viernes, 26 de mayo de 2023

NO TODO VOLVERÁ A SER IGUAL

 


“Dones obrint camí”, mujeres abriendo camino. Imagen del 2 de abril de 2023.

 

Me he entretenido, en los días previos a una jornada de reflexión que pocos dedican a reflexionar, en releer apuntes, notas y algunas entradas de blog de la época más candente de la pandemia que nos encerró de forma forzada, solos con nosotros mismos, los meses de marzo, abril y mayo de 2020. De entonces data una idea fuerte, desaparecida casi en las propuestas de ciudad que nos sirven las candidaturas más al uso, pero que entonces apareció repetida mil veces en distintas formas y en boca de muy distintas instancias e instituciones: «Nada volverá a ser igual.»

¿Nada lo ha sido, de verdad? Se ha aplicado de forma consistente a la fórmula la desmemoria que utilizamos para superar las épocas más engorrosas de la vida del mundo, y con ellas las nuestras, por recientes que sean. Corremos a acordarnos de Santa Bárbara cuando truena pero, en cuanto el cielo vuelve a azulear, decidimos que a la Santa le pueden ir dando.

La catástrofe económica anunciada por la paralización de los negocios durante la pandemia no va a ser, me temo, un parteaguas decisivo entre un “antes” y un “después” diferentes. La riqueza global, a fin de cuentas, no es algo sólido, sino una simple burbuja. Háganme caso, la riqueza global está sobrevalorada.

Véanlo descendiendo al detalle; un titular de La Vanguardia (9.4.2020) afirmaba: «Emergencia económica. El coronavirus hunde el comercio mundial y pone en riesgo la globalización.» Otro veía en el horizonte el inminente hundimiento, no del comercio mundial, sino del capitalismo. Pónganles hoy ante los ojos sus profecías de ayer a aquellos Jeremías investidos de jefes de redacción, y se excusarán diciendo que fue un truco para vender más periódicos porque la coyuntura apretaba.

Un editorial del Financial Times de la misma época, es decir el momento más caliente de la pandemia, anterior al lío infinito de las vacunas, proponía algunas correcciones sensatas sobre lo público, la deuda y el papel del Estado en la pospandemia.

Más aún, el Fondo Monetario Internacional emitió un informe de emergencia en el que afirmaba que, después del desastre sanitario, nos esperaba una severa crisis económica, difícil de cuantificar debido a la “extrema incertidumbre”. Una frase en particular me llamó la atención en aquel informe: «En situaciones de emergencia todos los Gobiernos son keynesianos, para salvar a las personas, a las empresas o a ambos.»

El keynesianismo es ciertamente una debilidad senil de los gobiernos, ajena por completo a un FMI sobrado de firmeza en el dogma neoliberal del TINA (There Is No Alternative). En ese sentido, resulta interesante la mención hecha por el Fondo al salvamento “a las personas, a las empresas o a ambas”, lo que significa que en la cubierta de un “Titanic” metafórico se podría oír, en el apuro tremendo de un hundimiento inminente: “¡Las empresas y los niños primero!” (no es invento ni especulación; sucedió tal cual en las residencias geriátricas de la Comunidad de Madrid).  

Sin embargo, el negacionismo sutil no es una actitud novedosa. El capitalismo siempre ha mostrado una envidiable ligereza y flexibilidad de movimientos en las grandes crisis cíclicas, desde la intención lampedusiana de cambiar todo lo preciso para que lo esencial no cambie.

Las lecciones del Financial Times y las excusas del FMI (olvidadas, como las profecías apocalípticas de La Vanguardia, antes de que el papel prensa de la edición empezara a amarillear) habían llegado, de otro lado, demasiado tarde. Todo eso se debió decir ─y poner en práctica─ en 2008. La enorme destrucción de riqueza pública, de empleo decente y de bienestar social se produjo entonces, guiada por una banca privada atenta al business sin límites ni cortapisas, con los Estados procurando pasar inadvertidos para no molestar, las troicas inflexibles en la doctrina financiarizada, y todos ellos pendientes de la oracular sabiduría algorítmica de los mercados.

