miércoles, 31 de agosto de 2022

GORBACHOV NO CAMBIÓ EL MUNDO

 


Mijaíl Gorbachov, en primer plano; detrás de él, Vladimir Putin. La foto histórica ha sido colgada en Twitter por Ian Bremmer.

 

A cada cual lo suyo. Mijaíl Serguieievich no fue un líder de masas, ni un gran reformador, ni un profeta. Fue, durante breves años, un “vértice” que intentó promover cambios sensatos e influir en sus bases sin bajarse en ningún caso del lugar que ocupaba. Prohibió por decreto la venta de vodka en la Unión Soviética, y no es maravilla que acabara defenestrado primero, y sustituido después en el liderazgo, por un borrachuzo redomado como Boris Eltsin.

Tal vez las reformas propuestas por Gorby habrían colado con un copioso acompañamiento de vodka en todos los niveles de la sociedad y del partido. Él mismo se cerró ese camino. Por honestidad, diría yo. Raisa y él se pasearon bastante por los platós del mundo occidental anunciando el advenimiento de una nueva era, y aparecieron con mucha frecuencia en las revistas de papel satinado. En diciembre de 1989, Gorbachov se reunió en el Vaticano con el papa Wojtila; fue el encuentro de dos Papas, celoso cada cual de su feligresía. En 1990 le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz, un movimiento precipitado por parte del Parlamento noruego y también un regalo envenenado, al que la Curia moscovita reaccionó con un golpe de Estado “de terciopelo”, que degeneró en motín popular.

Después todo pudo haber sido distinto, es cierto. Pero ni apareció por ninguna parte la Paz soñada, ni el mundo cambió. Comparecieron los liquidadores, se hicieron lotes con las riquezas del imperio, y el vaquero de películas de serie B se colgó a sí mismo la medalla de ganador de la guerra fría.

Lo que empezó en los años noventa fueron nuevos capítulos de la misma serie anterior. Se abrían nuevas oportunidades para todos, sí, pero en un mundo gravemente dislocado. Paso a paso llegaron el atentado de las Torres Gemelas, la guerra de Irak y otras guerras, el crac de Lehman Brothers, la pandemia, la guerra de los drones en Ucrania.

Solo han pasado treinta años, Es tiempo de mostrar nuestro respeto intacto a una persona estimable por sus cualidades y su coraje personal, pero es mucho más urgente recolocar el mundo “global” en los carriles de un progreso real universal, sostenible, solidario, inclusivo.

 

lunes, 29 de agosto de 2022

PLANIFICACIÓN A LA MADRILEÑA

 


Carmen y yo, agosto de 2022. En nuestra preplanificación familiar no hay, lamento decirlo, ningún nacimiento previsto. (Foto, Glòria Gutiérrez)

 

Isabel Díaz Ayuso está preocupada por la baja natalidad en España, y echa la culpa del estropicio, cómo no, al gobierno de Pedro Sánchez, como si en los tiempos del patriarca don Mariano nos vinieran los niños a capazos y con un pan debajo del brazo.

Ayuso adoba su denuncia con un mapa en el que aparecen coloreadas las natalidades de cada provincia. En la España vaciada, las zonas en blanco y en rosa muy claro indican una natalidad situada por debajo de la mortalidad: en una palabra, el despoblamiento. Si se ajustaran los colores a los municipios en lugar de a las provincias, el blanco se extendería imparable por el mapa; solo las capitales provinciales y algunas ciudades grandes mantienen cierto pulso vital en este asunto. Gracias a la inmigración, sería justo añadir; porque nuestros connacionales ya no esperan nada bueno del futuro

Ayuso no se interroga sobre las razones de una tasa de natalidad ínfima, pero asegura tener un plan. Esto es exactamente lo que ha revelado en Twitter: «En Madrid hemos puesto en marcha un programa único este año y con nuestro gobierno siempre irá a más.»

No es un anuncio demasiado informativo, por decirlo suave. Quizás alguien pueda aclararme en qué consiste exactamente ese programa “único” y para un año, y en qué variables incide. Temo que todo se reduzca a más de lo mismo. Lo único que conozco es la respuesta del economista Julen Bollain: “Según UNICEF, 1 de cada 3 niños y niñas en la Comunidad de Madrid vive en riesgo de pobreza y exclusión social. Ocupaos, en primer lugar, de que quienes ya han nacido tengan unas condiciones de vida dignas, por favor.” 

IDA no se está apresurando a contestar. Alguien podría suponer que está negando la mayor: uno de sus altos funcionarios ha asegurado que “no ve pobres” en la Comunidad. Oiga, caballero, ¿ha mirado usted bien?

En resumen, es de temer que el plan de IDA sea continuación del que puso en marcha con las residencias de ancianos durante el covid: negar la existencia del problema, desentenderse de las personas – abuelos antes, niños y niñas en el caso actual – en riesgo de pobreza y exclusión, y ofrecer únicamente ventajas a las clases altas, con bajadas de impuestos y un elitismo aposentado en la sanidad y la educación privadas.

Para ese viaje terriblemente tóxico no hacen falta alforjas. La sabiduría popular lo ha etiquetado hace ya siglos con un refrán contundente: “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Es lo que nos propone en último término la lideresa, enfrentada a un gobierno central que insiste tozudo en su empeño de no dejar a nadie atrás en la salida de la crisis.

