viernes, 30 de marzo de 2018

CELTIBERIA SHOW EN SEMANA SANTA


Leo en un rincón patrocinado de elpais digital la siguiente pregunta: «Fuiste a la Torre Eiffel para disfrutarla o para subir la foto en Facebook?»
La pregunta me parece casi desprovista de sustancia, desde el momento en que una de las formas canónicas de disfrute de la Torre Eiffel consiste en hacerse la foto. Casi no existe otra manera posible de “disfrutarla”, digamos que el armatoste no da de sí para mucho más. Prácticamente lo mismo ocurre con la Torre de Pisa, con la variante de que, buscando la distancia y el ángulo adecuados, el retratado puede posar en actitud de sostener el edificio para que no se caiga.
Pero la pregunta es trasplantable a otras realidades de rigurosa actualidad. Ayer jueves cuatro ministros del Gobierno de España, Cospedal, Zoido, Méndez Vigo y Catalá, se hicieron presentes en Málaga, donde la compañía de honores del X Tercio Alejandro Farnesio, IV de la Legión, acompañaba a la imagen del Cristo de la Buena Muerte en su traslado a la iglesia de Santo Domingo, cantando la pegadiza tonadilla del Novio de la Muerte.
Entonces, la pregunta anterior cobra todo su sentido. O sea, ¿estaban allí los cuatro ministros para disfrutarlo, o bien para hacerse la foto? ¿Era un acto más de su poblada agenda de trabajo, o dio la casualidad de que los cuatro optaron por pasar unas horas de ocio en la capital andaluza, atendiendo a sus devociones particulares? Los tres ministros – excluyo a Cospedal, que presidió el acto desde la tribuna de autoridades, como responsable que es de la Defensa, signifique ello lo que signifique –, ¿costearon de su bolsillo particular el capricho, abiertamente populista, de dar rienda suelta a su ardor patriótico-religioso, o fueron los presupuestos del Estado, aún no aprobados para este año, quienes abonaron la factura del viaje y a más a más las dietas correspondientes al alojamiento y manutención? También cabe que el Ayuntamiento de Málaga, y no los Presupuestos, cursara la invitación y se hiciera cargo de los gastos en el rubro de promoción de las fiestas, igual que haría con otras figuras conocidas del cante y del espectáculo, con pensadores ilustres como Salvador Sostres que acaba de colocar en su sitio a un Stephen Hawking aún caliente en su tumba, o con ganadores de concursos televisivos de mucho fuste, tales como Operación Triunfo, Gran Hermano o Supervivientes.
Eso se llama en román paladino españoleo y famoseo. En cuanto al “Novio de la Muerte”, me tarda que Marta Sánchez lo versione para un público funcionarial enfervorizado. Tal y como dijo aquel capitán de los Tercios de otrora, “España y yo somos así, señora”.
 

miércoles, 28 de marzo de 2018

LA RENTA DE CIUDADANÍA EN LA ENCRUCIJADA


Ayer discurseaba en estas mismas páginas sobre la felicidad “común” (el adjetivo es importante) como posible objetivo de la política. Lo cierto es que el mismo concepto, bajo una etiqueta distinta, caracterizó no hace tantos años a un tipo de Estado empeñado no solo en la creación de riqueza sino además en su distribución más o menos equitativa, a fin de asegurar a todas/os una porción siquiera mínima del pastel. Me refiero, claro, al Estado del bienestar.
Fueron las escandaleras de los “liberales” sobre la ineficiencia de la beneficencia lo que torció el rumbo de las sociedades más avanzadas del siglo XX y señaló el crecimiento como objetivo único y supremo, con el argumento de que la distribución vendría luego por añadidura, sin necesidad de que el Estado se ocupase del tema, gracias a la sabiduría definitiva de los algoritmos que rigen la actividad de los mercados.
No hubo más noticias de tales algoritmos, pero después aún se dio otra vuelta de tuerca, al prohibirse al Estado (mediante añadidura de un artículo en las constituciones) endeudarse más allá de unos topes fijados de modo más o menos artificioso por autoridades transnacionales autoestablecidas al efecto. Y finalmente, se viene a sostener que el Estado no sirve en realidad para nada en los temas económicos, y su única utilidad se concentra en las prerrogativas de la defensa y el orden público, que por sí solas justifican la recaudación de unos impuestos laxos con las grandes fortunas, que son las que garantizan el crecimiento económico, y más severos con el conglomerado de individuos que pululan en un entorno que ya no se llama sociedad porque no se da valor a los elementos capaces de dar cohesión interna, de “asociar”, a tales individuos en objetivos comunes. Lo “común” desaparece en esa visión ante lo privativo: “lo mío es mío y de nadie más”.
La llamada pirámide social, en consecuencia, se tambalea; no hay sillares que la sostengan erguida y los ladrillos sueltos, desprovistos de todo cemento, se descolocan y caen arrastrándose los unos a los otros en virtud de la única ley subsistente, la de la gravedad.
Todo se desmorona. Y las nuevas desigualdades, que crecen en proporción geométrica, son causa directa de una infelicidad común que con más y más frecuencia sale a las calles a expresarse, y que únicamente recibe la atención ocasional de las brigadas antidisturbios.
A la espera de una reconstrucción coherente de la sociedad dispersa por el temporal del liberalismo, la renta básica de ciudadanía (u otro concepto equivalente) puede tener efectos beneficiosos de amortiguador de sufrimientos inaceptables, al situarse en la encrucijada crítica entre el objetivo del crecimiento y el del bienestar.
No es “la” solución, pero marca un camino por el que el crecimiento no debe servir solo al egoísmo, sino al bienestar común. No estimula la pereza, puesto que el trabajo sigue siendo un bien escaso y deseable. Puede tener, de otra parte, efectos beneficiosos en relación con ofertas de empleo leoninas, literalmente indecentes, que serían susceptibles de rechazo por quienes ahora se ven obligados a padecerlas por puro instinto de supervivencia. Y finalmente favorece el acceso al consumo, el cual es un derecho imprescindible de ciudadanía; pero no estimula, es obvio, el consumismo desatado.
Por encima de cualquier otra consideración, la renta mínima es necesaria para volver a engranar los dos objetivos hoy disociados del Estado como ente económico: el crecimiento de la riqueza y el bienestar de las personas.
 

