jueves, 29 de junio de 2017

DEL DISCUTIBLE DERECHO A DORMIR POR LAS NOCHES


El empresariado turístico barcelonés se ha plantado ante el Ayuntamiento y pide ser atendido en sus reivindicaciones. No puede decirse que el Ayuntamiento de Ada Colau haya sido hasta ahora sordo a sus propuestas, puesto que el “plante” simbólico se produjo, según nos cuenta Ramon Suñé en lavanguardia, en una sesión del “Consell de Turisme i Ciutat”, que cumple en estas fechas un año de existencia. De la efemérides se colige, sin  necesidad de tener las facultades analíticas de Sherlock Holmes, que tal organismo de interlocución no existía en la época de los munícipes anteriores a Colau, y que entonces las quejas del sector, si las había, se tramitaban por otras vías, con mucha menor transparencia y en sordina.
Opinan los empresarios que se les “criminaliza”. La “turismofobia”, según ellos, estaría promovida por la alcaldía, que hace más caso de los vecinos que de los comerciantes. Un ejemplo hiriente: el tema de las terrazas de los bares. Se prepara una ordenanza para limitar el horario nocturno hasta las 23 horas. Esta medida, según los empresarios, es de una radicalidad extrema. Resulta que los vecinos pretenden dormir por las noches. ¿Tienen derecho a dormir los vecinos, frente al alud de beneficios económicos que nos reporta la invasión de turistas gritones que consumen uno tras otro los tanques de cerveza? Un vecino dormido no consume, mientras que un turista despierto y sediento, sí.
Omiten los agraviados detalles tales como el lugar donde orinan nuestros criminalizados visitantes la nada despreciable cantidad de líquido ingerido, ni el comportamiento que exhiben en público en las horas de la madrugada, cargados como están de alcohol barato y de calor sofocante. Se trata de problemas tangenciales al lucro empresarial, que es sagrado y no se toca por nada del mundo. Mayor perplejidad me produce el hecho de que se quejen en todos los tonos de la tolerancia municipal hacia los manteros, que perjudican gravemente al sector con su competencia desleal, y no digan palabra de Airbnb y sus desahogados procedimientos de alquiler de apartamentos turísticos. Claro, Airbnb incumple de forma ostentosa sus obligaciones fiscales so capa de una economía “colaborativa”; pero tal vez los portavoces del empresariado turístico ciudadano prefieren obviar el tema para evitar la salida a la luz de sus propias morosidades e impagos de impuestos y tasas.
¿Es de presumir un fuerte empuje opositor de las entidades quejosas en relación con la política “extremadamente radical” del consistorio dirigido por la roja Colau con el apoyo del socialista presuntamente moderado Collboni? Para el caso, los distintos gremios decidieron expresarse a través de un portavoz conjunto (Gabriel Jené, presidente de la asociación Barcelona Oberta). Fueron ellos: la Cambra de Comerç, Pimec Comerç, el Gremi d’Hotels, la Asociación de Apartamentos Turísticos (Apartur), la Fundación BCN Promoció, la Asociación de Agencias de Viajes (Acave), la Asociación de Profesionales del Turismo, la Fundación Barcelona Comerç, Barcelona Oberta y el Gremi de Restauració. La enumeración me trae a la memoria la descripción que hizo Carlos Marx de la actitud de los campesinos parcelarios franceses hacia el golpe de Estado de Luis Bonaparte. Los campesinos no constituían una clase, dice Marx: no estaban ligados por vínculos solidarios entre ellos, sino por intereses egoístas comunes a todos. Estaban juntos, sí, pero de forma parecida a como están juntas las patatas de un saco de patatas.
 

martes, 27 de junio de 2017

VICIOS PÚBLICOS Y VIRTUDES PRIVADAS DEL MODELO ECONÓMICO


Un informe de Randstad con base en la Encuesta Trimestral de Costes Laborales y en la Encuesta de Población Activa, ambas publicadas por el Instituto Nacional de Estadística, señala que en 2016 las empresas españolas han pagado en concepto de horas extra 2.845 millones de euros, un 6,2% más que en 2015. Según cálculos de Randstad, con ese dinero se habrían creado 92.500 puestos de trabajo. Es una comparación enteramente gratuita, dado que en el modelo económico que padecemos las horas extra tienen muy poco que ver con el empleo. Viene a pasar como con los macroconciertos que se celebran en estadios de fútbol: el mismo recinto alberga ambas manifestaciones populares, pero la una y la otra apenas tienen en común otra cosa que las entradas que se venden y los asientos que se ocupan.
Subrayo, de otro lado, que la cantidad evaluada sería la que se ha “pagado” en concepto de horas extra; no el valor de las horas extra realmente trabajadas, que a ojo de buen cubero debe de ser bastante superior, si atendemos a cómo anda el curro precario a precios de mercado. Tener un contrato laboral, ese tesoro, impone casi siempre al asalariado una disponibilidad total  para lo que sea, durante las horas que sean. Es así que se suscribieron en 2016 muchos más contratos que en el año anterior, y en mayor porcentaje también por tiempo determinado y/o a tiempo parcial. También es así que se crearon más empresas, y también desaparecieron más, que en 2015. Todo ello no significa, hablando a ciencia cierta, otra cosa que la economía real acelera su marcha desbocada en la distancia cortoplacista.
Las cifras en sí mismas representan muy poco, son guarismos abstractos. No hay una relación coherente entre las horas extra pagadas y las realmente trabajadas; no puede haberla entre dinero invertido en pagar horas y dinero para pagar empleados, fijos o precarios. Los 2.845 millones no son término de nada estrictamente cuantificable.
Con los pagos a Hacienda que han evadido Messi y Cristiano Ronaldo habría podido construirse un acelerador de partículas, o crearse medio millón de empleos con su seguridad social incorporada. Con los 60.000 millones del rescate a la banca que no serán nunca devueltos se habían podido construir cinco aceleradores de partículas o crear seis millones de empleos. También se habrían podido construir cuarenta mil estadios de fútbol, otras tantas macrodiscotecas, doscientas mil piscinas municipales y un millón de fundaciones artísticas. Me invento las cifras. Da igual, a todos los efectos, porque no son más que elucubraciones vanas. No existe un canal de trasvase real de fondos financieros entre todas esas manifestaciones. Lo único cierto es la acumulación ingente de beneficios en los bolsillos de grupos reducidos de personas riquísimas ya de antes.
El único medio para que se asignen inversiones de una forma racional y útil para ese etéreo conjunto de personas que ahora está de moda calificar de “ciudadanía”, es revertir el modelo económico, y establecer criterios de planificación democrática (virtudes públicas) que pongan coto al robo descarado del que nos hacen objeto entidades respetables como Google, Uber o Airbnb; a la bula otorgada a las empresas bancarias y las eléctricas, entre otras; al despilfarro consentido de tantos munícipes en la contratación de eventos y de asesoramientos; a la exención o la amnistía fiscal conseguidas por la cara para empresas de derechos de imagen de personas que se quejan ya de estar pagando demasiados impuestos (vicios, todos ellos, privados).
Mientras los poderes públicos no emprendan este camino, saliéndose del bucle en el que nos encontramos, seguiremos barajando cantidades fantasmales e intentando precisar cuánto exactamente nos están costando a los españoles las repetidas complacencias mutuas intercambiadas a todas horas y de forma recíproca por nuestra elite político-empresarial.
 

