domingo, 29 de junio de 2014

TRABAJO Y CULTURA

Reanudo mis comentarios en torno al estudio de Iginio Ariemma sobre Bruno Trentin, que López Bulla, ¿sabremos agradecérselo?, está traduciendo para nosotros (1). Después de examinar la fructífera conexión que estableció Bruno entre los dos conceptos aparentemente contrarios de trabajo y libertad, toca ahora detenerse en esa otra relación que establece entre trabajo y cultura. Es una cuestión difícil, y he de advertir al lector que llevo ya dos gatillazos sonados en mis intentos de hilvanar cuatro ideas sobre el asunto sin caer en contradicción.

El punto de partida está claro. Ariemma expresa así la posición de Trentin: «La formación y la calidad del trabajo son los objetivos fundamentales para derrotar a la precarización, el trabajo pobre y «muerto», y también para intervenir en el marxiano trabajo abstracto para que la persona-trabajador pueda realizarse verdaderamente con su propio proyecto de vida. Ya en los años setenta, Bruno había pensado en la conquista de 150 horas retribuidas para la formación (“incluso para aprender a tocar el contrabajo si el obrero lo desea”, repetía).» 

Trentin era enérgicamente contrario a ese sobreentendido fatal según el cual la cultura florece en el ocio de las clases sociales acomodadas, es decir en un terreno privilegiado por estar eximido, precisamente, de la maldición bíblica que condena al hombre a la esclavitud del trabajo. Nadie se atreverá a afirmar que el obrero-masa es incapaz de tocar el contrabajo medianamente bien si dedica a ese fin un esfuerzo particular en sus horas libres. Pero en cualquier caso es un axioma que deberá dejar colgada su sabiduría musical de un clavo puesto en el dintel de la puerta de la fábrica; allí mismo donde el sargento mayor de la compañía nos vociferaba a los quintos que debíamos dejar colgados los cojones cuando traspasábamos la puerta del cuartel.

Pero cultura es, por definición, todo lo que se cultiva; y por tanto la cultura nace del trabajo, es un fruto más del trabajo. La privación de la cultura para el mundo del trabajo es una desigualdad no original, sino sobrevenida. Decretada. Los managers tayloristas han suscrito gustosos la frase histórica del conde de Belicena, «Los pobreticos y los jambríos no deberían conocer más allá de la regla de tres simple» (2). Una frase que resume mejor que ningún discurso el estado de la cuestión.

El problema gordo es qué entendemos por cultura, y si ese concepto engloba tanto la trigonometría como el contrabajo. Trentin fue un gramsciano consecuente en este punto. Frente a ideas como la condición clasista de la “gran” cultura, y más aún frente al intento de armar una cultura de clase contra clase, una proletkult, concibe la cultura sin adjetivos como un legado universal y como una comprensión global del mundo en sus contradicciones. En ese sentido la cultura es un instrumento de hegemonía, y las clases trabajadoras sólo podrán afirmarse como dirigentes cuando superen su visión de parte y alcancen una autoconciencia capaz de asimilar y asumir su propia función y la del resto de la sociedad desde todos los ácimuts de una concepción del mundo compleja, poliédrica.

En algún momento histórico se ha propugnado una alianza de las fuerzas del trabajo y las de la cultura. No es malo en ningún caso intentar mancomunar esfuerzos, pero la idea misma parte de un error conceptual. (Error por lo menos desde la visión de Gramsci y de Trentin). Porque trabajo y cultura no están situados en dos campos diferentes, no son realidades distintas. Son dos expresiones, una inmediata, la otra más a largo plazo, de una misma realidad social. La cultura es, de alguna manera, trabajo acumulado. Y la línea conceptual que lleva desde el trabajo hasta la liberación del hombre, pasa necesariamente por la vía de la cultura.

Una última nota, aún. La cultura no es un concepto mensurable desde parámetros cuantitativos, sino cualitativos. Tener más cultura no significa saber más cosas, sino saber relacionar entre ellas las cosas que se saben y extraer de esa relación más consecuencias pertinentes. Los trabajadores necesitan saber más sobre sí mismos, sobre lo que hacen, sobre las consecuencias sociales de lo que hacen. Y es en ese orden de ideas, en el que Trentin propone la extensión y la difusión de la cultura, de toda la cultura, de modo que empape de abajo arriba el proceso de trabajo. Puede considerarse una utopía, ciertamente, pero él reivindicó en un texto célebre il coraggio dell’utopia.

(1) Ver la parte ya disponible en http://theparapanda.blogspot.com.es/ 
(2) En relación con la estupenda declaración del conde de Belicena, ver “Las matemáticas y la explotación del trabajo asalariado”, en Metiendo Bulla.


viernes, 27 de junio de 2014

MATONISMO

Tenía pensado dedicar el post de hoy a otro tema, pero me ha saltado a los ojos el tono abiertamente amenazador empleado por el fiscal Horrach para recurrir el auto del juez Castro en el que imputa a la infanta Cristina por el llamado caso Nóos. Castro y Horrach habían colaborado amigablemente a lo largo de muchos meses en este asunto, mientras se trató de las responsabilidades del plebeyo Urdangarín; pero cuando Castro ha dado un paso más allá de las líneas rojas y ha tocado a la moza intangible que lleva sangre de reyes en la palma de la mano, dios la que se ha armado. El tono del fiscal a lo largo de las 63 páginas del recurso sólo puede ser calificado con un nombre: matonismo. Acusa al juez de hacer un juicio de intenciones a la infanta, y él mismo hace un juicio de intenciones al juez; insinúa la acusación de que se ha prevaricado, y él mismo debería saber que su griterío desmesurado, su clara intención de amilanar al juez y obligarle a rectificar, está mucho más cerca de la prevaricación que la propia actuación del juez Castro.

Así las gasta la casta. No es un hecho aislado el matonismo del fiscal. El alboroto mediático contra Podemos, del que se ha dado cuenta en este lugar en alguna ocasión anterior, responde al mismo planteamiento. Y el bombardeo no se ha detenido: un padre indignado interrumpió un acto de Pablo Iglesias para pedirle cuentas por las torturas que el régimen venezolano había infligido a su hija. Como si el propio Iglesias fuera el torturador; o como si fuera el único ciudadano español que ha tenido relaciones de política o de negocios con el chavismo. Mientras tanto, Obiang se ha paseado por España y Rajoy lo ha visitado oficialmente en Guinea Ecuatorial, pero un cordón de seguridad muy espeso ha impedido que se manifestaran familiares de las víctimas del dictador amigo. Y víctimas de Obiang, las hay. Y no son pocas.

