabor, y en estas que tuvo lugar un extraño fenómeno. La cima del monte se iluminó con una luz intensa y comparecieron dos figuras venidas del más allá. La una nítida, resplandeciente y sin bigote; la otra, ligeramente desenfocada pero con una actitud inequívocamente amenazadora. Moisés y Elías.
Moisés tomó la palabra, severo: «Augusto, ¿dónde está el PP?»
El Augusto reaccionó con cierta incomodidad: «Vete a saber, unos aquí y otros allá, cada cual a su bola. ¿Y quién es ese que está ahí en segundo plano?»
«Es Elías, el que te pasaba puntualmente todos los meses tu sobresueldo», dijo Moisés. Y Elías emitió una risita sarcástica.
«Yo a ese señor no le conozco de nada», declaró el Augusto, impávido.
Moisés lo miró a los ojos. «Yo solo respondo de mí mismo», aseveró.
«Yo tampoco firmé nunca ningún recibo», retrucó el Augusto.
Se añadieron a la conversación los discípulos presentes: la Esmeralda del pandero, la gitana María de la O, la Lola de las coplas, don Trapazas y algún otro. Entre todos hicieron un recuento de los enemigos, y salieron muchos y muy viles: ETA, los nacionalismos, los populismos, los comunistas desfasados, los jueces levantiscos.
«Se está bien aquí», dijo la Lola. «Podríamos levantar tres tiendas, una para el Augusto, otra para Moisés y la tercera la sorteamos. Elías que se apañe como pueda.»
Al Augusto no le pareció bien la idea. Alegó problemas de agenda.
Moisés lanzó entonces la última andanada: «¿Quiere realmente el PP ganar las elecciones?»
Los discípulos temblaron, pero el Augusto estuvo a la altura de las circunstancias: «Bueno, tenemos a nuestro favor a Christine Lagarde y a Standard & Poor.»
Moisés y Elías se retiraron refunfuñando y la luz intensa que brotaba de la cima del monte se extinguió. Mientras regresaban al patio de Monipodio, el Augusto dio instrucciones a sus discípulos: «De lo que ha ocurrido hoy, ni una palabra a nadie, ¿entendido?»
 

jueves, 22 de enero de 2015

LA HISTORIA COMO MOSAICO DE MEMORIAS


Ayer el director del Observatorio Europeo de Memorias de la Universidad de Barcelona, Jordi Guixé, y el historiador Ricard Vinyes conferenciaron en el Speaker’s Corner de la exposición del Cincuentenario de la CONC, en el Museu d’Història de Catalunya, un lugar que el mismo Vinyes ha calificado en alguna ocasión de «conflicto de memorias». Y hablaron precisamente de los conflictos y las contradicciones que envuelven un concepto tan delicado e impalpable como es la memoria histórica europea. No voy a hacer la reseña de lo que se dijo – el lector interesado lo encontrará sin dificultad en las webs correspondientes – sino a abrir una pequeña reflexión sobre la memoria, centrada en un personaje al que presenté ayer en este blog. Me refiero a Poggio Bracciolini, nacido en Terranuova del Valdarno (Arezzo) en 1380 y fallecido en el mismo lugar en 1459.
Poggio no encontró un documento único y singular; existieron más copias del poema de Lucrecio guardadas o traspapeladas en bibliotecas polvorientas de monasterios y abadías, y años o siglos más tarde se han localizado algunas de ellas. La deuda que tenemos con Poggio es parecida a la que tenemos con Cristóbal Colón. América siempre estuvo ahí, pero fue Colón el primero en atreverse a explorar más allá de los límites comúnmente aceptados en su época. Al final del mar Tenebroso no había, según la doctrina imperante, más que un gran vacío que se tragaría cualquier nave aventurera.
Y del mismo modo, las ciencias y la filosofía del occidente cristiano eran meras siervas (ancillae) de una teología que marcaba el orden del mundo, el arriba y el abajo, el derecho natural al que todos los humanos estaban sometidos de modo que cada cual ocupaba un lugar preciso en una jerarquía bien establecida.
Poggio se saltó esa jerarquía. Vivió en la Florencia de los ciompi y del Dante, y estuvo en el concilio de Constanza acompañado por gente tal como Leonardo Bruni, que había sido canciller de la República de Florencia y volvería a serlo años después, y por Cosimo di Medici, un banquero, hombre de negocios y mecenas cultural que afirmó que en su vida había ganado y también gastado muchísimo dinero, pero que le había producido mucho más placer gastarlo que ganarlo. Fue Bruni quien acuñó el término «humanista» para designar a las personas que, como Poggio, no formaban parte de ninguna clase social o estamento jerárquico definido sino que flotaban en cierta forma sobre todos ellos y, con su cultura y su inventiva personal, trascendían todos los límites fijados por las convenciones sociales.
Poggio fue a encontrarse, en la línea de sombra de la biblioteca poblada de humedades de alguna abadía gótica, con Tito Lucrecio Caro, un “maldito” ya en vida. El epicureísmo y el ateísmo estaban muy mal vistos en la Roma de Augusto, que impuso los dioses patrios de una religión de estado que glorificaba en primer lugar al emperador. Poetas áulicos como Horacio o el dulce Virgilio ningunearon sistemáticamente a su colega; Cicerón, demasiado hábil como orador y enmarañado como político, alabó la belleza de sus imágenes pero condenó sus ideas perniciosas. Lucrecio formó parte de una memoria subterránea a los fastos de Roma. Fue leído, sin embargo, con avidez; se ha encontrado un rollo (un volumen, en latín) de su obra, carbonizado pero con algunos fragmentos lo bastante legibles para resultar identificables, en la Villa de los Papiros de Herculano. Pero únicamente debido a un artículo de la regla de San Benito que ordenaba a los monjes trabajar la huerta y copiar manuscritos diariamente para no estar nunca ociosos, resultó posible que copias de su obra sobrevivieran a un medievo hostil a las creencias religiosas, a la filosofía y a la vida de los antiguos.
Fue el coraje intelectual de Poggio y su decisión de recuperar un legado incómodo para la sociedad en la que vivía, los que permitieron añadir al mundo moderno que ya despuntaba una pequeña pieza del gran mosaico de la memoria, insignificante en sí misma pero importante como contraste frente a una tradición consagrada y triunfalista que arrasa lo diferente y desprecia e ignora todo aquello que considera subalterno.
Después de entregar a su amigo Niccoli la copia de Lucrecio, Poggio Bracciolini pasó en Inglaterra, al servicio del cardenal Beaufort, los años «menos satisfactorios y productivos de mi vida», según confesión propia. Desde 1423 residió en Roma, de nuevo en funciones de secretario apostólico del papa. En esos años se enzarzó en polémicas virulentas con Lorenzo Valla, en las que ambos se dedicaban insultos ingeniosos y se reprochaban mutuamente gravísimos e inexcusables errores gramaticales y anacolutos en sus escritos. Al final resultó que los dos se tenían aprecio.
En 1434 Poggio tuvo otro golpe de suerte o de habilidad. Encontró un manuscrito de Tito Livio cuya venta fue tan sustanciosa que le permitió comprarse, junto a su Terranuova natal, una villa que adornó con bustos de pensadores y escritores grecolatinos. Al año siguiente, a los 56 de edad, casó con Vaggia (Selvaggia) dei Buondelmonti, una muchacha de muy buena familia y tan solo 18 años, que le daría una intensa felicidad conyugal y  cinco hijos. (Él ya había tenido algunos otros con una amante, Lucia Pannelli.) Escribió en ese plácido entorno conyugal un tratado sobre la infelicidad de los príncipes y otro sobre las dichas que aguardan a quien contrae matrimonio en la vejez. En 1453 entró en política, algo que siempre había procurado evitar, y fue elegido canciller de Florencia, un cargo de enorme prestigio, no mucho trabajo (los Medici eran quienes cortaban el bacalao) y espléndidamente remunerado. Se excusó de hacerlo alegando que tenía muchas bocas que mantener en su casa.
Vaggia falleció en enero de 1459, y puede que el golpe superara la capacidad de resistencia de un Poggio ya casi octogenario, que falleció en Terranuova, rodeado por sus cinco hijos, el 30 de octubre del mismo año.
 