lunes, 26 de junio de 2017

ANTES PECAR QUE MORIR


El New York Times ha lanzado un cable a la sensatez y al buen sentido del electorado catalán y del gobierno español: propone dar vía libre a un referéndum de independencia en Catalunya, y, una vez se haya impuesto por pura lógica el No, trabajar de forma mancomunada en la labor de conseguir un mejor encaje de la autonomía en el conjunto del Estado, con el resultado previsible de una mayor felicidad para todos.
Con todos mis respetos para el New York Times, no tiene ni puta idea. Para empezar, es muy dudoso que la sensatez y el buen sentido predominen en el electorado catalán (ni en el español), o en el gobierno español (ni en el catalán). Esto es como la tarabita “Valor, se le supone” con que nos inscribían como aptos a los quintos en la mili de otras épocas. Si vamos a acostarnos con el paisanaje desde la suposición de que en la cama reinarán la sensatez y la concordia, anuncio desde ya que lo más probable es que amanezcamos meados.
Este es un país al mismo tiempo estoico y epicúreo, señores del NYT. En el ranking de las naciones civilizadas tendríamos los índices más altos de estoicismo y de epicureísmo. No puedo demostrarlo ahora mismo porque los observatorios internacionales de calidad de vida no miden ese tipo de índices, lo cual es un grave error. Ese error primigenio lleva a los editorialistas del NYT a pensar que somos gentes normales, con un índice de sensatez del 0,68 y otro de sentido común del 0,71, por ejemplo, ya que franceses, portugueses e italianos se mueven en torno a esos baremos.
Pero aquí fuimos educados en colegios religiosos, con los retratos de Franco y José Antonio a ambos lados del crucifijo de grandes dimensiones que presidía el aula, y con separación rigurosa de sexos. Los frailes nos enseñaron a los varones que debíamos extremar nuestros esfuerzos en pro de la virtud (incluidos cilicios, para mayor seguridad) porque las muchachas que nos rodeaban eran frívolas y proclives a los más estrepitosos batacazos de la moral, a la menor insinuación. Las monjas, simultáneamente, recomendaban a las chicas que guardaran su virtud como oro en paño (con el cilicio como arma letal, también), puesto que nosotros los varones adolescentes nada más pensábamos en una cosa, y la conseguíamos con desoladora frecuencia. “Antes morir que pecar”, era el lema para unas y otros. La muerte, en efecto, podía hacer su aparición en cualquier momento en nuestras vidas, subrepticia e inesperada como el ladrón en la noche.
La consecuencia era que unas y otros, dada nuestra condición estoica y epicúrea a un tiempo, nos lanzábamos a una competición vertiginosa a fin de pecar antes de morir; para que de ningún modo se nos escapara la ocasión casi única de partir de este mundo bien servidas/os de aquel ingrediente nefasto, sí, deletéreo, sin duda, pero por esa misma razón endiabladamente atractivo. Y si luego hay que ir al infierno, se va, concluíamos para nuestro capote. Total, descontadas las exageraciones de la literatura ejemplarizante, no sería mucho peor que el régimen del colegio a media pensión.
¿Adónde voy a parar con estas reminiscencias aguachinadas? A la sospecha fundada de que, si hay un referéndum decisorio para los catalanes, y solo uno, en la larguísima ruta que se adentra en un futuro brumoso de libertad, igualdad y fraternidad para los pueblos de España, es más que probable que un porcentaje por encima del 75% del censo vote Sí, aunque solo sea por probar el pecado una vez, antes de morir. En los carteles de propaganda bastaría poner las jetas de Mariano Rajoy, de Cristóbal Montoro, de Alfonso Guerra, etcétera, con la leyenda: “Ellos velan por ti.” Yo mismo no sé decir qué votaría en la tesitura. Mejor no ponerme a prueba.
 

domingo, 25 de junio de 2017

PASTERNAK, UN NOBEL SIN PREMIO


Magnífico documento el que firma Marta Rebón en elpais, en torno a Boris Pasternak y Olga Ivínskaia (1). “Doctor Zhivago” es una obra literaria que me impactó con fuerza cuando la leí, y la he releído luego varias veces más. He visto también la película de David Lean, también más de una vez. La primera de ellas lo hice en compañía de Carmen, a la sazón bastante embarazada de nuestro segundo hijo. Le entró una llorera tan copiosa e inagotable (eran tiempos de clandestinidades, con la inevitable aparición del fantasma de eventuales separaciones largas y traumáticas), que cuando se encendieron las luces yo fui blanco de todas las miradas, como sospechoso de maltrato.
Un buen amigo, excelente traductor del ruso, se ha burlado mucho de mi admiración por Zhivago. Según él, Pasternak es un gran poeta y un novelista mediocre. Veo en el artículo de Rebón que Nabokov sostenía la misma opinión. Discrepo, siempre he discrepado, y la siguiente frase de la novela, citada por Rebón, es una retroconfirmación de mi postura: «Yuri soñaba con una obra en prosa, un libro autobiográfico en el que incluiría, como cargas explosivas ocultas, las cosas más sorprendentes que había visto y pensado. Pero todavía era demasiado joven para un libro semejante, así que se limitaba a escribir versos, como un pintor que durante toda su vida pinta estudios para el gran cuadro que tiene en mente.»
Tampoco me parece que Zhivago sea “una carta de amor a Olga, premiada con el Nobel”. La misma frase anterior indica que Pasternak tenía muchas más cosas en la cabeza, además de Lara/Olga, en el momento en el que se consideró maduro para escribir lo que se proponía.
Lara o Larissa tiene un magnetismo especial para el lector de Zhivago. Hay a lo largo de la novela mucho amor expresado o subyacente, y también un gran, un enorme, sentimiento de culpa respecto de ella. La relación de Pasternak con Ivínskaia, según la conocemos, tuvo mucho de ambas cosas. Olga cayó rendida desde el principio a los pies del genio; el genio la trató con un cariño siempre demasiado celoso de guardar las distancias. No es una relación infrecuente en grandes hombres que cultivan por procura externa su propio narcisismo. Muchos críticos han estimado irrisoria la participación de Olga en la vida intelectual de Boris; el propio Boris puede haber ayudado sin quererlo a esa interpretación. Pero la lealtad a toda costa y la abnegación no son tanto un signo de debilidad femenina, sino de lo contrario: de esa fuerza propia, magnífica, que lleva a una persona a salir de sí y entregarse a algo externo por estimarlo un bien superior al de su propia individualidad.
Muchas mujeres son capaces de ese desprendimiento; muchos hombres se aprovechan de él.
La cuestión del Nobel ha sido también objeto de una polémica que no nos lleva muy allá. Quienes consideran defectuosa la novela de Pasternak esgrimen la concesión del premio como un acto político. El hecho de que el escritor lo rechazara, forzado por la presión de la “nomenclatura”, refuerza el argumento. Pero basta repasar la lista de los Nobel para comprobar que la política, sea política cultural, política reverencial o política a secas, siempre estuvo presente en el certamen. Pasternak emerge, a fin de cuentas, como una de las figuras literarias más consistentes del elenco. Pudo haber otros escritores que merecieran más el premio, y nunca lo tuvieron. A efectos de balance histórico, lo cierto es que el premio en sí pesa muy poco en una carrera literaria.
Un mérito infrecuente, en cambio, es el de haber rechazado el galardón. Son muy pocos los que han hecho tal cosa, apoyados en las razones que sean. Solo recuerdo el caso de Jean-Paul Sartre, puede que haya alguno más. Incluso el último galardonado, el eterno rebelde de la cultura pop, ha acabado por claudicar y escribir su discurso de aceptación para beneficiarse del cash concomitante.
 