Cabe deducir que todos somos iguales, pero unos más que otros. Y bien podemos añadir a esta lista de urgencia de sucesos la lamentosa declaración del ministro del Interior Fernández Díaz, de que una Catalunya independiente será pasto de narcotraficantes y del terrorismo yihadista. No siento la menor simpatía por la independencia que nos proponen los señores Mas y Junqueras, vaya eso por delante, pero sí siento respeto y acatamiento por la voluntad popular y sus corolarios. Haré lo que pueda por evitarlo pero, si me toca fastidiarme, me fastidiaré. Es la única conducta que me parece decente en este pleito. De modo que mi respuesta al ministro vendría a ser la misma del parroquiano al cura que le amenazaba desde el púlpito con las torturas eternas del infierno, en castigo por sus numerosos pecados: «Mosén, si se ha de ir al infierno se va. Pero sin acojonar.»


No son sólo la nueva ocupación de la calle por las fuerzas policiales y las furgonetas antidisturbios, las multas abusivas impuestas a la discrepancia legítima, las marianitas pinedas encerradas en la cárcel “por su bien”, porque lucían banderas republicanas y eso equivalía a “provocar respuestas violentas” de los de otro signo. El matonismo, la prepotencia, la displicencia, se están apoderando de esta democracia nuestra, disminuida y desvirtuada. De nuevo se reprime la libertad de pensamiento y de expresión. Un régimen bolivarista en España, dijo Felipe González, «sería una catástrofe». Felipe, y esto ¿qué es? Si no lo llamamos catástrofe, ¿qué otro nombre le damos?

ALMA DE CUPLETISTAS

Javier Aristu ha empezado a hacer rodar la maquinaria para la presentación en nuestras latitudes de la reflexión de la profesora Nadia Urbinati sobre las nuevas formas y los nuevos peligros de la democracia. Lo ha hecho por medio de la entrada «Democracia en directo», de su blog En Campo Abierto (1). Urbinati tiene una visión académica, en el mejor sentido de la palabra, de los problemas de la democracia. Me refiero a que anota, valora y sistematiza pulsiones y tendencias cuya repetición de forma discontinua y a lo largo del tiempo ha acabado por definir y configurar una novedad en el terreno de la política. Registra algo que no existía o de lo que no había conciencia, que no figuraba en los balances ni en los capítulos de perspectivas, pero que en adelante no habrá excusa para no hacer constar en el debe o en el haber de la democracia realmente existente.

Los fenómenos a los que alude no son tan recientes. Se cita por ejemplo a Berlusconi. Mucho antes que él, Adolfo Suárez fue capaz de aglutinar un partido de aluvión, sin ideología ni programa acabado, repleto de “familias” de procedencia común pero inconciliables entre ellas, a partir de su liderazgo personal, del magnetismo de su presencia televisiva y del atractivo hipnótico de aquella cantinela del «puedo prometer y prometo». La constatación de Urbinati acerca de los cambios en la estructura, en la perspectiva y en el funcionamiento interno de los partidos políticos, es seguramente menos importante que la conclusión de que ésta, la actualísima “democracia plebiscitaria” o “en directo”, sigue siendo aún, y por bastente tiempo, y a pesar de todo, una democracia de partidos políticos. Tanto Syriza en Grecia como Podemos en España nacieron como plataformas dirigidas a canalizar y aunar los esfuerzos de movimientos sociales de protesta; las dos se han convertido en partidos. No partidos al estilo clásico, desde luego; partidos, y punto.

Lo nuevo, aunque tampoco tanto, es la función que “tienden” a asumir las organizaciones políticas y sociales en el interior del sistema. Atención a ese “tienden”. No generalizo; no digo que todas lo hacen ni que todas son iguales, sé por experiencia lo injustos que pueden ser los sambenitos en el terreno de la política. Pero déjenme citar a Aristu-Urbinati: «La “democracia de la audiencia”, o lo que Urbinati denomina “forma plebiscitaria de la audiencia”, es el resultado no del fin de la democracia de partidos sino de su afirmación como cuerpo oligárquico que de intermediario se ha hecho ocupante directo y para su propio interés de la representación política.»

Es decir, se tiende a convertir la representación en oficio; igual que existen representantes de comercio, tenemos un cuerpo de representantes políticos institucionalizados. Y ese gremio de representantes por oficio tiende a levantar  alambradas para evitar el acceso de intrusos. Luego, en el interior del recinto, vienen las querellas por la preeminencia y la jerarquía. En tiempos fue normal la cooptación como método – poco democrático, ciertamente – de ascenso a las responsabilidades superiores de la estructura; también se preferían las listas cerradas para evitar sorpresas. Ahora se postulan las primarias y se discute sobre la apertura de las listas. ¿Hay algún avance en ello? La cooptación significaba una reválida para los candidatos formados en el interior de la estructura; en las primarias asistimos a un desfile de modelos de político, y no de política (la frase no es mía, la he leído en la prensa diaria pero no recuerdo dónde). Un joven tenor nos promete someter a su partido a un «shock de modernidad». ¿Es esto serio? ¿Puede la política dirigida a una audiencia invertebrada conformar un proyecto con cara y ojos, con unos objetivos razonables a largo plazo y un itinerario preciso para alcanzarlos? ¿Hay movimiento real en esta nueva cucaña hacia el poder, o sólo un remeneo en sus poltronas de personajes con alma de cupletistas?

Tampoco es mío lo de la cucaña y los cupletistas, pero en este caso sí puedo documentar la frase. Su autor es Pío Baroja. En La última vuelta del camino, escribió: «Con relación a la pasión igualitaria colectiva y al deseo de lucirse entre los políticos, hay que tener en cuenta que un Congreso o una Cámara, por muy democrática que sea, es un recinto muy pequeño para los millones de habitantes de una nación; que la cucaña para subir a él estará cada vez más resbaladiza y más difícil, y que el número de gente con alma de cupletista es infinito, lo cual quiere decir que los rivales en el campo de la política formarán siempre una legión inmensa.»

Amén.




jueves, 26 de junio de 2014

TRABAJO Y LIBERTAD

Llamo la atención del lector sobre la traducción castellana del libro La sinistra di Bruno Trentin, de Iginio Ariemma, que ha empezado a ofrecernos José Luis López Bulla por entregas, y que una vez concluida podrá consultarse en el blog «The Parapanda Tribune». La iniciativa nos proporciona una ocasión impagable de conocer mejor el pensamiento de Bruno Trentin.

Uno de los hitos de ese pensamiento es la relación que establece Trentin entre trabajo y libertad. El trabajo, hemos de convenir en ello, ha sido víctima de una larga campaña de mala publicidad. La cosa empezó muy pronto, en el principio mismo, es decir en el Génesis, el primer libro de la Biblia. Allí Yavé lanza una maldición al primer hombre y la primera mujer, Adán y Eva: «Ganarás el pan con el sudor de tu frente.» Dicho así, suena duro. Vale que la frase no ha de ser tomada al pie de la letra, de hecho nadie la toma así; pero esa reprimenda terrible sigue grabada de alguna manera en nuestro subconsciente.

