sábado, 30 de abril de 2016

UNIDAD SINDICAL Y BIODIVERSIDAD


En los aledaños de un nuevo Primero de Mayo, vuelven las cábalas sobre la unidad sindical. Parece una operación facilísima y de un orden eminentemente práctico: dos grandes centrales comprometidas desde hace años en una unidad de acción sin fisuras, podrían llegar a acuerdos orgánicos que supondrían una mayor agilidad y eficiencia, al evitar la engorrosa duplicación de estructuras.
La cuestión, sin embargo, es más compleja. No se pueden tratar las fusiones sindicales como las bancarias, es decir como un mecanismo de reparto equitativo y puesta en común de recursos financieros, estructuras, servicios y carteras de clientes. ¿Por qué no? Pues porque un sindicato no es, como el banco, una estructura dotada de un endoesqueleto que le sirve de sostén y le facilita el movimiento; que posee órganos propios, tejidos, nervios, circulación sanguínea y metabolismo – todo ello en sentido figurado –; un organismo, en fin, autosuficiente y capaz de desenvolverse y sobrevivir en un entorno ecológico adecuado.
El sindicato es una estructura volcada hacia afuera, su punto de referencia es siempre una vida exterior a sí mismo; si no existen empresas, ni trabajo asalariado, el sindicato no existe. Un proceso de unidad sindical exige, por consiguiente, una fuerza centrípeta surgida del pluriverso del trabajo y capaz de imprimir a toda la organización montada para su defensa un movimiento unitario perceptible, una dinámica inequívoca.
La unidad sindical no desemboca, así entendida, en el monopolio (o la hegemonía) de una sigla sindical determinada, sino en una agrupación plural para la protección de intereses y de expectativas comunes surgida de una amplísima biodiversidad laboral, y cuya aspiración última no es recortar y simplificar esa biodiversidad, sino muy al contrario, expandirla y enriquecerla.
El trabajo es a largo plazo un proyecto de vida; el ahorro, no. Por eso la fusión bancaria puede ser un movimiento táctico a corto plazo y en cambio la unidad sindical debe enmarcarse en el largo plazo, y fraguarse de un modo distinto. No se trata de proteger mejor bienes materiales, sino valores intangibles: profesionalidad, competencia, polivalencia, seguridad, bienestar, futuro, expectativas, derechos. El patrimonio actual o el histórico de las centrales sindicales no debería constituir un obstáculo en el proceso hacia la unidad, desde el momento en que ese patrimonio se ofrece ya desde ahora a una utilización y un disfrute en común por parte de todos, afiliados y no afiliados. Y los acuerdos de unidad que pudieran alcanzarse no se deberían limitar a CCOO y UGT, sino abarcar toda la amplia gama de representantes legítimos y reconocidos de los trabajadores, elegidos y elegibles por ellos. Todos deben encontrar un lugar cómodo y adecuado en las estructuras amplias, democráticas y flexibles de un gran sindicato anclado en la biodiversidad formada por todas las distintas opciones y modalidades de trabajo decente.
 

viernes, 29 de abril de 2016

EL CAMBIO VISTO COMO UN ABSOLUTO


«El cambio (climático) se ceba con las especies que ya estaban más amenazadas.» El paréntesis es mío, la noticia viene en la prensa diaria, avalada por estudios científicos. Lo que vale para el cambio climático podría verificarse también en otros campos de la experiencia. Está claro, de entrada, que el climático no va a ser un cambio para mejor; pero en otros casos un cambio nos resulta altamente deseable. Y entonces, tendemos a ponderar sobre todo las mejoras genéricas que nos traerá, y por el contrario a omitir el análisis cuidadoso de las catástrofes concretas que también nos puede acarrear.
No lo digo con la intención de ejercer de aguafiestas, solo pretendo señalar que en una coyuntura de cambio siempre hay quien sale ganancioso, y también quien salta de la sartén al fuego o de Guatemala a Guatepeor. Son temas que conviene manejar con cierto cuidado. Con pinzas y guantes de látex. Cambiemos, vale, pero a partir de una preocupación clara por todo aquello que podríamos estropear.
La situación emblemática en este orden de cosas fue la de la implantación de la vacuna contra la viruela en Francia, en pleno Siglo de las Luces. Algunos estudios empíricos sugerían que se salvarían muchas vidas pero también que la vacuna mataría a un número indeterminado de personas, debido a intolerancias imposibles de detectar de antemano. Los filósofos, con Voltaire y Diderot a la cabeza, abogaron por la vacunación masiva inmediata, puesto que el bien cierto era cualitativa y cuantitativamente superior al mal incierto; D’Alembert, por el contrario, pidió más estudios y más pruebas antes de dictar una medida obligatoria que había de resultar funesta para un porcentaje, quizá no grande, pero sí significativo de la población.
D’Alembert no era un conservador; era un demócrata que perseguía un bien social que no comportara víctimas ni exclusiones. No le pareció buena una solución radical con cálculo ponderado de víctimas incluido, y consideró preferible dar un paso modesto hacia una solución futura sin víctimas preestablecidas. El problema es que, mientras se conseguía una vacuna sin efectos secundarios, seguirían enfermando personas de la viruela. Tomar una decisión de cambio siempre comporta un riesgo.
Debe ser factible, hoy, tantear el cambio posible que todos deseamos, comprometer en él a las fuerzas políticas necesarias, y delimitar de forma aproximada los bloques sociales que van a salir beneficiados y perjudicados bajo el nuevo paradigma. Rehuir en esa dirección las grandes reformas constitucionales que pueden dejar el todo o partes del Estado en una posición más precaria y desasistida que la anterior, y las medidas para relanzar la economía macro que hundirían la economía micro de muchas personas concretas; no promover medidas contra la corrupción que tiendan a favorecer a quienes ya se han anticipado a corromperse; ni remedios paliativos contra la pobreza, que desemboquen en estigmas sociales y en guetos administrativos de los que luego será imposible salir a los encerrados en ellos. Etcétera.
No es mi intención ejercer de aguafiestas, ya lo he dicho. Solo pienso que, en una situación que exige pactos y programas conjuntos entre fuerzas de distintas ideologías y extracciones sociales, no se deberían cerrar los programas de forma taxativa, ni blindarse de ninguna forma los pactos previos que se vayan alcanzando. Deberíamos afrontar el cambio desde una perspectiva de tanteo y error. El cambio visto como un absoluto genera un absolutismo indeseable del cambio. La “cirugía de hierro” social comporta inevitablemente efectos colaterales indeseados, y en el recuento final de bajas, después de las grandes ofensivas contra los “dragones” que nos amenazan, siempre hay que contabilizar muchas víctimas por fuego amigo.
 