No hubo en realidad un hundimiento del comercio mundial (apenas fue un stand by momentáneo), sino un lucro cesante. Se contaron como perdidos los dineros que se habían dejado de ganar, sencillamente. Cualquier economista debería saber distinguir entre una cosa y otra. La confusión fue interesada, nos dijeron lo que querían que creyéramos.

Cada cual habrá de sacar sus conclusiones en relación con el voto de mañana. Yo lo que veo, sinceramente, son muchas ganas de equivocarse otra vez.

 

jueves, 25 de mayo de 2023

MURAKAMI

 


Pocas cosas puedo decir en favor de la monarquía, pero sí una: el comité que otorga el Premio Princesa de Asturias de Literatura esta más próximo a mis propios gustos literarios que la Academia Sueca que decide el Nobel.

No lo digo solo por Haruki Murakami, el premiado de este año; hay otros ejemplos anteriores más que suficientes para fijar la tendencia. Pero Murakami ha sido de alguna manera el florón de la corona, porque lleva años siendo favorito en la rumorología del Nobel para luego quedar sempiternamente postergado por otros nombres, cuyos méritos no discuto por aquello de gustibus non disputandum, pero que tienen en su totalidad el déficit incorporado, de forma invariable, de no ser ninguno de ellos Murakami.

Fue Marcel Proust quien trazó una norma sencilla y comprensible en torno al mérito literario. Lo hizo mientras buscaba con afán el tiempo perdido. Allí, en una de tantas revueltas de la trama, explicó que nos da pereza acercarnos a un libro nuevo porque en nuestra memoria tenemos catalogados como en un canon inamovible todos los libros buenos que hemos leído, unos colocados en lugares aventajados y otros un poco más atrás. De modo que el concepto “libro bueno” viene a ser para nosotros la media aritmética o la síntesis resultante de todos esos buenos libros ya leídos. Así pues, damos por descontado que el nuevo que aún no conocemos habrá de ser forzosamente otra combinación de los mismos ingredientes ya conocidos: un fondo de Faulkner quizás, dos cucharadas de Dostoievsky, una pizca de Shakespeare, una pasada por el túrmix de Baudelaire.

Y no, declara Proust: un buen libro es el que lleva consigo un plus de originalidad capaz de obligarnos a rehacer todo nuestro canon anterior. Un buen libro apela de forma directa a nuestra sensibilidad, sin antecedentes ni cartas de recomendación. Recuerdo que hace ya muchos años un crítico literario de renombre explicaba en un artículo polémico que el recién aparecido “Cien años de soledad” no valía nada porque no cumplía ninguno de los requisitos establecidos por Flaubert para la buena literatura. Bueno, en ese caso concreto el comité Nobel desairó al crítico y ensalzó a Gabriel García Márquez, pero otras decisiones posteriores de los académicos suecos nos obligan a preguntarnos si no tomaron con Gabo una decisión imprudente y alejada de sus rigurosos fundamentos de principio.

Yo supe de Murakami por mi hermano José María: “Pacote, tú que has leído más que yo, dime si esto es bueno.” “Si te gusta, es lo bastante bueno.” “Ya sé, pero me quedo más tranquilo si me lo explicas.” El libro era “Kafka en la orilla”. Lo disfruté de una manera bestial, pero no se lo pude explicar, lo que pasaba en la novela no era realismo mágico ni ciencia-ficción ni se ajustaba a ninguna categoría establecida por los poncios. Cuando hubimos charlado lo bastante del asunto, me alargó otro libro del mismo autor: “Esto son relatos cortos”, me dijo. Se trataba de “Sauce ciego mujer dormida”. Soy murakimista desde entonces, y he leído muchas otras cosas de él. Siempre me pregunto qué es lo que tiene dentro, y esa curiosidad nunca satisfecha me anima a seguir leyéndolo.

Le han dado un premio a Murakami. Antes, nos había dado él muchos a nosotros.

 

domingo, 21 de mayo de 2023

LA POSIBILIDAD DE UN "SORPASSO"

 


Odeón de Herodes Ático, en la ladera de la Acrópolis de Atenas.