 

sábado, 24 de junio de 2017

DESBANDADA DE CORMORANES Y LA TORRE QUE NO ENCONTRÓ SU SITIO


De buena mañana, una ojeada a Metiendo Bulla me informa de los avatares de la Nit del Foc en Pineda. Aquí en Poldemarx, apenas a ocho minutos en el metro, los estragos han sido parecidos. La colonia de cormoranes que festonea nuestros ¿arrecifes?, se hizo humo a los primeros estallidos de la pólvora. Los cormoranes son pájaros de una gran civilidad, propicios a la relación social (se zambullen para pescar en las proximidades de los bañistas más aventureros) y adaptados a la vida de la comunidad sin apartarse nunca de la norma de un respeto profundo hacia las actitudes de los demás, y de una humildad exquisita para no imponer su presencia allí donde no es deseada. Su desbandada silenciosa desde los primerísimos chupinazos me llena de melancolía y de curiosidad. Curiosidad porque, si han encontrado un lugar cómodo y silencioso donde pasar en silencio relativo la noche toledana, no me importaría compartirlo con ellos en paz y buena compañía. Melancolía, porque volverán a aparecer como si nada de aquí a un par de días, y eso será un signo de los ciclos del tiempo que se repite y huye al mismo tiempo. Como habría escrito el poeta sevillano Bécquer, y si no lo hizo finalmente fue por estar poco impuesto en la vida menuda de nuestro litoral: “Volverán los oscuros cormoranes…”, etc.
Entregado a mis solos recursos, me enfrasco en una especie de hagiografía de Georges Brassens, escrita por uno de sus amigos, André Tillieu, al poco de la muerte del cantante. Una anécdota en particular me conmueve porque he vivido en dos ocasiones la misma situación, con distintos protagonistas.
Brassens está comiendo en un restaurante, con un par de amigos. Se acerca un desconocido:
– Yo te conozco, te he visto en la tele, sí hombre, tú cantas, tú eres… tú eres…
Brassens se levanta ceremonioso, le tiende la mano y se presenta:
– Jacques Brel, para servirle.
En mitad de la Rambla, altura de la Boquería, acompaño yo en una ocasión a una cita a Marcelino Camacho, y nos aborda un chico bastante joven:
– ¡Qué sorpresa y qué emoción verle a usted aquí, entre nosotros! Usted es Nicolás Redondo, ¿verdad?
Y Marcelino, que le tiende la mano con una sonrisa angelical, o en todo caso indefinible:
– ¡Claro que sí! Mucho gusto en saludarte, compañero.
En otra ocasión, en la que yo estoy accidentalmente acompañado por Raimon y Manolo Vázquez Montalbán, mi hija Albertina se topa con nosotros y pone unos ojos como platos:
– ¡Pero bueno, quién está aquí!
Manolo procede sin tardanza a las presentaciones:
– Este es Lluís Llach, y yo, Vizcaíno Casas…
– ¡Qué va! – concluye Albertina.
La otra anécdota se refiere no a Georges sino a su padre, Louis Brassens, albañil de Sète, anarquista por convicción más que por estudios, y un tremendo bronquista que jugaba a no estar de acuerdo con nadie y llevar la contraria a todos. En una visita a la Exposición Universal de París, pudo ver la recién levantada Torre Eiffel. Ahora bien, había en torno a aquella construcción una gigantesca polémica: media Francia consideraba que se trataba de un símbolo del progreso, de la belleza de los nuevos materiales y las nuevas formas asociadas a ellos, etc. La otra media abominaba de aquel engendro metálico y declaraba que la ridícula flecha de acero estropeaba para siempre el hasta entonces meritorio skyline de la capital. Louis Brassens no tenía opción: o decía que le gustaba, y estaba con unos; o no le gustaba, y entonces estaba con los otros. Intentó resolver la cuestión guardando un silencio desdeñoso.
– Bueno, ¿qué te parece? – le urgieron sus familiares.
Entonces, obligado a definirse, hinchó el pecho, avanzó el mentón y declaró, belicoso:
– La han puesto en el sitio equivocado.
 

viernes, 23 de junio de 2017

UN RETRATO DE GRAMSCI


Ha salido a las ondas, como se decía antes, o a la banda ancha, o a la nube digital, o adonde sea, el número 9 de Pasos a la Izquierda. Mal puedo ejercer yo de observador imparcial, pero me da la sensación de que los Pasos en cuestión se van haciendo progresivamente más firmes, y más encaminados a un propósito aceptablemente concreto.
Entre todos los manjares que ofrece el nuevo número de la revista, se hace difícil elegir uno como tema de comentario. Opto, en cualquier caso, por el que me cae más próximo: aquel que lleva mi firma (1).
Se trata de un proyecto que he llevado en la cabeza durante años, para ser preciso a partir de la lectura de las Cartas desde la cárcel y de un larguísimo artículo de Giuseppe Fiori sobre el Gramsci “íntimo”. Aquello tuvo lugar en 1987, con motivo de los homenajes del cincuentenario de la muerte de Gramsci, que viví por partida doble, en una Festa dell’Unità en Italia y en la posterior Festa de Treball en Barcelona. Hice mi lectura de los artículos y de las cartas y, como acostumbro, la acompañé con algunos subrayados y notas de referencia. Ahora que hemos llegado a los ochenta años de la conmemoración, me habría limitado a traducir el excelente artículo de Fiori, de haber tenido este unas dimensiones más reducidas. Como la cosa era bastante ingente, se me ocurrió una opción alternativa: tomar la sustancia del Fiori y complementarla con citas de otras cartas gramscianas que añadían retazos de humanidad concreta a su relato.
Dicho y hecho. He dejado la palabra al propio Antonio, o Nino, y he reducido mi propia participación a una especie de alambre fino cuya misión es sujetar en su lugar las distintas piezas traídas a colación. No se trata en rigor, entonces, de un trabajo biográfico, sino de un “retrato” un poco impresionista, o puntillista, a partir de una pequeña antología de fragmentos del propio autor que evidencian el despliegue de una personalidad muy marcada e interesante, limitado a algunas de las facetas que corresponden al ámbito privado de su existencia (solo se hacen algunas referencias indispensables a su dimensión pública).
El resultado, ahí está. Encuentro particularmente apropiada la ilustración que acompaña al artículo, debida a Carme Masià: una rama con botones en flor, en un recipiente escueto de cristal, con una pared encalada de fondo. Una a modo de ofrenda floral sin pretensiones. Antonio Gramsci, eso está claro, se merece mucho más.
 


 

miércoles, 21 de junio de 2017

LA FRIVOLIDAD INSOPORTABLE DE MARIANO RAJOY


Este hombre ha cimentado su carrera política sobre una de las peores catástrofes ecológicas sufridas por el país, no achacable ni a herencias recibidas ni a estados de excepción previos, sino únicamente a la torpeza y a la imprevisión del ejecutivo de entonces. Mariano Rajoy describió el chapapote que estaba a punto de abatirse sobre las playas atlánticas de la península como unos “hilillos de plastilina” absolutamente inocuos.
Ahora desatiende una sentencia del Tribunal Constitucional sobre la amnistía fiscal, tomada por unanimidad y en la que se le acusa de haber «abdicado de los deberes del Estado y legitimado a los defraudadores.» No es una acusación baladí. Sin embargo, según Rajoy, se trata nada más de un reproche suave motivado por una cuestión "meramente formal", la utilización del instrumento del decreto-ley en lugar de una ley votada en cortes.
Lo primero, hurtar un asunto así de grave (el propio Rajoy encarece que España estaba “al borde de la quiebra y del rescate” y era necesario tomar decisiones) al órgano parlamentario en el que reside la soberanía, no es una mera cuestión de procedimiento. Lo segundo, Rajoy omite el hecho de que la decisión que tomó su gobierno en la ocasión estableció una desigualdad sangrante ante la ley en favor de ciertas personas y en contra de la inmensa mayoría. Se conocen los nombres de algunos de los beneficiados por la medida: Bárcenas, Rodrigo Rato, Jordi Pujol. No se conoce la totalidad de la lista porque el titular de Hacienda, respaldado por el jefe del gobierno, sigue hurtándola al conocimiento de una ciudadanía estafada, cornuda y condenada a pagar el gasto.
Todo lo cual le parece a Mariano Rajoy “pelillos a la mar”, como en otro momento asoció al chapapote la imagen de unos “hilillos de plastilina”. Incluso se ha atrevido a mencionar el fracaso de la reciente moción de censura como una muestra de «fortaleza y estabilidad». Cristóbal Montoro va a ser reprobado, y ya alardea: “Cuanto más me pidan que me vaya, menos me iré.”
La reciente moción de censura ha sido la enésima oportunidad perdida. La banda del empastre sigue al frente de nuestros destinos con euforia renovada. En torno de ellos crece la desolación. Albert Rivera pide a Pedro Sánchez que, puesto que no es diputado, se esté callado y “les deje trabajar”. Vista la actitud de Rivera y el cuajo con el que se pone de perfil en toda situación comprometida, uno se pregunta qué entiende ese hombre por “trabajar”.
Más allá de los malabarismos de Rivera, la situación me trae recuerdos de remotas clases de latín del bachillerato: ¿Quién custodiará a los custodios?
 