 

sábado, 27 de agosto de 2022

TOPLESS

 


Una joven militante feminista, en el curso de una sonada manifestación de protesta. (Fotograma de “Ayer, hoy y mañana”, Vittorio de Sica 1963.)

 

En esa insistente campaña que circula por las redes en favor de suprimir los anglicismos de nuestra maravillosa lengua, nunca he leído la propuesta de sustituir “topless” por “despechugue” u otro término similar, ya que riqueza en la sinonimia no puede decirse que falte (“domingas al aire”, por poner el primer ejemplo que se me ocurre).

Lo cual me lleva a cavilar que, muchas veces, si se utiliza el inglés en determinados contextos, no es por una tendencia irresistible al esnobismo, sino como eufemismo en el tratamiento de temas delicados. No ahondo en el tema, pero ejemplos no faltan en la literatura propagandística del erotismo.

De otra parte, en el terreno de la economía hay muchos términos codificados en inglés desde hace muchos años (“no stop”, “just in time”, etc.) José Luis López Bulla me contó hace años la estupefacción del sindicalista y político italiano Fausto Bertinotti cuando un miembro de una comisión negociadora que él encabezaba se negó a firmar un convenio colectivo, a menos que se eliminase a Hong Kong de los acuerdos alcanzados, ¿qué tenemos que ver en Italia con Hong Kong?

No era Hong Kong, era “Know-How”.

El caso es que en el Día Internacional del Topless (porque tal cosa al parecer existe en la vida real), la consellera de Feminismes i Igualtat del Govern de Cataluña, Tània Verge, propuso “hacer topless” como instrumento de normalidad feminista. “Hay mugrons (pezones) permitidos, y otros que no”, reivindica la consellera en un vídeo. Eso ocurre, según explica, “en algunos espacios”, sin concretar.

Más allá de las playas y las piscinas, no sé qué espacios puedan ser, y aun en estos el sinsostenismo femenino, e incluso la caída del calzón de baño en ellos y en ellas, son incidentes amplísimamente tolerados. No tengo noticia de que la guardia civil o los gendarmes de Saint-Tropez hayan irrumpido en una playa nudista desde hace muchos, muchísimos años.

Si la señora Verge se refiere al momento de la Elevación en una misa de doce, resulta que también están prohibidos los pezones masculinos. Lo mismo viene a ocurrir tradicionalmente en las ceremonias de jura de la bandera y en la Gala de los Premios Goya, si bien en este último caso, oh paradoja, se tiende a ser más tolerante con los pezones femeninos – insinuados o entrevistos en transparencias – que con los masculinos, rigurosamente ocultos bajo una camisa encorbatada debido a un uniformismo injusto autocráticamente impuesto. No tiene razón, por lo tanto, Tània Verge, salvo que se refiera a Facebook e Instagram.

De todo ello podría tal vez extraerse una moraleja, pero no me atrevo a intentarlo. Los guardianes de las redes podrían enfadarse, y una de las cosas que menos me apetece en este mundo cruel, es convertirme en un mártir del despechugue o del topless, táchese lo que no convenga.

 

miércoles, 24 de agosto de 2022

PROYECTO PARA ESTE OTOÑO-INVIERNO SE NECESITA

 


Ensayando el gran salto. Foto de Alberto D. Albano para National Geographic. (Tomada a préstamo del muro de Caridad Ribera.)

 

En una entrevista reciente en El País, firmada por Clara Blanchar, la filósofa Marina Subirats ha lamentado que la clase trabajadora no tenga “un proyecto propio”. Da en el clavo. Tenemos una clase trabajadora capaz seguramente de muchas cosas, algunas de ellas incluso heroicas; pero sin proyecto por el que guiarse.

Séneca, un cordobés sabio como Tito Márquez, había advertido hace muchos siglos del inconveniente de carecer de proyecto, con unas frases de este tenor (no tengo la cita a mano, y además estaba en latín): “Puedes ser muy diestro con el arco, calcular con precisión la distancia, la altura y la fuerza del viento, pero si no has elegido un blanco determinado al que disparar, tu flecha no llegará a ninguna parte que valga la pena.”   

El gran problema de la clase trabajadora empezó tal vez con la ruina de la URSS (algunas voces cualificadas aseguran que venía de bastante antes), que modificó y dislocó la forma del mundo: antes, este era un artefacto bipolar, basado en la confrontación en los terrenos militar y comercial, y en una política firme de disuasión para evitar la posibilidad, casi certeza, de un holocausto nuclear.

Después, empezó un proceso intenso de “globalización” (empleo el título oficial del mejunje) que trastocó todos los acimuts conocidos sin avanzar en una nueva cooperación desde la cual superar la desconfianza anterior. La prueba del algodón, es la actual guerra de Ucrania.

Mientras el Pacto de Varsovia se disolvía, la OTAN ha seguido “en funciones” como si se tratara de un CGPJ español, cuando su misión ya estaba agotada. No se han creado nuevas instituciones inclusivas para reforzar la cooperación y la solidaridad; los imperios han seguido recitando sus respectivos monólogos, y en tan grande polvareda se ha perdido sin remedio a corto plazo el proyecto de la izquierda real, así la radical como la moderada, que dependía por entero de la forma anterior del mundo.