La idea bíblica del trabajo físico como castigo, como maldición, está ligada a una visión del mundo hondamente clasista y conservadora: a la condición servil, a la propiedad privada, a los privilegios sociales de las clases ociosas. Por el contrario, la idea trentiniana del trabajo como realización personal, como proyecto de vida, y en último término como fundamento de la libertad de la persona, vienen de una tradición distinta, también muy lejana: la de la historia social vista como un largo proceso de emancipación, de lucha contra toda explotación del hombre por el hombre.

Es así como el hombre se libera a través del trabajo. Ahora bien, la relación entre los dos conceptos no se resuelve por medio de una ecuación simple, tipo trabajo = libertad. Nos basta la experiencia directa para saber que no es así. La relación se expresa mejor del modo siguiente: si existe (¡y de qué modo!) trabajo sin libertad, no existe, en cambio, libertad sin trabajo.

Me refiero, claro está, a la libertad en una acepción “alta”, como superación de toda dependencia y servidumbre. En la Edad Media se decía, en ese sentido, que el aire de la ciudad hacía libres a los hombres. Porque en la ciudad medieval la prestación del trabajo era libre, mientras que en los trabajos del campo el siervo quedaba sujeto sin remisión (sin redimentia, remensa en Catalunya) a las imposiciones del señor feudal.

Es posible ir incluso más allá de esa relación expuesta entre trabajo y libertad. Iginio Ariemma recuerda en el inicio de su libro sobre Trentin una afirmación sorprendente y rotunda de Primo Levi, en La llave estrella: «Amar el trabajo propio representa la mejor aproximación concreta a la felicidad sobre la tierra, pero esta es una verdad que no conoce mucha gente».

Así pues, el amor al trabajo puede ser un instrumento prácticamente incomparable de felicidad personal. Admitámoslo como hipótesis; tiene razón Levi, en todo caso, cuando añade que “no mucha” gente llega a conocer esa verdad. No mucha o, dicho con más crudeza, muy poca.  Hay una razón para ello, clara y concreta: existe una ley de probabilidades, y en este caso las probabilidades están muy en contra.

Los condicionantes son muchos, las adversidades no pocas. Virginia Woolf reclamaba, para el desarrollo adecuado de un trabajo de creación de las mujeres, «una habitación propia». Es esa «habitación» ausente, la falta de un espacio íntimo de autonomía, de reflexión y de apropiación del resultado de nuestro esfuerzo, del «sudor de nuestra frente», lo que entorpece la autorrealización en el trabajo y por el trabajo. Lo que predomina hasta un extremo abrumador en el mercado es un trabajo heterodirigido, irrazonado, impuesto y mal pagado, un trabajo-mercancía, y mercancía devaluada. Un ejercicio incoherente y privado hasta el tuétano mismo de libertad y de felicidad.

Lo que da pleno sentido a la obra de Trentin es la apuesta por el “otro” trabajo, el trabajo satisfactorio, el que libera. Y el fondo de su pensamiento político y sindical puede resumirse en última instancia como la concreción minuciosa de una praxis capaz de proporcionar y de distribuir más conciencia, más cultura, más libertad y felicidad a todo el universo del trabajo asalariado.

Radio Parapanda.— De hecho las sucesivas “entregas” de la tradución aparecen simultáneamente en Metiendo bulla y en The Parapanda Tribune: http://theparapanda.blogspot.com



martes, 24 de junio de 2014

EUROPA COMO REPÚBLICA.

Hablan Andrés Ortega y Ulrike Guérot, en “Construir Europa como República” (Tribuna de El País, 24.6.2014), de la posibilidad de superar la idea de una Europa como federación de estados-nación a través de la construcción de una República europea, es decir de un ente político transnacional cimentado en las reglas usuales de la democracia, en virtud de las cuales nadie es más que otro. Se trata, no hace falta insistir en ello, de un proyecto a largo plazo dada la actual correlación de fuerzas; pero me apunto a él desde ya mismo. Mejor dicho, estoy apuntado a él ya desde antes.

Quiero subrayar en particular una de las propuestas de Ortega y Guérot en torno a esa república. Lo explican así: «… También significa aspirar a un bien común europeo. Y esa idea de un bien común compartido por todos los ciudadanos europeos también sería una manera de superar las preocupantes divisiones que en los últimos tiempos han surgido en Europa entre Norte y Sur, prestamistas y deudores, centro y periferia. […] La República se debe basar no tanto en igualdad como en solidaridad, incluso en plural, en solidaridades, como concepto y realidad no directamente relacionada a la solidaridad y a las fronteras nacionales sino en el concepto de “economía agregada” en la Eurozona, para romper con el enfoque de economías nacionales en competencia en detrimento del interés del ciudadano.»

La idea es doble, o expresado de otra manera es una idea con cola: se trata de pensar un «bien común europeo», compartido por todos por encima de las divisiones nacionales o regionales (Norte y Sur, centro y periferia, etc.), y de basar ese bien común en «solidaridades» concretas, a partir del concepto de una «economía agregada» que rompa el enfoque de la competencia entre las economías nacionales.

La idea de un «bien común europeo» me parece a un tiempo rompedora y preñada de consecuencias. Rompedora, porque, como lo he expresado en alguna ocasión anterior, la mentalidad en la que seguimos inmersos en lo que se refiere a la construcción de Europa es la que criticaba John Kennedy de los americanos en relación con su país: pensamos más – aún y a pesar de todas las prédicas – en qué puede hacer Europa por nosotros, que no en lo que podemos hacer nosotros por Europa. Preñada de consecuencias, porque la idea de una Europa unida, democràtica y solidaria permitiría situar algunos problemas urgentes en una dimensión y unas perspectivas más amplias que facilitarían avanzar hacia soluciones que ahora aparecen bloqueadas.


Un ejemplo, y prometo volver sobre él en otras ocasiones. Ocuparse en el plano estatal-nacional de recomponer el tejido agujereado y precarizado de la protección social (el welfare, formulado en su etiqueta genérica) viene a ser más o menos el mismo trabajo al que se dedicaba Penélope en la Odisea: tejer de día lo que se ha destejido la noche anterior. No estoy defendiendo que no se haga; digo simplemente que toda una serie de situaciones relacionadas con el trabajo, con la prestación del trabajo, con las garantías del trabajo y con la protección social al trabajador activo y al desempleado, dentro de la empresa y fuera de ella, tienen hoy su marco natural en el ámbito de una economía «agregada», transnacional, globalizada. El hecho de que incidan en esas situaciones los «enfoques de unas economías nacionales en competencia, en detrimento del interés del ciudadano» viene a erigirse como un obstáculo insuperable para encontrar soluciones sólidas y estables. Parece posible, a través de la actuación concertada de los sindicatos europeos y del apoyo de las opciones políticas de izquierda representadas en la Unión, superar esa competencia interna de los estados entre ellos, en los aspectos relacionados con la solidaridad hacia las personas. La experiencia muestra que es posible conseguir en ese campo éxitos puntuales. Se trataría a partir de ahí de tirar de esos pequeños-grandes logros e irlos extendiendo hasta formar una doctrina y una práctica, sindical y judicial, que configuren una red protectora más o menos amplia, más o menos generalizada. A eso me refiero. Y por supuesto, la Unión europea sería un apeadero importante, pero no la estación terminal de ese trayecto hacia un estatuto global de derechos y garantías del trabajo y de los trabajadores.

lunes, 23 de junio de 2014

LA LITERATURA COMO CIFRA, LA VIDA COMO LABERINTO

Fue un placer, el jueves pasado, escuchar a Luis García Montero hablar sobre la vida, las palabras y el compromiso. Ha sido otro placer – parigual, demorado, transparente, según la doctrina de las tríadas de adjetivos que el autor desgrana a partir de Valle-Inclán – leer la novela que había venido a presentar: “Alguien dice tu nombre”.