miércoles, 21 de enero de 2015

EL ASALTO A LOS CIELOS DE TITO LUCRECIO


Estoy leyendo con pasión y con melancolía el libro de Stephen Greenblatt El giro (título original inglés, The Swerve. La edición española es de Crítica, Barcelona 2014, y la traducción, de Juan Rabasseda y Teófilo de Lozoya.) Lo leo con pasión, porque participo con intensidad de la historia que se cuenta en él; con melancolía, porque desde mis ínfimos medios de erudición hace ya algunos años pensé en la posibilidad de escribir alguna cosa sobre el asunto, y el tal Greenblatt me ha pisado la idea sin remisión posible (su libro ha sido premiado con el National Book Award de 2011 y el Pulitzer de 2012).
En sustancia, la historia que se cuenta en El giro es el hallazgo del libro olvidado de un autor latino olvidado, en una biblioteca monacal alemana, a principios del siglo XV. Nada habríamos sabido los modernos de Tito Lucrecio Caro de no ser por la increíble suerte que acompañó las búsquedas de Gianfrancesco Poggio Bracciolini, un humanista toscano hábil rastreador de códices antiguos. Él encontró un manuscrito casi completo de la única obra conocida de Lucrecio, el largo poema filosófico De rerum natura, “Sobre la naturaleza de las cosas”. Poggio nunca aclaró en qué lugar encontró aquel tesoro. Sin duda hubo de buscar un pretexto para poder copiarlo a escondidas de un abad ceñudo que ignoraba la existencia del manuscrito en sus anaqueles y jamás habría permitido la difusión de un texto impío, ateo y deletéreo.
Greenblatt señala Fulda y el invierno de 1417 como el lugar y el momento más verosímiles del hallazgo; yo, por razones deductivas que no eruditas, me inclino por una fecha más temprana, 1415, y un monasterio próximo a la ciudad imperial de Constanza, donde aquel año tuvo lugar un concilio general al que Poggio acudió con el cargo de secretario apostólico del papa Baldassare Cossa o Juan XXIII. A los pocos meses de iniciado el concilio, Cossa fue destituido y encarcelado. Su nombre fue borrado de la lista de los papas, lo que posibilitó que siglos más tarde floreciera otro Juan XXIII, de grata memoria. Cossa no fue la única víctima del celo de aquellos eclesiásticos eminentes: Juan Hus fue quemado en la hoguera junto a las murallas de Constanza.
En cuanto a Poggio, se quedó de un día para otro sin puesto de trabajo y sin salario. Fue entonces, calculo, cuando decidió suplir la repentina sequía de su fuente de ingresos con visitas a monasterios en los que rastrear la existencia de copias de obras antiguas, más o menos olvidadas en el desorden de unas bibliotecas poco frecuentadas, y de fácil venta en el mercado humanista de la Italia del norte. Se sabe que estuvo en Sankt-Gallen, pero no fue allí donde encontró a Lucrecio porque contamos con toda una relación de obras latinas allí depositadas, que hizo copiar sin ningún impedimento ni oposición particular. De modo que el hallazgo tuvo que ocurrir en otro lugar, posiblemente Weingarten o Reichenau (visité los dos cenobios en un viaje a Constanza en busca de Poggio, el año 2011). La copia clandestina de un manuscrito tan largo, seis libros, debió de llevarle bastante tiempo, aun en el caso de que contara con un amanuense hábil que lo ayudara. En cualquier caso, llevaba en sus alforjas una copia completa, el llamado Codex Poggianus, cuando regresó a Florencia en 1417 y lo puso en manos de su amigo Niccolò Niccoli, que de inmediato procedió a recopiarlo (Codex Niccolaianus). La obra no causó inicialmente una gran sensación, pero se difundió entre los círculos humanistas y ese hecho determinaría su suerte posterior. La primera edición impresa (la imprenta acababa de ser inventada por Gutenberg) la compuso Ferrante de Brescia, en 1471.
Lucrecio era por entonces un perfecto desconocido. Poggio debió de quedar seducido por la fuerza y la belleza de sus hexámetros y por la ambición del contenido; no por ninguna auctoritas conocida. Apenas se cita un elogio reticente de Cicerón, en una carta a su hermano. No se tenían en el siglo XV, y es la hora en que aún no se tienen, noticias ciertas de la vida del autor, con la excepción de una breve nota de Jerónimo, padre de la iglesia, en De viris illustribus, en la que, tomando como referencia a Suetonio (en una obra desaparecida), afirma que Lucrecio enloqueció por haber bebido un filtro de amor, y escribió su poema en raros intervalos de lucidez antes de poner fin a su vida.