No ha sido el único seísmo que hemos vivido en nuestra generación. De la misma forma que se anunció el final de la Historia, se proclamó el final del trabajo. Las nuevas tecnologías nos libraban a todos del trabajo tanto físico (los robots) como intelectual (las computadoras), Los únicos residuos de trabajos aún existentes en tanta modernidad eran tan solo rarezas obsolescentes sobrevivientes a corto plazo en determinados sectores de un gran atraso y perspectivas alicortas.

La realidad es distinta: no se ha acabado el trabajo, sino el valor asignado antes al trabajo. Este segundo terremoto ha llegado como una consecuencia directa del primero: dado que la clase trabajadora había perdido el proyecto del socialismo, esgrimido antes desde el impulso motor de los grandes partidos de masas y sus dirigentes, se vio obligada a negociar de forma fragmentaria y a la baja cuestiones tales como el salario, las condiciones generales del empleo y la continuidad básica de las personas en su puesto de trabajo. La precariedad descarnada de todo tipo se abrió paso. El empleo rotaba cada vez a mayor velocidad entre un ejército de reserva universal, gracias a las deslocalizaciones y las externalizaciones. Los salarios descendieron por debajo de la “ley de bronce”, de modo que convivían sin reparos con la miseria más cruda. Eran necesarios varios salarios simultáneos para que determinadas personas, en particular jóvenes y mujeres, pudieran asomar la cabeza por encima del umbral de la pobreza.

En algunas naciones la escabechina no ha sido tan violenta como en España; en muchas otras, lo ha sido aún más. El asunto, sin embargo, no depende tanto de los territorios como de la posición de las empresas en las cadenas internacionales de valor. No se preocupen si no han entendido la última frase, a lo que me refiero es a que los/las trabajadores/as pueden ser igualmente marginales y miserables en un país frágil como Bangladesh, y en un suburbio urbano de los mismísimos Estados Unidos. No es una cuestión de renta media per cápita, sino de sometimiento global a las leyes inviolables del mercado.

Ahora mismo estamos ganando derechos en este país, debido a la fuerte iniciativa de un gobierno progresista y de unos sindicatos democráticos representativos que encabezan la lucha por mejores condiciones salariales y sociales. Se ha avanzado hacia la igualdad. Magnífico. Pero advierte Subirats en la entrevista antes citada de que «cuanto más se avanza en derechos, más afloran los discursos reaccionarios». No es casualidad, ni es un fenómeno pasajero. Por ello, el crecimiento de los derechos unido a la ausencia de un proyecto, representa un peligro cierto. Es, como diría Séneca, disponer de una flecha y no saber adónde dirigirla. El gran colectivo de la clase trabajadora debe asumir el papel dirigente que le corresponde por su historia: debe luchar por el salario y por las condiciones relacionadas con su prestación, por supuesto. Pero además debe dar la batalla en el nuevo terreno en el que se le exige: debe acceder y adueñarse del funcionamiento de las nuevas tecnologías de la comunicación, sin dejarse esclavizar por estas; debe imponer en los lugares de trabajo el uso de energías limpias, en lugar de resignarse pasivamente a lo que decida el patrón; debe favorecer con decisión en el plano internacional la paz, la solidaridad y una cooperación sin fronteras, y nunca refugiarse en el “nosotros” contra “ellos” como norma mezquina de conducta.

Hace falta un proyecto de la clase en su conjunto para este otoño-invierno, no se puede dejar para luego. Es un proyecto que habrá que ofrecer también a los partidos de izquierda, sin excepción, en reciprocidad por lo que ellos hicieron por los trabajadores en otro momento histórico.

 

lunes, 22 de agosto de 2022

SOPA DE ESE GANSO

 


A falta de la felicidad, uno puede comprar un buen sucedáneo, siempre que le llegue la calderilla para pagarlo. Se puede conseguir un helado, como indica ese simpático cartel, o bien una birra en una terraza, aquel/lla que lo considere preferible. (Imagen robada de FB. Maldito de mí, no la documenté en su momento, pido excusas al propietario.)

 

Ha declarado Alberto Núñez Feijoo que lo primero que hará al llegar al gobierno – caso de que llegue, que esa es otra –, será derogar la Ley de Memoria Democrática, la Ley de Educación y la Ley Trans.

Un presidente de gobierno no tiene capacidad para derogar leyes, pero vamos a suponer en beneficio del argumento que Don Alberto estaba hablando de poner en marcha los mecanismos institucionales para, desde una mayoría absoluta y absolutista, pasar la apisonadora por el parqué y planchar toda la obra legislativa anterior de la purria bolivarista. Visto así, se entiende mejor el asunto.

Las tres medidas que se propone llevar a cabo Don Feijoo en el más corto plazo a partir de su eventual toma de posesión, entran dentro de un mismo orden: no quiere memoria democrática porque le traería malos recuerdos, por más que él mismo tendría inmunidad plena; no quiere educación porque esta no se compagina bien con los salarios bajos de la clase de tropa; no quiere derechos de expresión sexual, finalmente, porque los únicos derechos en este terreno son los reconocidos de forma consuetudinaria al clero, según la vieja y archiconocida fórmula de “con el fraile mejor que con nadie”.

