domingo, 31 de diciembre de 2017

LAMENTOS SOBRE LAS RUINAS





Vista nocturna del Foro romano, en Atenas. En primer plano, la Torre de los Vientos. Al fondo, la Acrópolis iluminada.

 

El sutil humorista Eme Punto Rajoy nos ha deseado un feliz 2016 en su último discurso del presente año. Carles Puigdemont, si cabe más fan que Rajoy de la nostalgia y de las ilusiones perdidas, se ha remontado todavía más lejos en el túnel de tiempo y nos ha endilgado un mensaje institucional televisado repleto de clichés gastados sobre la Cataluña que nunca existió. Con lo que se demuestra, y no por primera vez, que este hombre está más en su salsa dentro del Show Business que en la política nuestra de cada día.
Y mejor, indudablemente, en Bruselas que en el Palau de plaza de San Jaime.
Ha hecho alusión el único president legítimo de las ruinas de una autonomía, a las personas que aún siguen “encarceladas por sus ideas”. A ver si nos aclaramos. En todo caso, han sido encarceladas por la brillante idea de proclamar una independencia unilateral pasándose por la cruz de los pantalones las leyes, la jurisprudencia y la doctrina internacional consolidada en torno a tales procesos.
Lo más peculiar, divertido si así se quiere, es que nuestros cargos electos han hecho lo que han hecho como sin hacerlo, mirando insistentemente a otro lado como sucedía en tiempos con las asistencias inverosímiles que enviaba Laudrup a la remanguillé a sus compañeros del Barça desmarcados. Se han comportado así porque han creído ver una ventana de oportunidad en el largo sopor invernal del Marianosaurio, que según los indicios sigue convencido de que estamos aún en 2015.
Pero no se trata de la idea, sino del hecho en sí. El randa pillado con las manos en la masa no puede alegar que está en chirona por sus ideas, a saber, por la idea concreta de que el señor del metro estaba más distraído de lo que en realidad estaba. No es esa idea errónea lo que se castiga, sino el asalto al billetero ajeno.
Nuestros próceres metamorfoseados en saltataulells, que han abonado el camino hacia las declaraciones unilaterales de independencia, se sienten inocentes de toda responsabilidad jurídica y moral por los actos perpetrados mientras simulaban estar en otra cosa. La visión de los destrozos no les conmueve. Puigdemont reclama ahora del Estado opresor «reparación por el daño causado». Él mismo no se considera culpable de nada de lo ocurrido, y por lo visto tiene intención de seguir en las mismas.
Mejor mantenerlo lejos. Aunque la cuenta del hotel desconocido en el que se aloja después de cambiar tres veces de coche en los túneles del camino, para confundir su rastro, recaiga también en el bolsillo de los contribuyentes.
 

viernes, 29 de diciembre de 2017

TABARNIA OTRA VEZ


Un artículo de Guillermo Altares en elpais saca lustre al espantajo de Tabarnia. Es una broma, viene a decir, pero es necesario tomarla en serio. Altares se suma así a la serie de agoreros, entre los que me encuentro, que estimamos difícilmente recuperable la fractura abierta en la sociedad catalana, en unas circunstancias en las que cada día que pasa tiene un peso mayor el forcejeo de las elites financieras estatales y autonómicas por transferir a la otra parte las consecuencias poco agradables de una crisis global: financiera, económica, política y social.
Las elites catalanas intentan en último término cobrar de Madrid lo más que se pueda de la onerosa factura que se va acumulando, mientras que el gobierno central ha recurrido ya a los procedimientos de excepción previstos en la Constitución para poner a Catalunya en la tesitura de una semiautonomía privada de los recursos suficientes para un crecimiento separado robusto, y someterla a la disyuntiva clásica: O caixa o faixa.
Joaquim Coll, también en elpais, califica de “catalanismo viejuno” la posición de Miquel Iceta, basada en el viejo eslogan del “un sol poble”, que nunca fue una realidad claramente separada de las ilusiones algo borrosas puestas en él. Puede que lleve la razón Coll, pero me siento más próximo a la defensa que hace Iceta de los restos menguados y muy dispersos de lo que fue en otro tiempo una aspiración compartida, un proyecto serio de vida en común.
En esta última perspectiva se situarían en los momentos actuales una amnistía para los consellers y los Jordis, sin la aplicación previa de los “desinfectantes” exigidos por Josep Borrell en nombre de Ferraz, más la puesta en pie de una “Assemblea” informal de parlamentarios, más allá del propio Parlament, en busca de unas posiciones de mínimos consensuadas entre todos, para tirar adelante algunos objetivos importantes para todos los catalanes, olvidándonos para siempre de cualquier idea sagrada de Catalunya.
Es una propuesta “viejuna”, sin duda, y probablemente también quimérica. No veo otra, sin embargo, para conjurar las Tabarnias emergentes y negar en los hechos la profecía aguachinada que yo mismo hice el pasado mes de abril, o sea medio año antes de los hechos consumados: «Pero si se utiliza la ruta 155, como proponen hoy muchos trapiellos a coro, movidos por un sentimiento de nacionalismo puro tan poco respetable como el de la parte contraria, es conveniente que al menos se tenga conciencia clara de que se trata de una ruta sin retorno.»
 


 