No debieron de ser tan raros los períodos de lucidez, de ser cierta la historia de Jerónimo y no simple propaganda contra un adversario ideológico. Porque Lucrecio combate la religión con energía: es un subterfugio para engañar la razón, un nudo que aprisiona el alma. Así lo expresa cuando al principio del Libro Cuarto de su poema emprende su propia apología: «magnis doceo de rebus et artis / religionum animum nodis exsolvere pergo» (“enseño cosas extraordinarias, y me esfuerzo en liberar el espíritu de los nudos prietos de la religión”). Y en el Libro Primero, al concluir la Alabanza de su maestro Epicuro, proclama con orgullo: «Porque hemos vencido y puesto a nuestros pies la religión, y esa victoria nos ha alzado hasta el cielo.»
Un hilo rojo conduce desde Lucrecio, pasando por Poggio, hasta figuras tan señeras en la historia de la ciencia y de las ideas como Michel de Montaigne, Giordano Bruno y Karl Marx. Marx estudió a Epicuro y el epicureísmo, y cita directamente a Lucrecio en varios pasajes de sus obras. Las célebres formulaciones del «opio del pueblo» y el «asalto a los cielos» de la Comuna de París podrían ser ecos directos de la obra del poeta latino.
 

martes, 20 de enero de 2015

TRAMPAS ESTADÍSTICAS


La señora Christine Lagarde, del Fondo Monetario Internacional, ha vaticinado un crecimiento pujante de la economía española para 2016, en torno al 2%. ¿Gran noticia? Según. Lo sería si al mismo tiempo no hubiera animado a las autoridades españolas a profundizar en la “moderación” salarial para afianzar tal objetivo. Quiere decirse que ha perdido vigencia el viejo dicho de que lo que es de España es de los españoles. Lo que se lleva ahora es que España crezca…, a costa de degradar más aún la economía de los españoles.
La alegría mostrada por Lagarde al formular su pronóstico es coherente con los datos revelados por Oxfam en el sentido de que, en el mismo año de 2016, el 1% de la población mundial acaparará el 50% de la riqueza. Es obvio que ella, como el resto de los jerarcas del FMI, forma parte de ese 1% afortunado; usted y yo, no.
El gobierno español ha reaccionado a la halagüeña previsión del FMI con la afirmación de que se va a crear un millón de empleos entre 2014 (que ya es historia) y 2015. Alguien ha preguntado si eso quiere decir que las cifras del desempleo descenderán en un millón de personas. No, las cifras del desempleo seguirán siendo sensiblemente las mismas que ahora. Luego lo cierto es que no va a haber más empleos propiamente dichos, sino que se van a multiplicar los contratos sobre los mismos empleos existentes. Se maquillarán las estadísticas; la situación de la economía productiva seguirá marcada por la atonía.
¿Por qué se molestan entonces nuestras autoridades en rizar el rizo con esos ejercicios de malabarismo estadístico? Podrían engañarnos con una mentira piadosa bien contada; no todos tenemos la capacidad del catedrático y maestro Vicenç Navarro para manejar una cantidad ingente de datos comparativos fiables de todo tipo, extraer de ellos las conclusiones pertinentes, y explicarlas de una forma comprensible, coherente y bien trabada. Pero es que ni siquiera nos hace falta leer los argumentos documentados del profesor Navarro para darnos cuenta de que todas esas proyecciones triunfalistas que nos quieren vender son milongas.
Me atrevo a formular una nueva ley aproximadamente de Arquímedes sobre la resistencia que ofrece todo cuerpo (humano) sumergido en estadísticas oficiales. Es esta: «La credibilidad de la ciudadanía hacia las declaraciones de los oráculos económicos sufre un empuje hacia abajo proporcional a la renta disponible per cápita desalojada.»
No entra en mis propósitos colgarme medallas, pero ahí les dejo eso, señores. A ver quién lo mejora.
 