Un joven estudiante de Letras metido a vendedor de enciclopedias en un verano seco, polvoriento y caluroso. Una ciudad, Granada, convertida en un laberinto recorrido en todas direcciones y de forma incesante a partir de dos polos fijos: el número siete de la calle Lepanto, sede de las oficinas de la editorial Universo, y el cuarto piso del número cuatro de Transversal de la Bomba, domicilio de una amante improbable, madura y pedagógica. El laberinto de la ciudad se amplía a otras realidades: un calendario, cifra del laberinto de los días, queda detenido en una fecha pasada y se convierte entonces en el signo visible de una realidad oculta. Una enciclopedia en tres tomos también tiene una estructura laberíntica en la que todas las palabras, todos los signos, guardan entre sí una relación necesaria. La red provincial de trenes y autobuses a Loja, Motril, Huétor, Maracena, también puede convertirse en jeroglífico. Y la literatura, sobre todo, es la cifra capaz de desenredar una realidad laberíntica, el método que permite ordenar con paciencia y poner en relación entre ellas a las palabras, para enriquecerlas con nuevos significados y convertirlas en dardos certeros que señalan realidades que no existían antes porque nadie aún les había dado nombre. Todo tiene uno o más sustratos, trasfondos, lecturas distintas en diferentes niveles de profundidad. Incluso los espejos del Café Suizo dejan de pronto de ser superficies planas, reflejos vacíos, y es posible penetrar a través de ellos en el mundo escondido en el otro lado.

La represión, el abuso, la imposición forzada de una verdad oficial, la injusticia, el miedo, el conformismo, el hambre, conforman una realidad presente pero que en la novela no se asoma casi nunca al primer plano; es un paisaje que se percibe como telón de fondo de la trama, de la misma manera como la Alhambra y las cumbres de Sierra Nevada delinean un horizonte cerrado desde la perspectiva de la estación de autobuses. Hay breves episodios de violencia: un perro es ahorcado y otro atado a un árbol y apaleado, un bastón se rompe en las espaldas del hijo de un alcalde, rasgan el aire un puñetazo vengador y una pedrada de represalia. Son instantes esbozados sin insistencia, con una técnica puntillista, delicada.

Pero en la definición misma del laberinto está implícita la existencia de una salida. Un laberinto no es un muro, es un trayecto. Complejo, con vueltas y revueltas, con cambios de dirección y perspectivas engañosas. Con salida. La condición primera de la existencia de un laberinto es la posibilidad de salir de él. Quien entra no lo hace para perder toda esperanza, como ocurre en el infierno del Dante, sino justamente para salir vencedor, como Teseo en Creta. También el laberinto de la novela de García Montero concluye con una salida inesperada, deslumbrante.


Atención a ese último adjetivo. Ahí encuentro yo “mi” objeción a la propuesta del autor granadino. Cuando el mago saca un conejo de la chistera, todos aplaudimos deslumbrados. Luego él saluda, se retira, se apagan las luces, y sabemos que ha hecho trampa. El cómo, el dónde, son cuestiones secundarias: fue un truco. Y eso ocurre con el final de la novela de García Montero. La vida seguirá en otoño del 63, los amores se prolongarán o fenecerán, se asumirán nuevos compromisos, y no concluirá ni menguará el esfuerzo por plasmarlo todo en palabras adecuadas. Es así, y así se sugiere. Pero el final verdadero de una novela repleta de verdades no era una apoteosis escénica que, siento decirlo, tiene todo el aire equívoco de un tinglado.

domingo, 22 de junio de 2014

NO REBUZNARON EN BALDE

Dedicado a Javier Aristu, tan aficionado como yo mismo a la lectura del Quijote

Montado en Rocinante y desde lo alto de una loma vio Don Quijote la populosa manifestación que se acercaba, amparada en una gran pancarta en la que aparecían el dibujo de un asno con la bocaza abierta en actitud de rebuznar, y el siguiente lema: «No rebuznaron en balde / el uno y el otro alcalde.»Dedujo de aquello el caballero de la Mancha que debían venir los manifestantes del pueblo del rebuzno, y comentó con Sancho que quienes le contaron la historia se habían referido a dos regidores, que no alcaldes. A lo que Sancho respondió que quienes eran regidores en el momento de rebuznar, bien pudieron llegar más tarde a alcaldes. Y concluyó, con encomiable sensatez: «... No hace al caso a la verdad de la historia ser los rebuznadores alcaldes o regidores, como ellos una por una hayan rebuznado, porque tan a pique está de rebuznar un alcalde como un regidor.»

Todo lo cual podría haber sido escrito con una muy larga previsión de futuro por el impenitente bromista Miguel de Cervantes. O no, vaya usted a saber. También podría ser que la graciosa aventura del rebuzno no guardara la menor relación con el hecho de que la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, haya esquivado la enésima denegación de un recurso suyo ante los tribunales de justicia por medio de una nueva propuesta – que ella afirma haber sido consensuada con el gobierno del PP, cosa que este último desmiente por el momento – de modificación del polémico plan de El Cabanyal. Un plan que, formulado por primera vez hace ya quince años, se ha propuesto arrasar total o parcialmente un barrio protegido como bien de interés histórico y cultural.

Por su parte la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, condecorará el próximo día de San Juan con la medalla al Mérito Civil a tres subinspectores y siete números de las fuerzas antidisturbios, por su “actuación heroica” el pasado 22 de marzo, durante las llamadas marchas por la Dignidad.