 

Hoy estamos de elecciones en Grecia. Desde Egáleo, donde Carmen y yo ayudamos (en proporción muy desigual) a la buena marcha de la casa de mi hija operada en fecha reciente, hemos tenido pocas ocasiones de tantear el ambiente de campaña, pero en cualquier caso podemos certificar que está resultando muy desangelado. Todo el pescado se daba por vendido desde buen principio, y los pronósticos anticipaban un camino florido para Nueva Democracia.

Pero en los últimos días los sondeos han tomado un cariz diferente, y aproximan mucho a lo más alto del podio las opciones de Syriza y su “Simboleo allaguís”, contrato para el cambio. Entonces, han aparecido de pronto promesas institucionales que antes se echaban de menos, y lo han hecho de una forma bastante tumultuosa y atropellada: se está prometiendo prácticamente todo a una ciudadanía atónita.

El ambiente ciudadano apenas ha cambiado, sin embargo. Los atenienses han recibido el tremendo chaparrón de bendiciones repentinas con ánimo estoico, qué se le va a hacer. No se perciben ánimos mitineros y de fiesta en el entorno. Quedamos a la espera del veredicto definitivo de las urnas, pero flota en el aire la eventualidad siniestra de un “sorpasso” en el mismísimo esprint final. Lo cual sería, según los mismos medios de comunicación que publican tales sondeos, una catástrofe para el país y para sus esperanzas de redención duradera ante las sempiternas troikas.

Sobre las promesas inverosímiles con las que se halaga a un electorado escarmentado en estos momentos de frenesí, para conjurar la posibilidad de hundimiento del “Titanic” liberal helénico, no me resisto a recordar la bonita historia que acaba de contar Guillem Martínez en Ctxt. Dice que Santiago Rusiñol cedió en una ocasión a la tentación de la política, a instancias de la Lliga Catalanista, e incluso hizo un discurso de campaña en un pueblo del interior. Se trataba de prometer bienaventuranzas, y él dio en prometer un puente nuevo. La audiencia reaccionó de forma hostil: “Aquí no hay río”. “¡Pero cómo!”, se exclamó Don Santiago, “si la Lliga gana estas elecciones les prometo que les pondremos un río.”

Algo así parece estar pasando en estas latitudes.

 

viernes, 19 de mayo de 2023

EL SINDICATO EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XXI



Estructuras inestables: composición de Kazimir Malevich.

 

Iba a titular “el sindicato en el siglo XXI”, pero me ha venido un escrúpulo. Ya es universal la idea de que el XX ha sido un siglo “corto”, que empezó tarde y acabó antes de tiempo. Nada nos dice que no ocurra alguna travesura parecida con el siglo actual, que además resulta haber nacido prematuro y –de algún modo– con fórceps. Nos dicen que el horizonte del cambio climático se sitúa en el año 2030, fecha después de la cual entraremos en una dimensión desconocida. La Inteligencia Artificial (IA) también amenaza con irrumpir como uno de esos aguaceros que se lo llevan todo por delante. Me tiento, pues, la ropa, y me limito a reflexionar sobre las cosas de ahora mismo en la escena sindical.

El derrumbe irreparable del fordismo (del “industrialismo”, como prefiere expresarlo Umberto Romagnoli, a lo largo de cuya línea de pensamiento culebreo en estas divagaciones ociosas) ha descolocado estructuras, tanto materiales como de pensamiento, que considerábamos inamovibles. En la Italia de finales los años cincuenta del siglo pasado, Togliatti podía ordenar al sindicato que se limitara a la reivindicación salarial, y el PCI haría el resto para mejorar la condición social de los trabajadores. Eso sucedía, sin embargo, en mitad del siglo XX “corto”. Ahora no tendría el menor sentido, entre otras cosas porque el PCI hace medio siglo que ha dejado de existir.