lunes, 19 de enero de 2015

"CIUTAT MORTA" Y LA BUENA GENTE


La emisión del documental “Ciutat morta” por el Canal 33 de la televisión autónoma catalana ha levantado ampollas. Los hechos narrados ocurrieron durante el desalojo de una fiesta okupa en un inmueble propiedad del Ayuntamiento de Barcelona, en el año 2006. Un guardia urbano fue víctima del lanzamiento de un objeto contundente, probablemente una maceta aunque en el juicio posterior se habló de una piedra. Unos sospechosos muy improbables fueron detenidos, torturados en comisaría y condenados en un juicio plagado de irregularidades. Patricia, una de las damnificadas directas por el suceso, se suicidó poco después de salir de la prisión.
Truculencias policiales y errores – o prevaricaciones – judiciales, hay muchos. Lo singular de este caso no ha sido la comprobación de la existencia de esa cara oscura de la justicia y el orden, sino su pervivencia al paso de los años y de los mandatos municipales. Los hechos ocurrieron bajo un alcalde socialista; hoy es un alcalde convergente el que se niega a una rectificación y una revisión del caso. Un alto cargo sospechoso de haber tergiversado informes y destruido pruebas consiguió de un juez la censura de los cinco minutos de documental en los que aparecían su nombre y su imagen pública. Hablo de imagen pública, no de su intimidad personal o familiar: se trataba de su presencia en una rueda de prensa sobre otro caso oscuro ocurrido con posterioridad. Sin embargo, el juez aceptó el alegato de que esas imágenes de un funcionario en el ejercicio de sus funciones atentaban contra su dignidad, su intimidad y su imagen. No es que la censura judicial haya servido de nada en este caso, pero sí que se aprecia de nuevo el mismo sesgo que ha llevado a unas autoridades democráticamente instituidas a respetar hasta el escrúpulo los derechos de unos ciudadanos y conculcar a conciencia y a sangre fría los de otros. A proteger a la “buena gente” contra la patota.
Barcelona, ciudad de ferias y congresos, punto de destino del turismo mundial, sigue siendo una ciudad provinciana, con una burguesía provinciana que aspira a una independencia provinciana. En el cogollito de las escasas familias que “importan”, todo el mundo se conoce. Todos comparten unos mismos valores, un mismo sentimiento de ser la sal de la tierra, un mismo instinto atávico de cerrar filas contra el intruso, contra el forastero, contra el diferente.
Ni olvido ni perdón, se cantó anoche de madrugada delante de las velas encendidas en recuerdo de Patricia en la plaza de Sant Jaume. Si este consistorio es incapaz de emprender la vía de la restitución de la justicia a la que todos y todas somos acreedores, conviene en efecto no olvidarlo ni perdonarlo. Para el caso las elecciones están ya ahí, a la vuelta de la esquina.
 

domingo, 18 de enero de 2015

A VUELTAS CON LOS SINDICATOS


El artículo de Sol Gallego-Díaz en el País de hoy, “Ni se les ve ni se les oye”, viene a sumarse a una lista que se va haciendo progresivamente más larga de voces que se preguntan qué les ocurre a los sindicatos en esta coyuntura crítica. Se trata de voces amigas, y esto es algo que tiene que dar de pensar en el seno de los estados mayores sindicales. No se trata de una conspiración o confabulación universal contra algo que funciona bien y que no hace falta cambiar. No se trata de ningún síndrome extraño de personas que buscan a toda costa un protagonismo que ya no tienen, por el procedimiento de descalificar a las direcciones actuales. Se trata de una inquietud social y política ubicada en posiciones inequívocamente de izquierda. Y la inquietud crece al paso de los días, porque la situación sigue estancada y no hay signos visibles de inconformismo o, siquiera, de vitalidad. La fórmula avanzada por José Luis López Bulla, «no sabemos vender nuestros logros», parece haber sido aceptada con una unanimidad extraña, porque nadie se plantea la forma de vender mejor los logros pasados, presentes y futuros, y en cambio aparece un tinte de resignación: «es que somos la hostia, no tenemos remedio.»
Bienvenido sea, entonces, el debate. Bienvenidas intervenciones como la de Ramón Alós en el blog Metiendo bulla. Con la misma prudencia que él emplea, quiero decir que a mí también me parece, entrando en el meollo de las estructuras, excesivamente rígida y descompensada la dicotomía entre federaciones de rama y uniones territoriales. Por el camino del fortalecimiento de la iniciativa sindical en el territorio sería posible llevar a la participación y al compromiso a una pléyade de trabajadores a los que no ampara una negociación colectiva centralizada erga omnes. Los omnes cada vez van siendo menos, el precariado avanza. Y temas como el homeworking, que afecta sobre todo a las mujeres, o el teletrabajo – y la lista podría ampliarse sin dificultad –, solo pueden abordarse desde la organización de una actividad muy pegada al terreno. Al territorio.
No coincido, en cambio, con Ramón en su apreciación de que el sistema basado en los comités de empresa ha sido globalmente positivo. No me valen las estadísticas. Era del todo previsible una correlación entre mayor afiliación y mejor funcionamiento de comités de empresa. El problema es el del huevo y la gallina. O sea, si es la presencia del comité lo que promueve la afiliación, o si es la presencia de afiliación lo que promueve un funcionamiento positivo del comité. Yo me inclino por la segunda opción. Una petición de principio parecida se la oí a Joan Coscubiela en su intervención en el acto del Cincuentenario de la CONC. Dijo Joan que en las empresas sindicalizadas la valoración del sindicato es alta, y en cambio es mala en las que no cuentan con afiliación. Habría motivo para felicitarse solo en el caso de que las empresas con presencia sindical fuesen una gran mayoría; pero no ocurre así. El problema, entonces, es cómo extender la afiliación, y con ella una valoración más positiva de la acción sindical, a las empresas, los sectores, las profesiones, los estratos de trabajo por cuenta ajena, donde ni está presente el sindicato ni se le espera. Porque si el sindicato se conforma con conservar su influencia en el ámbito reducido que aún controla, carece hoy por hoy del poder de intimidación necesario para luchar con posibilidades de éxito por los derechos conectados de una u otra forma con la prestación del trabajo, con los trabajadores.
Fue Bruno Trentin el primero en plantear, cuando ocupó la secretaría general de la CGIL, el objetivo ambicioso de un «sindicato de los derechos». Es eso exactamente, en los mismos o muy parecidos términos a como Trentin lo formuló, lo que muchos amigos del sindicato, y yo me pongo el último de la fila entre ellos, estamos esperando ver emerger en la actual situación de desconcierto sindical.
 