miércoles, 27 de diciembre de 2017

TABARNIA


Vistos desde la distancia, los últimos movimientos en Catalunya obedecen en mayor o menor medida a reorganizaciones tácticas consecuentes a un cambio de frente en el territorio de las derechas.
La novedad parece consistir en una amplia maniobra de flanco del Partido Popular con la idea de contrarrestar, y de ser posible frustrar, la resistible ascensión de Ciudadanos en todo el territorio del Estado, y de su líder Arrimadas en la autonomía intervenida, después de las elecciones del 21D.
No se me ocurre otra manera de interpretar tres iniciativas que bien podrían ser calificadas de avanzadillas para un posterior despliegue:
1) El ministro de Hacienda Cristóbal Montoro ha señalado las bonanzas del artículo 155 como las responsables de que la economía catalana no haya caído en picado, a pesar del desgaste sufrido por los desatinos independentistas. Uno no alcanza a ver dónde han estado tales bonanzas, ni de qué forma han actuado en la ocasión para producir tales resultados. Una estimación ponderada alternativa iría en la dirección de estimar que el relativo sostenimiento de la economía de Catalunya se ha debido: a) para los creyentes, a que la divina providencia (ningún parecido con Montoro) lo ha dispuesto así; b) para los escépticos o los laicos, a la fuerza inercial o velocidad de crucero adquirida desde años atrás, y en particular a una mejora sensible de las exportaciones.
2) El candidato popular a president, señor García Albiol, ha tachado a Arrimadas de cobarde por no postularse para el gobierno a pesar de ser la opción más votada. Resulta chusco que el sheriff Albiol se descuelgue con bravuconadas de cantina del Far West, sabiendo cómo está el percal (difícil para C,s conseguir apoyos después de una campaña tan traumática) y sabiendo además cuáles son sus propios resultados, con tan solo cuatro escaños, el último de ellos arrebatado por los pelos gracias al voto exterior.
No es muy comprensible, dicho sea de pasada, que voces desde Ferraz se hayan sumado a la crítica de Albiol a Arrimadas, después de atizar por lo bajini a Iceta por su propuesta de amnistía. Se diría que el PSOE aspira de forma vergonzante a convertirse en el recambio a medio plazo de la derecha dura en el gobierno, descartando cualquier opción que suponga salirse mínimamente del perímetro de lo estatuido por los poderes de hecho.
3) El mapa de una república de Tabarnia, nacida de la secesión de una eventual República independiente de Catalunya por parte de las comarcas barcelonesas y tarragoninas que han votado mayoritariamente por opciones no independentistas, aparece a primera vista como una broma cachonda, un recurso irónico para reducir al absurdo la pretensión separatista. Pero ha sido recibida con una atención  curiosamente insistente por los medios de comunicación, y en su actual avatar podría comportar algunas cargas de profundidad. La idea de fondo podría ser la de aislar a la periferia exaltada y dibujar una confrontación física, territorial, una “guerra de posiciones”, entre el sí y el no a la independencia.
Es siempre la historia del nosotros y el ellos. Pero ocurre justo en el momento siguiente a aquel en el que los artículos editoriales de los grandes medios llamaban a la reconciliación, a restañar heridas y tender puentes entre el sí y el no.
Pero la reconciliación es imposible si se descarta la amnistía y se amplía la imputación de políticos/as por los hechos del 1-O y jornadas sucesivas.
A la vista de los síntomas enumerados, se diría que la línea de actuación del Partido Popular sigue basada en la disciplina inglesa (el látigo de nueve colas, aclaro para quienes no hayan captado la metáfora) y en la exhibición cada vez más cruda de una vocación centralista y autoritaria.
Las izquierdas, mientras tanto, siguen donde solían y dan la sensación de un desconcierto absoluto. Sus líderes ni siquiera parecen estar seguros de por dónde les han venido las bofetadas. Al respecto, recomiendo la lectura de las breves consideraciones de Gabriel Jaraba y José Luis López Bulla (ver en http://lopezbulla.blogspot.gr/2017/12/limpiar-el-patio-o-cambiar-las-cosas.html).
Se puede decir más, pero no más claro.
 

lunes, 25 de diciembre de 2017

NACIMIENTO


(Cuento de Navidad al estilo de Charles Dickens)

 

En verano es el cuento de nunca acabar, pero a finales de diciembre y después de varios días revueltos, la aparición de buena mañana en la playa de una patera se convirtió casi en un acontecimiento. Corrimos allá muchos, unos con agua potable y otros con mantas, porque el personal venía en bastante mal estado. En la fonda prepararon un puchero de caldo caliente y enviaron los panecillos que habían sobrado del día antes. Al poco se personó la Benemérita con dos autobuses y se llevó a todos los africanos a Rota, para encerrarlos en un polideportivo y luego ya se verá.
Era casi mediodía cuando, al volverme para casa, oí gemidos ahogados que salían del fondo del cobertizo de las barcas. Me asomé y los vi: muy jóvenes, de piel muy negra y reluciente. Él me hacía señas desesperadas de que guardara silencio, y ella, acostada de lado sobre la arena, debía de estar con los dolores del parto y se tenía con las manos una barriga formidable.
─ Voy a buscar ayuda – les dije, ayudándome con gestos, y corrí a buscar a don Melchor el médico.
Doña Virtudes, su señora, no quería saber nada; incluso le chilló que dejara que los paganos se las arreglaran solos, pero don Melchor tenía principios y proclamó que allá donde fuese requerido debía ir porque le obligaba a ello el juramento hipocrático.
Mientras nos acercábamos los dos a buen paso al cobertizo de las barcas, doña Virtudes hacía correr la noticia entre las fuerzas vivas. Don Melchor me mandó a buscar sábanas limpias, toallas y agua caliente donde pudiera encontrarlas. De modo que cuando estuve de vuelta con todo lo pedido y acompañado de mi madre, que fue la que se ocupó de la intendencia requerida y se presentó para ayudar en lo que fuera, encontramos allí al secretario del ayuntamiento, al señor párroco y al cabo de la guardia civil. Los tres discutían acaloradamente, y don Melchor se impacientaba:
─ ¡Queréis callaros ya!
El cabo Agapito insistía en que él no podía hacer la vista gorda y debía dar parte a la superioridad. Mosén Senén barruntaba que aquellos podían ser musulmanes, y no tenían cabida en el pueblo por el mal ejemplo que serían para los vecinos. Jorge Pablo, el secretario municipal, se sentía obligado a recabar los datos de los foráneos itinerantes con el fin de rellenar puntualmente los estadillos y dejar constancia oficial del nacimiento ocurrido en el término. Mi madre pasó como un ciclón por medio de ellos, adecentó con unas sábanas remendadas pero limpias el rincón del cobertizo y ayudó a don Melchor a tirar de la cabecita morena que asomaba ya entre los muslos de ébano de la mujer.
El parto concluyó felizmente. El infante daba tiernos vagidos envuelto en varias toallas. La madre dijo llamarse Aminata, y el padre Sekou. Venían de Cotdivuar, un lugar que Jorge Pablo dijo que era el mismo que nosotros llamamos Costa de Marfil. Gaspar, el mozo de la fonda, apareció hacia las dos con una bandeja de bocadillos y un termo de café recién hecho. Don Práxedes, el patrón, lo había increpado cuando salía:
─ ¡Adónde vas tú con eso!
Y Gaspar le respondió que “eso” lo pagaba él de su bolsillo, que ya echarían las cuentas.
Y don Práxedes puntualizó entonces que muy bien, pero que a esa familia no la quería ver en su establecimiento, porque tenía todas las habitaciones ocupadas.
Lo cual no era verdad.
A media tarde, como se había levantado viento del estrecho y el frío arreciaba, el negrito Baltasar, que también había venido de abajo pero tenía papeles y trabajaba para el ayuntamiento en la limpieza del monte, se presentó con su tractor acarreando unas cuantas brazadas de leña con que hacer fuego.
Aposentamos a los padres y al recién nacido en un aula de la escuela, que estaba cerrada por vacaciones. Había allí una estufa de leña, y alguien aportó un camastro. Jorge Pablo no quería asumir la responsabilidad de entregar la llave de las escuelas, porque no tenía el visto bueno del señor alcalde, que había ido a Madrid a ver el clásico futbolístico que enfrentaba al club de sus amores con el Barcelona. Finalmente Jorge Pablo entregó las llaves, haciendo constar que dejaba a salvo su responsabilidad.
El partido lo vimos todos en el bar del Pascasio, bebiendo vino de Albondón y tapa de jamón de mono. Sekou se entusiasmó con el duelo futbolístico, Aminata estaba recuperada y feliz, y el niño era todo sonrisas. Más tarde averiguaríamos que Sekou era un futbolista fenomenal y un fan de Drogba. Mateo, el entrenador del equipo del pueblo, que milita en Segunda Regional, plantearía una batalla administrativa en toda regla y conseguiría de una tacada inscribir a los recién llegados en el censo y fichar a Sekou para el club en el mercado de invierno.
Mosén Senén, por su parte, se plantó. O se bautizaba al niño, o no había caso. El cabo Agapito dudaba. De un lado su deber era entregar a los prófugos a la superioridad para su devolución en caliente a su país de origen; de otro, el fútbol le chiflaba, y era consciente de que el club del pueblo ganaría muchos enteros con Sekou en el eje de la delantera.
Los padres no pusieron inconveniente en bautizar al niño, y tampoco en bautizarse ellos si con eso iban a tener papeles. Así que días después Jorge Pablo preparó la documentación precisa y don Próspero, el alcalde, que había vuelto tempestuoso de su excursión futbolera a Madrid, acabó por resignarse a lo que denominó “los hechos consumados”.
¿Cómo llamar al chiquillo? Don Senén propuso los nombres de Jesús, Salvador o Deodato; doña Virtudes prefería Tarsicio, porque tenía al santo una devoción especial; el médico insistía en el nombre de Melchor, puesto que él mismo lo había puesto en este mundo.
Pero en este punto los padres fueron absolutamente intransigentes, rechazaron todas las sugerencias y pusieron al niño el único nombre que les pareció digno e idóneo: Lionel.
 