La “tutela” del partido sobre el sindicato ya no es de recibo. A cambio, el sindicato no puede limitarse a velar por el cumplimiento de unas condiciones de trabajo decentes según contrato. El contrato privado, subvariante de cualquier contrato civil, ya no rige el mercado laboral; se camufla detrás de otras figuras jurídicas (el autónomo; el “socio”, incluso, para asombro de la concurrencia) con el fin de evitar las responsabilidades empresariales asociadas al antiguo contrato de trabajo, y así colgar toda la protección legal de las propias espaldas del trabajador (lo llaman “mochila austríaca”).

El sindicato debe utilizar a fondo su autonomía y su capacidad reivindicativa, entonces, para, sin abandonar el suelo del derecho privado “inter partes”, asaltar el mundo de las instituciones de derecho público, “erga omnes”. O, expresado por Romagnoli, debe pasar de reivindicar el cumplimiento del contrato (de trabajo), a hacer valer el estatus (de ciudadanía). No es nueva la caracterización jurídica del binomio trabajador-ciudadano, pero, ahora que el trabajo fijo para toda la vida se ha desvanecido en nombre de la “flexibilidad”, y bienvenida sea esta, se trata de poner todo el énfasis en el segundo término del binomio, la ciudadanía aderezada con sus derechos correspondientes.

Esta última era la parte que en tiempos heroicos reclamaba Togliatti para el despliegue político del Príncipe Moderno. Ahora mismo, ya desde tiempo atrás huérfanos de príncipe, se trata de que desde el sindicato ampliemos el abanico de funciones asumidas, y despleguemos el cielo protector hacia todos los acimuts, “erga omnes”.

Se trata de una exigencia democrática, que concierne a todo el sistema. La democracia representativa, señaló en su día Norberto Bobbio, tiene defectos importantes, y uno de ellos es precisamente que resulta poco representativa.

La democracia necesita la ayuda de los sujetos sociales para ganar peso, fundamento y autoridad incontestable. Las normas “verticales” de la representación ideológica en la que se basan los partidos políticos no captan bien las prioridades y las urgencias que padece la condición trabajadora en un mundo gobernado por el capital. (Los partidos siguen siendo instrumentos democráticos útiles, y no es en absoluto mi intención negarlo; pero sí creo que deben mejorar su interacción con la sociedad y sus “performances” de eficacia.)

La huelga es el último recurso de quienes carecen de otros recursos, en un mundo en el que la democracia significa siempre conflicto, porque quienes detentan privilegios no están dispuestos a cederlos en ningún caso. Por ese motivo se ha dado entrada al derecho de huelga en las constituciones postliberales, entre ellas la española.

Pero no es un derecho bien tratado en la práctica. Se utiliza con parsimonia, porque resulta literalmente desgarrador. Sondeos de opinión muestran que también los trabajadores están en contra de las huelgas, con excepción de las que hacen ellos mismos.

Y tampoco debe confundirse el genérico “derecho de huelga” con el reglamento de la “huelga legal”. Acabamos de ver un caso significativo de esa confusión. Ante una convocatoria de paro, la autoridad gubernativa ha dictado sin pestañear unos servicios mínimos del 100%. Todo parece tener el mismo acomodo en la letra de una Constitución zarandeada: de un lado una huelga virtual, y del otro unos mínimos de máximos.

Es importante, entonces, buscar otros recursos para hacer avanzar las reivindicaciones de más bulto. Se está utilizando ahora mismo en España con éxito la vía de la concertación social, y aquí aparece de nuevo el carácter protagonista de los sindicatos democráticos. Se trata de arrancar pedazos de consenso social en direcciones distintas al salario y a las condiciones de higiene y seguridad de la “fábrica”. Hoy la fábrica es un lugar abstracto, la condición de fábrica es inexistente, y la protección de las personas y las vidas de los trabajadores y las trabajadoras debe abordarse en concreto, desde las leyes de la física y de la geografía: el trabajo se realiza en un lugar concreto, en unas condiciones determinadas, con un objeto preciso. La protección del colectivo de trabajadores implicados debe garantizarse en esos parámetros, y no mediante generalidades proclamadas para tapar abusos.