Rufus T. Firefly (Groucho Marx) hizo una promesa parecida al hacerse cargo de los destinos de Libertonia por mandato del establishment local representado en la persona de la riquísima viuda Gloria Teasedale (Margaret Dumont). Firefly, en una de las primeras escenas de Sopa de ganso (Leo McCarey 1933), declara ante el nutrido público que le vitorea: «Si ustedes creen que este país está en crisis, esperen a verlo después de que haya pasado por mis manos.»

Igualico, igualico, que su nietecico Don Feijoíco. La enorme competencia en temas de Estado de que está dando prueba el líder de la derecha augura reformas de calado en la perspectiva: se bajará el salario mínimo, se reducirá la cuantía de las pensiones salvo para aquellos que no las necesitan, se suprimirán los impuestos a la banca (que estará facultada de otra parte para doblar las comisiones a los pequeños clientes), y solo será posible que los esposos bendecidos por el sacramento follen los viernes de cuaresma después de rezar el rosario en familia. Las casas de tolerancia se reabrirán, en cambio, para un sexo correctamente encauzado, dado que favorecen la creación de puestos de trabajo y la promoción social de las jóvenes, que de ese modo no echarán de menos para nada una educación derogada por decreto-ley.

Los ciudadanos seremos felices y comeremos perdices cobradas en cacerías masivas organizadas por la Dirección General de Caza y Toros para revitalizar la España vaciada. Las perdices, por cierto, debido a la guerra de Ucrania, serán artículo de lujo y sus precios andarán más o menos por las nubes.

domingo, 21 de agosto de 2022

TANTO VERANO

 


“Avez-vous remarqué que j’avais un beau cul?

G. BRASSENS, “La fessée”

 

Todas las mañanas bajo a la playa a chapuzarme. No es una caminata, apenas 70-80 metros para llegar. Busco allí un hueco donde colocar la toalla, y me basta recorrer dos o tres metros más para una inmersión milagrosa que me libra del sol implacable y del calor pegajoso. El agua está fresca aún, y transparente. Los circunstantes avisan de que este año hay medusas, pero no han aparecido por mis vericuetos: solo los nadadores de larga distancia vuelven de vez en cuando a la orilla con un hematoma en el brazo o el costado. En lo que a las medusas y a mí respecta, hay una reciprocidad de no injerencia cortés: vivimos y dejamos vivir.

La playa es un margen de libro: de un lado tiene el texto, la población; del otro, el abismo. En ese corto espacio en blanco, puedes escribir lo que te parezca, siempre en letra pqña. y con abrevs., o bien, no escribir nada y hacer el mirón. Los de mi rincón de playa nos conocemos casi todos de vista, pero socializamos poco. Cada cual va a su bola, quien planta una sombrilla, quien pone a flotar una tabla de surf, quien da cucharadas parsimoniosas de papilla preparada a la jovencísima generación.

Los niños se apoderan del borde del margen, y juegan a salpicarse mutuamente. Los caballeros desfilan hacia el chiringuito y vuelven a su sombrilla cargados de cervezas y colas. Las mujeres se desvisten con determinación, y las jóvenes hermosas nos dedican miradas de reojo a los mirones boquiabiertos cuando sale a relucir su mínimo tanga: “¿Se ha fijado qué bonito culo tengo?”

Una mañana de playa es como un baile en palacio. Y en el casting de esa representación fastuosa, a mí me corresponde el papel de Cenicienta: en tocando las campanadas de las doce (en el reló de la iglesia de Poldemarx), el hechizo se rompe. Los domingos, antes incluso. A esa hora bajan por la Riera o por la calle Consolat de Mar manadas de bañistas, unos que vienen a pie del camping, otros que llevan tres cuartos de hora buscando aparcamiento, otros más que han dormido hasta tarde y mordisquean aún el último cuerno del cruasán industrial del desayuno. Aparecen con grandes flotadores, cestas de comida, sillones plegables; enarbolan sombrillas puntiagudas como herrumbrosas lanzas. Algunos incluso traen a brazo un transistor tamaño grande, aunque las tablets y los galaxys están ya arrinconando a esa subespecie obsolescente.

Tanto verano, ya, tanto alarde de temperaturas. Con cierto sentimiento de saturación, hacia las doce menos diez recojo mis sandalias y mi toalla extendida al sol, guardo el aceite solar en la bolsa, me pongo una gorrilla de los Chicago Bulls, y me vuelvo al apartamento. Carmen siempre se queda un rato más, no mucho, el último chapuzón, mientras los recién venidos van ocupando todos los huecos visibles en el margen.

PS.- Ahora mismo, cinco de la tarde, llueve en Poldemarx.



miércoles, 17 de agosto de 2022

EMPANADILLAS GRATIS

 


Refrescándonos durante una excursión, sin quebrantar decretos de acondicionamiento climático. Finales de los años cincuenta. Yo soy el segundo por la izquierda.

 

El youtuber se negó a pagar la empanadilla de diseño que se había comido. Iba contra sus principios, dijo; él siempre comía gratis en los establecimientos de primer nivel. Si se empeñaban en obligarle a pagar lo consumido, él retrucaría exigiendo 2.500 euros por haber aceptado comer lo que la casa le sirvió a demanda.