sábado, 23 de diciembre de 2017

SEXO DÉBIL


La Real Academia Española ha decidido mantener en su diccionario la locución “sexo débil”, referida al género femenino, del que también se predica en nuestra lengua que se trata del “bello sexo”. Como muestra de buena voluntad, sin embargo, los académicos han añadido en epígrafe que “sexo débil” se emplea en la lengua del imperio con un sentido “despectivo”.
Se han equivocado en las dos cosas.
Lo digo en tono laico y constructivo. No pretendo iniciar una guerra con la Docta por esta cuestión pueril. Soy respetuoso con la autoridad constituida, y la Academia lo es. Sin embargo, entiendo:
1) Que la expresión “sexo débil” no debe quedar constreñida a un significado unívoco. Puesto que tanto el sintagma nominal “sexo” como el calificativo “débil” están plenamente reconocidos, nada en la estructura de la lengua impide que se asocien libremente. No habría objeción, por ejemplo, a sustituir la expresión, ciertamente vulgar pero no despectiva, “me la trae floja”, por la siguiente alternativa, más elegante e igualmente ilustrativa: “me pone el sexo débil”.
2) Caracterizar al heterogéneo colectivo de las mujeres de “sexo débil” como resumen último de su esencia ha quedado ya más anticuado que el canalillo o que los tiempos de Maricastaña. En 1946 el dramaturgo Enrique Jardiel Poncela estrenó una “tragicomedia” titulada «El sexo débil ha hecho gimnasia». No produjo escándalo su propuesta, antes bien, obtuvo un Premio Nacional. Eso ocurrió bajo el régimen franquista, si no mienten las fechas, y en los momentos más profundos del oscurantismo eclesiástico. La Docta debería tomar nota de que nos está ofreciendo una mercancía averiada desde larguísimo tiempo ha.
3) Gustavo Adolfo Bécquer, gran poeta pero no libre de algún arrebato de cursilería, se refirió a su amada con la expresión “cendal flotante de leve bruma”, además de otras que omito en beneficio de la brevedad. Cada cual es libre de opinar lo que quiera de ese verso, pero me parecería temerario sostener que se trata de un epíteto “despectivo”. No. Las peras son peras, las manzanas son manzanas, y la mezcla de churras con merinas sigue siendo una operación fundamentalmente errónea.
4) Quiero ofrecer a las nuevas generaciones, que en estos asuntos están más bien poco impuestas, la significativa letra de un cuplé. Quizá debería empezar por explicar lo que es un cuplé. En mi alborotada adolescencia la reina en estos menesteres era Sarita Montiel, que obtuvo éxitos cinematográficos señalados a las órdenes de Juan de Orduña; pero lo que cantaba la diva venía de muchos quinquenios atrás.
En la composición de la que hablo, una mujer relata la impresión profunda que ha causado en su ánimo el requiebro dicho al pasar por un caballero. Decía el tal (cito de memoria): “Vida, si usted me quisiera, igual que en la gloria tal vez yo estuviera.” Palabras que provocaron en el interior de la requebrada un trastorno difícil de explicar: “sin darme yo cuenta ya estaba colada”.
Difícil de explicar, he dicho. Ella, no obstante, lo explica con una proposición axiomática, es decir que se ofrece sin necesidad de demostración, al contrario de los teoremas, que sí precisan ser demostrados. Dice: “Mas qué iba yo a hacer, si se chala fácilmente la mujer.”
Me he entretenido en citar esta antigualla para sostener la moción de que “sexo débil” no tiene necesariamente una connotación despectiva. La cupletista de la canción está orgullosa de sí misma, o por lo menos resignada a su debilidad. No hay en ella un átomo de autodesprecio.
Sería desproporcionado exigir una rectificación en toda regla a la Academia por su falta de acierto al lanzar “el dardo en la palabra” como hacía con enorme habilidad el llorado Fernando Lázaro Carreter. Me limito a proponer una enmienda transaccional. Ya que se mantiene “sexo débil” referido a la condición femenina, podría añadirse “mente débil” con referencia a la del machista.
 

viernes, 22 de diciembre de 2017

CATALUNYA EN CRUDO


El escenario no ha cambiado en sustancia, desde el 2015 ni desde el 155. Catalunya sigue en crudo, no se ablanda ni se macera.
Los resultados electorales han traído algunas novedades, pero son menores: ERC no ha conseguido el sorpasso; el PP ha dejado de ser una opción para el votante; C,s se beneficia del desparpajo y la pasión puesta en el lance por su líder, muy preferible en todo a Rivera; y la “nueva política” se presentó a la liza con tanta timidez que ha conseguido un resultado tímido también. Iceta ha estado en sus votos, y la CUP lo mismo.
Siguen vigentes las mismas coordenadas de 2015 para el independentismo: un poco más del 50% en escaños, un poco menos del 50% en votos. Lo justo para gobernar, insuficiente sin embargo para pasar la página. Tanta posverdad de un lado y de otro han tenido el efecto de anularse recíprocamente. La partida de ajedrez por la independencia ha concluido en tablas. Veremos si sigue el “procesismo”, o cómo negocian los indepes esta nueva ocasión que se les concede.
Ocasión en precario, porque los presos siguen presos, y los huidos, huidos. Hay serias posibilidades de que el 155 se perpetúe. La política seguirá probablemente judicializada. No emergerá del estado central ningún plan de encaje de las autonomías ni de reforma de la constitución. Seguirá la parálisis, porque Eme Punto no tiene capacidad ni imaginación para otra cosa.
No solo eran ficticios los brotes verdes, también lo han sido las mayorías silenciosas. Mariano está solo en medio de un campo de urnas, meditando sobre la magnitud de la debacle. Otra persona, en otra época y seguramente también en otro país, convocaría elecciones generales y dimitiría de forma irrevocable después de un descalabro así (tres escaños sobre 135, en uno de los territorios cruciales para la gobernabilidad del Estado). Es improbable que Mariano lo haga. Apretará los nudos del 155 y arengará a sus jueces. Solo lo echaremos del lugar que ocupa a patada limpia (metafórica).
La izquierda ha salido malparada también. El candidato más desinhibido, Miquel Iceta, ha alcanzado sus límites naturales; el otro candidato, Xavier Doménech, aupado por los buenos resultados de su formación en las últimas generales, ni se ha explicado bien ni ha querido correr ningún riesgo. De hecho, se ha planteado a sí mismo como bisagra para conciliar los puntos de vista de dos posiciones inconciliables. Como el centro geométrico de la figura electoral.
Pero las bisagras y los contrapesos son mecanismos que tienen utilidad en algunas circunstancias, y no en otras; y el centro geométrico no es nada, nunca, si no es además un centro de gravedad, con un peso específico y una capacidad de atracción propia. Perder tres escaños sobre los ya escasos once que se tenían es un fracaso sonado en un momento crucial para las expectativas de una formación plural que nació con ambiciones pero las va dejando por el camino como pierde sus pétalos la margarita que se deshoja.
 