En la concertación social, corresponde al sindicato dar de sí todo su potencial, para representar adecuadamente a todos los trabajadores: en su lugar de trabajo y en su lugar de vida, cada vez menos diferenciable; en su contrato laboral efectivo o posible, y en su estatus irrenunciable de ciudadano.

  

sábado, 13 de mayo de 2023

BEATUS ILLA



Imagen (ignoro si real o inducida) de una “superilla” del Eixample. Fuente: Vilaweb.

 

Nos informa hoy el Escriba sentado de que Jaume Collboni no tendrá ningún empacho en pactar con unos o con otros en función de los resultados que se den en las urnas el 28M. No hay nada decidido (salvo que Collboni será el candidato más votado). No hay, al parecer, tampoco preferencias marcadas. Todo irá en función de la línea de actuación seguida en esta y anteriores ocasiones por el PSC, que, como es notorio, se rige ante todo por las oportunidades de negocio: “Barcelona es bona si la bossa sona”.

En la ciudad de los prodigios todos sabemos a qué atenernos, en particular los seguidores de Colau, esa utopista ludita dispuesta a sacrificar un aeropuerto por los patos de la Ricarda (sic). El aeropuerto es necesario y urgente para conectar el centro de los negocios de la Gran Barcelona con las universidades y los centros de investigación de la Costa Oeste de los Estados Unidos y de Asia. Así queda dicho, y no le den más vueltas que la paciencia tiene un límite. El Eixample también debe pagar su peaje en esta carrera, para facilitar el desplazamiento de los vehículos privados de los trabajadores hacia las industrias del Baix Llobregat y el cinturón metropolitano. La calle Consell de Cent y sus plazas peatonales se han convertido en un obstáculo añadido para la fluidez de tráfico que existió in illo tempore. Fuera con los jardines, el Escriba no quiere bailar al son de esa música.

Todo el planteamiento expuesto por el Escriba es maximalista, por más que se remita a los vecinos de los barrios y a sus asociaciones para reclamar la fuerza de una ciudadanía de bajo poder adquisitivo, aunque con vehículo contaminante privado, con necesidad de desplazarse de vez en cuando a conferenciar con los chicos listos de Silicon Valley, y sin sindicatos que la arropen en sus reivindicaciones (la palabra “sindicato” brilla por su ausencia – hasta ahora – en las epístolas del Escriba. Sí se habla de teletrabajadores que componemos églogas inocentonas en los jardincillos puestos a nuestra disposición por la actual alcaldesa, en el eje de Consell de Cent: gente bien provista de fondos y con pujos culturales desviacionistas.)

Este es en apretada síntesis el planteamiento general. Corresponde a ustedes elegir el 28M “la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido”. Así lo expresó por lo menos Fray Luis de León.

  

jueves, 11 de mayo de 2023

QUIEN NO TRABAJA NO TIENE, PERO ANTE TODO NO ES

 


Alexéi y Violetta Stajanov en una foto oficial.

 

La frase que encabeza estas líneas pertenece tal vez a Massimo D’Antona o tal vez a Umberto Romagnoli, que dedica al trabajo de aquel como jurista laboralista una conferencia importante (“Redefinir las relaciones entre trabajo y ciudadanía: el pensamiento de Massimo D’Antona”, incluida en U. Romagnoli, “Trabajo y ciudadanía”, Ed. Bomarzo 2023. Trad., Antonio Baylos y otros).

Romagnoli, en la estela del pensamiento de D’Antona, contempla el derecho del trabajo del siglo XX como un constructo histórico, pero no ontológico. Quiere decirse que el derecho laboral se adaptó en dicha época al pensamiento técnico contemporáneo, pero le faltó elevarse “a la medida del hombre”, como reclama Umberto de su disciplina.

El siglo XX estuvo dominado por el industrialismo, es decir lo que solemos denominar “fordismo”, una estructura compleja en la que la vida de las personas queda sometida al volumen global de la producción: «… un cierto modo de producir que se convertirá rápidamente en un cierto modo de pensar.»

Romagnoli propone reemplazar “industrialismo” por “industriosidad”. No son lo mismo, la segunda opción pone también el trabajo (todo el trabajo, no solo el subordinado y asalariado) en el centro de la vida y de la política, pero busca compaginar ambas realidades en buena armonía: una buena vida a partir de un buen trabajo.