martes, 27 de marzo de 2018

DE LA FELICIDAD COMO POSIBLE MATERIA DE LA POLÍTICA


Leo en un ensayo de Stefano Rodotà que en la Constitución francesa republicana de 1793 se señalaba como objetivo de la sociedad la «felicidad común». Los constituyentes franceses hicieron gala de una lucidez que hoy en día se echa de menos. Hoy es el egoísmo, la dictadura de los mercados, el sálvese quien pueda, lo que priva en todos los niveles. La felicidad no es un objetivo reseñable ni siquiera para quien tiene medios de fortuna suficientes para proporcionársela.
“Felicidad común”. Son importantes los dos términos de la proposición: allá cada cual con su felicidad individual y los caminos que emprenda para alcanzarla; pero la misión de la política, entendida de ese modo revolucionario, es otro tipo de felicidad: la común, que quiere decir compartida, solidaria, inclusiva, la que implica a todas las personas (la “ciudadanía” entendida sin fronteras nacionales) en un compromiso recíproco y universal.
El mecanismo de traslación de la felicidad individual a la universal es necesariamente político. La felicidad procurada y compartida entre todos está hecha de trabajo decente, de medios suficientes de vida, de acceso a la cultura, de derechos individuales y sociales, y sobre todo de libertad. No existirá nada parecido a esa plataforma de felicidad común si no se construye a conciencia primero, colectivamente, políticamente; y si no se extiende a todas/os, sin excepción, después. La infelicidad común deriva de las desigualdades, y afecta sobre todo a quienes las padecen. Pero la conciencia solidaria compromete también al primer mundo frente al tercero, a quienes son los principales beneficiarios del expolio de los recursos que deberían ser comunes a todos, frente a los desposeídos.
El concepto clave en esta historia es el de solidaridad; y se trata de un concepto que los economistas liberales y los políticos à la Trump consideran vacío de sentido.
Me ha venido a la memoria el final de una obra teatral de Jean Anouilh, un autor absolutamente fuera de onda en la actualidad. Thérèse (la Sauvage, la salvaje que da título a la pieza) renuncia al amor que siente hacia Florent, por un escrúpulo casi inconcebible: «Por mucho que intente engañarme y cerrar los ojos con todas mis fuerzas, siempre habrá un perro perdido en alguna parte que me impedirá ser feliz…» De una forma teatral – poco fiable, en consecuencia – se intenta expresar así una instancia presente cuando menos en la perspectiva política de partes potencialmente importantes de las sociedades, incluso en un siglo XXI especialmente árido para estas percepciones: no hay felicidad en el mundo cuando es la de unos frente a otros; el reino de la felicidad solo llegará si esta alcanza a todos.
 

lunes, 26 de marzo de 2018

REIVINDICACIÓN DEL CULO

«Vuestra espalda pierde su nombre con tanta gracia, que no puedo por menos que darle la razón», cantó Georges Brassens a una dama. Como Brassens era de Sète, la dama cuya cara B le sedujo hasta ese punto era casi con seguridad una venus mediterránea de proporciones más o menos calcadas a las de la escultura de Aristide Maillol que aparece en primer plano en la imagen que encabeza este post, tomada en la Plaça de la Llotja de Perpinyà.
Los culos femeninos vuelven a estar de moda, después de una larga temporada de eclipse. Recuerdo que hace bastantes años un conocido con ínfulas de discípulo del profesor Freud criticó delante de mí el gusto de Brassens por las redondeces y sugirió una homosexualidad reprimida como su causa más probable.
No di crédito a mis oídos. Yo mismo siento una afición considerable por los posteriores femeninos, pero de un orden estético llamémoslo “alto”, es decir, no contaminado por esa connotación mercantilista según la cual el culo no pasa de ser un vehículo de comercio sexual por el que se da y se toma. Desde aquel momento empecé a sospechar del amor a las mujeres de mi interlocutor, por aquel viejo dicho de que “qui s’excuse, s’accuse”.
Los culos femeninos vuelven a estar de moda pero, ay, como excrecencias musculadas a lo Kardashian. No siento mayor devoción por ellos. Me atrevo a sostener que no son capaces de inspirar ninguna canción como la “Venus Calipigia” de Georges Brassens. En tiempos marcados por la reivindicación de la igualdad de género, sería un error terrible confundir igualdad con uniformidad; como lo sería, en tiempos de abuso del fitness, proclamar la equivalencia universal de los culos.
No. Los hay moldeados de una manera magistral, y también de otras maneras muy distintas. Cedo de nuevo la palabra a Brassens, en la canción citada: «El duque de Burdeos pasea con la cabeza baja porque se parece al mío como dos gotas de agua. Si se pareciera al vuestro, la gente diría al verle pasar: “¡Guapo muchacho, el duque de Burdeos!”»
 

domingo, 25 de marzo de 2018

ALGO ASÍ COMO ESPAÑA


Los políticos y los comentaristas políticos, dos especies zoológicas que viven en simbiosis y se realimentan recíprocamente, insisten en que todo el problema se reduce a Cataluña, y en que una vez descabezada la rebelión y puestos a la sombra sus cabecillas, podremos volver a la normalidad.
La normalidad, por desgracia, es el master de Cristina Cifuentes, una partícula insignificante de corruptela en un océano de fango, una mentirijilla construida artificiosamente (un “Notable” allí donde constaba un “No presentado”) para adornar un currículum sin valor. Cifuentes no falsificó la nota como escalera de mano mediante la cual realizar una ambición, lo hizo a la inversa: primero obtuvo mediante influencias el puesto de mando en plaza que aún ocupa, y luego utilizó el poder consiguiente para hermosear sus méritos dudosos.
El master de Cifuentes da para una corrección posmoderna de la parábola evangélica de los viñadores. En este caso sería la obrera llegada después de la última hora de vendimia la que arramblaría con los jornales de todos los que trabajaron en algún momento entre el amanecer y la puesta del sol. Y la moraleja no podría ir mucho más allá de la siguiente jaculatoria incorrecta políticamente: “Que os jodan, pringaos.”
Cataluña no es el tumor que afecta a la España una: Cataluña es solo una metástasis. Un catalán ya desaparecido, Jaime Gil de Biedma, expresó con una concisión imposible de mejorar el sentimiento de hastío y el deseo de escapismo que nos invade en algunos domingos lluviosos y vacíos, en los que la calefacción puesta a tope no aminora el frío gélido en el alma. Son versos muy conocidos, pero los reproduzco porque la poesía, que oficialmente no sirve para nada, sigue siendo el único bálsamo eficaz para sobrellevar ciertas marejadas anímicas.
«En un viejo país ineficiente, / algo así como España entre dos guerras / civiles, en un pueblo junto al mar, / poseer una casa y poca hacienda / y memoria ninguna. No leer, / no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, / y vivir como un noble arruinado / entre las ruinas de mi inteligencia.»
 