Un lío difícil de resolver, se mire como se mire. Cuando yo era chico y la sociedad de consumo solo era una luz al final del túnel, mi tía Concha abría para mí la lata en la que guardaba las empanadillas y me dejaba comer dos o tres. Eran deliciosas.

“No le des más, que luego no me come en casa”, le decía mi madre. “Bueno, pero es que está en la edad del crecimiento. Le sacaré unos chiribitos, que se comen sin gana.” Sacaba entonces otra lata, de esas grandes y herméticas para galletas, y me ponía delante una fiesta de chiribitos. Era una fruta de sartén hecha con masa muy fina, que después de dorada al aceite se escurría bien y se espolvoreaba con azúcar. ¡La de chiribitos que me habré comido yo de gratis, sin ser youtuber ni nada parecido!

La temperatura ambiente era muy otra cosa. Si apretaba el calor, mi tía Concha entornaba los postigos y dejaba la sala de estar a la sombra mientras nos aireaba a todos con un abanico de tamaño king-size. Para refrescarnos teníamos el botijo, bien sudado en su rincón y a cuya agua se había añadido un suspiro de anisado. También nos sacaba mi tía folios usados de papel, mecanografiados por un lado, para que dibujáramos en la otra cara nuestras fantasías, con un rimero de lápices de colores que nos ponía delante. Apenas podíamos ver lo que dibujábamos (yo siempre pintaba futbolistas disparando a puerta y guardametas deteniendo el balón en posiciones acrobáticas) con los postigos entornados, pero ni modo de que encendiera la luz eléctrica a media tarde. En cambio, aquella penumbra favorecía los asaltos furtivos a la caja de los chiribitos mientras mamá estaba distraída comentando lo caro que iba todo.

Fuimos muy felices en casa de mi tía Concha, en los años cincuenta del siglo pasado. Quizás sea necesario añadir que aquellos eran otros tiempos.

 

martes, 16 de agosto de 2022

VIOLADORES ABSUELTOS

 


Apolo parece haber alcanzado su objetivo, pero la ninfa se evade metamorfoseándose en laurel (Gian Lorenzo Bernini, “Apolo y Dafne”, copia)

 

El estereotipo es muy fuerte; se diría que el problema real de género consiste en que las mujeres carecen de la consideración de personas individuales y solo son, así en montón, género. Su “no es no” resulta inefectivo, cuando no inverosímil. En tanto que género, solo es concebible su sumisión a la norma común: blanco, líquido y en botella, es leche, imposible suponer una leche que se niegue a ser leche.

Hay antecedentes históricos y literarios, sin embargo, que humanizan a la mujer. La diosa Ártemis le soltó a Acteón su propia jauría por haber presumido en la barra del bar de haber tenido una relación con ella mientras los dos cazaban. El chico quedó literalmente destrozado.

Dafne escapó de la persecución insistente y engorrosa de Apolo convirtiéndose repentinamente en un arbusto: un laurel en concreto. El dios no entendió la indirecta y se lastimó las partes que más dispuestas tenía a una interacción provechosa para él y supuestamente colmo del deseo de una simple ninfa. Mala suerte, otra vez será.

Hay una bonita Oriental de José Zorrilla en la que el moro renuncia a la cristiana raptada que no para de llorar mientras él la conduce a la vega del Genil. El aguerrido capitán intuye la existencia previa de otro amor, allá en tierras bercianas: «Hurí del edén, no llores, vete con tus caballeros.» Posiblemente no había tal enamorado, y ella añoraba tan solo a sus padres, su casa, sus amigas y el rato de cháchara en la fuente mientras guardaban turno para llenar el cántaro. Pero el estereotipo del género impone que solo un amor más grande excusa a una doncella de rechazar el amor ofrecido por un varón.

Más complejo fue el caso de la hija del rey de Francia, narrado en un romance anónimo. La niña pierde el camino cuando se dirige a París, y requiere la ayuda de un caballero que acierta a pasar. El caballero la monta en su caballo y, como es de rigor, la requiere de amores. Ella le advierte que es hija de un malato y una malatía (leprosos), declaración que basta para refrenar los ímpetus viriles del viajero. Llegados a su destino, ella no le da las gracias por el favor, sino que se ríe de él. Se ríe de él, atención, “genéricamente”, cosa que demuestra hasta qué punto eran dominantes esas ideas en la sociedad del tiempo. Estas son sus palabras: «Ríome del caballero y de su gran cobardía, / ¡tener la niña en el campo y catarle cortesía!»

Muy fuerte tiene que ser esa tendencia secular para que los tribunales de justicia sigan absolviendo a los violadores. A pesar de los cambios en el derecho positivo, las mujeres siguen siendo “género”, y pare usté de contar.

 

lunes, 15 de agosto de 2022

ESCRITORES A LOS QUE NO AMO

 


Frente a los ábsides de la abadía “canónica” de Vilabertran, en el Alt Empordà, junto a Figueres.

 

He sentido una consternación muy grande al leer la noticia de las puñaladas que recibió Salman Rushdie en un escenario de Buffalo. Sucesos así denigran esa “sociedad permisiva” que aparece perfilada en tres cuartos, cadera alzada y envuelta en transparencias con brillibrilli, en las propagandas oficiales. Hay aún aspectos muy negros, rastreros y miserables en el fondo de la condición humana, del mismo modo que hay cloacas fétidas por debajo de la fachada impecable de los Estados democráticos. Negar una falla estructural tan obvia en nuestra condición, así como aplicar cataplasmas de secreto para curar las úlceras producidas por agentes corrosivos varios en las instituciones, es de un buenismo que no ayuda a nadie, y en cambio empeora las expectativas de todos.