De hecho, el enorme cataclismo subsiguiente al derrumbe del fordismo, y la desaparición de la gran fábrica como punto de referencia, no permiten que las cosas del trabajo (en general) sigan funcionando ahora igual que antes. «Las actuales organizaciones sindicales no pueden tener futuro si se limitan a gobernar lo existente», advierte Romagnoli muy en serio.

Ha desaparecido el mundo antiguo en el que el contrato de trabajo indefinido tenía una connotación de por vida, en que se estimulaba la disciplina y la obediencia automática a las órdenes del capataz o el ingeniero, y los convenios colectivos sucesivos marcaban un trayecto prefijado que concluía con la jubilación y en el que se premiaban la antigüedad, la disciplina y la lealtad incondicionada a la empresa. «La fábrica prefigura una forma de gobierno de la sociedad basada en la jerarquía, y predetermina un código totalizante de referencia cultural», dice Romagnoli.

Las variables a manejar en el siglo XXI son otras, porque estamos ya en una revolución industrial distinta y en un horizonte cultural más despejado. Aquí deben tener un hueco el derecho a la diferencia, la libertad de elegir, la conciliación ontológica entre vida productiva y vida privada como dos esferas que es necesario armonizar para no dar como resultado una persona ontológicamente demediada.

Y sin embargo, aun hoy es posible cambiar la frase del título por esta otra: “Quien no trabaja, ni tiene ni es; quien sí trabaja tampoco es, tenga o no tenga.”

Tal vez me explique mejor con el ejemplo de Alexéi Stajanov, minero del carbón en el Donetsk soviético, hoy ucraniano. En 1935, a los 28 años de edad, arrancó 102 toneladas de carbón en 6 horas, multiplicando así por 14 la media de extracción de sus compañeros.

Fue seguramente un “récord” preparado a conciencia, en las mejores condiciones posibles de trabajo, con una veta de mineral magnífica, con un apoyo excepcional de todo el equipo humano que rodeaba al picador. Da igual, la URSS necesitaba una hazaña grandiosa para elevar la moral de trabajo, y tanto da para el caso multiplicar la productividad por siete que por catorce.

Stajanov fue proclamado “héroe del trabajo socialista por su contribución al progreso del país”. Dirigió varias minas después de eso, y fue cooptado al Soviet Supremo. Enfermó de esclerosis múltiple y falleció de esa enfermedad. Su viuda Violetta declaró años después que siempre había sentido respeto por él, pero no le amó.

En el mundo socialista y en las socialdemocracias avanzadas de los países de Europa occidental, el modo de pensar del industrialismo fue el mismo: la producción primero, la vida después. Las mujeres, portadoras de vida nueva por un lado y por otro incapaces de esfuerzos musculares sostenidos a la altura de los de los varones, quedaron marginadas del mundo de la mina, la acería, el taller metalmecánico, químico o textil, donde se agrupaba la aristocracia obrera masculina que era el modelo último y acabado para la protección dispensada por la negociación colectiva. Las mujeres, en casa, y todo lo que no se ajustaba a aquel núcleo central del trabajo subordinado, habían de conformarse con unos derechos menos completos en virtud de unas normas legales más aleatorias.

Hoy todo ha cambiado. No existe ya propiamente una nomenklatura de fábrica, y los consejos de administración lo fían todo a la inteligencia artificial de los algoritmos. Los trabajos no exigen una gran fuerza muscular, y las mujeres se han incorporado sin reservas (sin ser “ejército de reserva”) al mundo de la producción.

¿Por qué, entonces, siguen vigentes la división drástica entre emprendedores y trabajadores subalternos, las diferencias salariales astronómicas, la imposición de condiciones despóticas donde debería reinar la flexibilidad, el trabajo “a disposición” más allá de las jornadas máximas de trabajo marcadas por las leyes?