viernes, 16 de enero de 2015

RAJOY Y EL ENIGMA DE LAS CONTRA BIENAVENTURANZAS


Fiel a su alma de pequeño Nicolás que lo lleva a “estar” en todos los escenarios importantes pero sin hacer notar demasiado su presencia, don Mariano Rajoy corrió a París a hacerse un selfie con los líderes del antiterrorismo mundial, y luego voló a Atenas para contribuir a la campaña electoral en curso.
Este último caso es distinto, me dirán ustedes. En Atenas, Rajoy hizo un discurso. De acuerdo. Es distinto, pero no mucho. A fin de cuentas su discurso griego ha pasado inadvertido para todos, por lo menos en Grecia.
Y ha sido una lástima, porque don Mariano se superó a sí mismo en lo que se refiere a las dotes de orador que le conocíamos hasta la fecha. Tomó como modelo el esquema del bien conocido sermón de la Montaña, y cabe afirmar que aventajó al mismísimo Jesucristo en varios largos.
Se dirigió, como su ilustre predecesor, a los pobres de espíritu, a los mansos, a los que sufren hambre y sed, a los limpios de corazón y de bolsillo. Pero no les prometió ni bienaventuranzas, ni mucho menos el reino de los cielos (¿les suena de algo la consigna de asaltar los cielos?) Por el contrario, les reprendió haciéndoles ver que quien promete cosas imposibles de cumplir lo único que consigue es crear frustración (¿una manera subliminal de sugerir que el Mesías fue un criptosimpatizante de Podemos?) Recomendó en consecuencia al pueblo griego conformidad, sensatez, moderación, espíritu de sacrificio, paciencia y buen ánimo, porque por mucho que caigan chuzos de punta siempre acaba por escampar. Tuvo el presidente del gobierno español la elocuencia que otras veces le ha faltado. Estuvo inspirado, casi perfecto. Quizás le faltó el punto de audacia necesario para afirmar que para la hepatitis C no hay mejor remedio que las cataplasmas de mostaza que preparaba su abuela; pero reprochárselo sería de pejigueras.
Y aquí planteo el curioso enigma que se desprende de ese portentoso sermón de contra bienaventuranzas. Lo llamaré el “enigma de las preposiciones”. No cabe duda de que Rajoy habló en la ocasión junto a Andonis Samarás, el presidente conservador griego. Pero, ¿habló a favor de, o bien en contra de Samarás? Cabe concluir que existen argumentos suficientes para sostener cualquiera de las dos hipótesis. Dejo la resolución del enigma a la opinión acreditada de analistas y politólogos, pero mis esperanzas de que lleguen entre todos a una conclusión inequívoca son bastante escasas. No puede descartarse de la retranca de un estadista de la talla de nuestro presidente que en semejante dilema se haya apuntado a las dos posibilidades al mismo tiempo. Si a fin de cuentas gana Samarás, podrá afirmar: «Gracias a mí». Y si pierde: «Yo ya se lo predije.»