En ambas noticias se advierte, a mi entender, la presencia de un denominador común, perceptible asimismo en otras actuaciones (englobadas por larga tradición popular bajo la denominación genérica de “alcaldadas”), tanto de alcaldes como de regidores de distintos pueblos y ciudades de España. Desde, digamos, el caso emblemático del barrio de Gamonal, en Burgos, hasta el conflicto – saldado en primera instancia, pero latente – de Can Vies, en Sants, Barcelona. Todos ellos se asientan en la convicción profunda de que la ciudad no es propiedad común de los ciudadanos, faltaría más, sino botín exclusivo, por derecho conquistado de voto, de sus munícipes. Y de que cualquier acto de oposición ciudadana a todo lo que brota con pujanza de las partes más nobles de la Autoridad Municipal, merece ser reprimido y castigado con toda severidad y con Premura (sea quien sea el susodicho sujeto).


sábado, 21 de junio de 2014

SOBRE LA DEMOCRACIA Y LOS MEDIOS

Mi comentario de ayer sobre el periódico El País podía haberse ampliado y adquirido mayor peso de haber leído antes yo el artículo publicado el pasado día 18 por el defensor del lector, en torno a una entrevista al líder de Podemos, Pablo Iglesias, que fue mutilada primero en la edición de papel y posteriormente en la digital. Sin desmerecer la pulcra presentación de los hechos por parte de Tomás Delclós (ver aquí), he añorado la época en que ejercía su misma responsabilidad Milagros Pérez Oliva. Milagros se arremangaba y se metía en faena hasta el fondo. Examinaba en todas sus vertientes el suceso puntual, sin concesiones a ese compañerismo mal entendido que tiende a disimular faltas y omisiones serias, y a partir de ahí se remontaba a consideraciones más generales, de modo que su sección se convertía en una cátedra acabada de periodismo y de ética. Sigo buscando su firma, ahora en otras secciones del periódico, con la seguridad de que leyéndola siempre aprenderé algo.

Lo cual me lleva de una mujer a otra mujer, de Milagros Pérez Oliva a Nadia Urbinati, italiana nacionalizada estadounidense, profesora de Teoría política en la Universidad de Columbia de Nueva York, y defensora consecuente de una democracia representativa basada en la capacidad de intervención y de decisión de los ciudadanos. Me puso sobre su pista el amigo Javier Aristu, que anda oteando la posibilidad de traducir y publicar en España un trabajo suyo. En una reseña del último libro publicado por Urbinati, “Democracy disfigured. Opinion, Truth and the People” (Harvard University Press, febrero de 2014), me sorprendió encontrar, en un listado de “falsos amigos” de la democracia y en la mala compañía de los tecnócratas y los demagogos, a los medios de comunicación. Con frecuencia, señala la profesora, la idea de democracia que cultivan los medios es la de una competición deportiva en la que los ciudadanos ejercen de espectadores y de supporters apasionados de su equipo favorito.


Dado que lo único fiable hoy día en la prensa deportiva es el resultado numérico de los partidos, y todo lo demás está teñido de un partidismo insoportable para el buen sentido del lector, aviados vamos si ese es también el porvenir que aguarda al periodismo político.

viernes, 20 de junio de 2014

¿”EL PAÍS” O EL STATU QUO?

Algunos amigos mantienen su suscripción al periódico El País con el argumento de que «a pesar de todo» es el único medio legible. No es mi opinión, leo El País a diario y también leo otros medios. Lo importante, en el argumento que ellos utilizan, es la objeción entrecomillada.

La cosa va por aquí. Siguen, y sigo yo, apreciando en las páginas de El País la solvencia, la capacidad de análisis y la independencia de opinión de un largo listado de periodistas y colaboradores de primer plano. De otro lado, percibimos una línea editorial abiertamente decantada desde hace años hacia posiciones políticas muy precisas. El sextofelipismo apabullante de los últimos días no es sino una prolongación en el tiempo del felipismo a secas de otras épocas.

Nada que objetar. Lo que a algunos nos parece desabrido a otros les sabrá a rosquillas de las monjas. Lo que sí es objetable son las formas. El País alardea de Libro de Estilo, pero también cuenta para las ocasiones señaladas con un libro de Mal Estilo. Los ataques contundentes y reiterados a Podemos sobre la base de que lo financia el chavismo, son un ejemplo de manual de manipulación y de ausencia de ética. Nada tienen que ver con el partido político nacido en 2014 los pagos hechos por Venezuela entre 2002 y 2012 a una determinada entidad, en concepto de un asesoramiento que no fue ni exclusivo ni siquiera preferente. La ferocidad utilizada por El País en este tema, el fuego a discreción con toda la artillería mediática, se compadece mal con el juego limpio imprescindible en un contexto democrático.

Quizás sea oportuno recordar otra furibunda campaña del mismo periódico. Fue contra el Estatut de Catalunya presentado a las Cortes por Pasqual Maragall y el gobierno tripartito que encabezaba. Ahora están apareciendo los frutos de lo que entonces se sembró, y hay que convenir en que no tienen demasiado buen aspecto. Lo que hubo entonces y vuelve a haber ahora es una defensa cerrada, a ultranza, del statu quo. Una lectura inmovilista del bipartidismo y de la constitución, respaldada con algarabía tanto por la casta como por la costra.

El País se apostilla como “el periódico global”, y está teóricamente a favor de la modernidad y de la renovación frente a los desafíos del siglo XXI. La modernidad y la renovación de las instituciones necesitan como el agua instrumentos para progresar. La dirección de El País habrá de mirar hacia dentro y convenir que el progreso no se defiende desde el inmovilismo.

O bien, cambiar la cabecera, y en lugar de “El País”, llamarse “El Statu Quo”.


jueves, 19 de junio de 2014

NO PASA NADA SALVO ALGUNA COSA

No invento nada si digo que el fútbol es una metáfora de la vida. Jorge Valdano lo ha dicho antes que yo, quizá con la diferencia de que él afirma que la vida es una metáfora del fútbol. En el fondo es lo mismo, todo depende del valor relativo que demos a los dos conceptos.

Pues bien, la normalidad y la transparencia con la que el pueblo español ha acogido la eliminación de la Roja en el Mundial de fútbol de Brasil ha sido el asombro del mundo. Una vez más, hemos dado prueba acabada de madurez. En el exterior se nos respeta, se sabe de sobra que seguimos ocupando un lugar de privilegio en el concierto de las naciones. La eliminación es lamentable pero no empaña el brillo de una trayectoria, y debe ser considerada como un mal resultado circunstancial, no extrapolable a otras situaciones ni a otros campeonatos.

Por lo demás, la solidez de nuestras instituciones deportivas ha encajado el contratiempo con solvencia. El sistema funciona. Los remedios van a afrontarse con prontitud, por supuesto desde la continuidad y la sensatez. No es momento de aventuras, hay que decirlo muy alto a la intención de los eternos pescadores en aguas revueltas. Conviene, por el contrario, conservar la cabeza fría y recordar el oportuno consejo de la santa del brazo incorrupto: en tiempos de tribulación, no hacer mudanzas.

Por lo demás, hay futuro de sobra por delante, brotes verdes en forma de jóvenes promesas llamadas a darnos muchos días de gloria. El mes próximo o el otro podré darles a este respecto excelentes noticias. Todos juntos, seguiremos avanzando en el objetivo común de la recuperación.