miércoles, 20 de diciembre de 2017

ESPERAR LO INESPERADO


He aquí una reflexión para la jornada de reflexión: «Si no esperas lo inesperado, no lo reconocerás cuando llegue, porque es misterioso e indescifrable.»
El pensamiento es de Heráclito. No estoy leyendo a Heráclito, sin embargo, de modo que habremos de convenir en que dicho pensamiento se me ha aparecido de forma inesperada. Yo estaba leyendo un libro de Paul Auster: “4321”. Se trata de un libro que parte de unas premisas sustancialmente erróneas, una ficción tramposa en su planteamiento, pero que alberga muchas cosas verdaderas y útiles en su abultado interior (957 páginas).
La frase de Heráclito es citada por Auster de pasada, sin insistir en ella, sin extenderse en ningún comentario ni digresión. Ferguson la lee, a Ferguson le gusta, Ferguson la anota. Punto y a otra cosa.
No se excluye, sin embargo, que esa cita colada como de refilón sea una de las pilastras estructurales de la novela. Seguramente lo es. La lección subsecuente, que puede ser aceptada o no por el lector (y por el protagonista) es que aquello que no esperábamos moldea nuestra vida en la misma medida que lo esperado. Lo ilógico, lo extemporáneo, lo absurdo, lo contradictorio, tienen en la vida de las personas tanto peso específico como lo esperable, lo lógico, lo asumido, lo racionalizado.
Si buceamos un poco más en la sustancia, hay una contradicción interna plantada en mitad de ese pensamiento en torno a la categoría de lo inesperado. Al leerla, nos vemos obligados a negociar con ella, y la asumimos en todo caso solo después de alguna resistencia y de varias concesiones parciales. Porque de entrada, se trata de una idea que no encaja de ninguna manera en nuestros esquemas mentales.
Es decir: supuesto que aprendamos (¿cómo?) a esperar lo inesperado, lo que habremos hecho es anularlo. Lo inesperado ya no será inesperado, desde el momento en que sí lo esperábamos (como una probabilidad menor, o más remota).
Pero aun entonces, dice Heráclito, esa adecuación previa a lo imprevisible nos será de poco provecho, en la medida en que lo inesperado tiene el doble carácter de “misterioso e indescifrable”. Lo único que queda a nuestro alcance, en el mejor de los casos (es decir, si hemos educado convenientemente nuestra mente para esperar la aparición de lo inesperado) es la posibilidad de reconocerlo como tal.
Como tal: es decir, como misterioso e indescifrable. Preverlo no nos habrá ayudado a descifrarlo, y menos aún a programarlo adecuadamente en el conjunto de nuestras expectativas y nuestros proyectos.
La frase de Heráclito es profunda; y la estructura novelística de Auster más o menos basada en ella es en cualquier caso digna de atención. También es posible, sin embargo, banalizar la misma idea hasta extremos ridículos. Lo ha hecho Marta Rovira, en una entrevista en “Público”, al señalar que nunca imaginaron que el Estado central estaría “dispuesto a todo” para parar el procés, lo cual les ha obligado a una reconsideración global del tema.
La posición del Estado central no era de hecho, en ningún caso, inesperada, y vino precedida además por varias advertencias. Tampoco era imprevisible la postura adoptada por la Unión Europea, las Naciones Unidas, el Tribunal de La Haya, el Ministerio belga del Interior y otras instancias e instituciones internacionales, que han rechazado de forma explícita la legitimidad democrática de la operación emprendida por los animosos “indepes”. Cuando pone esa excusa para justificar un cambio de estrategia, que ahora, al humo de las velas, cifra por primera vez en la necesidad de “ampliar los consensos”, Rovira acaba de arruinar el escasísimo crédito que merecía como figura política.
 