 

jueves, 15 de enero de 2015

HABLEMOS DE LA AFILIACIÓN


Se ha abierto un foro de discusión sobre el sindicato hoy, de un gran interés, a partir de un escrito-manifiesto de un grupo de catedráticos y profesores de Derecho del Trabajo de la Universidad Autónoma de Madrid (1). Me parece positivo el debate, y también la idea de una refundación o reconstrucción del sindicato a partir de las nuevas condiciones tecnológicas, políticas y laborales en las que nos movemos. Cómo no. Si consideramos obsoletos y estamos reivindicando cambios profundos en la Constitución y en el Estatuto de los Trabajadores, ¿por qué habríamos de hacer excepción con los Estatutos de los sindicatos, y declararlos intocables?
Ocurre, sin embargo, que la idea de conjunto que se tiene sobre el sindicato desde la sociedad adolece de desenfoques graves. En opinión de unos, los sindicatos son una rémora para una concertación social moderna y ágil; otros, en cambio, sostienen que son unos paniaguados que dicen amén a todo lo que se les propone. Cabe sospechar que unos y otros exageran.
Los/las aludidos/as profesores/as laboralistas señalan en su escrito que la representatividad sindical es muy escasa, con una afiliación que no supera el 5%. Ayer, al hilo de una charla en el Museu d’Història de Catalunya sobre los derechos y la forma de activarlos, se esgrimió el reproche de que los sindicatos solo se ocupan de sus afiliados.
Pues no. Ni una cosa ni la otra. Medir la representatividad del sindicato por su afiliación, habida cuenta de las características del modelo sindical implantado en España, es injusto. Afirmar que el sindicato solo se ocupa de sus afiliados, lo es mucho más todavía. Nunca se ha dado tal situación en la España democrática. Siempre los sindicatos han trabajado y se han movilizado para un conjunto asalariado mucho más amplio que el que abarca su propia estructura.
Remontémonos a la época en que todos los trabajadores pagábamos una cuota obligatoria (se nos detraía del salario) a los sindicatos franquistas. El sindicalismo clandestino que surgió entonces fue obra de una vanguardia restringida, una «resistencia ordinaria» al franquismo (empleo la categoría acuñada por el historiador Javier Tébar) que se movía a partir del doble diapasón de una crisis económica y laboral aguda, y del anhelo de libertades políticas.
Esos fueron los orígenes. La consolidación de las centrales y su encaje en el ordenamiento jurídico de la nueva democracia española fue una aventura costosa, de ninguna forma un regalo. Lo que se hizo fue hecho a contracorriente de las presiones insistentes de los poderes fácticos. Ahora algunos opinan que la transición fue un cambalache en el que todos se pringaron igual; pero quienes mantienen tales opiniones aún han de demostrar lo que saben hacer ellos, en política y en sindicalismo.
El modelo sindical que se adoptó, a partir ya de la ruptura de la unidad creada en el interior de las fábricas, no fue el que muchos habríamos deseado. Y la institución de los comités de empresa y delegados de personal fue la clave de bóveda de un sistema binario en el que un grupo de trabajadores elegidos por sus compañeros representaba a estos ante la dirección, y unas centrales “orientaban” desde fuera las reivindicaciones en uno u otro sentido. Costó dios y ayuda que los sindicalistas entraran en las fábricas. Se desanimó la afiliación, y se favoreció la figura ideal de un trabajador “virgen” de influencias externas que votaba caso por caso lo que consideraba más favorable, no para el conjunto asalariado, sino para la plantilla o parte de la plantilla estable del recinto fabril en el que prestaba sus servicios.
Se puede criticar al sindicato por haberse acomodado en exceso a ese esquema de funcionamiento; por no haberse zafado a tiempo de la trampa; por haber buscado el incremento de la afiliación a través de la prestación de servicios que lo han aproximado a las funciones de una gestoría y han diluido la esencia de la actividad sindical, la lucha por los derechos (la activación y la construcción de nuevos derechos reconocibles y extensibles a todo el pluriverso del trabajo), hasta metamorfosearla en casos extremos en una beneficencia otorgada de forma más o menos gratuita a quienes la solicitan. Como si se tratara de una mutua. En efecto, han sido muchos los trabajadores que se han afiliado para resolver su problema personal, y una vez resuelto – bien o mal –, han dejado de pagar la cuota.
Un renacimiento del sindicalismo debería insistir (de nuevo, una vez más) en la importancia cabal de la afiliación, y con ella de la participación, del control directo, de la representación democrática ante las instituciones para conseguir más cosas, porque juntos siempre es posible llegar más lejos. El sindicato no es una mutua de seguros, no ofrece a sus abonados un servicio para quitarles una preocupación de la cabeza. La afiliación es y debe ser activa, no pasiva. Activista, incluso. Se está en el sindicato para “empoderarse”, para progresar individual y colectivamente, para cambiar las cosas. Desde la conciencia altruista de que las cosas cambiarán a mejor para todos, no solo para los afiliados.
 

 

martes, 13 de enero de 2015

VENDER LA PIEL DEL OSO

Ya ha empezado la pelea por el botín de las elecciones que vamos a ganar sin falta uno de estos días. En Sevilla ha cundido la indignación porque la candidata de Podemos expresó alguna reticencia sobre las celebraciones de la semana santa. ¡De eso nada! ¡Aquí a modernos y radicales no nos gana nadie, pero las procesiones no se tocan!
En la otra punta de nuestra geografía, en Cataluña, la nave que debía partir abarrotada de personal con destino a Ítaca sigue anclada en el puerto a la espera de que los dos aspirantes a timonel acaben de ponerse de acuerdo sobre cómo se confeccionará en definitiva el rol de la tripulación. Lo de menos es ya el viaje en sí, lo trascendente es el lugar que han de ocupar, o no, en una u otra de las listas electorales, algunas personalidades destacadas en digna representación de la sociedad civil.
Y en el centro de nuestras miserias, la dirección madrileña de Izquierda Unida se dispone a rebobinar en los despachos los resultados de unas primarias diseñadas para expresar de forma pública y transparente un ejercicio de renovación de la política. El problema es que no acaban de gustar los que han salido elegidos. Algo que produce una sensación de déjà vu en la torturada historia de la formación, donde la aparición de renovadores siempre ha sido saludada con ruido de fondo de piedras de amolar sacando filo a las albaceteñas, y la popularidad excesiva de algunos dirigentes se ha interpretado siempre como prueba inequívoca de su próxima defección.
Mientras tanto, el Augusto ha hecho saber a sus leales que, en sus propias encuestas secretas, el Patio de Monipodio sigue en cabeza en todas las clasificaciones. Va a ser que tiene razón.
 