sábado, 24 de marzo de 2018

CONFLUENCIA DE IRRESPONSABILIDADES


Las medidas cautelares tomadas por el juez Llarena están sin la menor duda ajustadas a derecho. No faltaba más. Sin embargo, las valoraciones que añade al auto de prisión me parecen enfáticas en exceso. Entiendo que no es riguroso comparar el 1-O con el 23-F. Este último fue un intento de vuelta atrás urdido en los cuarteles; el 1-O, un acto de desobediencia deliberada a la legalidad instituida, a partir de la lógica fantasiosa de que los votos de que se disponía eran suficientes para el caso, y de que el concierto de las naciones respaldaría sin fisuras algo concebido al modo de un “movimiento de liberación”, dicho entre comillas muy grandes y muy visibles.
El tema no va a acabar aquí, y el juez Llarena debería haber sido el primero en saberlo, de haber levantado solo unos instantes la cabeza de los códigos y los legajos que tiene extendidos encima de su escritorio, para asomarse a la realidad de lo que pasa en la calle.
Otro que debería haber sido el primero en saberlo, dicho sea de pasada, es nuestro presidente del gobierno, de cuyo nombre no quiero acordarme porque no me da la gana. Su alucinante inmovilidad en este tema como en otros merece una mención en el libro Guinness de los récords. Su insensibilidad pasará a las canciones de gesta del día de pasado mañana. Entrará en la leyenda como “el presidente que nunca existió”. Será uno de los (ir)responsables principales de la deriva que ahora va a tomar el conflicto catalán, cuando la “desafección” anunciada hace años por Montilla se va convirtiendo aceleradamente en odio negro y retinto.
El maestro Josep Ramoneda ha definido la situación de Cataluña en elpais (1) como de enquistamiento y gangrena, debido a la «suma y confluencia de irresponsabilidades sin fin». Urge en su artículo a buscar una solución en dos tiempos: primero, encontrar una salida al callejón sin salida institucional, conformando un gobierno libre de trabas judiciales y lo más representativo posible de la pluralidad existente; segundo, emprender una negociación con el Estado en sentido amplio, hoy por hoy imposible. El sentido de esa negociación sería el tantas veces publicitado de “recoser” los desgarrones y “resanar” las heridas, para establecer puntos de partida nuevos en los que la autonomía y la cooperación entre Cataluña (como parte) y España (como todo) se complementen y se equilibren.
Tanto en el gobierno posibilista que se forme, como en la negociación posterior, deberían tener voz todas las posiciones y las sensibilidades en presencia; no unas sí y otras no, como para su desgracia han intentado los protagonistas pasivos del auto del juez Llarena. Es precisamente en ese punto donde radica el delito que se niegan a reconocer, disfrazándolo de libertad de expresión.
Libertad de expresión para ellos, derecho a decidir solo de ellos. No hay que olvidarlo en estos momentos de “martirio” que inducen a la compasión. Marta Rovira llegó a pedir a las voces opositoras en el Parlament que mejor se callaran si iban a poner trabas al avance hacia la independencia. No es una actitud ejemplar. Tampoco lo es su fuga a Suiza, por mucho que vaya acompañada de pucheritos sobre su deber de madre.
Son cuestiones, en todo caso, sobre las que conviene meditar antes de ejercer el derecho a decidir. Quien decide está obligado a saber que su decisión tiene consecuencias, y no solo para sí mismo sino además para otras personas.

 

viernes, 23 de marzo de 2018

SOCIALIZAR LA DERROTA VERSIÓN 4.0


De perdidos al río, el candidato Turull se despachó ayer tarde con un programa de gobierno literalmente inaudito en los predios de Convergència, de tan social. Salieron a relucir los discapacitados, el umbral de la pobreza, las listas de espera en la sanidad y la renta mínima garantizada. Por el costado laboral, se prometió un trabajo “de calidad”, el asalto a la industria 4.0 y la puesta en marcha de la “economía circular”, concepto dudoso que combina ecología y productividad. También, de paso, se recordó el viejo estribillo sobre Cataluña pista de aterrizaje de las multinacionales.
Turull omitió cualquier referencia a la independencia y a la república, pero eso no quiere decir que no estuvieran ahí, sobreentendidas. Sobre ese punto concreto le interrogó de forma explícita el socialista Miquel Iceta, desconfiado ante el nuevo y brusco viraje: “¿Esto es un punto de inflexión, o solo una finta más?”
Es solo una finta más, me temo. La derrota de la investidura estaba cantada, y el candidato – él mismo lo hizo constar – no era el que “debía” estar ahí, sino un suplente habilitado a toda prisa. Esa es toda la historia. El candidato sí tiene quien le escriba, y ese alguien se aplicó a añadir estética a la nueva ocasión perdida para el procès, tal vez la penúltima. La sesión parlamentaria estaba programada a la hora del ocaso, cuando la tarde languidece y renacen las sombras. Puede que no fuera del todo casualidad. Con todos los números para perder una votación imposible, el candidato Turull y sus acólitos Sebrià (ERC) y Pujol (JxC) se pusieron crepusculares y entonaron un Götterdämmerung, con el acento cargado en un gasto social nunca antes puesto sobre la mesa en estas latitudes, donde existe la idea bien asentada de que incluso los pobres son más ricos que en otras partes de la península y deben pagar por ese privilegio.
La vieja idea de privatizar los beneficios y socializar las pérdidas se representó anoche en una nueva variante: nuestros neoconvergentes resultan ser liberales en la victoria y socializantes en la derrota. Como la rosa de Alejandría, colorada de noche y blanca de día.
 

miércoles, 21 de marzo de 2018

LA RESISTIBLE ASCENSIÓN DE LOS MEDIOCRES


Es posible que Jordi Turull, el político curtido en las complejidades de la administración municipal de Parets del Vallés, sea el próximo candidato a presidir la Generalitat de Cataluña, por acuerdo consensuado del independentismo militante. El hecho es bastante asombroso en sí mismo, pero existen antecedentes. Incitatus (Impetuoso), un caballo de carreras extraordinario en su género, fue el candidato in pectore de Calígula para sucederle al frente del Imperio Romano.
Corrían otros tiempos, en verdad. Calígula no disponía de dos millones de votos con los que abonar su elección, y la guardia pretoriana zanjó el asunto con la punta de la espada. Calígula perdió literalmente la cabeza e Incitatus siguió, se supone, ocupado en lo suyo; era un caballo veloz en el hipódromo, pero sin ambiciones ulteriores de gobernante.
El caso de Turull parece ser distinto. Sus características son más las de perro guardián que de caballo de carreras. Cuando algunos/as dirigentes del procès optaron por retirarse, disconformes con el cariz que iban tomando las cosas tras la sustitución de la hoja de ruta del referéndum pactado por la de la declaración unilateral, fue Turull quien acuñó la frase inolvidable de que el momento catalán no era apto para hiperventilados ni tiquismiquis.
Nadie le ha agradecido oficialmente aquella grandilocuencia; pero las defecciones han seguido a ritmo acelerado hasta convertirse en un tourbillon que ha acabado por depositarle en soledad ante las gradas del templo. Clara Ponsatí ejerció de hiperventilada hace pocos días, y se marchó a Escocia a dar clases de lo suyo; antes Joaquim Forn se había puesto tiquismiquis para pedir la excarcelación, y muy recientemente también ha arrojado la toalla Jordi Sánchez, que tenía para salir elegido todos los números excepto el del juez Llarena.
No importa entonces que la preparación de Turull para ejercer el posgobierno de la Posgeneralitat sea tan minimalista que dé pie a los peores presagios; que su hábito de obediencia a piñón fijo y en vuelo rasante lo convierta en previsible titella (marioneta) de los poderes fácticos con marchamo indiscutible de catalanidad (y existen). Es el único capaz de dar el paso al frente en las filas diezmadas de los gladiadores con gen convergente. El único inmune, al parecer, a la hiperventilación y los tiquismiquis.
Si la operación, definida en los medios nacionalistas como Opción C, se consuma finalmente, el ansiado viaje a Ítaca será patroneado en esta nueva etapa o avatar por el último de la fila. Harían bien los patrocinadores de la odisea en preparar adecuadamente la partida de la nave con sacrificios propiciatorios y contratar a augures y adivinos que sepan leer el futuro en las entrañas de las bestias. De otro modo, la navegación inexcusable entre los escollos de Escila y Caribdis podría degenerar en un ejercicio de alto riesgo, tanto para la tripulación en pleno como para los inocentes pasajeros.
 