martes, 20 de junio de 2017

PROFECÍAS DESCAFEINADAS


Como la de Madame de Sévigné. Esta señora llevaba en París un salón en el que se daban cita tanto las grandes personalidades de las letras, las ciencias y la política, como los primores de la frivolidad femenina y los más prominentes rastacueros, palabra esta última que mis sufridos lectores harán bien en buscar en el diccionario porque cayó en desuso más o menos en la época de Maricastaña, tal vez incluso un poco antes.
Pues bien, Madame de Sévigné llevaba su salón, y lo de “llevar un salón” tal vez valga la pena de buscarlo también en algún diccionario de las costumbres, porque es difícil que hoy se entienda impromptu lo que aquello significaba en la vida de relación de las personas selectas que formaban parte destacada de una “buena” sociedad elitista y autosatisfecha. Para resumirlo, era ella la que manejaba a su conveniencia las oscilaciones del gusto, la que dictaba sentencia sin recurso posible sobre las elegancias, la que marcaba el rumbo del buen tono.
Una señora así, y quienes la conocieron han dejado pruebas numerosas ante la posteridad sobre su habilidad, su cultura, su discreción, su criterio, etc., estaba en todo momento en el centro del mainstream. Y tal vez por eso mismo, un poco demasiado poseída de su clarividencia longuimirante, para expresarlo de algún modo. No importa si no se me entiende; hoy me expreso en acertijos, pero de inmediato paso a la sustancia del asunto.
Esto es que, habiéndose producido en el salón de la madama un debate más o menos acalorado sobre el dramaturgo de moda, ella dictó la siguiente sentencia inapelable: «Racine pasará, como ha pasado el café.»
Lo admirable no es su agudeza en relación con Racine, cuyas obras están, sí, en el Olimpo de las Letras y en el canon literario, pero hoy ni se representan, ni se discuten, ni se reeditan, ni nos dan frío ni calor (tampoco sobrevive en nuestra cotidianidad estricta la señora de Sévigné en tanto que escritora, a pesar de seguir presente en todas las historias de la lengua y la literatura francesa). Lo admirable es el término de comparación que utilizó, el café, el cual, en contra de sus previsiones, sigue hoy tan campante, formando parte diaria imprescindible de nuestras vidas.
Sin duda Madama apostaba fuerte por la jícara de chocolate, moda importada desde el portentoso Nuevo Mundo que andaba en lenguas de todos; o en último término por el té venido del oriente enigmático a animar las sobremesas de los ingleses. Quién sabe si propugnaba para su salón el agua de cebada o los licores estomacales de hierbas aromáticas preparados por los benedictinos.
En todo caso, la cagó con la comparación.
 

lunes, 19 de junio de 2017

ELPAIS, HILO DIRECTO CON JEHOVÁ


Este es el caso de Octavio Salazar, profesor titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba. Indignado, como muchos de nosotros, por el trato que dio el portavoz del PP, Rafael Hernando, a Irene Montero en sede parlamentaria con motivo de la reciente moción de censura, escribió un artículo y lo envió a elpais por si estimaban conveniente su publicación.
Al parecer, el artículo estuvo colgado durante un par de horas en lugar destacado de la sección de Opinión. Pero cuando lo leyó el director, Antonio Caño, mandó recado al constitucionalista de que debía “suavizar” dos adjetivos en concreto que dedicaba al señor Hernando. Eran ellos: “machista” y “misógino”. Salazar respondió que no había nada que suavizar, que ambos términos describían con exactitud el talante del portavoz pepero. Consecuentemente, Caño hizo retirar de la edición digital el artículo.
Lamentable, pero son cosas de la profunda ética y espíritu constructivo de nuestro periódico global. Para eso existe un libro de estilo que determina lo que es adecuado y lo inadecuado en el periodismo de opinión. Comparemos la crudeza de los calificativos expurgables citados con lo que se ha editorializado de otro político en uno de los productos más justamente famosos de la casa, citado repetidamente en todos los masters de periodismo ético: «Pedro Sánchez ha resultado no ser un dirigente cabal sino un insensato sin escrúpulos que no duda en destruir el partido que con tanto desacierto ha dirigido antes que reconocer su enorme fracaso.»
Así, sí.
Reflexionando desde un punto de vista psicoanalítico sobre el “caso elpais”, me parece un ejemplo “de libro” del llamado síndrome de Jehová, una de tantas cosillas que se le quedaron en el tintero al maestro Freud, y que sus epígonos más brillantes vamos rescatando poco a poco. El síndrome de Jehová se define como la distorsión que padece el medio informativo que, en lugar de tratar de describir (con mayor o menor rigor, con más o menos dosis de posverdad, evidentemente) la realidad observable, lo que intenta es crearla ex novo, construir una realidad particular y exclusiva que resulte aceptable y exenta de contradicciones tanto para su consejo de administración como para los numerosos contribuyentes, anunciantes y mecenas en general que ayudan a que el medio pueda presentarse a pie de quiosco todas las mañanas.
No existe, hasta el momento, una terapia eficaz para el síndrome de Jehová. Jordi Sevilla ha anunciado que se da de baja como suscriptor y que no piensa volver a leer sus páginas, dado el trato dispensado por el medio a Pedro Sánchez. Pero Pedro Sánchez es solo un caso particular, y no el peor, de las fobias que mueven a los arcangélicos enviados de elpais, armados con espadas flamígeras, a expulsar a todos los rebeldes y a los heterodoxos del paraíso terrenal del statu quo. Y mucho me temo que el boicot de los lectores, por numeroso que llegue a ser, no tendrá efectos perceptibles mientras se mantenga la lluvia de mecenazgos procedentes de las alturas olímpicas pobladas por una raza de semidioses que ven cada mañana el mundo recién creado por la letra impresa de elpais, y lo juzgan bueno.
 