sábado, 10 de enero de 2015

LA DIOSA FEMINISTA


Brauron, próxima al estuario por el que desemboca el río Erasino en la costa este del Ática, frente a la isla de Eubea, es un yacimiento arqueológico al alcance de la mano desde Atenas, pero algo difícil de encontrar. Las guías turísticas al uso no suelen incluirlo en sus tours, y el acceso se realiza a través de carreteras secundarias no demasiado bien señalizadas. Una vez llegados al destino correcto las dificultades, en todo caso, se dan por bien empleadas.
Brauron acogió en la antigüedad uno de los santuarios más importantes del Ática, dedicado a la diosa Ártemis y ligado a la leyenda de Ifigenia.
Ártemis era hija de Zeus y de Leto, y hermana gemela de Apolo. Su gran afición era la caza; su tirria más señalada, ciertas costumbres arraigadas de los varones, en particular las solicitaciones amorosas demasiado explícitas, con ánimo manifiesto de forzar su pudor. También se ofendía si un mortal la veía desnuda. Se la suele representar vistiendo una túnica con la falda plisada recogida hasta las rodillas, bien calzada y mejor peinada, con los cabellos recogidos en moños fantasiosos, y en actitud de correr. Completan esta imagen muy sport el arco en la mano, la aljaba de las flechas al hombro y los lebreles agrupados a su alrededor.
No hay, que yo sepa, estatuas clásicas que representen a Ártemis sin ropa. La parroquia helénica le tenía un gran respeto. La moda en cuestión llegó mucho después, en el siglo XVI, cuando se dio la coincidencia de que la favorita del rey francés llevaba el nombre latino de la diosa, Diana (de Poitiers), y un batallón de artistas de la corte de Fontainebleau se dedicaron a frivolizar la mitología con una pintura “de seins et de culs” en tonos pastel rosados, nacarados y azul celeste.
Mejor olvidarlo. La Ártemis clásica encontró según la leyenda el receptáculo merecedor de su ira divina en Acteón, un cazador renombrado que no solo se jactó en la taberna de haberla visto desnuda cuando se refrescaba en una fuente, sino que alardeó en público de que era mejor que ella en el ejercicio de la caza y muy capaz de pasársela por la piedra en más de un sentido. Ártemis lo convirtió en ciervo y azuzó contra él a la numerosa jauría (cincuenta perros, según detallan los autores) del propio Acteón, que lo acosaron, le dieron muerte a mordiscos y lo despedazaron sin piedad hasta dejarlo reducido a piltrafas.
Con la misma vehemencia reaccionó Ártemis al saber que la hija núbil de Agamenón, Ifigenia, iba a ser sacrificada por un tropel de varones hirsutos con el socorrido pretexto de que tal era la condición puesta por los dioses para hacer soplar vientos favorables que condujeran a Troya a la flota de los aqueos. Ni corta ni perezosa se apoderó de una cierva, dio el cambiazo con la víctima sacrificial, se llevó a Ifigenia a su santuario de Táuride y la convirtió en su sacerdotisa. Más tarde Orestes fue reconocido por su hermana en un trance apurado (ella era la encargada de sacrificarlo a él) y la diosa les permitió huir juntos con el encargo de que llevaran su imagen sagrada al Ática y la colocaran en un nuevo templo, en Brauron.
Ártemis no era solo la diosa de la caza; también de los partos, de los recién nacidos y de las madres en trance de parir; y la del arte de tejer. En Brauron funcionó además una especie de internado para niñas en el que se las educaba para ser útiles en su momento a sus conciudadanos, con diversas habilidades. Por su parte, Ifigenia permaneció en Brauron hasta su muerte y fue enterrada allí y venerada como mediadora eficaz entre el mundo exterior y el de ultratumba. El yacimiento arqueológico, que incluye restos del templo de Ártemis, de la tumba y el memorial de Ifigenia, y de un pórtico con columnas bastante bien conservado, fue abierto al público en 2014, después de trabajos de restauración y limpieza bastante complicados por el hecho de que el estuario del río ha quedado cegado al paso de los siglos, y es necesario mantener una bomba de achique funcionando sin parar para que el suelo no se inunde.
La pluralidad de atribuciones relacionadas con Ártemis e Ifigenia hace que el museo arqueológico de Brauron ofrezca una variedad muy agradable de muestras de diversos cultos entrelazados. Hay estatuas-exvotos de madres y de hijos que fueron auxiliados por la diosa en un parto difícil; las madres aparecen con la cabeza velada, los niños llevan en las manos ofrendas a la diosa consistentes en pequeños animales vivos, como palomas o conejos. Hay también estelas conmemorativas de familias enteras alineadas delante de Ártemis con un toro que conducen al sacrificio, y estelas de muertos que se recomiendan a Ifigenia para una vida más confortable en el ultramundo. Los vestidos de las madres que morían al dar a luz eran entregados para el culto de la diosa; otras ofrendas expuestas son utensilios de tejedoras, pomos de ungüentos y estatuillas-amuletos que representan normalmente, bien a la propia Ártemis, o bien a korés (muchachas) dedicadas a su servicio. En conjunto, el muestrario iconográfico tiene un tono íntimo y relajante, y yo aseguraría que resiste la comparación con las leyendas de fieras batallas de héroes, gigantes y centauros inscritas, por ejemplo, en los mármoles del Partenón. Sin que pretenda con ello desmerecer a Fidias.
 