martes, 19 de diciembre de 2017

REFLEXIÓN A DESHORA


Inevitable volver la vista a Catalunya desde Atenas, el domingo por la mañana, en el paseo de Dionisiou Areopagitou, frente a la embajada de España, adonde toda la familia acompañamos a votar a mi hija. Sé lo que votó pero no voy a decirlo; tiene el mismo derecho que cualquiera al secreto del voto.
El paseo de Dionisiou Areopagitou era hace años una vía rápida en la metrópolis ateniense. Fue Melina Mercouri, en su etapa de ministra del PASOK, quien lo cerró al tráfico rodado, lo adecentó y lo convirtió en el lugar excepcional que es ahora. Arranca el paseo de la puerta de Adriano, que daba acceso al templo de Zeus Olímpico (algunas de sus gigantescas columnas se mantienen aun hoy en pie), y asciende bordeando la colina de la Acrópolis por el costado del Odeón de Herodes Ático, hasta Pnyx, el lugar elevado donde se reunía el Areópago y donde se celebraban las asambleas cívicas. Al oeste de Pnyx, frente a la Acrópolis, se alza la colina de Filopapo, un observatorio privilegiado de todo el conjunto de la ciudad de Atenas, desde los montes Himeto y Licabeto por el oeste, hasta el monte Egaleo, en cuya cima asentó sus reales Jerjes para presenciar la batalla naval de Salamina.
En Pnyx predicó el apóstol Pablo, y según la tradición convirtió al cristianismo a una multitud de atenienses. Dionisio el Areopagita fue un discípulo de Pablo y llegó a obispo de Atenas. Nunca formó parte del Areópago, debe su epíteto solo a que vivió en esta zona de la ciudad. El paseo se divide equitativamente entre los dos figurones piadosos: la porción que asciende desde la puerta de Adriano está dedicada a Dionisio, y lleva el nombre del Apostolou Pavlou la que desciende desde Pnyx hasta el enclave del ágora antigua, limitada de un lado por el templo de Teseo, el Teseion, y del otro por el pórtico restaurado de Átalo.
Es el mejor paseo posible en Atenas, una ciudad por lo demás muy desastrada; y pocos habrá en el mundo que puedan rivalizar con él en la estética y en la memoria histórica. Transcurre entre bosques de pinos y olivos silvestres, con sotobosque de laureles y romeros. En la parte alta, a ambos lados del paseo adoquinado el suelo está tachonado de mármoles, mosaicos, columnas rotas, cuevas que fueron viviendas. Despunta en la altura el frontón occidental del Partenón y la parte superior de sus columnas dóricas, por encima del conglomerado de los Propíleos. En la parte baja del paseo, del lado del ágora antigua y de la plaza de Monastiraki, proliferan los puestos de souvenirs y otras ventas callejeras, y tienden a ocupar todo el espacio disponible las terrazas de innumerables bares y restaurantes populares que ofrecen a la clientela, ya que no manjares refinados, sí unas vistas incomparables.
Inevitable desde aquí volver la vista a Catalunya, decía al principio. Es muy verosímil que las elecciones del jueves sean un paso más en la cristalización de una fractura social que tiende rápidamente a hacerse irreversible. Se atisban aún remedios posibles, pero no hay mayorías claras, ni en el pequeño país ni en la grande España, dispuestas a aplicarlos. Un bucle melancólico nos empuja a repetir a muchos siglos de distancia las guerras del Peloponeso.
En el paseo placentero e instructivo entre Dionisiou Areopagitou y Apostolou Pavlou es posible ver con una transparencia excepcional tres realidades superpuestas: Lo que fue Atenas. Lo que ya no es. Lo que pudo haber sido.
No hay comparación posible con Catalunya, ya lo sé. Esta es una reflexión hecha a deshora.
 

domingo, 17 de diciembre de 2017

VOTAR A BULTO


Anota José Luis López Bulla en su bitácora una novedad que cree percibir en la emisión del voto (1), a saber: antes uno votaba al partido con el que coincidía; ahora, vota al partido que resulta coincidir con él.
Cierto y sintomático. Hay además muchos modos de decirlo, y muchas facetas en la constatación del fenómeno.
Por ejemplo: antes el voto era estructural, y ahora es coyuntural.
Antes el voto se concebía como un compromiso a largo plazo, y ahora es algo válido solo para el corto e incluso cortísimo plazo.
Antes el voto era un hecho situado en la esfera de la religión, y ahora es laico.
Antes el voto estaba vinculado a un proyecto, y ahora a una coincidencia.
Antes el voto era a favor de algo, y ahora se vota más bien en contra.
Todo lo cual es fácilmente constatable, siempre que no se olvide otra constatación paralela: la permanencia genérica de una fidelidad de voto muy considerable, para tantos por ciento elevados del electorado.
Con esta salvedad, es cierto que la “marca” arrastra bastante menos que en los tiempos dorados del bipartidismo, y que entran en juego matices particulares que antes no contaban apenas: las fobias y filias, los recovecos inesperados, los votos de castigo a este/esta o aquel/aquella cabeza de lista.
Alguna relación tiene también el fenómeno con la insoportable levedad que ha adquirido el acto mismo de votar. En este sentido se han roto viejos tabúes. La necesidad de repetición de las últimas (penúltimas) elecciones generales rompió de pronto y quizá para siempre con una disciplina mental arraigada. Ahora detrás de un resultado electoral imposible de gestionar sabemos ya que no viene el caos ni el vacío absoluto, sino todo lo más un vacío relativo de poder que puede resultar incluso cómodo. Lo cual viene a significar que la vieja pamema del "voto útil" está ya para el desguace. La rectificación forzada del PSOE a la negativa inicial a un voto de investidura para el "Joker" Eme Punto Rajoy ha sido uno de los episodios más penosos y criticados de la etapa reciente: todos llegamos a la conclusión de que estábamos mucho mejor antes de la encerrona de Ferraz. Y el voto masivo al defenestrado Pedro Sánchez en las siguientes primarias vino a demostrarlo.
De modo que a nadie le agobia la premonición de que los resultados del próximo 21D van a ser inmanejables. Siempre habrá una nueva ronda en la perspectiva electoral, como ocurre con los cafelitos en la sobremesa del bar.
Añádase que también se ha roto el tabú del 155. Antes era algo pavoroso e innombrable, ahora nos resulta sencillamente soportable salvo alguna ligera incomodidad. Quienes lo apuestan todo al envite de derrotar el 155 pueden verse defraudados; tampoco echamos los catalanes tanto de menos a los patriotas encarcelados o exiliados, no es tan urgente sacarlos de la trena ni se está tan mal con Puigdemont a una distancia prudente del Palau de la Generalitat.
La vida política se ha desacralizado. Una de las razones – la apunta José Luis en su post – es la ausencia de proyectos dignos de ese nombre. No se elaboran proyectos coherentes, sino programas de mano con listados de medidas dispuestos a modo de un ramillete floral de adorno. Lo diré más claro por si no se me ha entendido bien: programas-florero, concebidos para hacer bonito y no para ser llevados a la práctica.
Y luego están las retrancas personales y particulares, que en ocasiones alcanzan una dimensión colectiva importante. Pondré un ejemplo que pertenece a una esfera diferente, pero no tanto, de la política: la del fúrbol.
En el programa televisivo Estudio Estadio propusieron a la audiencia un sondeo tan cándidamente dirigido, que tuvo el efecto contrario. Se preguntó qué equipo deseaban los telespectadores que ganara el Mundialito. El Real Madrid quedó tercero en la votación, bastante por detrás del Gremio de Porto Alegre y del Jazira. Al llegarse a la final, el programa volvió a preguntar, “ahora en serio”, apostillaron, quién deseaban que ganara el partido: el 81% de los votos fueron para el Gremio.
 


 