No es de eso de lo que me dispongo a hablar, sino de Salman Rushdie. Poco puedo decir de él como escritor, porque no lo he leído. Una manera suave de decirlo es que no es uno de mis autores preferidos. Tuvimos un desencuentro desde el principio, cuando empecé a leer “Hijos de la medianoche”, un libro que todo el mundo alababa. A mí la fantasía oriental me va más bien poco, el Antiguo Testamento por ejemplo lo tomo a beneficio de inventario y me sale a devolver; pero es que además aparecían en la trama no sé cuántos hijos de alguien con una señal corporal precisa (no recuerdo cuál), que debido a ello eran perseguidos y asesinados por las autoridades.

– Oye, esto es “Cien años de soledad”, ¿no? – le dije a mi hermana, que me había prestado el volumen.

– No, qué va, es muy distinto, ya verás.

A mí no me pareció tan distinto, y el libro se me cayó de las manos. Gabo ha sido de siempre uno de mis autores favoritos, y me fastidió que alguien le copiara con tanto desparpajo un recurso literario. Cuando salieron los “Versículos satánicos”, acompañados por la publicidad escandalosa de una "fatua" emitida por un imam, yo estaba ya en otra dimensión. Anatole France explicó en una ocasión por qué no había leído la Recherche: «La vida es demasiado corta, y Proust demasiado largo.» Respeto su opinión, aunque a mí Proust siempre se me ha hecho demasiado corto, y lo leería indefinidamente para tener la sensación de que mi vida está más llena y contiene mejores gratificaciones. En cambio la "fatua", a mi entender, no añadía ningún valor particular al producto de Rushdie, que se me hacía demasiado largo de leer. No es mi intención pontificar sobre ese asunto, sé que hay opiniones distintas, cada cual tiene sus gustos y sus líneas rojas.

Todo lo cual no significa que no apoye de forma incondicional a Rushdie en este episodio inadmisible. Muy al contrario. Porque el pecado de Rushdie ha sido literario, y el odio que ha despertado en determinados sectores del inframundo ha sido un odio a la literatura, a toda ella.

 

domingo, 14 de agosto de 2022

SOBRE EL CONSENSO (ENTRE EL GUADARRAMA Y EL EMPORDÁ)

 


El pozo del Manantial de Vilajuïga visto desde abajo. Al auditorio se accede por el rincón más alejado.

 

No han sido frenéticos estos últimos días sino, al contrario, de una gran relajación en medio del movimiento físico. Desde la falda de los Siete Picos nos hemos desplazado hasta, digamos, Vilajuïga, en el Alt Empordà, muy cerca de Roses y Sant Pere de Roda, en cuyo manantial de aguas minerales salutíferas alguien tuvo la idea de horadar el suelo para colocar un auditorio que recibe la luz natural a través de un fondo de agua en eterno rielar. Un espacio al margen, apropiado para mi estado de ánimo. Escuché allí ayer sábado una versión muy bella del cuarteto “Rosamunde” de Schubert, por el cuarteto Cosmos.

Ha sido un itinerario de largo recorrido, con muchas paradas intermedias, idas, vueltas y revueltas. Sol abrasador las más veces, interrumpido por tormentas que nos enviaban goterones de lluvia tan cálidos que casi quemaban la piel.

En el interior de un tren de alta velocidad, que es una forma como otra de evitar pisar el suelo bajo nuestros pies, he concluido el libro de Giaime Pala, “La fuerza y el consenso” (Comares 2021). Fuerza y consenso son los dos ingredientes de la hegemonía, según la definió Gramsci. La “fuerza” es el elemento físico: las tropas, las armas, la decisión de utilizarlas en guerra de posiciones o de movimiento. El “consenso” es en cambio un elemento ideal, tejido a base de contraprestaciones que en principio favorecen a todos los estamentos o clases sociales, y por eso mismo puede ser asumido por todos.

Esa es la definición gramsciana. Hoy asistimos en nuestro país a una situación en la que una parte de la sociedad niega rabiosamente el consenso y se regodea en la añoranza de la fuerza. Algo parecido ocurrió en la Italia de los años veinte del siglo pasado (aunque podría volver a suceder ahora), después de los gobiernos del Risorgimento, cuando las masas entraron en la política nacional con sus propias reivindicaciones, que antes habían podido ser ignoradas por una conjunción feliz de industriales, en el norte, y terratenientes en el sur.

Así nació el fascismo italiano, no como un fruto exótico sino como una derivación más o menos natural de una situación anterior, la de los gobiernos de Depretis, Crispi o Giolitti, que Gramsci caracterizó como “transformismo” consecuencia de una “revolución pasiva”. De forma nominal gobernó en aquellos años la izquierda, sostenida por “clubs” liberales, más que por partidos propiamente dichos. Como en la época de nuestra Restauración, el rey tenía un papel decisivo, y los Cánovas y los Sagasta transalpinos se sucedían en el gobierno por riguroso turno. La política venía a ser una convención entre notables, casi una ficción. He subrayado una frase del texto muy significativa. Dice Gramsci (cuaderno 19, nota 24): «Con una Izquierda como aquella no hacía falta una Derecha.»