jueves, 8 de enero de 2015

ALTERNATIVAS AL PLENO EMPLEO


No es viable perseguir el pleno empleo a toda costa; lo han demostrado las políticas económicas seguidas por los gobiernos socialdemócratas a partir de los años noventa. Ellos “adelgazaron” el estado de bienestar, tronaron contra los gorrones y los perezosos que medraban con los subsidios al desempleo, corrigieron las “rigideces” del mercado laboral con medidas legislativas que minaban la estabilidad de las plantillas de las empresas, y dedicaron miles de millones de euros – mediante inyecciones directas de capital para sociedades en dificultades, y exenciones y rebajas de impuestos para todas ellas –, a incentivar la creación de puestos de trabajo desde la lógica de amortiguar la acción sindical y potenciar la posición dominante del empresario, al que se consideraba el único, el verdadero creador de riqueza.
Los economistas y financieros adeptos al neoliberalismo y a las terceras vías anunciaron entonces un nuevo milenio de prosperidad y bonanza económica. Ha sido verdad pero solo para ellos mismos, que blindaron previsoramente sus contratos y sus jubilaciones sustanciosas. Los capitales públicos inyectados han huido de la economía productiva y han potenciado la especulación financiera. En lugar del pleno empleo, ha habido un crecimiento desmesurado del paro estructural y del trabajo incierto. Se han creado empleos, pero empleos basura. Los nuevos contratos precarios han sustituido a los contratos fijos que les precedieron, y donde había un puesto de trabajo ahora puede haber media docena de minitrabajos que, entre todos, no alcanzan a completar ni la tarea real que desarrollaba su antecesor, ni el salario que se le asignaba. Por el camino se han perdido otros derechos y beneficios anejos al puesto de trabajo: vacaciones pagadas, seguros, primas, atención sanitaria.
El espejismo del pleno empleo ha hecho desaparecer de las agendas de políticos y sindicalistas la cuestión trascendental de la calidad del empleo.
No se trata de un hecho nuevo, sino de una herencia gravosa que se remonta a la época del fordismo. Durante toda una larga etapa de la historia del capitalismo, el movimiento obrero sacrificó de forma consciente el bienestar dentro de la fábrica a cambio de unos beneficios fuera de ella, consolándose de su sacrificio con la esperanza de una redención futura. Lo avalan textos de Lenin, de Gramsci. Bruno Trentin analizó esta cuestión con agudeza, y José Luis López Bulla se ha ocupado de traducir y difundir entre nosotros sus textos con un tesón admirable.
Hoy la situación ha empeorado dentro y fuera de las fábricas. Dentro hay más presión, más estrés y más inseguridad; fuera, van cayendo los derechos y beneficios que compensaban la esclavitud de la persona a la máquina.
Si se acomete la tarea de consensuar ese Estatuto de los Trabajadores que propone ahora el PSOE y reclama toda la izquierda, en paralelo y en conexión con una nueva Constitución, habrá que colocar en primer plano dos temas cruciales: uno, la calidad del trabajo y de la democracia en el interior del centro de trabajo; y dos, la protección y las garantías para todo el trabajo asalariado, el fijo y el precario, a tiempo completo o parcial, flexible o no flexible, heterodirigido o autónomo dependiente.
Y en consecuencia, será determinante la cuestión de la representación de las partes. Hay una ficción jurídica que no puede mantenerse en la nueva etapa que se quiere emprender: la “mayor representatividad” de unas centrales sindicales extendida a todo el universo laboral. Los colectivos de trabajadores que se incluyen en lo que Guy Standing ha denominado el «precariado», sean o no una nueva clase social en formación y yo creo que no lo son, deben tener para la ocasión los representantes que ellos mismos determinen, a partir de su autonomía y su autoorganización.
Hay otra cuestión aún. Si la Constitución es por su misma naturaleza una ley para la nación, será en cambio conveniente que un Estatuto del trabajo busque, por lo menos en algunos capítulos, un ámbito de vigencia superior. Hay dos realidades a considerar en primera instancia: de un lado los países latinoamericanos, y de otro la Unión Europea o cuando menos una amplia región (¿el Sur?) en el interior de la misma. Hace falta como el agua potenciar sinergias en la lucha por el reconocimiento de los derechos derivados del trabajo, más allá de unas fronteras concretas. Si más no, por el hecho de que la emigración de los jóvenes en busca de mejores perspectivas se ha convertido en un fenómeno multidireccional y multitudinario. Y esos migrantes pasan en su país de acogida a una condición de residentes, de ciudadanos de segunda. La internacionalización de los derechos derivados del trabajo es una asignatura pendiente. Y urgente.