En apretada síntesis. Españoles, no pasa nada, salvo alguna cosa que es lo que cuentan los periódicos.


miércoles, 18 de junio de 2014

DECLARACIONES ESTUPENDAS

Dos de mis políticos favoritos de todos los tiempos han hecho recientemente declaraciones estupendas. Don José Manuel Durao Barroso, en el marco de la Universidad de Verano Menéndez Pelayo; don Mariano Rajoy Brey, en un desayuno con la prensa, organizado por Europa Press. El presidente saliente de la Comisión Europea realizó una performance sobresaliente en la modalidad «las cosas habrán sido como ustedes dicen, pero en ningún caso tengo yo nada que ver». El presidente del Gobierno español, muy curtido en estas lides y ya con un amplio registro de récords en su historial, centró su ejercicio retórico en la variante «las cosas no han sido como han sido, y mucho menos van a ser como van a ser». Examinemos más de cerca a los dos fenómenos.

La culpa de la crisis española, dijo don José Manuel en su conferencia, ha sido del Banco de España, que no controló de forma adecuada a las cajas. Él mismo lo advirtió con severidad a Miguel Ángel Fernández Ordóñez, “Cuidadito con las cajas”, pero MAFO presumía de tener las instituciones financieras más sólidas del mundo mundial, y así le fue. Metido ya en la faena y cada vez más pinturero, abordó luego el gran Joselito Manuel la llamada crisis del euro. “No hay tal. Es de todos sabido que la crisis comenzó en Lehmann Brothers”. Y ya enrabietado, se atrevió con la Comisión que él mismo ha presidido desde los tiempos del canalillo: “Es verdad que hay cosas que no se han hecho bien, pero la culpa la tienen los parlamentarios que optaban por medidas severas en Bruselas y de vuelta a sus países de origen criticaban lo mismo que habían votado.”

Moraleja: un político de raza habrá de tener disponible en todo momento una amplia panoplia de chivos expiatorios hacia los que centrifugar las críticas que reciba por su propio desempeño. O, expresado con las palabras de Étienne Balibar, organizará metódicamente su propia irresponsabilidad.

Lo de Rajoy Brey también es de manual. Es sabido con qué formas y plazos ha abdicado Juan Carlos I, y qué características va a tener la coronación de Felipe VI. Por no haber invitados, ni siquiera el hasta ahora rey va a asistir a la ceremonia, cuestión que todo el mundo político parece considerar “normal”. Tampoco va a haber fastos eclesiásticos, para desencanto de monseñor Rouco, que tenía ya escrito un borrador de sepancuantos con el que dar en la misma crisma a toda la chusma atea, procaz y abortista. Lo menos que puede decirse, es que se ha buscado un perfil bajo, y que el anhelo más ferviente de todos los implicados es que la cosa pase lo más inadvertida posible. Veamos ahora la interpretación que de tales circunstancias da nuestro presidente: «La transparencia y la normalidad con que se está llevando a cabo la sucesión de la corona es la mejor prueba de la solidez de nuestras instituciones y del consenso social en torno a nuestra constitución y a nuestra democracia. Estamos dando una magnífica imagen ante el mundo, y por todo eso creo que los españoles debemos felicitarnos.»


Y si tanta es la distancia entre lo que está pasando y lo que Mariano dice que está pasando, ¿qué pensar de lo que él dice que va a pasar a continuación?: «Esa madurez y estabilidad es lo que va a ayudar a la recuperación económica.»

martes, 17 de junio de 2014

DE LA VERBORREA AL ANÁLISIS

Deberíamos aclararnos. O bien la Transición fue una conjunción modélica de voluntades que dio origen a un gran pacto nacional no sólo admirable en sí mismo, por la sensatez y la abnegación de sus protagonistas, sino además indefinidamente repetible y renovable por los tiempos de los tiempos (¿alguien recuerda que José María Aznar, entre otros prohombres destacados del presente, votó No a la Constitución?) O bien, por el contrario, aquello fue el gran engaño, el contubernio de intereses inconfesables que nos ha conducido en derechura a los lodos actuales.

En estos dos constructos explicativos contradictorios se da un elemento común: los treinta y cinco años de vigencia de la Constitución y de su correlato, la actual Monarquía, desaparecen del análisis; son un hiato formidable, un espacio-tiempo desprovisto de entidad y de sustancia. Para nuestros analistas y tertulianos, tan bien provistos de facundia y de retórica, en estos treinta y cinco años no ha ocurrido nada digno de mención: el análisis salta sin trabas del setenta y nueve al dos mil catorce como si la inmutabilidad de las superestructuras – la Constitución, la Monarquía, el sistema de las Autonomías – fuera el correlato consecuente a una inmovilidad general de la estructura. La sociedad, el mundo del trabajo asalariado, los anhelos y las expectativas de los españoles, se perciben como una foto fija. Todo es cuestión de decidir si proseguimos por la senda del inmenso acierto consumado hace treinta y cinco años, o si por el contrario es hora ya de corregir el inmenso error cometido entonces.


Resulta cansino repetirse, pero al parecer aún es necesario insistir en lo que José Luis López Bulla, primer espada de una lucida cuadrilla en la que modestamente me incluyo, viene denunciando desde hace ya bastantes años hasta la afonía. A saber. Se ha producido en estos años un cambio del paradigma productivo, una implosión del sistema fordista-taylorista que constituía el fundamento “natural”, en nuestro país y en otros de nuestra área geopolítica, tanto de la economía en sí como del llamado Estado social, y por ende de las expectativas de ascenso social de los trabajadores asalariados y sus familias. Si el sistema productivo basado en la gran fábrica ha estallado en millones de fragmentos, desplazando a los trabajadores al terreno del precariado y la economía sumergida y amputándoles derechos que parecían consolidados para siempre, no podemos seguir razonando como si siguiera intacto el consenso (válido, legítimo, positivo) que agrupó a una gran mayoría de españoles en torno a una Constitución y una monarquía de signo democrático y postfranquista. Rebus non sic stantibus, y en consecuencia el consenso, si coincidimos todos en considerarlo necesario, debe ser reformulado de una forma tan drástica como ha sido torpedeado. Debe reconstruirse ese amplio consenso desde el principio, con la participación de todos o de la gran mayoría, sin prejuicios ni vetos, con derecho a decidir y con tantos referéndums o consultas como sean precisos. Porque de otro modo la superestructura (la constitución, las leyes, los parlamentos, los tribunales, la banca y las instituciones financieras, etc.) seguirá gravitando en equilibrio inestable sobre las espaldas de una sociedad cada vez más perjudicada, frustrada e indignada. La crisis no es una catástrofe, es una coyuntura que exige un cambio de rumbo y de perspectiva. Lo que sí es una catástrofe es el inmovilismo empeñado en perpetuar los privilegios de una casta (para decirlo al modo Iglesias) ya no justificados por la marcha general de las cosas. ¿Recuerdan ustedes, amigos lectores, lo que dejó escrito Carlos Marx acerca de la lucha entre lo viejo que se resiste a morir y lo nuevo que pugna por aparecer? No les estoy hablando de antiguallas: ese análisis tiene más actualidad que tanta filfa como nos sirve a diario la verborrea de los medios de desinformación.

lunes, 16 de junio de 2014

EL EXTRAÑO CASO DEL TONEL DE VINO

A mi paso por la Gemäldegalerie de Berlín, una curiosidad repentina me dejó plantado durante un buen rato delante de una pieza de retablo. El autor era desconocido para mí: Simon Marmion. El título correspondiente a esa pieza y a un pendant situado a su lado era “Escenas de la vida de san Bertín”. Tampoco conocía a san Bertín, el único Bertín de mi conocimiento es el Osborne. De la serie de pinturas que el lector puede ver clicando en el título, la que me llamó en particular la atención es la situada en el extremo izquierdo.