sábado, 17 de junio de 2017

SEÑOR GUERRA, HAY MÁS FRANQUISTAS CERCA DE USTED


Alfonso Guerra solo observa en la España de hoy pervivencia del franquismo en los dirigentes nacionalistas catalanes. Ni harto de vino se lo cree, y harto de vino debe de estar, no es que yo ponga en duda la cantidad y la calidad de sus libaciones. Escuche, en su cuenta no están todos los que son. Escuche, usted es con perdón el clásico patoso de barra de bar, siniestro, balbuceante, faltón sin motivo con el resto de la parroquia. Escuche, no sé quién se considera usted que es, ni por qué viene a deshora a darnos la vara.
El único reproche de Guerra al actual gobierno de la nación es que no haya aplicado todavía el artículo 155 de la Constitución a la autonomía catalana. La tiene tomada con nosotros, el dómine Guerra. Se ríe de la formulación “España, nación de naciones”, que acaba de ser postulada en el Congreso de su propio partido (si no nos equivocamos en cuanto a cuál es su partido actual, igual hay sorpresas por ese lado). “Eso es una bobería”, dice. “¿Cuántas naciones? Nadie contesta. ¿Hay que incluir entre ellas a los cartageneros?”
No se acuerda seguramente don Alfonso de la última vez que un colega suyo se dedicó a pasar el rodillo de la apisonadora por una nación de naciones. El fulano se llamaba Slobodan Milosevic, y la nación de naciones, Yugoslavia. Al final de la curiosa operación, se echó la cuenta y salieron más naciones de las que algunos contaban: los montenegrinos, los macedonios, los kosovares. Fue un éxito aquel 155. La próxima vez que don Alfonso venga por aquí descorcharemos una botella de algún vino de su gusto (no será catalán, seguro; que sea de Cartagena, entonces) para brindar por la unidad sagrada de Yugoslavia, por la intocable Constitución yugoslava, por la bienaventurada convivencia pacífica de los yugoslavos.
No pretendo afirmar que las cosas puedan acabar aquí de la misma forma que acabaron allá, pero desde la modestia que siempre me ha caracterizado, me atrevo a echarles un pulso a don Alfonso “pasao” de copas y a sus amigos del gobierno, que no son – evidentemente – franquistas.
Adelante, vayamos todos franquistamente, y yo el primero, por la senda del 155. Disciplina inglesa, gato de nueve colas, esto es lo que hay y aquí nadie rechista. Y al final del camino, contemos las naciones de la antigua España que nos salen al retortero. Seguro que son más de las que piensan nuestros próceres eternos, acostumbrados a calentar sus culos pelados en las muelles butacas del Congreso de la nación durante interminables legislaturas sucesivas. Seguro que el rosario de la aurora palidece al lado del festín de unanimidades que se forma. Y seguro que don Alfonso Guerra acaba una noche loca en la situación de aquel gallo de Morón que, perdidas todas las plumas, aún seguía cacareando.
 

ECHARSE EL EQUIPO A LA ESPALDA


Ayer el Valencia Basket ganó al Real Madrid y se coronó por primera vez en su historia campeón de la Liga española. La efemérides es importante tanto para el club vencedor como para la Liga en sí, ya que es bueno para otros participantes modestos o “no tan punteros” saber en cabeza ajena que siempre les estará abierta también a ellos la posibilidad de una primera vez.
El partido en sí vino precedido por unas declaraciones tempestuosas y poco tempestivas de Sergi Llull, una de las figuras del equipo multicampeón pero perdedor en esta ocasión. Declaraba Llull, poniéndose la venda antes que la herida, que si algunos de sus compañeros estaban cansados, mejor lo decían antes y se quedaban en el hotel en lugar de salir a jugar a la cancha.
Nadie hizo tal cosa, y sin embargo el partido se perdió. Ahora Llull habrá de explicar a sus compañeros qué quiso decir exactamente, y contra quién.
Según una teoría antigua de siglos, el líder es aquella persona que va un paso por delante de los demás, para indicar el camino y dar el ejemplo. La persona empeñada a colocarse a toda costa por delante de todos los demás, apartándolos a empujones si es preciso, para señalar que, caso de haber proeza, será él el principal responsable, no es exactamente un líder. El líder asume un sentimiento colectivo; lo es en la victoria y en la derrota, en superioridad y en inferioridad de fuerzas. Quien se siente individualmente superior al entorno y señala al entorno como claramente inferior a él mismo y a sus ilimitadas potencialidades, no se comporta como un líder sino como un Quevedo, en la composición que yo analizaba ayer en estas mismas páginas. Su sobrehumano pulso a la muerte es literariamente admirable, pero metafísicamente hueco. Cualquier deportista de cualquier club, incluso si es florón singular del club de clubes, del cogollo del novamás, o está preparado para la derrota imprevista, o es un asno.
Esta es una reflexión – lo aviso encarecidamente a los navegantes – circunscrita al ámbito del deporte, si bien el deporte se configura en muchas ocasiones como metáfora de otros aspectos varios de la vida. No veo ninguna relación entre lo que queda escrito y las recientes declaraciones del político y experto en cuestiones de planificación urbana Jordi Borja, en VilaWeb. Lo de Borja calculo que responde más bien a una pérdida circunstancial de los nervios, perdonable como tantas otras meteduras de pata de tantas otras personas, entre las que me incluyo en lugar preferente a mí mismo.
 

jueves, 15 de junio de 2017

AUSIÀS VERSUS QUEVEDO


¿Por qué se reparten Premios Nacionales de Cultura a fenómenos culturales a los que se niega la menor relevancia? Se hace la pregunta Raimon, al que se concede ahora un premio nacional después de que sus repetidos recitales de despedida en el Palau de la Música de Barcelona no hayan conseguido movilizar de su sesteo indiferente a las personalidades del gobierno de un Estado que se define a sí mismo como plurinacional. Ni Rajoy, ni Santamaría, ni Méndez Vigo consideraron la posibilidad de incluir en sus agendas la asistencia a alguno de esos recitales. Tampoco han sido de la partida el rey Felipe y la reina Letizia, que encarnan, en teoría, la riqueza y la diversidad de los pueblos de España. Se ha visto a un ramillete de personalidades oficiales en Cardiff para la final de la Champions, y en París para Roland Garros. El Palau de la Música parece tener, en cambio, para ellos la connotación de territorio comanche.
Qué le vamos a hacer, no es cosa a la que se pueda poner un remedio fácil. La paradoja (se reivindica una pluralidad y una riqueza de culturas que luego se desdeña como superflua) me lleva a reflexionar sobre rasgos diferenciales muy llamativos, ahora no entre dos culturas en bloque, sino entre dos poetas, a los que se conviene en señalar como las expresiones máximas de sus respectivos cánones culturales: Ausiàs March y Francisco de Quevedo. Debo confesar que el primero ha sido, desde que lo descubrí precisamente a través de Raimon, uno de mis poetas de cabecera; mientras que Quevedo, con el que llevo conviviendo algunos años más (en mi bachillerato madrileño lo estudiábamos, en tanto que Ausiàs aparecía citado en letra pequeña en un capítulo del libro que no entraba para examen), nunca me ha inspirado más que una admiración meramente formal y muy distanciada.
Veamos cómo abordan los dos el tema del binomio amor/muerte, en dos composiciones valoradas con razón como obras literarias maestras: Veles e vents, de un lado, y del otro el soneto Amor constante más allá de la muerte.
Ausiàs dirige su súplica a la mujer amada, y a ella explica que teme la muerte, pero solo por una razón: porque “amor per mort és anul·lat” . Así las cosas, “jo só gelós del vostre escàs voler, que jo morint no se torni en oblit”  (temo que vuestro cariño, tan escaso, al morir yo se torne en olvido). Y acaba con una queja al destino, porque siente mucho amor pero no entiende bien su naturaleza, lo cual recaerá en su perjuicio: “Amor, de vos jo en sent més que no en sé; de que la part pitjor me'n romandrà”.
Frente a la confesión patente de humildad, de temor íntimo de la carne trémula, veamos ahora el alarde. Desde el inicio hasta el final de su inmortal soneto, Quevedo jamás habla de la amada. Su amor es metafísico; su disparatada proeza, un pulso a la muerte. “Mas no de esotra parte en la ribera / dejará la memoria, en donde ardía. / Nadar sabe mi llama el agua fría / y perder el respeto a ley severa.”
No es fácil situar en su contexto estos versos. En la mitología, los recuerdos de las almas de los muertos se borraban al cruzar la laguna Estigia en la barca de Caronte. Quevedo presume de que su “llama”, la memoria ardiente de su amor, quebrantará la dura ley impuesta por la naturaleza, y sobrevivirá al agua fría del oscuro río Leteo.
Pero mientras farolea con jactancia, se diría que “ya” ha olvidado, antes de tiempo, la memoria de la que recibe en teoría el homenaje, pero no consta en ninguna parte. De modo que sospechamos que, cuando en el verso final declara el poeta que sus restos “polvo serán, mas polvo enamorado”, se debe sobreentender “enamorado de sí mismo”.
 