viernes, 15 de diciembre de 2017

DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE TRABAJO


Javier Aristu ha hecho una reflexión de enjundia sobre el “desconcierto” de la izquierda en torno a las cuestiones – básicas – del trabajo y de la ciudadanía (1).
Me parece posible ir un poco más allá, por el camino que él señala. Diría, discúlpenme si especulo demasiado, que el desconcierto mencionado proviene de una cuestión semántica. A saber: por desidia o por comodidad mental, la izquierda presente (vieja y nueva) sigue teniendo la misma concepción del trabajo que tenía el ingeniero Taylor, y la misma concepción de la ciudadanía de lord Beveridge. Ahora bien, dado que en estos terrenos se ha producido un seísmo (empleo la palabra utilizada por el jurista Umberto Romagnoli) morrocotudo y los anteriores paradigmas han quedado reducidos a ruinas lamentables, se hace preciso constatar que ni “trabajo” ni “ciudadanía” son términos unívocos, y en consecuencia urge rellenarlos con significados adecuados al actual escalón productivo y a las relaciones sociales realmente existentes.
En breve. El trabajo según lo entendemos es un proceso abstracto, fungible y deshumanizado. Esa fue la percepción predominante en los tiempos de la hegemonía de la organización fordista de la producción, con la irrupción poderosa del maquinismo, y se ha acentuado aún más con los progresos de la tecnología digital y de la robótica. Trabajo es entonces lo que ejecutan las máquinas. El trabajo físico de los hombres se sitúa al servicio de las máquinas, en la medida en que sigue siendo necesario suplir algunos automatismos todavía inexistentes, o realizar tareas de mantenimiento y de reparación.
El trabajo es, de otro lado, un ingrediente imprescindible de la mercancía acabada. Supone un costo que es necesario amortizar a través del precio del producto final. La mercancía acude al mercado y se intercambia allí. El beneficio resultante del intercambio se distribuye luego entre los factores de producción. En este último proceso, la distribución, se concentra el único elemento de desacuerdo entre las dos grandes partes concurrentes a la producción: el capital reclama para sí mismo la parte del león, para retribuir su inversión; y la representación de la fuerza de trabajo intenta mejorar la cuota muy escasa que le es atribuida de las ganancias.
Incluso cuando desde la izquierda se reclama la centralidad del trabajo, se sigue este esquema invariable. Cuando se propugna un trabajo “decente” o “digno”, lo que se tiene presente es la remuneración decente o digna del trabajo tal como es: subordinado, heterodirigido, deshumanizado. Y cuando se establece una relación directa entre trabajo y ciudadanía, a lo más que se alcanza por lo general es a reclamar para todos los ciudadanos un empleo, uno cualquiera, no el elegido por ellos, que les permita subsistir.
La revolución socialista tampoco objetaba este esquema, sino que lo llevaba un paso más allá en el terreno de la distribución: no ya el salario, sino la propiedad de los medios de producción habían de ser para el colectivo abstracto, fungible, deshumanizado de los servidores de las máquinas. La dirección global de los procesos quedaría como antes en manos de minorías lúcidas capaces de discernir el sentido global de la historia. Dichas minorías ya no estarían al servicio del capital monopolista, sino del proletariado irredento. El Estado en tanto que artefacto redistribuidor de la riqueza creada se ocuparía de la retribución justa y adecuada de las elites pensantes, y del bienestar creciente de los servidores de las máquinas.
No era ese el camino adecuado, según ha sido posible comprobarlo en la parábola trazada por el socialismo real a lo largo del “corto” siglo XX. La respuesta al desconcierto de la izquierda tendría que centrarse más bien en la “sustancia” del trabajo, en su humanización, en las posibilidades que ofrece para la autorrealización de las personas que lo protagonizan. Trabajo no “a las órdenes de”, sino con una esfera personal propia de decisión; trabajo no para el beneficio del accionista, sino como valor social compartido; trabajo respetuoso con la naturaleza, con el medio ambiente, con un desarrollo sostenible controlado y monitorizado desde instancias democráticas imposibles de soslayar; trabajo no para el mercado, sino para la utilidad social debatida y decidida de forma amplia por las instancias de la sociedad civil, y en primerísimo lugar por los propios trabajadores desde sus lugares de trabajo. En eso consistiría la democracia económica.
Ajustar el Estado a esta renovada concepción de un trabajo humano implica asignarle una función, no de Leviatán todopoderoso, sino de superestructura plasmada a partir de la sociedad civil y controlada en todo momento por ella. Y este nuevo significado de los sintagmas nominales “Estado” y “ciudadanía” daría un contenido nuevo a otro término hoy devaluado y vacío casi por completo de sentido, el de la “política”.
Estoy dibujando una utopía. Una Ítaca inalcanzable. Pero Constantino Cavafis, un poeta de Alejandría, sostuvo que en el viaje a Ítaca lo importante es el viaje en sí; no el destino final.
 


martes, 12 de diciembre de 2017

LEVITACIÓN


Ha bastado la publicación de un sondeo desfavorable para que ERC, amenazada su primogenitura por la “llista del president”, haya vuelto a patrocinar la idea cupaire de la unilateralidad como solución mágica al conflicto con el Estado. Es decir: puesto que el Estado central ejerce de obstáculo insuperable al libre vuelo de nuestras ilusiones, el remedio consiste en eliminar la incógnita Estado central en la formulación de nuestras ecuaciones de tercer grado. Todo aparece entonces más claro y despejado. Si prescindimos del suelo en el que nos apoyamos, nos queda siempre la magnífica opción de levitar.
Por lo menos en el momento mágico de la campaña, cuando prevalece sobre todos los cálculos de probabilidades la búsqueda apasionada del sí de las audiencias, de la decisión de los indecisos. En una palabra, el todo o nada en la ruleta del voto, el embolica que fa fort en lugar de la perspectiva a largo plazo que solía ser la seña de identidad de la vieja política.
La devolución a Sijena del tesoro artístico que en justicia le correspondía se ha convertido en un nuevo motivo para cargar las escopetas. No debería ser así. Con más de mil (o dos mil, si Évole me lo preguntara mucho me temo que no daría con la respuesta correcta) empresas fugadas de Cataluña y un president legítimo enrocado en Bruselas, poca trascendencia puede tener la pérdida de cuarenta y tres piezas sacras que claramente procedían de allí, como la Dama debería volver a Elche y los frisos del Partenón a Atenas. La señora Santamaría ha perdido una ocasión, una más, de separar didácticamente las dos cuestiones para no enconar heridas abiertas, pero esa es otra cuestión. Una de tantas cosas que hemos perdido, entonces, son los sepulcros de Sijena. Sea por el 155 o por lo que sea.
Sea por lo que sea también, Cataluña ha perdido su condición de capdavantera, de avanzadilla de una España posible, con una impronta de seriedad en el cumplimiento de los compromisos exteriores y un espíritu solidario hacia dentro y hacia fuera, convenientemente distanciado de esa práctica habitual y espantosa de “españolear”. Hoy Cataluña está sensiblemente más lejos de la dinámica europea que la media española; y tanto sus activos económicos (incluida entre ellos en un lugar destacado la fuerza de trabajo) como sus expectativas de recuperación a corto plazo aparecen muy deteriorados.
No parece que esa realidad se perciba con objetividad, si seguimos los vericuetos de la campaña electoral tal y como se está desarrollando. La gente prefiere seguir creyendo que somos la hostia, y la mayoría de las fuerzas políticas ha elegido levitar.
Una forma peculiar de levitar es la que está practicando Catalunya en Comú. Lo digo con pena, son los “míos”, lo han sido siempre. No alcanzo a ver la lógica de un recurso sobre la constitucionalidad de la forma de aplicación del 155. Cualquier forma de aplicación del 155 era mala, el prurito legalista resulta trasnochado en el contexto, no va a tener ningún efecto y no va a atraer ningún voto. Tampoco la extemporánea declaración de Colau en Sálvame de Luxe sobre una ex novia italiana. El recinto de la intimidad debe quedar en cualquier caso al margen de la contienda política, plantear la bisexualidad como anzuelo para pedir el voto es caer por los mismos despeñaderos que el candidato de la derecha del morro fuerte, que expresa con alharacas su emoción por haber saludado en persona a los guardias civiles acantonados en Pineda de Mar.
 