La describo. La escena aparece partida en dos mitades. En la mitad superior, un grupo de jinetes avanza por un campo presidido por una cruz de término, en dirección tal vez a un castillo cuyos muros se alzan en la esquina izquierda, y uno de ellos se está pegando lo que castizamente llamamos un tozolón. En la mitad inferior, un monje, observado por otros dos personajes, pincha con una espita un tonel colocado en un patio tapiado y protegido por un tejadillo. Del tonel brota un chorro de vino.

Como en este género de pinturas ningún detalle es gratuito, el arriba y el abajo tenían que tener alguna relación. ¿Un accidente inesperado de algún malvado había desbordado el entusiasmo etílico en el convento? La gravedad imperante en el resto de las escenas me sugería que no se trataba de eso, sino de otra cosa. Así es. He encontrado la clave después de varios rastreos en Google, y me complace compartirla con los lectores ociosos que no tengan en este momento cosas más urgentes que hacer.

El señor Warbert y su esposa Ranegunda eran devotos asistentes a las misas oficiadas por el abad Bertín en la abadía de Saint-Omer. Concluida la misa, Warbert pedía siempre la bendición de Bertín antes de dedicarse a atender a sus negocios. Un día, las prisas por emprender un viaje a una ciudad vecina hicieron que se saltara la misa y bendición diaria. Zas, como a propósito, ese mismo día sufrió una caída de caballo y quedó muy malherido. Postrado en el lecho y paralítico, dio aviso a Bertín de lo sucedido y de sus sospechas de que el estado crítico en el que se encontraba era debido a un castigo divino por su descuido en las prácticas piadosas. «Para nada», respondió el futuro santo. «Es un simple accidente que se remedia con un vaso de vino.» Y mandó a un lego que sacara algo de vino de la bodega conventual y lo enviara al señor Warbert para confortarlo. El lego se lo quedó mirando con la boca abierta: «Señor abad, sabéis muy bien que desde hace meses no hay en la bodega más que barricas vacías, no queda ni una gota de vino en el convento». Eso dijo el lego, o palabras parecidas. Bertín insistió: «Toma una espita y pincha el tonel más grande.» El lego obedeció, el vino brotó y con él curó, es de suponer que literalmente en un santiamén, el señor Warbert. Ese es el milagro que recuerda la escena del retablo, amigos lectores. Colorín colorado.


domingo, 15 de junio de 2014

NO SOY DE LOS MÍOS

Existe en el momento actual una confusión política considerable en la ciudadanía, pero por fortuna no faltan voces caritativas para explicarnos las cosas con paciencia pedagógica. Las explicaciones no resultan muy claras, la verdad, pero sí son tranquilizadoras. Por ejemplo, nos dicen que no hace falta ninguna poner a referéndum la monarquía, porque nuestra Constitución es una especie de vehículo todo terreno, y ha configurado una monarquía republicana. O una república monárquica, según lo prefiera cada cual. También disponemos de un centralismo federal y de un federalismo centralista, por mor de la sagaz previsión de aquellos padres de la patria de la añada excepcional de 1979. De modo que no hace falta cambiar nada de nuestro ordenamiento, está ya todo incluido en el paquete. (Bueno, descontados pequeños detalles de orden secundario como la reforma laboral.) Incluso el secesionismo, fíjense, incluso el secesionismo es posible, o por lo menos no es imposible, siempre que respete la ley suprema. Es decir, que sea un secesionismo integrador, supongo, y respetuoso con la unidad de España.

El populismo, esa lacra, es lo único que no cabe en nuestra Constitución, dicen nuestros aleccionadores espontáneos. Un populismo en el poder sería la catástrofe. Se sobreentiende que estamos hablando de un populismo de izquierdas, hombre, qué se había figurado usted. Un poco de populismo de derechas no hace daño a nadie, salvo posiblemente a los sin papeles, que no cuentan, ellos sí que no entran en el articulado de nuestra ley suprema; ni siquiera en las disposiciones transitorias.

Son muchos los espontáneos que nos bombardean con el mismo discurso, desde distintos ángulos y posicionamientos ideológicos. Tanta repetición contribuye por una parte a la buena recepción, sin equívoco posible, del mensaje; pero, por otra, aumenta la confusión. No es sólo que no sabemos dónde están los nuestros, es que ni siquiera estamos seguros ya de ser de los nuestros. Lo ha dicho Raimon, aunque referido a una situación muy diferente. He rescatado la noticia de los diarios con retraso, porque me encontraba en Berlín el pasado martes día 10 de junio, cuando el poeta de Xàtiva recibió el 46º Premi d’Honor de les Lletres Catalanes, que otorga cada año el Òmnium Cultural.

Pues bien, dijo Raimon en el acto solemne de entrega del galardón, delante de 1.500 personas, entre ellas el president de la Generalitat Artur Mas: «A menudo tengo la sensación de que no soy de los míos, cuando quieren que sea como ellos querrían.»


Me parece admirable esta forma de poner el dedo en la llaga. El problema, en efecto, es que somos como somos, y no como los nuestros querrían que fuésemos. Esta disociación nos produce una desazón considerable, tanto a ellos como a nosotros. Pero, o bien encontramos un modo de solucionarla, una síntesis nueva, o bien seguiremos transitando por caminos divergentes: los nuestros por el suyo, nosotros por el nuestro. Con populismos, incluso. Con catástrofes, quizás.

sábado, 14 de junio de 2014

VAMOS A POLLAS

Cuando no aparecen las bandadas de ánades salvajes en el horizonte, a los cazadores frustrados que las aguardan camuflados entre los cañaverales no les queda otro recurso que ir a pollas. Para nadie es un misterio que la carne de las pollas es seca y desabrida; cocinadas en vinagre no resultan precisamente un manjar, según queda constancia en el acervo de la sabiduría popular. Pero qué remedio queda sino apechar con ellas, con algo hay que llenar el morral.