martes, 26 de abril de 2016

PERSISTENCIA DE LA IZQUIERDA EN LAS NUEVAS COORDENADAS POLÍTICAS


Jessica Albiach, aspirante a la dirección de Podemos en Cataluña, acaba de explicar en La Vanguardia que «más que el eje derecha-izquierda o independentista-españolista, Podemos plantea el eje los de arriba y los de abajo».
Albiach es joven, pero no tanto: nació en 1979, luego anda por los treinta y siete. Dice abominar de las etiquetas, pero las utiliza sin empacho. La simplificación que aparece con frecuencia en su discurso podría deberse, no a pereza intelectual sino a un afán didáctico, a la necesidad de hacerse entender con claridad por su público, y trazar ejes de coordenadas imaginarios para mapar con cierta aproximación un territorio enmarañado.
Sin embargo. Más allá de los límites marcados para la orientación en la escuela primaria, ¿cuál es la diferencia entre un eje político derecha-izquierda y otro eje arriba-abajo? Es sabido que la topografía derecha-izquierda nació del lugar en el que solían sentarse los diputados de las diferentes tendencias en el hemiciclo parlamentario: la connotación de lugar es puramente simbólica.
Lo mismo ocurre con el arriba y el abajo. Cierto que los potentes manifiestan una marcada preferencia por los áticos (así, el madrileño Ignacio González) y los indigentes habitan con demasiada frecuencia a ras de tierra, en chabolas improvisadas con materiales de derribo; pero no se excluyen otras disposiciones topográficas contradictorias, puesto que las guardillas ocupan por lo general planos más elevados que los pisos nobles. El arriba y el abajo son entonces igual de simbólicos que la izquierda y la derecha, y resulta difícil de establecer la diferencia entre ambos ejes.
El matiz diferencial nos retrotraería de nuevo al parlamento, el lugar en el que la izquierda establecida (la sinistra vincente, en expresión de Bruno Trentin; en cualquier caso, una nada más de las diversas formas de expresarse el enrevesado pensamiento de la izquierda) puede llegar a pactos y contubernios con la derecha empingorotada, en contra de las expectativas de sectores de la ciudadanía tan amplios numéricamente como marginados de la acción política. ¿Es la negación del parlamento, entonces, y en consecuencia el trazado de un nuevo eje “confrontación parlamentaria-lucha en la calle”, el meollo de la cuestión? No lo parece, si reseguimos las explicaciones de Albiach: «Nosotros no construimos a la contra de nadie y queremos conciliar. Caminamos por encima de la confrontación y la polarización.»
Cuidado, Jessica. No es conveniente simplificar tanto la realidad y solucionar las contradicciones con muletillas dialécticas que suenan bien pero por dentro están huecas. Obviar el eje derecha-izquierda y caminar alegremente por encima de la confrontación puede tener consecuencias indeseables. Lo advirtió el maestro Riccardo Terzi con una distinción lapidaria: «La derecha es la simplificación, y la izquierda el pensamiento complejo.»
 

lunes, 25 de abril de 2016

ELLOS NO NOS MERECEN


La prensa electrónica me trae a Egaleo retazos de patria pasteurizada, aderezados con los habituales aditivos y conservantes incorporados a los artículos de opinión en cumplimiento de los libros de estilo de los medios.
Resulta que, a falta aún de la última ronda preceptiva de consultas para formar gobierno, los líderes ya han optado por tirarse al monte: Luis de Windows respondió con una carcajada amarga a la insinuación de Dijsselbloem de que convendría culminar un gran pacto político a largo plazo del centro-derecha establecido. Decididamente, la gran derecha europea no acierta a sondear los niveles abisales de ineficiencia y de corrupción de la derecha gobernante española.
Por su parte, Termidoriano Rajoy inicia “en plena forma” su nueva precampaña electoral con un ataque frontal a Ciudadanos, desde la fortaleza roqueña de cuatro largos meses de gobierno irresponsable ante el parlamento. Mientras tanto, Robespablo Iglesias acaricia la ilusionante eventualidad de un sorpasso que deje a Pedro Sánchez rendido a sus pies.
No es que no haya sido posible llegar a un acuerdo de gobierno o siquiera de investidura; es que no se ha intentado en serio. No hacía falta el oráculo de Delfos para vaticinar que el acuerdo Sánchez-Rivera era una estrategia perdedora. Pero aun en el caso de que en algún estado mayor se hubiesen generado ilusiones al respecto, la marcha de las negociaciones y el impacto negativo en la opinión deberían de haber alertado de que convenía tantear otras opciones, asumir otros riesgos, convocar otras ilusiones.
No ha sido así. La vieja y la nueva política han coincidido en ciscarse en el veredicto de las urnas. En una situación crítica, con todas las alertas sociales encendidas y los déficits disparados, la única solución que se ha encontrado ha sido proceder a una nueva tirada de dados, y esperar que en esta nueva ocasión dios reparta suerte.
La buena noticia llega desde Barcelona. La celebración de Sant Jordi ha enamorado al mundo, como todos los años. Lean la columna de hoy de Almudena Grandes en el país. Almudena es una habitual de estos festejos; ahí se siente arropada por el cariño de sus lectores. Y lean lo que ha dicho Jonas Jonasson, que no es autor de mi predilección: todas las ciudades deberían tener su Sant Jordi.
“Deberían tener”. Sí, pero esas cosas ni se improvisan, ni se decretan por el arbitrismo de los poderes centrales. Hay en este asunto una lección de por dónde debería ir el buen funcionamiento de la política, de cómo se va conquistando poco a poco un consenso. Ahora mismo, y disculpen la demagogia implícita, habrá gente a la que la fiesta del libro y de la rosa les parecerá una mariconada en comparación con tradiciones más recias, digamos el Toro de la Vega por mencionar una al azar, o los correbous para no salirnos del ámbito catalán.
Queridos políticos de la vieja guardia y del nuevo cuño: ánimo. Poco se puede esperar ya de esta última vuelta de tuerca a los resultados de unas elecciones en las que habíamos depositado nuestras mejores esperanzas. Pero tenéis la obligación de preparar con mimo las próximas, de escuchar también las voces de fuera y no solo las que suenan en el interior de vuestras cámaras de resonancia y en las tertulias informales de los évoles y los bertines. Hasta el momento, no es ya que no nos representáis; es que tampoco nos merecéis.
 

sábado, 23 de abril de 2016

HIC SUNT DRAGONES


Celebro la Diada en Egaleo, un municipio de la conurbación de Atenas. Nos rodea, a Carmen y a mí, el cariño incondicional e institucional de nuestros hijos y nietos – Mijail vino a recibirnos al aeropuerto enfundado en una camiseta del Barça – y el beneplácito, más oblicuo pero también indudable, de los dos gatos de la casa, Amedeo y Margherita, que han expresado su alegría de vernos al modo característicamente gatuno, es decir, alzando la cola muy tiesa y frotándose contra nuestros tobillos.
Desde la lejanía he seguido la declaración oficial del president Puigdemont, en el sentido de que Sant Jordi nos protege de los dragones feroces que pretenden atenazarnos. No tengo nada en principio contra las metáforas, pero ocurre con ellas como con todo, conviene dosificarlas para no pasarse de rosca. Dragones, como meigas, haberlos haylos. Aquí en Egaleo tenemos a la vista algunos de ellos; por ejemplo, a tiro de piedra de esta casa, en Eleonas, han asentado de la manera que se ha podido a un par de miles de refugiados sirios; por lo menos cuatro veces más numerosos son los que se hacinan en los muelles del Pireo y en las instalaciones del antiguo aeropuerto de Atenas. No hablo ya de lo que está sucediendo en Lesbos y en Idomeni. La guerra se siente mucho más próxima desde aquí que desde Barcelona; la miseria, el desamparo y el hambre quedan mucho más a la vista. Pero hasta el momento el bienaventurado Jordi de Capadocia no sabe, no contesta, a tantas peticiones desesperadas de auxilio. No puede descartarse que se haya alineado con la señora Lagarde, del FMI, que ante el vencimiento próximo de un plazo de entrega de 3 millones de euros de la deuda griega, y a pesar de las garantías ofrecidas y de la inminencia de la votación parlamentaria de una reforma fiscal profunda que mejorará los equilibrios en las cargas tributarias y las perspectivas de redistribución, ha estimado necesario reclamar ipso facto un aval sobre dos millones extra (cinco en total, cuando los que se deben son tres), a fin de mejorar la tranquilidad y la buena digestión de los ciudadanos de los países acreedores.
Los cuales, dicho sea sin embargo de lo anterior, siguen llamándose andanas en la cuestión de los refugiados. Europa es para ellos una realidad virtual, observable a través de las apps adecuadas y cuantificable en cantidades alfanuméricas que registran en forma de señales luminosas los volúmenes de deuda y los plazos de vencimiento de cada uno de los socios hipotéticos. Otras realidades, observables a simple vista (a ojo desnudo, como se dice en algunas lenguas), no les interesan.
Aquí están los dragones, hic sunt dragones. Sin menospreciar las amenazas muy ciertas al desarrollo adecuado y el reconocimiento justo de la lengua catalana, un patrimonio de la humanidad que muchos siguen negando con una contumacia fanática.
Pero son los menos.
Y la batalla contra ellos está ganada en el largo plazo.
Y no son dragones, a menos que extrememos los términos comparativos de tal modo que caigamos en la actitud que se expresa desde la sabiduría popular con esta otra metáfora: matar moscas a cañonazos.
 