No hay analogía entre aquella situación y la nuestra de ahora, es lo primero que resulta necesario resaltar ante determinados “jacobinos” de nuevo cuño.

Pero sí hay una lección o advertencia importante. No serán válidos consensos que dejen al margen a las masas, singularmente a las masas trabajadoras. En economía, cada vez tiene menos importancia el capital (cuando hace falta acaba por salir de donde sea, fondos privados, públicos o negros en busca de blanqueo y respetabilidad: “palancas”), y cada vez la tiene más el trabajo, trabajo estructurado, remunerado, libre porque sin libertad en el trabajo no es posible una sociedad de iguales.

Del mismo modo, en política la fuerza es cada vez menos determinante en un mundo muy fragmentado, y cada vez importan más los consensos. Y hay algo a subrayar ahí, parafraseando a Rosa Luxemburgo: el único consenso importante es el que se establece con quien no piensa como nosotros.



lunes, 8 de agosto de 2022

LA HISTORIA COMO CIENCIA Y COMO RELATO

 


Estoy pasando unos días en Cercedilla, por un motivo grato: festejos familiares. Cercedilla fue la última atalaya desde la que el pintor Joaquín Sorolla paseó sobre el mundo su mirada privilegiada: el valle asciende desde Los Molinos hasta el murallón de los Siete Picos, bajo la vigilancia refunfuñona de la Peñota, que bloquea con determinación el flanco occidental, en los contrafuertes de la sierra de la Mujer Muerta. Al fondo, tapando la esquina entre los Siete Picos y la Peñota, asoma el pico cónico del Montón de Trigo; hacia el este, levitan imponentes sobre el paisaje serrano los macizos de la Maliciosa y la Bola del Mundo. Es un paisaje que no puedo recorrer con la vista sin escalofrío.

He venido aquí con un programa cultural preciso, y solo uno: la lectura del libro de Giaime Pala, “La fuerza y el consenso. Ensayo sobre Gramsci como historiador”, Comares 2021. Es una faceta gramsciana que me faltaba por conocer; como advierte Pala, un estudioso muy consistente, las partes propiamente históricas de los Cuadernos han sido poco traducidas al español, dado que tanto a Solé-Tura como a Sacristán les pareció más necesaria la divulgación de otros recorridos del pensamiento del autor, más “exportables” y más apropiados para una praxis urgente.

En lo demás, mi idea ha sido socializar con hermanos, sobrinos y sobrino-nietos todo lo posible, y conformarme con el sobrio ideal de “vida beata” expresado por Jaime Gil de Biedma en uno de sus poemas más perfectos: «… no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, y vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia.»

Algo voy a escribir, de todos modos. Tengo subrayado un párrafo del libro (pág. 17, es decir en el preámbulo del ensayo) en el que Pala explica la costumbre, de muchos historiadores, y que Gramsci rechazaba, de hacer, no historia, sino “biografía nacional”, es decir partir de la suposición de que un país crece como una persona, y por lo tanto en el curso de su vida va incorporando experiencias y saberes que acaban por determinarlo para siempre tal y como es en el instante en el que el historiador lo eterniza.

Teilhard de Chardin llegó aún más lejos por esa vía, al suponer un “punto omega” de la evolución al que el designio de Dios iba llevando a toda la Creación. Ese vicio historiográfico parte del preconcepto de que lo que sucede es justo lo que había de suceder, porque así estaba previsto anteriormente por una mente planificadora prodigiosa.

Pala habla de «un tipo de historia mítica – dirigida a coordinar y fortalecer en las grandes masas los elementos que constituyen precisamente el sentimiento nacional – que presuponía la existencia de una sempiterna nación italiana cuyo conseguimiento de un Estado propio era solo una cuestión de tiempo y voluntad.» Es fácilmente reconocible el mismo esquema en las historias nacionalistas de España, por un lado, y de Cataluña o Euskadi por otro: se interpreta todo el aluvión de acontecimientos a lo largo de un milenio o más, como un mero trayecto preparatorio del punto Omega que se ha elegido como desiderátum. El Designio viene a ser la aguja imantada que guía la nave de la nación en proyecto a través de las olas procelosas del mar de los siglos. No es casual que esta misma forma de explicación condicione de forma férrea la explicación de los avatares que afectan a los Pueblos Elegidos, como Israel, o a las naciones provistas de un Destino Manifiesto, como los Estados Unidos de América.

Gramsci es modélico en su actitud historiográfica, porque distingue con precisión lo accidental de lo sustancial, y porque evalúa las posibilidades de recorridos históricos diferentes, y hurga en los recovecos del “pudo haber sido” con la seguridad de que lo que en un momento histórico no llegó a concretarse, sí puede en cambio volver a “ser” historia en un punto distinto de una trayectoria que nunca está fijada de antemano.

 

miércoles, 3 de agosto de 2022

RESURRECCIONES FAMILIARES

 


He salido pocas veces fotografiado con mi padre. En mis fotos de pequeño, él era el fotógrafo; más adelante, cuando el fotógrafo era otro, los dos aparecíamos por lo general encuadrados en grupos amplios, correspondientes a grandes celebraciones familiares.