sábado, 9 de diciembre de 2017

MONÓLOGO DE SORDOS


Eulàlia Reguant, ex diputada al Parlament de Cataluña por la Candidatura de Unidad Popular (CUP), y Natalia Sánchez, cabeza de lista de la misma formación por Girona, han pedido a Esquerra Republicana de Catalunya, en un acto de campaña celebrado en Blanes, que renuncie al “diálogo de sordos” con un Congreso de amplia mayoría conservadora, y una monarquía y un poder judicial decididos a negar la libre expresión del pueblo catalán. ¿Cuántos años se han perdido ya en ese diálogo de sordos?, se ha preguntado retóricamente a sí misma la impetuosa Reguant.
El remedio, dicen las dos activistas, que no saben cómo no se da cuenta Esquerra, es la vía unilateral iniciada con la efemérides del pasado 1-O. “Nadie podrá borrar de la memoria aquel día”, dice Sánchez, y es difícil no darle la razón. Pero ella misma, a lo que parece, lo ha olvidado por completo, o lo ha transformado en otro relato de un contenido abiertamente distinto.
“Si no lo hacemos nosotros mismos, nadie lo va a hacer”, ha apostillado Reguant. Pero no queda claro si ese “nosotros mismos” se refiere al conjunto de la ciudadanía (la CUP evita en general ese término, prefiere encomendarse al “pueblo”, y en palabras de Sánchez al “pueblo digno”, lo que excluye a una considerable cantidad de personas que, no obstante, en cualquier definición democrática, tienen los mismos derechos de expresión y de decisión que las dos abnegadas militantes.)
Es entonces a una vanguardia minoritaria pero aguerrida a quien se adjudica la misión de salvar a Cataluña de la opresión de ser gobernada por los mismos que la gobiernan desde la unión política decidida hace unos seis siglos por los reyes llamados católicos, sin hablar de las fuerzas sociales que lo hacían desde varios siglos antes a través de un rey de Aragón soberano y unas corts catalano aragonesas formadas por varones representantes de los tres estamentos de la iglesia, la nobleza y el pueblo no tan llano.
La idea de recuperar la autodeterminación por la vía unilateral, solo significa más de lo mismo respecto de lo ya vivido. Estaríamos frente a un nuevo 1-O, esa jornada que nadie nos borrará ya de la memoria, y frente a sus mismas repercusiones más o menos mediatas sobre la economía y la riqueza del país, respecto de las cuales las activistas de la CUP se esfuerzan con denuedo en pasar la esponja para que las olviden a toda costa quienes las sufren.
Una estrategia, en suma, concebida desde el maximalismo y para la vanguardia, sin tener en cuenta las prioridades y las necesidades de los más. Los éxitos que puedan conseguirse con una gimnasia revolucionaria de ese tipo, si algún éxito se alcanza, no serán duraderos. Tienen en contra todo el peso muerto de las cosas tal como son, y las aristas incómodas de una realidad particularmente tozuda.
La idea de no pactar con el enemigo es bella en sí misma, pero cuando los pactos se hacen necesarios para impedir la degradación acelerada de las situaciones, ¿con quién se ha de pactar, si no es con el enemigo?
 

jueves, 7 de diciembre de 2017

TEOLOGÍA DE LA CONSTITUCIÓN


Se lo oí decir a Manuela Carmena y Ada Colau en un acto al aire libre, en Barcelona, el año pasado: «Nosotras no somos antisistema, es que queremos un sistema mejor.»
La constitución es un elemento esencial de cualquier sistema, de cualquier estado de derecho. Conviene aclarar entonces que quienes abogamos por cambiar la que rige en este momento en este estado de derecho no estamos en contra de la constitución como elemento vertebrador de la vida de las personas. No somos filibusteros. No estamos en contra de todas las constituciones posibles. Es solo que queremos una más adecuada a nuestra circunstancia.
Hay que distinguir, entonces, entre quienes somos constitucionalistas en el sentido de desear la mejor constitución posible ahora, la que se adapte con más coherencia a nuestras vivencias y a nuestras necesidades actuales; y quienes son constitucionalistas en el sentido de defender “la” constitución existente, y ninguna otra, y no admiten en ningún caso la posibilidad de cambios ni mejoras de ninguna clase.
Estos últimos, y el primero de la larga lista es don Mariano Rajoy, ventajista de profesión y escamón por naturaleza, elaboran para sus fines una teología de la constitución intocable e intangible, en lo más alto del cielo, reinando indiscutida sobre una tierra de hombres de buena voluntad.
Se equivocan. Algunos de buena fe, porque son creyentes sinceros en la servidumbre voluntaria; otros de mala fe, porque les conviene, porque les viene bien aplicar sanciones constitucionales a quienes se niegan a entrar por las buenas en el redil, mientras que ellos mismos quebrantan siete veces siete al día la misma constitución que homenajean.
No son las personas las que deben adaptarse a la constitución, sino la constitución la que debe adaptarse a las personas. Nuestra relación con la constitución es laica, nosotros/as la instauramos y nosotros/as, también, la cambiamos cuando deja de ser útil al común. No es la constitución la que otorga derechos a la ciudadanía; la constitución los reconoce. Se limita a consagrar como normal lo que a nivel de calle es simplemente normal.
Y cuando a una constitución concreta le ocurre lo que a todas las cosas perecederas, que su funcionamiento deja de ser adecuado, no debe ser ningún trauma cambiarla, igual que hacemos con una tostadora de pan fundida o con una nevera que ha dejado de enfriar. No se le ocurre a nadie entronizar la nevera sobre un zócalo de bronces y asegurar que nunca jamás cambiará de nevera, o esta o ninguna, la ama.
Si Mariano Rajoy no está dispuesto a cambiar pacíficamente una constitución que pierde aceite desde hace años, Mariano Rajoy pasa a ser el problema. Urge cambiarlo a él primero, y la constitución después.
Sin dramas. Sin teologías.
 