domingo, 18 de marzo de 2018

NACIONALIDAD Y CIUDADANÍA


En recuerdo de Mame Mbaye Ndiaye, muerto en Lavapiés, Madrid

La pertenencia a una nacionalidad es algo estrictamente individual; la dimensión de la ciudadanía, en cambio, tiene un carácter colectivo y en buena medida social. Encuentro esta idea fructífera en un libro suministrado ayer mismo por una mano amiga. Se trata de un estudio de Stefano Rodotà (Solidarietà, un’ utopia necessaria. Laterza, Bari 2014). En el cap. 4, “Solidaridad y ciudadanía”, plantea el autor la posibilidad de construir una “universalidad de la ciudadanía” como principio constitucional corrector de la idea patrimonial inserta en el "abuso identitario" del concepto de nación.
En efecto, cuando decimos que pertenecemos a una nación, lo que queremos decir en realidad, por lo general, es que la nación nos pertenece a nosotros. Nos pertenece desde la misma lógica excluyente que preside la propiedad privada. Es decir, si yo tengo la propiedad de un bien determinado, mi derecho de propietario impide el disfrute de ese bien a cualquier otra persona. Yo poseo la exclusiva.
Por un mecanismo análogo, el nacional de un país aparece como propietario en común con los demás de su grupo de los recursos, las oportunidades y las potencialidades que el país ofrece; y queda excluido de las mismas el extranjero, el rival. El chovinismo y la xenofobia aparecen a menudo como acompañantes recurrentes de la reclamación nacional: “América para los americanos, España para los españoles, Cataluña para los catalanes.”
Si en lugar de implantar la propiedad privada como principio rector y organizador de las sociedades, vertebráramos la convivencia en torno al trabajo, la perspectiva variaría considerablemente. La propiedad es un coto cerrado, el trabajo un campo abierto. El trabajo contribuye a la riqueza común, pero esa comunidad basada en el trabajo va más allá de un planteamiento local y también de un planteamiento meramente mercantil. La riqueza que se crea y se distribuye no tiene un valor estrictamente dinerario: enriquece la vida, la facilita, amplía las perspectivas y las expectativas de disfrute de las personas. Todo ello tiene un valor humanizador y liberador, que no tiene nada, o muy poco, que ver con el intercambio comercial. Hay una universalidad implícita en el concepto de trabajo como creación neta de riqueza, que se expande en la dirección de todos los acimuts y hermana a todos los continentes en una “comunicación” (en el sentido propio del término y en el de “puesta en común”) sin exclusiones.
De esta potencialidad, dice Rodotà (la traducción es mía), depende, por ejemplo, «la posibilidad misma de construir una Europa de los ciudadanos, y no solo de los mercados; de no tener como referencia única el “market citizen”, sino un ciudadano plenamente inserto en un flujo de relaciones solidarias. Se trata de una cuestión esencial también para ir más allá de la versión de la solidaridad transnacional del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, inspirada en sustancia en una lógica individualista, tributaria de la dimensión económica.»
Y en un plano más urgente y acuciante, el concepto de ciudadanía más allá de la nacionalidad ofrece una vía de acogida e inserción a los refugiados e inmigrantes ─ vistos ahora como ciudadanos con derechos y deberes indeclinables ─ radicalmente contraria a la idea falsa de que si repartimos el patrimonio existente entre más personas, a nosotros nos va a tocar menos.
Será al revés. Todos nos enriqueceremos.
 

viernes, 16 de marzo de 2018

LE CARRÉ CIERRA EL CÍRCULO


Dicho de forma genérica, John Le Carré escribe novelas “de espías”. Se trata de un mundo peculiar que David Cornwell, la persona real que se oculta detrás del nom de plume, conoció de primera mano en los años de la guerra fría. El mundo que retrata en su obra es esencialmente masculino ─ en el peor sentido de la palabra ─, y en él los peces chicos son enviados al sacrificio para engrosar el currículo de unos peces gordos fanfarrones, inescrupulosos y crueles. El patriotismo es en ese ambiente un concepto sin apenas sentido, una simple muletilla con la que ayudarse para componer una figura aventajada en los círculos más restringidos del poder y engrosar de paso la cuenta corriente. Los jefes del espionaje siempre están en el escaparate, ofrecidos en venta al mejor postor.
Las novelas de Le Carré funcionan desde esta óptica desengañada. No todas tienen la misma calidad, las hay mejores y peores. Seguramente la saga más justamente famosa es la que tiene por protagonistas a George Smiley, un espía al servicio de su majestad británica tan distinto de James Bond como puede ser concebible; a Karla, el temible espía soviético que actúa de contraparte, y al misterioso topo que ocupa un lugar prominente en el Circus británico pero trabaja en secreto para la Casa Rusia. Esta serie se desarrolla a lo largo de tres novelas: El topo, El honorable colegial y La gente de Smiley. Conviene leer la trilogía en su orden, desde luego, aunque yo lo hice en el más disparatado posible: primero la tercera, porque me vino de regalo; luego la primera, porque se me había despertado la curiosidad; y la segunda algunos años después y con todas las claves ya reveladas, por lo que siempre ha sentido hacia ella un aprecio mucho menor.
Le Carré ha publicado ahora El legado de los espías (Planeta 2018, traducción de Claudia Conde) a partir de una obra anterior a las tres citadas pero que comparte con ellas el mismo clima de angustia, traición y doble juego: El espía que surgió del frío. Y cierra con ella el círculo de la historia de Smiley, un Smiley en paradero desconocido, que tal vez ha muerto o tal vez sigue vivo y operativo. A uno de sus subordinados directos, Peter Guillam, octogenario, le reclama cuentas por su conducta de otro tiempo precisamente el hijo alemán de Alec Leamas, el espía caído al regresar del frío cincuenta años atrás. El establishment defenderá a Guillam o se desentenderá oficialmente de él en función de considerandos y puntillos jurídicos que dependen de la versión de los hechos que sea posible establecer a partir de actas y documentos polvorientos encerrados en un Circus que ya ni se llama así ni está situado en el mismo edificio que antes.
Todo ha cambiado: la geopolítica, las reglas, las actitudes. En una escena globalizada tan diferente del mundo bipolar de la guerra fría, los viejos compromisos revelan de pronto facetas siniestras, y los jóvenes tiburones de la nueva burocracia, o bien no entienden lo que antes se daba por consabido, o lo interpretan todo de manera muy distinta a como entonces se solía.
Lo realmente sorprendente del mundo lóbrego y maloliente de los espías de Le Carré, es que se parece tanto al nuestro.
 