Esta es una excepción, porque estamos los dos solos, y porque nos reímos. Nos reímos poco juntos, lo digo con añoranza. Aquí nos fotografió mi hermano Juan, en Torredembarra, un día de septiembre de 1985. Las diapositivas de aquella ocasión quedaron guardadas en una caja, mi padre murió en 1999 y mi hermano en 2005, y ahora mi sobrina Marina se está dedicando a escanear un material en gran parte inédito.

Me ha resultado desconcertante verme “resucitar” de este modo delante de la cámara y de la mirada de mi padre. Un poeta habría dicho que los dos esperábamos, como Lázaro, una voz que nos dijera: «Levántate y anda.»

 

lunes, 1 de agosto de 2022

ESTO NO VA DE PARTIDOS

 


Yolanda Díaz y representantes de distintas organizaciones no gubernamentales en Madrid, Matadero, 8.7.2022

 

Yolanda Díaz ha emprendido un proceso dirigido a sumar voluntades e iniciativas capaces de recomponer una izquierda plural con cara y ojos, en la tesitura nada amable en la que nos encontramos.

Quiero decir en primer lugar que tiene toda mi simpatía y, hasta donde lleguen los “muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados”, también todo mi apoyo.

El punto de partida de Yolanda viene a ser parecido, aunque en todo lo demás las diferencias son muchas, a la movida de un grupo de personas que hace pocos años (parecen muchos, sin embargo) nos pusimos a la tarea de poner en las redes una revista digital capaz de proporcionar alimento a una izquierda multiforme. La revista se llamó “Pasos a la izquierda”, y Javier Aristu fue el principal encargado de buscar eficacia, audiencia y un equilibrio adecuado para el producto. Todos los que estábamos entonces a su lado llegamos casi sin discusión a una conclusión similar a la que ahora enuncia Yolanda Díaz: «Esto no va de partidos.»

He visto desde entonces algunas opiniones significadas concordantes con la nuestra: los partidos políticos que se reclaman de la izquierda (los de la derecha son enteramente otra cosa) necesitarían con urgencia una refundación adecuada, basada en un replanteamiento global de sus objetivos.

Han leído bien: refundación. Esa palabra se barajó en algún momento en relación con los sindicatos, pero nadie la aplica a los partidos, a pesar de que nacen y mueren, se hacen y se deshacen sin parar. Los partidos que deberían refundarse son los históricos, los que han tenido algún peso; y no se trata de que viajen de nuevo a los orígenes, sino de que se ajusten de forma conveniente a un mundo en el que todas las premisas, y los puntos cardinales que ofrecían orientación al viajero, han cambiado.

Marco Revelli, sociólogo y catedrático italiano de Ciencia Política, ha expresado así el problema: «Hoy están en crisis, al mismo tiempo, la representación política y la representación social … El electorado se mantiene fuera de la representación política. Las tasas de participación electoral están en caída libre, y eso nos dice que las formas consolidadas de la política sufren una crisis gravísima de confianza, y que el gran problema de la crisis de una democracia ya no legitimada ni siquiera por el 50% de los ciudadanos, es que se ha producido una fuga radical de las formas tradicionales de representación, sin que estén siendo sustituidas por otras.» (M. Revelli, “Sindacato e partito, storia di un rapporto complicato”, Ediesse 2016).

Si miramos atrás a la historia de los partidos políticos europeos, su gran momento se produjo en los llamados “treinta años gloriosos”, después de la Gran Guerra mundial contra el nazismo y el fascismo. Entonces confluyeron un gran impulso democrático popular y una estatalización de las formas políticas que favoreció la verticalización de las relaciones; las fuerzas productivas conocieron una extraordinaria expansión gracias a la mecanización de los procesos en hábitats muy concentrados (las grandes fábricas); hubo una incorporación masiva de las mujeres al trabajo, y un fuerte impulso igualitario; se procuró una política de pleno empleo, y se perfeccionó la previsión y protección universal de la ciudadanía a cargo del Estado, mediante los instrumentos del welfare.

Estas fueron las premisas del florecimiento de partidos tendencialmente “de masas” nutridos y disciplinados, que reclamaron para sí la primacía del mando de las operaciones y se sirvieron de los sindicatos de modo parecido a como el ferrocarril utilizaba el ténder para proveer de combustible a la locomotora del progreso.

Es lícito que nos preguntemos en qué medida la situación descrita ha de mantenerse invariable, cuando la fábrica ha implosionado, se ha producido una nueva revolución tecnológica, el Estado se ha jibarizado, la previsión social se deteriora de día en día, el pleno empleo es una utopía y todo el panorama social y político ha cambiado alrededor. Yolanda Díaz cree que no, que lo que procede en este momento es simplemente sumar voluntades para organizar en condiciones mínimas pero aceptables una representación sustancial de un electorado extremadamente variopinto y fragmentado.

Yo creo lo mismo que Yolanda. Simpatizo con los partidos políticos en general, y con alguno de ellos más en particular; pero creo que dadas las tasas de representación de la sociedad que ostentan, no han de tener la primacía en nada. Deben hacer autocrítica en la medida de lo posible, y en todo caso arrimar el hombro sin reclamar privilegios ni lugares destacados en las listas. Solo de ese modo se podrá avanzar.