jueves, 21 de abril de 2016

SOLO ES POSIBLE INNOVAR DESDE LA MEMORIA


Sin ánimo de ser impertinente, muy al contrario, me gustaría poner un contrapunto – es mi oficio en este blog – al excelente artículo de Luismari González en Nueva Tribuna, titulado «Combatir la desmemoria».
Coincido por completo con los postulados expuestos en él: en particular con el orgullo de lo que hemos levantado, no a partir de la nada, sino desde una larga brega molecular iniciada en los años de plomo del franquismo desde la defensa incansable y consecuente del trabajo y de los trabajadores. Comisiones Obreras es historia y es memoria; una historia y una memoria que algunos intentan desvalorizar a partir de unos postulados novísimos según los cuales el trabajo tiene una importancia marginal en las relaciones sociales, y los representantes de los trabajadores organizados en sindicatos vienen a caer en la categoría ambigua y aborrecible de la “casta”.
Los tres hitos que llama Luismari a recordar y celebrar, la Asamblea “fundacional” de Barcelona (julio de 1976), celebrada en una semilegalidad tolerada; el asesinato de los laboralistas del despacho de Atocha (enero de 1977), botón de muestra de que la Transición no fue ni un rigodón en las cancillerías ni una bajada de pantalones por parte de las clases populares; y la legalización oficial del sindicato (abril de 1977), en un momento en el que prácticamente todo estaba aún por hacer y nada podía darse por descontado, son jalones de una historia en cierto modo paralela a la “oficial” y gestada a contracorriente, que ni se ha detenido desde entonces, ni va a detenerse.
Bienvenidas sean, entonces, la memoria y la celebración de lo que hemos sido y de lo que somos. Pero no son la misma cosa, lo uno y lo otro. Yo evitaría declarar de una forma tan rotunda que «somos lo que fuimos», porque existe todo un trayecto lleno de significado entre aquellos momentos de hace cuarenta años y los que vivimos ahora. Y la memoria debe iluminar cada tramo de ese trayecto con la misma luz desapasionada de la verdad concreta. Lo que somos deriva sin duda de lo que fuimos, pero la mirada atenta al presente y el futuro, la renovación necesaria, la adaptación urgente a nuevos condicionantes y nuevos paradigmas, deben ocupar el lugar teórico de un esencialismo con fecha de caducidad, que propondría unas Comisiones Obreras siempre iguales a sí mismas.
No creo que haya sido eso lo que Luismari ha querido decir. Habla de renovación y de imaginación, de “revisar” no la historia, sino la práctica; se aprecia, con todo, en el tono general del texto una contundencia mucho mayor en la defensa del patrimonio acumulado que en su proyección hacia el futuro.
Ni los populismos, ni los adanismos, ni menos aún las imposturas y las acciones miserables, van a conseguir nada frente a la fuerza que son capaces de desarrollar los trabajadores organizados conforme a sus intereses, sus necesidades y sus reivindicaciones. Se trata, entonces, de debatir fraternal y colectivamente las mejores opciones posibles hoy para el sindicato de ayer, de mañana y de siempre.
La conclusión de todas estas reflexiones vagabundas, y en ella coincido plenamente con Luismari, es que resulta forzoso innovar, pero solo podremos hacerlo desde la memoria; nunca, desde la desmemoria.
 

miércoles, 20 de abril de 2016

LA SEGUNDA MEJOR CAMA DE WILL SHAKESPEARE


Seguiré desde Grecia la celebración de Sant Jordi, pero he anticipado mi propia contribución al festejo: hace ya algún tiempo que compré mi libro y mi rosa. De la segunda, poco hay que decir; el libro es “El espejo de un hombre” de Stephen Greenblatt (Debolsillo 2016), una biografía de Shakespeare por uno de los máximos especialistas en el tema.
No lo recomiendo de forma insistente; allá cada cual con sus gustos, sobre todo en cuestiones de erudición literaria. No sabemos gran cosa de la vida de los genios, y hay ocasiones en las que saber más no añade nada a nuestro equipaje para andar por la vida; o incluso, que la ignorancia habría sido una opción preferible.  
En cualquier caso, se cuenta en el libro en cuestión que, llegado el momento de hacer testamento, Will Shakespeare, para entonces un hombre rico y con pujos de nobleza, dejó prácticamente todo a su hija mayor, Susana, y al eventual primogénito varón de ésta. El único hijo varón del dramaturgo, Hamnet Shakespeare, había muerto de enfermedad a los 11 años de edad. Will residía a la sazón en Londres, en unos momentos de mucho trabajo y trajín. Fue avisado de la gravedad del estado de su hijo, pero solo llegó a Stratford a tiempo para el entierro. Recorre su obra el dolor por la pérdida del hijo y presunto heredero de una supremacía bien asentada en la actividad teatral de la época isabelina.
Susana había contraído matrimonio con un hombre del gusto de su padre, y él depositó en ella todas sus esperanzas de una posteridad honrosa. No ocurría lo mismo con Judith, la hija segunda, y de hecho varias cláusulas del testamento estaban redactadas con la intención de impedir que el marido de ésta, Richard Quiney, pudiera echar mano de la herencia. Aun así, Judith recibió algunas mandas menores y un recuerdo especial de su padre, una «fuente ancha de plata sobredorada».
Anne Hathaway, la esposa, no fue mencionada en el testamento. Comentaristas benévolos mantienen que no hacía ninguna falta, porque la ley ya se encargaba de que la viuda recibiera su porción “legítima” de la herencia. Es cierto, pero también lo es que siempre han sido muy de uso los recuerdos a la «compañera de tantos trabajos», a la «abnegada madre de mis hijos», a la «leal esposa», o fórmulas similares. De otra persona cabría suponer que la ausencia testamentaria de alguna de tales fórmulas más o menos estereotipadas se debía a la falta de traza o de costumbre para tomar la pluma; de Will Shakespeare, decididamente no.  
Finalmente, en un añadido al cuerpo principal del testamento, fechado el día 25 de marzo de 1616, cuando las fuerzas del poeta estaban ya exhaustas, y seguramente debido a la insistencia del notario o de alguno de los testigos, aparece la siguiente disposición escueta: «Ítem dejo a mi esposa mi segunda mejor cama con todo su ajuar.»
De nuevo entran en escena los glosadores benévolos: hay quien ha dicho que la segunda mejor cama era probablemente más cómoda que la primera, es decir la destinada a los invitados de paso; o que el ajuar completo del lecho seguramente tenía un gran valor dinerario. Sin excluir ninguna de las dos posibilidades, lo que aparece como más cierto es que la última disposición testamentaria de Will es un insulto deliberado a su esposa.
Will se casó obligado con Anne. Ella era ocho años mayor que él (26 por 18) y estaba para entonces embarazada de tres meses. La convivencia de los dos fue episódica, aunque fructífera. Will marchó tempranamente a Londres y desarrolló allí toda su carrera. Dedicó, no obstante, una gran parte del dinero que ganó como actor y como autor en el teatro a la compra, en Stratford y en sus alrededores, de varios terrenos, y de una casa, New Place, a la altura de la condición de caballero a la que deseaba (y consiguió) verse elevado.


Por demás está decir que Will no guardó las ausencias de Anne, en Londres. Se le conocen muchas relaciones y enredos con actrices y actores, sin contar enigmas nunca definitivamente aclarados como su relación, platónica o no, con el joven conde de Southampton, al que dedicó una serie de bellísimos sonetos amorosos. Nada tendría de extraño que Anne le hubiera correspondido con la misma moneda, que Will estuviera al corriente, y que las relaciones entre los dos se hubieran agriado, siempre desde la salvaguarda  de las apariencias aconsejable por la existencia de hijos comunes y por las pretensiones de un título nobiliario del autor. Cabe imaginar incluso que en algún momento, al paso de años de convivencia difícil, ella le dijera: «Tú has sido solo el segundo mejor inquilino de mi cama.» Lo cual explicaría sin más el sentido del refinado legado póstumo: un recuerdo oportuno del segundo mejor.