jueves, 15 de marzo de 2018

LAS PENSIONES Y EL PRINCIPIO DE LA ESCASEZ


El pleno del Congreso sobre las pensiones no ha resultado especialmente noticiable. Ni el Gobierno, arropado de nuevo por Ciudadanos después de una reunión pedagógica de Albert Rivera con la plana mayor del Ibex 35, ni ¡ay! la oposición en la que teníamos puestas nuestras esperanzas, han dado muestra de tener algún plan a largo plazo para conseguir ese bien raro y preciado, la sostenibilidad del sistema. Ha habido una polémica colateral sobre si las plagas de Egipto fueron diez o solo siete. Nada de sustancia. El gobierno se movió en el cortísimo plazo: Mariano Rajoy prometió mejorar algo las pensiones de la viudedad y suprimir el IRPF para el escalón más bajo. «Poca tirita para tanta hemorragia», titula Xavier Vidal-Folch su columna en elpais.
Tampoco alcanza con algunas propuestas opositoras expresadas en crudo: “menos rescatar autopistas y bancos, y más atender a las pensiones”. No es que la idea sea mala en sí, es que no deja de ser un remiendo más en el traje raído y desastrado de nuestro Estado social. Se puede tirar unas cuantas millas más con una gestión más cuidadosa y progresista del sistema existente, pero resulta suicida no abordar reformas estructurales ambiciosas que sitúen en primer plano el empleo, los derechos individuales y sociales que deben ir anejos al empleo, y su concreción a largo plazo en un sistema público de redistribución de las rentas que asegure la protección de los asalariados a lo largo de toda su vida, laboral primero y pensionada después.
Es ese el contenido último de la reivindicación actual de empleo digno, o decente. Pero aquí se produce otro cortocircuito típico del “pensamiento mínimo” de nuestros políticos, siempre pendientes del cortísimo plazo porque es en el cortísimo plazo donde se juegan sus escaños parlamentarios y su influencia en la opinión.
Se diría que todos ellos sobreentienden que la creación de empleo digno debe ser un cometido de los mercados de trabajo, y al Estado solo le corresponde en el tema una función de control, con multas todo lo severas que se quiera a quienes abusen de su posición dominante para llevar la contratación temporal mucho más allá de sus límites razonables.
Eso no basta. El Estado en sentido amplio, es decir incluidas todas sus articulaciones territoriales (ayuntamientos, autonomías) y estamentales (organizaciones patronales y sindicales), tiene que implicarse en la tarea de “dignificar” el empleo y hacerlo sostenible a medio y largo plazo, único medio para hacer sostenibles también las futuras pensiones. Se ha jugado antes a "desregular" el mercado de trabajo, confiando en la racionalidad de los mercados financieros para alcanzar un nuevo equilibrio entre las partes concurrentes. Una vez visto y comprobado cuál es y qué se propone la racionalidad de los mercados, y los nuevos desequilibrios resultantes, resulta imprescindible regular de nuevo esta faceta de la economía política.
Más aún. La economía política de mis tiempos de estudiante colocaba el principio de la escasez como condicionante primigenio y básico de las decisiones económicas. La formulación clásica de ese principio era el dilema entre producir cañones o mantequilla. Con la irrupción de nuevas tecnologías se han olvidado el principio de escasez y su corolario, la priorización en las decisiones de la política económica. Se tiene ─ o se quiere dar ─ la sensación de que todo es posible y todo está al alcance, y que la única norma atendible en cuanto a la producción de bienes y servicios es la del mayor o menor beneficio para el capital.
No es cierto que todo sea posible, y los límites ecológicos del crecimiento económico se hacen cada día más patentes con la amenaza del cambio climático en curso. Es necesario programar, priorizar, retomar en las nuevas coordenadas el viejo dilema de los cañones y la mantequilla. No es una actitud cómoda para los políticos, exige una previsión que va más allá del resultado de las elecciones inminentes, que no consiente postureos ni brindis al sol, que necesita de toneladas de difusión y de explicación para crear un consenso capaz de avanzar en la satisfacción de las necesidades legítimas de la ciudadanía.
Las pensiones van ligadas al empleo digno, entonces. Y el empleo digno, a políticas diferentes, a proyectos de crecimiento cualitativo, a programas a largo plazo, a la selección de prioridades económicas y al regreso de un sector público fuerte y una banca comprometida con las decisiones democráticas que en todos estos terrenos se vayan tomando.
Volver a elegir, en una palabra, entre los cañones y la mantequilla, en una situación muy diferente ya de la que se dio con el Estado del bienestar.
Que no nos digan que no hay alternativa.
 

martes, 13 de marzo de 2018

LA LEY DE LA MAYORÍA, O DÓNDE VAMOS A PARAR


─ ¡Linchamiento, ya! ─ sentenció el clamor popular ─. ¿O es que va a tener más valor la opinión de un juez que la de dos millones de personas?

lunes, 12 de marzo de 2018

LA ANTIPOLÍTICA COMO REFUGIO


La idea de una Cataluña independiente está volviendo poco a poco a sus orígenes históricos, es decir al terreno de la antipolítica.
Ninguna sorpresa. Es lo que corresponde, y dentro de esos límites se le puede augurar un largo futuro. La sorpresa real fue que en un momento determinado, y por obra y gracia de Artur I el Astuto, la idea abstracta prendiese en un proyecto político y fuera planteada “en serio” al electorado, con un magnífico resultado, por cierto: cifras consistentes de los sondeos de opinión revelan que el independentismo creció de pronto, desde un 20% aproximadamente (gente mayoritariamente joven y pasota), hasta un pico aproximado del 47%, con mayoría de gente de cierta edad y devota desde siempre de la herencia catalanista de Jordi Pujol.
Al entrar en la órbita de la política profesional, la idea primitiva de la independencia de autoridades foráneas, más o menos definible como un “nosotros entre todos nos lo haremos todo”, pasó a concretarse en la exigencia de un Estado propio.
Suena bien. Muriel Casals expresó la ilusión de pintar un color más en el mapa ya considerablemente variopinto de Europa. El juez Vidal redactó un esbozo de constitución, que no se divulgó para no poner sobre la pista al enemigo. Oriol Junqueras hizo solemne renuncia a crear un ejército porque Cataluña sería pacifista o no sería. Nadie se preguntó qué es un Estado (propio o no), ni para qué sirve.
Así le ha ido a la política independentista. Mas se empeñó en crear “estructuras de Estado” pero la cosa no parece haber llegado más allá del montaje precario de fotocopias de embajadas en lugares más o menos propicios.
Todo el planteamiento político se redujo a un “como si”. Como si no existiera ya un Estado sólidamente implantado, o como si ese Estado existente no funcionara, o fuera una estructura en el aire. Se eliminaron por arte de magia las contradicciones y las dificultades, y se eligió como plantilla la política-ficción. Algo que ahora Jordi Basté, promotor insistente hasta hace dos días de la buena nueva en los medios de comunicación, define como una “aixecada de camisa”, una tomadura de pelo, por parte de la dirigencia política del procès.
Con el reflujo de la marea, el independentismo va volviendo a su lugar inicial, la antipolítica. Todos los políticos son unos traidores, en potencia o en acto. Todos son corruptos, mentirosos, venales, todos venderían por una prebenda a sus madres, incluidas sus madres patrias.
Carles Puigdemont se ha acomodado rápidamente a la nueva onda. Fue cabeza de las instituciones cuando el Astuto dio su histórico paso a un lado, pero ahora se apunta al nihilismo político desde su refugio en Waterloo. “¿Cómo puede la opinión de un juez del Supremo valer más que la de dos millones de catalanes?”, se ha preguntado ayer mismo. Buena pregunta. Pero convenía haber preguntado antes qué vale la opinión de dos millones de catalanes cuando va directamente en contra de la de la mayoría restante. Un juez no se representa a sí solo; es una institución, no un simple individuo; y no emite una opinión, sino un dictamen en un conflicto que afecta a una comunidad de personas, no a dos millones concretos y bien delimitados, sino a muchos más que sostienen otras opiniones también atendibles.
Así funcionan las cosas en democracia.
 