miércoles, 14 de junio de 2017

TENED MIEDO, MÁS BIEN, DE LO VIEJO


Esta tarde tengo intención de acudir a una cita importante, la presentación en sede sindical del libro compuesto al alimón por dos grandes amigos de siempre: por orden de aparición, José Luis López Bulla y Javiér Tébar Hurtado. El libro se titula “No tengáis miedo de lo nuevo”. Buen consejo, que ayuda a situar el trabajo y el sindicalismo en una de las encrucijadas decisivas del mundo globalizado en el que, en expresión de Tébar, nos vemos hoy condenados a vivir.
Lo nuevo es la inminente revolución industrial que traen de la mano los progresos de la robótica y el internet de las cosas y de los servicios. Si hay un desafío implícito en ese nuevo escalón técnico, el trabajo humano no tiene nada que temer de él. Se está intentando crear un coco con la idea de que tendremos que competir con los robots por unos puestos de trabajo cada vez más escasos. Hay que decir que los datos conocidos no avalan esa leyenda urbana, salvo en sectores muy puntuales de algunas industrias avanzadas; pero incluso ahí, los progresos de la robotización empiezan a generar puestos de trabajo novedosos, desde la lógica de que las nuevas soluciones hacen aparecer en torno suyo nuevas necesidades. Cabe recordar al respecto que la aparición de los cajeros automáticos desató en su momento la leyenda de que los trabajadores de la banca iban a quedar reducidos en breve a la mínima expresión. Lo que luego ha sucedido es que los bancarios (ojo, no hablo de los banqueros con sus vistosas fusiones y reestructuraciones) se han visto liberados de la parte más tediosa y mecánica de sus obligaciones, y han podido dedicar sus talentos a tareas más diversificadas y más creativas.
El trabajo humano no teme a lo nuevo. El trabajo, en tanto que expresión de lo auténticamente humano, siempre ha ido unido a la tecnología en la transformación del mundo. Lo temible, por arrumbado y por cochambroso, es la pervivencia agónica de la idea emitida en uno de sus días realmente malos por el economista de la Escuela de Chicago Milton Friedman, que afirmó como único objeto de una empresa el de crear beneficio para el accionista. Por esta regla de tres, se ha querido imponer una visión del trabajo como algo cuya función exclusiva es la creación de valor financiero para los propietarios del capital llamado “social”. Los stakeholders (participantes diversos en el proceso productivo, en primer lugar los empleados) tendrían solo una función vicaria en la vida: la de colaborar a la mayor prosperidad de los shareholders, los accionistas.
Esta aberración inicial ha ido seguida por otra del mismo género, pero aún más gorda: la de que quien aporta capital tiene derecho a una retribución superior a la de los demás participantes en el proceso productivo, incluso cuando se suprime el riesgo que para él supone colocar su patrimonio al albur de los mercados. Antes existía la prisión por deudas; y en una época todavía más remota, la de las primeras taules de canvi, la horca como castigo sumario al capitalista incapaz de asumir sus obligaciones. Toda la historia reciente del capitalismo financiero tiene como hilo conductor la limitación de la responsabilidad del capital primero, y la desaparición absoluta de toda responsabilidad después. La construcción de este intento de disfrazarse de noviembre por parte de quienes reclaman a toda hora beneficios inmediatos y cuantiosos, ha conducido a la tercera aberración y la mayor de todas: la idea del Estado como garante de los grandes fiascos impulsados por la voracidad de un capitalismo tóxico. Los rescates de los bancos y de las autopistas, la indemnización por contrato a Florentino Pérez por la Operación Castor, y otros pufos que aparecen todos los días en los medios, son la expresión acabada de este estado de cosas, que se concibe absurdamente como “legal” y, más allá, incluso como “normal”.
El punto al que podría conducir una situación tan peculiar no es el del tan publicitado “fin del trabajo” (el trabajo, en la medida en que es consustancial al hombre, está muy lejos de desaparecer; otra cosa es que, como plantea Tébar en el libro arriba referenciado, sea necesario redefinirlo una vez más), sino algo más chocante: el final de la empresa, al menos en una de sus formas históricas más prestigiosas, es decir, de la empresa jerarquizada cuyas reglas “científicas” y “objetivas” trató de definir en tiempos el ingeniero Taylor.
Las empresas de hoy “externalizan”, lo que es otra forma de decir que rehúyen, cualquier tipo de responsabilidad por los daños que causan. Ya no extienden contratos de trabajo, sino contratos mercantiles con “autónomos” o “emprendedores” asociados. Ya no cotizan a la seguridad social por sus plantillas de hecho. Ya no se rigen por jornadas, horarios tasados ni lugares de trabajo bien acondicionados, sino por “objetivos”; cualquier lugar aleatorio, incluido el domicilio particular; y sobre todo la condena perpetua a los desplazamientos continuos, pasan a configurar los nuevos “centros” de trabajo. Y la factura por el esquilmo de las materias primas, por la contaminación generada sin control, por el despilfarro medioambiental que se genera a partir de actos productivos dispersos por una geografía global, ha de ser asumida por colectivos humanos cada vez más amplios y cada vez menos ligados a un interés social relacionado con la producción concreta de lo que se trate.
Tirar la piedra y esconder la mano, es el lema favorito, y nada novedoso, del neoliberalismo rampante. Con el Estado como garante de su impunidad, y con la ciudadanía como pagana de sus excesos. No es a lo nuevo a lo que hay que tener miedo, sino a esta costra de zánganos y gorrones, la vieja “clase ociosa” hoy rejuvenecida en sus formas de presentarse y que está reclamando un nuevo Thorstein Veblen que sepa delimitarla en sus parámetros reales.
 

martes, 13 de junio de 2017

NO CON "PODEMOS"


Hoy, martes y trece, se debate en las cortes de la capital la moción de censura del PP y el PSOE contra Podemos. El ambiente es de regocijo contenido, para que no parezca que no nos lo estamos tomando en serio. Mariano Rajoy, enrabietado por la sentencia del Constitucional (tu quoque!) que ha descalificado la inteligente amnistía fiscal cocinada por Montoro (Cristóbal, sé fuerte), se pone finalmente el traje de luces y se ha apretado bien los machos, en contra de su primera intención de ausentarse del hemiciclo y ver los toros desde la barrera de plasma. Sensación, pues, porque el equipo favorito sale con su alineación de gala. No se esperan grandes descalificativos, porque lo de pederastas y narcotraficantes ya quedó dicho la semana pasada. Habida cuenta de la preferencia de Mariano por el regate en corto y el tiquitaca, son más de esperar epítetos tales como “insolventes” e “insensatos”. Iglesias morderá previsiblemente el polvo, que para eso los habituales peones de brega le han aliñado ya unos sondeos que lo sitúan a la baja. Lo que no va a poder evitar Ábalos, el hombre al que Pedro Sánchez ha encomendado la función de explicar la abstención del grupo parlamentario del PSOE, va a ser quedar retratado junto a los vencedores del pulso. Sánchez confía en que tal circunstancia no le pasará factura en la difícil navegación que le aguarda durante el resto de la legislatura. Quizá – lo digo sin ningún retintín – sea demasiado esperar. La mayoría del parlamento no es la misma que la mayoría de la calle. Y las derrotas parlamentarias influyen poco en un pueblo acostumbrado a apelar al general No Importa desde que los grognards de Napoleón le daban un revolcón tras otro en los campos de batalla.
Un asunto tan lejano a nuestro ensimismamiento idiosincrásico no ha despertado grandes pasiones en Catalunya. Ha habido, con todo, un movimiento interesante. Carles Puigdemont llegó a ofrecer a Podemos su voto a favor, basado en cálculos basados al ciento por ciento en una nueva “realpolítica” y en consideraciones de oportunidad relativas a la cuestión central del procès y de sus difíciles avatares. Pero los diputados de la Minoría Catalana se le han subido de inmediato a la parra. Ni hablar. No con Podemos. Bastante tienen que tragar en campo propio por cuenta de las CUP, para alinearse como visitantes en la misma trinchera de los Domenech y otros innombrables.
De nuevo, la “contradicción principal” (así la llamábamos en mi juventud, ahora la mención aparece como un lenguaje retorcido, obsoleto y a todas luces incomprensible) aflora por debajo de la contradicción secundaria que con esfuerzo ímprobo se pretende situar delante de las bambalinas del escenario. Es tot un poble el que reclama un lugar al sol para Catalunya, sí, pero en ese poble aún hay clases, y no se permitirá de rositas que quienes ocupan los escalones inferiores se desmanden y pretendan aparecer en plano de igualdad con quienes, por nacimiento y bienes de fortuna, están llamados a ocupar los palcos preferentes en el nuevo orden republicano y soberano que se albira en la lontananza.
Enric Juliana, agudo analista, comenta la jugada en lavanguardia. Y deja a la remanguillé la siguiente advertencia: «En la política catalana, no todo es lo que parece, ni todo es lo que se proclama.»
  