Vamos a pollas, pues. En la última sesión del Parlament de Catalunya, se votó una moción presentada por IC-V para pedir disculpas a las víctimas de las pelotas policiales de goma, prohibidas recientemente después de causar algunos estragos. La moción fue rechazada por los votos sumados de CiU y PP (no es una errata: por los votos sumados de CiU y PP). ERC y Ciutadans se abstuvieron, las disculpas no les parecieron del todo bien porque lo que ellos deseaban era expresar su “solidaridad”. En cualquier caso, su solidaridad se quedó sin ser expresada de ninguna forma positiva.

La siguiente moción, también presentada por IC-V, se refería a Ester Quintana, la mujer que perdió un ojo por el impacto de una pelota de goma que nunca existió en los datos que maneja la conselleria de Interior. Se pedía el reconocimiento de los hechos, y también hubo rechazo por los votos sumados de CiU y PP (de nuevo no hay errata: por los votos sumados de CiU y PP). ERC volvió a abstenerse porque prefería pedir una “revisión” de los hechos en lugar de un reconocimiento. Así pues, los hechos quedarán sin ser ni reconocidos ni revisados.

Mientras tanto, los trabajadores de Panrico de Santa Perpètua de Mogoda volverán al trabajo después de ocho meses de huelga. Las perspectivas son malas: no hay compromisos, sólo cansancio acumulado. La dirección sigue inamovible, y la labor de mediación de la conselleria de Foment ha indignado a la asamblea, que la ha calificado de “sesgada” en favor de las posiciones empresariales.

Son menudencias, chinitas, pollas en vinagre que van apareciendo en el trayecto firme hacia una esplendorosa futura independencia catalana, y que se sortean hábilmente gracias a la destreza y la larga experiencia en recursos de sotamano que poseen los pilotos del proceso. Quizá convenga recordar, sin embargo, que no se construye un país sobre escapatorias, sobre la elusión de responsabilidades, sobre medias verdades, sobre cálculos de conveniencia, sobre añoranzas brumosas y promesas ambiguas. Un berlinés ilustre, Bertolt Brecht, tenía colgado de la pared, frente a su mesa de trabajo, el siguiente letrero: «La verdad es concreta.»


viernes, 13 de junio de 2014

WHO BY FIRE?

¿Quién por el fuego? ¿Quién por el agua? ¿Quién a pleno sol? ¿Quién en la noche? ¿Quién por solemne ordalía? ¿Quién por juicio ordinario? ¿Quién en tu feliz, feliz mes de mayo? ¿Quién por una decadencia muy lenta? ¿Y quién diré que está llamando?

¿Quién durante una escapada solitaria? ¿Quién por barbitúricos? ¿Quién en los campos del amor? ¿Quién por algo despuntado? ¿Quién por avalancha? ¿Quién por pólvora? ¿Quién por su codicia? ¿Quién por su hambre? ¿Y quién diré que está llamando?

¿Quién en una difícil ascensión? ¿Quién por accidente? ¿Quién en soledad? ¿Quién en este espejo? ¿Quién por mandato de su dama? ¿Quién por su propia mano? ¿Quién en mortales cadenas? ¿Quién en el poder? ¿Y quién diré que está llamando?

Leonard Cohen. (Por la traducción, Paco Rodríguez de Lecea

jueves, 12 de junio de 2014

BERLÍN Y LA MEMORIA TRANSPARENTE





Ni Carmen ni yo habíamos estado nunca antes en Berlín, de modo que lo hemos visitado al tuntún, un poco a ver qué es lo que había. Lo que había ha incluido algunas sorpresas agradables, como ese encuentro sorpresa en un parque con tito Carlos y tito Federico (excelentes personas, los dos), del que deja constancia la fotografía.

Berlín quedó arrasada hará sus sesenta años por muchas y muchas y muchas toneladas de bombas. La reconstrucción ha sido larga: aún continúa en buena medida. Ha habido tiempo, por tanto, para trabajar con sentido e intención, y el resultado es que hoy la ciudad es una especie de aleph al modo de Borges, un lugar mágico donde la historia se condensa y la memoria se hace transparente. 

Contribuyen a esa transparencia de la memoria los centenares de museos berlineses de todas las temáticas y contenidos posibles. No estoy hablando de museos de chichinabo, de los de a siete la media docena. Muy al contrario. Sin ir más lejos el Museo de Pérgamo, donde pasamos Carmen y yo la mañana del martes, tiene uno de los ratings más altos de la escala Richter de los museos del mundo, o sea, es un museo del puto copón, y no exagero una tilde.

Pero no son sólo los museos. Foster hizo una cúpula nueva para el Reichstag. La hizo de perfil bajo, uno, y transparente, dos, de modo que vista de lejos sólo se ve la armazón de hierros que la sostiene, y da la sensación de un edificio en ruinas. En Postdamer Platz, reconstruida varias veces a lo largo de su historia, y uno de los puntos neurálgicos del recorrido del Muro, la nueva arquitectura de armatostes caóticos de acero y cristal, como el edificio Sony y otros vecinos, semeja una tremenda explosión solidificada.

Los dos puntos álgidos de esa memoria berlinesa de las catástrofes sucesivas son el Holocausto y el Muro. En el tema del Muro encontré una concesión chabacana a la comercialidad: en el Checkpoint Charlie de la Friedrichstrasse siguen los letreros («Está usted abandonando el sector americano») y la antigua caseta de vigilancia protegida por sacos terreros, y el negocio consiste en que los turistas hacen cola para fotografiarse, pagando, junto a unos actores disfrazados de soldados yanquis.

El tema del Holocausto es seguramente el más emotivo. Hay varios museos sobre el tema, más un monumento situado junto a la puerta de Brandemburgo que cubre un área muy considerable de terreno con una cuadrícula de bloques de cemento alargados como ataúdes. Uno circula entre ellos y se va sumergiendo poco a poco porque el terreno desciende y los bloques se hacen imperceptiblemente más altos, hasta que el cielo sólo se ve por los intersticios.

Simbólico y espectacular, ciertamente. Pero más íntimo, personal y doloroso es otro recuerdo a ras de suelo, sin pretensiones. El paseante encuentra de vez en cuando, en el umbral de una casa de vecinos actual o en el espacio correspondiente al de una vivienda desaparecida, plaquetas metálicas que llevan inscritos nombres de personas y tres fechas: la de nacimiento, la del día en que esa persona fue arrancada de su vivienda habitual, y la de su muerte violenta. No tomé apuntes de modo que cito de memoria algunas de las placas que vi: estaban los dos Abrahamsohn, padre e hijo; los tres Brauner, padres e hija; los Shiele, los Rosenthal, los cuatro hermanos Laufer (tres chicas y el benjamín; las fechas de nacimiento eran 1926, 1928, 1929 y 1930; la mayor tenía 12 años y el pequeño ocho cuando se los llevaron de allí en 1938; no hay placas de los padres); un Cohn solitario y ya anciano, y nada menos que cinco Salinger, la familia completa. Murieron todos, pero Berlín mantiene vivo su recuerdo en los lugares a los que pertenecieron.