El hijo malogrado de Will llevó el nombre de Hamnet, y tal vez el autor jugó con el nombre en su tragedia más famosa, en la que el príncipe de Dinamarca es enterado, por la Sombra de su padre muerto, de la infidelidad y la traición de la reina. Es un hecho que en las representaciones de “Hamlet” en los teatros de Blackfriars, William Shakespeare personificó a la Sombra, y que obtuvo un sonoro éxito, no solo como autor de la trama, sino también como actor.
  

martes, 19 de abril de 2016

LA EMPRESA Y LA PRESUNCIÓN DE INOCENCIA


Fue Milton Friedman, profesor de Economía en la Universidad de Chicago, quien levantó la liebre, al afirmar que la única responsabilidad social que cabe atribuir a la empresa es la de generar beneficios: «The social responsability of business is to increase its profits» (en The New York Times Magazine del día 13 de septiembre de 1970; ya ha llovido desde entonces). Sin embargo el empresario, y su avatar neo moderno el emprendedor, siguen gozando de buena fama: la visión comúnmente admitida de la empresa es, aun hoy, la de que constituye un instrumento indispensable para la creación de riqueza.
No es lo mismo crear riqueza que crear beneficio, sin embargo. La riqueza se produce a partir del trabajo, allí donde antes no había sino naturaleza. El beneficio se consigue por distintas vías; en unos casos mediante actividades productivas, y en otros mediante actividades improductivas o incluso destructivas, como ha señalado William Baumol («Entrepreneurship: productive, unproductive and destructive», The Journal of Political Economy. 98-5, 1990). Con frecuencia esas distintas posibilidades se combinan: una de las tradiciones más consistentes de las empresas coloniales ha sido la de aportar riqueza a la metrópoli sobre la base de esquilmar las materias primas de la colonia y explotar sin misericordia a sus habitantes.
Lo cierto es que la forma jurídica “empresa” es la cobertura legal idónea para extraer beneficios mediante toda clase de expedientes, unos imaginativos, otros simplemente abusivos. Por ejemplo, la evasión de impuestos implica el beneficio de un incremento sustancial de la renta disponible. Adelante, entonces. ¿Cuál es el camino mejor para lograrlo? Por lo común, crear una empresa. El impuesto de sociedades es más bajo que el de la renta de las personas físicas, debido a la común suposición de que la empresa está generando riqueza, y no solo consumiéndola. Ese diferencial supone ya una extracción de beneficio para quien la utiliza de forma indebida; si además el objetivo perseguido es hacer invisibles para el fisco determinadas actividades lucrativas no bendecidas por la ley, como el cobro de comisiones por favorecer a un grupo determinado en la concesión de contratos públicos, entonces la empresa creada habrá de estar situada offshore, o dicho de otro modo en un paraíso fiscal.
Ocurre también que no ya las tapaderas sino las empresas de verdad, en particular las más grandes y ricas, combinan diversos expedientes legales y extralegales para la extracción del mayor volumen posible de beneficios: defraudan a las haciendas estatales, operan en paraísos fiscales, esquilman recursos de países poco desarrollados para venderlos allí donde el precio de mercado es más alto, etc. Se trata, por lo general, de empresas situadas por encima de toda sospecha, beneficiarias de una presunción general de inocencia, y contra las que resulta muy difícil, y muy costoso, actuar. La vieja idea liberal de la concurrencia ordenada a un mercado capaz de conjugar oferta y demanda en un precio equilibrado para todas las partes, está absolutamente fuera de lugar en el mundo de hoy. El libre mercado presupone igualdad de oportunidades para los agentes que concurren a él; para el pensamiento llamado neoliberal, la igualdad de oportunidades ha quedado arrumbada tiempo ha en el archivo de los trastos inútiles.
Definir la empresa hoy es una tarea ímproba. Incluso la OIT ha renunciado a hacerlo. En su Declaración Tripartita sobre las Empresas Multinacionales y la Política Social (1977, revisada en 2000), §6, ha resuelto la cuestión del modo siguiente: «No es necesaria una definición jurídica precisa de las empresas multinacionales…»
No es que no sea necesaria, es que no es posible. El jurista, sociólogo y catedrático Alain Supiot explica la razón de esa imposibilidad del modo siguiente: «La situación es simple cuando un emprendedor, persona física, se presenta él mismo en el escenario jurídico en calidad de comerciante. Sigue siendo fácil de comprender cuando funda una sociedad comercial que se confunde con su empresa y le confiere una forma jurídica. Las cosas se complican cuando esta sociedad crea filiales o pasa bajo el control financiero de otra, y se inscribe así en un grupo de sociedades de contornos borrosos y movedizos. Se vuelven opacas cuando la empresa se ramifica en vínculos contractuales de dependencia que unen sociedades sin relación de capital, por ejemplo, en el caso de subcontratación o de concesión de explotación de patentes. Esta organización en redes tiene como consecuencia una difuminación del polo patronal de la relación laboral, que se vuelve difícil y a veces imposible de identificar. […] La libertad de organización jurídica de la empresa se ha convertido en un medio para el emprendedor, no ya de identificarse en el escenario de los intercambios, sino, todo lo contrario, de desaparecer detrás de las máscaras de una multitud de personalidades morales y de rehuir así las responsabilidades inherentes a su actividad económica.» (En El espíritu de Filadelfia, Barcelona, Península 2011, p. 146-47. La traducción es de Jordi Terré.)
 

lunes, 18 de abril de 2016

"SI YO ME DEJARA PRESIONAR..."


“Si yo me dejara presionar por los poderes económicos y mediáticos, no merecería ser el presidente del Gobierno de España.” Así se ha expresado Mariano Rajoy en respuesta al coro cada vez más nutrido de voces de las elites financieras del país y de la prensa de derechas, que le piden de buenos modos que dé “un paso a un lado”. En castellano viejo, que se largue.
La respuesta de don Mariano se sitúa en el terreno de las hipótesis, es decir, de lo que ocurriría en el caso de no ser las cosas como son; y se basa en dos afirmaciones implícitas que son por lo menos dudosas. A saber: 1) que él no se deja presionar por los poderes económicos y mediáticos; 2) que merece ser el presidente del gobierno.
La composición de lugar que nos hacemos quienes le hemos visto dar bandazos de babor a estribor, y viceversa, según soplaban los vientos de los mercados financieros y de sus portavoces reconocidos, es exactamente la contraria: el gobierno presidido por él se ha mimetizado a la perfección detrás de las indicaciones de los poderes fácticos, e incluso en los casos frecuentes y repetidos en los que no ha cumplido los compromisos establecidos con las troikas, ha recurrido al expediente evasivo de declarar estar cumpliendo fielmente lo mismo que incumplía, no obstante los consabidos imponderables relacionados con la herencia recibida y con la perfidia de algunas comunidades autonómicas.
En cuanto a sus merecimientos para seguir presidiendo el gobierno, la opinión pública contraria es ya un clamor.
Es curioso el apoyo que le presta, en una entrevista publicada en El País, José Manuel García-Margallo. Declara el ministro de exteriores en funciones, en el mismo tono hipotético utilizado por su patrón, que una “guerra” por la sucesión en este momento desestabilizaría al partido popular. Las inferencias de una declaración tan sibilina son también dos: 1), que la sucesión en la cúpula popular exigirá una guerra; es decir, según la definición clásica de Clausewitz, una continuación de la política por otros medios más expeditivos; y 2), que el PP se encuentra en estos momentos en una situación estable que no conviene alterar.
No se ve, ni el ministro en precario lo explica, la razón de que sea tan costoso un proceso sucesorio que es en sí mismo natural y conforme con la evolución de las sociedades; pero una afirmación tan fuerte desemboca en la certeza de que a don Mariano no lo sacan de Moncloa si no es con los pies por delante. En cuanto a la estabilidad actual del partido, con la mitad de su organigrama imputado en asuntos de corrupción, y con el propio partido encausado por haber utilizado la caja B en los pagos por la reforma de la sede de la calle Génova, Margallo parece sugerir que todos los implicados se encuentran cómodos en esa situación.
Sugerencia que se acentúa por sus alabanzas al ex ministro de Industria Soria, que ha dimitido en su opinión por un puntillo de pundonor democrático, cuando ni siquiera ha sido aún encausado por su implicación en la administración irregular de empresas offshore. Margallo llega al extremo de insinuar que el deber de ejemplaridad de un político se limita al tiempo durante el que ejerce el cargo público, y no se debe extender ni a las épocas anteriores ni a las posteriores de su biografía. No es la misma doctrina que se predica desde sus baterías artilleras en contra de la presunta financiación venezolana de Podemos, ni, con mayor rechifla, contra el sinsostenismo de Rita Maestre en la capilla de la Complutense, ocurrido en 2011 y por el que ahora se le reclama la dimisión de un cargo municipal que ocupó en 2015.
 