Ahora tocará a los representantes de las partes sociales normar el teletrabajo. Es un tema de importancia morrocotuda, y mucho dependerá de que la parte patronal no se obstine en mantener “su” monopolio en la organización de ese trabajo tan fluido y personal; y de que los sindicatos no acudan a la mesa con la idea de aceptar formalmente las propuestas de la otra parte y exigir en todo caso contrapartidas materiales. Lo cual reforzaría la desigualdad original, también en el modo de organizar un trabajo novedoso y propicio al despliegue de la iniciativa personal.

Iniciativa personal. Algo opuesto a “inteligencia artificial”. Algo que los trabajadores asalariados con un nivel técnico adecuado poseen en un grado infinitamente superior a los patronos y sus accionistas. Algo que asusta siempre a los propietarios de las empresas, que como el Julio César de Shakespeare sospechan traiciones incesantes por parte de quienes, viviendo bajo su poder, se entretienen demasiado en pensar.

 

lunes, 8 de mayo de 2023

VIRTUDES DEL VOTO POPULAR PARA CORRUPTOS



Vista aérea del estanque del Retiro madrileño, un lugar alegre y confiado presidido por la estatua ecuestre de un rey de cuyo nombre no consigo acordarme.

 

Cuando llegan las elecciones, las derechas no se ocupan del programa sino de las listas. El programa es el de siempre, por muchas razones: la principal, que no hay intención de cumplirlo, es una mera declaración de buenos propósitos como las que se hacen con el cambio de año. Vox imprimió el mismo programa para todos los municipios en los que se presenta, de modo que en Madrid prometió limpiar la playa.

Son las listas, entonces, lo que importa. Para los puestos a salir se elige a los más necesitados, es decir a los imputados o en peligro inminente de imputación por corruptelas varias. Un puesto de representación democrática implica inmunidad cuando menos temporal. Laura Borràs pudo surfear con desparpajo la muy llamativa ola de sus responsabilidades hasta que llegó la sentencia firme.

La sentencia firme es un punto final, de acuerdo, pero hay muchas maneras de evitarla. Zaplana lo hizo con un certificado médico según el cual estaba a las puertas de la agonía. Ahí sigue, impertérrito. Otros/as gerifaltes de la derecha cuidan de que “sus” fiscales les eviten la imputación misma, y así resuelven el tema de plano. La Casa Real es modélica en ese aspecto, pero es que la inmunidad les viene ya de serie a sus miembros, las listas electorales ni son para ellos/as, ni se las espera.

Ayuso carece de sangre azul y reúne condiciones de imputada por los cuatro costados. Pero nadie la imputa. No hay pruebas suficientes, que dicen. Ya tal. De modo que concurrirá a las próximas elecciones con el ánimo alegre de esa derecha briosa eternamente dispuesta a hacer borrón y cuenta nueva para evitar la imputación judicial hasta la llegada de la prescripción, ese paraíso reservado solo a los corruptos más pudientes.

  

sábado, 6 de mayo de 2023

EL PERDÓN DE LOS PECADOS MEDIANTE EL PASO POR LAS URNAS. UNA VARIANTE GRIEGA

 


Salónica, vista desde un mirador de la ciudad alta (Ano Poli).

 

En una democracia perfecta, todos los ciudadanos son iguales, punto. La democracia perfecta, sin embargo, no existe. En una imperfecta, también todos los ciudadanos son iguales; pero unos son más iguales que otros.

Hasta aquí la teoría. Los casos prácticos abundan. Hoy les traigo una preciosa variante griega de igualdad de oportunidades en una composición democrática imperfecta. Su protagonista es Kostas Karamanlís, de la acreditada saga política de los Karamanlís de toda la vida, que fue hasta el pasado mes de marzo ministro de Transportes en el gobierno derechista de Mitsotakis.

Hubo a principios de año una interpelación en el Parlamento griego acerca de los repetidos fallos de seguridad en la línea ferroviaria Atenas-Salónica, y el ministro Kostas utilizó la voz de Zeus tonante para afirmar que los ferrocarriles helénicos son los más seguros del mundo.