lunes, 12 de junio de 2017

BARRERAS GENERACIONALES Y NUEVA POLÍTICA


En un artículo de lavanguardia, firmado por Ramon Suñé, sobre el ecuador del mandato municipal de Ada Colau, anoto el siguiente comentario de un/una espontáneo/a que firma “Swell”: «Solo sabe destruir, destruir y destruir. Han nacido del odio y con odio actúan. Solo están aquí para satisfacer las ansias de venganza suyas y de sus seguidores.»
Es imposible argumentar contra una posición tan enrocada, tan unilateral; solo cabe constatar que existen en este mundo personas así, y que no son tan pocas y residuales. En democracia, por lo demás, merecen el mismo respeto que cualquier otra/o ciudadana/o. Uno percibe mucho miedo y mucha indefensión detrás de una declaración de este tenor, aferrada a valores que hace muchos años ya que el viento se llevó.
Quizá quienes predican que ya no existen las clases y todo se reduce a un 99% de ciudadanía contra un 1% de oligarquía, deberían mirar más despacio estas cuestiones. Y quienes todo lo cargan a cuenta de unas barreras generacionales, tomar buena nota de lo que señalaba ayer Joaquín Estefanía en elpais: Corbyn obtuvo el pasado jueves el 40% del voto total, pero el 67% de los votantes muy jóvenes. El voto a Carmena en Madrid, hace dos años, fue un voto predominantemente joven, aunque en su caso la edad de la cabeza de lista queda relativizada por la del conjunto de la candidatura. También Mélenchon peina canas y se ha visto (relativamente) favorecido por votantes de edades muy inferiores. Las simplificaciones tendentes a dar una gran importancia a la identificación del electorado con la imagen juvenil y el estilo de vida deportivo del candidato, dan en la realidad poco juego en comparación con otras consideraciones más fundamentadas (o fundamentales, elijan el término que prefieran).
No es difícil adivinar qué vota “Swell”, a partir de su declaración de principios. Cabe imaginar que está defendiendo con uñas y dientes su pensión, su devoción, y posiblemente alguna propiedad inmobiliaria y alguna inversión en valores financieros seguros (trasposición que se da con frecuencia a partir de la creencia firme en unos valores espirituales eternos). “Swell” considera que el comunismo y sus compañeros de viaje acechan permanentemente en la sombra para arrebatarle sus bienes de este mundo, y vota, con fe inasequible al desaliento, a los rodrigo-ratos y los pujol-ferrusolas que la desplumarán en un plisplás si la ocasión propicia se presenta.
¿Puede hablarse en su caso de una barrera generacional? Ahí están Macron, Macri, Rivera, los nuevos portaestandartes de la política de charme, que arrasan en los caladeros de las/los “Swell” con sonrisas, promesas y eslóganes cuidadosamente diseñados por equipos electorales bien pagados. La imagen de Colau, en cambio, no horroriza a estas capas de la población por ser joven, sino por sus connotaciones de clase.
 
 

sábado, 10 de junio de 2017

UN SISTEMA MEJOR


Gracias de corazón a Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, que anoche nos explicó, a quienes la veíamos y la escuchábamos en directo, que ella y Ada Colau no son “antisistema”, sino que quieren un sistema mejor. En la plaza dels Àngels se puso en el acto de ayer una semilla para la construcción de un nuevo orden, que se anunció como liderado por las mujeres y por las ciudades. Adelante, y que lo veamos.
En ese sistema mejor no tendrán cabida actitudes como la del portavoz del PP (excuso su nombre, aquí no se hace propaganda gratuita) el cual, enfrentado a una moción de censura contra su partido por corrupción demostrada y encausada, ha respondido acusando a los promotores de la censura, Podemos, de pederastas y narcotraficantes. Cristina Cifuentes, la ambición rubia que preside la Comunidad madrileña, le rio las gracias y aventuró que tal vez algunos no han entendido su fino sentido del humor. Según. Puede que no lo entendamos, cariño, o puede también que lo entendamos demasiado.
Tampoco será de recibo, en el sistema mejor que pretendemos ayudar a construir, el cartel de gran formato que ha aparecido en varios puntos céntricos de la ciudad de Lleida. Presenta fotografías en tonos oscuros de Miquel Iceta (PSC), Lluís Rabell (CSQP), Inés Arrimadas (C’s) y Xavier García Albiol (PPC), con un letrero en rojo que los acusa de traidores y la petición expresa de que se les trate como a tales. Eso es fascismo, dejemos las cosas claras. No está claro en cambio quién es el responsable de la iniciativa. Alguien debería decir en este momento que ese cartel es intolerable desde cualquier punto de vista. El president Puigdemont no lo ha dicho aún – que yo sepa –, pero sí ha afirmado que en Catalunya este es el momento de la ciudadanía, por encima de los partidos políticos. Si consideráramos a la ciudadanía responsable de engendros como ese cartel, iríamos aviados. Un cartel necesita ser diseñado por un creativo, impreso en un taller de offset o de lo que sea, embadurnado de cola y colocado en los lugares previamente seleccionados. La idea de la culpa colectiva del pueblo de Fuenteovejuna en la muerte del comendador está bien para el teatro clásico, pero la intención del cartel se ajusta más bien a otra idea, de pedigrí mucho más oscuro: la de soliviantar los ánimos populares para proceder luego en el espíritu, si no la letra, a aplicar la Ley de Lynch.
Alguien puede creer que por esos procedimientos se construye un Estado. Más cierto es que así se destruye una nación.
No son sistemas adecuados. Pretendemos, con Manuela Carmena, un sistema mejor.
 