domingo, 17 de abril de 2016

PARTIDA NULA Y VUELTA A EMPEZAR


Después de alcanzada la nulidad en una partida de ajedrez larga y tediosa utilizada por cada cual para bloquear con esmero cualquier posibilidad de ventaja del contrario, los jugadores se disponen ya a recolocar sus piezas en las casillas iniciales del tablero para empezar un nuevo juego. Todos ellos alimentan esperanzas renovadas de mejora, gracias a sondeos secretos de elaboración propia que les auguran décimas porcentuales de avance.
Podemos ha vivido una crisis interna vistosa, con expectativas de desplome anunciadas desde los medios con patente precipitación, y recientemente rectificadas. Sus líderes se esfuerzan visiblemente en recuperar una coherencia comunicacional que nunca ha sido su fuerte. En las filas socialistas, mientras tanto, se ha impuesto una pausa obligada por las circunstancias, pero las presiones de la curia sobre Sánchez se han hecho más perentorias: o caja o faja. El partido riverista, por su parte, prosigue con coherencia la persecución de sus objetivos últimos, que son los de gobernar hombro con hombro junto a un partido popular desmarianizado. Hay una gran unanimidad en su seno, como corresponde a un bloque compacto de una sola persona que asume democráticamente todas las decisiones sin perder tiempo ni energías en consultas ni referendos internos. Izquierda Unida sigue deshojando la margarita: ser o no ser; desnaturalizarse en el barullo de una sopa de siglas, o seguir en solitario, predicando en el desierto. En cuanto a los populares, le están encontrando el gusto a la irresponsabilidad gubernamental en funciones, y cada día nos sorprenden con una nueva iniciativa barroca, al tiempo que persisten en mirar fijamente a otro lado para no ver los cadáveres exquisitos que van desplomándose sin pausa a su alrededor.
Hay unanimidad en considerar la situación política bloqueada y en considerar que el impasse puede traer consecuencias funestas para la economía. Las diferencias de análisis surgen en el momento de determinar quién bloquea y el qué. Del examen de lo que nos ofrecen la prensa, las diferentes cadenas de radio y televisión, los obispos, el ministro del Interior y algunos premios Nobel y académicos de la lengua – todos ellos aleccionados desde el lugar donde renacen las sombras por la multinacional Lucro Fácil SL –, el tapón que convendría suprimir está personalizado en dos alcaldesas insolventes a las que se bombardea día tras día con toda clase de material explosivo e inflamable. La una mejor haría en cuidar de sus nietos, no asaltar capillas, no remover símbolos franquistas, y permitir que Madrid prolongue su tradición sagrada de ser la capital del pelotazo; la otra debería vender pescado en Mercabarna, arrumbar sus proyectos tranviarios y no estorbar la rápida conversión en curso de Barcelona en un parque temático con casino incluido para cruceristas de paso, acróbatas balconeros con nocturnidad y sonámbulos etílicos de procedencias variadas.
Más allá de estas acusaciones de trazo grueso, la realidad profunda que se vislumbra detrás de tanto revuelo mediático es la siguiente: Carmena y Colau son simples iconos; el tapón real de la situación política, queridos lectores, somos nosotros, los ciudadanos.
A ver si votamos mejor la próxima vez, caramba.
 

viernes, 15 de abril de 2016

EL FRAUDE COMO INSTRUMENTO DE ESTRUCTURACIÓN SOCIAL


Los casos recién conocidos de fraude a la hacienda pública de los ciudadanos Soria López, ministro de Industria en funciones hasta esta misma mañana, y Aznar López, ex presidente del Gobierno de la nación y presidente de honor del Partido Popular, pueden dar la impresión equivocada de que se ha dado una escalada progresiva en la implicación en la corrupción de la clase política, desde los “casos aislados” iniciales, y pasando por las categorías profesionales o asimiladas de tesoreros y conseguidores, hasta salpicar incluso a ministros y presidentes. Lo que ha existido, sin embargo, es una escalada en el desvelamiento. La corrupción existía ya de antes, y era sistémica, no puntual. Era también conocida, incluso aceptada socialmente como signo inequívoco de distinción y de superioridad. Era, para expresarlo con una imagen que nos retrotrae a épocas y ambientes antañones, el rasgo distintivo de un nuevo señoritismo.
Con el declive progresivo de unas estructuras de poder sólidamente enraizadas en la sociedad ha sido cuando, puestos a tirar de la manta y en función de la magnitud mayor o menor de las resistencias opuestas, los primeros en quedar al descubierto han sido los eslabones más débiles de la cadena, y el desvelamiento ha proseguido a partir de ahí en paralelo al deterioro progresivo del poder que servía de plataforma sustentadora a todo un entramado, en parte privado y en parte público, volcado a la “búsqueda y extracción de rentas” al margen de las disposiciones legales, por parte del capital político.
He tomado las categorías arriba mencionadas, dicho sea entre paréntesis, del libro de Carlos Arenas Posadas «Poder, economía y sociedad en el sur» (Centro de Estudios Andaluces, 2015). Allí se manejan para explicar la historia y las instituciones del capitalismo “extractivo” en Andalucía, pero sus análisis luminosos y llenos de rigor son aplicables a otras latitudes, como corresponde al hecho de que el capitalismo andaluz es una peculiaridad regional inmersa en un contexto globalizado.
Del mismo libro, tomo una cita en nota a pie de página que expresa con claridad el trasfondo y la trascendencia del asunto: «El fraude es, pues, un poderoso instrumento de estructuración social, en la medida en que no todos los individuos tienen las mismas posibilidades de ejercerlo: según la clase social a la que pertenecen y según la red de relaciones sociales en la que se hallan inmersos, defraudan o no defraudan, lo hacen en mayor o menor medida, en un sentido o en otro. Y al hacerlo ponen a prueba su poder, su riqueza, sus vínculos y su influencia, de modo que se sitúan en un lugar o en otro del entramado social; y todo ello a la vista de los conciudadanos, de modo que el fraude adquiere también un poder simbólico, pues al demostrar la fuerza de quien puede enfrentarse impunemente al Estado incumpliendo sus normas, legitima y consolida la dominación de las oligarquías sobre la sociedad rural.»
La cita corresponde a Juan PRO RUIZ, «El poder de la tierra: una lectura social del fraude en la contribución de inmuebles, cultivo y ganadería (1845-1936)». Hacienda Pública Española. Monografía 1 (1994), pp. 189-201. La validez del mecanismo descrito por Pro y por Arenas subsiste, a lo que entiendo, trasplantada a otros tiempos históricos y a una sociedad no predominantemente rural.
 