domingo, 11 de marzo de 2018

INGMAR BERGMAN CUMPLE CIEN AÑOS


Los cumpliría, mejor dicho, de no habernos dejado en 2007. Pero estamos en vísperas del centenario de su nacimiento, ocurrido en Uppsala el día 14 de julio de 1918. Nos lo recuerda en lavanguardia un artículo excelentemente documentado de Mauricio Bach.
No es que la circunstancia importe mucho ya en las fechas que corren, pero en su momento Bergman representó en la España franquista-episcopal una apertura (tardía) a otros climas culturales. Teníamos cerrados los accesos a la nouvelle vague francesa, los cineastas italianos eran en bloque gravemente peligrosos para nuestras frágiles conciencias (Antonioni, Bertolucci, Damiani y el peor de todos, el Fellini de “La dolce vita”), y la nueva generación de jóvenes airados ingleses apenas si empezaba a rebullir.
Pero en el ámbito de los jesuitas “aggiornados”, a quienes debemos tantos favores que hoy nos cuesta reconocer, alguien visionó “El séptimo sello” y decidió que su mensaje era positivo y profundamente cristiano.
La película fue un hit jaleado desde las instancias pre y pos conciliares. Se llegó a rumorear que Bergman estaba en trance de conversión al catolicismo, pero era solo fake news, tal vez con la idea de aflojar de alguna manera el puño rígidamente apretado de la censura clerical de Monseñor Morcillo (¿quién se acuerda aún de aquel premonitorio antecesor de los Cañizares y Munillas de hoy?) El caso es que se estrenaron (con cortes sustanciales) “El manantial de la doncella”, que contenía un milagro divino a continuación de mucha violencia sexual y homicida explícita, y “Como en un espejo”, que carecía de cualquier apoyatura religiosa en su argumento, pero por lo menos tenía un título bíblico.
En la misma onda vimos obras bergmanianas como “Fresas salvajes” y “El rostro”, que a mí me gustaron mucho. Llegaban con varios años de retraso, y justo antes del estallido de los planes de desarrollo y del cine de destape, que “normalizaría” nuestra cultura cinematográfica con arreglo a estándares europeos, por lo menos en lo referente a ombligos y fugaces visiones de tetas al aire.
Ingmar Bergman siguió creando películas, que fueron puntualmente estrenadas en nuestras latitudes, por lo general con muy escasa afluencia de público. Muchos años después y en una coyuntura muy diferente Hollywood rindió un homenaje al viejo maestro al premiar “Fanny y Alexander”, el larguísimo-metraje con el que el sueco se despidió de tantas cosas. Para la ocasión, el público volvió a acudir a las salas a despedirse de él. Siempre he sospechado que aquel revival se debió, más que a la capacidad de seducción de sus imágenes, al hecho de que Bergman se había convertido para entonces, desde el enfoque de la Reaganomics, en mártir oficial del execrado estado del bienestar. En 1976 la policía de Estocolmo había irrumpido en el teatro Dramaten en pleno ensayo, para llevárselo detenido como imputado por evasión fiscal. Después del sofoco padecido, Bergman se exilió.
La izquierda sueca lo aborreció por su falta de compromiso con la socialdemocracia; pude comprobarlo en persona durante mi verano sueco, el año siguiente. Pero el viejo maestro no era otra cosa, como tantos artistas (Woody Allen, que por lo menos en alguna de sus facetas ejerció de discípulo de Bergman, es el nombre que me salta de inmediato a la memoria), que un individualista empecinado que perseguía su propio sueño al margen por completo de los problemas de la corrección política.
Por tantas cosas, el centenario Ingmar Bergman merece nuestro recuerdo.
 

sábado, 10 de marzo de 2018

LA VIDA APLAZADA SINE DIE


El filibusterismo parlamentario se practica ahora desde la mismísima Mesa de la institución. Roger Torrent, presidente del Parlament catalán, ha decidido aplazar sine die la sesión de investidura del nuevo gobierno autónomo. Cabe recordar que no tenemos gobierno autónomo desde la tocata y fuga de Puchi, allá en octubre pasado, y que desde entonces vivimos en un interregno inquietante bajo la tutela del 155; que hemos celebrado unas elecciones, que al parecer no han servido para nada; y que ya ha pasado casi todo el invierno, pero seguimos en hibernación institucional.
El argumento de Torrent es que no hay permiso carcelario para que asista a la sesión de investidura Jordi Sánchez, el candidato consensuado por los segundos partidos más votados. Cabe recordar, sin embargo, que el consenso sobre Sánchez incluye a algo menos de la mitad de la cámara (la CUP, cuyos cuatro votos harían falta para redondear una mayoría justita, sigue plantada en la abstención).
Roger Torrent ha decidido esperar el dictamen solicitado al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo sobre la prisión de Sánchez. No hay ningún suspense en este asunto, sin embargo. Se sabe sobre poco más o menos lo que va a contestar dicho Tribunal. En sustancia, nada entre dos platos.
¿Hacían falta alforjas para este viaje? Algunos ciudadanos han perdido ya la paciencia y los modales. Ejemplo, un empresario alemán que apostrofó en el Círculo Ecuestre a Torrent diciéndole que no solo Sánchez, sino el propio Torrent y muchos más tendrían que ir a la cárcel por lo que están haciendo.
No comparto ese punto de vista, los alemanes están demasiado acostumbrados a que las cosas funcionen. Yo, como la mayoría de los catalanes, me esperaba la moción de Torrent. Nosotros estamos acostumbrados a esperar las reacciones más peregrinas por parte de nuestros representantes ya no sé si legítimos o legitimados, me hago un lío con las palabras.
La vida es eso que fluye sin sentir entre aplazamiento y aplazamiento de una investidura. John Lennon dijo alguna vez una frase parecida, aunque no habló de investiduras porque él era de Liverpool, no catalán. Jorge Cafrune cantó en Zamba de la esperanza: «El tiempo, que va pasando, / como la vida no vuelve más.»
Han aplazado la vida, y el peligro es que no vuelva más. Estamos sin autonomía, estamos sin gobierno. Estamos también sin esperanza, pero en ese aspecto es importante consignar que han salido a la calle a reclamarla las mujeres, los pensionistas… Detrás de ellos se agolpan los precarios, los enfermos en lista de espera, los dependientes, los escolares.
Las instituciones anuncian huelga indefinida de brazos caídos (para nada huelgas “a la japonesa” como las insinuadas por algunas jerarquías).
La vida está aplazada sine die.
 

viernes, 9 de marzo de 2018

UNA HUELGA UN POCO PIJA


El éxito de la huelga de las mujeres puede calibrarse en negativo por la apresurada rectificación de los estamentos dirigentes del Partido Popular y de Ciudadanos, que lucían lazos morados ayer por la tarde mientras todavía a primera hora de la mañana recitaban el consabido «No nos metamos en esto», y veían la convocatoria «un poco pija».
La tan traída y llevada mayoría silenciosa se ha puesto a gritar. Desconcierto en los estados mayores de los partidos de la derecha, los únicos que cuentan en las operaciones matemáticas de los mercados financieros. ¿No estaba todo controlado por medio de algoritmos omniscientes? ¿No estaba escrito en el frontón del Templo Mayor de la Bolsa Global, en bronces imperecederos, el lema «No Hay Alternativa»?
Ayer los hombres ─los hombres, cuando menos, que “sí” amamos a las mujeres─ desempeñamos el papel de meros acompañantes de la movida, desde un segundo plano que nos resultó muy gratificante. Y escuchamos con atención este otro lema, repetido por miles de gargantas ya no silenciadas, ya no anónimas: «Si nosotras paramos, se para el mundo.»
Después de aquel 15 de Mayo, ha venido este 8 de Marzo para confirmar que estamos en el principio de algo, que la historia no se ha acabado y el mundo no se va a parar, porque las mujeres se están moviendo. Las dos fechas son hitos de un trayecto alternativo común, plural y transversal, que no se deja capitalizar fácilmente por ninguna sigla, tal vez por aquello que ha venido diciendo Arrimadas, de que su signo es anticapitalista.
Lo importante es en todo caso que se trata de hitos de apertura de una alternativa, que aparece allí donde no había oficialmente ninguna. Que rasca donde nos decían que no había nada que rascar.
Faltan aún, de seguro, muchas etapas para completar ese trayecto ideal. Pero tenemos la esperanza muy sólida de que llegarán más hitos, de que habrá otros 8M.
 