Menos de un mes después, la noche del 28 de febrero de 2023, chocaron frontalmente en Tempe, a pocos kilómetros del nudo de comunicaciones de Larissa, dos convoyes que se fiaron de unas instrucciones dadas por teléfono móvil porque el sistema de señalización se había caído una vez más. Hubo 57 muertos. No cuento los heridos, los traumatizados, las familias de luto (muchos de los viajeros eran estudiantes jóvenes que volvían a sus casas a celebrar la Pascua), las pequeñas tragedias particulares que siempre acompañan un desastre de esa envergadura.

Hubo una oleada ciudadana de indignación: manifestaciones, interpelaciones, alborotos en la calle. Mitsotakis había echado la culpa al jefe de estación de Larissa, por un “error humano”. Pero era inocultable el hecho de que todo el sistema de prevención y de señalización había fallado, y fallado repetidamente.

En marzo, Kostas Karamanlís dimitió de su cargo de ministro de forma irrevocable: “Yo asumo todos los fallos”, dijo. Recibió incluso elogios: “¡Menos mal que hay uno que dimite!” No se le abrió expediente por las deficiencias graves nunca reparadas, ni por las omisiones repetidas en la gestión de la línea férrea más importante del país. Quedó, podríamos decir, en el limbo de los justos, y a disposición de la superioridad.

Eso ocurrió en marzo. En mayo aparece la noticia de que Karamanlís estará en las listas de su partido para las inminentes elecciones generales, en un puesto destacado. Más aún, él no ha ocultado que su aspiración es ocupar en el próximo gabinete el puesto de Ministro de Transportes. De conseguirlo en un sistema de listas cerradas de partido, las urnas le darán la absolución completa por los 57 muertos y el resto de sus pecados, y así podrá seguir desempeñando un papel indispensable y de primer orden en el funcionamiento de la siempre admirable (aunque imperfecta) democracia griega.

 

lunes, 1 de mayo de 2023

DE BENJAMIN A MACHADO

 


En Port-Bou, un pequeño rincón abrigado por montes y a la orilla del mar, sobre el que recayó durante unos años la terrible condición de ser un finis terrae. (Foto cedida por Juan López Lafuente).

 

Me sedujo el itinerario espiritual de la excursión propuesta por “La Retirada”: empezaba en Port-Bou por el monumento a Walter Benjamin –que yo no conocía–, y finalizaba con la visita a la tumba de Machado en Colliure, muchas veces repetida por mí en ocasiones distintas y siempre con la congoja a cuestas del aquel mar tan azul y aquel sol de la infancia.

Estas cosas, sin embargo, ya van resultando ímprobas para mi edad y mi artrosis de cadera. La fatiga fue una dura acompañante más del viaje, y la asumí como una rememoración certera, de primera mano, de todo lo que debió de suponer aquel éxodo larguísimo.

Un éxodo por la supervivencia en tiempos bárbaros; en busca de una luz de esperanza débil y lejana.

Antonio Machado llegó desde el sur, Walter Benjamin desde el norte, y los dos encontraron en el mismo rincón del mundo, entre fronteras cerradas a cal y canto, a muy pocos kilómetros de distancia el uno del otro, la misma imposibilidad, el mismo túnel negro y cerrado como una tumba lineal que se proyecta por una pendiente en fuerte descenso, de caída casi a plomo. Arriba, el sol en el cielo resumido en un cuadrado irregular. Abajo, el agua azul jugueteando con la arena. En medio, una tiniebla espesa.

Así es el monumento a Benjamin, y así hubieron de entreverlo en aquel instante de angustia desbordada los dos grandes pensadores nuestros, nuestro poeta y nuestro filósofo de cabecera.

Hoy no estamos en la situación terrible en que se encontraron ellos. Nada de “retirada” en este Primero de Mayo, sino ofensiva, por mejoras de salario y de condiciones de trabajo, por derechos sociales, por una vida decente en todos sus parámetros.

Pero el Primero de Mayo es también una fecha para el recuerdo de todo lo que nos ha hecho posibles, y en especial para el recuerdo de tantas personas que siguen inamovibles a nuestro lado aunque en el largo camino quedaran irremediablemente atrás.