jueves, 14 de abril de 2016

EL DILEMA CONFEDERAL


Dos viejos amigos (désele al calificativo “viejos” el valor que cada cual estime adecuado) que son además amigos admirables, Isidor Boix y José Luis López Bulla, ven llegada la hora de la unidad sindical orgánica y proponen sin tapujos, desde ópticas no coincidentes y en algún sentido incluso contrapuestas, resolver la cuestión con la colocación, en el orden del día del gran colectivo de trabajadores asalariados, de un congreso constituyente (1).
La unidad sindical me parece no solo positiva, sino necesaria. Un congreso constituyente no me lo parece tanto. Me refiero a algo que ya apunta López Bulla en su artículo: en esta cuestión, si se obra con precipitación hay bastantes más probabilidades de que las cosas salgan mal, o medio mal, que bien.
Para que salgan bien, sería imprescindible acometer de forma previa dos tareas de una gran envergadura. Voy a ser esquemático. Me refiero a:
A) Organizar sindicalmente a los trabajadores no organizados. Nadie puede desconocer que en el momento actual es muy superior el número de trabajadores no sindicalizados que el de los que sí lo están. Un congreso de unidad celebrado en el corto plazo tendería, en consecuencia, a reducir sus aspiraciones a la mitad, o una parte incluso menor, del objetivo propuesto.
B) Tarea prioritaria del sindicato, frente a la pérdida de cohesión y de identidad de los asalariados, es “la construcción de una nueva visión del empleo y de la sociedad, para aunar nuevas identidades y objetivos”, según expresión utilizada por Ramon Alós en su importante trabajo «El sindicalismo ante un cambio de ciclo» (2).
Asumir las dos tareas supone para el sindicato un dilema de fondo en cuanto a las formas de organizarse y de actuar. La primera tarea llama a la apertura y a la diversificación; la segunda, reclama un acento fuerte en la cohesión y en la elaboración colectiva de una praxis sindical finalista.
Vamos al primer punto. Desde la fortaleza confederal es difícil llegar al trabajador realmente existente; es decir, si nos referimos al retrato robot de la mayoría en clave estadística, al trabajador y aun más a la trabajadora joven, intermitente, con cualificación escasa, que trabaja en una empresa pequeñísima con un contrato informal y dudosamente renovable, o en su defecto trabaja en casa, en curros azarosos y mal pagados, mientras adapta las expectativas de su vida personal a esa realidad sórdida.
De un lado, los mecanismos de intervención sindical de una confederación no están lo bastante afinados para atraer y organizar a ese tipo de “clientela”. Me excuso por la palabra. Sigue siendo verdad, sin embargo, que desde la torre del homenaje se percibe mal lo que ocurre en el foso de los cocodrilos. A la inversa,  son muchos los trabajadores que hoy no encuentran ni incentivos para la sindicación ni un encuadramiento fácil en el organigrama de un sindicato confederal.
La solución organizativa podría estar en agilizar las estructuras de base del sindicato confederal, removiendo sus pilares federales y “externalizando” su acción del mismo modo que hacen las empresas: es decir, trabajando en contacto continuo con estructuras sindicales de pequeño volumen pero muy combativas presentes por ejemplo en las ETT, y con el amplio tejido asociativo compuesto por organizaciones de vecinos, de parados, de usuarios y consumidores, etc.
Dos cuestiones aún, al respecto. Primera, de poco sirven en este contexto los comités de empresa, un esquema que solo es válido para un diez por ciento como máximo de la fuerza de trabajo real. La apuesta organizativa de base debe ir hacia unas secciones sindicales concebidas como colectivos heterogéneos, no solo internos al centro de trabajo sino además inclusivos de toda la periferia asociada a la empresa (ETTs, falsos autónomos, equipo de limpieza contratado, servicios informáticos externos, etc.). Las secciones organizadas de este modo tendrían una gran movilidad de composición y una amplia autonomía de funcionamiento, y se conectarían de forma natural al entorno asociativo en el barrio o en el polígono.
Segunda cuestión, un defecto histórico de las grandes confederaciones ha sido el intento de “patrimonializar” toda la acción sindical, de apropiarse de los resultados concretos de cada lucha, de cada conflicto, para el logo o la “marca”. Existe dirigismo y paternalismo hacia las bases, tanto más en la medida en que esas bases no están afiliadas. Dirigismo y paternalismo son obstáculos objetivos para la afiliación; una confederación sindical no puede equivaler a un supermercado en donde la “clientela” (reincido en el mismo término antipático) se sirva de los productos en oferta en la medida de sus necesidades.
La otra premisa de partida en el trayecto hacia un gran congreso de unidad que no abarque solo a las grandes organizaciones sino a toda una constelación de grupos menores que puedan sentirse cómodos en un contexto estatutario muy laxo, es la tensión ideal hacia una nueva visión del trabajo y de la sociedad. El sindicalismo ha conseguido hasta el momento una autonomía adecuada respecto de la esfera de lo político, pero, en el proceso, ha perdido también influencia en los contenidos del discurso de los políticos. El problema hoy es que, tanto desde el Estado como desde los intereses que mueven a los partidos que aspiran a gobernar, la dimensión del trabajo y la intervención de los sindicatos son vistas como cuestiones accesorias y un tanto engorrosas. Colocar de nuevo el pluriverso del trabajo como eje vertebrador de la sociedad significa una tarea molecular, una reconquista paso a paso de un terreno abrupto. Una labor de hegemonía.
He sido, como anunciaba al principio, muy esquemático en esta exposición. Se me ocurren muchas cosas que añadir y que matizar. Quizás lo haga en otra ocasión, o en otro contexto.

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(1) Para sus aportaciones y argumentos, ver http://pasosalaizquierda.com/?p=1236 y http://pasosalaizquierda.com/?p=1227).


 

martes, 12 de abril de 2016

DE LA FLEXIBILIDAD AL VASALLAJE


En el largo artículo que abre el recién aparecido número 4 de la revista digital Pasos a la Izquierda, Ramón Alós y Pere Jódar realizan una radiografía realista de la situación actual del trabajo asalariado en España (1). Conviene confrontar esa radiografía con los ensueños en que se sume, y nos sume, el empresariado cuando habla de “flexiseguridad”, de conciliación, de éxito individual, de promoción al mérito y de grandes oportunidades. La realidad es que se está utilizando el empleo (empleo eventual, temporal, parcial, precario) como una liberalidad, una concesión graciosa que comporta el deber de disponibilidad permanente de la contraparte; se cubren los puestos de trabajo con empleados que se ponen y se quitan en función de que afluyan o no los pedidos, o simplemente por albedrío del empleador; se eliminan derechos, se alargan las jornadas sin remuneración complementaria, y se utilizan las ETT como ejército permanente de reserva a bajo (más bajo) coste.
Todo ello bajo el patrocinio del Estado. Han sido las reformas laborales – las dos sucesivas, no ha habido una buena y otra mala – las que han puesto esas armas precisas en manos del dador de empleo, por considerarlo la figura clave para acceder a una nueva bonanza económica. Los tribunales, en particular el supremo y el constitucional, han refrendado la novedad y elaborado la jurisprudencia correspondiente.
El mercado de trabajo se ha hecho más flexible, pero no por una mayor capacidad de elección y de protagonismo de quienes forman parte de la fuerza de trabajo, sino por una adaptación más ajustada a las formas antiguas y nuevas de la codicia empresarial. La nueva flexibilidad ha traído un crecimiento exponencial de la desigualdad en el seno de la sociedad. Los índices de consumo han descendido de forma sustancial (con la excepción, significativa, de los automóviles de gran cilindrada, los yates y otros artículos de la industria del lujo); el índice de desempleo, en cambio, se mantiene estable, con el siguiente matiz: los índices atienden a porcentajes sobre un total que se presume fijo, pero que no es fijo. De hecho, si el porcentaje se mantiene es porque la población asalariada desciende. Se da, de un lado, un flujo migratorio considerable a otros países, en particular por parte de jóvenes bien preparados profesionalmente; de otro lado, entre los mayores se incrementa el desistimiento de entrar en el mercado laboral. Son personas que, perdida ya toda esperanza, se marginan de las colas de solicitantes que se forman en unas oficinas de empleo también privatizadas. Sus opciones quedarán reducidas en adelante a los avatares de la economía sumergida, un sector que algunos cuantifican en un 20-25% del PIB.
A esas dos opciones “naturales” se añaden otras dos causas “siniestrables” de reducción del censo laboral, cuantitativamente pequeñas pero en modo alguno desdeñables, sobre todo porque las cifras ascienden de año en año: la primera, los accidentes con víctimas mortales, que se ceban en los trabajadores eventuales y precarios, en la “flexi” sin “seguridad”; la segunda, la de los suicidios, debidos a diversas patologías, pero entre las cuales cabe incluir lo que Richard Sennett llamó la “corrosión del carácter” en una sociedad en la que las oportunidades de promoción aparecen progresivamente ahogadas por la imposición brutal de un modelo injusto de producción y distribución de la riqueza que debería ser común.
Es bien sabida, de otro lado, la suerte que espera a los refugiados que buscan recomenzar sus vidas truncadas por la guerra imperialista en sus países de origen. Europa no los quiere. No los quiere en casa, con derechos, con acceso a la sanidad, a la educación y a la vivienda que constituyen los novísimos caladeros de márgenes de beneficio para el capital privado de las sociedades opulentas. Los quieren, sí, inermes y desprotegidos, en los actuales “no-lugares” de trabajo (como los definen Alós y Jódar citando a Luciano Gallino), afanados en jornadas sin fin para el beneficio del señor, según la nueva institución de la figura del vasallaje que trata de imponer el gran capital, por la fuerza de los hechos y por la coacción, en las relaciones laborales del mercado global.
 