martes, 6 de marzo de 2018

EL VOTO AIRADO


Mi primera reacción a los resultados de las elecciones italianas ha sido que yo ya lo sabía de antes. No pretendo presumir de profeta: no sabía las performances ni los porcentajes; la tendencia general, sin embargo, estaba clara. Ya había ocurrido algo parecido antes en Francia y en Alemania, con la contención debida a que ambos países cuentan con diques sólidos, sistemas equilibrados de esclusas y mecanismos de frenado eficientes. En Italia, como sucedió también en Estados Unidos en su día, se ha producido un desparrame total. Un desparrame total anunciado, apostillo. En España (incluida Cataluña, que algunos, tanto en un lado como en el otro de la trinchera, consideran como una cosa aparte, una rareza; y no lo es) está ocurriendo lo mismo desde hace unos años, aunque de otra manera. Aquí se da un votante tipo que sostiene el statu quo, bien sea centralista o separatista, porque no cree en nada, nada le provoca y todo le indigna. Lo ha dicho recientemente el historiador Paul Preston: los españoles tenemos respecto del poder un fondo inagotable de cinismo. Convencidas de que todos los que vengan van a ser más de lo mismo, amplias capas de votantes enfurecidos siguen votando una y otra vez a los mismos, o sea a quienes les enfurecen. Con el objeto de dar por culo a quienes anuncian novedades. Que aprendan esos tales de una vez de qué va la vaina.
Y luego, en la época del GPS, los expertos siguen en el silencio de sus laboratorios practicando la medición precisa de la paralaje del voto popular con un astrolabio. El resultado es pura filfa: ha habido por medio una mutación de la que no se ha tomado nota debida. Los partidos políticos ya no son el vehículo de las expectativas y los deseos razonables de sus seguidores, sino acericos que el voto airado elige de forma deliberada en cada momento para pinchar donde más duele, con sus alfileres, el corazón del sistema. No es un voto de castigo al que lo ha hecho mal, es un voto de odio universal a la puta que les parió a todos.
La reconstrucción de la política como arte de lo posible y como seducción de mayorías sociales hacia un compromiso común, tendrá que tener en cuenta la situación límite en la que nos vamos encontrando sucesivamente, país por país. Lo primero, no cabe duda, debe ser devolver a la ciudadanía las expectativas, la certeza de que existirá un futuro digno de ese nombre, y no una desesperación creciente porque todo va a ir a peor.
A partir de ahí, la ciudadanía podrá poco a poco volver a votar en función de las expectativas que le resulten más preciadas, sus preferidas entre todas. Hoy por hoy, desde las atalayas del establishment se espera que la gente vote mierda por el mero hecho de que antes se le ha asegurado que No Hay Alternativa.
 

domingo, 4 de marzo de 2018

REFUERZOS IMPORTANTES A FAVOR DE LAS MUJERES


El cardenal-arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, ha dicho que María de Nazaret habría estado a favor de la huelga del próximo día 8. Siendo quien es el declarante, seguro que sus fuentes son fiables. Se trata, sin duda, de un refuerzo importante a favor de las mujeres.
Monseñor casi lo estropea después, al dar explicaciones. Asegura, por ejemplo, que «la valoración más preciosa que se puede hacer de la mujer está en la Virgen María», opinión que me parece pelín sesgada hacia sus intereses llamémosles profesionales; y realizó su portentosa declaración en un acto de presentación de un libro sobre el Opus Dei.
Dejémoslo así: la ciudadana María suscribiría con gusto la huelga del 8 de marzo, en su condición indudable de mujer trabajadora; si bien es dudoso que se comportara de igual manera desde el pedestal en que la han colocado como Virgen del Amor Hermoso, condecorada por el Ministerio del Interior español, que no oculta sus reticencias hacia la convocatoria. Tampoco las ocultan nuestro presidente del Gobierno ─signifique dicha etiqueta lo que signifique, porque no estamos muy seguros ni de que presida nada ni que, de hecho, tengamos gobierno propiamente dicho de alguna especie─, que ha propuesto que “no nos metamos en esto”, ni la intrépida Harry (Inés Arrimadas), a la que parece mal la movilización porque va en contra del capitalismo. Si hay que elegir entre el capitalismo y la igualdad de la mujer, Harry se queda con el primero. Aunque le duela personalmente (sus ingresos netos están, seguro, muy por debajo de los de Albert Rivera, mientras que en la cuestión de los merecimientos, la proporción se invierte).
No quiero ponerme difícil en estas quisicosas. Bienvenida sea María de Nazaret a la acción del día 8. Estará presente con la cara muy alta, ejerciendo sus derechos y en medio de sus compañeras.
Sin privilegios ni besamanos.
 

sábado, 3 de marzo de 2018

PARCIALES POR LA BUENA CAUSA


En España el odio y el menosprecio son delito cuando van en la dirección no conveniente, pero se convierten en ejercicio de la libertad de expresión si van en el sentido adecuado.
No descubro nada con la anterior afirmación; es una constante de la vida cotidiana en este país. Pablo Hasel, un rapero, acaba de ser condenado a dos años y medio de cárcel por insultos graves similares a los que vierten diariamente con la mayor impunidad los Inda, Losantos, Marhueda y tutti quanti. Salvo que ellos lo hacen en la dirección adecuada.
Unos jóvenes de Alsasua tuvieron una pelea en un bar con dos guardias civiles de paisano, durante las fiestas del pueblo. Van a ser juzgados por terrorismo y delito de odio. Sus abogados han recurrido la presencia en el tribunal que debe juzgarles de la magistrada Concepción Espejel, casada con un coronel de la Guardia civil y condecorada por méritos contraídos con dicho cuerpo.
Nadie había percibido ningún contrasentido en esa circunstancia. La imparcialidad no es un valor importante para nuestro establishment. Se prefiere con mucho la parcialidad patente por la buena causa.
En una escala bastante diferente de valores, el árbitro Mateu Lahoz decidió el resultado del partido Las Palmas-FC Barcelona al ignorar una mano fuera del área del portero canario, para evitar el remate a puerta de un delantero que se presentaba en soledad absoluta. Según el reglamento, es falta y expulsión del infractor. Mateu decidió no ver lo evidente, y pitó el descanso un minuto antes del tiempo reglamentario.
En la continuación demostró que no era corto de vista, porque pitó penalti contra el Barça en una acción en la que tal vez en un rebote el balón rozó la mano de un defensor barcelonista. Si hubo o no mano (desde luego, involuntaria) sigue siendo objeto de polémica aun después de cientos de pases en la moviola; pero “Ojo de Halcón” Mateu pitó penalti sin vacilar.
Javier Tebas, presidente de la Liga y militante de Fuerza Nueva, ha declarado que lo sucedido es enteramente normal y no ha de ser considerado con suspicacias. Sí le parece punible en cambio la actitud de Piqué, al hacer callar en el estadio de Cornellá, después de meter un gol, al público que estaba insultándoles a él, a su compañera y al hijo de ambos. Según Tebas, la actitud de Piqué fue de provocación. No han sido objeto de sanción los insultos del público. El juez único de la Liga, sin embargo, ha desestimado la denuncia del club RCD Español contra Piqué. También el Supremo ha absuelto a la tuitera Cassandra por unos chistes sobre Carrero Blanco.
Pero no llevar el acoso a los revoltosos hasta sus últimas consecuencias no quiere decir que no exista acoso, y que ese acoso no tenga una influencia “saludable” en los comportamientos sociales, porque muchas personas indignadas se tentarán cien veces la ropa antes de meterse en líos.
“Con la Iglesia hemos topado”, decía ya Don Quijote hace un porrón de tiempo. Entonces como ahora, la santa inquisición con el apoyo entusiasta de alguaciles y magistrados ayudaba a conformar una España prístina y unánime mediante el procedimiento más acreditado para mantener silenciosas a las mayorías discrepantes.
 