martes, 5 de diciembre de 2017

EL BUEN CAMINO


Los datos del empleo en el mes de noviembre no abonan la afirmación invariable de que estamos “en el buen camino”, que nos formula diariamente desde el plasma, con una sonrisa cada vez más acartonada, la extraña pareja constituida por Mariano y Fátima, de profesión vendedores de crecepelo milagroso en las ferias patronales de los pueblos “más bonitos de España” según la vomitiva propaganda de las oficinas de turismo interior. Todos los parámetros empeoran, y no es ya exagerado hablar de expulsión de las mujeres del mercado de trabajo. Ellas monopolizan en la práctica el grupo de “nuevos parados”, con el 96% del total; una violencia de género más, acumulable a otras situaciones paradigmáticas en los tribunales, en donde se evalúa si cerraron o no con fuerza suficiente las piernas al ser violadas, y si merecen o no (mayoritariamente resulta ser que no) protección ante las amenazas de muerte de sus maridos, sus ex maridos, sus ex compañeros o sus ex pretendientes.
Que sí existe una alternativa a ese deterioro del empleo y de la economía viene a demostrarlo la eficiencia callada de Portugal, un país del Sur que no es ninguna potencia industrial de gran magnitud, pero que ha rechazado la lógica de la austeridad y prospera discretamente bajo la dirección de un gobierno de izquierda plural. Ahora su ministro de Finanzas, Mário Centeno, ha convencido al Eurogrupo de la necesidad de una Europa más fuerte y más unida, con un euro consolidado y una política global más decidida, y ha sido elegido en votación secreta presidente de la institución europea, sucediendo en el cargo al “pícaro puritano” holandés Jeroen Dijsselbloem, de ingrata memoria.
Los portugueses están haciendo las cosas bien. Ellos están en el buen camino, no nosotros los españoles. Algo tan sencillo de constatar se está haciendo desaparecer detrás de las banderas en las que se envuelven nuestros dirigentes: Milagros Pérez Oliva ha desarrollado con trazos certeros la idea en una tribuna de elpais titulada «Lo que las banderas ocultan» (1).
Conviene detenerse un poco más en la noticia de una Europa que empieza a sacudirse la austeridad; que empieza a entender, en contra de los empujones maleducados que llegan desde el otro lado del Atlántico y desde la otra orilla del Canal de la Mancha, que la prosperidad común no es la de los accionistas sino la de los trabajadores; no la de los shareholders sino la de los stakeholders, para expresarlo con la jerga económica al uso en las escuelas empresariales.
Donald Trump y Theresa May son dos botones de muestra que indican con claridad adónde lleva el “buen camino” que se nos predica desde las tribunas de los consejos de administración del statu quo económico. Este es un tema también a considerar en comicios próximos, alguno de ellos inminente; pero no es tema que se airee de forma habitual en las campañas. Se prefiere ocultarlo debajo de las banderas.
 


 

domingo, 3 de diciembre de 2017

COMO ENDENANTES HALLÉ


Uno
Los Diarios de Bruno Trentin, a los que ya he hecho alusión en varias ocasiones en estas páginas, son de lectura fascinante pero difícil. Escribe para fijar sus propias ideas, no para ser entendido por otros. Cuando habla de sí mismo, de sus dificultades al frente del sindicato mayor de Italia, no se muerde la lengua ni busca templar gaitas. Está luchando con todas sus fuerzas por cambiar unas rutinas, por abrir perspectivas nuevas. En el curso de su mandato presentará por dos veces la dimisión, la primera como táctica de desbloqueo y con rápida reconsideración; la segunda, en junio de 1992, por una cuestión de principio, después de firmar a contrapelo un acuerdo horrible con el gobierno Amato para no dejar a la CGIL sola contra todos en el ojo del huracán de una crisis política y económica. Cuando se va de forma definitiva, dos años después, lo hace sin dimisiones ni chantajes emocionales; en un Congreso ordinario, después de ver cumplidos los objetivos que se había fijado (el sindicato “de programa”), y dejando asegurada una sucesión tranquila.
Los Diarios dejan constancia de que Bruno se sintió muy solo en el ejercicio del poder. Solo frente a personas como Fausto Bertinotti, que siguió al pie de la letra la lógica del manual de las escisiones atacando por sistema todas las iniciativas de la dirección, asegurando que su oposición frontal era “enriquecedora” para la pluralidad democrática del sindicato, y acusando a Trentin de no ser el secretario general de todos sino nada más el capocorrente mayoritario. Pero se sintió solo también frente a grandes amigos como Pietro Ingrao, que no alcanzó a comprender a fondo ni las propuestas organizativas de Trentin ni sus razones últimas.
Son páginas que me han traído recuerdos muy punzantes de mi propio paso por los estamentos de dirección de las Comisiones Obreras catalanas. En todos los conventos los problemas de los frailes se parecen, los conflictos tienen un aire de familia inconfundible. La incomprensión, la negativa sistemática, el retorcimiento mezquino de cualquier afirmación emanada desde la mesa, el mors tua vita mea. Todo ello ha formado parte de una manera determinada de practicar la política, tanto entre las corrientes sindicales minoritarias como en las mayoritarias. Un contraveneno eficaz puede ser, en tales casos, fijarse personalmente no solo los objetivos de cambio o de avance (limitados, por supuesto), sino también los límites temporales prudentes para la prestación. Trentin lo hizo así. En 1994 dejó la secretaría general, y entonces hubo de hacer frente con estoicismo al vacío absoluto de lo que había llenado hasta ese momento su vida y sus esfuerzos, hasta el punto de saturación y de una manera absorbente.
 
Dos
Muchos años después Roberto Chavero, cuyo nombre artístico era Atahualpa Yupanqui, pasó por Montiel (en la región de Entrerríos), donde había tenido por un tiempo trabajo, amigos, vida. Dejó constancia del evento en una canción cuyo intríngulis se resume en su primera estrofa, todas las demás son comentarios colaterales: Pasé de largo por Tala, / detenerme ¿para qué? / De nada sirve un paisano / sin caballo y en Montiel.
Por qué no confesarlo, esa canción fue durante años mi favorita absoluta. La tengo en una versión de Jorge Cafrune, y la estuve poniendo casi cada día, en el rincón de trabajo de mi casa, mientras me dedicaba a traducciones literarias no muy bien pagadas.
El cantor reconoce el paisaje de otros tiempos: Barro negro y huellas hondas, como endenantes hallé.
Recuerda también a viejos amigos: Climaco Acosta ya ha muerto, / Cipriano Vila también: / dos horcones entrerrianos / y una amistad sin revés. / Por eso pasé de largo, / detenerme ¿para qué?
Yo lo cantaba así: Cipriano García ha muerto, / Francisco Puerto también, / y a José Luis López Bulla / lo han llevado al Parlament.
Canta Atahualpa en la última estrofa: En la orilla montielera / tuve un rancho alguna vez. / Lo habrá volteado el olvido, / será tapera, no sé… / Por eso pasé de largo…
Y yo: En la Ronda de San Pedro / tuve despacho una vez…
Me faltaba distancia en esos años, me sobraba vacío. Me ayudó a superar ese minitrauma del ex militante Javi Tébar, que me hizo una entrevista para sus Biografías sindicales, en la cual (fueron tres sesiones, espaciadas) liberé muchos demonios por dentro, sin darles voz ni voto para fuera.
 
Tres
Otro poeta, Antonio Machado, dejó escrito: Todo pasa y todo queda, / pero lo nuestro es pasar.
Les recomiendo la lectura de los Diarios de Trentin. En pocos meses saldrá a la luz una selección de sus anotaciones, en castellano. Sirven para muchas cosas. Una de ellas, no la más importante, es para saber qué siente una persona que está al mando frente a las dificultades incontables, cuando esa persona es consciente y responsable ante sí misma y ante los demás.