 

lunes, 11 de abril de 2016

LISTAS


A alguien se le ha ocurrido componer un listado histórico de malos catalanes. Lo sé por Enric Juliana, que en su columna de La Vanguardia argumenta en favor de uno de los nombres expurgados del censo de catalanes sin tacha, Jaume Vicens Vives. Cuenta Juliana que en el penal de Burgos, en 1947, Manuel Moreno Mauricio, catalán de Vélez Rubio y Badalona, se dedicó a copiar página por página la “Historia social y económica de España y América”, dirigida y editada por Vicens. El argumento es inconsistente, sin embargo: Moreno Mauricio también debe de estar en la lista de los malos catalanes, a poco que los inquisidores afinen el criterio.
En todas las grandes epopeyas colectivas de los pueblos… (nota al margen: no se olvide que la epopeya es un género clasificado desde siglos atrás en el gran apartado de la ficción literaria). En las epopeyas colectivas, digo, encontramos siempre dos géneros de seguidores, los inclusivos y los excluyentes. La frase favorita de los primeros es: “entre todos lo conseguiremos todo”; la de los segundos, “pocos pero buenos”. El primer papa Benedicto XIII, el aragonés de Illueca Pedro de Luna, fue proclamado hereje, tachado de la lista oficial de los papas y confinado en su castillo de Peñíscola, con cordón de vigilancia para que ni saliese de allí ni recibiese visitas sospechosas. Con todo, Benedicto siguió en sus trece. Era un excluyente. Sostenía que la iglesia universal cabía entre los muros de su propiedad familiar, de la misma forma que había cabido en la barca de Pedro cuando éste echaba las redes en el lago de Tiberiades. La lista de malos cristianos confeccionada por el papa Luna habría tenido dimensiones cósmicas, muy superiores a la nómina propuesta por Dante Alighieri, que metió en el infierno a lo más granado de la sociedad florentina de su tiempo, y alrededores.
Jaume Vicens i Vives da nombre a una calle de Barcelona, en el Bogatell, al lado del cementerio del Este. La calle se cruza con las de Ramon Llull, Carmen Amaya y Salvador Espriu, entre otras. Ignoro si los nombres de los tres están incluidos también en la lista de malos catalanes: motivos habría cuando menos para la sospecha, en los tres casos.
Quien no tiene calle, y apenas rastro de memoria histórica de su paso por el mundo, es Manuel Moreno Mauricio. Gracias a Enric Juliana por su recuerdo al dirigente comunista y por la foto que incluye en el artículo, que el lector curioso podrá encontrar en: http://www.lavanguardia.com/politica/20160410/401004589553/vicens-vives-en-la-prision-de-burgos.html

  

domingo, 10 de abril de 2016

EL ESPECTÁCULO DEBE CONTINUAR


Muy bien, olvidémonos todos de este lapso vacío de ciento doce días ya, y vayamos a unas nuevas elecciones. Hemos hecho depender la gobernabilidad del país de las personas equivocadas: tenemos un gobierno en funciones irresponsable, un parlamento bloqueado y un candidato oficial empeñado en encerrarse con un solo juguete… roto. Puesto que al parecer por ahí no va a haber novedades de sustancia, la alternativa más sensata, por no decir la única, resulta de cajón: para salir del impasse, es necesario volver a darle la palabra al pueblo.
Nos resignamos, a pesar de que nos coge a casi todos con mal cuerpo, después de una resaca tan larga del 20D y de aquel lucido consenso mediático acerca de una etapa política nueva caracterizada por la necesidad de pactos. Pactos sí, pero no con los bolivaristas, pero no con los austericidas, pero no con los soberanistas, pero no con el Ibex35. La lista se fue haciendo más larga, el sendero transitable más estrecho y sembrado de minas. Al final del largo camino a ninguna parte, el único consenso al cual se ha llegado es: “la culpa no la tengo yo, la tienen todos los demás.”
No discutiremos, lo aceptamos. No hay más madera que la que arde. Hagan borrón y cuenta nueva y pasen página, cuanto antes mejor.
Vayamos a una repetición de las elecciones, entonces. Pero, por favor, ya que nos van a pasar la misma película, renueven el elenco. Hay tiempo. Apuntan en el horizonte inmediato asambleas decisorias, congresos aplazados, recursos al Constitucional y sesiones de maitines cruciales. Consulten sus oráculos sagrados y sus sondeos de opinión, hagan sacrificios propiciatorios a sus divinidades y a sus supporters financieros, y adopten una decisión firme, para variar. Que no repita ninguno de los cuatro tenores. Están muy vistos, nos sabemos de memoria sus monólogos, ya han recibido todos la visita de Jordi Évole y acudido a cocinar a la casa de Bertín Osborne. El espectáculo debe continuar, de acuerdo, pero tengan la bondad por lo menos de cambiar el cartel y el atrezzo. Ya que no acaba de venir el cambio que el país espera, cambien por lo menos a los artistas para renovar el tinglado de la antigua farsa. De otro modo la repetición de la campaña se hará infumable.
 