viernes, 2 de marzo de 2018

RENACIMIENTO DE AUSIÀS MARCH


Una crónica de Ferran Bono en elpais da cuenta de la atención que está suscitando recientemente el poeta valenciano Ausiàs March en círculos culturales oficiales: una edición bilingüe de sus Dictats en Cátedra (la bilingüe es la única vía para interesar a la cultura castellana en un autor que se expresó en una lengua distinta, llámesele catalán, o valenciano), dirigida por el hispanista Robert Archer; más unas Jornadas dedicadas a su poesía por la Fundación March.
Bono cae en varias inexactitudes en su crónica. Conceptúa a Ausiàs como misógino, cosa que no se le ocurriría a nadie que lo haya leído; lo sitúa “en las postrimerías de la Edad Media”, cuando bebió de las fuentes del Dante y de Petrarca, del dolce stil nuovo que mal puede considerarse ya medieval; y dice de él que fue “el primer poeta en su idioma”. Hombre, según. El primero de su época en orden de importancia, tal vez; de ningún modo el primero cronológicamente, a menos que retiremos el saludo a Ramon Llull, Bernat Metge, Anselm Turmeda o el mismísimo Pere March, padre de Ausiàs. Reconocer la valía de este último tampoco debería comportar el olvido de Jordi de Sant Jordi, que murió muy joven en Italia, de Andreu Febrer, traductor de la Commedia de Dante al catalán, de Joan de Timoneda, de Lluís de Vilarrasa…
Constata además el articulista que la obra de March fue elogiada, ya en su época, por el Marqués de Santillana. Hubo bastante más que eso: el joven Íñigo López de Mendoza, aún sin el título que lo adornaría años más tarde, y su jovencísima esposa Catalina Suárez de Figueroa, acompañaron al rey Ferran (llamado de Antequera) a los territorios de la Corona de Aragón y estuvieron presentes en la coronación de Alfonso V. López de Mendoza fue íntimo de los hermanos del nuevo rey, los muy nombrados Infantes de Aragón, dueños entonces de más de media Castilla. En Barcelona conoció a Ausiàs (Alfonso lo había nombrado halconero real, y a Íñigo su copero, dos oficios de corte que bien pueden catalogarse de sinecuras), a Jordi de Sant Jordi y a Andreu Febrer, y leyó a los poetas provenzales, a Virgilio y a Dante, por lo menos y que se sepa. Según fuentes, el futuro marqués hablaba a la perfección el catalán e incluso componía versos en esta lengua. Cuando Alfonso montó la gran expedición a Italia, que pasaría por Cerdeña y Sicilia antes de aterrizar en el Nápoles de la reina Juana, Íñigo renunció a acompañarlo (no le faltaron ganas) y se volvió para administrar sus posesiones a Carrión de los Condes, con su esposa y su primogénito y heredero Diego Hurtado de Mendoza, nacido en Barcelona. En Carrión encendería la llama del primer Renacimiento castellano, que prendió espléndidamente en sus parientes Gómez y Jorge Manrique.
De modo que en esas estamos: un contexto ya nada medieval, que anticipa lo que va a ser el Renacimiento maduro en Castilla y en mucho menor medida en Aragón, donde las guerras civiles van a agostar aquel florecimiento temprano.
He tenido el atrevimiento, en este mismo blog, de comparar a Ausiàs con Quevedo en dos composiciones amorosas, y dar la palma al primero en perjuicio del segundo. El lector curioso puede encontrar esa pieza, irreverente con las clasificaciones habituales y abiertamente crítica con nuestros estamentos de la cultura, en http://vamosapollas.blogspot.com.es/2017/06/ausias-versus-quevedo.html.
No hace falta expresar, entonces, cuánto me alegro de este repentino y tardío renacimiento de Ausiàs March. Nunca es tarde si la dicha es buena.
 

jueves, 1 de marzo de 2018

EL DÍA CATALÁN DE LA MARMOTA


Un dicho de por aquí afirma que cualquier sucedáneo barato sirve para lo mismo que el champaña, con tal que haga ruido y espumee (“peti i faci bromera”, en autóctono). La expresión se ajusta maravillosamente a la legitimación de Puigdemont, la candidatura de Jordi Sánchez, el aval del 1-O y la ratificación, soslayada finalmente en el pleno pero aceptada por la Mesa y guardada en la recámara, de la DUI (declaración unilateral de independencia); todo ello propuesto desde las filas independentistas como los entrantes del menú de la reapertura del Parlament catalán. Puestas así las cosas, el desafío va decantándose hacia la cuestión de si se cansará primero el Gobierno central de jugar al 155 o la milicia procesista de torrar els collons con sus vaivenes continuados entre el “todo fue simbólico” y el “ara va de bó”.
Yo diría que el Gobierno central está infinitamente cómodo en su posición, pero puede que me equivoque. Y diría también que los fuegos artificiales parlamentarios tienen una atracción más bien escasa a los ojos de un público virado con brusquedad excesiva desde las certezas sagradas hacia la inquietud acuciante por el futuro. Por el futuro de las pensiones, por ejemplo. Por el futuro de los ahorros, de las empresas familiares, de los puestos de trabajo. Incluso del Mobile World Congress.
Puede que me equivoque también en esto, no lo excluyo. Percibo en la ciudadanía que me rodea un gran sentido de la dignidad a toda costa en este trance (sobre todo, no hacer el ridículo), pero también una gran angustia en lo referente a cómo acabará tot plegat.
Un sistema político tan intrínsecamente pervertido ya ha expulsado de su seno a excelentes adalides de la política a la vieja usanza, como Joan Coscubiela, despedido por Jordi Tururull con la recomendación de que ingrese en la FAES. Curiosamente, un pijo neoliberal como Tururull está convencido de situarse a la izquierda de un sindicalero como Coscubiela en la actual tesitura. Son espejismos de una situación que de tan paradójica acaba por resultar ridícula. Pasado mañana Jordi y sus congéneres declararán bajo juramento ante los tribunales que todo lo han hecho para echarse unas risas; y la semana siguiente, de vuelta al Parlament, se reafirmarán tal vez en que la DUI fue en serio, para que la diversión no acabe tan pronto.
No hay cuidado, hay diversión para rato, estamos en el día catalán de la marmota.