viernes, 9 de junio de 2017

LA CIUDAD, CUNA DE LA DEMOCRACIA


No encuentro en los principales diarios digitales noticias sobre las jornadas “Ciudades sin miedo” (Fearless cities), que arrancan con un acto público esta tarde en Barcelona. Puede que sea culpa mía, y no haya alcanzado a encontrar ni en elpais ni en lavanguardia ni en elperiódico ninguna mención del evento muy oculta en las profundidades de sus tripas electrónicas. Las noticias locales de Barcelona se reducen a atacar a la alcaldesa por su “turismofobia” y a informar de que seguirá el lunes la huelga del metro. Solo en Público aparece un artículo, muy digno, firmado por Carles Bellsolà; pero en la sección local y en catalán (de hecho, las jornadas son un acontecimiento político de alcance internacional). Quiero creer que la fecha y la pregunta de un referéndum fantasmal han acaparado la atención de la prensa, pero el pesimismo de la inteligencia me susurra al oído que cualquier otra noticia habría servido para lo mismo. No son las circunstancias concretas de tiempo y lugar lo que oscurece la difusión de la que debería ser noticia de primera plana, sino una voluntad política torcida por parte de los propietarios de los medios. Nada nuevo.
La democracia nació en una ciudad, hace veintiséis siglos. “Ciudades sin miedo” reivindican que es ahí, a la ciudad, al ámbito local, adonde deberemos descender inexcusablemente para recuperar la democracia que se está desvaneciendo en el mundo a través del secuestro progresivo de las soberanías por el capital financiero, y del bloqueo de las fuerzas de cambio en los parlamentos por parte de los grandes beneficiarios de la desigualdad institucionalizada.
Desigualdad: ese ha sido, es y será, el enemigo principal de la democracia. Y la ciudad ha sido, desde su origen mismo, el ámbito en el que han crecido juntas la igualdad y la libertad.
Junto a Ada Colau, anfitriona de las Jornadas, estarán otros alcaldes representantes de una nueva izquierda incipiente en el mundo, pero vigorosa: Manuela Carmena (Madrid), Luigi de Magistris (Nápoles), Éric Piolle (Grenoble), Jorge Sharp (Valparaíso), Pedro Santisteve (Zaragoza), Martiño Noriega (Santiago de Compostela), Xulio Ferreiro (A Coruña), y Dolors Sabater (Badalona), además de Rena Dourou, gobernadora de la región griega del Ática. También asistirán concejales o dirigentes de otras ciudades "sin miedo" de todo el mundo, incluido Ritchie Torres, vicesecretario del Consejo municipal de la ciudad de Nueva York. Una de las mesas redondas previstas debatirá sobre “democracia desde abajo”. Se debatirán también ponencias sobre los grandes problemas concretos a los que se enfrentan las ciudades (movilidad, gentrificación, contaminación, remunicipalización de los servicios, transparencia, acogida a los refugiados), en busca de propuestas alternativas de transformación. Alternativas, se entiende, al miedo, a la especulación, al autoritarismo de la derecha.
He aquí, pues, una noticia de primera plana que hasta el momento nos ha sido ocultada. Las jornadas siguen mañana sábado y concluyen el domingo. A ver para entonces cuál es el balance de la difusión informativa.
 

jueves, 8 de junio de 2017

DÍAS MALOS


El presidente Putin ha dicho que él no tiene días malos porque no es una mujer. El argumento, sin embargo,  dista mucho de ser concluyente: somos cientos de millones los varones que tenemos días fatales sin que nos visite la regla. Me atrevería incluso a sostener que, el día en que Putin hizo esa extraña afirmación, estaba pasando por uno de los días peores de su temporada más reciente.
Tampoco pasaba por un buen día el profesor de filosofía de un instituto leridano que afirmó que la homosexualidad es algo antinatural, como ser cojo o ser tuerto. Aquí el problema consiste en ver cuáles son los límites de la naturaleza; o expresado de otra forma, qué es lo que dicha señora acepta y lo que rechaza, según es constatable de forma empírica por un observador imparcial. Examinadas las cosas desde ese enfoque, lo natural es que el cojo cojee, que el tuerto mire con un solo ojo y que el homosexual sienta inclinación hacia personas de su mismo sexo. Lo antinatural sería que actuaran de otra manera.
Visto desde la óptica del profesor de instituto, tener la regla sería antinatural, dado que él no la tiene; visto desde la óptica de Vladimiro el Grande, sería antinatural que tuvieran días malos quienes no están sujetos al menstruo.
En el fondo de ambos puntos de vista subyace el mismo problema: la idea de que existe en el mundo un orden superior que establece jerarquías inmutables entre los humanos: los varones heterosexuales serían, para los dos, la crème de la crème, el no va más. Tal vez los dos coincidan en considerar antinatural la prohibición recentísima del despatarre de los varones que ocupan asiento y medio por lo menos en los transportes públicos. Debería imponerse en la sociedad un respeto natural hacia seres tan superiores.
En último término, concluyo, todos los días son malos para decir gansadas.
 

miércoles, 7 de junio de 2017

EL FACTOR HUMANO


La actualidad nos ofrece dos botones de muestra que indican errores de bulto en la marcha hacia un Mundo Futuro 4.0 que garantizaría una eficiencia mayor de todos los engranajes sociales, al servicio de un bienestar inédito para los ciudadanos.
El axioma de partida en el que se basan los sonámbulos del Nuevo Mundo Feliz es que la inteligencia artificial supera con creces a la humana, y que los robots pueden hacerse cargo con mayor solvencia de los asuntos que antes se despachaban, bien a fuerza de brazos, o bien mediante la gestión altamente imperfecta de funcionarios provistos de manguitos a fin de no ensuciarse la camisa con la tinta de los tampones.
Desde este punto de vista, de una lógica aparentemente impecable, la policía británica ha reducido sus efectivos en 20.000 agentes en los últimos años, a cambio de una inversión milmillonaria en Big Data. De forma parecida, el parque de inspectores de la Hacienda pública española ha descendido en 4.000 unidades, a los que van a sumarse en torno a 700 jubilaciones de altos funcionarios entre este año y el próximo. Funcionarios innecesarios, se dice, puesto que ahora es ya prácticamente imposible que se cuelen camellos por los ojos de las agujas de la institución.
Esa es la teoría. En la práctica resulta que dos de tres terroristas del puente de Londres estaban fichados, localizados y técnicamente vigilados por los robots policiales. Y sin embargo, atentaron. Es más, la compleja maquinaria informática que está manejando el asunto no es capaz de encontrar a un muchacho español desaparecido a raíz del terrible suceso. Algo que los maderos de la época de nuestros bisabuelos conseguían a base de lápiz y bloc de notas, ahora va a requerir por lo menos cuarenta y ocho horas más de funcionamiento de sofisticados algoritmos.
En cuanto a la Hacienda española, sin pretender poner el dedo en la llaga de su presumida eficiencia, resulta que se encuentra al borde del colapso según anuncian sus propios directores. La jubilación de una generación de inspectores educados en el uso del bolígrafo y la calculadora de bolsillo está poniendo en un brete a las nuevas levas, cuya experiencia práctica se reduce por lo general a la consulta de los tutoriales, y aún.
Las memorias RAM son infinitamente superiores a las memorias humanas individuales, pero no son capaces de averiguar dónde me dejé las gafas esta mañana a la hora del desayuno. No es un argumento, es una metáfora. El argumento lo conozco desde la experiencia de mis últimos años de trabajo editorial, cuando los veteranos freelance nos veíamos solicitados por parte de las grandes firmas debido al hecho de que nuestras habilidades técnicas (skills, las llaman los sajones) se remontaban al periodo anterior a la glaciación que derivó en la masiva invasión de las pantallas. Nosotros/as éramos capaces de resolver pegas que no aparecían en los protocolos ni en las herramientas de google. Y aunque el empresariado creía firmemente en la vía del progreso derivado de la conjunción de la tecnología punta con el empleo precario y mal remunerado, no desdeñaba la utilización en passant de los servicios puntuales del estamento ya claudicante que llamaban de “los sabios”, es decir las personas que extraíamos de la experiencia vivida conocimientos insospechados de los intríngulis íntimos de la profesión.
Si bien se mira, se trata de un problema de formación. Pero ahora la formación se concibe como un periodo de aprendizaje reducido al manejo de los terminales de los ordenadores conectados en red. Se desdeña, no solo una formación humanística que “no sirve para nada” en el mundo de hoy, sino incluso la formación teórica y práctica en cualquier materia no relacionada directamente con el imperio de los algoritmos.
El resultado de esa política está poniendo en aprietos tanto a la policía británica como a la Inspección de Hacienda española. Es un dato, y quienquiera que tenga mando en el asunto debería sacar las consecuencias pertinentes.