sábado, 9 de abril de 2016

EL LUGAR DE TRABAJO SE HA HECHO ABSTRACTO


¿Puede la práctica sindical partir hoy del centro de trabajo? ¿De qué hablamos cuando nos referimos, como una norma imprescindible para una praxis sindical correcta, al factor de la “proximidad”?
Los datos son demoledores. Apenas una cuarta parte de la mano de obra asalariada cuenta con un empleo estable y un puesto de trabajo fijo (en las condiciones flexibles y volátiles que condicionan la fijeza según la normativa de las últimas reformas laborales). El resto entra dentro de los principios comunes de la temporalidad y la precariedad; con el agravante de que la duración media de los contratos temporales tiende a acortarse de forma consistente: son cada vez más personas, o por lo menos más contratos, las que ocupan sucesivamente un mismo puesto de trabajo a lo largo del año. Ese puesto de trabajo, además, se ha trasladado en algunos casos a la propia vivienda del trabajador, con el auge moderado del teletrabajo y del homeworking. Y también desde su vivienda propia, cuando la posee, vive el trabajador sin empleo las gestiones extenuantes por colocar currículos, concertar citas para entrevistas y castings, responder a ofertas genéricas, etc.
Se diluyen poco a poco los viejos perfiles del lugar de trabajo en el paradigma fordista de la empresa. No es que hayan desaparecido la máquina y el taller, el escritorio y la oficina, sino que se han despersonalizado; a una fuerza de trabajo crecientemente deshumanizada y abstracta, corresponde también una deshumanización del lugar de trabajo.
El lugar de trabajo era – también – una extensión de la personalidad del trabajador que lo ocupaba. La fotografía sobre la mesa, o pegada en la taquilla; el calendario con las fechas tachadas o señaladas con círculos a bolígrafo; el paquete de kleenex; la manzana y el botellín de agua para la pausa de media mañana; el san pancracio con un realito agujereado (ya no de curso legal) colocado en el dedo que señalaba al cielo, para traer suerte; el tabaco, hasta que ya no se lo autorizó; el paquetito de galletas de chocolate para prevenir un desfallecimiento a media tarde. Mil pequeños signos de apropiación de un espacio íntimo por el que, de forma más colectiva, se luchaba también sindicalmente: la calefacción, la ventilación, los ruidos, los humos, la luz suficiente.
En una ocasión, hablo de los años ochenta del siglo pasado, varios miembros de la dirección sindical de la CONC fuimos invitados por el comité de empresa de las minas de Fígols, a visitar las galerías. En los vestuarios nos revestimos de mono, botas de goma, guantes y casco. Bajamos en el ascensor, y los trabajadores del turno, sin dejar más de un momento sus ocupaciones, nos hicieron los honores de aquel espacio subterráneo en penumbra como si fueran las dependencias de su propia casa. Vimos todo lo que ellos consideraron interesante enseñarnos; era “su” mina. Imagino que en el sector concreto de la minería las cosas no han cambiado gran cosa desde entonces: un lugar de trabajo tan específico no se presta a la danza de quita y pon de eventuales, interinos y becarios. Pero en otros lugares de trabajo más convencionales, las señas de identidad de sus ocupantes tienden hoy a borrarse.
La desconexión forzosa entre el trabajador y el lugar habitual donde desempeña su oficio supone una dificultad extraordinaria para la “proximidad” que la acción sindical de base intenta alcanzar. Será preciso, en cualquier organigrama que se prevea en próximos congresos de las centrales grandes y de los sindicatos pequeños, estudiar las formas de superar esa dificultad.
 

jueves, 7 de abril de 2016

ESA PUTA TAN DISTINGUIDA


Me veo obligado a pedir disculpas a los lectores por este titular tan fuera de toda conveniencia. No es propiedad intelectual mía. En este blog, por cojones, se ha proscrito la palabra soez a menos que esté debidamente justificada en el guión. Tal es el caso. El titular del post de hoy es el título de la última novela del maestro Juan Marsé, que aún no he leído, pero me faltará tiempo. Y la puta en cuestión no es nadie en quien ustedes seguramente estarán ya pensando, sino la memoria, como nos explica con tino Xavi Ayén en una entrevista tan bien hecha que nos hace añorar los tiempos en los que la prensa cultural todavía servía para algo (1).
La memoria. Ni siquiera la memoria histórica, sino la memoria a secas, la puta memoria. Trampea con nosotros de forma permanente, o trampeamos nosotros con ella. En los libros de memorias nunca hay dos memorias iguales de testigos de un mismo hecho, y alguna razón tiene en ello la movilidad y la fluidez de nuestra conciencia. Marsé recuerda el libro “Descargo de conciencia”, en el que Pedro Laín Entralgo se esforzaba en multiplicar las coartadas para dignificar un pasado infumable. Hoy los Laínes proliferan, pero en general ni se descargan de nada ni buscan coartadas; simplemente niegan por la cara lo que aparece debidamente documentado en las hemerotecas. La culpa es de las hemerotecas, por supuesto. Ya se ha reclamado de Google el olvido como derecho fundamental de la persona. No me parece mal, aclaro; ser demasiado memorioso debe ser una tortura intolerable, en particular para quienes tienen vocación de saltimbanquis. Ignacio Sánchez Cuenca ha remado contra corriente para recopilar algunos ejemplos palpables de la trapisonda de ciertas mentes históricamente mutables y en la actualidad pontificales, en un libro que tampoco he leído aún, pero ya añoro: “La desfachatez intelectual. Escritores e intelectuales ante la política”. El título promete.
Marsé es autor de “Últimas tardes con Teresa”, “La oscura historia de la prima Montse” y “Si te dicen que caí”, por citar solo tres títulos que siguen siendo emblemáticos de una época crítica en la historia personal de muchos de nosotros. En su currículo de autor figuran algunos premios, pero que yo sepa nadie le ha dado aún, de la forma adecuada, las gracias que le debemos todos por haberlas escrito. Con la razón suficiente que le otorga la autoría de un puñado de obras que han sido pasmosamente útiles para varias generaciones de lectores, echa su cuarto a espadas sin complejos en la cuestión de las birrias que se editan hoy en día (cuestión ya tratada en este blog, en otro momento). No es solo lo que se edita, argumenta Marsé; la mayoría de todo es una birria.

 

miércoles, 6 de abril de 2016

POLÍTICOS OFFSHORE


Puestos a enunciarlo en forma de ley, saldría más o menos esto: “Detrás de todo gran político neoliberal, hay una empresa offshore.” No es una ley exacta, claro. En realidad, puede haber varias empresas offshore. Miren al ya ex primer ministro de Islandia, y a Mauricio Macri. Antes habíamos conocido los casos de la familia de Jordi Pujol (“toda saga política neoliberal tiende a crear un volumen de empresas offshore equivalente al de los capitales desalojados”) y de Luis Bárcenas (“todo tesorero de un partido político neoliberal”, etc.).
Don Carlos Marx, ese gran desconocido, trató de establecer algunas leyes cautelosas en torno a las relaciones entre lo que él llamaba la estructura económica y las superestructuras ideológicas. En el largo plazo, sostenía, los cambios en la estructura determinan cambios superestructurales que van aproximadamente en la misma dirección.
Olvidémonos del largo plazo, ahora que vivimos en la era de la instantaneidad y el movimiento uniformemente acelerado de las puertas giratorias crea remolinos capaces de absorber en su vorágine una media ponderada de nueve concejales valencianos al día. Lo que quedaría hoy en pie de la vieja ley marxiana sería lo siguiente: lo primero que aparece en el horizonte brumoso de las actividades B de un político cualquiera, es la posibilidad de crear en Andorra, o Panamá, o no importa qué otro paraíso, una empresa offshore enteramente opaca hacia la que canalizar unos ingresos atípicos que de otro modo le traerían disgustos serios con Hacienda. Este es, necesariamente, el primer paso.
Después, en el largo plazo según Marx, pero sin olvidar que en el paradigma actual el largo plazo puede concretarse en tres o cuatro segundos, aparece una mentalidad neoliberal que nace revestida ya de todas sus armas, tal y como nació Atenea, según el mito clásico, del muslo de Zeus.
Una vez revestido así de su flamante coraza, el neófito neoliberal empieza sin falta a despotricar contra la contaminación de bolivarismo rancio perceptible en las nuevas formaciones políticas, a reclamar respeto hacia la memoria histórica de las gestas franquistas, y a calificar de nazis a las abortistas, y de pescateras a las alcaldesas rebeldes.
Una corriente idealista de tipo hegeliano consideraría esta misma relación a la inversa: es decir, para ella tendría lugar primero el cambio de mentalidad, y luego, como el corolario forzoso de un teorema matemático, se generaría el papeleo en un bufete solvente de abogados para la creación de la empresa offshore. El mérito de Marx consistió en dar la vuelta a ese esquema explicativo invertido, y ponerlo erguido sobre sus pies.
La empresa offshore primero, y solo luego la ideología. Ese es el orden correcto.